viernes, 28 de junio de 2019

ANOTACIONES SOCIOLÓGICAS, EN UNA OSADA TARDE DE FIESTA.

Una insólita situación, que el relato articula narrativamente, resulta sin embargo bastante usual en nuestros hábitos, de manera especial en aquellos acontecimientos sociales a los que acuden un importante número de personas. El hecho puede ocurrir en celebraciones o reuniones de la más variada naturaleza, tal sea el caso de un bautizo, una boda, un cumpleaños, una onomástica, una mayoría de edad, una graduación, un homenaje o incluso en alguna reunión sentidamente luctuosa, como vemos en un duelo o sepelio. Por supuesto hay que referirse de manera específica (volvemos a reiterarlo) a esas reuniones sociales “densamente pobladas”, ya sean por asistentes especialmente invitados u otras personas que voluntariamente desean estar presentes en tan congregados encuentros. El espacio físico donde se desarrollan estos eventos suele ser también muy variado, aunque la propia exigencia de la amplitud “territorial” hace que sean elegidos los grandes salones de un hotel, restaurante, cortijo, complejo educativo, club social, teatro o institución empresarial o locales pertenecientes a la misma administración pública.

Cuando nos desplazamos a uno de estos populares o más “académicos” eventos, observamos que comparten el lugar un número importante de imágenes faciales que nos resultan más o menos allegadas o conocidas. Sin embargo también hay otras muchas anónimas, acerca de las cuales no poseemos la menor información sobre sus nombres e incluso en nuestra memoria no aparecen referentes que nos indiquen si alguna vez las hemos visto o hemos coincidido con su presencia. En estos casos, nos prestamos a intercambiar con ellas el necesario y educado saludo o esas sonrisas amables que siempre suelen ser bien acogidas, como habilidades sociales para el contacto relacional. En este contexto va a desarrollarse la trama argumental de nuestro relato.

La populosa celebración iba a tener lugar en uno de los señoriales, suntuosos y bien decorados salones del hotel más señero de la capitalidad malacitana, aquél cuyo nombre deriva de su atractiva y poética ubicación ante las aguas serenas de la bahía de Málaga, en el Mediterráneo norte. El histórico y emblemático Hotel Miramar. Este histórico establecimiento se encontraba en aquella cálida tarde/noche de Junio “completamente” repleto de personas. La inmensa mayoría de estos invitados se presentaba exquisitamente trajeada, con sus mejores galas y atuendos pues, en sus dependencias cubiertas y jardines al aire libre, iba a celebrarse una espléndida cena, con fiesta de bailes incluida. Toda la ceremonia social se realizaba con motivo de la boda de la hija menor de un prestigioso, veterano y acaudalado constructor, afincado en la capital de la Costa del Sol desde hacía más de dos décadas, con un conocido periodista que publica sus textos en la principal cabecera de la prensa escrita madrileña.

Una caravana de taxis y automóviles de lujo particulares había prácticamente colapsado la zona, aunque muchos de los asistentes tuvieron la sensata inteligencia de acudir a la celebración utilizando el transporte municipal de autobuses, servicio público económico, cómodo, versátil  y, en función de la densidad en el tráfico, aceptablemente rápido. La cena de celebración estaba fijada en su comienzo para las 21 horas aunque, desde muchos minutos antes, la presencia de invitados a la misma era verdaderamente espectacular y numerosa. “Toda” la sociedad malagueña, incluyendo personajes importantes de otras muchas provincias hermanas o lejanas, se encontraba presente entre los más de quinientos invitados a la tan atrayente y deslumbrante gala social.

Entre todos esos asistentes se encontraba la presencia de un señor mayor, a quien aparentemente nadie conocía pero al que todos evitaban preguntarle por su identidad, a fin de no importunarle con tan indelicado y puntual interrogante. En realidad, unos y otros pensaban que a buen seguro “sería amigo, familiar allegado, pariente pobre, conocido, compañero, vecino o profesional vinculado a uno de los dos contrayentes. En todo caso era como ese abuelo al que nadie hace un especial caso. Este señor figuraba en la tarjeta de visita, que entregó en los  abigarrados y desordenados controles de entrada, como Telesforo del Cantal Capitán, datos que antecedían a la frase “Técnico Sociología Universidad Central.” Lo cierto es que a este venerable señor mayor se le ubicó en una de las mesas que en el argot de los servicios de catering y restauración se denominan como “la de los invitados de última hora”. Algunas que otras personas se le acercaron para “regalarle” algunas palabras amables o relacionales, e incluso para ofrecerle alguna copa de vino en el refrigerio inicial de bienvenida. Pero el “anónimo” invitado siempre respondía con una apacible sonrisa, tratando de evitar o reducir al mínimo la expresión oral como respuesta. Parecía que “sobreactuaba” aparentando que sufría una profunda sordera, aunque desde luego escuchaba todo lo que le interesaba y no perdía detalle alguno de todas esas imágenes o escenas que fluían ante su retina.

¿Qué apariencia física ofrecía este venerable señor mayor? Se trataba de una persona probablemente sexagenaria avanzada o incluso en la primera fase de su ya séptima década vital. Tenía estatura medio/baja, con un evidente sobrepeso, especialmente en su circulo ventral. Lucía bigote encanecido y muy bien cuidado, aunque el resto de su cabeza denotaba una alopecia progresiva. El color de sus ojos era celeste plomizo, con mirada y semblante apacible, aunque en determinados momentos claramente incisiva. Cubría su vista con unas gafas académicas de montura metálica cromada, lentes tradicionales pues en determinados momentos solía inclinar su voluminosa cabeza para mirar por encima de sus lentes. El grueso cuello corporal finalizaba en una voluminosa y generosa papada, que le daba curiosamente un signo de respetabilidad a su sosegada y señorial figura. Se esforzaba de disimular un tic nervioso que le hacía temblar de manera intermitente el ojo izquierdo, control que apenas conseguía. Vestía con un traje beige de mezclilla, adornándose para la respetabilidad con una corbata marrón anaranjado, estampada con tenues rallas blancas, rojas y moradas. Calzaba zapatos de  piel beige, con suela también de material, cuyas pisadas provocaban un agudo sonido al pisar sobre el suelo de mármol, percusión acústica apenas inapreciable para un ambiente muy densificado en personas y el intercambio de palabras cada vez con mayor contaminación de volumen.

Telesforo fue ubicado en una gran mesa circular que, como las restantes preparadas en los salones A y B del suntuoso recinto, estaban habilitadas cada una de ellas para 10 comensales. A su derecha tenía sentada a una señora, doña Fuensanta, acompañada de su marido Celio, presidente de la Asociación de Peñas de la capital. A su izquierda estaba un matrimonio argentino integrado por Pascual, jefe de personal de la gran constructora propiedad de los padres de la novia, junto a su mujer Evelinda. Una y otra vez, con las intermitencias propias de la que sería una muy larga cena, el misterioso y veterano comensal sacaba del bolsillo de su chaqueta una pequeña libreta de alambre helicoidal, en la que hacía breves anotaciones con un tradicional, modesto pero muy útil bolígrafo bic, ante las miradas curiosas y comprensivas, también divertidas, del resto de los compañeros que integraban su mesa.

