viernes, 14 de marzo de 2014

EL CROMÁTICO ESPECTÁCULO CAMBIANTE, EN LA URBANÍSTICA COMERCIAL.


Suele ocurrir en los grandes complejos comerciales. Pero también lo estamos observando en ese comercio abierto, que puebla el plano urbano de nuestras calles y plazas. Cada vez es más frecuente que esas tiendas que sustentan la memoria histórica, incluso desde los lejanos años de nuestra infancia, vayan desapareciendo con una inmediatez o rapidez que suponías imprevisible. El dibujo que tienes grabado en tu retina, correspondiente a los bajos de emblemáticos edificios que pueblan la ciudad, se va transformando en otro lienzo mercantil, tanto en sus trazos y objetivos como también en su propia naturaleza.

Ya en otra ocasión se ha comentado en estos artículos cómo se puede descubrir una ciudad diferente, con el simple ejercicio de visionar las calles y edificaciones a partir de la primera o segunda planta de los bloques de viviendas que la conforman. Dicho de una forma coloquial, observa, mira y analiza las partes superiores de la arquitectura urbana. Usualmente la perpendicular de nuestra visión se centra en el suelo y en la plantas bajas de las casas. Si elevamos la vista, descubriremos otra ciudad, a través de esos balcones, cierros, ventanas, terrazas, fachadas y cubiertas que, estando ahí de forma más o menos permanente, son escasamente atendidas por nuestra visión e interés.

Pero de lo que se trata de analizar, en esta oportunidad, es esa planta basal que, normalmente, está dedicada a diferentes modalidades del pequeño o el gran comercio. Para determinadas calles o arterias urbanas, contrastemos una foto que hubiéramos tomado hace treinta o cuarenta años, con otra instantánea de la misma vía, grabada en nuestra cámara hace tan sólo unos minutos. Difícilmente la reconoceríamos. Y hablamos de unas décadas de diferencias, entre ambas fotografías. Si este contraste es comprensible con el paso amplio del tiempo, lo que sucede hoy día nos resulta aceleradamente desestabilizador para nuestra sorpresa. Hay comercios que duran sólo semanas ya que, tras su apertura, pronto echan el cierre, siendo sustituidos por otros que llevan a cabo, probablemente, un comercio totalmente diferente del anterior. Repito, esto puede ser perfectamente comprensible debido a distintas motivaciones. Lo que resulta más estresante en la rapidez con la que esto sucede en los tiempos que vivimos.

Nadie duda que en tiempos de crisis, con los ciclos inestables de la economía que otros nos imponen, este fenómeno se agudiza para el asombro de nuestras retinas. Empresarios que ven fracasar sus negocios, a las pocas semanas o meses desde su apertura. Se ven obligados cerrar sus “tiendas” porque la contabilidad mensual impide seguir manteniendo abiertos esos proyectos, tal vez no bien estudiados, planificados y diseñados. El mercado dicta su ley. Si no has hecho un buen análisis de marketing, te puedes dar el gran “batacazo” en tus ilusiones, que también afectarán, muy dolorosamente, a los empleados que hayas contratado para atender a su funcionamiento.

Y no sólo son los numerosos locales que van cambiando de imagen, con el gravoso capital invertido en obras sucesivas para su mejor adecuación.  El problema se agudiza con esos tantos otros cientos de locales que permanecen vacíos, con el ya familiar cartel del “se vende” o “se alquila” ante la indiferencia, desinterés o incapacidad económica para los nuevos emprededores. En los grandes centros comerciales esta imagen de los espacios vacíos, a la espera de una nueva oportunidad, no es tan frecuente, pues de forma rápida son ocupados por nuevas franquicias o proyectos individuales. Sin embargo en el laberinto urbano, las zonas periféricas o menos transitadas en la focalización mercantil padecen esta aridez de los espacios o locales “inhabitados”.

Sí, son tiempos de crisis, de prisas, de irreflexión donde, en demasiadas ocasiones, se prioriza la envoltura superficial sin prestar la necesaria atención al contenido estructural u orgánico del proyecto. O, tal vez, a la realidad de la vida. También, por supuesto, hay que contar con la suerte, la oportunidad y la moda, en nuestras apetencias o necesidades sociológicas. Comparemos las librerías o centros culturales, con los lugares de copas o restauración que pueblan hoy día la ciudad que habitamos. El contraste resulta demoledor. ¿Dónde encontrar una papelería de aquéllas como las de antes? Lo más rápido hoy día sería acudir a la sección correspondiente de uno de estos macro espacios comerciales, en cuyo poliedro orgánico “casi todo” se puede adquirir.

En esta reflexión, hay un elemento que afecta a estos cambios vertiginosos para la oferta comercial sobre el que merece la pena detenerse, por la importancia que el mismo conlleva. Concretamente hablamos de la atención que recibe el cliente que demanda un determinado producto. Relatemos, a modo de significativo ejemplo, la escenificación de este ejemplo tomado al azar.

Nos situamos en un día navideño, con la ciudadanía recorriendo presurosa las arterias geométricas que conforman el laberinto o poliedro urbano. El tiempo atmosférico se muestra complaciente y nos ofrece una mañana tibia y luminosa, en pleno final de diciembre. El ambiente orquestal, en el macro de la estación ferroviaria, está compuesto por el murmullo cada vez más intenso de los viandantes o paseantes, la sonoridad ambiental con sabor a villancicos, los avisos indicativos emitidos por los altavoces correspondientes y ese trajinar de luces, cartelería y pisadas que contribuyen alícuotamente a la densificación acústica. Física y, también, anímica. Entro en una de las numerosas tiendas de zapatería que pueblan el recinto. En este caso corresponde a una franquicia de artículos deportivos.  Me centro en unas deportivas, cuyo precio es atrayente, en función de los gustos de cada cual.  La joven que me atiende, tras mirar en el almacén de la trastienda me indica que no poseen el número que le he solicitado. Le doy las gracias y abandono lentamente el interior del establecimiento, sin que la dependiente me ofertara otro producto para mi interés.

