Ese
tiempo para compartir lo esperan con ilusión, durante cada una de las semanas. Pero
las cíclicas y entretenidas reuniones, donde hablan y meriendan en la tarde de
los jueves, no es el único punto de encuentro que les permite seguir
enriqueciendo su ya antigua amistad. Son también muchos los domingos de cada
mes en que eligen una buena película de la cartelera, para ir juntas al cine. Y,
por supuesto, los whatsapps navegan entre sus móviles con admirable frecuencia
diaria.
Son
tres amigas que se conocen desde hace ya muchos años, prácticamente desde las
aulas escolares de la secundaria. En el momento actual de sus vidas, Claudia, Gracia y Bea, recorren la senda, siempre esperada y temida, de
la jubilación laboral. Son coetáneas en sus fechas de nacimiento y ahora caminan
ya por la sexta década en el historial cronológico de sus respectivas
biografías. Conozcamos, un poco más, acerca de las tres personas que nuclean
esta atractiva historia para la reflexión.
Gracia
y Bea enviudaron hace unos años, cuando aún ejercían sus profesiones de
auxiliar de farmacia y maestra de preescolar, respectivamente. Por su parte.
Claudia, la tercera amiga del grupo, ha permanecido trabajando durante la mayor
parte de su vida laboral como agente comercial en una agencia de seguros. Hace
precisamente ahora un lustro en que ella
y su marido decidieron poner fin, de manera civilizadamente amistosa, a la
convivencia mantenida desde aquel vínculo matrimonial sellado en su apasionada juventud.
En
general, el sosiego de esta etapa de jubilación es llevado bastante bien por
las tres mujeres, aunque no es menos cierto que algunas circunstancias,
relativas a los achaques propios de la salud y los imprevisibles roces
familiares, enturbian en ocasiones la placidez necesaria en esa tercera fase
que todos los humanos, de una manera u otra, hemos de afrontar.
En
este jueves de abril, la cita semanal ha
quedado fijada para las siete y media de la tarde. Bea tiene una revisión
médica con su dentista para las cuatro. Piensa que ese tiempo intermedio será
más que suficiente a fin de llegar a la cafetería habitual con la debida puntualidad.
Cuando así lo hace, sus dos amigas ocupan ya una de las mesas del
establecimiento elegido, ubicado en pleno corazón urbano. Como casi siempre
hacen, han pedido tazas de descafeinado para las tres, además de unos
suculentos hojaldres, rellenos con cabello de ángel, postre especialidad de la
casa. Mientras meriendan, comentan algunos hechos intrascendentes del día hasta
que, en un preciso momento, es Claudia (siempre imaginativa) quien aporta una
curiosa posibilidad de diálogo a sus dos compañeras.
“Como
tema básico, que podemos comentar esta tarde, se me ocurre lo siguiente. Pienso
que la mayoría de las personas tenemos siempre algún recurso o comportamiento,
más o menos secreto, con el que tratamos de compensar esos momentos o fases de
agobio, desánimo o estrés que a lo largo del día nos pueden afectar. Por eso os
propongo que desvelemos, entre nosotras, aquello que solemos hacer cuando nos
sentimos superadas por hechos o circunstancias que no son precisamente
afortunadas o agradables”.
La
peculiar sugerencia es recibida por Gracia y Bea, primero con una cierta
sorpresa, aunque pronto se muestran receptivas ante la posibilidad de conocer
en los demás esas acciones que solemos usar en el ámbito de nuestra privacidad
como mecanismos de defensa. Las tres amigas se miran a los ojos, a fin de
conocer cual de ellas es la primera que va a romper el hielo del silencio. Al
fin es Claudia, precisamente la promotora del
entretenido debate, quien se presta a iniciar el relato de aquello que suele
hacer en esos momentos desafortunados que a todos nos pueden afectar.
“Yo,
que he propuesto este juego de sinceridades, debo ser la primera en contaros mi
experiencia en este delicado terreno der la intimidad. La verdad es que me
suele dar buen resultado, en esos momentos en que te sientes superada por algún
hecho de gravedad o por esos pequeños impactos negativos que se van sumando en
tu línea de equilibrio anímico. Ante todo, busco priorizar el silencio y un
ambiente lo más desprovisto de luminosidad. Incluso, si ello no es posible,
suelo cerrar los ojos, durante los minutos que sean necesarios, a fin de ir recuperando
esa tranquilidad, penosamente perdida. En ese contexto pongo a trabajar la
mente, a fin de pensar en situaciones agradables o
compensatorias, sean más o menos importantes o nimias, que me faciliten
nivelar todo aquello que me está aturdiendo y provocando la desagradable ansiedad
que coyunturalmente soporto.
Me
veo, sumida en esa ensoñación con los ojos cerrados, caminando por algún grato
lugar, pisando la fina arena de la playa o respirando la limpia brisa de un
paisaje arbolado en plena naturaleza. La gratitud de esos atractivos espacios
me ayudan a relativizar los impactos negativos, en los que me siento atrapada,
llegando pronto a la conclusión de que existen soluciones en medio del
desorden, estrés o aturdimiento exterior. Resumiendo, me traslado mentalmente a
un contexto en el que hallo esa paz que me es negada, desde lo externo o,
incluso, desde mi propia debilidad interna”.
