viernes, 28 de junio de 2019

ANOTACIONES SOCIOLÓGICAS, EN UNA OSADA TARDE DE FIESTA.

Una insólita situación, que el relato articula narrativamente, resulta sin embargo bastante usual en nuestros hábitos, de manera especial en aquellos acontecimientos sociales a los que acuden un importante número de personas. El hecho puede ocurrir en celebraciones o reuniones de la más variada naturaleza, tal sea el caso de un bautizo, una boda, un cumpleaños, una onomástica, una mayoría de edad, una graduación, un homenaje o incluso en alguna reunión sentidamente luctuosa, como vemos en un duelo o sepelio. Por supuesto hay que referirse de manera específica (volvemos a reiterarlo) a esas reuniones sociales “densamente pobladas”, ya sean por asistentes especialmente invitados u otras personas que voluntariamente desean estar presentes en tan congregados encuentros. El espacio físico donde se desarrollan estos eventos suele ser también muy variado, aunque la propia exigencia de la amplitud “territorial” hace que sean elegidos los grandes salones de un hotel, restaurante, cortijo, complejo educativo, club social, teatro o institución empresarial o locales pertenecientes a la misma administración pública.

Cuando nos desplazamos a uno de estos populares o más “académicos” eventos, observamos que comparten el lugar un número importante de imágenes faciales que nos resultan más o menos allegadas o conocidas. Sin embargo también hay otras muchas anónimas, acerca de las cuales no poseemos la menor información sobre sus nombres e incluso en nuestra memoria no aparecen referentes que nos indiquen si alguna vez las hemos visto o hemos coincidido con su presencia. En estos casos, nos prestamos a intercambiar con ellas el necesario y educado saludo o esas sonrisas amables que siempre suelen ser bien acogidas, como habilidades sociales para el contacto relacional. En este contexto va a desarrollarse la trama argumental de nuestro relato.

La populosa celebración iba a tener lugar en uno de los señoriales, suntuosos y bien decorados salones del hotel más señero de la capitalidad malacitana, aquél cuyo nombre deriva de su atractiva y poética ubicación ante las aguas serenas de la bahía de Málaga, en el Mediterráneo norte. El histórico y emblemático Hotel Miramar. Este histórico establecimiento se encontraba en aquella cálida tarde/noche de Junio “completamente” repleto de personas. La inmensa mayoría de estos invitados se presentaba exquisitamente trajeada, con sus mejores galas y atuendos pues, en sus dependencias cubiertas y jardines al aire libre, iba a celebrarse una espléndida cena, con fiesta de bailes incluida. Toda la ceremonia social se realizaba con motivo de la boda de la hija menor de un prestigioso, veterano y acaudalado constructor, afincado en la capital de la Costa del Sol desde hacía más de dos décadas, con un conocido periodista que publica sus textos en la principal cabecera de la prensa escrita madrileña.

Una caravana de taxis y automóviles de lujo particulares había prácticamente colapsado la zona, aunque muchos de los asistentes tuvieron la sensata inteligencia de acudir a la celebración utilizando el transporte municipal de autobuses, servicio público económico, cómodo, versátil  y, en función de la densidad en el tráfico, aceptablemente rápido. La cena de celebración estaba fijada en su comienzo para las 21 horas aunque, desde muchos minutos antes, la presencia de invitados a la misma era verdaderamente espectacular y numerosa. “Toda” la sociedad malagueña, incluyendo personajes importantes de otras muchas provincias hermanas o lejanas, se encontraba presente entre los más de quinientos invitados a la tan atrayente y deslumbrante gala social.

Entre todos esos asistentes se encontraba la presencia de un señor mayor, a quien aparentemente nadie conocía pero al que todos evitaban preguntarle por su identidad, a fin de no importunarle con tan indelicado y puntual interrogante. En realidad, unos y otros pensaban que a buen seguro “sería amigo, familiar allegado, pariente pobre, conocido, compañero, vecino o profesional vinculado a uno de los dos contrayentes. En todo caso era como ese abuelo al que nadie hace un especial caso. Este señor figuraba en la tarjeta de visita, que entregó en los  abigarrados y desordenados controles de entrada, como Telesforo del Cantal Capitán, datos que antecedían a la frase “Técnico Sociología Universidad Central.” Lo cierto es que a este venerable señor mayor se le ubicó en una de las mesas que en el argot de los servicios de catering y restauración se denominan como “la de los invitados de última hora”. Algunas que otras personas se le acercaron para “regalarle” algunas palabras amables o relacionales, e incluso para ofrecerle alguna copa de vino en el refrigerio inicial de bienvenida. Pero el “anónimo” invitado siempre respondía con una apacible sonrisa, tratando de evitar o reducir al mínimo la expresión oral como respuesta. Parecía que “sobreactuaba” aparentando que sufría una profunda sordera, aunque desde luego escuchaba todo lo que le interesaba y no perdía detalle alguno de todas esas imágenes o escenas que fluían ante su retina.