Una semana después, al pasar por delante de este mismo comercio, pruebo de nuevo suerte, pues observo que no se halla allí la dependiente que me atendió en la ocasión anterior. Se repite la misma escena que ya conocemos pero, en esta ocasión, con un elemento añadido que va a cambiar el resultado del mismo. Al volver de ese almacén interior, el contenido del mensaje es diferente. Me reitera que no poseen el número que le solicito. Pero añade, de inmediato y si yo hacerle una sugerencia al efecto, “se lo podemos pedir”. Me aclara que tienen otra tienda en Almería y que va a consultar en el ordenador si ese modelo y talla está disponible a todos esos kilómetros de distancia, desde Málaga. Me enseña la pantalla del ordenador, explicándome los pares disponibles. Efectivamente poseen ese modelo y talla que necesito. Me solicita un número telefónico para avisarme “posiblemente, estará aquí en cinco o seis días”. Le agradezco su eficiencia, todo ello hecho con una sonrisa amable y dispuesta para favorecer al cliente. Estoy en la misma tienda. Solicito el mismo producto. Pero, en esta ocasión, es diferente el comercial que me atiende. Por cierto, la edad de ambas jóvenes era prácticamente similar. Debo aclarar que, en ambas ocasiones, desarrolladas en el mismo horario de la mañana, el número de clientes que poblaban el interior del establecimiento no superaba las tres o cuatro personas.

Es obvio que la dedicación e interés con que se te atiende puede favorecer que compres el artículo o que no te sientas animado por volver a entrar en esa determinada tienda. Y la competencia en el sector mercantil es abrumadora. Efectivamente, los ejemplos y anécdotas podrían ser casi infinitas.

Recuerdo aquél sábado, en una afamada librería, en la que no pude comprar el libro que tenía en mis manos, porque se había estropeado el ordenador. A pesar de todos mis intentos, tuve que esperar hasta el lunes El precio del ejemplar sólo podía ser dictado por la memoria informática. O lo ocurrido en aquél otro comercio, cuando el encargado de la sección me indicó con firmeza que no tenía el artículo que yo estaba buscando. Le indiqué, con la mayor delicadeza, que había varias unidades en un determinado ángulo del expositor. Son imágenes, absolutamente verídicas y curiosas, que permanecen en la memoria.

Volviendo a ese “espectáculo visual” y cambiante, que percibimos en los bajos de los edificios con más o menos historia, hay un elemento que también se debe comentar y analizar. Ya no es sólo el consabido cartel indicando el SE VENDE o SE ALQUILA, sino que la dejadez y falta de limpieza con que se dota a esos espacios vacíos es lamentable y digna de reflexión. La suciedad “ornamental” tanto en el exterior como en el interior, demuestra el descuido y la desatención por parte del actual propietario. En cuanto a las pintadas, grafitis, pegatinas, carteles y más aditamentos, es un triste canto a la incuria, al incivismo y a la carencia de respeto, verdaderamente significativa y lamentable en cualquier ciudad. Pero más, en aquellos entornos que viven para y por el turismo. La Administración local o autonómica debería estar muy atenta a estas imágenes que no favorecen, precisamente, la mejor publicidad que la ciudad se afana en vender para la atracción turística procedentes de otras latitudes.

Mañana, pasado, cualquier día, cuando pases por ese edificio que conoces desde los años de tu infancia, podrás recuperar de tu memoria aquel entrañable cine que tantas tardes y fines de semana dio cobijo y distracción a tu imaginación y creatividad; o aquel gran comercio de ropa que nucleaba la atención y visita de (en este caso) casi todos los malagueños, a fin de reponer el vestuario en las distintas estaciones meteorológicas o en aquellos eventos significativos para la festividad; o aquella ferretería, droguería, ultramarinos, confitería o papelería que ya sólo se halla en los anales lejanos de tu recuerdo. Para los que residen en Málaga ¿han olvidado algunos nombres emblemático en la multi oferta comercial de otras épocas?

Librería - papelería Denis. Confitería La Imperial. El Málaga Cinema. Galerías Álvarez Fonseca. Holanda Radio-Luz. Zapatería y lotería El Gato Negro. La Costa Azul. Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Casa Blas. Calzados Segarra, Colegio San Pedro y San Rafael. Félix Sáenz. Los Baños del Carmen. Bar El Pombo. Almacenes Mérida. Ferretería Temboury. Ultramarinos Casa Cano. La Cosmópolis. Cine Avenida….. y un largo, muy extenso, etc.

Son entrañables palabras y frases que hablan de aquel inolvidable nuestro pequeño mundo, en el que compartimos, generacionalmente, los añorados e inolvidables años de la infancia. Por cierto, ¿Te has fijado en ese texto, cada día más frecuente, colocado por los escaparates de algunas tiendas tradicionales? CIERRE POR JUBILACIÓN. GRACIAS A TODOS. Es una forma, respetuosa, entrañable y lúdicamente sentimental, para decir……. adiós.-


José L. Casado Toro (viernes, 14 marzo, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es


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