viernes, 4 de marzo de 2022

LOS VÉRTICES OCULTOS DE UNA RELACIÓN SENTIMENTAL.

Como hace la mayoría de las tardes, Hernando camina desde su domicilio en el centro antiguo de la ciudad, dirigiéndose hacia una parada de bus en el Parque malacitano para ese encuentro vespertino con Carmina, su pareja afectiva desde hace unos dos años. Ambos jóvenes finalizan su jornada laboral a las tres de la tarde, dejando a esa hora sus respectivos “tediosos” y rutinarios trabajos (así los consideran) como funcionarios de la administración pública. Ella se encuentra adscrita a la delegación provincial de Hacienda, mientras que él presta sus servicios en las oficinas de la Ciudad de la Justicia, puestos de trabajo conseguidos tras superar sendas convocatorias restringidas para la estabilidad laboral del personal contratado. Los dos auxiliares administrativos han de pasar que pasar muchas de las horas del día sentados delante de la pantalla de sus respectivos ordenadores, para organizar, controlar, revisar y archivar “multitud” de expedientes, relativos a las funciones propias de sus respectivas delegaciones. Para esta “servidumbre del papel”, la ayuda digital resulta muy necesaria y efectiva, aunque también profundamente aburrida en la percepción de ambos trabajadores.

Los dos administrativos suelen comentar que el momento más feliz de su jornada laboral es aquel en el que pueden abandonar durante un rato la silla de trabajo (relax que tiene lugar a partir de las 9:30, según los días, desde la hora de entrada oficial en sus respectivos puestos de trabajo, a las 8.00 a.m.) para hacer esos minutos “oxigenantes” en los que tomar un tardío desayuno, acudiendo a una cafetería próxima a sus respectivas delegaciones oficiales. Las tostadas con aceite de oliva virgen y la muy caliente y apreciada taza de café con leche, suele ser la petición más común entre estos bien trajeados clientes. El “breakfast” lo hacen junto a ese compañero de turno, ya sea Abel, Marta, Sebastián o Marcela, intercambiándose algún chascarrillo para comentar, distraer o exagerar.

Hernando vive solo, después de su separación matrimonial con Gisela, vínculo que duró apenas dos años y unos meses de contrastada convivencia. La pareja decidió, después de varios desencuentros, seguir caminando por rutas divergentes en sus respectivas existencias. Lo mejor de su experiencia en común fue, en opinión de la pareja, la cómica fiesta de despedida que realizaron en un fin de semana primaveral, a la que asistieron numerosos amigos, quienes evitaron perderse esta singular celebración para tan divertido recordatorio. El clímax de la fiesta se alcanzó cuando ambos anfitriones, con los brazos entrelazados, apagaron las dos velitas y media y cortaron el primer triángulo de la apetitosa tarta de chocolate y crema tostada, con simulaciones nevadas de esponjoso merengue, formaciones que cortejaban a dos pequeños trineos de caramelo, dispuestos para emprender rutas divergentes. Los celebrantes se intercambiaron, con encanto y ternura, los mejores deseos para un espléndido futuro a recorrer, entre los vítores enfervorecidos de los entusiasmados asistentes, quienes difícilmente disimulaban su acumulado y alto nivel etílico que embriagaba oníricamente la mente y algunas panzudas anatomías.

Quiso el destino que, a causa de una gestión patrimonial en Hacienda, Hernando conociera a Carmina, cuatro años mayor que él y funcionaria administrativa en ese servicio. Al paso de los días, comenzaron a salir como amigos, aunque pronto lo harían como amantes. La joven, de 36 años, también acumulaba algún que otro fracaso sentimental en su cotidiana y un tanto anodina vivencia. Se citaban a eso de las 18 horas, en una de las paradas del Parque malacitano que tiene el bus municipal nº 11, pues ella reside en un apartamento alquilado situado en la zona del barrio universitario de Teatinos. Hernando acude cada tarde hasta la parada de la cita, caminando desde su piso también alquilado, en la zona antigua de Dos Aceras. Tras los saludos pertinentes, dan un largo paseo por la zona del Puerto o también acuden a las cafeterías ubicadas en el remodelado barrio del Soho, donde descansan en alguna acogedora cafetería para merendar y comentar los asuntos o novedades del día. Ciertamente mezclan los tiempos de silencio, con los cruasanes, los sorbos de café, los temas recurrentes de la meteorología y ese proyecto apenas dibujado para realizar en el fin de semana que, en la mayoría de las ocasiones, se concreta en pasar juntos, con la intensidad sentimental que especialmente ella demanda, la tarde dominguera en uno de los dos domicilios respectivos.