El nivel acústico en los dos espaciosos salones continuaba en un paulatino pero creciente aumento. Como es usual en todas estas celebraciones, los asistentes suelen elevar el volumen de su voz con el equivocado objetivo de hacerse escuchar. Pero como la comunicación se hace difusa en el entendimiento, con tan “educado” pero irresponsable escándalo, unos y otros van intensificando sus “voces” lo que provoca inevitablemente jocosas situaciones, una de las cuales afectó de manera directa al silencioso comensal, vecino de doña Fuensanta.

Esta enjoyada, “teatral” y bien pintada señora, con años indefinibles (en base a los laboriosos e intensos cuidados aplicados a su ya muy gastada y reseca epidermis) se despojó de sus zapatos de fiesta, acabados en un alargado pico y apoyados en tacones de potente y fina aguja. La parlanchina señora se excusó diciendo que no podía aguantar más el dolor que soportaba en sus dedos, en el tobillo y en el empeine del pie, a causa de esos zapatos de marca exclusivos. Como su marido Celio no le prestaba el más leve caso, ella continuaba con  su protagonismo charlatán, incidiendo  en su verborrea sobre el sonriente señor mayor que estaba sentado a su izquierda. Telesforo seguía practicando esa aquiescencia silenciosa y complaciente (moviendo la cabeza de arriba abajo, como inequívoca muestra afirmativa) gesto que aplicaba a todos aquellos que a lo largo de la noche y por “caritativa amabilidad” a él se dirigían. Entre su limitada audición orgánica y a que el ruido en la sala alcanzaba ya niveles de exageración, creyó lo más oportuno seguir manteniendo esa práctica afirmativa, fuera cual fuere el comentario que recibía de la comunicativa señora o de otro comensal. En un momento concreto la “acotorrada” señora le expresó, haciendo alarde arrogante de su buena conservación física “¿Vd. cree o percibe que yo aparento más edad de la que realmente tengo, acabo de cumplir los ¡¡cuarenta y nueve!!?” Como Telesforo ya había perdido noción de la verborrea emitida de continuo por su “imaginativa” vecina de cena, respondió afirmativamente con la cabeza, lo que provocó que la mujer cambiase de color, sintiéndose indelicadamente tratada, provocando una ridícula y divertida tensión en la mesa que los demás (aguantando y disimulando las risas) achacaron a la avanzada veteranía del silencioso comensal. 

La duración aplicada a la opípara cena fue insoportablemente prolongada. Por poner un ejemplo, el servicio de mesa repartió el plato central del menú cincuenta y cuatro minutos después de haber dispuesto las tres bandejas con los entremeses ibéricos en la mesa de Foro (así le llamaban familiarmente sus íntimos y allegados). Y el trozo de tarta nupcial llegó a su plato un hora y siete minutos después de la lubina asada con setas y queso de Cabrales al licor, plato central elegido por el reflexivo comensal, tal y como dejó anotado en su siempre recurrente pequeña libreta azul.

Aquella misma noche, ya en la madrugada, Telesforo resumía y ordenaba en frases cortas una serie de curiosas anotaciones que había ido realizando durante la traviesa y osada experiencia por él protagonizada. Entre otras muchas, merecer ser citadas las siguientes. Recordaba a dos comensales que en su propia mesa intercambiaban comentarios en clave acerca de sus habilidades por conseguir concesiones de obra por parte de algunos destacados miembros de las  administraciones públicas. Tomó también nota acerca de algunos invitados que, sin el menor recato, guardaban en sus bolsos recuerdos de la tan señalada velada: por ejemplo, cubiertos grabados con el nombre del prestigioso hotel e incluso alguna servilleta bordada con tan insigne emblema. No sólo fue destacado en la libreta el insoportable nivel acústico, al que ya se ha hecho mención en líneas previas, sino también el grado etílico que alcanzaron determinados y señalados comensales, que les hacía interrumpir o repetir hasta la saciedad, los mismos comentarios insustanciales con los que “castigaban” a los sufridos oyentes en sus respectivas mesas. A pesar de su “algo teatralizada sordera”, el sagaz observador había sabido captar una “comidilla general” que circulaba de boca en boca, siempre entre cómplices y socarronas sonrisas: el “bien conservado” patriarca familiar y empresarial no sólo tenía a su lado a su bien “adornada” cónyugue, madre de la novia, sino que tenía repartidas por entre los dos salones a un par de las “amigas íntimas”  que sabían complacerle para sus carencias y caprichos, en tantas noches de desvelo, desvarío y sensualidad. Y cómo olvidar, en esa parte festiva posterior a los postres, cuando comenzaron sonar las notas del pentagrama para la danza y los bailes, un hecho de sainete que enturbió la microatmósfera de la mesa en donde se ubicaba Foro. Es el caso de que con tan copiosa y heterogénea ingesta, además del abuso etílico, junto a esos movimientos en armoniosa sincronía con los sonidos de la orquestina, alguno de los integrantes de la mesa no supo o pudo controlar bien sus respuestas orgánicas. Como consecuencia, unos y otros se vieron acariciados y embargados en un fétido aroma que les obligó a intercalar los rojizos colores de sus rostros, con el torpe disimulo en sus hablas nerviosas y ese recurso a los pañuelos impregnados en colonia que “enturbió” aún más ese olor “confuso” del escasamente oportuno descontrol estomacal de alguno de los integrantes de la mesa. Todo muy natural, cremosamente aromático pero, sin embargo, entrañablemente humano.

Pero la anotación más significativa y singular, que estaba en la base de la audaz y osada experiencia que Telesforo se había atrevido protagonizar, era su propia presencia en tan festivo y emblemático acto. Su reflexión práctica, sociológica y organizativa, acerca de cómo un perfecto desconocido, para los rectores de la tan suntuosa ceremonia,  había podido estar presente en la misma, sin haber sido naturalmente invitado, le llenaba de comprensible y académica satisfacción. Había compartido las vivencias, pobrezas y grandezas, desarrolladas por un variopinto y numeroso grupo social, en un evento organizado y protagonizado por unos destacados personajes del dinero, vinculados a la más cuidada y señera élite económica, en una provincia marítima del sur peninsular. El veterano profesor del Cantal Capitán, es catedrático emérito de sociología de la Universidad central. Desde hace años se halla inmerso en la redacción de una obra capital, en el terreno investigativo de la sociología relacional. Su título provisional es GRANDEZAS Y SERVIDUMBRES DE LAS ÉLITES SOCIALES, EN TIEMPO PARA LAS APARIENCIAS, magno estudio de un sector de nuestra jerarquía sociológica, que lidera la esfera política, ideológica y económica en estas primeras década del siglo XXI español. Con esta obra “testamentaria” en la creatividad y el esfuerzo intelectual pondrá digno colofón a una admirable trayectoria docente e investigativa, en el marco solemne de las aulas universitarias.


