La experiencia que vivió aquella tarde de viernes Lurio Reinada, estudiante universitario de tercer
curso de Ciencias Políticas, en la Autónoma madrileña, puede considerarse inusual
o imprevisible. Sin embargo. en lúcidas ocasiones, lo inesperado o insólito puede
vestirse con el ropaje oportuno de la suerte, hasta convertir lo “imposible” en
una interesante y divertida realidad.
Era mes de junio y castigaba un calor
continentalizado procedente de la Meseta, a eso de las seis de la tarde en
pleno centro de Madrid. Llevaba abundantes horas sentado ante su mesa de
trabajo, rodeado de “colinas” de apuntes, carpetas desordenadas, libros
manoseados y vasos sin limpiar con restos de té, esperando sin prisas ser
llevados al fregadero. El cansancio y estrés por la situación de estudio y trabajo
que atravesaba, movió a este joven toledano de 21 años a dejar su cuarto alquilado,
en ese piso que compartía con cuatro compañeros más, en un viejo bloque del castizo
barrio de Fuencarral. Antes de salir a la calle, buscando un poco de oxígeno e
incentivos anímicos, se encontró por el pasillo de la vivienda a Erundio el “Rasputín” (hoy con la perilla descuidada)
que se dirigía al baño con pasos vacilantes, tras haberse levantado de la cama
para el nuevo día a la “temprana” hora de las 16:30 en la tarde. Este compañero
de piso, todo legañoso y desaseado, iba tan colgado por el pastillaje
consumido, que sólo acertó a levantar una mano como saludo, sin pronunciar
palabra alguna.
Situado ya en la puerta principal del inmueble,
avistó el denso “tráfico” de peatones que circulaban de un lado para otro por esa
popular arteria de barrio, perpendicular a la Gran Vía. Se dejó llevar por el
alegre y comercial ambiente que se respiraba a esa hora del “té anglosajón”,
disponiéndose a caminar sin ruta fija, en la búsqueda de algún motivo para la
distracción y la terapia de la variedad. Hizo una parada en el “Donuts Center” (café o chocolate, más un dulce anular
a elegir, por dos euros) en donde pasó un agradable rato de merienda, sentado
junto a la gran ventana “empolvada” y abandonada del establecimiento, por eso del encanto y
misterio que tiene lo sucio natural. Ya más relajado en su ingesta, cuando
pasaban unos minutos de las siete, tuvo la feliz ocurrencia de distraer su
“abarrotada” memoria de apuntes, con la opción de echar un par de horas de
cine, que ayudaran a equilibrar con el alimento fílmico sus trabajados y
cansados “émbolos cerebrales”.
Pensó que en los cines
Callao, ubicados en la Plaza del mismo nombre, pondrían algo interesante
para salvar la tarde. Esas salas le quedaban muy cerca y en pocos minutos ya
tenía una entrada en su poder. Había elegido, para la sesión de las 20 horas,
una película española, interpretada en su papel protagonista por una nueva estrella
de la pantalla, Fanny Amores, quien, tras el
sorprendente éxito de su primera y divertida película, repetía esta nueva
historia de vidas y relaciones afectivas en esos jóvenes situados por la
tercera década de su existencia. La crítica había sido algo rígida con esta
segunda oportunidad ante la cámara de la prometedora intérprete del cine y la
televisión, pero la experiencia te dice que hasta que no ves todo el metraje de
una película no puedes hacer una adecuada valoración de su contenido.
Una vez sentado en la sala 2 del vetusto pero bien
cuidado complejo cinematográfico, entretuvo la espera hasta el comienzo de la
proyección con uno de los numerosos juegos que tenía descargados en su móvil
telefónico. Le extrañó que para esa sesión de un viernes a las 8 no hubiera
mucho público en las butacas. Sin contarlos, calculaba que apenas llegarían a
las dos decenas los espectadores que lo iban a acompañar en la sala. Llevaría
la película apenas un cuarto de hora en su recorrido, cuando una de las escenas
rodada en exteriores, provocó una intensa claridad en el patio de butacas,
reflejaba por la gran pantalla. Esa oportuna y momentánea iluminación le permitió observar que tres
asientos a su derecha, en esa fila seis que ocupaba prácticamente casi vacía de
público, había una joven solitaria que le llamó poderosamente la atención. La
observó con curiosidad y gran sorpresa, pues no cabía duda alguna: ¡Era la
actriz protagonista de la película que se proyectaba en pantalla. La mismísima
Fanny Amores! ¡Qué emoción! se decía. Estar viendo su interpretación en
pantalla y tenerla físicamente presente,
a sólo a tres butacas de su asiento. La coincidencia suponía la suerte de toda una
gozada.
