Cuando viajamos de manera particular, a
una ciudad de la que poco o nada conocemos, al margen de que hayamos consultado
previamente una guía de viajes o páginas web de Internet, nos agradaría mucho recibir
algunos consejos o información concreta por parte de personas que sean
naturales de esa localidad o que lleven algún tiempo viviendo allí como
residentes. Seguro que los datos técnicos de cualquier publicación nos van a ser
útiles. Sin embargo, la información que los aborígenes del lugar nos puedan
facilitar resultará más directa, concreta y valiosa, siempre en función de
aquello que más nos interese para nuestra necesidad.
Por citar un ejemplo, bastante frecuente.
Nos encontramos en el centro o barriada de una ciudad y es la hora de almorzar
o cenar. Después de haber recorrido muchos kilómetros conduciendo, nos apetece
tomar una comida “casera” y caliente, que nos recupere del cansancio acumulado
en nuestro organismo. Entonces nos animamos a preguntar a un lugareño qué
establecimiento nos sugiere para encontrar la mejor calidad / precio de esa
comida casera. Puede ser a un señor o señora que descansa en un banco del
parque o aquella otra que se desplaza sin exteriorizar demasiada prisa, la
persona elegida para preguntarle. Suele dar buen resultado cuando nuestro ruego
lo hacemos al vendedor de un puesto de prensa o de regalos y chucherías. En
general, la gente suele ser bastante amable y se afana en transmitirnos la
mejor información que poseen en su conocimiento y experiencia. Incluso muchos de estos ciudadanos anónimos consultados,
no pueden ocultar la satisfacción que les produce sentirse útiles, a fin de
ayudar a ese visitante foráneo, para que encuentre un buen lugar donde reponer
fuerzas o para encontrar la ubicación de una calle, comercio, edificio oficial
o lugar monumental. En este contexto se inserta el siguiente relato.
Cálida y soleada mañana, en la primera
semana de julio. Entre las varias opciones posibles a desarrollar, durante ese
martes veraniego, me apetecía dar un largo paseo a través de los jardines del
Parque malacitano, pensando en que finalmente podría acercarme al puerto
marítimo, con el objetivo de caminar hasta el morro de levante. En todo ese
itinerario tenía ya pensado diversos puntos en los que podría encontrar esa
agradable sombra junto al mar, espacios que me permitirían dedicar algunos
rentables minutos para la gozosa tarea de escribir y, localizando panorámicas y
motivos interesantes, tomar algunas fotos. Mi primera parada fue en las zonas ajardinadas
junto al Palmeral de las Sorpresas. Allí comencé a conformar párrafos sobre las
hojas del bloc, aportando algunas ideas que iban surgiendo desde la traviesa
imaginación. Ante mis ojos tenía una bella panorámica marítima, con la bahía de
Málaga como fondo, a su derecha el buque que realiza el transporte a la ciudad
de Melilla y en la zona opuesta la erguida y elegante figura arquitectónica de
la Farola, con todas las edificaciones y locales comerciales del muelle uno.
Mezclaba la caligrafía de los apuntes con
esa gratificación visual que proporcionaba la presencia de un mar portuario,
sereno y sin apenas oleaje. En un momento percibí que, entre los paseantes de
la zona, una pareja de personas mayores, posiblemente sexagenarios, se iban
acercando hasta donde yo me encontraba. Tras un saludo cordial, el hombre me
pide si le puedo atender o dedicar unos minutos. Accedí de inmediato, pues su
forma educada de presentarse obligaba a esa amable respuesta. Su compañera,
podría ser su mujer, sonreía agradecida.
Se trataba de dos turistas canadienses. Liam, recién jubilado, había trabajado durante
toda su vida laboral como técnico forestal en un centro de investigación
biológica, ubicado en una localidad situada a pocos kilómetros de la capital
canadiense. Chloe, efectivamente, era su
esposa. Esta bella mujer tenía por dedicación el diseño de portadas
bibliográficas y al ejercicio del dibujo para ilustrar publicaciones. Nunca
habían visitado España y en este momento, en que se abría para ellos muchas
posibilidades para disfrutar el tiempo libre, querían conocer diversas zonas de
nuestro país. Chloe tenía unos parientes lejanos en la región levantina, a los
que no veía desde hacía décadas. Habían volado desde Ottawa hasta Madrid, en
donde permanecieron tres días. Tras pasar por Sevilla y Granada, se dirigían a Valencia,
utilizando un vehículo de alquiler. Una inoportuna avería, que Liam detectaba
en el motor, les había decidido parar veinticuatro horas en Málaga, en donde la
empresa Avis les había facilitado la reparación del problema técnico (a coste
de la marca). De esta forma podrían realizar un viaje más relajado hasta su inmediato
destino en la ciudad de Alcira, en donde residían esos parientes a los que
ansiaban abrazar. El español que utilizaba Liam era bastante aceptable. Durante
su infancia y adolescencia, su familia tuvo que residir durante varios años y por
motivos laborales en el sur de Argentina, experiencia o vivencia que siempre
agradeció y no sólo por el conocimiento de una nueva lengua para su capacidad
de expresión.
Toda esta información fue debida a la
amistosa cordialidad que desde un principio aplicaron los dos turistas
americanos. De hecho, insistieron en que los acompañara a desayunar, gesto al
que no pude negarme. En realidad, querían pedirme algo de ayuda. Iban a
permanecer todo ese martes en Málaga, pues el vehículo (ya en el taller) se lo
entregarían a última hora del día o en la mañana siguiente. Consideraban, con
racional sensatez, que un malagueño podría aconsejarles o sugerirles aquello
más interesante o importante para conocer de Málaga, en apenas veinticuatro
horas, tiempo que iba a durar la estancia del veterano matrimonio en esta
ciudad.
Se me ocurrió preguntarles, siempre con
la sonrisa en la boca, por qué me habían elegido para prestarles esa sencilla ayuda
o sugerencias, a la que no me iba a negar, por supuesto (era todo un honor
poder hacerlo). La respuesta estuvo en boca de Chloe, mezclando el inglés con
no pocas palabras de español:
“Nos pareció una imagen muy sugestiva que
a esta primera hora de la mañana y en un marco tan bello como el espacio
portuario, una persona estuviera aquí sentada, en la zona ajardinada,
escribiendo en una tradicional libreta y utilizando un simple bolígrafo. Era
inevitable comparar esta tradicional estampa con el mundo tan digitalizado,
protagonizado por los tablets, los portátiles y demás instrumentos
electrónicos. Desde ese instante me dije que ese Sr. nos puede ayudar”.
Les expliqué que reducir la estancia para
visitar una ciudad a un tiempo real de sólo diez o doce horas significaba tener
que sacrificar muchas opciones interesantes que toda localidad atesora.
Tratándose de Málaga no podía ocultarles la dificultad de sintetizar en ese
corto tiempo las más interesantes posibilidades de una ciudad con unos
atractivos manifiestos. Que en una futura oportunidad tendrían que dedicar más
tiempo a Málaga, cuya riqueza monumental y el carácter abierto y hospitalario
de sus habitantes es resaltado por todos los visitantes que llegan a ella. Nos
pusimos a “trabajar” sobre esa libreta que tan buena impresión había provocado
en Chloe, a fin de hacer un esquema que optimizara el breve tiempo disponible.
El reloj aun no marcaba las 11 horas de
un resplandeciente día. Podían subirse al bus
turístico para que los llevara a una conocer una primera impresión de
lugares emblemáticos de la capital. Les recomendé que hiciesen uso de los
auriculares, en donde podrían tener una sencilla explicación de la
significación de esos preciados lugares, eligiendo el idioma que deseasen.
Dedicar un par de horas para ir recorriendo (e incluso bajarse del bus) esos
puntos nucleares, era una decisión sin duda acertada. Podrían hacer uso de sus
tickets durante toda la jornada e incluso subirse a una de las barcazas
habilitadas al efecto, para hacer un recorrido por la bahía, teniendo una
maravillosa vista de la ciudad desde el mar. Ese paseo
por la bahía sería afortunado e inteligente dejarlo para el atardecer,
con lo cual, la estampa plástica y romántica de la visión emocional experiencia
estaría más consolidada, para ese sentimiento lúdico que siempre buscamos en
nuestra alma e imaginación.
Eran extranjeros y el reloj mental lo
suelen tener adelantado. A las doce y media o trece horas ya tendrían un buen
apetito. Muchas posibilidades para “restaurar” fuerzas. Elegir una “bodega” tan
típica y testimonial como El Pimpi poseía
numerosas ventajas. Lugar céntrico, rodeado de un marco monumental indudable.
Ambiente adecuado por la alegría, para la potenciación de la necesidad lúdica.
Tapeo variado y de calidad. La novedad y calidad de su “pescaito frito” otro
incentivo más. Y esas fotos, junto a los toneles y barricas con las firmas y
dedicatorias de personas famosas, siempre se conservan con placer y alegría.
Les comenté que, a “dos pasos”, podrían
tomar el café, té o inmejorable taza de chocolate, en alguna de las teterías que pueblan la zona, aunque también los
zumos y batidos de frutas tenían un sabor optimo para refrescar la cálida
temperatura de esas primeras horas de la tarde. Pero las horas siguientes
deberían tener un indudable sabor monumental. Visitar la
Catedral renacentista y barroca era
un objetivo inexcusable. Muy cerca tenían a mano la fortaleza islámica de la Alcazaba y al pie de ésta los restos del Teatro Romano, a pocos metros de la Plaza de la Merced. Optimizando el tiempo y la celeridad, podría
haber un “hueco” para recorrer alguno de los museos
que lucen en la ciudad. Tal vez el Picasso, el Centre Pompidou o el
Museo de Málaga. El Thyssen, tampoco quedaba lejos. Les expliqué brevemente las
características referenciales de estos interesantes museos, para que ellos
libremente escogiesen.
Antes del anochecer, habíamos quedado en
esa visión frontal de la ciudad desde el mar. Había que dedicar una hora a ese
placer del aroma marítimo, en continuo y cariñoso balanceo proporcionado por un
mar en calma, recorriendo visualmente ese marco de ensueño de una ciudad con
miles de luces que se van encendiendo a medida que el color anaranjado del sol
se atenúa, consiguiendo un climax estético y emocional de indescriptible
belleza.
Tras el paseo en la
barcaza turística, había que potenciar el tiempo disponible hasta el
descanso nocturno. Tomar un taxi, en la zona de la Plaza de la Marina, era una
medida adecuada para subir a la mejor atalaya para visionar que posee la
ciudad: la zona de Gibralfaro, junto al
Castillo islámico. Allá arriba, un poco más cerca de las estrellas, que esa
noche tendrían que brillar con alegre intensidad ¡porque sí! disfrutarían la cena, contemplando el progresivo intercambio de
luces entre un sol en retirada y una ciudad que potencia y ama la luz, en un
espectro cromático abierto a todos los gustos de las personas con sensibilidad
y capacidad imaginativa. Igual gozarían
con los sonidos de alguna pequeña orquesta que por las noches suele alegrar los
oídos de los comensales, en tan espectacular marco, para la mejor contemplación
de una ciudad alegre y vitalista, que favorece la alegría y la amistad.
Nos habíamos intercambiado los números
telefónicos, a fin de tener unos minutos en la mañana siguiente, que sería el
miércoles de la despedida. Acudí temprano al hotel donde se alojaban y de nuevo
insistieron que los acompañara en el desayuno. Aún habiéndolo hecho, disfruté
un buen zumo frío de naranja, pero sobre todo de la amena conversación con una
simpática y educada pareja que tenían especial interés en narrarme toda la
aventura que juntos habíamos planificado en la mañana anterior. Liam, más
comedido, dejaba hablar efusivamente a su alegre y vitalista compañera, que no
quería dejar detalle alguno por compartir de sus divertidas “correrías” por esos
núcleos malacitanos, descubriendo minuto a minuto una ciudad no incluida en su
programa viajero. Ahora agradecían, con sonrisas y parabienes, que la
inesperada avería del motor les hubiese posibilitado gozar de una ciudad que
“atrapa” con sus encantos a todos aquellos que llaman sus puertas invisibles
con ánimo de visitarla. El mimetismo
comprensivo entre las personas facilitaba que cada vez nos entendiéramos mejor,
mezclando el castellano, palabras y frases en inglés y ese otro lenguaje expresivo
de la mímica gestual, que tan útil resulta entre personas que intercambian
generosamente su mejor voluntad.
El acopio de fotos,
para la buena memoria, era manifiesto. Las memorias de las dos cámaras que utilizaban
habían tenido que sustituirlas, pues ya las tenían bien cargadas de imágenes acumuladas
y esas otras (miles, comentaban) que se llevaban, como espléndido tesoro de su
recorrido por la ciudad. Les comenté que, para una nueva ocasión, con más horas
para el sosiego, tendríamos oportunidad de visitar y recorrer ese espléndido
paraíso del Jardín Botánico de La Concepción,
cuya riqueza forestal interesaría especialmente a Liam, en función de su
preparación y actividad profesional dedicada a la investigación de la biología
vegetal.
El vehículo ya estaba reparado y
dispuesto para la marcha, en el taller concertado con la empresa AVIS. Volvimos
al Hotel Málaga Palacio para recoger el copioso equipaje de la pareja canadiense
aventurera y me comentaban la suerte que tuvieron cuando, en la tarde previa
visitaban la basílica catedralicia, el misterio acústico y solemne del órgano
religioso comenzó a sonar. Parece ser que estaban preparando un concierto de música sacra y aprovecharon los minutos de visita
del santo recinto para “levitar” su artística visión con las notas majestuosas
de un “dios” que les hablaba, con ese lenguaje que sólo las personas henchidas
de bondad y sensibilidad pueden captar e integrar como luces acústicas para sus
vivencias.
En la entrañable despedida, más
intercambios de direcciones, datos y sonrisas.
Chloe insistió en entregarme un precioso llavero con un grabado urbano de la
moderna capital canadiense. En mi caso, le había llevado una cadenita de plata,
de la que colgaba la artística reproducción de una biznaga
con sus alegres y sutiles jazmines. Con el agradecimiento propio, ambos reían
porque en la noche anterior, Liam había comprado una aromática biznaga, que
ofreció a su pareja como muestra de cariño y amor. El elegante biólogo había
seguido bien ese consejo que le sugerí en un aparte, cuando planificábamos el
día.
Los abrazos y beso afectivo para el adiós
fueron recíprocamente emocional. “Have to come back here, in Málaga. I
will wait for you”. (Tienen que Volver aquí, en Málaga. Yo les
esperaré). Prometieron hacerlo, con esas limpias sonrisas de satisfacción y
afecto. También les comenté que nunca había visitado su país. Ese lindo
proyecto quedaba abierto para realizar. Me “llenaron” la libreta de datos y
números telefónicos, para que les avisara cuando esa posibilidad pudiera
llevarla a efecto.
En esas esas horas inesperadas y divertidas,
Liam y Chloe. habían sabido aprovechar los consejos y sugerencias de un nativo
de la ciudad a la que habían llegado el día anterior y se marchaban visiblemente
encantados. Un mecánico del taller concertado por AVIS les trajo el vehículo
hasta las puertas del Hotel, situado junto al Parque de la ciudad. Desde aquí
partieron hasta su destino próximo en Alcira, con ese adiós entrañable de
amistad y valoración. Habían descubierto una ciudad con encanto.
Otros muchos días, cuando elijo para los
paseos y la redacción de los escritos esos frescos y salinos parajes del puerto
malacitano, siento que van a aparecer por entre los macizos de flores, las
figuras amigas de Chloe y Liam, para indicarme que Málaga va a ser un punto nuclear
y pasional en su recorrido por tierras hispanas. -
LAS
24 HORAS DE LIAM Y CHLOE
EN
MÁLAGA
José Luis Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
30 julio
2021
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