viernes, 21 de junio de 2019

ESFUERZO, HERENCIA Y SORPRESA, EN LOS TRES SOBRINOS DE NEMO.


La vida de las personas puede entenderse como una sucesión continua de pruebas, a modo de exámenes “encadenados”, inesperados retos sucesivos a los que tenemos que ir respondiendo con desigual  fortuna, a fin de obtener la mejor calificación posible al final del camino. En su inevitable proceso siempre vamos buscando ese óptimo resultado que nos conforte ante nosotros mismos y también en la óptica valorativa de los demás. En determinadas ocasiones, estos “ejercicios vivenciales” son especialmente difíciles en su contenido, por lo que se nos complica en exceso la obtención de ese ansiado “aprobado”. En otras desafortunadas oportunidades, el fracaso más o menos previsible va a depender de la inadecuada preparación que llevemos a la hora de presentarnos ante ese rígido tribunal de nuestra conciencia.

Resulta obvio admitir que los tipos o modalidades de estas pruebas no serán las mismas en las diferentes etapas y edades de las personas. Un niño pequeño tendrá unos “exámenes” muy diferentes en su naturaleza,  de aquellas otras pruebas que habrán de resolver los jóvenes, los adultos o el sector (cada vez más numeroso) de la población perteneciente a la tercera edad. En cuanto a los propios retos en sí, éstos serán muy variados. En algunos de los casos, el destino nos permitirá nuevas oportunidades para mejorar nuestras respuestas y las subsiguientes calificaciones, aunque en otras circunstancias ya no resultará posible su deseada repetición. Entre esos retos y respuestas que tienen una mayor relevancia o trascendencia para casi todas las personas, resulta indudable señalar situaciones acerca de cómo afrontar la enfermedad, la elección de nuestra pareja, el ejercicio de la paternidad o maternidad responsable, el desarrollo profesional y, por supuesto, el difícil proceso de la ancianidad.
En el presente relato, la temática que centrará la focalización de nuestra historia es una desigual experiencia que el destino puede presentarnos y ante cuyo “tribunal” unos salen mejor calificados que otros: se trata de la temática siempre complicada de las herencias familiares. Vayamos pues a la síntesis narrativa de la misma.
El tío Nemesio, por el carácter independiente y desconfiado que mostraba desde su juventud, nunca aceptó pasar por la vicaría eclesiástica o por el registro civil administrativo, a fin de regularizar vínculo matrimonial alguno. Ello no fue óbice para que mantuviera cerca de sí a muy numerosas y diferentes compañías femeninas, con ese egoísta pero humano objetivo  de combatir su soledad personal o esas necesidades sexuales arraigadas en un temperamento orgánico especialmente fogoso y vitalista. En el seno de su familia, este muy hábil emprendedor campesino fue siempre considerado como un  excelso mujeriego, al que le gustaba libar de flor en flor, a fin de experimentar y saborear los diferentes néctares y sabores ofertados por el destino terrenal. Muchas de sus parejas le duraban meses, estaciones anuales o incluso sólo días.
Por su especial personalidad, este emprendedor personaje nunca quiso residir en ambientes de avanzada urbanización, apreciando por el contrario la atmósfera más sosegada y ecológica de la naturaleza vegetal y animal. A causa de esta rural apetencia, vivió permanentemente alejado “del mundanal ruido” en un espléndido cortijo de la Serranía andaluza, cuidando y vigilando unas tierras que tuvo el acierto de ir comprando en aquellos momentos más oportunos para optimizar su coste, aplicando para ello valientes y acertadas inversiones. Tuvo el ingenio de plantar numerosas hectáreas de olivos y, paralelamente, organizó una bien conocida almazara cooperativista, que le reportó interesantes dividendos. Su propio cortijo residencial fue ampliado hasta en dos ocasiones, convirtiéndolo en un mastodóntico caserón de casi dos mil metros cuadrados útiles. Además de la agricultura, trabajó la vía pecuaria, montando en sus amplios anejos residenciales un criadero de pollos y gallinas, práctica avicultora con la que pudo obtener también “suculentos” y opíparos beneficios. En esta su gran “industria” agropecuaria no faltaba una lustrosa bodega, poblada de afamados y cuidados caldos traídos tanto de aquí cerca como de más allá de las montañas.  
La magnitud de su familia era más bien reducida, en cuanto al número de miembros integrantes. Sólo tenía una hermana, llamada Frasca, que falleció siendo aún joven a causa de unas fiebres “indeterminadas” mientras que su marido, Policarpo, no sobrevivió en mucho tiempo a su cónyuge, debido principalmente a su exagerada dependencia del alcohol. Este amante obsesivo de la bebida era un fornido camarero de bar. Las relaciones entre Nemesio y su único grupo parental fueron más bien frías o casi inexistentes desde el principio, porque el sagaz agricultor consideraba a estos modestos familiares como gente incapaz y avariciosa por sacar sustancial “tajada” de sus bien acumuladas y trabajadas pertenencias patrimoniales. De manera especial desconfiaba de las intenciones de sus tres únicos herederos, Américo, Lania y Bonifacio, los hijos de Frasca y Policarpo, que representaban, en su opinión, la imagen de un trío de “inútiles y avariciosos sobrinillos”.
