viernes, 1 de abril de 2016

CUANDO AQUELLAS NUBES DEL PASADO NOS ALCANZAN.

La hora de la entrevista había quedado definitivamente fijada para la mañana del martes, a las once en punto. La tarde anterior, de esa importante reunión en la vida de Silvia, estuvo presidida por una confusa mezcla de sentimientos diversos. De una parte, su mente soportaba una intensa preocupación ante esos minutos que podrían recomponer la penosa etapa de bloqueo laboral que soportaba, tras el cierre empresarial del laboratorio en donde había estado trabajando durante más de cinco años. Al mismo al tiempo le embargaba una esperanzada ilusión ante el hecho de que su curriculum fuera uno de los que habían superado una primera y decisiva criba, a fin de adjudicar la ansiada plaza de técnico analista en una conocida empresa local que elaboraba postres lácteos. A sus treinta y cinco años de edad, un matrimonio frustrado y una niña de siete años a la que atender, se repetía mentalmente, una y otra vez, sobre la necesidad de no cometer fallos en un esquema de entrevista que había estado preparando y ensayando con meticulosidad, durante los días previos a la decisiva cita.

Aquella noche, minutos antes de irse a la cama, tomó un par de comprimidos recetados por su médico de cabecera, a quien había explicado los problemas laborales y familiares que sufría para descansar. Necesitaba conciliar pronto el sueño y conseguir unas buenas horas de recuperación en su organismo, especialmente afectado en estos día por los nervios. Había dejado bien organizada tanto la ropa, con la que se iba a presentar en la entrevista, así como el pequeño dossier donde llevaría copias de su historial académico y laboral, con los certificados correspondientes a fin de acreditarlos en caso de consulta.

El sonido del despertador le ayudó a levantarse con presteza del lecho, dedicando un buen rato al aseo y el cuidado personal. Apenas sentía apetito aquella mañana, pero se esforzó en tomar un buen vaso de zumo de naranja natural así como una tostada integral con aceite de oliva. A eso de las diez y quince, bajó a la parada cercana del metro, medio de transporte que la iba a trasladar, desde su residencia en el moderno barrio de Teatinos, hasta el núcleo intercambiador de Vialia. A pocos metros de ese punto estratégico, donde confluyen trenes, autobuses, metros y taxis, se encontraba la oficina de empleo donde tendría lugar la anhelada reunión. Habría de presentarse en el departamento de psicología laboral, donde se desarrollaría la prevista entrevista clasificatoria.

Al entrar en la salita de espera vio que otras tres personas (todas ellas varones) aguardaban ya su intervención. Los cuatro candidatos al puesto intercambiaron miradas de soslayo, con un  semblante presidido por una indisimulable tensión anímica. Con intermitencia de entre veinte a treinta minutos, la secretaria les fue indicando que pasaran al despacho en donde iban a mantener el diálogo. Quiso la suerte (en realidad el llamamiento fue realizado manteniendo el ordinal alfabético de sus apellidos) que Silvia fuese la última en presentarse ante una psicóloga laboral, encargada de realizar los informes psicotécnicos y curriculares que señalarían a la persona más adecuada para la plaza ofertada.

Nada más entrar en la pequeña sala que ofrecía una imagen de frialdad, tanto en lo térmico como en su vacío decorativo, creyó reconocer a la persona que estaba sentada detrás de la mesa. Encima de este espacio descansaban varias carpetas cerradas y un dossier abierto. El rostro de aquella mujer, con la que tendría que entablar un difícil diálogo analítico, le traía algún recuerdo en su memoria. Pero, en principio, no lograba ubicar dónde ni cuándo había existido esa posible relación personal. Tras un brevísimo saludo, su interlocutora también la observaba con una mezcla de curiosidad y seriedad. 

“Puedes tomar asiento, Silvia. Disculpa que haya utilizado el tuteo. Pero aunque para ti pueda resultar difícil reconocer a la persona con la que vas a entablar esta conversación, en mi caso no es así. Observo que el paso del tiempo ha sido generoso con tus rasgos y apariencia. Ves que no he podido olvidar tu nombre. Tú debes saber bien el por qué. Cuando has entrado por esa puerta, te he reconocido sin la menor dificultad. Yo he tenido que esforzarme mucho para ofrecer la imagen que ahora tienes en tu presencia. Soy Reme, tu compañera de clase en el Instituto. Con veintitantos kilos de menos y con una titulación profesional de la que me considero muy orgullosa. No. no ha sido fácil llegar a ocupar este puesto y la confianza que la empresa consultora ha depositado en mi persona.

A poco que hagas memoria, entenderás fácilmente el motivo por el que no guardo buen recuerdo de aquellos años de nuestra adolescencia en las clases. Todo lo contrario. Me traen muy dolorosas imágenes de cómo se puede focalizar tanta crueldad en el trato sobre una chica de quince o dieciséis años, que lo único que pretendía era ser una más entre las demás, tener amigas y poder estudiar con un mínimo de tranquilidad y sosiego afectivo. Nada de eso me fue concedido y tú, Silvia, fuiste la líder de todo ese sufrimiento que, de forma tan inhumana, tuve que soportar.