Así iban pasando los meses, con la rutina cansina de hacer casi todas las semanas prácticamente lo mismo. Después de los primeros meses de relación sopesaron la posibilidad de irse a vivir juntos, pero la indecisión en uno y en otro protagonista fue postergando ese cambio de ruta que les habría hecho bastante bien. Las experiencias respectivas les hacían ser bastante precavidos o recelosos en ese paso de unir sus vidas para la convivencia continua. Carmina no le ocultaba sus aventuras sentimentales con algunos compañeros de aventuras. El problema, si se le puede llamar así, es que es una mujer muy sensual en sus instintos, los que provoca el agotamiento de sus parejas, por sus demandas hiperactivas en el ámbito sexual. En realidad, no lo aparentaba abiertamente, pero en la intimidad provocaba el cansancio de las personas con las que se relacionaba. Ciertamente con su nuevo amigo se mostraba más comedida, aunque ritualizaba los encuentros del fin de semana con esas actitudes repetitivas e intensivas, a las que Hernando, de temperamento menos apasionado, ofrecía cada vez peor respuesta. La rutina de un día si y el otro igual que el anterior, iba agotando la frescura ilusionada de los primeros encuentros y vivencias. Él se sentía cansado y aburrido. Probablemente ella también. Pero se esforzaban en disimular su estado pasional y así iban dejando pasar los días y las horas, ante la dura alternativa de la soledad.

Y llegó esa primaveral tarde de marzo. Los pasos de Hernando camino de la cita diaria eran manifiestamente lentos, desde su cercano domicilio en la céntrica Dos aceras. Carecía de motivación íntima para andar más deprisa.  Al llegar a la lúdica y turística zona de Alcazabilla, poblada como cada día por decenas de visitantes, que disfrutaban del muy alegre ambiente cultural del Teatro Romano, la Alcazaba, el Museo de de Málaga y el Picasso, junto a esa irrenunciable sociología tapera, culta y desenfadada, del Pimpi, con sus mesas y terrazas siempre fieles y abarrotadas, se detuvo unos minutos ante el “milagro” cinematográfico, que representan las salas del Albéniz. Se distraía mirando una cartelera en V.O.S. siempre abierta a los buenos aficionados, dispuestos a soñar y disfrutar con el “teatro” fílmico proyectado sobre la gran pantalla. Cualquiera de las películas que se publicitaban podían ser atractivas para bien salvar la tarde. La podría intercambiar gustoso ante el previsible “tedio” que le aguardaba en esa parada del bus, repitiendo cansinamente una tarde más, muy parecida a la de ayer y posiblemente igual que la de mañana.

En esa observancia cartelera se encontraba cuando percibió que alguien se le juntaba para contemplar el mismo cartel anunciador de una de las películas proyectadas, en alguna sala del complejo y coqueto recinto municipal. Giró su cabeza para comprobar que se trataba de una joven que tendría más o menos su misma edad. La película cuyo cartel ambos observaban se titulaba “Entre rosas”, cine francés, con una imagen publicitaria de diseño verdaderamente atrayente. Sus ojos volvieron a la publicidad fotográfica, pero de inmediato escuchó un comentario en voz alta, procedente de la desconocida compañera, a quien tenía a pocos centímetros de su cuerpo.

“Crees que puede estar bien? Y los criaderos de rosas que aparecen en las fotos son verdaderamente espectaculares por su belleza. Estas películas distraen e ilusionan, cuando peor nos sentimos. Vivir entre rosas ¡qué gozada!

La respuesta del sorprendido y sonriente Hernando no tardó en llegar.

“¿Y qué te parece si entramos a verla? Tienen una sesión a las seis y faltan aún unos veinte minutos para el comienzo del pase. Una oportunidad así no se debe dejar sin disfrutar. Seguro que acertamos con esta magnifica elección”.

Los dos desconocidos se intercambiaron una larga y divertida sonrisa afirmativa, asintiendo para emprender esa pequeña diablura que sus corazones apetecían.

