viernes, 8 de abril de 2016

PEQUEÑOS SECRETOS QUE NOS ALIVIAN, EN TIEMPOS DE ANSIEDAD.

Ese tiempo para compartir lo esperan con  ilusión, durante cada una de las semanas. Pero las cíclicas y entretenidas reuniones, donde hablan y meriendan en la tarde de los jueves, no es el único punto de encuentro que les permite seguir enriqueciendo su ya antigua amistad. Son también muchos los domingos de cada mes en que eligen una buena película de la cartelera, para ir juntas al cine. Y, por supuesto, los whatsapps navegan  entre sus móviles con admirable frecuencia diaria.

Son tres amigas que se conocen desde hace ya muchos años, prácticamente desde las aulas escolares de la secundaria. En el momento actual de sus vidas, Claudia, Gracia y Bea, recorren la senda, siempre esperada y temida, de la jubilación laboral. Son coetáneas en sus fechas de nacimiento y ahora caminan ya por la sexta década en el historial cronológico de sus respectivas biografías. Conozcamos, un poco más, acerca de las tres personas que nuclean esta atractiva historia para la reflexión.

Gracia y Bea enviudaron hace unos años, cuando aún ejercían sus profesiones de auxiliar de farmacia y maestra de preescolar, respectivamente. Por su parte. Claudia, la tercera amiga del grupo, ha permanecido trabajando durante la mayor parte de su vida laboral como agente comercial en una agencia de seguros. Hace precisamente  ahora un lustro en que ella y su marido decidieron poner fin, de manera civilizadamente amistosa, a la convivencia mantenida desde aquel vínculo matrimonial sellado en su apasionada juventud.

En general, el sosiego de esta etapa de jubilación es llevado bastante bien por las tres mujeres, aunque no es menos cierto que algunas circunstancias, relativas a los achaques propios de la salud y los imprevisibles roces familiares, enturbian en ocasiones la placidez necesaria en esa tercera fase que todos los humanos, de una manera u otra, hemos de afrontar.

En este jueves de abril, la cita semanal ha quedado fijada para las siete y media de la tarde. Bea tiene una revisión médica con su dentista para las cuatro. Piensa que ese tiempo intermedio será más que suficiente a fin de llegar a la cafetería habitual con la debida puntualidad. Cuando así lo hace, sus dos amigas ocupan ya una de las mesas del establecimiento elegido, ubicado en pleno corazón urbano. Como casi siempre hacen, han pedido tazas de descafeinado para las tres, además de unos suculentos hojaldres, rellenos con cabello de ángel, postre especialidad de la casa. Mientras meriendan, comentan algunos hechos intrascendentes del día hasta que, en un preciso momento, es Claudia (siempre imaginativa) quien aporta una curiosa posibilidad de diálogo a sus dos compañeras.

“Como tema básico, que podemos comentar esta tarde, se me ocurre lo siguiente. Pienso que la mayoría de las personas tenemos siempre algún recurso o comportamiento, más o menos secreto, con el que tratamos de compensar esos momentos o fases de agobio, desánimo o estrés que a lo largo del día nos pueden afectar. Por eso os propongo que desvelemos, entre nosotras, aquello que solemos hacer cuando nos sentimos superadas por hechos o circunstancias que no son precisamente afortunadas o agradables”.

La peculiar sugerencia es recibida por Gracia y Bea, primero con una cierta sorpresa, aunque pronto se muestran receptivas ante la posibilidad de conocer en los demás esas acciones que solemos usar en el ámbito de nuestra privacidad como mecanismos de defensa. Las tres amigas se miran a los ojos, a fin de conocer cual de ellas es la primera que va a romper el hielo del silencio. Al fin es Claudia, precisamente la promotora del entretenido debate, quien se presta a iniciar el relato de aquello que suele hacer en esos momentos desafortunados que a todos nos pueden afectar.

“Yo, que he propuesto este juego de sinceridades, debo ser la primera en contaros mi experiencia en este delicado terreno der la intimidad. La verdad es que me suele dar buen resultado, en esos momentos en que te sientes superada por algún hecho de gravedad o por esos pequeños impactos negativos que se van sumando en tu línea de equilibrio anímico. Ante todo, busco priorizar el silencio y un ambiente lo más desprovisto de luminosidad. Incluso, si ello no es posible, suelo cerrar los ojos, durante los minutos que sean necesarios, a fin de ir recuperando esa tranquilidad, penosamente perdida. En ese contexto pongo a trabajar la mente, a fin de pensar en situaciones agradables o compensatorias, sean más o menos importantes o nimias, que me faciliten nivelar todo aquello que me está aturdiendo y provocando la desagradable ansiedad que coyunturalmente soporto.

Me veo, sumida en esa ensoñación con los ojos cerrados, caminando por algún grato lugar, pisando la fina arena de la playa o respirando la limpia brisa de un paisaje arbolado en plena naturaleza. La gratitud de esos atractivos espacios me ayudan a relativizar los impactos negativos, en los que me siento atrapada, llegando pronto a la conclusión de que existen soluciones en medio del desorden, estrés o aturdimiento exterior. Resumiendo, me traslado mentalmente a un contexto en el que hallo esa paz que me es negada, desde lo externo o, incluso, desde mi propia debilidad interna”. 