A medida que transcurría el desarrollo de la trama
argumental, percibía como esa chica, de profesión actriz, con veintitantos años
de edad, iba observando al resto de espectadores desde su ubicación estratégica,
en una sala de no muchos metros cuadrados para el aforo. En determinadas escenas,
en las que ella puntualmente intervenía, miraba y “remiraba” a los compañeros
de sala. Sin duda quería conocer, de primera mano, algunas de sus reacciones,
gestos, comentarios y mímicas faciales que, posteriormente, parecía estaba
escribiendo o anotando en un pequeño bloc que,
a pesar de la oscuridad, llevaba consigo. En un momento concreto, la actriz
abandonó su asiento durante unos minutos. Cuando volvió al mismo lugar de su perspectiva,
lo hizo con un paquete de palomitas de maíz en
la mano. El mimetismo que generó en los espectadores hizo que algunos de estos
también salieran hasta el ambigú del cine, para comprar ese maíz inflado o
“rosetas” blancas saladas y apetitosas. Resultó curioso, pues el consumo de las
palomitas ayudó a generar entre los asistentes mayores expresiones de risas y
comentarios entre parejas. Sin duda, el “apetito saciado” mejoraba la
predisposición o química psicológica entre quienes observaban lo que estaba
ocurriendo en pantalla.
Minutos antes de que finalizara la proyección,
Fanny se levantó de su asiento. Lurio pensaba que abandonaba la sala, pero en
realidad la actriz se quedó de pie
delante de las cortinas que cerraban la puerta. Quería así observar la reacción
global y puntual de los asistentes, cuando se encendieran las luces a la
finalización del “metraje” (se trataba de una video-proyección digital).
Después ocurrió lo popularmente previsible. Gran
parte de los espectadores (jóvenes en su mayoría) se “abalanzaron” sobre la
actriz, que mezclaba sonrisas y risas ante los gestos, las preguntas y las
ocurrencias de aquellos que la rodeaban, sintiéndose sin duda famosa y
agradecida. De inmediato llegó la sesión de los autógrafos,
que la joven firmaba en las propias entradas que la mayoría de asistentes
conservaba. Lurio, manteniendo una distancia prudente con el pequeño bullicio
de la antesala, escuchaba las “ingeniosas” preguntas
y observaciones que se le hacían a la actriz protagonista: “Has estado genial”
“Me gustó tanto tu primera película que no podía dejar de venir a ver esta tu
segunda interpretación” “¿Estas saliendo de verdad con el chico del que te
enamoras en la trama?” “¿Te han pagado mucho por tu participación?” “¿Para
cuando la tercera película?” ”Ese modelito tan “chuli” que luces en la peli y
que tan bien te sienta ¿dónde lo encontraste? Me gustaría comprármelo” Por
cierto, Fanny iba vestida con un “pichi” vaquero azul, sobre una fina camisa
celeste de manga corta. Calzaba unas sandalias planas de piel de color beige.
Los acomodadores y el gerente del multicines asistían también divertidos a la
reacción de los espectadores que salían de la sala y la de aquellos otros que
aguardaban para penetrar en la misma, para la sesión de las diez.
La joven actriz daba las gracias a unos y otros,
con esa mímica sonriente que no le abandonaba. Ante su pregunta sobre qué les
había parecido la película, las respuestas
también eran unánimes: “divertida; romántica; me ha hecho reír y olvidarme de
los problemas; lo haces muy bien; se me saltaron algunas lágrimas cuando
dejaste a Tommy por Pietro; muy verdadera; la vida tal como es; ya estoy
echando en falta una segunda parte…” Las
fotos para el recuerdo se iban acumulando en las pobladas memorias de los
teléfonos móviles.
Cuando ya el “clímax” de frases hechas, elogios
desmesurados, banalidades y más tonterías, se iba calmando, unos y otros se
iban retirando del grupo buscando la puerta de salida de las multisalas. Pero
Lurio seguía allí, tomando nota visual y mental de todo ese otro espectáculo
que la fortuna le había regalado en aquella tarde de junio. Como también suele
ocurrir en el mundo del cine, las miradas de espectador e intérprete se cruzaron en esos metros de distancia que
les separaban. Fue precisamente Fanny quien
se le acercó. Sin abandonar su sonrisa de marketing, mostró su interés de la
siguiente forma:
“Hola, te observé durante la proyección. Éramos
compañeros de fila. Tu actitud me parece interesante. Es muy diferente de aquella que muestran la mayoría de los que
te acompañaban en las butacas del cine. No pides el consabido autógrafo. No
sacar el móvil para el selfy. No haces
elogios gratuitos e insinceros. No preguntas lo que todos neciamente plantean.
Creo que no eres el típico forofo, en donde yo no puedo encontrar lo que
realmente busco y por lo que he venido esta tarde al cine, en primera persona
¿Tienes unos minutos para que podamos intercambiar palabras con más comodidad?”
En realidad, el estudiante de Políticas estaba “flipando”
por dentro de su ser, pero tenía la habilidad de disimular perfectamente
aquello que tenía en su interior, mostrando una frialdad facial y temperamental
que “asustaba”. Esa útil capacidad la había adquirido en sus años de
adolescencia, cuando su madre lo matriculó –por frustración personal- en una
academia de artes escénicas, en donde no completó el curso por eso de la rebeldía
contra todo lo impuesto. No lejos de Callao, en la Plaza de Santo Domingo,
encontraron un garito de copas y tapas, llamado el Camino
de Vuelta. Eligieron una mesa esquinera, en cuyas paredes colgaban dibujos
y collages de aficionados al arte de la vanguardia y ante la sorpresa del
camarero, un argentino llamado Claudio José,
pidieron dos cervezas sin alcohol. Ante la sonrisa de ambos, la tapa regalada de
la casa fue un pequeño cubilete de barro esmaltado que contenía un “puñado” de
palomitas de maíz, por cierto con un fuerte sabor añejo, probablemente por el
aceite de “barrica” usado y la antigüedad que acumulaban desde su
elaboración.
“Dime la verdad, Lurio. ¿Qué es lo que no te ha
gustado de la película? Te explico el porqué de esta pregunta tan directa. Verás,
cuando terminamos de rodar hace dos años mi primera obra de protagonista, tras
mis “correrías” televisivas, no podíamos imaginar el enorme éxito en taquilla
que nos iba a deparar aquella trama de historias cruzadas. Por eso cuidamos con
esmero esta segunda oportunidad ante las cámaras, ayudados por el mismo
guionista de la primera. Con franqueza tengo que reconocer que la película no
está funcionando como eran nuestros
deseos. Las críticas han sido muy contrastadas, pero el problema es que ahora
no estamos teniendo ese efecto del boca a boca, que acaba llenado las salas de
espectadores. Algo no funciona en la trama y no sabemos exactamente lo que es.
Todos los colaboradores nos hemos repartido para pasar por las salas donde se
exhibe, a ver si damos con esa tecla que nos está provocando muchos dolores de
cabeza. Anotamos las reacciones del público, expresadas cuando contempla la
proyección. De esto va la cosa. Creo o percibo que tu opinión me va a resultar bastante
interesante y de utilidad”.
“Fanny, yo no soy un especialista cinematográfico.
Estudio Políticas y me gusta, desde siempre, el cine. Esa maravilla que
multiplica nuestras vidas, si sabemos aprovechar los argumentos e
interpretaciones que las pantallas nos ofrecen. Al margen de que me ría, a
veces, me divierta, en otras y reflexione, sobre determinados mensajes que el
guionista ofrece, que no se quedan en lo superficial, con franqueza tengo que
decirte que no te veo verdadera, suficientemente creíble, en el personaje. No
sé si me paso al decírtelo. Lo interpretas, pero no lo vives, cumples con tu
trabajo, pero no lo sientes. Tal vez, porque tú no eres, realmente, como la
Charlotte del argumento. Y esa falta de “verosimilitud, de verdad a secas, actúa
como un lastra en tu papel, que aparece como ficticio, manipulado, forzado. En
modo alguno pretendo ser descortés. Pero me has pedido sinceridad y ese valor
es el que prefiero ofrecerte”.
Hablaron con Claudio José quien, todo amabilidad, les
sugirió un mesón, Andros y Cleo, ubicado a no
más de tres manzanas en la distancia.
Estaba relativamente cerca del más antiguo Madrid. Allí preparaban unas
ensaladas suculentas, y un jamón asado al licor, muy bien valorado en las guías
de comidas con encanto. En efecto, la cena dio para muchos minutos,
transformados en horas de comunicación e inesperada y atrayente amistad.
Y llegaron los momentos para una más sincera
intimidad. Lurio le confesó a su interesada y divertida interlocutora que sus
estudios de Políticas tenían, en origen, un fundamento de enfrentamiento
generacional. Era hijo de un padre “facha” que trabaja en el Registro de la
Propiedad. La ideología ultraconservadora y sectaria que profesaba este
obsesivo personaje le enfrentaba, en repetidas ocasiones, con un hijo que
quiere y tiene entre sus ideales ayudar a construir un mundo mejor. Fanny quiso
también aportar un poco de luz a esa noche de identidades abiertas. Los meses
del rodaje de esta su segunda cinta coincidieron con un fuerte desengaño amoroso, en el que hubo
médicos, terapeutas y fármacos de por medio.
A pesar de la insistencia de Fanny, cada uno pagó
su parte de esta cena verdaderamente original e inesperada. “Te confiaré un nuevo secreto, Fanny. No fui sincero
cuando te comenté que era un simple aficionado al cine. Hago colaboraciones en
algunas revistas del ramo, analizando muchos de los estrenos. Algo me pagan,
por supuesto. Una buena crítica lleva su tiempo. Quizá me encarguen algo sobre
tu película. Prometo ser comprensivo, pero sin descartar la valentía que va en
lo mío”. Se intercambiaron sus correos electrónicos respectivos y se
dijeron un ¡Hasta siempre! con sendas sonrisas agradecidas.
El verano continuó su avance, con el septiembre otoñal
a la vuelta de la esquina. Hasta ahora, ni Lurio ni Fanny han hecho uso de esas
respectivas direcciones electrónicas. En todo caso, fue una bella e insólita
oportunidad que ambos supieron disfrutar en una cálida tarde noche de Junio,
cuando el estío pide permiso para tonificar y embellecer el “rodaje” argumental
de nuestras vidas.-
UN ENCUENTRO INESPERADO
DE CINE
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
26 Junio 2020
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