“Aunque no nos conocemos de nada, hemos coincido en el mismo gusto para disfrutar de lo que sin duda debe ser un encanto de película. Déjame por tanto que te invite”

“La verdad es que no me esperaba esta oportunidad. Yo no me llamo Rosa, pero también tengo un nombre vinculado, plenamente, a las flores: Violeta. En realidad, los nombres de flores siempre resultan agradables. Como tu dices, no dejemos pasar esta singular oportunidad. Tengo la tarde libre y ver esta película puede ser todo un regalo. Agradezco tu gentileza. Eres muy amable”.

Y así, esta “extraña e improvisada pareja” entraron felices en la sala de las mil vidas en pantalla, ajenos a cualquier otro condicionante para la prudencia. Todo había comenzado con un sencillo interrogante ¿Crees que puede estar bien? Aunque parezca extraño, la conciencia de Hernando había “eclipsado” la evidencia de que una persona se iba a bajar del autobús, unos minutos más tarde y no tendría delante a ese compañero, amigo y amante, que cada una de las tardes estaba esperándola en la parada del Parque. Su mente estaba absolutamente centrada en la ilusión que le proporcionaba conocer a esa joven, de la que sólo sabía su nombre, que marchaba junto a él camino de la sala 3, en donde se proyectaba la cinta.

Salieron contentos de esa agradable comedia, entre cuyos “protagonistas” estaban centenares de rosas preciosas, que sostenían la interpretación de los actores. Los dos querían continuar con esa simpática travesura, centrada en el cartel expositor de una película. Era necesario conocerse, así que continuaron la aventura, en una pizzería cercana, con el romanticismo añadido de un joven cantautor, precisamente de nacionalidad francesa, quien con su guitarra estuvo recitando canciones que animaban la ingesta de los abundantes comensales que poblaban la terraza. Hablaron y hablaron, para ir aclarando el camino del conocimiento recíproco, sin abandonar ese misterio que ayuda a tonificar cualquier relación.

Violeta gozaba de un carácter bastante agradable y siempre positivo. Aquellos que se relacionaban con ella se sentían halagados y agradecidos por el buen trato que solía deparar a su entorno convivencial. Físicamente, ofrecía una imagen serenamente atractiva. Delgada, cabello castaño, ojos con una tonalidad entre celeste y gris, destacando también en ella la acústica de su voz, dulce y melodiosa. A pesar de su juventud, 31 años, se encontraba en estado de viudez, por un desafortunado accidente de tráfico de la persona con la que se había casado cuatro años antes. Trabajaba en una conocida librería, ubicada en el centro vital de la ciudad y en su horario laboral tenía libre la tarde de los jueves. Muy aficionada a las actividades culturales, especialmente al cine, era una experta en el negocio de las publicaciones y la venta de libros.

Tras esa grata e improvisada cena, Hernando se ofreció acompañarla a la parada del bus 11, precisamente el mismo lugar en que tenía que haber recogido a Carmina, en su desplazamiento desde Teatinos. Ahora esa misma línea llevaría a Violeta a la zona donde reside, en la barriada de El Palo. Antes de subirse al bus urbano, Hernando le sugirió la posibilidad de un nuevo reencuentro para el inminente fin de semana, a lo que Violeta respondió con una convincente y afirmativa respuesta, quedando para contactar por teléfono cuyos números respectivos se habían intercambiado.

La felicidad que mostraba Hernando, por esa tarde tan nueva y divertida para su habitual monotonía, en ningún momento fue eclipsada por su indecoroso comportamiento ante Carmina. Se sentía “libre y desinhibido”, al haber dado un golpe de timón a la rutina vital de cada día. Sin embargo, al llegar a su domicilio, pensaba en como justificar su ausencia ante el previsible enfado de su pareja, con el desairado plantón que le había proporcionado. En realidad, su corazón, mente y sentimiento le estaban pidiendo y aconsejando que esa relación, ya agotada, tenía que llegar a su fin de alguna manera. Lo que más le extrañaba, en su “infantil” actitud de ese día, era no haber recibido llamada alguna de Carmina. Pensó incluso que tal vez le hubiera acompañado la suerte y a ella le hubiera surgido algún asunto imprevisto para no acudir tampoco a la “tediosa” cita diaria.  