ANOTACIONES SOCIOLÓGICAS,
EN UNA OSADA TARDE DE FIESTA


José L. Casado Toro  (viernes, 28 JUNIO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

http://www.jlcasadot.blogspot.com/                      jlcasadot@yahoo.es



viernes, 21 de junio de 2019

ESFUERZO, HERENCIA Y SORPRESA, EN LOS TRES SOBRINOS DE NEMO.


La vida de las personas puede entenderse como una sucesión continua de pruebas, a modo de exámenes “encadenados”, inesperados retos sucesivos a los que tenemos que ir respondiendo con desigual  fortuna, a fin de obtener la mejor calificación posible al final del camino. En su inevitable proceso siempre vamos buscando ese óptimo resultado que nos conforte ante nosotros mismos y también en la óptica valorativa de los demás. En determinadas ocasiones, estos “ejercicios vivenciales” son especialmente difíciles en su contenido, por lo que se nos complica en exceso la obtención de ese ansiado “aprobado”. En otras desafortunadas oportunidades, el fracaso más o menos previsible va a depender de la inadecuada preparación que llevemos a la hora de presentarnos ante ese rígido tribunal de nuestra conciencia.

Resulta obvio admitir que los tipos o modalidades de estas pruebas no serán las mismas en las diferentes etapas y edades de las personas. Un niño pequeño tendrá unos “exámenes” muy diferentes en su naturaleza,  de aquellas otras pruebas que habrán de resolver los jóvenes, los adultos o el sector (cada vez más numeroso) de la población perteneciente a la tercera edad. En cuanto a los propios retos en sí, éstos serán muy variados. En algunos de los casos, el destino nos permitirá nuevas oportunidades para mejorar nuestras respuestas y las subsiguientes calificaciones, aunque en otras circunstancias ya no resultará posible su deseada repetición. Entre esos retos y respuestas que tienen una mayor relevancia o trascendencia para casi todas las personas, resulta indudable señalar situaciones acerca de cómo afrontar la enfermedad, la elección de nuestra pareja, el ejercicio de la paternidad o maternidad responsable, el desarrollo profesional y, por supuesto, el difícil proceso de la ancianidad.
En el presente relato, la temática que centrará la focalización de nuestra historia es una desigual experiencia que el destino puede presentarnos y ante cuyo “tribunal” unos salen mejor calificados que otros: se trata de la temática siempre complicada de las herencias familiares. Vayamos pues a la síntesis narrativa de la misma.
El tío Nemesio, por el carácter independiente y desconfiado que mostraba desde su juventud, nunca aceptó pasar por la vicaría eclesiástica o por el registro civil administrativo, a fin de regularizar vínculo matrimonial alguno. Ello no fue óbice para que mantuviera cerca de sí a muy numerosas y diferentes compañías femeninas, con ese egoísta pero humano objetivo  de combatir su soledad personal o esas necesidades sexuales arraigadas en un temperamento orgánico especialmente fogoso y vitalista. En el seno de su familia, este muy hábil emprendedor campesino fue siempre considerado como un  excelso mujeriego, al que le gustaba libar de flor en flor, a fin de experimentar y saborear los diferentes néctares y sabores ofertados por el destino terrenal. Muchas de sus parejas le duraban meses, estaciones anuales o incluso sólo días.
Por su especial personalidad, este emprendedor personaje nunca quiso residir en ambientes de avanzada urbanización, apreciando por el contrario la atmósfera más sosegada y ecológica de la naturaleza vegetal y animal. A causa de esta rural apetencia, vivió permanentemente alejado “del mundanal ruido” en un espléndido cortijo de la Serranía andaluza, cuidando y vigilando unas tierras que tuvo el acierto de ir comprando en aquellos momentos más oportunos para optimizar su coste, aplicando para ello valientes y acertadas inversiones. Tuvo el ingenio de plantar numerosas hectáreas de olivos y, paralelamente, organizó una bien conocida almazara cooperativista, que le reportó interesantes dividendos. Su propio cortijo residencial fue ampliado hasta en dos ocasiones, convirtiéndolo en un mastodóntico caserón de casi dos mil metros cuadrados útiles. Además de la agricultura, trabajó la vía pecuaria, montando en sus amplios anejos residenciales un criadero de pollos y gallinas, práctica avicultora con la que pudo obtener también “suculentos” y opíparos beneficios. En esta su gran “industria” agropecuaria no faltaba una lustrosa bodega, poblada de afamados y cuidados caldos traídos tanto de aquí cerca como de más allá de las montañas.  
La magnitud de su familia era más bien reducida, en cuanto al número de miembros integrantes. Sólo tenía una hermana, llamada Frasca, que falleció siendo aún joven a causa de unas fiebres “indeterminadas” mientras que su marido, Policarpo, no sobrevivió en mucho tiempo a su cónyuge, debido principalmente a su exagerada dependencia del alcohol. Este amante obsesivo de la bebida era un fornido camarero de bar. Las relaciones entre Nemesio y su único grupo parental fueron más bien frías o casi inexistentes desde el principio, porque el sagaz agricultor consideraba a estos modestos familiares como gente incapaz y avariciosa por sacar sustancial “tajada” de sus bien acumuladas y trabajadas pertenencias patrimoniales. De manera especial desconfiaba de las intenciones de sus tres únicos herederos, Américo, Lania y Bonifacio, los hijos de Frasca y Policarpo, que representaban, en su opinión, la imagen de un trío de “inútiles y avariciosos sobrinillos”.
No se equivocaba en demasía Nemesio porque los tres hermanos, de una u otra manera, siempre tuvieron en el punto de su mira personal la “suculenta” herencia que podrían recibir para sus maltrechas y necesitadas economías, una vez que el veterano y acomodado pariente, el acaudalado tío Nemo, emprendiera su último viaje hacia el infinito cósmico.
El mayor de los tres hermanos era Américo Valdivia, un bohemio escritor vocacional de gacetillas y poemas, que tenía que ganarse la vida, muy a su pesar, trabajando como mozo dependiente en un centro repartidor de mensajería, viajando encima de una pequeña moto en la que apenas cabía debido a un sobrepeso acentuado por su desaforada dependencia a la buena y abundante comida. Casado con Olivia, ama de casa sin hijos a quienes criar y educar, la oronda figura de Américo tambi echando horas como hamaquero de playa,  desaforada depedencia a la buena y abundante comida. Casado con Olivia, ama de casa sinén probaba suerte en los veranos echando horas como hamaquero de playa, cuando la modesta empresa de mensajería le pasaba al paro ante una demanda insuficientes de servicios por realizar.
La segunda hija del matrimonio era Lania Valdivia, la de mejor presencia física en la prole familiar. Prestaba servicios de dependienta en una franquicia de perfumería y cosmética, trabajando en un “estirado” horario y recibiendo una contraprestación ecónomica básica. Residía en la vivienda de sus padres difuntos, aunque sus hermanos le “exigían” una testimonial cuota mensual, ya que la propiedad familiar también les pertenecía. Esta joven de “treinta y cinco primaveras” era amante ocasional de un “iluminado” dirigente sindical, llamado Pepo, que abundaba en su rechazo a compromenterse en relaciones estables y familiares.
El benjamín del trío fraternal recibió en la pila bautismal el nombre de Bonifacio. Desde pequeño sintió atracción vincular por todo el entorno de la clerecía, ejerciendo en la infancia como monaguillo. No llegó a ingresar en el seminario conciliar (como era su deseo) por las escasas dotes y voluntad que mostraba para el estudio de las disciplinas, tanto humanísticas como técnicas. Al menos consiguió ejercer de sacristán en dos templos de la diócesis y dado su consolidado espíritu receptivo para todo lo relacionado con el beaterio, en la actualidad trabaja como hermano lego en un convento carmelita, en el que desempeña funciones de portería, recadero, limpieza y asistente sacerdotal en las ceremonias eclesiásticas, funciones en las que gusta potenciar sus afanes expresivos, en los cantos y rezos  de los oficios litúrgicos. También ayuda en la cocina al hermano Bernabé quien, a sus muchos años, se siente superado para mantener a buen nivel las necesidades en el alimento de los hermanos conventuales en las horas del refectorio.  
