Suele
ocurrir en los grandes complejos comerciales. Pero también lo estamos
observando en ese comercio abierto, que puebla el plano urbano de nuestras
calles y plazas. Cada vez es más frecuente que esas
tiendas que sustentan la memoria histórica, incluso desde los lejanos
años de nuestra infancia, vayan desapareciendo con una
inmediatez o rapidez que suponías imprevisible. El dibujo que tienes
grabado en tu retina, correspondiente a los bajos de emblemáticos edificios que
pueblan la ciudad, se va transformando en otro lienzo mercantil, tanto en sus
trazos y objetivos como también en su propia naturaleza.
Ya
en otra ocasión se ha comentado en estos artículos cómo se puede descubrir una
ciudad diferente, con el simple ejercicio de visionar las calles y edificaciones
a partir de la primera o segunda planta de los bloques de viviendas que la
conforman. Dicho de una forma coloquial, observa, mira
y analiza las partes superiores de la arquitectura urbana. Usualmente la
perpendicular de nuestra visión se centra en el suelo y en la plantas bajas de
las casas. Si elevamos la vista, descubriremos otra
ciudad, a través de esos balcones, cierros, ventanas, terrazas, fachadas
y cubiertas que, estando ahí de forma más o menos permanente, son escasamente
atendidas por nuestra visión e interés.
Pero
de lo que se trata de analizar, en esta oportunidad, es esa planta basal que, normalmente, está dedicada a diferentes modalidades
del pequeño o el gran comercio. Para determinadas calles o arterias
urbanas, contrastemos una foto que hubiéramos tomado hace treinta o cuarenta
años, con otra instantánea de la misma vía, grabada en nuestra cámara hace tan
sólo unos minutos. Difícilmente la reconoceríamos. Y hablamos de unas décadas
de diferencias, entre ambas fotografías. Si este contraste
es comprensible con el paso amplio del tiempo, lo que sucede hoy día nos
resulta aceleradamente desestabilizador para nuestra sorpresa. Hay
comercios que duran sólo semanas ya que, tras su apertura, pronto echan el
cierre, siendo sustituidos por otros que llevan a cabo, probablemente, un
comercio totalmente diferente del anterior. Repito, esto puede ser
perfectamente comprensible debido a distintas motivaciones. Lo que resulta más
estresante en la rapidez con la que esto sucede en los tiempos que vivimos.
Nadie
duda que en tiempos de crisis, con los ciclos inestables de la economía que otros
nos imponen, este fenómeno se agudiza para el asombro de nuestras retinas. Empresarios
que ven fracasar sus negocios, a las pocas semanas o meses desde su apertura. Se
ven obligados cerrar sus “tiendas” porque la contabilidad mensual impide seguir
manteniendo abiertos esos proyectos, tal vez no bien estudiados, planificados y
diseñados. El mercado dicta su ley. Si no has
hecho un buen análisis de marketing, te puedes dar el gran “batacazo” en tus
ilusiones, que también afectarán, muy dolorosamente, a los empleados que hayas
contratado para atender a su funcionamiento.
Y no
sólo son los numerosos locales que van cambiando de imagen, con el gravoso
capital invertido en obras sucesivas para su mejor adecuación. El problema se agudiza con esos tantos otros cientos de locales que permanecen vacíos, con
el ya familiar cartel del “se vende” o “se alquila” ante la indiferencia,
desinterés o incapacidad económica para los nuevos emprededores. En los grandes
centros comerciales esta imagen de los espacios vacíos, a la espera de una
nueva oportunidad, no es tan frecuente, pues de forma rápida son ocupados por
nuevas franquicias o proyectos individuales. Sin embargo en el laberinto
urbano, las zonas periféricas o menos transitadas en la focalización mercantil
padecen esta aridez de los espacios o locales “inhabitados”.
Sí,
son tiempos de crisis, de prisas, de irreflexión donde, en demasiadas
ocasiones, se prioriza la envoltura superficial sin prestar la necesaria
atención al contenido estructural u orgánico del proyecto. O, tal vez, a la
realidad de la vida. También, por supuesto, hay que contar con la suerte, la
oportunidad y la moda, en nuestras apetencias o necesidades sociológicas. Comparemos las librerías o centros culturales, con los
lugares de copas o restauración que pueblan hoy día la ciudad que habitamos.
El contraste resulta demoledor. ¿Dónde encontrar una papelería de aquéllas como
las de antes? Lo más rápido hoy día sería acudir a la sección correspondiente
de uno de estos macro espacios comerciales, en cuyo poliedro orgánico “casi
todo” se puede adquirir.
En
esta reflexión, hay un elemento que afecta a estos cambios vertiginosos para la
oferta comercial sobre el que merece la pena detenerse, por la importancia que
el mismo conlleva. Concretamente hablamos de la
atención que recibe el cliente que demanda un determinado producto.
Relatemos, a modo de significativo ejemplo, la escenificación de este ejemplo
tomado al azar.
Nos
situamos en un día navideño, con la ciudadanía recorriendo presurosa las
arterias geométricas que conforman el laberinto o poliedro urbano. El tiempo
atmosférico se muestra complaciente y nos ofrece una mañana tibia y luminosa,
en pleno final de diciembre. El ambiente orquestal, en el macro de la estación
ferroviaria, está compuesto por el murmullo cada vez más intenso de los
viandantes o paseantes, la sonoridad ambiental con sabor a villancicos, los
avisos indicativos emitidos por los altavoces correspondientes y ese trajinar
de luces, cartelería y pisadas que contribuyen alícuotamente a la densificación
acústica. Física y, también, anímica. Entro en una de las numerosas tiendas de
zapatería que pueblan el recinto. En este caso corresponde a una franquicia de
artículos deportivos. Me centro en unas
deportivas, cuyo precio es atrayente, en función de los gustos de cada cual. La joven que me atiende, tras mirar en el
almacén de la trastienda me indica que no poseen el número que le he
solicitado. Le doy las gracias y abandono lentamente el interior del
establecimiento, sin que la dependiente me ofertara otro producto para mi
interés.
Una
semana después, al pasar por delante de este mismo comercio, pruebo de nuevo
suerte, pues observo que no se halla allí la dependiente que me atendió en la
ocasión anterior. Se repite la misma escena que ya conocemos pero, en esta
ocasión, con un elemento añadido que va a cambiar el resultado del mismo. Al
volver de ese almacén interior, el contenido del mensaje es diferente. Me
reitera que no poseen el número que le solicito. Pero añade, de inmediato y si
yo hacerle una sugerencia al efecto, “se lo podemos pedir”. Me aclara que
tienen otra tienda en Almería y que va a consultar en el ordenador si ese
modelo y talla está disponible a todos esos kilómetros de distancia, desde
Málaga. Me enseña la pantalla del ordenador, explicándome los pares
disponibles. Efectivamente poseen ese modelo y talla que necesito. Me solicita
un número telefónico para avisarme “posiblemente, estará aquí en cinco o seis
días”. Le agradezco su eficiencia, todo ello hecho con una sonrisa amable y
dispuesta para favorecer al cliente. Estoy en la misma tienda. Solicito el
mismo producto. Pero, en esta ocasión, es diferente el comercial que me atiende.
Por cierto, la edad de ambas jóvenes era prácticamente similar. Debo aclarar
que, en ambas ocasiones, desarrolladas en el mismo horario de la mañana, el
número de clientes que poblaban el interior del establecimiento no superaba las
tres o cuatro personas.
Es
obvio que la dedicación e interés con que se te
atiende puede favorecer que compres el artículo o que no te sientas
animado por volver a entrar en esa determinada tienda. Y la competencia en el
sector mercantil es abrumadora. Efectivamente, los ejemplos y anécdotas podrían
ser casi infinitas.
Recuerdo
aquél sábado, en una afamada librería, en la que no pude comprar el libro que
tenía en mis manos, porque se había estropeado el
ordenador. A pesar de todos mis intentos, tuve que esperar hasta el lunes
El precio del ejemplar sólo podía ser dictado por la memoria informática. O lo
ocurrido en aquél otro comercio, cuando el encargado de la sección me indicó
con firmeza que no tenía el artículo que yo estaba
buscando. Le indiqué, con la mayor delicadeza, que había varias unidades
en un determinado ángulo del expositor. Son imágenes, absolutamente verídicas y
curiosas, que permanecen en la memoria.
Volviendo
a ese “espectáculo visual” y cambiante, que percibimos en los bajos de los
edificios con más o menos historia, hay un elemento que también se debe
comentar y analizar. Ya no es sólo el consabido cartel indicando el SE VENDE o SE ALQUILA,
sino que la dejadez y falta de limpieza con que se dota a esos espacios vacíos
es lamentable y digna de reflexión. La suciedad
“ornamental” tanto en el exterior como en el interior, demuestra el
descuido y la desatención por parte del actual propietario. En cuanto a las pintadas, grafitis, pegatinas, carteles y más
aditamentos, es un triste canto a la incuria, al incivismo y a la
carencia de respeto, verdaderamente significativa y lamentable en cualquier
ciudad. Pero más, en aquellos entornos que viven para y por el turismo. La
Administración local o autonómica debería estar muy atenta a estas imágenes que
no favorecen, precisamente, la mejor publicidad que la ciudad se afana en
vender para la atracción turística procedentes de otras latitudes.
Mañana,
pasado, cualquier día, cuando pases por ese edificio que conoces desde los años
de tu infancia, podrás recuperar de tu memoria aquel entrañable cine que tantas tardes y fines de semana dio cobijo y
distracción a tu imaginación y creatividad; o aquel gran
comercio de ropa que nucleaba la atención y visita de (en este caso)
casi todos los malagueños, a fin de reponer el vestuario en las distintas
estaciones meteorológicas o en aquellos eventos significativos para la
festividad; o aquella ferretería, droguería, ultramarinos,
confitería o papelería
que ya sólo se halla en los anales lejanos de tu recuerdo. Para los que residen
en Málaga ¿han olvidado algunos nombres emblemático en la multi oferta
comercial de otras épocas?
Librería - papelería
Denis. Confitería La Imperial. El Málaga Cinema. Galerías Álvarez Fonseca.
Holanda Radio-Luz. Zapatería y lotería El Gato Negro. La Costa Azul. Colegio
Sagrado Corazón de Jesús. Casa Blas. Calzados Segarra, Colegio San Pedro y San
Rafael. Félix Sáenz. Los Baños del Carmen. Bar El Pombo. Almacenes Mérida. Ferretería
Temboury. Ultramarinos Casa Cano. La Cosmópolis. Cine Avenida….. y
un largo, muy extenso, etc.
Son entrañables
palabras y frases que hablan de aquel inolvidable nuestro pequeño mundo, en el que
compartimos, generacionalmente, los añorados e inolvidables años de la infancia.
Por cierto, ¿Te has fijado en ese texto, cada día más frecuente, colocado por
los escaparates de algunas tiendas tradicionales? CIERRE
POR JUBILACIÓN. GRACIAS A TODOS. Es una forma, respetuosa, entrañable y lúdicamente
sentimental, para decir……. adiós.-
José L. Casado Toro (viernes, 14 marzo, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es
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