¿Qué apariencia física ofrecía este venerable señor mayor? Se trataba de una persona probablemente sexagenaria avanzada o incluso en la primera fase de su ya séptima década vital. Tenía estatura medio/baja, con un evidente sobrepeso, especialmente en su circulo ventral. Lucía bigote encanecido y muy bien cuidado, aunque el resto de su cabeza denotaba una alopecia progresiva. El color de sus ojos era celeste plomizo, con mirada y semblante apacible, aunque en determinados momentos claramente incisiva. Cubría su vista con unas gafas académicas de montura metálica cromada, lentes tradicionales pues en determinados momentos solía inclinar su voluminosa cabeza para mirar por encima de sus lentes. El grueso cuello corporal finalizaba en una voluminosa y generosa papada, que le daba curiosamente un signo de respetabilidad a su sosegada y señorial figura. Se esforzaba de disimular un tic nervioso que le hacía temblar de manera intermitente el ojo izquierdo, control que apenas conseguía. Vestía con un traje beige de mezclilla, adornándose para la respetabilidad con una corbata marrón anaranjado, estampada con tenues rallas blancas, rojas y moradas. Calzaba zapatos de  piel beige, con suela también de material, cuyas pisadas provocaban un agudo sonido al pisar sobre el suelo de mármol, percusión acústica apenas inapreciable para un ambiente muy densificado en personas y el intercambio de palabras cada vez con mayor contaminación de volumen.

Telesforo fue ubicado en una gran mesa circular que, como las restantes preparadas en los salones A y B del suntuoso recinto, estaban habilitadas cada una de ellas para 10 comensales. A su derecha tenía sentada a una señora, doña Fuensanta, acompañada de su marido Celio, presidente de la Asociación de Peñas de la capital. A su izquierda estaba un matrimonio argentino integrado por Pascual, jefe de personal de la gran constructora propiedad de los padres de la novia, junto a su mujer Evelinda. Una y otra vez, con las intermitencias propias de la que sería una muy larga cena, el misterioso y veterano comensal sacaba del bolsillo de su chaqueta una pequeña libreta de alambre helicoidal, en la que hacía breves anotaciones con un tradicional, modesto pero muy útil bolígrafo bic, ante las miradas curiosas y comprensivas, también divertidas, del resto de los compañeros que integraban su mesa.

El nivel acústico en los dos espaciosos salones continuaba en un paulatino pero creciente aumento. Como es usual en todas estas celebraciones, los asistentes suelen elevar el volumen de su voz con el equivocado objetivo de hacerse escuchar. Pero como la comunicación se hace difusa en el entendimiento, con tan “educado” pero irresponsable escándalo, unos y otros van intensificando sus “voces” lo que provoca inevitablemente jocosas situaciones, una de las cuales afectó de manera directa al silencioso comensal, vecino de doña Fuensanta.

Esta enjoyada, “teatral” y bien pintada señora, con años indefinibles (en base a los laboriosos e intensos cuidados aplicados a su ya muy gastada y reseca epidermis) se despojó de sus zapatos de fiesta, acabados en un alargado pico y apoyados en tacones de potente y fina aguja. La parlanchina señora se excusó diciendo que no podía aguantar más el dolor que soportaba en sus dedos, en el tobillo y en el empeine del pie, a causa de esos zapatos de marca exclusivos. Como su marido Celio no le prestaba el más leve caso, ella continuaba con  su protagonismo charlatán, incidiendo  en su verborrea sobre el sonriente señor mayor que estaba sentado a su izquierda. Telesforo seguía practicando esa aquiescencia silenciosa y complaciente (moviendo la cabeza de arriba abajo, como inequívoca muestra afirmativa) gesto que aplicaba a todos aquellos que a lo largo de la noche y por “caritativa amabilidad” a él se dirigían. Entre su limitada audición orgánica y a que el ruido en la sala alcanzaba ya niveles de exageración, creyó lo más oportuno seguir manteniendo esa práctica afirmativa, fuera cual fuere el comentario que recibía de la comunicativa señora o de otro comensal. En un momento concreto la “acotorrada” señora le expresó, haciendo alarde arrogante de su buena conservación física “¿Vd. cree o percibe que yo aparento más edad de la que realmente tengo, acabo de cumplir los ¡¡cuarenta y nueve!!?” Como Telesforo ya había perdido noción de la verborrea emitida de continuo por su “imaginativa” vecina de cena, respondió afirmativamente con la cabeza, lo que provocó que la mujer cambiase de color, sintiéndose indelicadamente tratada, provocando una ridícula y divertida tensión en la mesa que los demás (aguantando y disimulando las risas) achacaron a la avanzada veteranía del silencioso comensal. 

La duración aplicada a la opípara cena fue insoportablemente prolongada. Por poner un ejemplo, el servicio de mesa repartió el plato central del menú cincuenta y cuatro minutos después de haber dispuesto las tres bandejas con los entremeses ibéricos en la mesa de Foro (así le llamaban familiarmente sus íntimos y allegados). Y el trozo de tarta nupcial llegó a su plato un hora y siete minutos después de la lubina asada con setas y queso de Cabrales al licor, plato central elegido por el reflexivo comensal, tal y como dejó anotado en su siempre recurrente pequeña libreta azul.

Aquella misma noche, ya en la madrugada, Telesforo resumía y ordenaba en frases cortas una serie de curiosas anotaciones que había ido realizando durante la traviesa y osada experiencia por él protagonizada. Entre otras muchas, merecer ser citadas las siguientes. Recordaba a dos comensales que en su propia mesa intercambiaban comentarios en clave acerca de sus habilidades por conseguir concesiones de obra por parte de algunos destacados miembros de las  administraciones públicas. Tomó también nota acerca de algunos invitados que, sin el menor recato, guardaban en sus bolsos recuerdos de la tan señalada velada: por ejemplo, cubiertos grabados con el nombre del prestigioso hotel e incluso alguna servilleta bordada con tan insigne emblema. No sólo fue destacado en la libreta el insoportable nivel acústico, al que ya se ha hecho mención en líneas previas, sino también el grado etílico que alcanzaron determinados y señalados comensales, que les hacía interrumpir o repetir hasta la saciedad, los mismos comentarios insustanciales con los que “castigaban” a los sufridos oyentes en sus respectivas mesas. A pesar de su “algo teatralizada sordera”, el sagaz observador había sabido captar una “comidilla general” que circulaba de boca en boca, siempre entre cómplices y socarronas sonrisas: el “bien conservado” patriarca familiar y empresarial no sólo tenía a su lado a su bien “adornada” cónyugue, madre de la novia, sino que tenía repartidas por entre los dos salones a un par de las “amigas íntimas”  que sabían complacerle para sus carencias y caprichos, en tantas noches de desvelo, desvarío y sensualidad. Y cómo olvidar, en esa parte festiva posterior a los postres, cuando comenzaron sonar las notas del pentagrama para la danza y los bailes, un hecho de sainete que enturbió la microatmósfera de la mesa en donde se ubicaba Foro. Es el caso de que con tan copiosa y heterogénea ingesta, además del abuso etílico, junto a esos movimientos en armoniosa sincronía con los sonidos de la orquestina, alguno de los integrantes de la mesa no supo o pudo controlar bien sus respuestas orgánicas. Como consecuencia, unos y otros se vieron acariciados y embargados en un fétido aroma que les obligó a intercalar los rojizos colores de sus rostros, con el torpe disimulo en sus hablas nerviosas y ese recurso a los pañuelos impregnados en colonia que “enturbió” aún más ese olor “confuso” del escasamente oportuno descontrol estomacal de alguno de los integrantes de la mesa. Todo muy natural, cremosamente aromático pero, sin embargo, entrañablemente humano.

Pero la anotación más significativa y singular, que estaba en la base de la audaz y osada experiencia que Telesforo se había atrevido protagonizar, era su propia presencia en tan festivo y emblemático acto. Su reflexión práctica, sociológica y organizativa, acerca de cómo un perfecto desconocido, para los rectores de la tan suntuosa ceremonia,  había podido estar presente en la misma, sin haber sido naturalmente invitado, le llenaba de comprensible y académica satisfacción. Había compartido las vivencias, pobrezas y grandezas, desarrolladas por un variopinto y numeroso grupo social, en un evento organizado y protagonizado por unos destacados personajes del dinero, vinculados a la más cuidada y señera élite económica, en una provincia marítima del sur peninsular. El veterano profesor del Cantal Capitán, es catedrático emérito de sociología de la Universidad central. Desde hace años se halla inmerso en la redacción de una obra capital, en el terreno investigativo de la sociología relacional. Su título provisional es GRANDEZAS Y SERVIDUMBRES DE LAS ÉLITES SOCIALES, EN TIEMPO PARA LAS APARIENCIAS, magno estudio de un sector de nuestra jerarquía sociológica, que lidera la esfera política, ideológica y económica en estas primeras década del siglo XXI español. Con esta obra “testamentaria” en la creatividad y el esfuerzo intelectual pondrá digno colofón a una admirable trayectoria docente e investigativa, en el marco solemne de las aulas universitarias.


ANOTACIONES SOCIOLÓGICAS,
EN UNA OSADA TARDE DE FIESTA


José L. Casado Toro  (viernes, 28 JUNIO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

http://www.jlcasadot.blogspot.com/                      jlcasadot@yahoo.es



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