Los tres hermanos “miraban” y pensaban, de una u otra forma, en el tío Nemesio quien, dada su avanzada edad, ofrecía (sin otros herederos conocidos) una atractiva posibilidad de resolver con su herencia patrimonial muchos los objeticos, expectativas y compensaciones de las ahora más que modestas y opacas existencias. En las intimidad de sus conciencias, ¿cuáles eran esas aspiraciones que anhelaban, basadas en la legítima posibilidad de recibir parte de los caudales acumulados por el laborioso tío, agricultor y ganadero?
Américo quería vivir y disfrutar de las rentas, dedicando el amplio tiempo disponible a la escritura y también al aprendizaje de la pintura artística. Por supuesto que mantenía en el fondo de sus deseos esas raíces bohemias y de comportamiento hippy que por los avatares existenciales no había podido cultivar con la suficiente solvencia. Se decía a sí mismo “una vez recibido ese soporte dinerario de las arcas del “Nemo”  podría llevar a cabo ese viaje y estancia en el París de los artistas, deambulando y conviviendo por esos barrios antiguos que pueblan la capitalidad de una sin par nación, simbolo emblemático de la cultura y el arte”. Se sentía una persona no bien tratada por el destino, teniendo que desempeñar trabajos que le hacían profundamente infeliz.
Por parte de Lania, mantenía en su corazón el objetivo de poder montar su propia franquicia, principalmente de cosmética o incluso de ropa pret a porter. En cuanto a su relación con el sindicalista Pepo, tenía sus alzas y y bajas. El barbudo activista, liberado desde hacía años en el ejercicio de su actividad como profesor de secundaria, le aseguraba, en los momentos de una mayor crispada relación, que buscaba el momento y la oportunidad adecuada para dejar a Isabela. Su “compañera” legal, a fin de emprender juntos el camino de la felicidad sin mayores ataduras. Esta firme u oxigenante propósito la hacía en esos momentos tensos para la relación con la dependienta de cosmética, aunque en otros momentos de su proverbial altanería defendía su ácrata ideología de la defensa del amor libre, practicada entre los ciudadanos liberados de ataduras confesionales o de la influencia del conservadurismo “facha” y decadente.
El mundo de Boni era la clerecía. Era el que menos apetencia material mostraba entre sus afanes humanos. De todas formas, sabía de la estabilidad y “opulencia” (real o exagerada) que atesoraba su tío Nemo. Aunque alguna vez había intentado ponerse en contacto con el laborioso familiar, con el fin de que fuera generoso en la donación para ayudar a las personas más humildes y necesitadas. Pero Nemesio no quería saber nada de sacristías, cirios, rezos u otros elementos del más trasnochado beaterio. Cuando tenía que referirse a su sobrino, lo hacía de manera jocosa, criticando su supuesta vinculación a una “secta de sotanas y fórmulas litúrgicas”. En todo caso, Boni no perdía la esperanza de que algo de la riqueza del tío pudiera solucionar muchos problemas carenciales de la sociedad más sufriente y necesitada. 
Es una ley que no se discute o aprueba en parlamento alguno: la vida continúa su incesante andadura, buscando un destino que sólo ella conoce. Cuando apenas queremos darnos cuenta, son muchos los números de los almanaques que hemos ido sustituyendo anualmente, en esos paramentos entrañables de nuestros hogares. En base a ello el destino quiso que, casi tres años más adelante de los hechos narrados, el tio Nemo tomara su postrer tren, en ese andén mágico que tiene marcado la ruta hacia el todo o la nada. Los tres hermanos tuvieron conocimiento de este importante cambio en la rutina de sus vidas, a través de sendas cartas que recibieron desde un despacho notarial en las que se les informaba del luctuoso hecho familiar y se les convocaba, con tiempo suficiente, para una reunión oficial en la sede administrativa, lugar en el que se iba a dar lectura pública al testamento de D. Nemesio Pla Sampietro.  
El contexto ambiental de la sala, en donde el Ilmo. Sr. notario de la Villa iba a dar lectura de las voluntades testamentarias del finado, estaba lleno de una contenida tensión. Especialmente porque los tres hermanos de sangre (que no viajaron juntos al despacho, sito en la capital de España) se miraban con recelo y desconfianza, porque la suerte de alguno podía incidir en los resultados más precarios para la suerte de los demás. Además existía entre ellos la duda de qué habría decidido un familiar de tan próximo vinculo, pero de prácticamente nulo trato a lo largo de gran parte de sus vidas. La sensación anímica llegó a su climax o máxima cota cuando el reconocido jurista dio tiempo prudencial para que llegara a la reunión una cuarta persona, cuya identidad sólo él conocía.
Con unos minutos de retraso, con respecto a la hora de cita, entró en el severo pero elegante despacho una bella joven, cuya edad oscilaria entre la veintena avanzada y los primeros años de su tercera década vital. El Sr. notario, con una indisimulada sonrisa, presentó a la chica al resto de los presentes como Roberta. “El finado reconoció, cinco meses antes de su fallecimiento, a esta mujer como hija genética, tras verse obligado a realizarse unas pruebas médicas de paternidad, en base a la reclamación judicial que presentó la madre de la joven.”
La expresión facial y anímica de los tres hermanos fue cambiando de color tensional, pasando del nerviosismo previo a la confusión más absoluta. Ahora tenían una nueva competidora, de la que carencían de todo conocimiento, una vez legalmente reconocida su paternidad por parte del “increible y pillín” tio Nemo. Había que escuchar, con la mayor atención y la crispación disimulada, las palabras que iban a ser leídas por la solvente autoridad legal. Tras las consideraciones iniciales, escucharon atónitos un largo texto de unos cinco folios que, con el peculiar y severo estilo de un especialista en leyes, se fue dando a conocer a los cuatros familiares vinculados.
Resumiendo el farragoso contenido testamentario, la mitad de la herencia pasaba a manos de Roberta, esa hija finalmente reconocida y cuya historia estaría implícita en la conciencia de Nemesio y la madre de la joven, persona que ya tampoco estaba presente en la escenografía puntual de este mundo. El uso de esa media herencia sería controlada por un equipo de gestores debidamente cualificados, para que evitaran su dilapidación en fines banales: los fondos deberían ser invertidos en tareas de productividad agropecuaria.  Un cuarto de la herencia se entregaría a diversos organismos asistenciales, de titularidad pública y privada, para la realización de obras caritativas de acción social. Los labriegos vinculados al cortijo y a sus tierras anejas podrían permanecer en las viviendas que en la actualidad ocupaban y seguir cultivando diversos trozos de terreno a ellos legalmente cedidos, todo ello a cambio de seguir prestando funciones de cuidado a las diversas dependencias de la propiedad. Américo recibía una cantidad testimonial de 1000 euros y un kit con instrumental agrario, al que se añadía un sobre en cuyo interior estaba la documentación de una matrícula abierta para recibir clases en un centro de capacitación agraria. Lania recibía otros 1000 €, cantidad a la que se añadía la cesión de un pequeño local, ubicado a pie de calle y en una populosa barriada del antiguo Madrid, para que pudiera instalar allí el negocio que estimase más procedente. Boni recibía dos billetes aéreos “abiertos”, que deberían ser utilizados para desplazarse a tierras recónditas  sudamericanas y africanas, a fin de que desarrollara por esos parajes  tareas de evangelización. Para el lego carmelita no aparecía cantidad alguna, dinero que sí habían recibido sus hermanos, aunque en su caso recibía un paquete, cuidadosamente envuelto, en cuyo interior aparecía un hábito de hechura carmelita y una voluminosa biblia.

