Oliver Ortial, 37 años, guionista de telefilms o películas para la televisión, llegó sudoroso y con una patente preocupación en el rostro a su apartamento, ubicado en el barrio madrileño de Fuencarral, cuando el reloj marcaba las 20:30. Esa tarde, viernes de agosto en Madrid, había alcanzado los 36 grados en los termómetros, provocando un calor sofocante. Pero el motivo fundamental de su híper sudoración no era sólo la elevada templanza térmica que dominaba la capital, sino también el “raspapolvo laboral” que había recibido por parte de Unay Bastida, su jefe, director de proyectos de la cadena REDES TV. Conservaba muy bien en su mente las palabras que, en tono imperativo, había recibido de su muy enfadado superior.
“Has incumplido, ya en dos ocasiones, los plazos que te hemos dado, para presentar algún argumento válido, con vistas a esa serie de tres episodios, con formato de thriller, que tenemos prevista grabar para el otoño. El género intriga se está vendiendo ahora muy bien, para los gustos del gran público. Y la competencia no se va a quedar esperando. No corre, sino vuela. Te lo planteamos en primavera, y el verano finaliza y no nos traes nada que podamos estudiar y valorar. Te lo advierto, Ortial. Estás en plantilla, pero si no cumples, sales de la empresa. Sólo me dices que tienes unos apuntes y que estás en un momento difícil de creatividad. Pues bien, hoy es viernes. Tienes el fin de semana para ti solo. Dedícate a ello, pues posees madera para hacerlo. El lunes, a las doce, es el tercer y definitivo plazo. Si no nos traes algo que valga la pena, considérate despedido. Te lo digo de esta forma porque yo también tengo jerarquías por arriba de este despacho y éstos no se andan con rositas”.
Este licenciado en Literatura contemporánea asumía que llevaba una época con la imaginación bastante plana. ¿Motivos? La ruptura con Serena, cansada de sus trapalerías y castillos en el aire, le había supuesto un duro golpe anímico. Algún impagado de la hipoteca bancaria, correspondiente a su apartamento, también le tenía un tanto preocupado. Incluso su cronología, que ya se iba acercando a los cuarenta, década complicada para muchas personas. No era fácil abandonar el gozoso estado de la prolongada juventud. Se estaba convirtiendo en una persona adulta y tenía que comportarse como tal. En definitiva, que no se encontraba en un buen momento creativo.
Su prestigio en el oficio procedía de la participación muy afortunada que tuvo en el concurso organizado por la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, certamen titulado: la fabulación en los nuevos escritores. Ganó el segundo premio y su historia corta fue publicada, teniendo una muy buena acogida de ventas entre el público lector. Esa inesperada fama, le hizo abandonar su puesto de profesor de creatividad literaria, en una academia en el barrio de Atocha, dedicándose desde entonces al ejercicio libre de la literatura, siendo contratado por la productora Redes TV hacía dos años y medio. Pero últimamente no estaba cumpliendo con puntualidad sus compromisos con la empresa mediática. Las palabras de Unay eran bastante concluyentes. Se podía ver en la calle por incumplimiento de contrato.
Así que sudoroso y abrumado, se puso bajo la ducha durante un buen rato. Necesitaba relajarse. Se autoanimó pensando que en otras oportunidades había sabido salir del aprieto, en cuanto a los compromisos de entrega. ¿Por qué no habría de hacerlo en este fin de semana agosteño, con una temperatura que se acercaba peligrosamente a los cuarenta grados? El agua tibia seguía cayendo, a modo de lluvia purificadora, sobre su piel, tonificando un cuerpo que cada vez hacía menos deporte y se estaba abriendo receptivamente a los gramos y a las siempre traviesas calorías.
Dispuesto a pasarse toda la noche en vela, delante del teclado de su MAC, se preparó un par de sándwiches de pan integral (lascas de cecina, gotas de aceite de oliva, loncha de queso blanco y hojas de brotes tiernos de lechuga, combinación que le agradaba) y un buen tazón de café con soja líquida, utilizando unas nuevas cápsulas recomendadas que tenían un grato y misterioso sabor oriental.
Apenas estaba finalizando la muy frugal cena, cuando escuchó en la puerta de entrada a su apartamento (un 3º A) unos ruidos metálicos que se repetían con intervalos de segundos. Tenías el monitor de televisión apagado, por lo que agudizó el oído, dirigiéndose hacia el pequeño y coqueto recibidor. No había duda alguna, alguien estaba tratando de abrir la puerta, utilizando una llave. De inmediato sintió una mezcla de curiosidad y preocupación. Pensó que podría ser algún vecino nuevo, que se había equivocado de planta o vivienda, pues en su bloque había algunos pisos alquilados, propiedad de inversores que habían comprado viviendas para el alquiler, para temporadas o días. Como los intentos por abrir la cerradura continuaban, preguntó en voz alta quién era. Tras unos segundos de expectante silencio, al otro lado de la puerta escuchó la voz de una mujer que se identificó como Mireya. Manifestaba, un tanto nerviosa en el tono de sus palabras, que le habían facilitado la llave del 3º A para ocupar, durante un mes, ese apartamento.
Ya más tranquilo, Oliver decidió abrir la puerta. Tenía ante sí a una mujer joven, con rostro angelical, que no llegaría a la treintena en su edad. Cabello liso de color negro que se recogía con un broche juvenil en una media cola. Desde luego sus ojos turquesas transmitían una cierta intriga o misterio. Fino rostro y una gran delgadez en su cuerpo, que no superaría los 1,65 m. Vestía una camiseta beige, shorts celestes y zapatillas Converse blancas, muy nuevas y limpias. Sólo añadió a lo ya manifestado “Es que he realizado un largo viaje, desde Estocolmo, y estoy profundamente cansada”. El propietario del inmueble le invitó a que tomara asiento, ofreciéndole un refresco frío de naranja que trajo desde la cocina.
La inesperada joven, tras recuperarse de la sequedad que le había provocado el intenso calor reinante en el día sobre Madrid, comentó breve y espontáneamente que trabajaba para una empresa internacional de componentes electrónicos y programación de redes informáticas. “Esa es mi preparación”. No indicó su lugar de nacimiento, aunque el castellano que utilizaba tenía un marcado acento extranjero, parecido a la vocalización germánica. Tras disculparse, tomó su iPhone, comenzando a realizar repetidos intentos de conexión, posiblemente con la sede de su empresa, pero dada la hora que marcaban los relojes (las 22:15) no parecía lógico que recogieran sus llamadas. Se la notaba cada vez más inquieta y molesta.
El escritor de guiones quiso distorsionar la situación y tras pensarlo durante unos minutos mostró su generosidad, ofreciéndole hospitalidad.
“Entiendo, Mireya, que ha habido un curioso error. Es evidente que te han facilitado unas llaves que no son de este apartamento. Sin embargo, me indicas que la dirección que te han dado corresponde a esta vivienda de mi propiedad. Mañana sábado puedes volver intentar el contactar con tus superiores, a fin de tratar de aclarar la situación. En tu trolley o en el maletín pienso que tendrás algún mecanismo informático. Ahora después te facilito la dirección de mi Wiffi para que te puedas conectar. Tengo un sofá cama, en este lateral del saloncito, que puedes utilizar si lo estimas necesario, a fin de pasar la noche. Desde luego el calor en la calle es sofocante. Tengo puesto el aire a veinticinco grados, pues con el aire frio sufro problemas de garganta. Te puedo también ofrecer un par de sandwiches y algo de café que tenía preparado”.
Mireya, ya más serena, asintió con la cabeza, expresando unas amables palabras de agradecimiento. “Gracias, eres muy amable y hospitalario. No te molestaré mucho, pues me siento muy cansada, con la necesidad de dormir. Me conformo con un vaso de leche. ¿Puedo utilizar la ducha?”
