Ya en la
cocina, el amable emisario le indicó los tuppers o topers que tendrían que ser
calentados en el microondas (no más que un par de minutos, a plena potencia)
mientras que las bebidas y la tarta helada de crema tostada, con cabello de
ángel y trocitos de mango y maracuyá, fueron colocadas por el representante del
servicio en los espacios más adecuados del no muy ocupado frigorífico. Una vez
todo ordenado, firmó el recibo de la muy suculenta cena contratada, despidiendo
al operario con la propina correspondiente, que éste agradeció con una cordial
inclinación de la cabeza y torso de su muy estilizado cuerpo.
Miró su reloj
de pulsera y se tranquilizó. Aún faltaban unas horas para la llegada de los
comensales invitados. Los elegidos para disfrutar el ágape de celebración de su
cumpleaños (la significativa fecha del cincuenta aniversario) eran dos grandes
amigos: por una parte LUCIANO,
director de la editorial Fénix, grupo empresarial en el que había publicado
toda su creatividad literaria (cuatro densas novelas, hasta el momento) quien
había prometido acudir a la cita acompañado por GRACIELA,
su nueva y jovencísima pareja sentimental, tras la “sonada” separación conyugal
que había realizado con Begoña, después de veintisiete años de matrimonio y dos
hijas ya casadas. La otra privilegiada pareja invitada estaba compuesta por DENCIA (Providencia) una esbelta y bien parecida
profesional de la abogacía, con quien el celebrante había compartido la unión
afectiva, durante casi una década y sin vínculo administrativo o religioso de
por medio, hasta el verano pasado. La especial invitada le aclaró que acudiría
a la cena acompañada con su nueva pareja, BRUNO,
doce años menos que la abogada, un joven profesional de la estética que trabajaba
en un centro de bronceado artificial y masajes de alto standing. El escritor y
la experta en leyes habían realizado una muy civilizada y amistosa separación
de su unión sentimental hacia unos meses, por lo que Dencia nunca defraudaba
las peticiones que le hacía la persona con la que había compartido una intensa
y gozosa década afectiva, en su siempre atareada y estresada labor ante los
tribunales de justicia.
ANDER Alara
celebraba ese lluvioso sábado de febrero su medio siglo de vida. Era un reconocido
escritor que había publicado cuatro novelas. Sus dos primeras obras habían
tenido excelentes resultados de crítica y venta, incluso teniendo que ser
reeditadas. Sin embargo, los dos últimos trabajos había sido inesperados
fracasos en las cifras de ejemplares vendidos, ante una crítica especializada
que percibía e insistía en el evidente “cansancio creativo” generado en la
narrativa del siempre prometedor escritor. Sin embargo, Luciano seguía creyendo
“ciegamente” en las posibilidades expresivas de su amigo, a quien le había dado
una nueva prueba de confianza, encargándole un nuevo trabajo u oportunidad, con
el que esperaban recuperar la receptividad perdida de los lectores. Incluso en
algún momento le había sugerido la conveniencia de que emprendiese un largo
itinerario viajero, por zona alejadas de la concentración o densificación
europea, lúdico periplo que Ander no descartaba comenzar, a fin de asimilar
nuevas vivencias y contactos que, posteriormente, repercutieran positivamente
en la inspiración de interesantes contenidos argumentales para su cromática y
vocacional prosa. Sufría el “agobio” y la preocupación subsiguiente ante la
incómoda etapa plana en la que se veía sumido. Llevaba meses iniciando y
abandonando algunos interesantes temas argumentales que, tras teclear algunos
folios, cuando hacía la necesaria relectura caía en la cuenta de que sus
contenidos carecían de la necesaria fuerza motivadora para las exigencias del
público lector, que le estaba paulatinamente abandonando en su anterior y fiel
seguimiento.
En ese
contexto, tenía previsto contratar un grato viaje en el que giraría visita a su
amigo Aphoros, también escritor, de
nacionalidad griega y que residía en la paradisiaca isla de Naxos en las
Cícladas del mar Egeo. Mantenía una excelente relación epistolar con este
veterano literato, amante de la buena comida y mejor bebida, desde un
fructífero congreso de literatura mediterránea al que ambos asistieron hacía ya
dos veranos. Aphoros, soltero como él, pero que narraba con pícara sonrisa sus
pasionales y sensuales aventuras con atractivas compañeras “en cada puerto y en
cada localidad” le invitaba a que pasara el tiempo que quisiera en su acogedora
casa “por cuyas ventanas y terrazas te puedes sentir como navegando por ese mar
en calma que sosiega y vitaliza, desde el alegre amanecer hasta esa aurea
despedida que realiza el astro solar en los anaranjados aterdeceres”. Ander
tenía fundadas esperanzas en que esas helénicas vacaciones de diez días, que se
había propuesto realizar, le ayudasen en recargar unas pilas creativas que se
habían ido desvitalizando poco a poco, por esos misterios y desvaríos que la
naturaleza nos impone para la humana superación.
LA LLEGADA DE LOS INVITADOS
Los afortunados
y especiales invitados tenían prevista su llegada a partir de las 20:30, pues
la cena había quedado fijada para media hora más tarde. Sobre las siete de la tarde,
Ander comenzó a montar la mesa, con el menaje correspondiente. También
seleccionó de su fonoteca unas románticas piezas melódicas, las cuales
acompañarían y darían amenidad y distinción a tan grata velada. La primera
pareja en tocar el timbre de su domicilio fue la de Dencia, acompañada del
joven Bruno, ambos cogidos cariñosamente de la mano como “dos tortolitos”. Los
saludos fueron muy cordiales y afectivos, intercambiándose besos para una mayor
proximidad. Desde el primer instante, el especialista en masajes y bronceados
se esforzó en comportarse de la manera más amable y servicial, pues no quería
caer mal al protagonista de la fiesta y propietario de la casa, el antiguo amor
de su compañera. A pesar del esfuerzo de los tres, la atmósfera obvia de los
recuerdos ponía un tanto nervioso a Bruno, 32 años frente a los 42 que
alcanzaba Dencia. Además de un par de botellas de vino tinto de reserva,
entregaron al celebrante un elegante y muy útil regalo de cumpleaños: se
trataba de una potente traductora portátil, “último grito” en el mercado
informático, de la prestigiosa marca Apple. Dotada con dos teras de memoria (funcionaba
también como disco duro de almacenamiento) podía escanear y traducir textos a
una sorprendente velocidad de escasos segundos. Tenía reconocimiento de voz y
podía funcionar de manera inalámbrica. Su autonomía de carga alcanzaba hasta las
ocho horas.
Ander se
mostraba como un eufórico niño pequeño, al que le acaban de entregar el mejor
regalo que podía esperar, mientras que la pareja invitada disfrutaba con el
acierto del versátil presente elegido (traducía hasta veinte idiomas, con su
potente software). En esa divertida atmósfera se hallaban, cuando sonó de nuevo
el timbre, avisando de la llegada de la pareja que faltaba. Tras franquear
sonriente la puerta, aparecía la oronda humanidad de Luciano, 58 años, luciendo
una juvenil trenca de paño azul, llevando de la mano a la jovencísima Graciela
(que no había llegado aún a la treintena en su calendario) quien, tras la
presentación y saludos cariñosos, hablaba poco, pero no cesaba de emitir
sonrisas y risas nerviosas, como respuestas a cualquier comentario que se le plantease.
A pesar del frío reinante en el exterior de la vivienda, la auxiliar
administrativa del jefe y compañero sentimental Luciano lucía una atrevida
minifalda, que le permitía mostrar unas bien conformadas y escultóricas
piernas, sólo cubiertas por finas medias de suave tonalidad violeta. Calzaba, a
pesar de la temperatura invernal, unas sandalias de fiesta de charol negro,
adornadas con “lujosas” perlas de nácar rosa, regalo para la ocasión de su
enamorado y feliz compañero.