Pero, afortunadamente, no soy como tú. Y, en este momento del reencuentro, sabré actuar con la responsabilidad y profesionalidad que me es exigida. Aunque fue durísima esa crueldad, que permanece en mi memoria, no debe ser éste tiempo para el rencor. Vamos a comenzar nuestro diálogo, a fin de objetivar los datos necesarios que permitan elegir a la persona adecuada para ese puesto de trabajo al que aspiráis los cuatro candidatos finalistas”.

La sorpresa anímica en el rostro de Silvia era bien manifiesta tras el inesperado reencuentro, teñido de esa tensa y larga introducción. Se vio trasladada, en su memoria, a un par de décadas atrás. Efectivamente eran tiempos de adolescencia para las dos mujeres que, en este crucial momento, estaban sentadas frente a sí. Ahora ya reconocía, a pesar del radical y positivo cambio en su apariencia, a su compañera de bachillerato Reme, a quien ella precisamente había puesto el nombre de “la foca”, apelativo que se difundió fácilmente entre la muchachada, debido al sobrepeso manifiesto que el orondo cuerpo de la joven ofrecía. Pero si fue cruel tener que soportar ese mote, para una chica de quince años, más dolorosas fueron las burlas, la exclusión relacional y el desprecio afectivo que precisamente ella, Silvia, se encargó de tejer con esa maldad vergonzante del fuerte sobre el débil, en la pobre e infantil búsqueda del liderazgo social. En realidad todo era una banal forma de compensar otras carencias afectivas que ella tenía que vivir en el seno de su propia familia, ante el profundo desamor entre sus padres.

La entrevista profesional entre, psicóloga y aspirante, duró apenas unos quince minutos. Fue la más breve de las cuatro que tuvieron lugar aquella mañana de marzo, en el centro de cualificación laboral. A la finalización de la misma, Silvia, aún con un cierto shock por ese reencuentro caprichoso que el destino le había deparado, hizo un último esfuerzo de disculpa, que resultó forzado, escasamente creíble y desde luego patéticamente impudoroso.

“Sé que te debo una disculpa, Reme. Pero has de entender que son comportamientos que se tienen en la adolescencia. A los quince años se hacen muchas tonterías. Y que, por supuesto, pueden ser dolorosas para quien las recibe. En aquella fase de nuestras vidas, yo era la fuerte y tú una persona muy tímida y débil. Siempre percibí tu cobardía para responder a mis ataques. Pero han pasado ya unos veinte años. Ahora yo necesito y tengo que luchar por conseguir este puesto de trabajo. He de cuidar de una hija pequeña y mi vida afectiva continúa siendo, como en aquellos tiempos del Instituto, no muy afortunada. Confío que en este momento puedas superar aquellas niñadas escolares. Al menos, en lo físico y en lo profesional, son evidentes los positivos avances que has conseguido”.

Aquella misma tarde/noche de marzo, Reme finalizó la calificación argumentada de los cuatro aspirantes al puesto de técnico analista para una afamada empresa de yogures, que necesitaba cubrir esa preciada plaza laboral. Tras la cena, ayudó a su madre a quitar la mesa y ordenar la cocina. Aunque daban una buena película por la segunda cadena, se sentía cansada por los avatares que había tenido que afrontar en el día. Se fue pronto a la cama pues, a primera hora de la mañana, habría de entregar a Delio, su jefe, los respectivos informes que había elaborado.

Antes de conciliar el sueño, su mente viajó una vez más a los convulsos tiempos escolares del Instituto. Se hacía esa pregunta, tantas veces repetida en las brumas de su memoria ¿Por qué los profesores no tuvieron el acierto de intervenir, cuando ella tanto sufría la sinrazón de sus compañeras? Nunca olvidaría aquella respuesta que recibió de su tutor, cuando al fin un día se decidió a pedirle ayuda. “Son cosas de crías, Reme. Tú también eres responsable de ese circulo en el que dices te sientes atrapada. No culpes sólo a las demás. Debes examinar también tu propia responsabilidad en esos hechos, que me parecen exagerados según la descripción que me estás haciendo”.

¿Sabría este muy desafortunado profesional el acre significado que tiene el concepto de BULLYING (acoso escolar) para una chica en el alba de su adolescencia? La acción tutorial es una función decisivamente importante, para ser ejercida por personas carentes de una cualificada formación y profesionalidad en la práctica educativa. Y estos lamentables errores, tanto en la infancia como en la adolescencia, son muy difíciles de superar para quien ha tenido la desgracia de soportarlos.

Silvia no consiguió la plaza laboral a la que aspiraba. Su puntuación quedó en tercera posición, entre los cuatro candidatos participantes al puesto. Ella y Reme no han tenido, hasta el momento, una nueva oportunidad de contacto.-

José L. Casado Toro (viernes, 1 Abril 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

No hay comentarios:

Publicar un comentario