Cuando la sesión informativa finalizó, los cuatro familiares firmaron los documentos reglamentarios en los que aceptaban, lógicamente, la voluntad del finado, el sorprendente y cualificado tio Nemesio. Contrastaba el rostro de satisfacción de Roberta, esa hija que nunca estuvo cerca de un padre y quien supo de su existencia al cabo de muchos años, con los rostros desigualmente decepcionados de Américo, Lania y Bonifacio. Todos ellos evitaron esas convencionales despedidas al uso, porque la tensión y la “tormenta” iba por dentro. Unos y otros asumían que ese lejano tio carnal estaba más al tanto de sus vidas que lo que ellos podrían suponer,  aunque se esforzó igualmente en mantenerles bien alejados de su vida, pues no tenía fe alguna en las virtudes que pudieran atesorar. En realidad el mensaje que Nemo les transmitía era su propio ejemplo de trabajo, imaginación y constancia, en la persona de un gran emprendedor y esforzado agricultor y ganadero.

¿Supieron o quisieron aplicar a su recorrido vital las claves que su tío les había dado a través de su ultima voluntad testamentaria? El destino nos tiene reservados sorpresas, sin claves de tiempo o lugar. A dos años y medio de aquella reunión en el despacho notarial, Roberta y su primo Américo (que ha sabido restar lastre a su pesada humanidad) colaboran, muy bien avenidos, en el mantenimiento del cortijo agrario de Nemo. La chica es diplomada en Ciencias empresariales y su primo aprovechó bien la capacitación agraria que recibió en un centro de cualificación agraria vinculado a la Comunidad de Madrid. Sin embargo Américo aprovecha sus ratos de ocio, fuera del trabajo agropecuario que ordenadamente desempeña, para seguir cultivando sus viejas aficiones artísticas, tanto literarias como pictóricas. Las relaciones con su prima son excelentes y salen juntos con sus respectivas parejas en los fines de semana así como en períodos vacacionales. Lania, con gran esfuerzo económico, emprendió la difícil aventura de la empresa autónoma. Montó un comercio de productos cosméticos y servicios de esteticien.  Lo más curioso del caso es que la copropietaria de este centro estético es precisamente Isabela, mujer que mantuivo su ilusión por desarrollar una autonomía económica, especialmente cuando también (al igual que Lania) rompió con el sindicalista Pepo, tras las numerosas infidelidades del fornido y rudo líder sindical. En cuanto a Bonifacio, tras sus experiencias vivenciales por tierras sudamericanas, hoy se ha convertido en un empresario exportador de azúcar y ron, abandonando sus raices y veleidades eclesiáticas. Eso sí, en su lujoso despacho expone con cariñosa nostalgia (primorosamente enmarcado) el hábito carmelita que su tio le legó en el testamento notarial. La muy lujosa biblia, que también recibió como herencia, la regaló al padre Emaús, que rige la Iglesia del modesto predio de Covarillán, en la siempre atractiva isla antillana de Cuba.-

ESFUERZO, HERENCIA Y SORPRESA, EN
LOS TRES SOBRINOS DE NEMO


José L. Casado Toro  (viernes, 21 JUNIO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga




viernes, 14 de junio de 2019

LA IMPRUDENCIA IRREFLEXIVA DE LOS PRIMEROS IMPULSOS.

¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase o consejo acerca de lo perjudicial o arriesgado que supone responder visceralmente o actuar sin la necesaria y previa fase de reflexión, a fin de evitar los equívocos o riesgos de los primeros impulsos? Sin duda han sido repetidas las ocasiones en que no hemos hecho caso de tal prevención, teniendo posteriormente que lamentar de esa impulsiva espontaneidad o radicalismo mal entendido. Podemos arrepentirnos del error, pero lo que ya no es tal fácil es borrar las consecuencias de esa irreflexiva imprudencia que hemos desarrollado. En muchas ocasiones, esa sugerencia, consejo o incluso admonición nos llega con un numérico ropaje, no exento de simpatía: “Como en tantas y tantas oportunidades que nos ofrece la vida, es necesario contar hasta 10, antes de tomar determinadas decisiones, evitando o frenando las reacciones viscerales y sus más que previsibles erróneas y desagradables consecuencias.”

En nuestro recorrido cotidiano son numerosas las oportunidades que se nos ofrecen para poner en práctica esa saludable práctica de pensar y reflexionar, antes de actuar.  Aportemos algunos variados ejemplos escogidos al azar.