Luciano
también traía, en una gran bolsa de plástico azul, un regalo para Ander. Tras
deshacerse del incómodo envoltorio de papel coloreado, “blindado” con cintas
adhesivas por todos sus pliegues, el ilusionado escritor extrajo una lujosa
escribanía de piel, color marrón oscuro, con reloj digital y micro radio
incorporada, para colocarla como soporte en la mesa de escritura. Además,
habían tenido la ocurrencia de parar en una pizzería cercana, en la que habían
adquirido dos unidades familiares de “quattro stagioni” “esto nos servirá de
estupendo aperitivo, para la deliciosa comilona que, a buen seguro, nos tienes
preparada, afamado escritor”. Todo el ambiente rezumaba cordialidad, fraternal
armonía, simpatía a raudales y sonrisas por doquier.
Tras
agradecer a sus invitados los generosos y acertados regalos recibidos, el
anfitrión puso de inmediato una agradable música ambiental, moduló la
intensidad de la calefacción y llenó cinco copas de tinto Rioja para ir
entrando en faena, ante la “emocionante” noche que iban a disfrutar. Toda una
estupenda velada se iniciaba, en esa tormentosa noche de febrero.
Dencia y
Graciela se comprometieron a preparar la mesa, organizando las bandejas de
entremeses ibéricos y los tuppers que había que calentar, según las
indicaciones del operario de la prestigiosa Lepanto que trajo el cáterin. Era
obvio que Dencia se las arreglaba a las mil maravillas, pues conocía todos los
entresijos de la cocina del piso, sabiendo dónde estaban todas las cosas
necesarias. Allí había vivido, durante casi una década, un intenso idilio con
el anfitrión de la cena. Los tres hombres tomaron asiento en el salón comedor
del amplio apartamento, disfrutando con el contenido de sus copas de vino. La
temperatura cálida, modulada por una moderna y silenciosa bomba de calor en la
calefacción, los hacía sentirse cómodamente confortados y animados para la
charla. Los tres tertulianos, con diferentes caracteres, pertenecían a
diferentes generaciones. El más incómodo y nervioso, a pesar de su forzado
disimulo, era Bruno quien cada minuto que pasaba se sentía como un “pollo en
corral ajeno”. Tras el consabido comentario acerca del estado de la atmósfera,
con una lluvia cada vez más intensa que potenciaba el aparato eléctrico de la
tormenta exterior, entraron de lleno en temas editoriales, ajenos al interés y
preparación del masajista estético, que tomaba sorbo tras sorbo de su copa,
entre sonrisas y muestras de interés hacia unos diálogos cuyos contenidos poco
o nada “le decían” y en los que no participaba.
EL APAGÓN
Apenas
llevaban 10 minutos las dos mujeres “maquinando” en la cocina, luciendo
cromáticos delantales sobre sus delicados cuerpos, cuando se escuchó un fuerte
chasquido, saltando el relé diferencial del cuadro eléctrico de la vivienda. De
inmediato, todas las dependencias del lujoso apartamento quedaron sumidas en la
más absoluta oscuridad, para sorpresa e impacto de los “asustados” comensales.
El reloj marcaba las 9:35 de la noche. Tras la primera sorpresa, todos
generaron diversas soluciones en medio de risas nerviosas, pues apenas podían
moverse a riesgo de tropezar con los muebles. Como solución inicial, echaron
mano de las linternas aplicadas en sus móviles, mezclando bromas y
chascarrillos para destensionar la incómoda situación. Así se fueron desplazando
con cuidado hacia el cuadro eléctrico, situado junto a la puerta de entrada. Apiñados de manera infantil junto al mismo, buscaban cuál de las teclas había saltado. Pero
cada vez que subían la tecla general, ésta volvía a saltar. Parecía un
cortocircuito “de manual”. Lógicamente, no se conocía con certeza el origen de
este inoportuno fallo eléctrico.
En eso
estaban, cuando alguna luz de los móviles usados comenzó a parpadear, indicando
el agotamiento de la batería correspondiente. ¡Precisamente este fallo tiene
que suceder en un momento de importante necesidad! ¿Dónde tienes las velas?
Preguntaban a Ander. Con precaución se desplazaron hacia el mueble fregadero,
buscando las muy necesarias velas con la que alumbrarse. Para sorpresa de
todos, la caja plana de las velas estaba completamente vacía. Entonces surgió
el “reproche” (medio en broma, medio en serio) propio ante la situación “Pero
hombre, ahora resulta que se te han acabado las velas, cuando más falta nos hacen.
No pensarás que vamos a cenar con los móviles alumbrando los platos. Y para
calentar la comida, pues buscamos una barbacoa …” De inmediato Ander propuso consultar
al vecino de planta, para comprobar si era un problema general o sólo de su
domicilio. Miró por el hueco de las escaleras y las luces se encendían. Para colmo
los Santos Campana habrían salido, aunque el timbre de su puerta había sonado,
por lo que dedujo tendrían fluido eléctrico en casa. Era evidente que el fallo
eléctrico era un problema puntual de su puso.
Los nervios
comenzaron a aflorar. En unos y en otros. Entonces alguien se acordó del seguro
del hogar. “Voy a llamarles. Creo que ellos tendrán alguna solución para
resolver esta muy inoportuna e incómoda situación. Lo arreglarán de la manera
más urgente”. Se desplazó tanteando a la cocina, por que los demás no paraban
de hablar, cada vez más inquietos, molestando para la necesaria comunicación
que iba a mantener. Pero era sábado por la noche y le informaron que el único
servicio urgente disponible de electricidad se encontraba reparando una avería por
la zona de las Chapas marbellí. La compañía de seguros no concretaba cuándo
podrían desplazarse al domicilio de Ander. La discusión que el asegurado
mantenía con la persona que atendía el teléfono iba subiendo de tono, se
escuchaban palabras duras de protesta e incluso gritos que fueron enturbiando
el muy oscurecido ambiente, todo ello mezclado con la acústica tormentosa que
castigaba a la ciudad, con el tronar constante del luminoso “aparato eléctrico”.
Todos miraban
(con la blanca luz “mortecina” de las linternas que aún funcionaban) al
abrumado anfitrión, que soportaba la incomodidad expresiva de los invitados,
con sus breves e irónicos comentarios y nerviosos gestos faciales. Las bromas
habían cesado, llegaba el momento de los silencios y los reproches. Ante el
propósito de Ander de bajar a la calle y llegarse al establecimiento chino de
la plaza (que solía estar abierto hasta las primeras horas de la madrugada)
Bruno se ofreció a hacerlo, pues el joven se seguía sintiendo un tanto
desplazado entre todos esos antiguos amigos, que cada vez disimulaban menos su patente
enfado. A pesar del paraguas, el compañero de Dencia volvió al piso
completamente empapado. La lluvia tormentosa arreciaba. Traía dos medias velas de
cera violeta, recibidas con punzante ironía, único color que quedaba disponible
en el bazar oriental. De inmediato fueron encendidas, aunque no cesaban de
chisporrotear, debido probablemente a su baja calidad.
Eran ya las
10:45 y la cena seguía sin iniciarse. Alguien comentó que tenía hambre, pero en
los rostros de unos y otros se percibía cierto cansancio y frustración debido a
que la situación iba de mal en peor. Podían, a la luz de una vela
“entristecida” empezar por las pizzas, que estaban frías, como la temperatura
ambiental del piso, pues la calefacción llevaba parada desde hacia mucho
tiempo. Loa ahumados ibéricos también se podían consumir sin preparación
previa. Pero el consomé de gallina, y el solomillo a la salsa de pimienta, con
floreada mediterránea de verduras, no eran alimentos apetecibles para tomar,
sin pasarlos previamente por el microondas o el horno siquiera un par de
minutos. La tensión acumulada pronto se iba a desbordar, incontenible para la
discordia.
Dencia “regañaba”
a Bruno: “Ya podías haber traído más velas. Necesitamos una para desplazarnos a
la cocina, mientras tenemos que dejar la segunda encima de la mesa. La cera
tiene que ser de pésima calidad, pues de vez en cuando se apagan. Con la triste
luz que ofrecen parece, que estamos en una película de terror ¿Y no había algún
candil de aceite en la tienda de los chinos, como los que se usan en las
acampadas nocturnas? Veo que te falta iniciativa para resolver las
dificultades”.
Luciano proponía
coger toda la comida y trasladarse a su domicilio, situado en un chalé del
Rincón de la Victoria. El ofrecimiento fue de inmediato rechazado por Ander,
aduciendo que “mover toda la “impedimenta” con la tormenta tan horrible que
estamos soportando, no es nada grato y además no comenzaríamos la cena hasta
las doce de la noche, por lo menos. El tiempo no está para muchos trasiegos. No
es una solución acertada”. El director gerente de Fénix y el escritor vinculado
a la editorial comenzaron a discutir: “Pues a ti te faltan ideas para resolver
la triste situación que estamos atravesando. Te pasa como en los últimos
escritos, parece que la creatividad se ha esfumado de tu cabeza” “Pues cuando
quieras rompemos el contrato y busco un nuevo editor…” Los nervios estaban a
flor de piel, por lo que las dos mujeres trataban de calmar tan desagradable
escena, echando más tinto en las copas.
Con infantil
inconsciencia, a la joven Graciela no se le ocurre otra cosa que decir, en el
contexto de la elevada tensión reinante en el oscurecido y frio ambiente “pues
a mi me está doliendo la barriga por el hambre que tengo. Aunque sea fría, me
voy a “zampar” un buen pedazo de pizza”. Las duras miradas de los presentes focalizaron
el desenfadado rostro de la joven, mientras Luciano, con evidente sofoco, movía
la cabeza una y otra vez, gesto que calificaba la opinión que le provocaba su
actual compañera sentimental.
A Dencia
también se le ocurre dejar un “cariñoso” recado a su ex: “Mira que no tener
velas en casa o alguna hornilla de gas para estas emergencias… siempre has sido
un dejado y olvidadizo. Sólo estás en tu mundo y te cuesta trabajo pisar el
suelo de la realidad. Yo te conozco bien y ahora te explicarás muchas de las
cosas que nos han pasado”. La prudencia de Ander es manifiesta cuando evita
responder a su antigua pareja a fin de evitar tensionar más la situación. De
nuevo toma su móvil y llama al seguro, en donde le indican que tal vez a partir
de la 1 de la madrugada puedan acercarse a su domicilio, pues los técnicos de
guardia aún se encuentran trabajando en la complicada avería de una residencia
marbellí para la tercera edad.
La buena
armonía ha desaparecido y los nervios se han desatado. Todos discuten, por los
motivos más nimios. Al fin deciden sentarse en la mesa, enfundado en sus
abrigos y Graciela en un batín que trae Ander del armario. Queda solo un tercio
de las velas que siguen “temblando” encima del mantel. Su tenue luz violácea afila los rostros y
desencaja las miradas. Luciano va repartiendo trozos fríos y elásticos de
pizza, mientras los ibéricos también esperan su turno para la consumición. Nadie se atreve con el caldo frio de la
nevera, mientras el solomillo se parte en trozos. Las palabras han “huido”.
Todos comen. No hay música, tampoco calefacción. Un movimiento involuntario
pero imprudente de Bruno provoca que la salsera vierta parte de su contenido en
el traje nuevo de Graciela bajo el batín. Era la chispa que faltaba para el estallido
general. Bruno, tras disculparse, abrumado, se compromete a pagar la tintorería
de la prenda que acababa de manchar. Dencia interviene de manera desafortunada:
“Bruno, a ver si aprendes a comportarte en sociedad y tu “chiquilla” tampoco
hagas un drama de dos manchas de aceite” recibiendo unos “piropos” como
respuesta “¡Vaya con la señora marquesa, como le sobran los cuartos cree que
los demás podemos comprarnos ropa de boutique cuando nos plazca … “Ambas
mujeres se ensalzan con punzantes palabras y haciendo gestos ineducados con las
manos y entonces Luciano propone poner fin a la problemática velada! “Nosotros
también nos vamos” dice Bruno, con el rostro y el ánimo bastante cansado ante
la mirada retadora de Dencia “Vete tú, chico, que tanto te gusta mandar. Yo
sabré cuando me tenga que marchar”.
