viernes, 8 de julio de 2022

DESCUBRIENDO LOS ENCANTOS DE LA GRAN CIUDAD

Es una obviedad que existen numerosas formas de ganarse el sustento de cada día. En ese noble e indeclinable objetivo intervienen muchos factores, que facilitan y hacen posible la identificación personal con una determinada actividad, trabajo que puede ser muy gratificante o penosamente incómodo. La formación escolar, la aptitud y “vocación” individual, el esfuerzo, la imaginación, la oportunidad, la suerte, la propia capacidad de cada uno, son elementos en sumo importantes para conseguir desempeñar una u otra profesión. Lógicamente, unas personas se sentirán más felices y realizadas con el trabajo que desempeñan cada día y otras sufrirán el desaliento que no sentirse realizadas con la labor que el destino les ha deparado. Y no hay que olvidarse de aquellas que no encuentran el acomodo laboral deseado, a pesar del brillante currículo que han atesorado durante el proceso de su formación.

La joven Eutimia Carrala (no alcanza la treintena en su DNI) desarrolló la infancia en un ambiente plenamente rural. Chica de pueblo, decidió un día venirse a vivir a la capital provincial. No le gustaba el tipo de vida relacional en esa localidad de la serranía rondeña, en donde el destino quiso que naciera, núcleo de población que no alcanza los cuatro centenares de habitantes. Tuvo la suerte de que un tío suyo, casado y cuyo matrimonio no había tenido hijos, que ejerce de cartero o repartidor de correspondencia, aceptara admitirla en su casa de la capital, a donde la chica llegó habiendo recién cumplido los trece años. Venancio y su mujer Aurelia pusieron de condición a su adolescente sobrina un comportamiento respetuoso con ellos y que ayudara en las tareas del hogar, obedeciendo los mandatos y peticiones de sus tíos. Estos familiares eran personas de ideas tradicionales, por lo que le advirtieron que si se portaba mal o hacía alguna “trastada” la castigarían como si fuera esa hija que ellos no habían podido tener en su matrimonio. Desde luego que el alimento y el cobijo familiar no le iba a faltar durante los 365 días del año.

Emia, como así la llamaban, no se caracterizaba por ser muy aplicada con los estudios. Por el contrario, era una joven muy abierta de carácter y con una memoria “esponja” para conservar todas las historias, anécdotas y chascarrillos que por acá o allá le contaban. Esta innata capacidad para conocer y recordar datos e informaciones, le iba a ser de gran utilidad para la futura actividad a la que se iba a dedicar. Con gran dificultad pudo al fin finalizar sus estudios de secundaria, por lo que desistió de matricularse en el bachillerato, haciéndolo por el contrario en un módulo de formación profesional con el título de Guía Turístico.

En el Instituto de F.P. Rosaleda, ubicado en una popular barriada de Málaga y vecino del principal estadio de futbol de la ciudad, recibió una cualificada enseñanza de materias propias a la especialidad que había elegido, entre ellas la Historia, la Geografía, los idiomas, la Literatura, el Arte. Pero la metodología que más “le enseñó” fueron las practicas que tuvo que cumplir acompañando a los guías profesionales en su diaria actividad, aprendizaje de contenidos que ella supo asimilar e integrar con proverbial destreza. Era tanta su afición a esa labor de informar y ayudar al turista que acude a una ciudad, que gustaba acercarse a los grupos de estos viajeros a fin de escuchar cómo lo hacían aquellos profesionales que narraban las riquezas monumentales daban lustre cultural y buena estética a la ciudad. Ya con diecisiete años se sentía con la fuerza y los conocimientos necesarios para ir protagonizando básicas explicaciones acerca de esta riqueza artística que deslumbra y agrada al viajero que llega ilusionado a una ciudad, con mayor o menor tiempo para recorrerla.

La relación con sus tíos seguía siendo buena, ya que éstos sabían mezclar autoridad y cariño en el trato con su sobrina. Con respecto a sus padres, la relación era más esporádica. Estos modestos labriegos de la comarca rondeña tenían que sacar adelante a una amplia prole de siete hermanos (cuatro varones y tres mujeres) con unos medios económicos en sumo limitados. Para ellos fue un alivio la decisión de su hija y la generosa disposición de los parientes que habitaban en la capital malacitana.

La motivación de Emia para protagonizar explicaciones acerca de los encantos monumentales de la ciudad era cada vez más intensa. Sin haber finalizado aún el módulo escolar que cursaba, al que se entregó con un tesón inusual ante los libros, contactó a través de Internet con una de las numerosas empresas que organizaban visitas guiadas en las zonas monumentales de las ciudades de forma prácticamente gratuitas, sólo “pidiendo la voluntad” al finalizar la explicación cultural. Del dinero recaudado, estos guías improvisados tenían que entregar a la empresa organizadora un 30%, cantidades que no debían ocultar si querían seguir recibiendo encargos turísticos. Los recorridos monumentales se organizaban de forma que tuvieran una duración de aproximadamente una hora. De esta forma, la joven fue ganando esos euros que le eran tan necesarios para cubrir los caprichos (ropa, zapatos, fines de semana…) propios de la edad y no tener que depender tanto de sus tíos, aunque éstos fueron siempre generosos con los gastos de su sobrina. Venancio tenía un suelo estable, con el trasiego diario de la correspondencia y el matrimonio no tenía que afrontar gastos extraordinarios, ya que mantenían una vida desahogada, pero evitando los grandes alardes en las compras.

Como una experta guía turística, Emia poseía grandes dotes para la improvisación, buscando de manera preferente esas anécdotas amables e interesantes para satisfacer y distraer a los oyentes, sorprendiéndoles con algún detalle explicativo para sustentar los conocimientos en la materia. Como repetía casi siempre los mismos itinerarios, fue adquiriendo experiencia, seguridad y una fraternal simpatía que agradaba a los más o menos receptivos oyentes. Había días que obtenía un rendimiento económico bastante importante para su economía, fueran 40, 50, 80 o más euros, trabajando por las mañanas o las tardes con grupos que nunca superaban las ocho o diez personas, la mayoría de ellas eran turistas españoles o incluso angloparlantes, idioma que se le daba muy bien para la comunicación. La destreza y juvenil simpatía de la vocacional guía le hizo sumar numerosa clientela, en una ciudad de grato clima y abundantes destinos monumentales para visitar y narrar.

La experiencia explicativa fue generando continuas anécdotas y vivencias que Emia fue grabando en el receptivo acerbo de su memoria. En cierta ocasión se unió al grupo un hombre ataviado con pinta lúdicamente bohemia. Su edad superaría el medio siglo de vida. Época veraniega, su informal vestimenta estaba compuesta por una camiseta blanca, con mensajes grabados en inglés en la que se leían palabras como libertad, sociabilidad e igualdad (freedom, sociability, equality), bermudas azules rudamente deshilachadas y sandalias de goma del mismo color que el gastado pantalón. De su hombro derecho colgaba un zurrón de cuero, del que sobresalía la parte superior de una botella de agua. Emia tenía la percepción de que a medida que iba exponiendo los datos del denso entorno monumental, integrado por el edificio neoclásico del Museo de la aduana, la fortaleza islámica de la Alcazaba, los restos del teatro Romano… el peculiar turista sonreía y en ocasiones movía un poco de cabeza, como estando algo disconforme con el mensaje que escuchaba. Al finalizar ese recorrido muy típico, ya en la Plaza de la Merced, dio las gracias por la atención de los oyentes y quitándose la gorrilla roja que cubría su cabeza la extendió levemente para recibir la voluntad generosa de las ocho personas que la habían acompañado en el recorrido. El hombre del zurrón quiso quedarse en último lugar, para entregar su dádiva económica a la joven guía. Manteniendo una pícara sonrisa, le comentó:

“Mi nombre es Arno. Agradezco tu esfuerzo, en el que has aplicado una gran amenidad explicativa, dosificando muy bien los datos y las curiosidades o anécdotas. Pero también he de decirte que algunos de esos datos expuestos son, en mi opinión, erróneos. Un oyente entendido te podría haber corregido. Yo he querido respetar, en todo momento, el trabajo que tan dignamente estabas realizando. Quiero sinceramente felicitarte, por tu juventud y entrega vocacional a lo que te gusta hacer. Con todo el tiempo que tienes por delante, llegarás a ser una gran experta en información turística. Si tienes unos minutos, me agradaría invitarte a compartir un café o refresco”.

A Emia le gustó la dulzura, no exenta de franqueza, que aplicaba este curioso personaje. No le cuadraba la forma de vestir (y de asearse) que ofrecía su interlocutor, con las formas expresivas y modales que aplicaba en su exquisito comportamiento. Aceptó gustosa la divertida experiencia y tomaron asiento en una de las numerosas cafeterías, bares y restaurantes que pueblan la muy visitada zona.

“Ahora soy yo quien tiene ganas de hablar ¿verdad? Llevo en mi cuerpo un muy largo medio siglo de vida, la cual ha sido compleja, convulsa. Yo diría que incluso cinematográfica. A pesar de la incredulidad que voy a percibir en tu juvenil rostro, te confieso que he sido profesor universitario, investigador, conferenciante, actor de teatro, cantautor. Añade a mi currículo que he estado durante meses en un monasterio, como hermano lego. Una intensa crisis familiar me hizo cambiar drásticamente de vida y ahora dedico mi tiempo para viajar de aquí para allá, disfrutando, en lo posible, de la vida que me haya sido concedida. MI geografía se ha vuelto infinita y pequeña, al tiempo. No, no pido limosna. En su momento, mejores tiempos en lo material, hice calculadas inversiones que son las que ahora me proporcionan algunas rentas con las que puedo atender a los gastos básicos. Es otra forma, la actual, de articular la existencia. Descubro personajes muy valiosos, integro en mi memoria insólitas experiencias, aplico en mis decisiones otras vivencias posibles. Mi proyecto inmediato es rellenar las páginas de un libro, en el que se recoja la nueva forma de caminar por la vida que estoy protagonizando, desde hace unos ocho años. “Otros necesarios caminos por recorrer”. Ese podría ser el título, aunque seguro que lo cambiaré. Así es mi carácter”.

La densa e interesante conversación continuó durante un alargado trozo de tiempo. Como era previsible, se intercambiaron sus direcciones electrónicas, asegurando “incrédulamente” que seguirían en contacto. Dos generaciones se habían encontrado, dialogaron con manifiesta confianza y trataron de entenderse. Una chica ilusionada por la vida, de 18 años, junto a un escéptico veterano de la existencia, con 59 primaveras a sus espaldas. Una malagueña de ojos azules, junto a un palermitano de ojos marrones y algo cansados, entre descuidadas legañas.

Las curiosas experiencias en el trabajo de Emia no cesaron de presentarse en el discurrir de los días. Otro extraño caso fue el de una joven, que parecía sudamericana, que repitió su presencia en la explicación que la guía realizaba por las mañanas entre las 10.30 y las 12:30. La chica no era de elevada estatura, tenía unos ojos grisáceos muy bellos, su piel era un tanto de color cobrizo y llevaba recogido en una coleta su largo cabello negro. Vestía una camiseta playera beige, bermudas azules y calzaba sandalias blancas de goma. Su edad andaría cercana a los treinta. Al igual que hizo en la primera explicación, mantenía una gran atención a las explicaciones que ofrecía la guía, en contraste con otros compañeros que miraban a uno y otro lugar e incluso se separaban unos metros del grupo para ir tomando fotos con sus móviles y cámaras. Tanto en el primer como en el segundo día entregó cinco euros al finalizar la explicación. Pero lo que más llamó la atención de Emia fue que la oyente la miraba con intensa fijeza, mostrando una expresión plena de afectividad y dulzura. Al terminar la exposición del segundo día, la guía se dirigió a ella a fin de conocer un poco más de la atenta cliente.

“Hola, suelo quedarme bastante bien con las caras de las personas y creo que es la segunda vez que asistes a esta explicación monumental, interés que te agradezco. La verdad es que no me había ocurrido hasta ahora que algún visitante repitiese. Deduzco que te agradan mucho estas “lecciones” sobre los monumentos de Málaga que cada día realizo ¿No es así?”

La respuesta de la chica, que se llamaba Gabriela la dejó impresionada.

“Gracias por tus palabras. Soy colombiana y me agrada mucho la forma como narras las anécdotas y los detalles en tus explicaciones. Es muy agradable escuchar el tono de tu voz, resaltando con ilusión todo aquello que nos muestras y explicas. Sin embargo, hay un motivo especial y personal que me ha hecho repetir en estas horas que tengo libres por las mañanas (mi labor consiste en el cuidado de personas mayores). La razón es que tienes un notable parecido con una persona muy vinculada a mi vida, que hace unos años desapareció sin dejar rastro alguno para poder localizarla. A pesar de todos los intentos que realizó la policía de mi país por encontrarla, no he podido volver a verla. Se trata de mi única hermana, cuyo nombre es Eliana, tres años menor que yo (tengo veintinueve). 

Estábamos muy unidas y entre nosotras no había secreto alguno que nos separara. Pero ella entró un día en amores con un joven leñador, llamado Ralio, quien solía unirse con grupos y personas de dudoso comportamiento. Este vínculo le fue apartando progresivamente de mí. Estaba como ensimismada con la poderosa fortaleza y belleza de ese musculoso joven. En un aciago día, ambos desaparecieron y nunca hemos vuelto a saber de ellos. Ya han pasado casi dos años de estos misteriosos hechos. Te voy a mostrar una foto de ella, para que puedas comprobar el extraordinario parecido físico que tiene contigo”.

Cuando Emia observó la un tanto ajada foto que Gabriela le mostraba, quedó impresionada del profundo parecido físico que tenía con la chica de la imagen. Muchos podrían afirmar que era realmente una fotocopia de ella misma, si no fuera por el entorno diferente en el que estaba tomada la foto. En la imagen también aparecía Ralio, joven muy bien parecido y de contextura hercúlea. Entendiendo las razones esgrimidas por la puntual turista, Emia le dijo que podía venir todos los días que quisiera a escucharla, sin que se sintiera obligada a darle cantidad alguna por su presencia.

Como ya había completado la 2ª sesión explicativa de la mañana, decidió tener el gesto amable de invitar a Gabriela a compartir unos refrescos, pues el día estaba sometido a un intenso calor. Las dos mujeres dialogaron durante largos minutos, intercambiando confidencias y puntos de vista. A pesar de haber entre ellas una diferencia notable de edad (once años) “conectaron” bastante bien y prometieron volver a verse. Emia esperaba que la nueva amiga colombiana volviera a presentarse en alguna de sus explicaciones matinales. Sin embargo, durante la siguiente semana, este reencuentro no tuvo lugar. Pensó que alguna circunstancia habría impedido la presencia de esa buena espectadora, entre sus grupos turísticos.

Una mañana recibió una llamada telefónica de su entidad bancaria. Le informaban que habían detectado, hacía escasos minutos, una operación sospechosa en su cuenta de ahorros. Alguien, con la clave correcta, había intentado hacer un reintegro de 650 euros, cantidad inusual entre sus operaciones frecuentes, por lo que habían bloqueado la operación hasta establecer ese inmediato contacto de consulta. Emia les manifestó que desde luego no había sido ella la autora de tal operación, por lo que la tarjeta quedó anulada de inmediato. La oficina iba a sustituirla por otra nueva. Emia les aclaró que la tarjeta anulada no la había perdido o sustraído, pues la llevaba consigo. Le indicaron que las técnicas actuales para hacerse con las claves “secretas” de las tarjetas eran cada vez más sofisticadas, aplicando asombrosos medios electrónicos para estos fines delictivos.

Un lunes tarde, día de la semana que Emia reservaba para ir al gimnasio durante un par de horas, caminaba por los jardines del Parque malacitano, con dirección a un centro deportivo situado en la zona de la Malagueta. Le gustaba pasear por la zona sur, paralela al Paseo de los Curas, recorriendo los vericuetos y caminos florales de esa joya vegetal que adorna la ciudad. Divisó a lo lejos, en uno de los bancos de dicho Paseo a una pareja, que le daban la espalda, pues estaban sentados mirando hacia el puerto de mar. Quiso concretar sus figuras, especialmente la de la mujer. Se acercó lentamente a ese lugar, reconociendo claramente el cuerpo de Gabriela. Observaba que los dos “enamorados” se hacían recíprocas carantoñas. En un momento concreto, el chico giró su cabeza y de nuevo la memoria fotográfica de la guía turística se activó: de manera indudable era el joven atlético que la colombiana le había mostrado en la foto. Obviamente era el “leñador” Ralio, que en la historia narrada por Gabriela había huido o desaparecido con su hermana Eliana. De inmediato comprendió que había víctima de una fabulación por parte de la supuesta colombiana. Se retiró prudentemente del lugar, preguntándose qué pretendía la “cuidadora de mayores” con toda esa historia que le contó y el sentido de esa fotografía en la que aparecía Ralio con Eliana, cuyo parecido con ella era tan asombroso.

Aquella noche le contó toda la curiosa historia a su tío Venancio, quien prometió darle una respuesta convincente, tras consultar con un amigo de la infancia que trabajaba como subinspector de policía. Cuando al día siguiente el tío “padre” de Emia llegó por la noche al domicilio, le explicó a su sobrina “hija” lo básico de su conversación con el amigo policía.

“Has sido objeto de una hábil trama para quitarte, poco a poco, el dinero de tus ahorros. Ahora me explico el tema de la tarjeta bancaria. Pero les ha fallado la diligencia de la entidad, en la seguridad de sus clientes. Utilizaron tu foto para hacer un montaje en el que aparecía esa chica llamada Eliana, con el joven, En realidad era tu foto, de ahí el enorme parecido entre ambas. Probablemente Eliana no existe, y Gabriela y Ralio, como dicen llamarse, son dos vulgares delincuentes. Esa “operación” delictiva no es la primera vez que la llevan a la práctica. Mi amigo Benigno, el policía, sonreía cuando yo le estaba narrando los hechos y él los completaba antes de que yo se los dijera. Me asegura que están a la “caza” de la peculiar pareja”. -

 

DESCUBRIENDO LOS ENCANTOS

DE LA GRAN CIUDAD

 

 


José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

08 julio 2022

                          Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario