La amplia oferta cinematográfica, las decenas de
canales televisivos que tenemos a nuestra disposición, la revolución mediática
y universal de Internet, han sido y continúan siendo muy poderosos competidores
para el mundo de la radiodifusión. Sin embargo, a pesar de los incuestionables
y asombrosos incentivos que proporcionan esos otros medios para la
comunicación, la trascendente influencia de la radio sigue manteniendo su liderazgo
en las opciones de millones y millones de fieles oyentes. Además de la ventaja
que supone poder escuchar un programa radiofónico en cualquier lugar del
universo a donde lleguen las ondas hertzianas, por más recóndito o especifico
que aquél sea, este medio de difusión permite estar realizando otras
actividades al mismo tiempo, sin tener que interrumpir ese proceso para prestar
atención con los órganos visuales a una proyección o necesitando completar el
proceso comunicativo poniendo las manos sobre el teclado del ordenador, sobre
la pantalla de cristal líquido/plasma o dirigiendo el movimiento del mouse para
la navegación informática. El gran invento de la radio,
como otros elementos paralelos del mundo comunicativo, informa, enseña,
divulga, crea estados de opinión y, lo que también es muy importante, distrae y
acompaña, reduciendo el pathos de la soledad física. Son millones las personas
a quienes les gusta o aman la radio: I like the radio. I love the radio. Tal
vez seria exagerado pensar o afirmar que difícilmente puedan encontrarse actualmente
personas a quiénes no les gusta este universal medio comunicativo en nuestras
vidas. Pero sería hermoso creer que esta afirmación encierra un elevadísimo
porcentaje de verosimilitud.
Desde hace aproximadamente un mes, Tadeo Vintilla, que suma veintisiete abriles en su
vida (precisamente el mes en el que nació) y licenciado en periodismo y
ciencias de la comunicación, dirige un espacio radiofónico nocturno titulado RELATOS Y MELODÍAS BAJO
LAS ESTRELLAS, emitido desde una importante cadena de emisoras a nivel
nacional, durante la franja horaria que va desde la 1 hasta las 3 de cada
madrugada, entre los lunes y viernes de cada semana. Desde la dirección de la
empresa mediática le encomendaron mantener activa esta difícil franja horaria,
para atraer el interés de un variado perfil de oyentes que, por distintas
circunstancias, no puede o tiene dificultad para dormir durante esas horas en
que la mayoría de la ciudadanía descansa.
Este joven profesional, director del programa,
había elaborado y presentado previamente un proyecto al departamento de
organización, cuyas líneas básicas eran las siguientes: los oyentes podrían
participar en el espacio, presentando relatos escritos sobre vivencias
personales que ellos hubieran protagonizado en alguna ocasión, con una base
ficticia o real en desigual porcentaje. Es decir, se aconsejaba fuesen relatos conteniendo
experiencias verídicas, aunque también se aceptaba que la creatividad de cada escritor
enriqueciera o modificara su verosimilitud argumental, añadiendo aquellos
elementos de ficción que estimase necesarios.
Los textos presentados habrían de tener una extensión entre cuatro y
diez páginas de extensión, utilizando la letra Times en la escritura y un
interlineado de 1,5. Lo más interesante de la propuesta es que dichos relatos
serían leídos e interpretados a través de las ondas radiofónicas, por el equipo
de locutores y actores de la emisora, mezclándose las diferentes
escenificaciones con la audición de variadas piezas musicales, aunque siempre
dando prioridad al género clásico, instrumental o melódico. Los oyentes
votarían a través de Internet el relato preferido de cada semana. Y cada uno de
esos relatos ganadores entrarían en un concurso trimestral, analizados por un equipo
de escritores que elegirían las tres mejores historias escritas y emitidas. Los
ganadores participarían en alguna experiencia o actividad, sufragada por la empresa
de comunicación, determinada vivencia que los afortunados oyentes y escritores siempre
habían tenido la ilusión de conocer más a fondo y por supuesto de
protagonizar.
Este programa estaba especialmente dirigido a los
oyentes noctámbulos. Aquellas personas que, por sus características mentales y
fisiológicas, tienen una profunda dificultad para conciliar y mantener el sueño durante esas horas específicas dedicadas
para el descanso corporal y la reestructuración de nuestro cerebro. También se
pensaba en todos aquellos profesionales que han de trabajar durante las horas
nocturnas, como es el caso de los miembros de la seguridad del Estado, los
profesionales vinculados al ejercicio de la medicina y la enfermería, los
periodistas, los panaderos, los farmacéuticos de guardia, sin olvidar a los
vigilantes en las diferentes empresas, tanto públicas como privadas.
Uno de esos fieles seguidores del programa era Mateo Guillama, que trabajaba como conserje en la
facultad universitaria de Ciencias de la Información. A sus 42 años de edad
permanecía soltero, tal vez porque su perfil individual, su voluntariedad o la
suerte y el azar deparados por el destino, no habían facilitado la integración
familiar con una mujer, por lo que seguía viviendo junto a sus padres. Su
apariencia física, hay que matizarlo, no resultaba desagradable a la vista,
pero tampoco estaba adornado con destacados encantos. Esta situación de
convivencia parental iba a modificarse en no excesivo plazo, ya que Mateo había
invertido parte de sus ahorros en la compra de un piso con dos dormitorios, edificio
de nueva construcción en la zona universitaria de Teatinos y que tenía prevista
en un año la fecha de entrega a los respectivos propietarios. Pensaba, con
acierto, que le vendría bien invertir en un patrimonio inmobiliario (el piso
que habitaba con sus padres estaba en
régimen de alquiler) con lo que también ganaría en independencia personal,
aunque la relación que mantenía con sus progenitores era del todo punto
correcta. Tenía un cómodo trabajo de horario continuo laboral, pues había
semanas en que le correspondía la dedicación matinal (desde las 8 hasta las
14:30 horas) alternadas con otras semanas en que tenía que cumplir un horario
de tarde, entre las 14 y las 21:30 horas). Esto le permitía tener las mañanas o
las tardes libres, a fin de dedicarlas al paseo, al cine, a la asistencia de conciertos,
conferencias y otros espectáculos, aunque también pasaba algunas horas en las
bibliotecas públicas, consultando la prensa o algunas publicaciones
editoriales. Era una persona no especialmente sociable, pues su agenda de
amistades era más bien reducida. Congeniaba con un compañero de trabajo, como
era el caso de Epifanio Cercedilla, con el que
además de compartir el rito diario del desayuno, quedaba para practicar algunos
sábados o domingos el saludable ejercicio senderista por los entornos naturales
que rodeaban a la ciudad.
El enojoso problema de Mateo era poder conciliar el sueño durante las noches. Había probado varios “facilitadores”
para el equilibrio onírico de diversa potencialidad, desde el Valium hasta las
infusiones relajantes adquiridas en los centros comerciales, pasando por esa
mítica Melatonina, que “ayudaba” más unas veces que otras. Pero, a fin de
compensar ese nerviosismo de ver pasar los minutos con los ojos abiertos,
durante las horas en que la mayoría duerme, había reencontrado la gran amistad y
distracción que le proporcionaba escuchar los programas de radio y de manera
especial el nuevo programa dirigido por el locutor Tadeo Vintilla. Podía
incluso hacerlo con los ojos cerrados, postrado cómodamente sobre el colchón de
su cama, sin molestar a sus padres, ya que bajaba notablemente el volumen del
transistor o incluso se colocaba auriculares en los oídos para tener una
perfecta audición. Le gustaba mucho formar empatía con las experiencias
narradas en los relatos escenificados por el grupo de actores. También disfrutaba
las melodías que se intercalaban en los espacios vacíos del programa que, dada
la hora de audiencia, apenas iba lastrado con pesadas y rutinarias cuñas publicitarias.
Aunque el ordenador de casa seguía averiado y sin
gran voluntad para llevarlo al taller informático, utilizaba alguno de los muchos
que tenía disponibles en el entorno universitario, a fin de ”navegar”, durante
los tiempos de estancia en la caseta de conserjería, por diversas páginas web,
especialmente las de naturaleza deportiva, cinematográfica, aunque también
consultaba la prensa local y nacional del día. A través de este medio
participaba cada semana enviando su voto, para elegir el relato que más le
había agradado entre todos los emitidos. Fue precisamente su amigo Epifanio
quien, conociendo las distracciones nocturnas de su compañero de trabajo, le
animó a participar de una forma más activa, con el envío de su propio relato a
los responsables del programa.
“Me has comentado, en más de una ocasión, que de
pequeño y durante tu adolescencia te gustaba escribir. Que hacías tus propias
historietas e incluso algunas viñetas de tebeos. Aquí pasamos muchas horas, sin
nada concreto que hacer. Sólo tenemos que estar disponibles para cualquier
petición que se nos encomiende y vigilar que no ocurra nada extraño o anormal
que aconseje la intervención. Ponte a escribir alguna cosa que se te ocurra.
Igual les gusta y te la emiten. Me dices que los mejores relatos, votados por
los oyentes, pueden ganar algún premio… Desde luego que sería una gozada que
pudieras escuchar la representación de tu propio relato. Y “ver” a través de
las ondas como los actores lo interpretan ¡Anímate, hombre! Por intentarlo no
pierdes nada”.
El “Epi” desde luego era un tanto persuasivo. Al
fin Mateo se animó en un fin de semana, porque le había correspondido hacer un
turno de sábado, ya que había una convención de profesores en la facultad. Se
puso delante del teclado y, con un pequeño esquema que había hecho durante la
noche antes, comenzó a contar una historia que, entre descripciones y
ficciones, dio hasta para tres páginas. En los días siguientes fue corrigiendo
muchos de los párrafos escritos, añadiendo otros nuevos y ampliando por
consiguiente el contenido de la historia. Casi sin darse cuenta había
completado cuatro páginas y media, en las que narraba la dureza vital de un
viejo mendigo, que vivía en los jardines que tenía cerca de su domicilio. El
anciano se cobijaba durante las noches, especialmente en los días de frio o lluvia,
bajo los soportales de un gran edificio dedicado a oficinas. En ese entorno, otros
muchos habitantes de la calle se
protegían en lo posible (utilizando grandes cartones para embalar
electrodomésticos) de la incómoda inestabilidad meteorológica. La base real del
relato era que ese personaje “perdedor”, en el seno de una sociedad
extremadamente competitiva y consumista, efectivamente existía. La indiferencia
general de los viandantes era manifiesta. La mayoría de los paseantes miraban
hacia otra parte, tratando de ignorar la cruda estampa de las personas sin
suerte. Pasando casualmente un día por ese lugar, camino de su casa, escuchó
como otro indigente llamaba al protagonista de la historia, gritando el nombre
de Tibo, que más tarde el anciano personaje le
aclaró: “mi nombre de pila es Tiberio Carpiana y nací en un barrio de Buenos
Aires”. Mateo en alguna ocasión le había llevado ropa usada, pero en buenas
condiciones para su aprovechamiento, además de algunos alimentos de los que sobraban
en casa, momentos que aprovechaba para intercambiar minutos de conversación con
este humilde personaje que no era especialmente hablador. A pesar de ello, poco
a poco fue conociendo retazos de su existencia, que en el momento de la
redacción fue ensamblando en un descriptivo relato que tras su completa
redacción estaba dispuesto a enviar a la dirección de la emisora de radio.
A pesar de sus muchos años, el muy veterano y ya
“gastado” físicamente personaje, solía recorrer durante las horas del día los
contenedores de residuos que había por la zona. Buscaba preferente objetos
metálicos, que iba recogiendo en un recompuesto triciclo con una gran caja hecha
de tablones, que se le había aplicado en su parte frontal. Esos trastos
metálicos y otros restos restos de variada naturaleza los llevaba a un
chatarrero, que tenía una nave almacén por las estribaciones del puerto. La
venta de esas piezas, previo pesaje, permitían a Tibo ganarse unas monedas que
difícilmente cubrían sus mínimas necesidades diarias. El mendigo confesaba que
no tenía familia y que la vida le había llevado por aquí y por allá, viviendo
básicamente Mariana,
la única persona que realmente le había querido y a la que malas compañías condujeron
por el camino equivocado de “hacer diariamente la calle” perdiendo finalmente
la vida en la ambición de la necesidad. en el domicilio callejero de muchas lugares, dentro y fuera de
España, con el cielo estrellado como techo. Sin embargo, en algunos momentos de
amistosa efusividad, mencionaba a una tal
El carácter de Tibo era muy suyo. Rechazaba los
centros de acogida, pues entendía que en los mismos perdía el único patrimonio
que aún le quedaba: el pequeño espacio de su libertad. Aún así , en ocasiones
de máxima urgencia, se ponía en la cola de asociaciones benéficas, a fin de
poder comer algún bocadillo, tomar un poco de sopa o “calmar” los urgentes reclamos
del estómago con algún yogurt o pieza de fruta.
Ese relato, titulado “LOS
RINCONES INHÓSPITOS DE UNA CIUDAD COSMOPOLITA”, que podría ubicarse, por
los trazos más conmovedores y motivadores para la reflexión, en el género del
neorrealismo italiano de los años 50 y 60 de la pasada centuria, mereció la
puntual atención del locutor Tadeo y sus colaboradores, sustentando el
contenido de una emisión o programación nocturna. Su escenificación y locución,
en Relatos bajo las estrellas, fue entremezclada con esas inolvidables melodías
de cintas cinematográficas, legadas por
el cine italiano. Bandas sonoras de joyas fílmicas, como Las noches de Cabiria
(1957), La strada (1954), Ladrón de bicicletas (1948), El ferroviario (1956), Roma
ciudad abierta (1945) etc. La aceptación popular hacia esta conmovedora narración
fue importante, consiguiendo una muy elevada valoración de los radio oyentes
noctámbulos en las votaciones sobre el mejor relato de la semana. La entrañable
historia de Tibo, contada por Mateo, mereció integrar uno de los tres relatos
premiados y escenificados durante el trimestre. ¿Y cuál fue la experiencia
vivencial como regalo, elegida por este modesto conserje de la facultad
universitaria de Ciencias de la Información?
Son las 13 horas de un día espléndidamente soleado
en el mes de septiembre. Dos de los pasajeros, que navegan en un lúdico crucero
por las tranquilas y azuladas aguas del mar Mediterráneo, camino a las islas
Cícladas, conversan vestidos con sendos y atractivos atuendos de baño. Reposan tendidos
al sol en cómodas hamacas, junto a una de las piscinas del buque. Ambos están
sorbiendo sus vasos respectivos que contienen un delicioso zumo de frutas
tropicales, mientras conversan protegiendo sus ojos bajos estilizadas gafas de
sol.
“Esta experiencia va a ser para mi y también para ti,
amigo Epi, verdaderamente inolvidable. Cuando me sugeriste que narrara una
historia centrada como protagonista en ese mendigo callejero que, casi a diario,
nos encontramos cuando volvemos a casa, tuviste una idea genial. Por cierto
¿cómo se llamará realmente ese buen hombre, que se dedica a rebuscar por los
contenedores algo que le pueda ser de utilidad y que casi siempre duerme bajo
los soportales que hay cercanos a la estación de autobuses? Se te ocurrió
ponerle el nombre de Tibo. Esa acústica en su onomástica suena muy bien. Tengo
que mirar en el santoral, a ver si aparece algún san Tiberio. Cuando volvamos,
sería justo que le llevásemos algún “detalle”, pues su figura nos ha inspirado
la consecución de este premio que ahora disfrutamos. Al final es como si cada
uno de nosotros hubiésemos pagado la mitad del pasaje, en este maravilloso
crucero vacacional”.
El navío continuaba su lenta marcha, con ese suave
balanceo que permite disfrutar con el visionado de los bellos parajes que nos
regala la madre naturaleza. A poco,
antes de que los dos “cuarentones” turistas se incorporaran de sus hamacas,
para darse un buen chapuzón, la música emitida por los altavoces se interrumpió
a fin de dar el aviso diario de que los cuatro restaurantes de abordo ya
estaban abiertos para servir los variados buffet correspondientes al almuerzo.
La información añadía que la llegada a la isla de Itaca se produciría alrededor
de las 16 horas. Mientras, a muchos kilómetros de distancia, el supuesto “Tibo”
se mostraba intensamente feliz, porque había encontrado, en uno de los
contenedores donde rebuscaba, un par de zapatillas de lona blanca, algo rotas
por los laterales pero aún en aceptable estado de uso. Valeriano
(ese era su verdadero nombre) caminaba con tan lustroso trofeo, luciéndolas en
sus cansados y poco aseados pies.-
RELATOS Y MELODÍAS,
BAJO EL MANTO AZUL DE LAS ESTRELLAS
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
06 Marzo 2020
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