La capacidad imaginativa en las personas
difícilmente puede ser objeto de crítica o polémica. Aunque en ocasiones aquLa imaginación es un valor gratamente imprescindible
en lo universal. éllos que la practican pueden
“pasarse de frenada” y cometer incómodos errores, en general ese valor de la
mente es mayoritariamente aplaudido y considerado. no sólo en el entorno
social, sino también en el ámbito laboral, familiar y en el escolar. Hay
profesionales que han de hacer un constante uso de esa potencialidad de su
inteligencia, en el ejercicio diario de su actividad. Es el caso de los
escritores de libros o artículos en los medios de comunicación. También aplican
la fuerza de su imaginación aquéllos que elaboran guiones cinematográficos o
teatrales. Piénsese en los arquitectos de edificios y estructuras urbanas, en
los decoradores de viviendas y comercios, en los políticos que han de optimizar
los recursos disponibles entre todas las necesidades, en los escultores y
pintores que esculpen o dibujan obras artísticas, en los creadores de nuevos
diseños para la ropa o los zapatos o aquéllos que trazan nuevos y atrevidos
modelos para la línea automovilística. Y así un largo etc. Todo ello refleja la
utilidad de esta importante facultad intelectual para construir un mundo mejor
y más diferente en su funcionalidad. Y cómo olvidarnos de esas madres o de esos
padres que, en cada una de las noches, elaboran y narran uno y mil cuentos,
agradables y divertidos, para facilitar el sueño placentero de sus retoños.
Delio Alberca, treinta y nueve años de edad, trabaja como P.A.S.
(Personal de Administración y Servicios) en una de las facultades que pueblan
el entorno universitario del barrio de Teatinos en Málaga. Preferentemente
tiene asignado un horario laboral que se inicia a las 8 de la mañana y finaliza
a las 15 horas, entre lunes y viernes. Lleva bien su soltería, pues aunque muchos
días suele ir a almorzar a casa de su madre, desde hace años tiene fijada su
residencia en un piso con dos dormitorios que adquirió de segunda mano, situado
no lejos de esa importante zona claustral, para el estudio y la investigación.
Las tardes suele dedicarlas al paseo cotidiano o a visitar las salas
cinematográficas, aunque también le agrada asistir a conferencias, exposiciones
y algún espectáculo musical. No era mal alumno, en sus tiempos de estudiante,
pero al finalizar el bachillerato conoció una convocatoria de plazas en la
Universidad, a las que se animó a presentarse, con obvia fortuna, pues ahora
posee un puesto consolidado de trabajo en la institución, en la que presta
servicios auxiliares. Es persona sin grandes núcleos de amigos y algo
introvertido o misterioso, pero ello no obstaculiza su constante trasiego
cultural y deportivo (durante las tardes y fines de semana) llevándose socialmente
con aceptable normalidad con respecto a sus compañeros de trabajo.
Era una luminosa tarde de jueves, presidida con
cierta intensidad térmica, en la Primavera avanzada del calendario. Además del
calor reinante, correspondía ese día de la semana con la proyección de cine
clásico, encomiable tarea que llevaba a efecto uno de los pocas salas que ya
van quedando en el entorno antiguo de la ciudad. La película se proyectaba en
dos sesiones, a las 18 y a las 20 horas, por lo que Delio eligió la primera
opción, pues así le quedaba un excelente tiempo a la salida para darse un buen
paseo cerca del mar. Ello le permitiría disfrutar con una de esas puestas de
sol que tanto vitalizan nuestro organismo, por el cromatismo y matices de su
luminosidad anaranjada, mezclada con las aguas azuladas del mar.
¿Por qué le agradaba tanto el visionado
de películas vinculadas al aludido género clásico? En este tipo de cine, tanto él como otros muchos
aficionados encuentran una serie de incentivos y valores, que motivan y
justifican su preferencia. Aunque muchas de estas cintas están dotadas de un
maravilloso technicolor, la mayoría de las películas correspondientes a la
primera mitad del siglo XX fueron rodadas en una atrayente escala de grises o,
dicho de forma coloquial, en blanco y negro. Los guionistas, directores y
actores cuidaban mucho la explicación y convicción de las tramas argumentales. Abundaba
en este género cinematográfico el típico Cine Negro, constituido por esos
thrillers o películas de intriga, muy humanizadas y que te hacía tomar perfectamente
empatía al espectador con la interpretación de los actores y actrices. En este
género aparecían con frecuencia los policías y los delincuentes, el mundo de
los gánsteres, aquellos hombres perversos junto a esa mujer fatal de ojos
maravillosos. Eran temáticas en las que “los buenos” solían vencer a la maldad,
siempre ayudados por esa paternal policía que siempre vigila la seguridad de
las personas, persiguiendo las acciones y comportamientos delictivos. Y no
siempre “los malos” lo eran tan realmente, pues muchos de los que con su rol
interpretativo asumían esa forma de ser, acaban mostrando ese lado del buen
corazón que permanecía aletargado en el torbellino de sus desordenadas
existencias. Era costumbre en la época
al uso del sombrero en los hombres, como un signo de distinción, protección y
elegancia. Por supuesto que dentro del cine clásico también aparecen los
géneros del cine de aventuras, las comedias, los dramas, los romances y la vida
familiar.
