
Hay sociedades en que la
visita a especialistas, que ayuden a paliar o a eliminar este incómodo problema
de carácter, resulta normalizada y habitual. Por el contrario, en otras áreas
culturales esa ayuda que se reclama a psicólogos, educadores o psiquiatras es
menos frecuente o casi inexistente, no sólo por el coste económico que puede
reportar para quien la solicita, sino sobre todo por la falta de hábito para
entender que dichas visitas técnicas son necesarias e incluso imprescindibles,
para la salud psíquica de los niños, los jóvenes y también de los seres
adultos. La más o menos encubierta carencia de estas prestaciones en los
programas de la sanidad pública, es también otro factor limitativo para paliar
el sufrimiento de muchos ciudadanos de todas las edades.
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Cada vez más los estudiantes prefieren trabajar sus
libros y apuntes de clase, además de realizar los ejercicios y los trabajos
programados, tanto en la bibliotecas públicas de los centros universitarios como en
aquellas otras dependencias culturales de las corporaciones municipales o
entidades de titularidad privada. En estos espacios, a veces tan densificados
de visitantes que generan verdaderas disputas por conseguir un puesto para la
lectura o el estudio, los usuarios encuentran el ambiente adecuado para la
concentración mental y el sosiego anímico. La rentabilidad del esfuerzo se
potencia por la atmósfera de silencio que debe imperar en estos recintos, a fin
de no distraer a otros usuarios en su labor de lectura o en la realización de
trabajos u otros ejercicios. No pocos de estos espacios tienen que ampliar su
horario de apertura diaria, para que también en horas nocturnas los estudiantes
puedan hacer un buen uso de esos libros que reposan en las estanterías o de
esas mesas bien iluminada, con tomas de electricidad para los ordenadores o
tablets que llevan consigo hoy los
estudiantes con inteligente y necesaria normalidad. En todos estos recintos la
labor del bibliotecario o encargado del servicio resulta fundamental, a fin de
asesorar o facilitar información acerca
del material depositado en las bibliotecas, así como para controlar el buen
orden imprescindible por parte de todos
aquellos que utilizan el gratuito servicio cultural.
El factor silencio
en estas salas es en sumo importante. Hay usuarios que se han habituado a
estudiar escuchando alguna música, más o menos instrumental, pero la mayoría
prefiere y exige el silencio absoluto para su imprescindible concentración. Así que los primeros pueden seguir
escuchando música “de compañía” a través de sus auriculares conectados al móvil
o al iPad, a fin de no molestar al vecino o compañero de mesa. Para paliar el
problema del sonido ambiente, muchos centros habilitan otros salones de trabajo, anejos a las bibliotecas, en
donde está permitido hablar y conversar, a fin de que los estudiantes puedan intercambiar
sus opiniones y aportaciones en la elaboración de trabajos colectivos o les
permitan explicar o comentar al compañero/amigo un determinado problema o
cuestión respecto a cualquier disciplina. Hay también bibliotecas en las que haya
instalado un curioso semáforo, en el que se encienden alternativamente las
luces celestes, naranjas o rojas, según sea el nivel acústico que domina en la
sala. A partir de un determinado nivel de “contaminación acústica” se enciende
automáticamente la luz roja, indicando a los usuarios que deben bajar o reducir
de inmediato el ruido que están provocando con sus palabras.
Excelente cumplidor de sus obligaciones de estudio,
Paul padecía desde que era pequeño una muy incómoda
timidez en su carácter relacional, sin que él ni sus padres supieran a ciencia
cierta el origen de este bloqueo psicológico en el trato con los demás. Esta
limitación en el carácter le provocaba numerosos problemas en su estado de
ánimo e inevitablemente le hacía sufrir, pero al ser un asunto ya muy largo en
el tiempo, tanto él como sus familiares trataban de asumirlo con la mayor naturalidad
posible. Sus padres, una y otra vez, se repetían ese deseo en el que con más o
menos convicción confiaban: “con el positivo impacto de la universidad y la
madurez que dan los años, el “niño” irá cambiando y no se “cortará” de esa
forma tan infantil ante las demás personas”.
En más de alguna ocasión intentaron llevarlo a algún especialista en
psicología, pero nunca contaron con la colaboración del joven que repetía, una
y otra vez, la petición o queja de que le dejaran en paz.
Sus clases en la Facultad correspondían al turno de
mañana, por lo que dedicaba las tardes al estudio y a la preparación de los
numerosos trabajos que sus profesores iban gradualmente planteando. Solía
descansar un buen rato después del almuerzo entregándose con pasión a las redes
informáticas, utilizando para ello una tablet que acumulaba años pero que aún
le ofrecía un estupendo rendimiento. A eso de las seis ya estaba ocupando uno
de los puestos de lectura en la biblioteca de su facultad, aunque en ocasiones elegía
la gran sala de estudio, cuando el recinto bibliotecario se encontraba a tope
de usuarios. Le gustaba el ambiente que podía “respirar” en estos espacios para
el estudio o los trabajos en equipo, permitiéndole la concentración y el
aprovechamiento del tiempo disponible para sus obligaciones académicas.
Un sábado por la mañana se animó a desplazarse al
salón de estudio de la facultad (aconsejado o “estimulado” por sus padres, que
le veían perder el tiempo en casa “jugando” minutos y minutos con la tablet).
Era la época de los exámenes para la convocatoria de Febrero, por lo cual la
biblioteca estaba completamente llena de alumnos. Al no encontrar asiento, se
desplazó al gran salón de estudio. Ya sentado en la populosa sala observó, dos
mesas más adelante que la suya, a una joven muy
delgada y con el cabello liso castaño oscuro, bien arropada en una chamarra
vaquera celeste que parecía divertidamente desgastada. Le llamó la atención el
hecho de que la chica estuvo cubriéndose el rostro con sus dos frágiles manos
durante varios minutos. Pensó que tal vez
se encontraría algo cansada y reposaba su vista tras un buen rato de lectura.
Sin embargo, cuando la joven retiró las manos de su cabeza, percibió que tenía
los ojos bastante enrojecidos. No se equivocaba al suponer que la joven había
estado llorando, ya que ésta se limpió sus ojos lagrimosos con su pañuelo de
color fucsia. Paul se dijo a sí mismo “Me gustaría acercarme y preguntarle si
se encuentra mal o le pudiera ayudar de alguna manera”. Pero su intrínseca timidez
le puso un freno absurdo a esa primera intención. Minutos más tarde, esa
compañera de estudio se levantó de su silla y se dirigió a una máquina
expendedora de bebidas, aperitivos y cafés. Le vio teclear los números de algún
producto pero cuando la chica se echó manos al bolsillo y abrió su monedero
comprobó que no llevaba las monedas necesarias, por lo que desistió en su
“petición de consumo”, volviendo lentamente y con la expresión aún más triste a
su puesto de estudio.
En la tarde de ese sábado y en la mañana del
domingo, cuando caminaba por entre los pinares
del Parque natural de los Montes de Málaga, prácticas senderistas en
solitario a las que Paul era muy aficionado, le seguía dando vueltas a su “cortedad”
y falta de decisión para haber entablado amistad con esa bien parecida joven,
que estaba sufriendo por algún motivo y que habría necesitado alguna ayuda,
apoyo que él no había sido valiente para ofrecerle. ¿Volvería a coincidir con
ella? Esa posibilidad le agradaba, aunque dudaba de si sería capaz de encontrar
algún motivo para entablar esa conversación que tanto le ilusionaría iniciar.
Todos estos pensamientos le hacían sentirse mal, porque comprendía que su
comportamiento resultaba infantil y ridículo “Como es posible que con la edad
que tengo, 18 años cumplidos, sienta vergüenza o timidez por acercarme a una
chica. Lo mío no tiene solución…” Estos pensamientos le atormentaban y sumían
en un estado depresivo del que creía poder escapar caminando, por entre la
sierra vegetal, una buena cantidad de kilómetros.
Durante la semana siguiente estuvo asistiendo al
recinto de estudio cada una de las tardes, manteniendo la esperanza, un día tras
otro frustrada, de volver a encontrarse con la chica del cabello castaño, la
chamarra celeste y esos ojos que le parecieron muy lindos y castigados por unas
traicioneras lágrimas. Pero la frágil joven de las zapatilla blancas y mirada
angelical no aparecía, para ocupar alguno de los asientos de la biblioteca o del
salón de estudio, espacios que seguían densamente utilizados en ese tiempo de
estrés para la preparación de las pruebas y los exámenes de invierno.
Sin embargo la suerte, el azar o tal vez fue el
capricho de los “dioses” con sus crípticas razones que los humanos difícilmente
acertamos a comprender, iluminó y sustentó la ilusión de Paul. Para su nerviosa,
compulsiva e inmensa alegría, aquel sábado matinal, la chica de los ojos
celestes estaba allí ocupando el mismo asiento que utilizó la vez anterior.
Vestía de la misma forma y en esa segunda oportunidad, aunque seria y
concentrada, parecía menos afligida. Paul no le quitaba la mirada de encima,
aunque cuando la chica levantaba su vista y cruzaba su mirada con la suya,
nerviosamente trataba de disimular torpemente su insistencia observadora, pues
se le caía el bolígrafo o los folios al suelo o se comportaba absurdamente en
sus movimientos, como un “pipiolo” enamorado. La chica, en un instante concreto,
al comprobar los ridículos nervios del tímido joven, no pudo por menos que
esbozar una también poco disimulada sonrisa. Paul se quedó “helado” cuando,
minutos más tarde, la chica se levantó de su mesa y mirándolo con una sonrisa
se dirigió hacia el lugar que él ocupaba.
“Compa, me estás poniendo nerviosa con tu
comportamiento ¿Te ocurre algo en lo que yo te pueda ayudar? El sábado pasado
era yo la que no estaba muy bien. Pero hoy eres tú el que estás hecho un
manojillo de nervios ¡Anda, levántate y vamos a tomar un cafetito al bar, que a
estas horas del mediodía debe estar un mucho animado! Te invito y así me
cuentas lo que te ocurre”.
Paul, hecho un verdadero “flan”, asintió con la
cabeza y acompañó, en un estado de profunda alegría, intenso nerviosismo y
descontrol anímico, a su nueva amiga ¡El milagro se estaba produciendo! Los
diez o quince minutos previstos se multiplicaron generosamente, pues Idalia era una persona comunicativa y que al marcar
muy bien su expresiones vocálicas, cautivaba al receptor de sus mensajes. Los
dos tercios de cerveza que compartieron dieron para que uno y otro interlocutor
conocieran lo fundamental del nuevo amigo/a. El protagonismo de la chica era
manifiesto. Explicó someramente que la actitud compungida o tan entristecida
del sábado pasado era a consecuencia de un fracaso afectivo muy reciente. Esa
deslealtad y engaño le había provocado mucho daño, pero que ya estaba
consiguiendo salir a flote del mismo, tratando de encontrar personas y cosas
que realmente fueran importantes y mereciera el esfuerzo de luchar por ellas. Aunque
durante la semana trabajaba como cajera en una importante cadena de
supermercados, su ilusión vocacional era realmente el arte interpretativo,
difícil meta a la que dedicaba los fines de semana, estudiando diversos papeles
o roles para participar en una serie de castings, en los que tenía depositadas
muchas esperanzas. Su cada vez más tranquilo interlocutor escuchaba plenamente
embelesado las explicaciones de una inesperada amiga que con su desenfadado
protagonismo le había abierto las puertas para salir de esas pueriles y
enfermizas barreras que había impuesto a su absurda forma de ser.
Al paso de los días y las hojas del calendario, la
sencilla y hermosa relación entre los dos jóvenes no dejó de crecer, avanzando
en una recíproca confianza cimentada en esa terapéutica ayuda que todos necesitamos
para superar traumas, taras o defectos, más o menos infundados. En esta
generosa comunicación, hubo muchos más méritos en Idalia, con su ágil
protagonismo y esa serenidad que la mujer sabe bien aplicar en los caracteres
desordenados o carentes del necesario equilibrio psicosomático. El “milagro”
continuaba su fructífero quehacer en la receptividad de un Paul que rebosaba
felicidad, necesidad y afecto cariñoso para la autoestima.

¿Y por qué no creer en los “milagros”? Aunque alguna vez hemos tenido la oportunidad de
escuchar esa certera frase que dice “a los problemas humanos hay que darles
soluciones humanas” es saludable soñar en que los misterios de la taumaturgia
pueden hacerse alguna vez realidad, a pesar de las dificultades, aquí en lo
terrenal. Paul, a sus dieciocho años seguía preguntándose el porqué de su
desabrida timidez, molesta limitación psicológica que tantas incomodidades le
proporcionaba. Pero llegó la ayuda
benefactora de Idalia a su vida y hoy día es una persona normalizada que aplica
con valentía una imprescindible autoestima en las relaciones con los demás.
Nunca llegó a saber el por qué de esa larga fase de timidez en su persona.
Tampoco supo cómo llegó a su vida esa frágil y linda joven de cabello liso
castaño quien, arropada en su muy usada chamarra vaquera, ocultaba con sus
manos las lágrimas que brotaban de sus ojos celestes, en el amplio salón de
estudio universitario. La acción de unos padres que “contrataron” a una
estudiante de arte dramático, a fin de que ayudara a superar la timidez de su
hijo, fue un secreto férreamente guardado por ambas partes. Lo que nunca
sospecharon esos padres es que la “actriz” por ellos negociada se iba a
enamorar tiernamente de un aturdido cliente, que vio en ella su providencial ángel
guardián.-
LA TIMIDEZ COMO RESPUESTA,
EN LA COMPLEJA REALIDAD DE
PAUL
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
13 Marzo 2020
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