Gracia y Claudia asentían, mientras escuchaban con atención y curiosidad las palabras de su amiga. Pronto las tazas de café quedaron vacías, así como la bandeja de los hojaldres que hicieron las delicias en unos paladares tan receptivos como los de las tres mujeres. Por cierto, los gramos de sobrepeso anidan en sus anatomías, en realidad bien conservadas si tenemos en cuenta sus similares cronologías. Ahora el turno protagonista correspondía a Beatriz, la que en realidad más había sufrido la desvinculación con la profesión de toda su vida: la formación de los niños pequeños.

“En mi caso, pienso que os vais a mostrar un tanto sorprendidas. Pero cada uno tenemos esos mecanismos defensivos a los que tan bien aludía Claudia en su confidencia. Cuando me siento muy mal, en lo anímico, por supuesto, me entrego a una práctica que, sin saber por qué, ayuda a que consiga esa recuperación tan necesaria frente a la ansiedad o el aturdimiento. La actividad consiste en ponerme a recortar fotos y figuras, de las revistas ya leídas y, posteriormente, voy formando historias a modos de collages, cuando las pego en los folios que tengo preparados al efecto.

En esas composiciones o cortas historietas, suelo añadir algunos “bocadillos” en los que escribo textos pronunciados por los personajes que aparecen en los recortes. No os miento cuando afirmo que el contenido de esos textos os asombrarían, os harían reír y también pensar. Son bastante críticos y también rebosan de ironía y criticismo. Igual en este recurso, de recortar fotos de los periódicos y revistas, me ha influido mi actividad con los preescolares y niños de infantil. Cuando en clase trabajábamos estos recortables, comprobaba cómo se sentían relajados y satisfechos, concentrados en esa simpática labor por sacar figuras del papel. A mi también me tranquiliza y sosiega, en esas tempestades que te afectan y piensas que todo te sale mal. Básicamente, consigo relajarme”.  

Así iban pasando los minutos, en este tiempo de amistad para la tarde del jueves. La idea que Claudia había sembrado, en la iniciativa de conversación, estaba dando sus frutos. Aunque en principio la respuesta de cada amiga provocaba una cierta extrañeza o curiosidad en las demás, pronto se valoraban los beneficios que la aludida iniciativa podría tener para todas en esas situaciones de aturdimiento o incluso crispación en que nos vemos inmersos. Las tazas permanecían vacías sobre la mesa, el bullicio del local había disminuido y ahora correspondía a Gracia comentar ese trocito de su intimidad.

“Me parece que yo no estoy a la altura de esos estupendos recursos que vosotras vais aplicando, para tomar un poco de oxígeno en los momentos convulsos de nuestras vidas. Los míos son más simples pero, la verdad, también me ayudan a recuperar fuerzas y sentirme mejor. Por ejemplo, me entrego a la limpieza, personal y de la casa. No me refiero sólo a ponerme debajo de la ducha, acción siempre tonificante, sino que además cojo la bayeta del polvo, o el cubo con la fregona, para dejar un poco más limpio el piso donde estoy viviendo. Además de quemar unas buenas energías, en el empeño, consigo que todo brille más y, al tiempo, pienso menos en los problemas que tanto nos desalientan o magnificamos. Tal vez tanta limpieza peque de hábitos compulsivos, pero me va bien. Lo peor en esos aciagos momentos sería dejarte caer en un sillón y martillear tu conciencia repitiéndote, una y otra vez, lo infeliz que te sientes. La actividad es la mejor y más útil medicina para ese depresivo letargo. Además, tengo siempre preparada una buena música en mi iPod para esas situaciones necesitadas. Me pongo los auriculares (a buen volumen) y los sonidos, junto a las palabras, son mis compañeras en ese quehacer que me ayuda a despegar de la siempre perjudicial inacción”.

Al fin el día se iba despidiendo con ese aroma a primavera que tanto nos agrada percibir a través de nuestros sentidos. Una hora y media de reunión había dado para mucho. Las tres amigas caminaron juntas, entre farolas de colores y gente con prisas, hasta una cercana parada del bus, un tanto abarrotada de usuarios. Se despidieron hasta el próximo domingo. Bea, la “entendida en cine” se ocuparía de elegir una película agradable con la que pasarían juntas la tarde de ese festivo. El circular 1 fue dejando a cada una de ellas en distintas paradas de su sinuoso recorrido. Cuando las tres mujeres se dirigían hasta sus respectivos domicilios, iban pensando en esos pequeños secretos que acababan generosamente de compartir. Unas y otras sonreían con picardía, pues eran conscientes de haber expresado la verdad pero no toda la sinceridad.

Ninguna de las tres quiso hacer mención acerca de las compras, tal vez compulsivas, de nuevas prendas innecesarias para guardar en el armario; ni de ese par de horas traviesas dedicadas para el juego en el bingo; ni las copas de alcohol embriagadoras, aplicadas para compensar situaciones extremas; ni de esas cajas de bombones rellenos, consumidos en una sentada; ni de los minutos de oración frente a la siempre devota imagen del templo; ni esa llamada de móvil para concertar una cita secreta, con el amor imposible de siempre…

Son tres buenas amigas. Claudia, Gracia y Bea. “Ha sido una estupenda tarde ¡Nos veremos el próximo domingo. No faltéis tampoco el jueves que viene!”

José L. Casado Toro (viernes, 8 Abril 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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