viernes, 25 de febrero de 2022

AQUELLA CARTA, QUE VALERIO NUNCA ESCRIBIÓ.

La historia de este muy entrañable relato tiene como localización el entorno estudiantil universitario, en las tierras nazaríes de la bella ciudad de la Alhambra. Durante la séptima década de la anterior centuria, Granada, al igual como también sucede en la actualidad, mostraba ese hervidero variopinto de jóvenes que poblaban las distintas facultades de su muy prestigiosa universidad, procedentes tanto de la propia capital y provincia, como desplazados para el estudio desde las otras provincias hermanas de Andalucía y de España. Muchos de estos jóvenes en formación residían en pisos alquilados, aunque otros muchos también tenían el gozoso privilegio de estar adscritos a alguno de los numerosos Colegios Mayores universitarios repartidos por toda la romántica ciudad.

Aunque normalmente estos establecimientos para la residencia y formación de los estudiantes estaban organizados por géneros, había colegios mayores que tenían una sección masculina y otra femenina, ubicadas en distintos pabellones. A pesar de esta organización independiente residencial, las dos secciones compartían determinadas actividades comunes, de naturaleza lúdico-cultural. Además de utilizar un comedor común, los chicos y las chicas asistían juntos a la impartición de conferencias, seminarios, proyecciones cinematográficas, representaciones teatrales, sesiones y cursillos de música y tecnología, excursiones a la naturaleza, visitas monumentales o viajes programados para el estudio.

En el Colegio Mayor Universitario Mixto, Virgen de las Nieves, al igual que ocurría en otros centros de la misma naturaleza formativa, estudiaban jóvenes de muy distinto origen, condición sociológica, carácter personal y, por supuesto, vinculación con una determinada facultad o especialidad científica. Entre los estudiantes, contrastaban aquellos que poseían dotes innatas para el liderazgo, por su protagonismo, capacidad para la iniciativa y el dinamismo colectivo, simpatía, extroversión y otras cualidades, que atraían y conformaban grupos afines en función de su proverbial influencia, con otros escolares menos espectaculares, más reservados o prudentes con sus intimidades y privacidades. Era también natural que surgieran vínculos afectivos y de amistad entre los propios estudiantes del colegio mayor o relaciones sentimentales con aquellos compañeros de otros colegios e instituciones universitarias. En ocasiones eclosionaban algunas rivalidades juveniles, por la amistad o atracción hacia determinada chica o chico, no faltando incluso infidelidades que navegaban en el mundo psicológico de los celos, las ilusiones frustradas o los anhelos imposibles.

En ese curso del 69 -70, habían llegado al Colegio Mayor dos residentes, ambos de la misma generación cronológica, muy diferentes en carácter, pero al tiempo complementarios, como después tendremos oportunidad de relatar. De una parte, LAURA, joven de naturaleza muy abierta, espontánea, algo impulsiva e hiperactiva, gustándole mucho el protagonismo. Buena estudiante, pero también aficionada a las fiestas, bailes, con el ruido ensordecedor y disfrute de todo tipo de “saraos”. La locuacidad y fluida expresividad que sabía aplicar a todos aquellos que le rodeaban, le abría puertas sociales a cada momento. También “amaba” esa forma de vestir a la última moda. No rechazaba la asistencia al cine o al teatro, aunque le agradaba más el espectáculo abierto, con las posibilidades relacionales que estos entornos posibilitaban. Estudiaba Técnicas Publicitarias y Sociología. 

El otro gran protagonista de nuestra historia era VALERIO, colegial mucho más sosegado, tranquilo, introvertido, cerebral y prudente que su compañera Laura. No era especialmente abierto a las fiestas masificadas, pues prefería esa vida más apacible que tanto relaja Tenía hábitos más clásicos en torno a la vestimenta diaria y desde pequeño era un gran aficionado a la cinematografía, especialmente los estrenos de arte y ensayo que contaban siempre con su fiel asistencia. Se había matriculado, bien ilusionado, en Historia Antigua, pues era un gran estudioso de la cultura clásica.

¿Cómo fue posible que dos almas o seres tan diferentes llegaran a congeniar de forma tan intensa y afectiva? Tal vez porque se complementaban perfectamente, como dos piezas o engranajes diferentes pero concordantes de un mecano, debidamente entroncadas. Lo que a uno le faltaba, al otro le desbordaba y viceversa. Sus respectivos caracteres agradecían esa virtualidad en el compartir los contrastes.

Se conocieron más íntimamente en una celebración colegial con motivo del “cumple” de un compañero, en un lluvioso octubre, cuando ambos cursaban 1º de Facultad. La fiestecilla se disfrutaba en las instalaciones del Colegio Mayor mixto en el que ambos residían, institución escolar ubicada en las sugestivas tierras nazaríes, con recuerdos a sultanes, favoritas, estanques y arrayanes. En realidad, no se cayeron especialmente bien durante esa primera gran ocasión para el conocimiento recíproco, pero al paso de los días y las semanas fueron buscando los momentos y las oportunidades para intercambiar las palabras, las miradas, los gestos y algunas meriendas, que tan bien gratifican. Sobre todo, eran muy oportunos esos instantes o fases en que el ánimo decaía, pues entonces siempre solía estar allí el “compa” o la “compa” para echar un cable a ese espíritu debilitado o bajo de forma.

Durante este primer curso de facultad, la relación entre ellos realmente no pasó de una simpática amistad, más intensa que lo normal, para dos compañeros colegiales. El protagonismo espectacular de Laura reunía en torno a su bien parecida figura a muchos “pretendientes”, anhelos que naturalmente gratificaban su ego. Valerio, por el contrario, solía permanecer más bien en un segundo plano, viendo y analizando los movimientos de unos y otros compañeros, esperando tal vez esa oportunidad, sin duda difícil o muy complicada, para poder acceder naturalmente a la “reina de la fiesta”. Pero como antes se ha matizado, cuando uno de ellos entraba en “nublados” anímicos, mágicamente aparecía el otro con la intensidad de la luz.

Hubo episodios generosos entre ellos que de alguna forma iban vinculándolos para una mayor proximidad afectiva. Por ejemplo, una incómoda gastroenteritis de Laura, pesada y molesta, que frenó temporalmente los ímpetus festivos de la colegial. Pues allí estaba Valerio, para prestarse a acompañarla al médico del seguro escolar y también para recordarle y controlar la ingesta de los medicamentos, noble gesto que ella valoraba y agradecía. En correspondencia, la chica supo estar junto a él para acompañarle a Montilla, su localidad natal, en los momentos luctuosos del fallecimiento de la abuela materna, óbito que lógicamente mucho afectó al colegial, dada la unión filial que existía entre abuela y nieto.

Otra de las cualidades de Valerio era esa actitud de disponibilidad para el multiservicio que algunas personas tienen la suerte o habilidad de poseer. El ser un “manitas” para intentar y muchas veces lograr arreglar problemas materiales de cualquier índole, también le abrió “simpáticos y útiles” caminos de acceso para la consideración hacia la joven por la que luchaba, en muy dura competencia con otros compañeros de mejor “fachada” para la proximidad. En ocasiones era una maleta con la cerradura encasquillada que no abría, un transistor cuya rueda de sintonización no corría como debía o un bastón de senderismo cuyo eje no se podía  ajustar debidamente para el gusto de quien lo va a utilizar. Dificultades de esta naturaleza encontraban fácil solución en la habilidad manual de este estudiante de Antigua, hijo único de un eficaz artesano de la madera, carpintero de la ciudad cordobesa de Montilla. Cuando la joven se sentía abrumada, con más o menos fundamento, allí estaba “el cobijo” acogedor que ofrecía la sensatez y sosiego del compa Valerio, siempre dispuesto para esa ayuda que tanto se valora, por modesta o pequeña que parezca.

A pesar de que el perfil de uno y otro colegial era tan diferente, fue en el segundo año de estancia en el Colegio Mayor cuando “formalizaron” su relación afectiva, ante la sorpresa de muchos que no acababan de ver juntos a la muy contrastada pareja. Con gran inteligencia, ambos supieron respetar los movimientos de privacidad del compañero con el que habían formado pareja. Eran muchos los días en que ella asistía a sus fiestas de toda naturaleza junto a sus amigas, mientras que él continuaba enfrascado en sus estudios y lecturas del pasado. Permanecían vinculados, en la fidelidad de la distancia. 