No se equivocaba en demasía Nemesio porque los tres hermanos, de una u otra manera, siempre tuvieron en el punto de su mira personal la “suculenta” herencia que podrían recibir para sus maltrechas y necesitadas economías, una vez que el veterano y acomodado pariente, el acaudalado tío Nemo, emprendiera su último viaje hacia el infinito cósmico.
El mayor de los tres hermanos era Américo Valdivia, un bohemio escritor vocacional de gacetillas y poemas, que tenía que ganarse la vida, muy a su pesar, trabajando como mozo dependiente en un centro repartidor de mensajería, viajando encima de una pequeña moto en la que apenas cabía debido a un sobrepeso acentuado por su desaforada dependencia a la buena y abundante comida. Casado con Olivia, ama de casa sin hijos a quienes criar y educar, la oronda figura de Américo tambi echando horas como hamaquero de playa,  desaforada depedencia a la buena y abundante comida. Casado con Olivia, ama de casa sinén probaba suerte en los veranos echando horas como hamaquero de playa, cuando la modesta empresa de mensajería le pasaba al paro ante una demanda insuficientes de servicios por realizar.
La segunda hija del matrimonio era Lania Valdivia, la de mejor presencia física en la prole familiar. Prestaba servicios de dependienta en una franquicia de perfumería y cosmética, trabajando en un “estirado” horario y recibiendo una contraprestación ecónomica básica. Residía en la vivienda de sus padres difuntos, aunque sus hermanos le “exigían” una testimonial cuota mensual, ya que la propiedad familiar también les pertenecía. Esta joven de “treinta y cinco primaveras” era amante ocasional de un “iluminado” dirigente sindical, llamado Pepo, que abundaba en su rechazo a compromenterse en relaciones estables y familiares.
El benjamín del trío fraternal recibió en la pila bautismal el nombre de Bonifacio. Desde pequeño sintió atracción vincular por todo el entorno de la clerecía, ejerciendo en la infancia como monaguillo. No llegó a ingresar en el seminario conciliar (como era su deseo) por las escasas dotes y voluntad que mostraba para el estudio de las disciplinas, tanto humanísticas como técnicas. Al menos consiguió ejercer de sacristán en dos templos de la diócesis y dado su consolidado espíritu receptivo para todo lo relacionado con el beaterio, en la actualidad trabaja como hermano lego en un convento carmelita, en el que desempeña funciones de portería, recadero, limpieza y asistente sacerdotal en las ceremonias eclesiásticas, funciones en las que gusta potenciar sus afanes expresivos, en los cantos y rezos  de los oficios litúrgicos. También ayuda en la cocina al hermano Bernabé quien, a sus muchos años, se siente superado para mantener a buen nivel las necesidades en el alimento de los hermanos conventuales en las horas del refectorio.  
Los tres hermanos “miraban” y pensaban, de una u otra forma, en el tío Nemesio quien, dada su avanzada edad, ofrecía (sin otros herederos conocidos) una atractiva posibilidad de resolver con su herencia patrimonial muchos los objeticos, expectativas y compensaciones de las ahora más que modestas y opacas existencias. En las intimidad de sus conciencias, ¿cuáles eran esas aspiraciones que anhelaban, basadas en la legítima posibilidad de recibir parte de los caudales acumulados por el laborioso tío, agricultor y ganadero?
Américo quería vivir y disfrutar de las rentas, dedicando el amplio tiempo disponible a la escritura y también al aprendizaje de la pintura artística. Por supuesto que mantenía en el fondo de sus deseos esas raíces bohemias y de comportamiento hippy que por los avatares existenciales no había podido cultivar con la suficiente solvencia. Se decía a sí mismo “una vez recibido ese soporte dinerario de las arcas del “Nemo”  podría llevar a cabo ese viaje y estancia en el París de los artistas, deambulando y conviviendo por esos barrios antiguos que pueblan la capitalidad de una sin par nación, simbolo emblemático de la cultura y el arte”. Se sentía una persona no bien tratada por el destino, teniendo que desempeñar trabajos que le hacían profundamente infeliz.
Por parte de Lania, mantenía en su corazón el objetivo de poder montar su propia franquicia, principalmente de cosmética o incluso de ropa pret a porter. En cuanto a su relación con el sindicalista Pepo, tenía sus alzas y y bajas. El barbudo activista, liberado desde hacía años en el ejercicio de su actividad como profesor de secundaria, le aseguraba, en los momentos de una mayor crispada relación, que buscaba el momento y la oportunidad adecuada para dejar a Isabela. Su “compañera” legal, a fin de emprender juntos el camino de la felicidad sin mayores ataduras. Esta firme u oxigenante propósito la hacía en esos momentos tensos para la relación con la dependienta de cosmética, aunque en otros momentos de su proverbial altanería defendía su ácrata ideología de la defensa del amor libre, practicada entre los ciudadanos liberados de ataduras confesionales o de la influencia del conservadurismo “facha” y decadente.
El mundo de Boni era la clerecía. Era el que menos apetencia material mostraba entre sus afanes humanos. De todas formas, sabía de la estabilidad y “opulencia” (real o exagerada) que atesoraba su tío Nemo. Aunque alguna vez había intentado ponerse en contacto con el laborioso familiar, con el fin de que fuera generoso en la donación para ayudar a las personas más humildes y necesitadas. Pero Nemesio no quería saber nada de sacristías, cirios, rezos u otros elementos del más trasnochado beaterio. Cuando tenía que referirse a su sobrino, lo hacía de manera jocosa, criticando su supuesta vinculación a una “secta de sotanas y fórmulas litúrgicas”. En todo caso, Boni no perdía la esperanza de que algo de la riqueza del tío pudiera solucionar muchos problemas carenciales de la sociedad más sufriente y necesitada. 
Es una ley que no se discute o aprueba en parlamento alguno: la vida continúa su incesante andadura, buscando un destino que sólo ella conoce. Cuando apenas queremos darnos cuenta, son muchos los números de los almanaques que hemos ido sustituyendo anualmente, en esos paramentos entrañables de nuestros hogares. En base a ello el destino quiso que, casi tres años más adelante de los hechos narrados, el tio Nemo tomara su postrer tren, en ese andén mágico que tiene marcado la ruta hacia el todo o la nada. Los tres hermanos tuvieron conocimiento de este importante cambio en la rutina de sus vidas, a través de sendas cartas que recibieron desde un despacho notarial en las que se les informaba del luctuoso hecho familiar y se les convocaba, con tiempo suficiente, para una reunión oficial en la sede administrativa, lugar en el que se iba a dar lectura pública al testamento de D. Nemesio Pla Sampietro.  
El contexto ambiental de la sala, en donde el Ilmo. Sr. notario de la Villa iba a dar lectura de las voluntades testamentarias del finado, estaba lleno de una contenida tensión. Especialmente porque los tres hermanos de sangre (que no viajaron juntos al despacho, sito en la capital de España) se miraban con recelo y desconfianza, porque la suerte de alguno podía incidir en los resultados más precarios para la suerte de los demás. Además existía entre ellos la duda de qué habría decidido un familiar de tan próximo vinculo, pero de prácticamente nulo trato a lo largo de gran parte de sus vidas. La sensación anímica llegó a su climax o máxima cota cuando el reconocido jurista dio tiempo prudencial para que llegara a la reunión una cuarta persona, cuya identidad sólo él conocía.
Con unos minutos de retraso, con respecto a la hora de cita, entró en el severo pero elegante despacho una bella joven, cuya edad oscilaria entre la veintena avanzada y los primeros años de su tercera década vital. El Sr. notario, con una indisimulada sonrisa, presentó a la chica al resto de los presentes como Roberta. “El finado reconoció, cinco meses antes de su fallecimiento, a esta mujer como hija genética, tras verse obligado a realizarse unas pruebas médicas de paternidad, en base a la reclamación judicial que presentó la madre de la joven.”
La expresión facial y anímica de los tres hermanos fue cambiando de color tensional, pasando del nerviosismo previo a la confusión más absoluta. Ahora tenían una nueva competidora, de la que carencían de todo conocimiento, una vez legalmente reconocida su paternidad por parte del “increible y pillín” tio Nemo. Había que escuchar, con la mayor atención y la crispación disimulada, las palabras que iban a ser leídas por la solvente autoridad legal. Tras las consideraciones iniciales, escucharon atónitos un largo texto de unos cinco folios que, con el peculiar y severo estilo de un especialista en leyes, se fue dando a conocer a los cuatros familiares vinculados.
Resumiendo el farragoso contenido testamentario, la mitad de la herencia pasaba a manos de Roberta, esa hija finalmente reconocida y cuya historia estaría implícita en la conciencia de Nemesio y la madre de la joven, persona que ya tampoco estaba presente en la escenografía puntual de este mundo. El uso de esa media herencia sería controlada por un equipo de gestores debidamente cualificados, para que evitaran su dilapidación en fines banales: los fondos deberían ser invertidos en tareas de productividad agropecuaria.  Un cuarto de la herencia se entregaría a diversos organismos asistenciales, de titularidad pública y privada, para la realización de obras caritativas de acción social. Los labriegos vinculados al cortijo y a sus tierras anejas podrían permanecer en las viviendas que en la actualidad ocupaban y seguir cultivando diversos trozos de terreno a ellos legalmente cedidos, todo ello a cambio de seguir prestando funciones de cuidado a las diversas dependencias de la propiedad. Américo recibía una cantidad testimonial de 1000 euros y un kit con instrumental agrario, al que se añadía un sobre en cuyo interior estaba la documentación de una matrícula abierta para recibir clases en un centro de capacitación agraria. Lania recibía otros 1000 €, cantidad a la que se añadía la cesión de un pequeño local, ubicado a pie de calle y en una populosa barriada del antiguo Madrid, para que pudiera instalar allí el negocio que estimase más procedente. Boni recibía dos billetes aéreos “abiertos”, que deberían ser utilizados para desplazarse a tierras recónditas  sudamericanas y africanas, a fin de que desarrollara por esos parajes  tareas de evangelización. Para el lego carmelita no aparecía cantidad alguna, dinero que sí habían recibido sus hermanos, aunque en su caso recibía un paquete, cuidadosamente envuelto, en cuyo interior aparecía un hábito de hechura carmelita y una voluminosa biblia.