Gracia
y Claudia asentían, mientras escuchaban con atención y curiosidad las palabras
de su amiga. Pronto las tazas de café quedaron vacías, así como la bandeja de
los hojaldres que hicieron las delicias en unos paladares tan receptivos como
los de las tres mujeres. Por cierto, los gramos de sobrepeso anidan en sus
anatomías, en realidad bien conservadas si tenemos en cuenta sus similares
cronologías. Ahora el turno protagonista correspondía a Beatriz, la que en realidad más había sufrido la desvinculación
con la profesión de toda su vida: la formación de los niños pequeños.
“En
mi caso, pienso que os vais a mostrar un tanto sorprendidas. Pero cada uno
tenemos esos mecanismos defensivos a los que tan bien aludía Claudia en su
confidencia. Cuando me siento muy mal, en lo anímico, por supuesto, me entrego
a una práctica que, sin saber por qué, ayuda a que consiga esa recuperación tan
necesaria frente a la ansiedad o el aturdimiento. La actividad consiste en ponerme a recortar fotos
y figuras, de las revistas ya leídas y, posteriormente, voy formando
historias a modos de collages, cuando las pego en los folios que tengo preparados
al efecto.
En
esas composiciones o cortas historietas, suelo añadir algunos “bocadillos” en
los que escribo textos pronunciados por los personajes que aparecen en los
recortes. No os miento cuando afirmo que el contenido de esos textos os asombrarían,
os harían reír y también pensar. Son bastante críticos y también rebosan de ironía
y criticismo. Igual en este recurso, de recortar fotos de los periódicos y
revistas, me ha influido mi actividad con los preescolares y niños de infantil.
Cuando en clase trabajábamos estos recortables, comprobaba cómo se sentían
relajados y satisfechos, concentrados en esa simpática labor por sacar figuras
del papel. A mi también me tranquiliza y sosiega, en esas tempestades que te
afectan y piensas que todo te sale mal. Básicamente, consigo relajarme”.
Así
iban pasando los minutos, en este tiempo de amistad para la tarde del jueves.
La idea que Claudia había sembrado, en la iniciativa de conversación, estaba
dando sus frutos. Aunque en principio la respuesta de cada amiga provocaba una
cierta extrañeza o curiosidad en las demás, pronto se valoraban los beneficios
que la aludida iniciativa podría tener para todas en esas situaciones de
aturdimiento o incluso crispación en que nos vemos inmersos. Las tazas
permanecían vacías sobre la mesa, el bullicio del local había disminuido y
ahora correspondía a Gracia comentar ese trocito de su intimidad.
“Me
parece que yo no estoy a la altura de esos estupendos recursos que vosotras vais
aplicando, para tomar un poco de oxígeno en los momentos convulsos de nuestras
vidas. Los míos son más simples pero, la verdad, también me ayudan a recuperar
fuerzas y sentirme mejor. Por ejemplo, me entrego a la
limpieza, personal y de la casa. No me refiero sólo a ponerme debajo de
la ducha, acción siempre tonificante, sino que además cojo la bayeta del polvo,
o el cubo con la fregona, para dejar un poco más limpio el piso donde estoy
viviendo. Además de quemar unas buenas energías, en el empeño, consigo que todo
brille más y, al tiempo, pienso menos en los problemas que tanto nos
desalientan o magnificamos. Tal vez tanta limpieza peque de hábitos
compulsivos, pero me va bien. Lo peor en esos aciagos momentos sería dejarte
caer en un sillón y martillear tu conciencia repitiéndote, una y otra vez, lo
infeliz que te sientes. La actividad es la mejor y más útil medicina para ese
depresivo letargo. Además, tengo siempre preparada una
buena música en mi iPod para esas situaciones necesitadas. Me pongo los
auriculares (a buen volumen) y los sonidos, junto a las palabras, son mis
compañeras en ese quehacer que me ayuda a despegar de la siempre perjudicial
inacción”.
Al
fin el día se iba despidiendo con ese aroma a primavera que tanto nos agrada
percibir a través de nuestros sentidos. Una hora y media de reunión había dado
para mucho. Las tres amigas caminaron juntas, entre farolas de colores y gente
con prisas, hasta una cercana parada del bus, un tanto abarrotada de usuarios.
Se despidieron hasta el próximo domingo. Bea, la “entendida en cine” se ocuparía
de elegir una película agradable con la que pasarían juntas la tarde de ese
festivo. El circular 1 fue dejando a cada una de ellas en distintas paradas de
su sinuoso recorrido. Cuando las tres mujeres se dirigían hasta sus respectivos
domicilios, iban pensando en esos pequeños secretos que acababan generosamente de
compartir. Unas y otras sonreían con picardía, pues eran conscientes de haber expresado
la verdad pero no toda la sinceridad.
Ninguna
de las tres quiso hacer mención acerca de las compras,
tal vez compulsivas, de nuevas prendas innecesarias para guardar en el
armario; ni de ese par de horas traviesas dedicadas para el juego en el bingo; ni las copas de
alcohol embriagadoras, aplicadas para compensar situaciones extremas; ni
de esas cajas de bombones rellenos, consumidos
en una sentada; ni de los minutos de oración
frente a la siempre devota imagen del templo; ni esa llamada de móvil para concertar una cita secreta, con el amor
imposible de siempre…
Son
tres buenas amigas. Claudia, Gracia y Bea. “Ha sido una estupenda tarde ¡Nos
veremos el próximo domingo. No faltéis tampoco el jueves que viene!”
José
L. Casado Toro (viernes, 8 Abril 2016)
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profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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