- El trato injusto e incluso discriminatorio que reciben determinados empleados en una empresa mientras que otros compañeros, con incluso menos méritos que aquéllos, son promocionados a puestos de mayor responsabilidad e incentivos retributivos. Es difícil “aguantar” desde luego pero, especialmente en situaciones difíciles o de contracción económica, puede resultar inteligente saber esperar otra oportunidad. Esa mejor opción laboral te puede llegar si no te has precipitado en tomar una decisión radicalizada “rompiendo” de motu propio con la empresa en la que trabajabas.

- En el mismo sentido, por algún enfado puntual o banal (generalmente por discrepancias con algún dirigente de un colectivo) rompes o abandonas “definitivamente”  un grupo o sociedad de cualquier género o función, sea deportivo, cultural, social, lúdico. Una vez ya de que te has ido o retirado del mismo, no sabes cómo volver después, o con qué argumentos “reiniciar” tu vinculación con respecto a la susodicha agrupación.

- Cuando compras un artículo, basándote básicamente en los primeros impulsos, puedes encontrarte o sentirte perjudicado al comprobar que, más pronto que tarde, te lo encuentras a un mejor precio o con una calidad más contrastada. Lo has pagado mucho más caro por no saber esperar o preguntar otras alternativas. Esta situación ocurre en muchas facetas del consumo, aunque destaca sobre todo en el tiempo de las rebajas. Obviamente la espera puede tener también sus riesgos de que no oferten ese determinado producto o no encuentres la talla requerida.

- Otra consecuencia de esa imprudencia o precipitación suele darse cuando acusas a una persona de algún error, comportamiento o incluso falta delictiva, sin conocer o controlar de manera fehaciente todos los datos. Puedes equivocarte y después tener que pasar el trago amargo de tener que plantear las disculpas, sintiéndote entonces emocionalmente mal y avergonzado, aunque por supuesto con la conciencia más sosegada y tranquila.

- No siempre acertamos con el día, el momento o la circunstancia oportuna, para efectuar una determinada llamada telefónica. Analiza con inteligencia los pros y los contras para tomar esa decisión comunicativa. Puede ser que esa reflexión aconseje llevarla a cabo o tal vez sea mejor dejarlo para después o mañana.

- Con los cambios estaciones hay que aplicar la necesaria prudencia en no equivocarte en el tipo de vestimenta que vas a usar. Elegir cualquier prenda sin conocer de primera mano el tiempo atmosférico que realmente hace sobre la vía publica puede obligarte a tener que soportar el frío o el calor, según los casos, con la subsiguiente molestia o “castigo” para tu organismo.

- Hay algunas imprudencias pueden ser realmente lesivas. Por ejemplo, casarte con alguien a quien no conoces lo suficientemente bien. Después de hacerlo con los primeros impulsos, ya no es tan fácil rectificar, por lo que has hipotecado o mejor dilapidado una parte de tu tiempo existencial, soportando a un compañero o compañera “a quien realmente no conocías bien” con la consecuencias, bastante dolorosas, de aquella irreflexiva decisión. 

- Y para finalizar estos ejemplos, debe aludirse a ese ineducado hábito de hablar mal de alguien (que no se encuentra presente en ese lugar) delante de una/varias personas, alguna de las cuales pueden sentirse molestas al escuchar lo que estás diciendo de ese amigo en común. Hay que pensar antes de hablar, sopesando a quién tienes delante cuando realizas determinados comentarios.  No hacerlo es un grave error de imprudencia y de ausente habilidad social por tu parte.

El relato, basado en algunas de las premisas y consideraciones ya expuestas en los párrafos que anteceden, toma protagonismo en las vidas de dos jóvenes diplomadas en ocio y turismo que, prácticamente al unísono, entraron a formar parte de la plantilla laboral de una nueva y dinámica cadena de agencias de viajes y actividades turísticas. Ambas jóvenes, cronológicamente ubicadas en la veintena avanzada, fueron integradas en el departamento de programación de la macroempresa (una nueva fusión de antiguos negocios para la demanda viajera) aunque las dos operarias tienen que dedicar tres días de la semana para la directa atención del público clientelar. Identifiquemos un poco mejor a estas dos cualificadas empleadas, que trabajan bajo la directa supervisión de su jefe Marcial Neirat.

BELMA, 27 años, tiene una complexión física bastante delgada, es morena de pelo y luce ojos celestes algo engrisados. Su carácter es positivamente dinámico, mostrando esa actividad social plena de simpatía, que le ayuda a ganar una importante cartera de clientes. Tal vez “peque” de ser un tanto impulsiva en sus decisiones, faltándole ese punto de aplomo tan necesario en determinados momentos de la actividad diaria. Casi de manera permanente, sea cual sea la estación meteorológica del almanaque, viste de manera deportiva, con el uso desenfadado de alegres camisetas, blue jeans, zapatillas de la marca Converse, ropa en general de vistosos colores. En cualquier estación meteorológica trata de no abusar de las prendas de abrigo. Su look es muy atractivo, aplicando además esas permanentes sonrisas y divertidas expresiones en su lenguaje que agradan en mucho a todo aquéllos con quienes se relaciona. Es cierto que no destaca por sus dotes imaginativas, pero suple la falta de iniciativa creativa con un férreo sometimiento a las directrices que recibe por parte de sus superiores. Sociológicamente es una persona abierta en el trato, rebosante de simpatía y muy hábil en la generación de nuevas amistades.

VIRTUALA, 29 años, soporta un cierto sobrepeso en su físico que banalmente intenta disimular con supuestos regímenes alimenticios y, de manera especial, con el uso de prendas de vestir en la que prevalece una tonalidad cromática mayoritariamente oscurecida. El color de su cabello es castaño, al igual que el de sus ojos, vistiendo con ropa más seria que el de su compañera de trabajo, prefiriendo de manera mayoritaria el estilo clásico. Con respecto a su forma de trabajar es algo más lenta que Belma, pero superándola en iniciativa, imaginación y creatividad, demostrando una gran constancia y esfuerzo en el desarrollo de su labor. Se entrega “con obsesión” a la responsabilidad de sus obligaciones, evitando las miradas al reloj, con respecto a la hora en que ha de volver a su domicilio, cuando finaliza el diario período laboral.

En el aspecto de su intimidad personal, Virtuala se ve afectada con frecuencia por esos aleatorios desánimos derivados no sólo de su híper responsabilidad, sino también por las específicas circunstancias familiares en las que ha de vivir. Atiende a unos padres notablemente mayores, que la adoptaron cuando ella apenas tenía unos escasos meses de vida. Estos padres no genéticos han sabido educarla con intenso y tal vez extremado cariño y exagerada protección, siempre desde una plataforma económica muy honrada y modesta: el medio de vida familiar provenía desde las muchas horas dedicadas a una pequeña tienda de ultramarinos (de la que eran propietarios) sita en un barrio popular de la capital castellana o manchega de Ciudad Real. Ese realidad familiar, a la que en conciencia y carácter la joven ha de atender, condiciona en mucho su forma de ser, aunque ella trata de superar esas fases depresivas en su carácter incrementando la dedicación y la responsabilidad laboral.

Ciertamente estas dos compañeras se complementaban en muchos de todos esos aspectos y necesidades que la mayoría de las propiedades empresariales anhelan encontrar entre los operarios que para ellos trabajan.

Es cuanto al jefe de la sucursal, MARCIAL, 39 años, está casado y tiene dos hijos bastante pequeños. Es un hábil profesional administrativo que no puede aportar un gran currículo académico a su titulación, supliéndolo con la habilidad de la experiencia, pues a su edad ha recorrido un heterogéneo  catálogo empresarial que inició como un chico ayudante para los más diversos servicios complementarios en gestorías y oficinas, en las que empezó a prestar servicios incluso antes de cumplir la edad reglamentaria de los dieciséis años de edad. Esa experiencia acumulada le ha permitido conocer y saber tratar a muchas personas, además de  adiestrarse en facetas comerciales muy contrastadas (seguros, venta ambulante, espectáculos e intermediación administrativa). Casi desde “la nada” básica ha ido escalando puestos cada vez de mayor importancia y remuneración, basándose en sus indudables dotes para la mejor gestión y optimización de los recursos disponibles con los resultados subsiguientes. Es un verdadero maestro en el “arte” de saber tratar a las personas, dándoles a cada una de ellas esas gratas palabras mezcladas de sonrisas que pueden reportarle los mejores beneficios pera sus intenciones. En el catálogo empresarial, desde siempre ha tenido la habilidad y la oportunidad de estar en el lugar y en el momento adecuado, a fin de avanzar en sus legítimas ambiciones. La mayoría de las personas le calificarían de ser un modelo o “ejemplar único” en la faceta sociológica del “trepa” profesional.

Marcial exige mucha dedicación a sus subordinadas en la sucursal de viajes, pues quiere fomentar ese turismo castellano basado en la tradición literaria y cultural en torno a la magna obra literaria del insigne D. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. A este razonable fin exige un duro trabajo en la aplicación de nuevas ideas, enfoques motivadores sustentados en ese marco natural tan atractivo de las planicies manchegas, con sus erguidos y emblemáticos molinos al viento. Sin embargo, desde el mismo inicio de la vinculación laboral, ambas jóvenes han ido recibiendo un trato desigual por parte del veleidoso jefe, siempre más receptivo, amable y complaciente hacia la figura de Belma, actitud que con autocontrolado enfado y dolor ha ido soportando la menos atractiva físicamente Virtuala. Aunque el caprichoso Marcial sabe medir muy bien sus fuerzas y límites, por más que se esfuerza en disimular, se le van los ojos hacia los atractivos de imagen que encuentra en la espectacular Belma. Esa falta de equidad en el trato provoca momentos de lógica tensión en una persona que observa que su compañera de mesa casi siempre posee un plus de receptividad hacia la persona de un jefe cuyas respuestas son claramente discriminadas con respecto a su persona. Pero una y otra vez se responde, tratando de hallar equilibrio en el torrente del enfado que inunda su ánimo, que la situación laboral no está para posturas drásticas y respuestas explosivas. Si quiere mantener un trabajo que profundamente necesita, habrá de aplicar paciencia y aguante ante una autoridad caprichosa e injusta. Pero esa prudencia ¿habrá de ser “indefinida”?

La vida privada, según a veces comentan las dos compañeras, es bastante diferente en cada uno de los casos. Mientras que Belma aprovecha los sábados y los domingos para divertirse todo lo que puede (es la hija única de unos padres acomodados económicamente) Virtuala dedica los fines de semana a la limpieza de la casa, preparando comidas y platos congelados con los que después ir organizando los días del trabajo. Son muchos los días en que no puede abandonar la oficina antes de las diez de la noche o incluso más tarde, ante compromisos y obligaciones imprevistas por imperativos del trabajo.
Esos determinantes, familiares y laborales , impactan en el equilibrio anímico de Virtuala, situación que la joven trata de corregir con la obsesiva ingesta de productos farmacéuticos de la más variada naturaleza: aquellos que posibilitan la llegada del sueño para el descenso nocturno, los complementos para las carencias orgánicas, con abundantes complejos vitamínicos, recetas prescriptas para paliar esas depresiones que por ciclos le llegan, dejándola sumida en una patente inestabilidad. Para colmo, la toma rutinaria de fármacos le incrementan el apetito, con lo que las líneas de su figura no mejoran precisamente, sino que por el contrario agudizan esos perfiles que tanto le desagradan.

Cierto día acudió a la farmacia de don Nicolás Montefloro, veterano especialista en la venta y consejos para la medicación, profesional muy apreciado por parte de todos sus “feligreses” del barrio, a los que siempre depara las mejores orientaciones técnicas, basadas en su larga cualificación y experiencia, junto a sus apreciadas dotes humanas de amabilidad, bondad y fraternidad. Con su proverbial sonrisa, el “abuelo boticario” quiso regalarle unas palabras llenas de cariño, ciencia y amistad a su “desorientada y abrumada cliente:

“Pequeña Virtu, te conozco desde que tus padres, personas ejemplares, te trajeron como un pequeño y gran tesoro a su hogar matrimonial. Te he visto crecer y como te has convertido en una persona adulta y responsable. Yo diría que también modélica, en el cuidado que deparas a tus ancianos padres. Pero me preocupa que vengas con tanta frecuencia a mi farmacia. Y no es por la venta que puedo realizar, ni por intercambiar unas siempre interesantes palabras con mi bella vecina del barrio. Lo que me inquieta es que trates de suplir con productos químicos aquello que puede solventarse o mejorarse con un cambio humano en las actitudes y en las respuestas. Pienso Virtuala que lo que realmente te está haciendo mucha falta es la compañía de una buena amiga que quiera y sepa transmitirte muchos de los estímulos y compensaciones de los que ahora careces.  Tengo una sobrina, cuyo nombre es Carolina, que es muy buena persona, aunque tal vez un poco cabeza loca. Te la puedo presentar, pues no me cabe la menor duda que su forma de sur te haría mucho bien, ayudándote a que te sintieras mejor y menos dependiente de todas esas sustancia que echas “peligrosamente” en el organismo. Al fin y al cabo no has de dudar de que son productos químicos, menos aconsejables que esos valores humanos en la sociabilidad que tanto nos ayudan a sentirnos mejor”. 

Virtuala, agradeciendo expresivamente el buen gesto que le estaba ofreciendo su interlocutor, anotó el número telefónico de Carolina, quedando en llamarla, aunque previamente don Nicolás hablaría con su dinámica sobrina, a fin der ponerla en los necesarios y adecuados antecedentes. 

