Existen realidades, hábitos y comportamientos,
paralelos y opuestos, que interactúan de manera continua en la vida de las
personas. Ese paralelismo antagónico hacen que se revistan con dos etiquetas o
atuendos contrapuestos, de valores y defectos, para su calificación ética: la verdad es
universalmente aceptada con una cualificación positiva, admirada y merecedora
de aplauso. Su antítesis, la mentira, es por el
contrario considerada como defecto, con una calificación negativa, crítica y de
rechazo. Ambos recursos en nuestras respuestas cotidianas son repetidamente
usados, incluso por las mismas personas, según los momentos, las necesidades y
las circunstancias en que nos vemos inmersos. También solemos aplicarlos en
diferente porcentaje, según sea nuestro carácter, mentalidad y moralidad. Hay
personas que se esfuerzan en mantener y decir casi siempre la verdad, mientras
que otros hacen lo propio falseando y mintiendo casi de manera continua.
A pesar de la valoración negativa que conlleva la
acción de mentir, todos caemos en ese defecto o recurso, sea cual sea nuestra
condición o circunstancia. Lo practica el político, para tergiversar la
realidad y ganar un puñado de votos. Lo
hace el periodista, cuando no refleja la verdad de los hechos. Lo aplica
el presunto delincuente, ante la policía o ante el tribunal que lo juzga. El
niño se resguarda en la falsedad ante sus padres, cuando ha cometido una
travesura. También el publicista, que manipula la información para favorecer la
venta de un determinado producto. De
igual manera lo hace el comerciante, a fin de incrementar sus resultados
comerciales. Lo practica el vecino, cuando con maldad quiere perjudicar a otro
propietario del inmueble. Y así una larga lista de infractores
para con la verdad. Incluso hay religiones que, entre sus preceptos,
condenan el uso de la mentira, cual es el caso de la comunidad católica con el
quinto mandamiento. Pero al final llegamos a la conclusión de que mientras haya
vida, habrá verdad y falsedad.
La suerte y la desgracia son dos circunstancias que
se dosifican, temporalmente, en la vida de los seres humanos. La alegría y el
alborozo de la primera contrasta con la tristeza y la desesperación de la
segunda, de manera especial cuando los porcentaje respectivos se intensifican
decisivamente a favor de una u otra realidad en las personas. Algo parecido fue
lo que le sucedió a Rosendo Eslavia,
responsable padre de familia y
trabajador ejemplar en una empresa que comercializaba e instalaba todo tipo de
toldos, mamparas y cerramientos, tanto a clientes particulares como a
instalaciones oficiales y a diversos establecimientos turísticos. A este buen
hombre, en un relativamente breve marco temporal, comenzaron a sobrevenirle unas
experiencias desafortunadas que pusieron en tela de juicio su resistencia y
capacidad para afrontar y superar tan incómodas y desdichadas influencias,
todas ellas nucleadas bajo el carácter de la mentira y la falta dolosa de
verdad.
Había comenzado a trabajar en la empresa de toldos Protecciones y Cubiertas, con tan sólo 23 años de
edad. Allí se fue labrando un merecido prestigio de obrero responsable y
entregado felizmente a su labor, no solo entre sus compañeros de trabajo sino
también por parte del propietario empresarial don Hermenegildo. Pero al paso de
los añosa, este “capitán del navío” debido a su prolongada edad decidió ceder
el timón del mando a sus dos hijos, Tobías y Saúl, dos jóvenes malcriados y disolutos en su
comportamiento cotidiano. En muy pocos años, los gastos incontrolados de ambos
para sus caprichos y ambiciones particulares y su falta de vocación y de
gestión directiva acabaron por ir descapitalizando la empresa, que fue entrando
en números rojos contables, cierre de las cinco filiales que tenía repartidas
por Andalucía, suspensión de pagos y quiebra técnica. A pesar de que los
trabajadores pidieron explicaciones en diversas oportunidades, e incluso
accedieron al padre de los actuales gestores, quien desde su retiro no podía
dar crédito a lo que estos operarios le informaban, los dos jefes se escudaban
en la habilidosa y delictiva falsedad contable y unas promesas infundadas y
carentes de verdad, con las que sólo pretendían ganar tiempo y no acabar en
manos de la justicia. A sus cuarenta y nueve años de vida, Rosendo, junto a
otros dieciséis compañeros de trabajo se vieron en el muy ingrato drama laboral
y familiar del despido laboral.
En el contexto de este duro golpe, sobrevino otro
grave asunto en la vida de Rosendo, generado en el seno de su propia unidad
familiar. En realidad el problema de la infidelidad conyugal de su mujer Adelaida venía actuando desde hacía algún tiempo, sin
que él tuviera conocimiento alguno de este infiel comportamiento. Esta señora
había estudiado durante sus años juveniles solfeo y piano, en el Conservatorio oficial de la ciudad.
Aunque no había practicado función laboral alguna fuera del hogar, estaba
vinculada con un grupo coral “Voces del Mar”,
que ensayaba y actuaba en distintos eventos liricos y corales, dentro y fuera
de la capital malagueña. Las relaciones afectivas que mantenía con el director de
la agrupación musical, Esteban, al principio mantenidas en riguroso secreto,
poco a poco fueron siendo conocidas y comentadas entre los integrantes del
colectivo coral. Por cierto Esteban y Rosendo cultivaban una antigua amistad,
pues ambos además eran miembros de una sociedad deportiva que practicaba el
golf, durante algunos fines de semana. Precisamente cuando ya se encontraba en
situación de despedido ante su empresa en quiebra, comenzó a recibir algunos mensajes
en los que, de manera anónima. le denunciaban la realidad de que estaba siendo
“engañado” por su esposa. Adelaida en principio negó todos los hechos, pero en
las semanas siguientes asumió algún comportamiento inadecuado con Esteban,
justificándolo en razón de una debilidad o juego infantil sin mayores
“pretensiones”. Prometió rectificar, ante la confusión anímica que embargaba a
Rosendo, en su precaria situación laboral. Pero entre ambos cónyuges ya nada
volvió a ser como antes.
Un inesperado tercer vértice angular, en ese polígono
de los tiempos infortunados, fue protagonizado por su hijo mayor Lucas, a quien le estaba pagando la carrera de
medicina que cursaba en la provincia de Salamanca (Rosendo era natural de esa
monumental ciudad castellana, manteniendo en ese entorno territorial algunos
vínculos familiares que propiciaron que el joven, a pesar de su “precario”
expediente, tuviera acceso a ese distrito universitario. Cursaba “oficialmente”
el primer curso de la carrera doctoral, pero en realidad pasaba la mayor parte
del tiempo inmerso en su verdadera vocación: la práctica teatral. A todos sus
familiares engañaba, pues cuando decía ir a las aulas universitarias, en
realidad acudía a la sede de un grupo experimental, en la que pronto se “lió”
con una actriz, quince años mayor que el controvertido joven. Las horas de
práctica en las tablas del escenario y los desahogos amorosos en las frías
noches salmantinas dejaban escaso tiempo para intentar al menos leer los
apuntes que compraba en el sindicato de estudiantes, ya que su presencia en el
Campus claustral era más bien excepcional. Cuando llegaron los exámenes de
junio, los resultados académicos fueron bastante uniformes: suspensos y no
presentados. Un hábil compañero en el majeo informático le “construyó” una
papeleta de notas, en la que los retoques aliviaban la realidad de un año
perdido para la carrera de futuro galeno. Cuando Rosendo tuvo en sus manos las
calificaciones de su hijo mayor , fue comprensivo y le animó a que en
septiembre recuperara esas dos materias que, en el engaño, únicamente le habían
quedado por superar.
Faltaba otro ángulo poligonal más, en las desdichas
para el engaño de Rosendo. Conocía a don Remigio
desde hacía años. Este persuasivo y convincente director de sucursal bancaria,
le había convencido para que invirtiera prácticamente todos sus ahorros en la
compra de unos fondos de inversión “garantizados” que tenían unos incentivos en
cuanto a interés bastante interesantes.
“Rosendo, es una posibilidad que tengo reservada
sólo para clientes selectos y especialmente a los amigos de toda la vida. Te
vas a ganar un interés inusual en el mercado bancario. Son unos bonos
especiales que, si no los tocas en siete años, pueden llegar al 6,5% de interés
sobre el capital. Esta oportunidad no va a volver a pasar por tu puerta. Sé
inteligente y valiente. Los frutos de la recompensa los vas a disfrutar en su
momento. Puedes confiar en mí”.
Transcurrido el septenio correspondiente, Rosendo
se pasó por la oficina, para consultar a don Remigio. En realidad lo que había
hecho, bajo la endulzada mentira, era invertir en un fondo de buitres, dentro
del mercado ruso, vinculado al mercado de armas, cuyo riesgo eran bastante elevado
según la situación geopolítica mundial. Fue un verdadero batacazo económico, precisamente
en una época de indigencia a consecuencia del despido laboral. Sintiéndose
cruel e irresponsablemente engañado, sólo pudo recuperar una tercera parte del
capital invertido, esos 45.000 euros ahorrados pacientemente con el trabajo de
años. Don Remigio echaba “balones fuera”, por su falta de claridad y sensatez en
el consejo inversor al “buen cliente y amigo”.
Pero los vientos de la suerte, en su aleatorio y
caprichoso desplazamiento eólico, suelen en ocasiones cambiar de ruta y soplar
a favor de algunas personas que, hasta ese momento, han estado desprovisto de la
brisa esperanzadora que tanto y bien
conforta. Aunque no jugaba regularmente cada semana, en ocasiones Rosendo
gustaba echar, de vez en cuando, una quiniela “Primitiva”
por si la “flauta sonara”. En todo caso, era un simple entretenimiento de
modesto coste. Aquel viernes de agosto fue para el desafortunado personaje un
día de inmensa alegría para lo económico, pues había tenido cinco aciertos, en
los números de la suerte. Como aquel día era un sorteo con bote, la cantidad
que tocó a los escasos y afortunados acertantes superaban los 135.000 euros. En
principio no comentó a nadie esa inyección de capital que había ganado, pues
quería pensar con el necesario sosiego el mejor partido que podría obtener con
una buena administración.
Depositado el boleto ganador en otra entidad
financiera, diferente que la regida por don Remigio, pudo negociar sin
dificultad un préstamo bancario a fin de comprar dos bajos espaciosos, que
habían funcionado como almacén de un antiguo supermercado ubicado en su barrio.
Tras una conveniente reforma, esos locales se convirtieron en la sede de una nueva
pequeña empresa de toldos y cerramientos que Rosendo siempre tuvo ilusión en
organizar.
De inmediato contactó con dos de sus antiguos
compañeros de trabajo en la empresa ya cerrada, caracterizados por su
responsabilidad en las obligaciones, ofreciéndoles que trabajaran junto a él
como contratados. Los tres profesionales conocían muy bien el oficio y podían
contar con una cartera de clientes que oxigenaría de inmediato los primeros
pedidos. En estas decisiones quiso implicar a miembros de su familia. Como ya había descubierto la realidad
estudiantil de su tracalero hijo Lucas,
le dijo a éste que el grifo del dinero de papá se había cerrado. Le ofrecía
trabajo en su nueva empresa, en la que no tendría favoritismo de trato alguno. El hijo “actor” se encargaría de llevar los
portes de material en una furgoneta que había adquirido de segunda mano. Y si
el joven quería seguir estudiando, ahora de verdad, pues tendría que sacar
horas al sueño para ampliar sus estudios abandonados.
Aunque llevaba meses separado de su mujer, tuvo el
noble gesto de contactar con Adelaida para ofrecerle un puesto de telefonista
en la empresa, a fin de que atendiera las consultas y los encargos de trabajo
efectuados por los clientes. Sin embargo la buena señora no quiso aceptar esta
posibilidad laboral, pues vivía bastante bien con la asignación mensual que su
ex marido puntualmente le pasaba. Entonces decidió que de esta función recepcionista
se encargaría también Lucas, mientras los tres compañeros estaban trabajando en
el montaje de los encargos correspondientes, en los pisos particulares y en los
establecimientos e instituciones públicas.
La empresa de este nuevo emprendedor fue titulada
con el nombre de Toldesol y pronto se hizo con un buen puesto en el
mercado, debido a los atractivos precios que ofrecía a los clientes y la
seriedad y garantía en la labor profesional que tan eficazmente desarrollaba.
Tal es así que uno de los dos hermanos propietarios de la antigua Protecciones
y Cubiertas, Tobías, tragándose su orgullo y mala conciencia, vino precisamente
a pedirle horas de trabajo a fin de conseguir ganar un sueldo con el que poder
subsistir. Rosendo fue hasta cierto punto generoso con su antiguo jefe, pues
aunque no le puso en nómina de inmediato, periódicamente le encargaba
colaboración laboral, cuando la demanda de pedidos así lo aconsejaba.
En la vida de Rosendo Eslavia, el defecto o la
debilidad en el uso de la mentira había tenido un doloroso protagonismo, ya que
lo había tenido que soportar y sufrir en varias de sus muchas modalidades. Por
ello no es de extrañar que, en la actualidad, toda persona que entra en su
despacho ve colgado en la pared frontal que tiene ante sí, por detrás de la
mesa del empresario, un gran mosaico de cerámica esmaltada. En el mismo se ve la
representación de un bello paisaje con flores que rodea a una frase emblemática
cuyo breve texto dice así: LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES Y
MÁS FELICES. Muchos clientes se preguntan
el sentido de esta elemental y positiva frase, en un negocios de toldos y
cerramientos. Para su aclaración, bueno sería que leyeran los párrafos previos
de esta humana y sencilla historia.-
EN EL JUICIOSO CAMINO
DE LA VERDAD
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
03 Julio 2020
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