Cuando la sesión informativa finalizó, los cuatro familiares firmaron los documentos reglamentarios en los que aceptaban, lógicamente, la voluntad del finado, el sorprendente y cualificado tio Nemesio. Contrastaba el rostro de satisfacción de Roberta, esa hija que nunca estuvo cerca de un padre y quien supo de su existencia al cabo de muchos años, con los rostros desigualmente decepcionados de Américo, Lania y Bonifacio. Todos ellos evitaron esas convencionales despedidas al uso, porque la tensión y la “tormenta” iba por dentro. Unos y otros asumían que ese lejano tio carnal estaba más al tanto de sus vidas que lo que ellos podrían suponer,  aunque se esforzó igualmente en mantenerles bien alejados de su vida, pues no tenía fe alguna en las virtudes que pudieran atesorar. En realidad el mensaje que Nemo les transmitía era su propio ejemplo de trabajo, imaginación y constancia, en la persona de un gran emprendedor y esforzado agricultor y ganadero.

¿Supieron o quisieron aplicar a su recorrido vital las claves que su tío les había dado a través de su ultima voluntad testamentaria? El destino nos tiene reservados sorpresas, sin claves de tiempo o lugar. A dos años y medio de aquella reunión en el despacho notarial, Roberta y su primo Américo (que ha sabido restar lastre a su pesada humanidad) colaboran, muy bien avenidos, en el mantenimiento del cortijo agrario de Nemo. La chica es diplomada en Ciencias empresariales y su primo aprovechó bien la capacitación agraria que recibió en un centro de cualificación agraria vinculado a la Comunidad de Madrid. Sin embargo Américo aprovecha sus ratos de ocio, fuera del trabajo agropecuario que ordenadamente desempeña, para seguir cultivando sus viejas aficiones artísticas, tanto literarias como pictóricas. Las relaciones con su prima son excelentes y salen juntos con sus respectivas parejas en los fines de semana así como en períodos vacacionales. Lania, con gran esfuerzo económico, emprendió la difícil aventura de la empresa autónoma. Montó un comercio de productos cosméticos y servicios de esteticien.  Lo más curioso del caso es que la copropietaria de este centro estético es precisamente Isabela, mujer que mantuivo su ilusión por desarrollar una autonomía económica, especialmente cuando también (al igual que Lania) rompió con el sindicalista Pepo, tras las numerosas infidelidades del fornido y rudo líder sindical. En cuanto a Bonifacio, tras sus experiencias vivenciales por tierras sudamericanas, hoy se ha convertido en un empresario exportador de azúcar y ron, abandonando sus raices y veleidades eclesiáticas. Eso sí, en su lujoso despacho expone con cariñosa nostalgia (primorosamente enmarcado) el hábito carmelita que su tio le legó en el testamento notarial. La muy lujosa biblia, que también recibió como herencia, la regaló al padre Emaús, que rige la Iglesia del modesto predio de Covarillán, en la siempre atractiva isla antillana de Cuba.-

ESFUERZO, HERENCIA Y SORPRESA, EN
LOS TRES SOBRINOS DE NEMO


José L. Casado Toro  (viernes, 21 JUNIO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga




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