Le estuvo dando algunas vueltas al enojoso asunto y al fin se armó de valor para marcar el número de Carmina. En principio pensaba disculparse, aludiendo a una imprevista indisposición estomacal, que incluso le había llevado a desplazarse a la urgencia del Ángel, para que le recetaran algún medicamento al efecto. La supuesta y endeble historia difícilmente podía pasar por la cerradura de la credibilidad, pero no le ocurría nada mejor para calmar el previsible enfado de una mujer “plantada”.

Para su asombro Carmina aceptó sin más su explicación, evitando dar muestras de disgusto o reproche. Le aclaró que ella tampoco había podido acudir a la cita de esa tarde, pues la llamada urgente de una compañera de trabajo, por razones médicas, le hizo alterar toda la agenda prevista. Que pensaba haberle llamado, pero que no lo hizo por la tensión nerviosa del caso. Añadió, de una forma un tanto misteriosa, que en la tarde siguiente necesitaba hablar de un asunto de suma importancia con él, rogándole que no faltara a esa reunión. El punto de encuentro sería en un lugar diferente al usual: se verían a la hora habitual de las seis de la tarde, en la Cafetería La Bella Julieta, en calle Puerta del Mar.

Para la mejor suerte de Hernando, en esa reunión del viernes, Carmina se mostró muy serena y cordial, aunque con un planteamiento bien argumentado y no exento de firmeza. Le confesó que estaba cansada de la rutina vivencial que ambos mantenían. Que necesitaba pensar con sosiego el nuevo giro que deseaba dar a su vida. La respuesta de Hernando fue prácticamente coincidente, con la que había sido su compañera hasta el momento. Ambos acordaron darse un plazo amplio, para reorganizar sus vidas y recuperar esa ilusión que sentían como perdida, a causa de hacer cada día prácticamente lo mismo. Se comprometieron a mantener su amistad, aunque aparcando esa vinculación sentimental y sexual que consideraban plenamente agotada. Trataron de escenificar una elevada madurez y equilibrio anímico, ante la decisión que adoptaban, aunque, en realidad, “la alegría iba por dentro” en uno y otro interlocutor.

Han pasado muchas semanas y ninguno de los protagonistas que dialogaron amablemente en la Cafetería La Bella Julieta, aquel viernes de primavera, han intentado recuperar sus antiguos hábitos sentimentales. Sólo alguna llamada cordial por parte de Hernando a su antigua pareja, preguntando si todo le va bien, con la respuesta educada pero fría de Carmina, ante un pasado que ya es historia. La relación de Hernando y Violeta evoluciona por caminos de ilusionada esperanza. Aunque la pareja no se ve a diario, rentabilizan los fines de semana con actividades lúdicas que les tonifican física y anímicamente, especialmente con saludables salidas a la naturaleza. El carácter de Violeta, encantador, paciente y sugerente, logra dulcificar una relación en la que no tiene lugar el agobio o la tensión rutinaria. Incluso en el amor muestran el equilibrio y la recíproca entrega de dos seres que se necesitan y complementan. Hacen planes para unir administrativamente sus vidas, sin prisas, pero al tiempo sin pausas.

Cierto día Hernando había quedado para cenar con Álvaro, un amigo de la infancia al que no veía desde hacía años. Quedaron citados, como hacían en los ya lejanos tiempos de la adolescencia, en la Plaza de la Marina, desde donde pensaban dirigirse a un restaurante muy popular ubicado en la calle Alcazabilla. Como habían reservado mesas para las 9.30 de la noche y disponían de casi una hora para acceder al restaurante, decidieron tomar alguna cerveza como aperitivo en algún bar de la zona. Ambos amigos estaban apoyados en la barra y, en un momento concreto, Hernando observó a través del espejo mural posterior del mostrador a dos personas que charlaban y reían animadamente en una de las esquinas del abarrotado local. Eran dos mujeres, a las que reconoció de inmediato y que estaban sentadas de espaldas a la barra, con la visión hacia el exterior del recinto. Para su sorpresa, eran Violeta y Carmina. Nunca le había comentado a su actual pareja acerca de su anterior relación con la sensual funcionaria de Hacienda. -

 

 

LOS VÉRTICES OCULTOS DE 

UNA RELACIÓN SENTIMENTAL

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

04 marzo 2022

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