En las dos sesiones semanales de estas multisalas
se utilizaba la ya trasnochada cámara de proyección, con los rollos de
celuloide de 35 m/m y además se mantenía el audio en versión original
subtitulado, con lo que el sonido de las voces de aquellos míticos interpretes
añadía un mayor encanto a la vivencia cinematográfica. Ese sonido real se
mezclaba, en la acústica de la oscurecida sala, con el derivado de la propia
máquina proyectora, añadiendo verosimilitud psicológica a lo que contemplabas y
disfrutaban en la gran “sabana blanca” de la pantalla.
Gratamente distraído e impresionado por la calidad,
temática e interpretativa, de la película que había tenido la oportunidad de
ver, abandonó el tradicional complejo cinematográfico, unos pocos minutos
después de las 19:30. No había dado muchos pasos, en el inicio de su caminar
hacia la vitalidad portuaria, cuando vio a un hombre
de mediana edad que le llamó poderosamente la atención. Su rostro tenía
un gran parecido al del actor protagonista de la película que acababa de
visionar. Además, al igual que este intérprete, usaba un
sombrero de color gris, lo que era de extrañar, pues la temperatura de
la tarde invitaba a despojarse de cualquier ropa de abrigo. Vestía cazadora y
pantalones vaqueros de color azul lavado, prendas con apariencia de soportar un
muy repetitivo uso, calzando unas deportivas Converse, del mismo color de la
ropa y que demostraban no haber sido lavadas a lo largo de los meses.
Profundamente motivado por la trama que había
compartido en pantalla, decidió seguir a ese
misterioso personaje quien, en su desbordada imaginación, podía ser uno
de esos integrantes del hampa y que ahora se dirigía para cometer alguna
fechoría o tal vez acudía a una cita concertada con alguna intrigante y
cautivadora mujer. El supuesto delincuente caminaba de manera pausada, lo cual
facilitaba su seguimiento a una prudencial distancia, a fin de no levantar
sospechas que pudiesen poner en guardia a esa enigmática figura. El personaje
no siguió el camino portuario, sino que de inmediato giró en su trayectoria
hacia el norte de la ciudad, introduciéndose por un laberinto de callejuelas
sinuosas, mal ventiladas (por la proximidad edificatoria dejada entre las
opuestas fachadas) y con esa dejadez e incivismo ciudadano, al que tampoco ayuda
los servicios de limpieza en el día tras día. Delio estaba plenamente
convencido, cada minuto que pasaba, de estar siguiendo a un miembro del hampa.
En coherencia con la actitud del policía que había desarrollado un gran papel
en la película, ahora era a él a quien correspondía el deber “atrapar” al supuesto
delincuente con las manos en la masa.
En un giro de la red viaria, el hombre del sombrero
gris había sorpresivamente desaparecido de la calle. Un tanto desconcertado,
Delio miró por aquí y por allá, sin saber exactamente a dónde dirigirse. Para
su fortuna investigativa, casi se da de bruces con el misterioso personaje, quien
abandonaba un estanco en donde habría entrado para comprar ese tabaco al que
estaría vivencialmente “enganchado”. Efectivamente, se introdujo una cajetilla
de esa “picadura venenosa” en el bolsillo de su cazadora, tras haber sacado previamente
un cigarrillo de la misma. En esos movimientos, al sacar la mano del bolsillo,
se llevó pegado un trozo de papel blanco que cayó pronto a las baldosas del
suelo, sin que su poseedor se diera cuenta de la pérdida. Delio se apresuró a
su recogida y no dejó tiempo alguno para su lectura. Muy escasas palabras
escritas: Irma Vediana. 799 … número de un
teléfono móvil y debajo, Tristán.
Aunque siguió, sin dudarlo, la trayectoria del
intrigante personaje, su imaginación entraba en plena ebullición, tratando de
dar sentido a esos nombres de mujer y hombre, que estarían vinculados al
individuo del sombrero gris. ¿Podría tratarse de una trata de blancas? ¿O de
alguna mujer de la vida? ¿Qué ocurriría si se atreviera a llamar a ese número
telefónico? Perseguido y perseguidor llegaron a una zona de la más rancia
antigüedad en la ciudad, relativamente cercana al punto nuclear urbano de la
Plaza de la Constitución. En esa calle de la “vieja época”, prácticamente vacía
de residentes y cuyas plantas bajas y portales (aquellos que no estaban
tapiados o cerrado con toscos portalones) se habían transformado en tugurios de
copas y bares para el alterne, en un ambiente bohemio y “contracultural”. En
uno de esos locales entró el que sin duda tenía que ser un importante capo de
la banda (en el pensamiento obsesivo de Delio).
Esperó a prudente distancia de ese local que tenía cuatro
voluminosos toneles delante del portal, a modo de mesas, rodeados de altos
taburetes de madera para el descanso de la clientela, mientras disfrutaban sus
consumiciones y la fluidez de las palabras. El establecimiento llevaba por
nombre “LA JERINGA” expresivo rótulo grabado al
fuego, sobre un tosco trozo de madera barnizada de color beige intenso. Dándole
vueltas al tema, como buen detective, reflexionó durante unos minutos y optó por
llamar a ese número telefónico que venía escrito en el trozo de papel que había
perdido el extraño personaje, con el ánimo de identificar a los nombres
escritos. Después estaba dispuesto a entrar en el escasamente iluminado establecimiento,
como un valiente policía. Se distanció unos metros para tomar asiento en uno de
los altos escalones que daban entrada a uno de los tres templos más
tradicionales de la ciudad. Ya estaba oscureciendo, pero la temperatura seguía
siendo muy grata, viéndose por toda la zona un alegre ambiente de gente joven
que iba ya poblando las meses de los muchos lugares atrayentes para el tapeo y los deliciosos vasos de
cervezas y vinos a granel. De inmediato marcó el
número telefónico.
Tras sonar en varias ocasiones, por fin al otro
lado de la línea apareció una voz grave preguntando: “Aquí Acrisio. ¿Quién llama?” Entonces Delio, con una sangre
fría admirable, puso su pañuelo sobre el móvil y respondió “Soy Tristán ¿Cómo
va la tarde, Acrisio?”· Aunque su interlocutor dudó unos segundos, siguió con
la conversación.
“Mira, Tristán. Es que no se te escucha
muy bien, debe estar la línea “sucia” o sobrecargada. Esta mañana he estado
hablando con la “mozuela” que me recomendaste. La verdad es que tiene buen
cuerpo. Y parece suelta en el trato. En nuestro asunto, se necesitan chicas
simpáticas y que sepan mover bien el culo, pues así el personal se anima y
acaba pronto la jarra o el vaso, pidiendo que se lo llenen de nuevo. Le he
dicho que se venga sobre las 20:30, pues tiene tarea por delante para atender
las peticiones de la muchachada y los mayores. Es que esta noche cerramos ya de
madrugada. Con este tiempo de terral y habiendo comenzado el finde, tenemos el
tinglao abierto hasta la madrugá. Aquí hay buen asunto, hasta las cuatro o las
cinco. Por eso le he dicho a la Irma que se me venga bien arregladita (tú ya
sabes lo que quiero decir), porque después de la medianoche, vienen todos esos
soñadores, hambrientos del cuerpo, que se beben lo que se les eche, con tal de
ver el contoneo, los pantalones cortos ceñidos y esas risas de la chica, ante
los piropos que le sueltan los mirones hartos de etílico hasta el gaznate. Lo
dicho. Vente por aquí y nos tomamos unos vinos”.
Después de escuchar este significativo monólogo, Delio
seguía aún sospechando que la Jeringa era en realidad un centro en donde el
hampa se reunía para planificar sus fechorías. Y el tal Acrisio tenía que ser
el individuo del sombrero gris que ciertamente tenía un lejano parecido, en sus
rasgos faciales, con el ya desaparecido actor Edward
G. Robinson (Bucarest 1893- Hollywood, California 1973) pero con una
mayor estatura y más erguido de cuerpo. El reloj marcaba ya las nueve menos
cuarto, por lo que comprendió que carecía de tiempo para ampliar las
investigaciones. Así que dejó su proceso de acción policíaca para la tarde
siguiente, viernes y no tendría que irse pronto a la cama pues el sábado no
tendría que madrugar para dirigirse a la facultad universitaria donde
trabajaba.
Aquella noche no dejó de darle vueltas a la cabeza acerca
de quiénes serían, en la estructura orgánica de la delincuencia estos
personajes. Desde luego, lo más prioritario era liberar a esa chica, llamada
Irma, de las garras de esos dos contumaces hampones, aunque las bandas
implicadas podrían estar integradas por muchas más personas fuera de la ley.
En la tarde/noche del día siguiente, provisto de
gafas oscuras y cubriéndose con una gorrilla deportiva, se acercó a la calle
donde estaba situada la Jeringa, junto a otros tugurios del mismo estilo. Ya
había cenado, por que se acercó a esa zona de copas y ambiente juvenil a
escasos minutos de las diez de la noche. Entró en el
establecimiento que, en aquella hora “temprana” aún no estaba repleto de
público. Sólo algunas parejas jóvenes conformaban la actual clientela. Para su
sorpresa, se encontró con que detrás de la barra de servicio estaba el
individuo al que había seguido en la tarde anterior. Reconoció perfectamente su
rostro, aunque en ese momento no se cubría su oronda cabeza con con el sombrero
gris. La alopecia en su cabeza era mayoritaria, sobre todo en la parte alta del
cráneo. Una voz desde la cocina sonó a grito:
¡Acrisio, los dos campesinos con hamburguesas! Llamamiento que impulsó
al hombre de la barra a entrar en la cocina y salir de inmediato con un plato en
el que iban las dos hamburguesas, metidas en sendos bollitos de pan. El
suculento manjar rebosaba una intensa mostaza amarillenta. El Acrisio de la
banda era un modesto camarero, que atendía al servicio de mesas y de barricas
en el exterior. Ya con una cerveza delante suya y sentado en un ángulo del
local, Delio observó que desde dentro de la cocina salía una mujer joven, con un delantal encima de la camiseta,
vaqueros azules y sandalias planas de cuero, que llevaba en la mano un plato de
patatas fritas. Desde la puerta Acrisio gritó: “Irma,
las papas fritas son para el barril cuatro”. Aunque la chica era más
bien delgada, su trasero era generosamente desproporcionado con respecto al volumen
global de su cuerpo.
Todo iba encajando, Se trataba de un bar de copas,
en donde también se preparaba comida rápida, ese fast food muy apreciado entre
la clientela que ocupaba el local a esas hora de la cena. Era lógico suponer
que cuando avanzase el horario, en vez de perritos y hamburguesas, se servirían
buenas copas de licor para sustentar la profundidad de la noche. El bueno de
Acrisio, un esforzado ventero, sería el dueño o encargado de este garito que a
tenor del público presente en aquella hora, podría ser un punto de reunión para
la “progresía” y la contracultura. Irma ayudaba en la cocina (parecía que había
una señora más en su interior) aunque también atendía el servicio de mesas.
Delio terminó su consumición, y tras abonarla abandonó el local. La voz de Acrisio
del pareció mucho más grave que cuando le escuchó por teléfono.
Caminaba para su casa, algo cabizbajo y
desilusionado, porque allí no se había encontrado con el mundo del hampa, ni
había salvado a la joven Irma de las garras de la mafia. Pero compensó un poco
su ilusión recordando que esa tarde en casa se había bajado de Internet una
película de cine clásico, en el género del más puro cine negro. Al no tener que
levantarse temprano, pues sería sábado, la disfrutaría antes de irse a la cama.
Intentaría, como en otras ocasiones, ponerse bajo la piel del actor
protagonista de ese film quien era, nada más ni nada menos, el "inmortal" Humphrey Bogart (Nueva York 1899-Los Ángeles 1957).
La imaginación es un signo indudablemente positivo
de vitalidad y creatividad. Pero, como en todos los campos de la vida, su
exageración o la falta de mesura, en esas facultades de nuestro intelecto,
puede derivar en comportamientos obsesivos, aunque posean cuotas de
divertimento y comicidad. Delio había equivocado su profesión. Se tendría que
haber preparado, en su vocación, para ejercer como un buen detective.-
AQUEL HOMBRE DEL
SOMBRERO GRIS,
EN UNA TARDE DE INTRIGA
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
15 Mayo 2020
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