Como hace la
mayoría de las tardes, Hernando camina
desde su domicilio en el centro antiguo de la ciudad, dirigiéndose hacia una
parada de bus en el Parque malacitano para ese encuentro vespertino con Carmina, su pareja afectiva desde hace unos
dos años. Ambos jóvenes finalizan su jornada laboral a las tres de la tarde,
dejando a esa hora sus respectivos “tediosos” y rutinarios trabajos (así los consideran)
como funcionarios de la administración pública. Ella se encuentra adscrita a la
delegación provincial de Hacienda, mientras que él presta sus servicios en las
oficinas de la Ciudad de la Justicia, puestos de trabajo conseguidos tras
superar sendas convocatorias restringidas para la estabilidad laboral del
personal contratado. Los dos auxiliares administrativos han de pasar que pasar
muchas de las horas del día sentados delante de la pantalla de sus respectivos
ordenadores, para organizar, controlar, revisar y archivar “multitud” de
expedientes, relativos a las funciones propias de sus respectivas delegaciones.
Para esta “servidumbre del papel”, la ayuda digital resulta muy necesaria y
efectiva, aunque también profundamente aburrida en la percepción de ambos
trabajadores.
Los dos
administrativos suelen comentar que el momento más feliz de su jornada laboral es
aquel en el que pueden abandonar durante un rato la silla de trabajo (relax que
tiene lugar a partir de las 9:30, según los días, desde la hora de entrada
oficial en sus respectivos puestos de trabajo, a las 8.00 a.m.) para hacer esos
minutos “oxigenantes” en los que tomar un tardío desayuno, acudiendo a una cafetería
próxima a sus respectivas delegaciones oficiales. Las tostadas con aceite de
oliva virgen y la muy caliente y apreciada taza de café con leche, suele ser la
petición más común entre estos bien trajeados clientes. El “breakfast” lo hacen
junto a ese compañero de turno, ya sea Abel, Marta, Sebastián o Marcela, intercambiándose
algún chascarrillo para comentar, distraer o exagerar.
Hernando vive
solo, después de su separación matrimonial con Gisela,
vínculo que duró apenas dos años y unos meses de contrastada convivencia. La
pareja decidió, después de varios desencuentros, seguir caminando por rutas
divergentes en sus respectivas existencias. Lo mejor de su experiencia en común
fue, en opinión de la pareja, la cómica fiesta de despedida que realizaron en
un fin de semana primaveral, a la que asistieron numerosos amigos, quienes evitaron
perderse esta singular celebración para tan divertido recordatorio. El clímax
de la fiesta se alcanzó cuando ambos anfitriones, con los brazos entrelazados, apagaron
las dos velitas y media y cortaron el primer triángulo de la apetitosa tarta de
chocolate y crema tostada, con simulaciones nevadas de esponjoso merengue,
formaciones que cortejaban a dos pequeños trineos de caramelo, dispuestos para
emprender rutas divergentes. Los celebrantes se intercambiaron, con encanto y
ternura, los mejores deseos para un espléndido futuro a recorrer, entre los
vítores enfervorecidos de los entusiasmados asistentes, quienes difícilmente
disimulaban su acumulado y alto nivel etílico que embriagaba oníricamente la
mente y algunas panzudas anatomías.
Quiso el
destino que, a causa de una gestión patrimonial en Hacienda, Hernando conociera
a Carmina, cuatro años mayor que él y funcionaria administrativa en ese
servicio. Al paso de los días, comenzaron a salir como amigos, aunque pronto lo
harían como amantes. La joven, de 36 años, también acumulaba algún que otro
fracaso sentimental en su cotidiana y un tanto anodina vivencia. Se citaban a
eso de las 18 horas, en una de las paradas del Parque malacitano que tiene el
bus municipal nº 11, pues ella reside en un apartamento alquilado situado en la
zona del barrio universitario de Teatinos. Hernando acude cada tarde hasta la
parada de la cita, caminando desde su piso también alquilado, en la zona
antigua de Dos Aceras. Tras los saludos pertinentes, dan un largo paseo por la
zona del Puerto o también acuden a las cafeterías ubicadas en el remodelado
barrio del Soho, donde descansan en alguna acogedora cafetería para merendar y
comentar los asuntos o novedades del día. Ciertamente mezclan los tiempos de silencio,
con los cruasanes, los sorbos de café, los temas recurrentes de la meteorología
y ese proyecto apenas dibujado para realizar en el fin de semana que, en la
mayoría de las ocasiones, se concreta en pasar juntos, con la intensidad
sentimental que especialmente ella demanda, la tarde dominguera en uno de los
dos domicilios respectivos.
Así iban
pasando los meses, con la rutina cansina de hacer casi todas las semanas
prácticamente lo mismo. Después de los primeros meses de relación sopesaron la
posibilidad de irse a vivir juntos, pero la indecisión en uno y en otro
protagonista fue postergando ese cambio de ruta que les habría hecho bastante
bien. Las experiencias respectivas les hacían ser bastante precavidos o
recelosos en ese paso de unir sus vidas para la convivencia continua. Carmina
no le ocultaba sus aventuras sentimentales con algunos compañeros de aventuras.
El problema, si se le puede llamar así, es que es una mujer muy sensual en sus
instintos, los que provoca el agotamiento de sus parejas, por sus demandas
hiperactivas en el ámbito sexual. En realidad, no lo aparentaba abiertamente,
pero en la intimidad provocaba el cansancio de las personas con las que se
relacionaba. Ciertamente con su nuevo amigo se mostraba más comedida, aunque
ritualizaba los encuentros del fin de semana con esas actitudes repetitivas e
intensivas, a las que Hernando, de temperamento menos apasionado, ofrecía cada
vez peor respuesta. La rutina de un día si y el otro igual que el anterior, iba
agotando la frescura ilusionada de los primeros encuentros y vivencias. Él se
sentía cansado y aburrido. Probablemente ella también. Pero se esforzaban en
disimular su estado pasional y así iban dejando pasar los días y las horas,
ante la dura alternativa de la soledad.
Y llegó esa primaveral
tarde de marzo. Los pasos de Hernando camino de la cita diaria eran
manifiestamente lentos, desde su cercano domicilio en la céntrica Dos aceras.
Carecía de motivación íntima para andar más deprisa. Al llegar a la lúdica y turística zona de
Alcazabilla, poblada como cada día por decenas de visitantes, que disfrutaban del
muy alegre ambiente cultural del Teatro Romano, la Alcazaba, el Museo de de
Málaga y el Picasso, junto a esa irrenunciable sociología tapera, culta y
desenfadada, del Pimpi, con sus mesas y terrazas siempre fieles y abarrotadas,
se detuvo unos minutos ante el “milagro” cinematográfico, que representan las
salas del Albéniz. Se distraía mirando una cartelera en V.O.S. siempre abierta
a los buenos aficionados, dispuestos a soñar y disfrutar con el “teatro”
fílmico proyectado sobre la gran pantalla. Cualquiera de las películas que se
publicitaban podían ser atractivas para bien salvar la tarde. La podría intercambiar
gustoso ante el previsible “tedio” que le aguardaba en esa parada del bus, repitiendo
cansinamente una tarde más, muy parecida a la de ayer y posiblemente igual que
la de mañana.
En esa
observancia cartelera se encontraba cuando percibió que alguien se le juntaba
para contemplar el mismo cartel anunciador de una de las películas proyectadas,
en alguna sala del complejo y coqueto recinto municipal. Giró su cabeza para
comprobar que se trataba de una joven que tendría más o menos su misma edad. La
película cuyo cartel ambos observaban se titulaba “Entre
rosas”, cine francés, con una imagen publicitaria de diseño verdaderamente
atrayente. Sus ojos volvieron a la publicidad fotográfica, pero de inmediato escuchó
un comentario en voz alta, procedente de la desconocida compañera, a quien
tenía a pocos centímetros de su cuerpo.
“Crees que puede estar bien? Y los criaderos de rosas que
aparecen en las fotos son verdaderamente espectaculares por su belleza. Estas
películas distraen e ilusionan, cuando peor nos sentimos. Vivir entre rosas
¡qué gozada!
La respuesta
del sorprendido y sonriente Hernando no tardó en llegar.
“¿Y qué te
parece si entramos a verla? Tienen una sesión a las seis y faltan aún unos
veinte minutos para el comienzo del pase. Una oportunidad así no se debe dejar sin
disfrutar. Seguro que acertamos con esta magnifica elección”.
Los dos
desconocidos se intercambiaron una larga y divertida sonrisa afirmativa,
asintiendo para emprender esa pequeña diablura que sus corazones apetecían.
“Aunque no
nos conocemos de nada, hemos coincido en el mismo gusto para disfrutar de lo
que sin duda debe ser un encanto de película. Déjame por tanto que te invite”
“La verdad es que no me esperaba esta oportunidad. Yo no
me llamo Rosa, pero también tengo un nombre vinculado, plenamente, a las
flores: Violeta. En realidad, los
nombres de flores siempre resultan agradables. Como tu dices, no dejemos pasar
esta singular oportunidad. Tengo la tarde libre y ver esta película puede ser
todo un regalo. Agradezco tu gentileza. Eres muy amable”.
Y así, esta
“extraña e improvisada pareja” entraron felices en la sala de las mil vidas en
pantalla, ajenos a cualquier otro condicionante para la prudencia. Todo había
comenzado con un sencillo interrogante ¿Crees que
puede estar bien? Aunque parezca extraño, la conciencia de Hernando
había “eclipsado” la evidencia de que una persona se iba a bajar del autobús,
unos minutos más tarde y no tendría delante a ese compañero, amigo y amante,
que cada una de las tardes estaba esperándola en la parada del Parque. Su mente
estaba absolutamente centrada en la ilusión que le proporcionaba conocer a esa
joven, de la que sólo sabía su nombre, que marchaba junto a él camino de la
sala 3, en donde se proyectaba la cinta.
Salieron contentos
de esa agradable comedia, entre cuyos “protagonistas” estaban centenares de
rosas preciosas, que sostenían la interpretación de los actores. Los dos
querían continuar con esa simpática travesura, centrada en el cartel expositor
de una película. Era necesario conocerse, así que continuaron la aventura, en
una pizzería cercana, con el romanticismo añadido de un joven cantautor,
precisamente de nacionalidad francesa, quien con su guitarra estuvo recitando
canciones que animaban la ingesta de los abundantes comensales que poblaban la
terraza. Hablaron y hablaron, para ir aclarando el camino del conocimiento
recíproco, sin abandonar ese misterio que ayuda a tonificar cualquier relación.
Violeta gozaba
de un carácter bastante agradable y siempre positivo. Aquellos que se
relacionaban con ella se sentían halagados y agradecidos por el buen trato que
solía deparar a su entorno convivencial. Físicamente, ofrecía una imagen
serenamente atractiva. Delgada, cabello castaño, ojos con una tonalidad entre celeste
y gris, destacando también en ella la acústica de su voz, dulce y melodiosa. A
pesar de su juventud, 31 años, se encontraba en estado de viudez, por un
desafortunado accidente de tráfico de la persona con la que se había casado
cuatro años antes. Trabajaba en una conocida librería, ubicada en el centro
vital de la ciudad y en su horario laboral tenía libre la tarde de los jueves.
Muy aficionada a las actividades culturales, especialmente al cine, era una
experta en el negocio de las publicaciones y la venta de libros.
Tras esa
grata e improvisada cena, Hernando se ofreció acompañarla a la parada del bus
11, precisamente el mismo lugar en que tenía que haber recogido a Carmina, en
su desplazamiento desde Teatinos. Ahora esa misma línea llevaría a Violeta a la
zona donde reside, en la barriada de El Palo. Antes de subirse al bus urbano,
Hernando le sugirió la posibilidad de un nuevo reencuentro para el inminente
fin de semana, a lo que Violeta respondió con una convincente y afirmativa
respuesta, quedando para contactar por teléfono cuyos números respectivos se
habían intercambiado.
La felicidad que
mostraba Hernando, por esa tarde tan nueva y divertida para su habitual
monotonía, en ningún momento fue eclipsada por su indecoroso comportamiento
ante Carmina. Se sentía “libre y desinhibido”, al haber dado un golpe de timón
a la rutina vital de cada día. Sin embargo, al llegar a su domicilio, pensaba
en como justificar su ausencia ante el previsible enfado de su pareja, con el desairado
plantón que le había proporcionado. En realidad, su corazón, mente y
sentimiento le estaban pidiendo y aconsejando que esa relación, ya agotada,
tenía que llegar a su fin de alguna manera. Lo que más le extrañaba, en su
“infantil” actitud de ese día, era no haber recibido llamada alguna de Carmina.
Pensó incluso que tal vez le hubiera acompañado la suerte y a ella le hubiera
surgido algún asunto imprevisto para no acudir tampoco a la “tediosa” cita
diaria.
Le estuvo
dando algunas vueltas al enojoso asunto y al fin se armó de valor para marcar
el número de Carmina. En principio pensaba disculparse, aludiendo a una
imprevista indisposición estomacal, que incluso le había llevado a desplazarse
a la urgencia del Ángel, para que le recetaran algún medicamento al efecto. La supuesta
y endeble historia difícilmente podía pasar por la cerradura de la credibilidad,
pero no le ocurría nada mejor para calmar el previsible enfado de una mujer
“plantada”.
Para su
asombro Carmina aceptó sin más su explicación, evitando dar muestras de
disgusto o reproche. Le aclaró que ella tampoco había podido acudir a la cita
de esa tarde, pues la llamada urgente de una compañera de trabajo, por razones
médicas, le hizo alterar toda la agenda prevista. Que pensaba haberle llamado,
pero que no lo hizo por la tensión nerviosa del caso. Añadió, de una forma un
tanto misteriosa, que en la tarde siguiente necesitaba hablar de un asunto de
suma importancia con él, rogándole que no faltara a esa reunión. El punto de
encuentro sería en un lugar diferente al usual: se verían a la hora habitual de
las seis de la tarde, en la Cafetería La Bella Julieta, en calle Puerta del
Mar.
Para la mejor
suerte de Hernando, en esa reunión del viernes, Carmina se mostró muy serena y
cordial, aunque con un planteamiento bien argumentado y no exento de firmeza.
Le confesó que estaba cansada de la rutina vivencial que ambos mantenían. Que
necesitaba pensar con sosiego el nuevo giro que deseaba dar a su vida. La
respuesta de Hernando fue prácticamente coincidente, con la que había sido su
compañera hasta el momento. Ambos acordaron darse un plazo amplio, para
reorganizar sus vidas y recuperar esa ilusión que sentían como perdida, a causa
de hacer cada día prácticamente lo mismo. Se comprometieron a mantener su
amistad, aunque aparcando esa vinculación sentimental y sexual que consideraban
plenamente agotada. Trataron de escenificar una elevada madurez y equilibrio
anímico, ante la decisión que adoptaban, aunque, en realidad, “la alegría iba
por dentro” en uno y otro interlocutor.
Han pasado muchas
semanas y ninguno de los protagonistas que dialogaron amablemente en la
Cafetería La Bella Julieta, aquel viernes de primavera, han intentado recuperar
sus antiguos hábitos sentimentales. Sólo alguna llamada cordial por parte de
Hernando a su antigua pareja, preguntando si todo le va bien, con la respuesta
educada pero fría de Carmina, ante un pasado que ya es historia. La relación de
Hernando y Violeta evoluciona por caminos de ilusionada esperanza. Aunque la
pareja no se ve a diario, rentabilizan los fines de semana con actividades
lúdicas que les tonifican física y anímicamente, especialmente con saludables
salidas a la naturaleza. El carácter de Violeta, encantador, paciente y
sugerente, logra dulcificar una relación en la que no tiene lugar el agobio o
la tensión rutinaria. Incluso en el amor muestran el equilibrio y la recíproca
entrega de dos seres que se necesitan y complementan. Hacen planes para unir
administrativamente sus vidas, sin prisas, pero al tiempo sin pausas.
Cierto día Hernando había quedado para cenar con Álvaro, un amigo de la infancia al que no veía desde hacía años. Quedaron citados, como hacían en los ya lejanos tiempos de la adolescencia, en la Plaza de la Marina, desde donde pensaban dirigirse a un restaurante muy popular ubicado en la calle Alcazabilla. Como habían reservado mesas para las 9.30 de la noche y disponían de casi una hora para acceder al restaurante, decidieron tomar alguna cerveza como aperitivo en algún bar de la zona. Ambos amigos estaban apoyados en la barra y, en un momento concreto, Hernando observó a través del espejo mural posterior del mostrador a dos personas que charlaban y reían animadamente en una de las esquinas del abarrotado local. Eran dos mujeres, a las que reconoció de inmediato y que estaban sentadas de espaldas a la barra, con la visión hacia el exterior del recinto. Para su sorpresa, eran Violeta y Carmina. Nunca le había comentado a su actual pareja acerca de su anterior relación con la sensual funcionaria de Hacienda. -
LOS VÉRTICES OCULTOS DE
UNA RELACIÓN SENTIMENTAL
José
L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
04 marzo
2022
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog
personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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