Los invitados
se van levantando de la mesa, mientras Ander pensativo y cabizbajo toma un
sorbo tras otro de su copa de tinto, pronunciado en voz baja, pero audible, una
frase lapidaria: “Un simple cortocircuito eléctrico ha sabido iluminar,
paradójicamente, bastante de nuestros reales caracteres ¡Vaya tropa!” y
continúa sosegado bebiendo de su copa, prácticamente ya casi vacía.
Luciano se
despide educadamente de Ander. “Bueno, amigo, otra noche saldrá mejor la
velada. Antes de que emprendas el viaje a Grecia, cumple con el contrato y
entrégame al menos los borradores o algún proyecto con el que pueda
justificarte ante mis compañeros de dirección en el consejo. No hay quinto malo
y tu quinta novela tiene que recuperar al público lector”. Un abrazo cordial
renueva una amistad que ambos se esfuerzan en mantener.
Ander y
Dencia se miran y se intercambian, muy serios, sendos y fríos besos. Ella le
dice en voz baja “Menudo espectáculo hemos protagonizado. Márchate pronto a
esas vacaciones y olvida que esta noche tan desafortunada, a pesar del medio
siglo, haya tenido lugar”. Él le sonríe, con una expresión de agradecimiento
fraternal.
CURIOSO DESENLACE
Los cuatro
invitados ya se han marchado. Son las 12 y veinte, de una noche que continúa
tormentosa. El piso soporta una gélida temperatura. Sobre la mesa descansa la
mayor parte de la comida preparada para la ilusionada y frustrada cena del
cincuenta aniversario. El consumo de la misma ha sido mínimo. Las dos botellas
de Rioja apenas tienen ya contenido para la última copa. La que lleva Ander en
su mano derecha, mientras en la izquierda porta la linterna de su móvil, que
avisa con el parpadeo de su limitada carga. Se aproxima al “travieso” cuadro
eléctrico, deja la copa vacía encima del mueble recibidor y de él extrae un
destornillador y unas pinzas. Con el primero quita la tapa que cubren los
botones del relé. Con las pinzas libera un microprocesador instalado en el
circuito general. De inmediato la luz vuelve a iluminar la vivienda, el
frigorífico reinicia su marcha y la calefacción tonifica y elimina la frialdad
ambiental en muy pocos minutos.
El escritor
sabe perfectamente que los técnicos electricistas no acudirán a su domicilio,
pues él no ha llamado a ningún seguro del hogar. Se ha limitado a marcar un número
imaginario con “diez cifras” para simular, ante ningún interlocutor, la
declaración de un supuesto siniestro. Se prepara una taza de aromático café
moka, bien caliente y se va a su cuarto de trabajo, sentándose ante el
ordenador, a fin de trabajar todas las horas necesarias, mientras el cuerpo
aguante.
La
experiencia de su cumpleaños ha sido enriquecedora, pues ha podido contrastar y
analizar los dúplices caracteres que las personas soportamos y desarrollamos,
cuando la normalidad se nos altera con brusquedad, por las circunstancias
propias de la vivencia diaria. Piensa elaborar un buen guión sobre el
comportamiento de cinco personas en una cena de aniversario, al enfrentarse a
una problemática o dificultad inesperada. Anómala situación en la que de una u
otra forma siempre aflora esa forma de ser o naturaleza no explícita u oculta,
pero que convive en nuestra intimidad y que está siempre dispuesta a ejercer su
“oscuro u ocre” protagonismo.
Ander está
esperanzado en que ese guión, fundamentado en la dura experiencia que su mente
ha diseñado, texto bien ampliado y corregido, debe convertirse en una posible y
sugerente quinta novela que, en esta ocasión, pueda tener mejor acogida, tanto
entre el público lector, como en la siempre muy subjetiva, interesada y
caprichosa crítica especializada. -
UNA SINGULAR CELEBRACIÓN
DE CUMPLEAÑOS
José
L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
11 febrero 2022
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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