Ello no era óbice para que cuando llegaba el fin de semana o en otras oportunidades singulares, encontraran el hueco y el dinero necesario para irse a tomas sus tapas y copas a un ventorrillo con mucho encanto y escasa limpieza en el cuidado, llamado El Palangana, que tenía su sede en una callejuela empedrada en pleno centro del barrio del Albayzin. Este misterioso y onírico local era un conocido punto de encuentro para todos aquellos que gustaban del ambiente bohemio y romántico de esas noches con cielo de estrellas y sones de las horas “tocadas” en el relativamente próximo campanario de la iglesia de San Nicolás. Allí, en tan romántico y contracultural tugurio podías firmar una reconciliación, arreglar un “entuerto” o encontrar inspiración para esa obra siempre inacabada en las rebeldes páginas de tu mesa de trabajo. También para escuchar los sentimientos nocturnos generados en las cuerdas de una guitarra, que “hablaban” de los embrujos y los amores imposibles, en algunas de las torres bermejas de la vecina Alhambra. Y allí, cada ronda traía como compañera suculenta e inseparable, una deliciosa tapa, cuya repetición permitía llenar los estómagos y embriagar las mentes con la ingesta incontrolada y onírica de los tintos y las cervezas. Sería innecesario añadir que la pareja había formalizado sus relaciones en una cálida e inolvidable noche de otoño. En las “institución” del Palangana, bajo la mirada benefactora y alcoholizada del tío Fermín, que dormitaba su barroco despertar en una vieja silla de madera con asiento de anea, emanando su cuerpo un rancio hedor, pero mezclado con mágica y sencilla naturalidad. 

El destino había querido unir a una chica de Úbeda y a un joven de Montilla, en la singular y única Granada. En el estudio, en la amistad, en el afecto, en la atracción y en la distracción lúdica, que también es formación. Durante las vacaciones, los dos compañeros y pretendientes intercambiaban cartas, contándose las pinceladas del verano, no todas, pero sí algunas interesantes, en una época en que las conferencias telefónicas eran costosas, el whatsapp aún no había nacido y los chats informáticos eran figuraciones de iluminados y ensoñadores futuristas. Y la llegada de un nuevo otoño, llevaba aparejado ese reencuentro para un nuevo curso, siempre lleno de secretos y realidades dibujadas en el sutil y frágil sentimiento de la proximidad.

Pero tuvo que llegar un octubre del 72, porque también el destino, siempre caprichoso, así lo quiso. Y durante esa noche desabrida, con el viento “trastornado” que no augura buenas sensaciones, Laura y Valerio fueron a tomar unas tapas ¡cómo no!  en el Palangana, tras una tarde de estudio que ambos habían respetado.

“¿Qué te pasa, compi? Te veo algo raro. Te conozco bastante bien, Hay algo que quieres decirme, pero que no te atreves. Sabes que esos misterios me gustan y atraen. Pero creo que ya te estás pasando en el misterio. Tómate otro trago y abre, como bien sabes hacer, tu mente y esa alma generosa que tanto aprecio y valoro”.

“Lauri, tengo que ser sincero contigo. Debes buscarte una pareja estable y que te merezca. Te sobran cualidades. No tendrás el menor problema para ello. No te niego que podemos seguir siendo buenos amigos, pero lo nuestro no tiene futuro. Debes entender que no es el pensamiento de una sola noche. Sino de otros muchos desvelos, a lo largo de un muy largo verano que me ha enseñado a ser coherente conmigo mismo y por supuesto con los demás. Y en esos demás, sólo estás tú. Créeme, no hay una tercera persona. Sé también que puedo pedirte que no me preguntes los porqués o las sinrazones.  Es mejor ahora, que después. No pienso sólo en mí. Antes, por supuesto, he pensado en ti. Siempre tendrás un lugar en mi corazón. No lo dudes. Pero sería un craso error… el continuar”.

Ninguno de ambos veinteañeros quiso rasgar los silencios. Las dos copas de tinto permanecieron allí inacabadas sobre la grasosa mesa que apenas traslucía el barniz original. La tapa para compartir de morcilla frita con patatas a lo pobre se fue enfriando, ante la mirada turbia del tío Fermín, quien desde su rincón favorito observaba a esos dos jóvenes estudiantes que esa noche no sonreían y apenas intercambiaban ya sus miradas. Lo que más extrañó o asombró a Valerio, de aquella durísima noche para la franqueza, fue la actitud dócilmente pasiva de Laura, comportamiento bastante inusual en su temperamento. El dinamismo y la persuasión de la chica aquella noche no quisieron aparecer o tener su habitual protagonismo. Laura aceptó sin más.  

Unas semanas después, Valerio mantuvo una entrevista con el rector del Colegio Mayor, exponiéndole su deseo de abandonar su plaza de residente, aduciendo motivos diversos y correctos, pero en el fondo escasamente creíbles. Terminó el curso en un espacioso piso de alquiler con unos amigos, ocupando una de las habitaciones que miraba al Paseo de la Bomba y el río Genil, a su paso por la ciudad. 

El tiempo siempre avanza con su ritmo uniforme e innegociable, que los humanos convertimos falazmente en rápido o lento, a medida de nuestras peculiares circunstancias o intereses. En la actualidad Laura Soria está unida en matrimonio con Roberto, ingeniero químico, al que había conocido en su segundo curso de carrera en Granada. Ambos fijaron su residencia en la zona de Pozuelo de Alarcón, zona oeste madrileña, pues trabajan en una fábrica de confección y materiales textiles instalada a varios kilómetros de su vivienda. Laura está integrada en el departamento de publicidad y relaciones públicas y su marido ejerce una importante función en el laboratorio como investigador de nuevos productos. Nunca ha olvidado su etapa relacional con Valerio, aunque no mantiene comunicación con este antiguo compañero sentimental de su primera juventud. Cuando contacta con amigos comunes, con prudente habilidad suele preguntar acerca de cómo le va a Valerio en su vida. Conserva, en los secretos de su conciencia, el origen de su atracción con el que hoy es su pareja, vinculación que se gestó meses antes de aquella decisiva noche en la “Palangana” del barrio del Albayzin.

El profesor Valerio Aliaga imparte actualmente clases en un instituto publico de enseñanza secundaria, sito en la capital salmantina. En esta emblemática y culta ciudad de la Comunidad de Castilla y León, convive felizmente con su pareja Helenio, natural de esta ciudad castellana, cualificado y reconocido profesional que diseña muebles y otros enseres para el hogar para distintas marcas de fabricantes, nacionales y extranjeras.

En numerosas ocasiones este profesional de la enseñanza se ha preguntado acerca del por qué nunca comenzó a escribir esa necesaria carta explicativa, dirigida a su compañera sentimental e íntima amiga Laura. Desde luego, careció de valentía o fuerza necesaria, durante aquella noche decisiva, para exponerle los motivos por los que ponía punto y final en la relación que mantenía con su compañera colegial. Ni aquella ni otras noches se sintió animado para aclararle su lucha por borrar u olvidar su verdadera realidad y necesidad sexual. De todas formas, él conoce perfectamente la evolución de Laura y la estable familia que hoy conforma con Roberto, a través de informaciones que ha ido recabando o le han llegado de manera espontánea y que alimentan su interés y curiosidad. No le cabe la menor duda de que la inteligencia de su antigua amiga le habrá permitido conocer el trasfondo humano que anida en muchas enigmáticas respuestas que ofrecemos, con esa casuística de caracteres, temperamentos, anhelos e inseguridades.

Laura nunca recibió esa carta no escrita, pero hoy podría fácilmente componer la realidad de su contenido. Sabe que su antigua pareja, Valerio, es actualmente feliz en el caminar de su vida. El destino quiso ser generoso en ayudarles, durante aquella decisiva noche de octubre, en un bohemio ventorrillo para sus encuentros afectivos.

 

AQUELLA CARTA QUE VALERIO

NUNCA ESCRIBIÓ

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

25 febrero 2022

                                                               Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 

 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario