Una insólita situación,
que el relato articula narrativamente, resulta sin embargo bastante usual en
nuestros hábitos, de manera especial en aquellos acontecimientos sociales a los
que acuden un importante número de personas. El hecho puede ocurrir en celebraciones o reuniones de la más variada
naturaleza, tal sea el caso de un bautizo, una boda, un cumpleaños, una
onomástica, una mayoría de edad, una graduación, un homenaje o incluso en
alguna reunión sentidamente luctuosa, como vemos en un duelo o sepelio. Por
supuesto hay que referirse de manera específica (volvemos a reiterarlo) a esas
reuniones sociales “densamente pobladas”, ya sean por asistentes especialmente invitados
u otras personas que voluntariamente desean estar presentes en tan congregados
encuentros. El espacio físico donde se desarrollan
estos eventos suele ser también muy variado, aunque la propia exigencia de la
amplitud “territorial” hace que sean elegidos los grandes salones de un hotel,
restaurante, cortijo, complejo educativo, club social, teatro o institución
empresarial o locales pertenecientes a la misma administración pública.
Cuando nos desplazamos a uno de estos populares o
más “académicos” eventos, observamos que comparten el lugar un número
importante de imágenes faciales que nos resultan más o menos allegadas o conocidas. Sin embargo también hay otras muchas anónimas, acerca de las cuales no poseemos la menor
información sobre sus nombres e incluso en nuestra memoria no aparecen
referentes que nos indiquen si alguna vez las hemos visto o hemos coincidido
con su presencia. En estos casos, nos prestamos a intercambiar con ellas el
necesario y educado saludo o esas sonrisas amables que siempre suelen ser bien
acogidas, como habilidades sociales para el contacto relacional. En este
contexto va a desarrollarse la trama argumental de nuestro relato.
La populosa celebración iba a tener lugar en uno de los señoriales,
suntuosos y bien decorados salones del hotel más señero de la capitalidad
malacitana, aquél cuyo nombre deriva de su atractiva y poética ubicación ante
las aguas serenas de la bahía de Málaga, en el Mediterráneo norte. El histórico
y emblemático Hotel Miramar. Este histórico
establecimiento se encontraba en aquella cálida tarde/noche de Junio “completamente”
repleto de personas. La inmensa mayoría de estos invitados se presentaba
exquisitamente trajeada, con sus mejores galas y atuendos pues, en sus
dependencias cubiertas y jardines al aire libre, iba a celebrarse una espléndida cena, con fiesta
de bailes incluida. Toda la ceremonia social se realizaba con motivo de
la boda de la hija menor de un prestigioso,
veterano y acaudalado constructor, afincado en la capital de la Costa del Sol
desde hacía más de dos décadas, con un conocido periodista que publica sus
textos en la principal cabecera de la prensa escrita madrileña.
Una caravana de taxis y automóviles de lujo
particulares había prácticamente colapsado la zona, aunque muchos de los asistentes
tuvieron la sensata inteligencia de acudir a la celebración utilizando el
transporte municipal de autobuses, servicio público económico, cómodo,
versátil y, en función de la densidad en
el tráfico, aceptablemente rápido. La cena de celebración estaba fijada en su
comienzo para las 21 horas aunque, desde muchos
minutos antes, la presencia de invitados a la misma era verdaderamente espectacular
y numerosa. “Toda” la sociedad malagueña, incluyendo personajes importantes de
otras muchas provincias hermanas o lejanas, se encontraba presente entre los
más de quinientos invitados a la tan atrayente
y deslumbrante gala social.
Entre todos esos asistentes se encontraba la
presencia de un señor mayor, a quien aparentemente nadie conocía pero al que
todos evitaban preguntarle por su identidad, a fin de no importunarle con tan
indelicado y puntual interrogante. En realidad, unos y otros pensaban que a
buen seguro “sería amigo, familiar allegado, pariente pobre, conocido,
compañero, vecino o profesional vinculado a uno de los dos contrayentes. En
todo caso era como ese abuelo al que nadie hace un especial caso. Este señor
figuraba en la tarjeta de visita, que entregó en los abigarrados y desordenados controles de
entrada, como Telesforo del Cantal Capitán,
datos que antecedían a la frase “Técnico Sociología Universidad Central.” Lo
cierto es que a este venerable señor mayor se le ubicó en una de las mesas que
en el argot de los servicios de catering y restauración se denominan como “la
de los invitados de última hora”. Algunas que otras personas se le acercaron
para “regalarle” algunas palabras amables o relacionales, e incluso para ofrecerle
alguna copa de vino en el refrigerio inicial de bienvenida. Pero el “anónimo”
invitado siempre respondía con una apacible sonrisa, tratando de evitar o reducir
al mínimo la expresión oral como respuesta. Parecía que “sobreactuaba”
aparentando que sufría una profunda sordera, aunque desde luego escuchaba todo
lo que le interesaba y no perdía detalle alguno de todas esas imágenes o
escenas que fluían ante su retina.
¿Qué apariencia física
ofrecía este venerable señor mayor? Se trataba de una persona probablemente
sexagenaria avanzada o incluso en la primera fase de su ya séptima década
vital. Tenía estatura medio/baja, con un evidente sobrepeso, especialmente en
su circulo ventral. Lucía bigote encanecido y muy bien cuidado, aunque el resto
de su cabeza denotaba una alopecia progresiva. El color de sus ojos era celeste
plomizo, con mirada y semblante apacible, aunque en determinados momentos
claramente incisiva. Cubría su vista con unas gafas académicas de montura
metálica cromada, lentes tradicionales pues en determinados momentos solía
inclinar su voluminosa cabeza para mirar por encima de sus lentes. El grueso
cuello corporal finalizaba en una voluminosa y generosa papada, que le daba
curiosamente un signo de respetabilidad a su sosegada y señorial figura. Se
esforzaba de disimular un tic nervioso que le hacía temblar de manera
intermitente el ojo izquierdo, control que apenas conseguía. Vestía con un
traje beige de mezclilla, adornándose para la respetabilidad con una corbata
marrón anaranjado, estampada con tenues rallas blancas, rojas y moradas.
Calzaba zapatos de piel beige, con suela
también de material, cuyas pisadas provocaban un agudo sonido al pisar sobre el
suelo de mármol, percusión acústica apenas inapreciable para un ambiente muy
densificado en personas y el intercambio de palabras cada vez con mayor
contaminación de volumen.
Telesforo fue ubicado en una gran mesa circular que, como las restantes preparadas
en los salones A y B del suntuoso recinto, estaban habilitadas cada una de ellas
para 10 comensales. A su derecha tenía sentada a una señora, doña Fuensanta,
acompañada de su marido Celio, presidente de la Asociación de Peñas de la
capital. A su izquierda estaba un matrimonio argentino integrado por Pascual,
jefe de personal de la gran constructora propiedad de los padres de la novia,
junto a su mujer Evelinda. Una y otra vez, con las intermitencias propias de la
que sería una muy larga cena, el misterioso y veterano comensal sacaba del
bolsillo de su chaqueta una pequeña libreta de alambre helicoidal, en la que
hacía breves anotaciones con un tradicional,
modesto pero muy útil bolígrafo bic, ante las miradas curiosas y comprensivas,
también divertidas, del resto de los compañeros que integraban su mesa.
El nivel acústico en
los dos espaciosos salones continuaba en un paulatino pero creciente aumento.
Como es usual en todas estas celebraciones, los asistentes suelen elevar el
volumen de su voz con el equivocado objetivo de hacerse escuchar. Pero como la
comunicación se hace difusa en el entendimiento, con tan “educado” pero
irresponsable escándalo, unos y otros van intensificando sus “voces” lo que
provoca inevitablemente jocosas situaciones, una de las cuales afectó de manera
directa al silencioso comensal, vecino de doña
Fuensanta.
Esta enjoyada, “teatral” y
bien pintada señora, con años indefinibles (en base a los laboriosos e intensos
cuidados aplicados a su ya muy gastada y reseca epidermis) se despojó de sus
zapatos de fiesta, acabados en un alargado pico y apoyados en tacones de
potente y fina aguja. La parlanchina señora se excusó diciendo que no podía
aguantar más el dolor que soportaba en sus dedos, en el tobillo y en el empeine
del pie, a causa de esos zapatos de marca exclusivos. Como su marido Celio no le prestaba el más leve caso, ella continuaba
con su protagonismo charlatán,
incidiendo en su verborrea sobre el sonriente
señor mayor que estaba sentado a su izquierda. Telesforo seguía practicando esa
aquiescencia silenciosa y complaciente (moviendo la cabeza de arriba abajo, como
inequívoca muestra afirmativa) gesto que aplicaba a todos aquellos que a lo
largo de la noche y por “caritativa amabilidad” a él se dirigían. Entre su
limitada audición orgánica y a que el ruido en la sala alcanzaba ya niveles de
exageración, creyó lo más oportuno seguir manteniendo esa práctica afirmativa,
fuera cual fuere el comentario que recibía de la comunicativa señora o de otro
comensal. En un momento concreto la “acotorrada” señora le expresó, haciendo
alarde arrogante de su buena conservación física “¿Vd.
cree o percibe que yo aparento más edad de la que realmente tengo, acabo de
cumplir los ¡¡cuarenta y nueve!!?” Como Telesforo ya había perdido
noción de la verborrea emitida de continuo por su “imaginativa” vecina de cena,
respondió afirmativamente con la cabeza, lo que provocó que la mujer cambiase
de color, sintiéndose indelicadamente tratada, provocando una ridícula y divertida
tensión en la mesa que los demás (aguantando y disimulando las risas) achacaron
a la avanzada veteranía del silencioso comensal.
La duración aplicada a la opípara cena fue insoportablemente prolongada. Por poner un
ejemplo, el servicio de mesa repartió el plato central del menú cincuenta y
cuatro minutos después de haber dispuesto las tres bandejas con los entremeses
ibéricos en la mesa de Foro (así le llamaban familiarmente sus íntimos y
allegados). Y el trozo de tarta nupcial llegó a su plato un hora y siete
minutos después de la lubina asada con setas y queso de Cabrales al licor,
plato central elegido por el reflexivo comensal, tal y como dejó anotado en su
siempre recurrente pequeña libreta azul.
Aquella misma noche, ya en la madrugada, Telesforo
resumía y ordenaba en frases cortas una serie de curiosas
anotaciones que había ido realizando durante la
traviesa y osada experiencia por él protagonizada. Entre otras muchas,
merecer ser citadas las siguientes. Recordaba a dos comensales que en su propia
mesa intercambiaban comentarios en clave acerca de sus habilidades por
conseguir concesiones de obra por parte de algunos destacados miembros de
las administraciones públicas. Tomó
también nota acerca de algunos invitados que, sin el menor recato, guardaban en
sus bolsos recuerdos de la tan señalada velada: por ejemplo, cubiertos grabados
con el nombre del prestigioso hotel e incluso alguna servilleta bordada con tan
insigne emblema. No sólo fue destacado en la libreta el insoportable nivel
acústico, al que ya se ha hecho mención en líneas previas, sino también el
grado etílico que alcanzaron determinados y señalados comensales, que les hacía
interrumpir o repetir hasta la saciedad, los mismos comentarios insustanciales
con los que “castigaban” a los sufridos oyentes en sus respectivas mesas. A
pesar de su “algo teatralizada sordera”, el sagaz observador había sabido
captar una “comidilla general” que circulaba de boca en boca, siempre entre
cómplices y socarronas sonrisas: el “bien conservado” patriarca familiar y
empresarial no sólo tenía a su lado a su bien “adornada” cónyugue, madre de la
novia, sino que tenía repartidas por entre los dos salones a un par de las
“amigas íntimas” que sabían complacerle
para sus carencias y caprichos, en tantas noches de desvelo, desvarío y
sensualidad. Y cómo olvidar, en esa parte festiva posterior a los postres,
cuando comenzaron sonar las notas del pentagrama para la danza y los bailes, un
hecho de sainete que enturbió la microatmósfera de la mesa en donde se ubicaba
Foro. Es el caso de que con tan copiosa y heterogénea ingesta, además del abuso
etílico, junto a esos movimientos en armoniosa sincronía con los sonidos de la
orquestina, alguno de los integrantes de la mesa no supo o pudo controlar bien
sus respuestas orgánicas. Como consecuencia, unos y otros se vieron acariciados
y embargados en un fétido aroma que les obligó a intercalar los rojizos colores
de sus rostros, con el torpe disimulo en sus hablas nerviosas y ese recurso a
los pañuelos impregnados en colonia que “enturbió” aún más ese olor “confuso”
del escasamente oportuno descontrol estomacal de alguno de los integrantes de
la mesa. Todo muy natural, cremosamente aromático pero, sin embargo, entrañablemente
humano.
Pero la anotación más significativa y singular, que
estaba en la base de la audaz y osada experiencia que Telesforo se había atrevido
protagonizar, era su propia presencia en tan festivo y emblemático acto. Su
reflexión práctica, sociológica y organizativa, acerca de cómo un perfecto
desconocido, para los rectores de la tan suntuosa ceremonia, había podido estar presente en la misma, sin haber
sido naturalmente invitado, le llenaba de comprensible y académica satisfacción.
Había compartido las vivencias, pobrezas y grandezas, desarrolladas por un
variopinto y numeroso grupo social, en un evento organizado y protagonizado por
unos destacados personajes del dinero, vinculados a la más cuidada y señera
élite económica, en una provincia marítima del sur peninsular. El veterano profesor
del Cantal Capitán, es catedrático emérito de sociología de la Universidad central.
Desde hace años se halla inmerso en la redacción de una obra capital, en el
terreno investigativo de la sociología relacional. Su título provisional es GRANDEZAS Y SERVIDUMBRES DE LAS ÉLITES SOCIALES, EN TIEMPO
PARA LAS APARIENCIAS, magno estudio de un sector de nuestra jerarquía
sociológica, que lidera la esfera política, ideológica y económica en estas
primeras década del siglo XXI español. Con esta obra “testamentaria” en la
creatividad y el esfuerzo intelectual pondrá digno colofón a una admirable
trayectoria docente e investigativa, en el marco solemne de las aulas
universitarias.
ANOTACIONES SOCIOLÓGICAS,
EN UNA OSADA TARDE DE FIESTA
José L. Casado Toro (viernes, 28 JUNIO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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