CINE CLÁSICO,
PARA DISFRUTAR Y REFLEXIONAR.
Realizar
una valoración crítica, sea de una película, de un material literario o de una
obra artística, resulta una gratificante y saludable aventura, para el lector o
el espectador. Ese esfuerzo analítico puede ser más o menos afortunado en sus
resultados. Sin embargo, la reflexión que nos proporciona resulta de lo más plausible,
tanto para sus autores como para todos aquellos con quienes se comparte ese
noble esfuerzo de ejercicio intelectual. Y no hay que ser un gran especialista
en la modalidad artística, literaria o cinematográfica, objeto de estudio, para
conseguir ese enriquecedor objetivo. Cualquier persona, aficionada a estas
modalidades de la cultura, puede y debe aventurarse en dicha práctica
analítica, a fin de obtener y contrastar conclusiones que sean útiles para
nuestro acervo intelectual, sean conceptos, destrezas y, muy especialmente,
valores.
Hace
pocos días gocé con la grata oportunidad de visionar una película, perteneciente
al más puro género clásico. Esa loable filmoteca, que cada uno de los jueves
nos proporciona el Cine Albéniz, junto al entorno monumental de la Málaga
antigua, proyectaba un mítico film alemán, con más de ochenta años desde su
realización. El Ángel Azul (Der blue Engel) fue
rodado en 1930, por el prestigioso director Josef Von
Sternberg (Viena, 1894 - Hollywood, Los Ángeles, California, 1969) e interpretado,
en sus principales papeles, por la no menos mítica Marie
Magdalene Dietrich –Marlene- (Berlín, 1901 – París 1992), Emil Jannings (Rorschach, Suiza 1884 – Strobl,
Austria 1950) y Kurt Gerron (Berlín 1897 – Auschwitz,
Polonia, 1944).
A
pesar de ser un film octogenario, en su elevada cronología, no es difícil trasladar
la trama argumental que nos regala a cualquier otra época de la vida. Su
ilustrativo mensaje sirve de pauta formativa para todos aquellos que podemos
caer en el error personal de abandonar la identidad que nos vincula,
adentrándonos por los inciertos y tenebrosos caminos de la degradación y la
autodestrucción personal. Resumamos, básicamente, el argumento de esta historia,
modelada a través de sus 109 minutos de metraje. Se trata de una de las
primeras películas sonoras de la cinematografía alemana, con una bella e inolvidable
fotografía en blanco y negro, con un gradiente de grises luminosamente
expresionista en su conformación “pictórica”.
RESUMEN ARGUMENTAL DE LA HISTORIA.
Un
prestigioso, culto y rígido profesor de literatura inglesa, Inmanuel Rath (Jannings), que permanece soltero a sus
más de cincuenta años de vida, reprende a sus jóvenes alumnos por dedicar parte
del tiempo para estudiar en visitar un afamado cabaret, denominado El Ángel Azul. Allí actúa cada noche la aplaudida,
escultural y sensual cantante, Lola-Lola
(Dietrich), junto a otros artistas, como el propio director del local Kieper (Gerreon) que ejerce de mago ilusionista.
Ellos, junto a otras bailarinas y payasos, divierten a un numeroso público
enfervorizado y embriagado, tanto con los atrevidos desnudos que contempla como
con el abundante alcohol que sus organismos consumen. Estamos en la Alemania de
los años veinte, donde gobierna la República de Weimar antecesora de la llegada
al poder del nazismo. Conociendo la actitud desordenada de sus alumnos, una
noche el severo y preocupado profesor acude a ese local de variedades, a fin de
proteger la salud moral de sus discípulos, a los que espera encontrar y salvar
de aquel tugurio decadente para sus jóvenes vidas. Ese decisión le permite conocer
a la joven Lola-Lola, enamorándose perdidamente de su cuerpo y atrayente
sonrisa. La atracción física, que cultiva cada jornada, le hace descuidar sus
obligaciones docentes, ya que se siente dulcemente atrapado por los encantos
que cree ver en la sensual artista. Tiene que abandonar su académico oficio
intelectual, convirtiéndose en un “perro faldero” de Lola, con la que contrae
matrimonio. Además de asistirla en su camerino y giras por todo el país, él
mismo cambia la toga profesional por los ropajes lúdicos de un muy veterano
payaso que actúa, en el número que presenta el mago ilusionista Kiepper, como
un gallo que distrae y hace reír a la clientela cantando el ki-ki-ri-ki. Una
noche, la crueldad de su jefe le hace actuar en su propia localidad natal,
donde los que fueron sus alumnos y demás autoridades acuden a verle descender a
lo más profundo de la decadencia personal y anímica. Humillado y despreciado,
de forma constante, por la lujuria y el adulterio de Lola, en esa ultima
actuación ante los antiguos convecinos y compañeros de Instituto, huye
desorientado y avergonzado, con su modesto atalaje de payaso, por las calles
que cimentaron su prestigio y autoridad, ahora irremediablemente perdida. Desesperado
y avergonzado, acude a su vieja escuela, falleciendo en el aula donde impartía
doctrina intelectual. Plástica y desgarradora imagen, contemplarle agarrado a
su escritorio, como un náufrago perdido en el mal de la indigencia, ante un
desequilibrio personal y una moralidad desgraciadamente arruinada.
ALGUNOS TRAZOS SIGNIFICATIVOS PARA EL
COMENTARIO.
1.
Ese contraste del tránsito personal, entre un admirado e ilustrado profesor y un
modesto y burlado payaso, resulta patéticamente demoledor. Desalienta comprobar
como un ser puede descender a los escalones más degradados del comportamiento
social y privado, atrapado en las redes, invisibles, lascivas y sensuales, de
una primaria mujer que sólo ofrece la atracción de su anatomía corporal, además
de algunas caricias y gestos banales para la materialidad. Definiríamos la
incomprensible conversión del profesor Rath con esa difícil pregunta para la
respuesta de “cómo puede cambiar tanto una persona, en tan poco tiempo y con
tan escasos fundamentos para la modificación”. Tal vez al alcanzar su medio siglo de
existencia, en la privacidad de su intimidad, llega un día la luz de la
atracción física y de ese cariño superficial del que se ha carecido durante
tanto tiempo. Cree encontrar el afecto físico y humano
que el destino se ha mostrado huraño en concederle, a pesar de otros incentivo
profesionales y sociales que, en realidad, nunca llegaban a compensar la
profunda enfermedad de la soledad. Pero esta luz, a modo de maná
salvador para la angustia íntima, le conduce a la deriva de una ciénaga degradada,
humillada y desnaturalizada, ausente del
más básico sentido de la racionalidad.
2. Entre
la Christine, de Testigo de Cargo (1957) y la Lola-Lola, de El Ángel Azul
(1930) han pasado casi tres décadas en la vida de esta enigmática y atrayente actriz,
llamada Marlene Dietrich. Su imagen, con esa mirada embrujada de mujer
calculadora y fría para con los demás, le acompañaría hasta el final de su
existencia, superando los noventa años de vida. Sería
injusto, desde luego, focalizar en ella toda la responsabilidad por ese
hundimiento en la integridad personal del veterano profesor. Es evidente
que en esa degradación de la honestidad, padecida por una recta persona, los
señuelos físicos de la joven tienen una incidencia especialmente notable. Pero
también no es menos cierto que la imaginación, la necesidad y las carencias
afectivas del prestigioso intelectual obran de manera muy expeditiva en los
absurdos de su respuesta. La maldad o la perversidad no tiene por qué
vincularse, obviamente, a un género determinado. El amor, la atracción, el
vértigo de la sensualidad compartida es, obviamente, cosa de dos. En el caso de
Lola, con respecto a Rath, la importante diferencia de edad y condición entre
ambos, condujo a la burla, a la traición, a la humillación y al más deleznable
desprecio de ella hacia él..
3.
Inmanuel Rath no es un hombre penosamente enviudado. Ni un ser despechado por
el adulterio de una innoble esposa. Tampoco una persona abandonada o carente de
valores en la procelosa selva de lo social. No es un primario analfabeto o un ser
desgraciadamente sumido en la pobreza. Es, por el contrario, un intelectual de
prestigio, temido, respetado y admirado, al tiempo, por sus alumnos. Apreciado
por sus compañeros de cátedra. Valorado en el contexto próximo de sus conciudadanos,
por el recto ejercicio profesional que ejerce en la admirable tarea formativa
de las jóvenes generaciones. Y sin embargo, en la cronología ecuatorial de su
vida, encuentra suficientes incentivos como para tirar por la borda un
patrimonio de valores que había logrado consolidar al paso de los años. Pero no
cae en la cuenta que esos cantos de sirena le alejan, de forma irremediable, de
su realidad, de su esquema existencial y de ese destino que, libremente, ha
deseado construir. Con la más noble de las intenciones, penetra en ese turbio
mundo de los tugurios cabareteros. Quiere salvar a sus alumnos sin caer en la racionalidad de que,
a pesar de todos sus fundamentos categóricos, es una persona débil y necesitada
que se siente atrapada en una sutil tela de araña, camino de la
autodestrucción. Así son las personas. Así podemos comportamos los seres
humanos. Lo tenía casi todo, pero le faltaba lo más importante en el caminar
del día a día: una familia. Y, sobre todo, el amor.
PERO TAMBIÉN…….. PUDO SUCEDER ASÍ.
Los
sentimientos afloran, cuando más inesperada parece su reconfortante llegada. Ver
las lágrimas de su marido, arrinconado en un lateral del escenario, ante las
mofas y burlas de los espectadores, provoca la compasión de Lola. Los gritos
desgarradores del viejo payado, haciendo un ki ki ri ki, desentonado y
patético, le hacen abandonar los brazos de su amante actual, corriendo hacia
Inmanuel, al que abraza, sacándole de aquel ambiente de escarnio y humillación.
A la mañana siguiente, ambos abandonan El Ángel Azul, y se les ve juntos en una
vieja y destartala estación de ferrocarril. Van a iniciar un largo viaje,
camino de algún destino de luz y esperanza, con el escaso bagaje material de su
modesto equipaje. El vapor de la máquina ferroviaria los envuelve, a modo de
espesa neblina, en un andén prácticamente vacío de viajeros, a esa hora
temprana de la mañana. La maravillosa escala de grises del rancio celuloide nos
permite imaginar cómo, desde el cielo brumoso, se dibujan unos contornos que
semejan formas celestiales. No son precisamente azules, sino transparentes
siluetas que nos hacen volver a creer en el amor y en la racionalidad. Los
títulos de crédito ponen el fin a esta historia que sabe hermanar la frialdad
de la conciencia con el limpio sentimiento
del corazón.-
José L. Casado Toro (viernes, 8 noviembre, 2013)
Profesor
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