Oliver estuvo trabajando un par de horas con su ordenador, mientras Mireya ya descansaba. Al final le había cedido la cama de su cuarto, por lo que él utilizó el sofá cama. Sobre las 2:30 ya estaba completamente dormido. El intenso calor y los avatares del día lo habían dejado muy agotado.
Se despertó bastante tarde, en la mañana del sábado, a pocos minutos de las 11. Mientras se aseaba y preparaba el desayuno trató de hacer el menor ruido posible, para no molestar el descanso de la joven que ocupaba su dormitorio. Tras finalizar el refrigerio matinal, se acercó a la puerta del dormitorio y dando un par de golpes con los nudillos preguntó. “Buenos días, Mireya ¿Qué te apetece desayunar?” Pasaron unos segundos y no obtuvo respuesta desde el interior. Repitió la misa operación, una vez más, con el mismo resultado. Entonces, con sumo cuidado y lentitud entreabrió la puerta. Para su sorpresa ¡no había nadie en el interior de la habitación! La ropa de la cama estaba dispuestamente ordenada. Y en la mesita de noche, junto al vaso vacío de leche, había una larga nota manuscrita, con el nombre de Mireya al final del texto.
“Muchas gracias, amigo Oliver, por tu generosidad. Aunque no lo creas, me has ayudado mucho. Ayer noche venía presurosa y con graves problemas, porque me estaban siguiendo. No te lo quise decir, a fin de evitarte preocupaciones. Aproveché un portal que se estaba cerrando, el de tu bloque, y ya en el interior repasé los buzones del correo. Al ver tu piso con un solo nombre, teatralicé la escena de la llave y tuve suerte, porque afortunadamente te encontrabas en casa. Así que he podido ocultarme esta noche, lo cual te agradezco, para mi seguridad. Como te estarás haciendo muchas preguntas, sólo te aclaro que el contexto de esta “peligrosa” situación es la del espionaje industrial. Un mundo muy complejo, en el que se mueven grandes sumas económicas. Y utilizan todo tipo de medios, para conseguir sus fines, aunque estos sean ilícitos. Esta mañana he de seguir mi camino, pues he podido burlar a quien no me podía hacer mucho bien. He tenido que salir casi de madrugada, bajo el cobijo de las estrellas en el cielo madrileño, cuando plácidamente descansabas. Algún día podremos reencontrarnos, desde luego con más sosiego y seguridad. Será un verdadero placer vivir esa gozosa oportunidad. Mireya”.
El cada vez más desconcertado guionista televisivo apenas daba crédito al contenido de la nota que estaba leyendo. Intensamente confundido ante una situación del más puro thriller cinematográfico, repasó las pertenencias del piso. Nada faltaba. Todo estaba en orden.
El sábado se presentaba en sumo enigmático para Oliver, pero luminoso y con el habitual contraste térmica del agosto castellano. Tras el sorprendente episodio de Mireya, decidió darse un largo y relajante paseo por los jardines de la Casa de Campo. Era necesario mover las articulaciones, pues sabía que esa tarde protagonizaría su permanencia en casa para no abandonar el teclado del ordenador. Le seguía dando vueltas en su pensamiento al caso de Mireya, con esas preguntas sin respuesta que tanto le aturdían: ¿Quiénes eran los perseguidores de la bella joven que esa noche había descansado en su casa? ¿Qué había de verdad o ficción en lo que brevemente le había contado en la nota manuscrita? ¿Por qué la chica eligió su casa y piso? ¿No sería mejor haber acudido a la policía, para poner en claro la situación y obtener la necesaria protección? ¿Se trataría de una empresa rival, en la elaboración de esos componente o circuitos electrónicos? ¿La mafia industrial y violenta estaría de por medio en este escabroso episodio? ¿Habría gobiernos implicados en la lucha por el poder informático? Y así preguntas e interrogantes diversos, sin las convincentes y necesarias respuestas.
Oliver aprovechó la tarde para ir garrapateando en su manoseada y entrañable libreta numerosas notas, hipótesis, dudas, detalles, posibilidades. Todos ellos centrados en la figura de una mujer que se había presentado en un piso que “supuestamente” debía habitar, pero sin las llaves adecuadas. Y que articula, en fases, una curiosa y enigmática historia, digna de un buen guion cinematográfico, en donde la intriga y el thriller tenían el principal protagonismo. Todo parecía muy raro, muy extraño. Esa noche cenó en una pizzería cercana, en la que habían contratado a un cantautor que entonaba, con su guitarra, bellas melodías napolitanas. La verdad es que no tenía mucho apetito, por lo que la media pizza pepperoni que le sobró se la llevó en una cajita a casa, para consumirla al día siguiente, tras calentarla en la sartén. Ante de abandonar el restaurante italiano, pidió un café moka bien cargado, ya que estaba dispuesto a pasar gran parte de la noche (cuando con más fluidez y creatividad escribía) redactando un buen guion para la serie encargada, que ahora estaría centrado en su propia experiencia con la joven que aparece al otro lado de su puerta.
El domingo apenas salió de casa, pues se sentía inspirado para completar la primera redacción de una historia de rivalidades, luchas, intereses e importantes consorcios económicas en juego, en el seno de la conflictividad mafiosa de las grandes corporaciones industriales, inmersas en un contexto de alto riesgo delictivo. Así que, en la mañana del lunes, con los ojos vidriosos a consecuencia de otra noche casi en vela, Oliver Ortial se presentó en Redes TV, sobre las doce del mediodía, llevando bajo el brazo un dossier de veintiséis folios, que contenían la maqueta temática y organizativa de una serie/thriller de tres capítulos, cuyo título provisional sería “ALGUIEN AL OTRO LADO DE LA PUERTA”. La redacción definitiva partiría del esquema o base temática que en ese momento presentaba. Su receptor, Unay Bastida, repasó y leyó, con generosa lentitud, los contenidos de esos folios impresos, quedando gratamente impresionado de la interesante trama argumental que le presentaba el cansado pero satisfecho guionista.
“He de felicitarte, Oliver. Al fin “te has puesto las pilas” y has vuelto desarrollar esa maravillosa creatividad argumental que llevas en la sangre. Desconozco lo que has hecho o has vivido durante este largo fin de semana. Desde luego ha tenido que ser algo en sumo interesante y motivador, que te ha permitido volver a tus mejores raíces imaginativas y expresivas. Has cumplido y, para tu tranquilidad, quiero confirmarte que sigues en plantilla”.
En la mañana del martes, el propio Unay, tras una reunión con los jefes en la planta segunda de la productora, llamó a su colaborador guionista para darle el OK. definitivo, a fin de que se pusiera a trabajar de inmediato en los contenidos del primer capítulo de la serie. Querían comenzar el rodaje en un mínimo de doce días. La felicidad de Oliver Ortial era patente. Una vez más había podido “salvar los muebles” en una situación personal bastante complicada.
Jueves por la tarde. Bar/cafetería El Cenáculo, a dos manzanas de Redes TV. Un hombre y una mujer comparten sendas tazas de café. El hombre le entregó a su interlocutora un sobre, que ésta recogió con una expresión serena y satisfecha.
“Tu interpretación ha tenido que ser muy convincente, Clamia… La Mireya “perseguida” y asustada que simulaste ha tenido efectos dinamizadores en un buen guionista, que llevaba meses bloqueado en su creatividad por circunstancias personales. Te has ganado los 600 euros prometidos, dado el buen resultado de la gestión que te encargamos. Espero que sigamos en contacto. Puede haber nuevos roles interpretativos y a ver si te puedo buscar algún hueco, en nuestro elenco de actrices” “Gracias Unay, en eso confío”.
Ambos amigos se separaron con un apretón de manos, añadiendo una cómplice y lenta sonrisa. -
ALGUIEN AL OTRO LADO
DE LA PUERTA.
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
O2 septiembre 2022
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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