viernes, 11 de febrero de 2022

UNA SINGULAR CELEBRACIÓN DE CUMPLEAÑOS.

El sonido del timbre, en la puerta de su domicilio, lo despertó de esa su irrenunciable y placentera siesta, que diariamente solía regalarse después del almuerzo. En realidad, cada mañana se despierta bien temprano, no más tarde de las seis treinta, cuando apenas está amaneciendo. Suele tomarse un primer café matinal que le pone en forma, a fin de echar unas horas ante el teclado de su vapuleado pero muy querido ordenador MAC. Con ese cotidiano y placentero rato de siesta completa el descanso que su cuerpo necesita, para desarrollar con eficacia su creativo trabajo.  Sin pensarlo dos veces, abandonó presuroso su confortable cama de tarde, un mullido tresillo forrado de pana color verde oscuro ubicado en el salón estar de su domicilio, a fin de recibir un eficaz y profesional servicio de catering, cena para cinco comensales, que había encargado en Lepanto tres días antes.

Ya en la cocina, el amable emisario le indicó los tuppers o topers que tendrían que ser calentados en el microondas (no más que un par de minutos, a plena potencia) mientras que las bebidas y la tarta helada de crema tostada, con cabello de ángel y trocitos de mango y maracuyá, fueron colocadas por el representante del servicio en los espacios más adecuados del no muy ocupado frigorífico. Una vez todo ordenado, firmó el recibo de la muy suculenta cena contratada, despidiendo al operario con la propina correspondiente, que éste agradeció con una cordial inclinación de la cabeza y torso de su muy estilizado cuerpo.

Miró su reloj de pulsera y se tranquilizó. Aún faltaban unas horas para la llegada de los comensales invitados. Los elegidos para disfrutar el ágape de celebración de su cumpleaños (la significativa fecha del cincuenta aniversario) eran dos grandes amigos: por una parte LUCIANO, director de la editorial Fénix, grupo empresarial en el que había publicado toda su creatividad literaria (cuatro densas novelas, hasta el momento) quien había prometido acudir a la cita acompañado por GRACIELA, su nueva y jovencísima pareja sentimental, tras la “sonada” separación conyugal que había realizado con Begoña, después de veintisiete años de matrimonio y dos hijas ya casadas. La otra privilegiada pareja invitada estaba compuesta por DENCIA (Providencia) una esbelta y bien parecida profesional de la abogacía, con quien el celebrante había compartido la unión afectiva, durante casi una década y sin vínculo administrativo o religioso de por medio, hasta el verano pasado. La especial invitada le aclaró que acudiría a la cena acompañada con su nueva pareja, BRUNO, doce años menos que la abogada, un joven profesional de la estética que trabajaba en un centro de bronceado artificial y masajes de alto standing. El escritor y la experta en leyes habían realizado una muy civilizada y amistosa separación de su unión sentimental hacia unos meses, por lo que Dencia nunca defraudaba las peticiones que le hacía la persona con la que había compartido una intensa y gozosa década afectiva, en su siempre atareada y estresada labor ante los tribunales de justicia.  

ANDER Alara celebraba ese lluvioso sábado de febrero su medio siglo de vida. Era un reconocido escritor que había publicado cuatro novelas. Sus dos primeras obras habían tenido excelentes resultados de crítica y venta, incluso teniendo que ser reeditadas. Sin embargo, los dos últimos trabajos había sido inesperados fracasos en las cifras de ejemplares vendidos, ante una crítica especializada que percibía e insistía en el evidente “cansancio creativo” generado en la narrativa del siempre prometedor escritor. Sin embargo, Luciano seguía creyendo “ciegamente” en las posibilidades expresivas de su amigo, a quien le había dado una nueva prueba de confianza, encargándole un nuevo trabajo u oportunidad, con el que esperaban recuperar la receptividad perdida de los lectores. Incluso en algún momento le había sugerido la conveniencia de que emprendiese un largo itinerario viajero, por zona alejadas de la concentración o densificación europea, lúdico periplo que Ander no descartaba comenzar, a fin de asimilar nuevas vivencias y contactos que, posteriormente, repercutieran positivamente en la inspiración de interesantes contenidos argumentales para su cromática y vocacional prosa. Sufría el “agobio” y la preocupación subsiguiente ante la incómoda etapa plana en la que se veía sumido. Llevaba meses iniciando y abandonando algunos interesantes temas argumentales que, tras teclear algunos folios, cuando hacía la necesaria relectura caía en la cuenta de que sus contenidos carecían de la necesaria fuerza motivadora para las exigencias del público lector, que le estaba paulatinamente abandonando en su anterior y fiel seguimiento.

En ese contexto, tenía previsto contratar un grato viaje en el que giraría visita a su amigo Aphoros, también escritor, de nacionalidad griega y que residía en la paradisiaca isla de Naxos en las Cícladas del mar Egeo. Mantenía una excelente relación epistolar con este veterano literato, amante de la buena comida y mejor bebida, desde un fructífero congreso de literatura mediterránea al que ambos asistieron hacía ya dos veranos. Aphoros, soltero como él, pero que narraba con pícara sonrisa sus pasionales y sensuales aventuras con atractivas compañeras “en cada puerto y en cada localidad” le invitaba a que pasara el tiempo que quisiera en su acogedora casa “por cuyas ventanas y terrazas te puedes sentir como navegando por ese mar en calma que sosiega y vitaliza, desde el alegre amanecer hasta esa aurea despedida que realiza el astro solar en los anaranjados aterdeceres”. Ander tenía fundadas esperanzas en que esas helénicas vacaciones de diez días, que se había propuesto realizar, le ayudasen en recargar unas pilas creativas que se habían ido desvitalizando poco a poco, por esos misterios y desvaríos que la naturaleza nos impone para la humana superación.  

 

LA LLEGADA DE LOS INVITADOS

Los afortunados y especiales invitados tenían prevista su llegada a partir de las 20:30, pues la cena había quedado fijada para media hora más tarde. Sobre las siete de la tarde, Ander comenzó a montar la mesa, con el menaje correspondiente. También seleccionó de su fonoteca unas románticas piezas melódicas, las cuales acompañarían y darían amenidad y distinción a tan grata velada. La primera pareja en tocar el timbre de su domicilio fue la de Dencia, acompañada del joven Bruno, ambos cogidos cariñosamente de la mano como “dos tortolitos”. Los saludos fueron muy cordiales y afectivos, intercambiándose besos para una mayor proximidad. Desde el primer instante, el especialista en masajes y bronceados se esforzó en comportarse de la manera más amable y servicial, pues no quería caer mal al protagonista de la fiesta y propietario de la casa, el antiguo amor de su compañera. A pesar del esfuerzo de los tres, la atmósfera obvia de los recuerdos ponía un tanto nervioso a Bruno, 32 años frente a los 42 que alcanzaba Dencia. Además de un par de botellas de vino tinto de reserva, entregaron al celebrante un elegante y muy útil regalo de cumpleaños: se trataba de una potente traductora portátil, “último grito” en el mercado informático, de la prestigiosa marca Apple. Dotada con dos teras de memoria (funcionaba también como disco duro de almacenamiento) podía escanear y traducir textos a una sorprendente velocidad de escasos segundos. Tenía reconocimiento de voz y podía funcionar de manera inalámbrica. Su autonomía de carga alcanzaba hasta las ocho horas.

Ander se mostraba como un eufórico niño pequeño, al que le acaban de entregar el mejor regalo que podía esperar, mientras que la pareja invitada disfrutaba con el acierto del versátil presente elegido (traducía hasta veinte idiomas, con su potente software). En esa divertida atmósfera se hallaban, cuando sonó de nuevo el timbre, avisando de la llegada de la pareja que faltaba. Tras franquear sonriente la puerta, aparecía la oronda humanidad de Luciano, 58 años, luciendo una juvenil trenca de paño azul, llevando de la mano a la jovencísima Graciela (que no había llegado aún a la treintena en su calendario) quien, tras la presentación y saludos cariñosos, hablaba poco, pero no cesaba de emitir sonrisas y risas nerviosas, como respuestas a cualquier comentario que se le plantease. A pesar del frío reinante en el exterior de la vivienda, la auxiliar administrativa del jefe y compañero sentimental Luciano lucía una atrevida minifalda, que le permitía mostrar unas bien conformadas y escultóricas piernas, sólo cubiertas por finas medias de suave tonalidad violeta. Calzaba, a pesar de la temperatura invernal, unas sandalias de fiesta de charol negro, adornadas con “lujosas” perlas de nácar rosa, regalo para la ocasión de su enamorado y feliz compañero.

Luciano también traía, en una gran bolsa de plástico azul, un regalo para Ander. Tras deshacerse del incómodo envoltorio de papel coloreado, “blindado” con cintas adhesivas por todos sus pliegues, el ilusionado escritor extrajo una lujosa escribanía de piel, color marrón oscuro, con reloj digital y micro radio incorporada, para colocarla como soporte en la mesa de escritura. Además, habían tenido la ocurrencia de parar en una pizzería cercana, en la que habían adquirido dos unidades familiares de “quattro stagioni” “esto nos servirá de estupendo aperitivo, para la deliciosa comilona que, a buen seguro, nos tienes preparada, afamado escritor”. Todo el ambiente rezumaba cordialidad, fraternal armonía, simpatía a raudales y sonrisas por doquier.

Tras agradecer a sus invitados los generosos y acertados regalos recibidos, el anfitrión puso de inmediato una agradable música ambiental, moduló la intensidad de la calefacción y llenó cinco copas de tinto Rioja para ir entrando en faena, ante la “emocionante” noche que iban a disfrutar. Toda una estupenda velada se iniciaba, en esa tormentosa noche de febrero.

Dencia y Graciela se comprometieron a preparar la mesa, organizando las bandejas de entremeses ibéricos y los tuppers que había que calentar, según las indicaciones del operario de la prestigiosa Lepanto que trajo el cáterin. Era obvio que Dencia se las arreglaba a las mil maravillas, pues conocía todos los entresijos de la cocina del piso, sabiendo dónde estaban todas las cosas necesarias. Allí había vivido, durante casi una década, un intenso idilio con el anfitrión de la cena. Los tres hombres tomaron asiento en el salón comedor del amplio apartamento, disfrutando con el contenido de sus copas de vino. La temperatura cálida, modulada por una moderna y silenciosa bomba de calor en la calefacción, los hacía sentirse cómodamente confortados y animados para la charla. Los tres tertulianos, con diferentes caracteres, pertenecían a diferentes generaciones. El más incómodo y nervioso, a pesar de su forzado disimulo, era Bruno quien cada minuto que pasaba se sentía como un “pollo en corral ajeno”. Tras el consabido comentario acerca del estado de la atmósfera, con una lluvia cada vez más intensa que potenciaba el aparato eléctrico de la tormenta exterior, entraron de lleno en temas editoriales, ajenos al interés y preparación del masajista estético, que tomaba sorbo tras sorbo de su copa, entre sonrisas y muestras de interés hacia unos diálogos cuyos contenidos poco o nada “le decían” y en los que no participaba.

 

EL APAGÓN

Apenas llevaban 10 minutos las dos mujeres “maquinando” en la cocina, luciendo cromáticos delantales sobre sus delicados cuerpos, cuando se escuchó un fuerte chasquido, saltando el relé diferencial del cuadro eléctrico de la vivienda. De inmediato, todas las dependencias del lujoso apartamento quedaron sumidas en la más absoluta oscuridad, para sorpresa e impacto de los “asustados” comensales. El reloj marcaba las 9:35 de la noche. Tras la primera sorpresa, todos generaron diversas soluciones en medio de risas nerviosas, pues apenas podían moverse a riesgo de tropezar con los muebles. Como solución inicial, echaron mano de las linternas aplicadas en sus móviles, mezclando bromas y chascarrillos para destensionar la incómoda situación. Así se fueron desplazando con cuidado hacia el cuadro eléctrico, situado junto a la puerta de entrada. Apiñados de manera infantil junto al mismo, buscaban cuál de las teclas había saltado. Pero cada vez que subían la tecla general, ésta volvía a saltar. Parecía un cortocircuito “de manual”. Lógicamente, no se conocía con certeza el origen de este inoportuno fallo eléctrico.

En eso estaban, cuando alguna luz de los móviles usados comenzó a parpadear, indicando el agotamiento de la batería correspondiente. ¡Precisamente este fallo tiene que suceder en un momento de importante necesidad! ¿Dónde tienes las velas? Preguntaban a Ander. Con precaución se desplazaron hacia el mueble fregadero, buscando las muy necesarias velas con la que alumbrarse. Para sorpresa de todos, la caja plana de las velas estaba completamente vacía. Entonces surgió el “reproche” (medio en broma, medio en serio) propio ante la situación “Pero hombre, ahora resulta que se te han acabado las velas, cuando más falta nos hacen. No pensarás que vamos a cenar con los móviles alumbrando los platos. Y para calentar la comida, pues buscamos una barbacoa …” De inmediato Ander propuso consultar al vecino de planta, para comprobar si era un problema general o sólo de su domicilio. Miró por el hueco de las escaleras y las luces se encendían. Para colmo los Santos Campana habrían salido, aunque el timbre de su puerta había sonado, por lo que dedujo tendrían fluido eléctrico en casa. Era evidente que el fallo eléctrico era un problema puntual de su puso.

Los nervios comenzaron a aflorar. En unos y en otros. Entonces alguien se acordó del seguro del hogar. “Voy a llamarles. Creo que ellos tendrán alguna solución para resolver esta muy inoportuna e incómoda situación. Lo arreglarán de la manera más urgente”. Se desplazó tanteando a la cocina, por que los demás no paraban de hablar, cada vez más inquietos, molestando para la necesaria comunicación que iba a mantener. Pero era sábado por la noche y le informaron que el único servicio urgente disponible de electricidad se encontraba reparando una avería por la zona de las Chapas marbellí. La compañía de seguros no concretaba cuándo podrían desplazarse al domicilio de Ander. La discusión que el asegurado mantenía con la persona que atendía el teléfono iba subiendo de tono, se escuchaban palabras duras de protesta e incluso gritos que fueron enturbiando el muy oscurecido ambiente, todo ello mezclado con la acústica tormentosa que castigaba a la ciudad, con el tronar constante del luminoso “aparato eléctrico”.

Todos miraban (con la blanca luz “mortecina” de las linternas que aún funcionaban) al abrumado anfitrión, que soportaba la incomodidad expresiva de los invitados, con sus breves e irónicos comentarios y nerviosos gestos faciales. Las bromas habían cesado, llegaba el momento de los silencios y los reproches. Ante el propósito de Ander de bajar a la calle y llegarse al establecimiento chino de la plaza (que solía estar abierto hasta las primeras horas de la madrugada) Bruno se ofreció a hacerlo, pues el joven se seguía sintiendo un tanto desplazado entre todos esos antiguos amigos, que cada vez disimulaban menos su patente enfado. A pesar del paraguas, el compañero de Dencia volvió al piso completamente empapado. La lluvia tormentosa arreciaba. Traía dos medias velas de cera violeta, recibidas con punzante ironía, único color que quedaba disponible en el bazar oriental. De inmediato fueron encendidas, aunque no cesaban de chisporrotear, debido probablemente a su baja calidad.

Eran ya las 10:45 y la cena seguía sin iniciarse. Alguien comentó que tenía hambre, pero en los rostros de unos y otros se percibía cierto cansancio y frustración debido a que la situación iba de mal en peor. Podían, a la luz de una vela “entristecida” empezar por las pizzas, que estaban frías, como la temperatura ambiental del piso, pues la calefacción llevaba parada desde hacia mucho tiempo. Loa ahumados ibéricos también se podían consumir sin preparación previa. Pero el consomé de gallina, y el solomillo a la salsa de pimienta, con floreada mediterránea de verduras, no eran alimentos apetecibles para tomar, sin pasarlos previamente por el microondas o el horno siquiera un par de minutos. La tensión acumulada pronto se iba a desbordar, incontenible para la discordia.

Dencia “regañaba” a Bruno: “Ya podías haber traído más velas. Necesitamos una para desplazarnos a la cocina, mientras tenemos que dejar la segunda encima de la mesa. La cera tiene que ser de pésima calidad, pues de vez en cuando se apagan. Con la triste luz que ofrecen parece, que estamos en una película de terror ¿Y no había algún candil de aceite en la tienda de los chinos, como los que se usan en las acampadas nocturnas? Veo que te falta iniciativa para resolver las dificultades”.

Luciano proponía coger toda la comida y trasladarse a su domicilio, situado en un chalé del Rincón de la Victoria. El ofrecimiento fue de inmediato rechazado por Ander, aduciendo que “mover toda la “impedimenta” con la tormenta tan horrible que estamos soportando, no es nada grato y además no comenzaríamos la cena hasta las doce de la noche, por lo menos. El tiempo no está para muchos trasiegos. No es una solución acertada”. El director gerente de Fénix y el escritor vinculado a la editorial comenzaron a discutir: “Pues a ti te faltan ideas para resolver la triste situación que estamos atravesando. Te pasa como en los últimos escritos, parece que la creatividad se ha esfumado de tu cabeza” “Pues cuando quieras rompemos el contrato y busco un nuevo editor…” Los nervios estaban a flor de piel, por lo que las dos mujeres trataban de calmar tan desagradable escena, echando más tinto en las copas.

Con infantil inconsciencia, a la joven Graciela no se le ocurre otra cosa que decir, en el contexto de la elevada tensión reinante en el oscurecido y frio ambiente “pues a mi me está doliendo la barriga por el hambre que tengo. Aunque sea fría, me voy a “zampar” un buen pedazo de pizza”. Las duras miradas de los presentes focalizaron el desenfadado rostro de la joven, mientras Luciano, con evidente sofoco, movía la cabeza una y otra vez, gesto que calificaba la opinión que le provocaba su actual compañera sentimental.

A Dencia también se le ocurre dejar un “cariñoso” recado a su ex: “Mira que no tener velas en casa o alguna hornilla de gas para estas emergencias… siempre has sido un dejado y olvidadizo. Sólo estás en tu mundo y te cuesta trabajo pisar el suelo de la realidad. Yo te conozco bien y ahora te explicarás muchas de las cosas que nos han pasado”. La prudencia de Ander es manifiesta cuando evita responder a su antigua pareja a fin de evitar tensionar más la situación. De nuevo toma su móvil y llama al seguro, en donde le indican que tal vez a partir de la 1 de la madrugada puedan acercarse a su domicilio, pues los técnicos de guardia aún se encuentran trabajando en la complicada avería de una residencia marbellí para la tercera edad.

La buena armonía ha desaparecido y los nervios se han desatado. Todos discuten, por los motivos más nimios. Al fin deciden sentarse en la mesa, enfundado en sus abrigos y Graciela en un batín que trae Ander del armario. Queda solo un tercio de las velas que siguen “temblando” encima del mantel.  Su tenue luz violácea afila los rostros y desencaja las miradas. Luciano va repartiendo trozos fríos y elásticos de pizza, mientras los ibéricos también esperan su turno para la consumición.  Nadie se atreve con el caldo frio de la nevera, mientras el solomillo se parte en trozos. Las palabras han “huido”. Todos comen. No hay música, tampoco calefacción. Un movimiento involuntario pero imprudente de Bruno provoca que la salsera vierta parte de su contenido en el traje nuevo de Graciela bajo el batín. Era la chispa que faltaba para el estallido general. Bruno, tras disculparse, abrumado, se compromete a pagar la tintorería de la prenda que acababa de manchar. Dencia interviene de manera desafortunada: “Bruno, a ver si aprendes a comportarte en sociedad y tu “chiquilla” tampoco hagas un drama de dos manchas de aceite” recibiendo unos “piropos” como respuesta “¡Vaya con la señora marquesa, como le sobran los cuartos cree que los demás podemos comprarnos ropa de boutique cuando nos plazca … “Ambas mujeres se ensalzan con punzantes palabras y haciendo gestos ineducados con las manos y entonces Luciano propone poner fin a la problemática velada! “Nosotros también nos vamos” dice Bruno, con el rostro y el ánimo bastante cansado ante la mirada retadora de Dencia “Vete tú, chico, que tanto te gusta mandar. Yo sabré cuando me tenga que marchar”.

Los invitados se van levantando de la mesa, mientras Ander pensativo y cabizbajo toma un sorbo tras otro de su copa de tinto, pronunciado en voz baja, pero audible, una frase lapidaria: “Un simple cortocircuito eléctrico ha sabido iluminar, paradójicamente, bastante de nuestros reales caracteres ¡Vaya tropa!” y continúa sosegado bebiendo de su copa, prácticamente ya casi vacía.

Luciano se despide educadamente de Ander. “Bueno, amigo, otra noche saldrá mejor la velada. Antes de que emprendas el viaje a Grecia, cumple con el contrato y entrégame al menos los borradores o algún proyecto con el que pueda justificarte ante mis compañeros de dirección en el consejo. No hay quinto malo y tu quinta novela tiene que recuperar al público lector”. Un abrazo cordial renueva una amistad que ambos se esfuerzan en mantener.

Ander y Dencia se miran y se intercambian, muy serios, sendos y fríos besos. Ella le dice en voz baja “Menudo espectáculo hemos protagonizado. Márchate pronto a esas vacaciones y olvida que esta noche tan desafortunada, a pesar del medio siglo, haya tenido lugar”. Él le sonríe, con una expresión de agradecimiento fraternal.

 

CURIOSO DESENLACE

Los cuatro invitados ya se han marchado. Son las 12 y veinte, de una noche que continúa tormentosa. El piso soporta una gélida temperatura. Sobre la mesa descansa la mayor parte de la comida preparada para la ilusionada y frustrada cena del cincuenta aniversario. El consumo de la misma ha sido mínimo. Las dos botellas de Rioja apenas tienen ya contenido para la última copa. La que lleva Ander en su mano derecha, mientras en la izquierda porta la linterna de su móvil, que avisa con el parpadeo de su limitada carga. Se aproxima al “travieso” cuadro eléctrico, deja la copa vacía encima del mueble recibidor y de él extrae un destornillador y unas pinzas. Con el primero quita la tapa que cubren los botones del relé. Con las pinzas libera un microprocesador instalado en el circuito general. De inmediato la luz vuelve a iluminar la vivienda, el frigorífico reinicia su marcha y la calefacción tonifica y elimina la frialdad ambiental en muy pocos minutos.  

El escritor sabe perfectamente que los técnicos electricistas no acudirán a su domicilio, pues él no ha llamado a ningún seguro del hogar. Se ha limitado a marcar un número imaginario con “diez cifras” para simular, ante ningún interlocutor, la declaración de un supuesto siniestro. Se prepara una taza de aromático café moka, bien caliente y se va a su cuarto de trabajo, sentándose ante el ordenador, a fin de trabajar todas las horas necesarias, mientras el cuerpo aguante.

La experiencia de su cumpleaños ha sido enriquecedora, pues ha podido contrastar y analizar los dúplices caracteres que las personas soportamos y desarrollamos, cuando la normalidad se nos altera con brusquedad, por las circunstancias propias de la vivencia diaria. Piensa elaborar un buen guión sobre el comportamiento de cinco personas en una cena de aniversario, al enfrentarse a una problemática o dificultad inesperada. Anómala situación en la que de una u otra forma siempre aflora esa forma de ser o naturaleza no explícita u oculta, pero que convive en nuestra intimidad y que está siempre dispuesta a ejercer su “oscuro u ocre” protagonismo.

Ander está esperanzado en que ese guión, fundamentado en la dura experiencia que su mente ha diseñado, texto bien ampliado y corregido, debe convertirse en una posible y sugerente quinta novela que, en esta ocasión, pueda tener mejor acogida, tanto entre el público lector, como en la siempre muy subjetiva, interesada y caprichosa crítica especializada. -

 

 

 UNA SINGULAR CELEBRACIÓN

DE CUMPLEAÑOS

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

11 febrero 2022

                                                                               Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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