Entretanto las relaciones con Marcial Neirat, el jefe director de la sucursal ubicada en el centro de la capital manchega, seguían su progresivo deterioro, pues éste mostraba de continuo sus gestos autoritarios y fiscalizadores centrados en la persona (más débil) de Virtuala. Rara vez reconocía sus éxitos o logros comerciales, mientras le expresaba de manera clara y contundente sus enfados ante la no consecución de otros objetivos, en relación a la captación de clientes, las actividades culturales en coordinación con la agencia municipal de cultura o incluso las visitas escolares en el organigrama de los programas educativos también con el área municipal de la alcaldía capitalina. No se recataba con estas críticas el impresentable personaje, sino que también (de manera más disimulada) tenía en el punto de mira a su oronda subalterna para hacerle objetivo de sus jocosos comentarios e indecorosas y crueles ironías. Incluso en una ocasión, ante la pérdida de un expediente, que había quedado finalmente traspapelado en una carpeta equivocada, el “estallido “habitual de Marcial quedó focalizado visualmente en la persona de la paciente subalterna, que guardaba silencio y se mordía los labios, mientras alguna lágrima rebelde buscaba algún sendero epidérmico de su rostro con el que apagar la injusticia de la maldad y la necedad. Se repetía así misma: “tengo que aguantar, pues lo que este individuo está buscando es un posible enfrentamiento para ya no tener excusa y ponerme de patitas en la calle. Pronto buscaría una apuesta sustituta que colmara sus placeres visuales y otras muchos objetivos inconfesables que sólo él y Dios conoce”.

Como compensación a estos desvaríos profesiones, Virtuala encontró en Carolina (la sobrina del farmacéutico D. Nicolás) una amiga fiel, vital, aunque algo impulsiva, con un carácter muy positivo. Desempeñaba un puesto de asistente social también en un área del organigrama municipal  dedicado a la ayuda a las mujeres maltratadas y a esos niños que carecen de hogar estable en familias desestabilizadas, con problemas de drogas, violencias u otros comportamiento delictivos consolidados. La chica, con sólo veinticincos años de edad era todo un referente social en la búsqueda y mejor organización de los hogares de acogida. Durante los fines de semana se reunía con Virtuala y otras amigas, a fin de llevar a cambo lúdicas actividades senderistas, prácticas de la natación, teatro y expresión corporal y por supuesto saludables ejercicios de pilates, Tai Chi  e innovadoras técnicas de relajación psicofísica.

“Mira Virtu, tienes que hablar claramente con el impresentable de tu jefe y poner de una definitiva vez las cosas en su sitio. Este tipo de individuos se envalentonan con aquellos a los que percibe débiles de carácter o pobres de espíritu. No te estoy pidiendo y sugiriendo que actúes ante él de una forma explosiva o indecorosa, sino que con frialdad y firmeza le digas que no estás dispuesta a que te siga haciendo la vida imposible. Le ruegas con educación, le pides y le exiges en justicia que tienes el derecho a ser tratada con dignidad. Que el bullying profesional puede ser denunciado a la autoridad judicial y que cualquier sindicato te va a apoyar jurídicamente en tu noble y justificado empeño. Como te decía antes, esta ralea de personajillos de “palabra larga y estatura moral corta” se envalentonan con los que percibe como débiles, pero se “achantan” y “reculan”, cuando alguien les pone los puntos sobre las íes. Cuando estés dispuesta a hacerlo, me avisas y hablo con mi tío Nico, pera que me de algún pastillón estimulante que te ayude a dar ese paso que puede ser muy adecuado para tu salud anímica y física, Y ya sabes que como amiga tuya no voy a admitir un “no a lo que te estoy proponiendo, porque en caso contrario soy incluso capaz de plantarme delante de ese sujeto y sacarle los colores. Cuando estés dispuesta… ¡ensayamos!”.

Tras pensarlo durante un par de noches, Virtuala se dispuso a seguir los sabios consejos de quien era una incondicional amiga. Y aquel viernes por la mañana, tocó en la puerta de la muy acomodada y decorada habitación en el que don Marcial tenía su despacho, solicitando unos minutos de atención con la intención de exponer unos firmes planteamientos que llevaba bien aprendidos en los anaqueles voluntaristas de su memoria. La contundencia educada de sus racionales y humanos argumentos pillaron con el “paso cambiado” a la innoble y cobarde autoridad que tenía ante sí, que se quedó literalmente “cortada” cuando la hasta entonces apocada subalterna mencionó las consultas que había realizado al respecto, en relación al trato indecoroso a una humilde trabajadora, en las sedes de dos afamadas y consolidadas organizaciones sindicales. El personajillo se removía en su bien tapizado sillón de piel color caoba, pues no se esperaba (Virtuala había ganado claramente la posición, como en el argot de la media canasta) semejante y argumentado chaparrón. Trató de justificarse y echar “balones fuera”, repitiendo una y otra vez, como un autómata, vocablos “sin ropa” y frases “sin fondo” tales como “malentendido” “en modo alguno he pretendido …” “valoro igualmente la estupenda labor que Belma y tu realizáis” “me pesa y me desconcierta que te hayas sentido mal, por alguna palabra desacertada que yo haya pronunciado…” “igual en alguna ocasión no me he expresado como yo sentía”…

Aquella noche Virtuala habló por teléfono con su estupenda amiga, narrándole los hechos que ella se había atrevido a protagonizar durante la mañana. Recibía todos los plácemes de Carolina quien finalmente, y tras quedar para hacer una visita a un centro social de menores el sábado por la tarde, le comentó “Pero mucho cuidado con seguir tomando la pastilla que me dio Nico para ti. Ni se te ocurra ir a comprarla, pues mi tio no va a querer vendértela. Te ha servido para estar más valiente esta mañana y punto. Te olvidas de que existe ese comprimido, porque tu corazón e inteligencia vale más que cualquier pastilla”. Cuando Virtuala apagó el móvil y pasó por la cocina para “quitar” la mesa de la cena, reparó que junto a la botella de agua permanecía el aludido comprimido que se había olvidado de tomar esa mañana antes de ir al trabajo. Sonrió una y otra vez. Había sido ella misma y no los efectos estimulantes de un producto químico de farmacia, quien había obrado el “milagro”.

Ha transcurrido poco más de un año desde estos acontecimientos en la vida de la voluntariosa empleada. Virtuala sigue trabajando en la agencia, cada vez más realizada y feliz. Marcial ha ascendido al cargo de inspector general de la marca turística en Castilla La Mancha, Extremadura y Andalucia. En la actualidad Belma Almizra dirige la agencia central de la empresa en Ciudad Real, manteniendo un gran respeto y colaboración con su compañera de siempre Virtuala. A pesar de su “teatralizado” matrimonio y sus dos hijos, las “secretas” relaciones afectivas  entre Marcial y Belma son una jocosa “comidilla” asumida en boca de sus amigos y compañeros.-


LA IMPRUDENCIA IRREFLEXIVA DE
LOS PRIMEROS IMPULSOS


José L. Casado Toro  (viernes, 14 JUNIO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga