Me
había agradado mucho la película. La verdad es que entré en la sala de
proyección sin conocer prácticamente nada de la trama argumental. Pero este
desconocimiento previo tiene, en no pocas ocasiones, sus lúdicas ventajas para
el espectador. Ese ir descubriendo paso a paso, con el mágico avance del metraje,
una historia que te cuentan para el disfrute, invitándote a participar con la
imaginación en la atmósfera escénica que se dibuja en pantalla, resulta
gozosamente apasionante. Elegí la sesión de las ocho, ya que este horario posee
la ventaja de salir del cine a poco más de las 9:30, por lo que puedes cenar a
una hora no excesivamente tardía. Era un sábado de
esos que, ya en noviembre, se humedecen con la precipitación otoñal de los
equinoccios. A pesar del intenso frío, que anunciaba el invierno, las
calles del centro histórico estaban bastante animadas con gente de todas las
edades que, bien abrigadas sus anatomías, buscaban algún acomodo a fin de tapear
en bares y establecimientos de restauración. Decidí ir a una conocida pizzería,
bastante cercana a ese único cine que nos queda en el centro antiguo,
caracterizada por la calidad de los productos que oferta en su carta y por la presteza
con que suelen atenderte en mesa.
Como
era de prever, dada la puntualidad de la hora, el establecimiento estaba prácticamente
repleto de un público hambriento. Predominaban
los jóvenes, con respecto a las personas de una mayor edad. Como soy conocido
en este restaurante, un camarero me pidió que aplicase algo de paciencia en la
espera. A los pocos minutos, me habilitaron una amplia mesa, próxima a la
cocina, que normalmente es utilizada para colocar los platos previos al
servicio. Tras beber un sorbo de una “bendita” cerveza, me distraía repasando
las ensaladas y pizzas que ofertaban en la carta. Bien pronto se acercarían a
tomar nota de mi petición para cenar. Al efecto, veo aproximarse a una camarera
que, muy educadamente, me plantea lo siguiente. “Como
está viendo, el establecimiento está a casi rebosar. Le hemos puesto en esta
amplia mesa que, normalmente no la tenemos al servicio. Hay dos chicas que
podrían compartir la amplitud de la misma. A ellas no les importaría, siempre y
cuando Vd también lo aceptase”. Comprendiendo
la situación y la noche tan gélida que se nos había presentado, le respondí de
inmediato que “por supuesto”. Había sitio para los tres, sin mayor problema. A los pocos segundos vi a las dos jóvenes que
se acercaban, con una sonrisa que no podía ocultar la duda o prevención que las
embargaba. Tras darme las gracias, con el saludo de “buenas noches” le habilitaron
un par de sillas para el necesario acomodo.
Su
imprevisión había provocado que llegasen bastante empapadas. El día estaba
metido en una lluvia fina, aunque constante. Precipitaciones que acaban dejando
unos buenos litros de agua, muy necesarios para la vida, pero incómodos para
aquellos que se olvidan el paraguas. La calefacción y el bullicio del local
pronto mejoraría la apariencia de esas dos largas melenas mojadas, que lucían
mis lindas acompañantes de mesa. La noche continuaba, con esta simpática
realidad de tres personas, entre otras muchas, compartiendo este solidario y peculiar
espacio de la pizzería.
Mientras
yo esperaba mi bien guarnecida ensalada, Neila
y Lisa (nombres que conocí a lo largo de la
cena) mantenían ese semblante que difícilmente podía disimular una profunda
preocupación y tristeza. Habían preferido compartir ensalada y una fuente de
pasta. Junto a sus dos botellines de agua, reposaba mi jarra ya casi vacía, presta
a ser sustituida por otra cerveza, por
supuesto, sin alcohol para mi gusto. Apenas
hablaban entre ellas. Yo disimulaba estar distraído, observando el bullicioso aspecto
que dominaba el local. A poco llegaron los platos con las suculentas ensaladas,
que adornaron de color el silencio que los tres manteníamos. Quise romper un
poco el hielo personal que nos vinculaba. Por ello hice algún comentario
agradable acerca de lo bien presentados que venían los platos de verduras y
otros componentes adicionales. Sólo pude lograr una sonrisa amable por parte de
ambas. Era evidente que, aparte de la timidez propia ante un desconocido,
existía alguna cuestión importante que rompía la armonía entre una y otra
mujer.
En un
determinado momento pude apenas entender unas palabras de reproche que Lisa
manifestaba a su compañera. Creí escuchar, en medio de esa desordenada acústica
que ensordece la nitidez del mensaje, algo así como “….
No me puedes hacer eso. Y qué va a ser ahora de mí..” El plato de esa
chica permanecía prácticamente lleno, mientras el de Neila y el mío propio
estaban ya vacíos. Además de no haber consumido su parte de alimento, me fijé,
con la necesaria discreción, que tenía sus ojos enrojecidos. Diría incluso que
a punto de brotar esas lágrimas que desahogan la tensión que nos atenaza.
Después
de la “ensalatona” que me había tomado, mi estómago no iba a soportar mucho más
alimento. Indiqué a la señorita que nos atendía, si fuera posible que me
sirvieran un poco de fruta, tipo macedonia, a modo de postre. Lisa aprovechó mi
petición a la camarera para rogarle que, por favor, anulara la bandeja de pasta
que en un principio habían solicitado. Deseaban cambiarla (parece ser que les di una certera idea) por
esa fruta picada y preparada, con nombre de esa bella región de la Hélade, como
postre.
Antes
de que nos llegaran las tres macedonias, mi sorpresa alcanzó su mayor nivel
cuando Neila, mirándome directamente a los ojos, me dice la siguiente frase:
“¿De verdad que no me reconoces? La verdad es que hace
muchísimos años que no nos vemos. Fuiste compañero mío de Instituto. Estuvimos
juntos, en el mismo grupo, durante los años de la ESO. Después en Bachillerato,
cada uno fue por unas vías diferentes. Habrán pasado como unos doce o catorce
años…. o tal vez más. Pero yo te he reconocido, prácticamente, desde el
principio de llegar a la pizzería. Ah, bueno, quiero presentarte a Lisa. Es…..
mi compañera con la, que desde hace tiempo, convivo”.
Traté
de reaccionar, de la mejor forma que supe y pude. En principio no reconocía a
esta joven que aparentaba ser más o menos de mi edad. Mantenía un cuerpo
notablemente delgado y el look de su peinado y atuendo corporal era muy similar
al de Lisa. “Reconozco que siempre he sido algo
despistado. Pero seguro que, haciendo un poco de memoria, podría localizar en
el recuerdo aquellos agradables años de nuestra adolescencia en clase. ¡Qué
tiempos, verdad! ¿Y como te ha ido en estos años? ¿A qué te dedicas….?
Intercambiamos
algunas frases para la cortesía, mientras Lisa continuaba con su mirada perdida
y muy seria. Apenas terminaron el postre, se pusieron sus abrigos y decidieron
marcharse. Entre ellas la tensión no había disminuido, sino que se incrementaba
por momentos. Me ofrecí a invitarlas pero, tras agradecerme el gesto,
decidieron que mejor sería en otra oportunidad. Tuve la feliz ocurrencia de
ofrecerle, a esta antigua y no recordada compañera de clase, los datos de mi
dirección electrónica. Se comprometió a enviarme algún correo, a fin de que
mantuviésemos el contacto. Las vi alejarse hacia la puerta de salida mientras.
desde una mesa cercana, repleta de alegres quinceañeros, se entonaba coralmente
el “cumpleaños feliz.” Fue significativo
el gesto de Lisa rechazando la mano de Neila. La relación entre ambas no
pasaba, sin duda, por su mejor momento.
Durante
el camino de vuelta a casa no paraba de
pensar en la curiosa experiencia que había vivido en el restaurante italiano. Tenía la convicción de que, algún día, recibiría la comunicación
escrita de esta recuperada amiga. Pero lo que nunca podía suponer era que
ese deseado e-mail iba a llegarme precisamente poco antes de la primera hora ya del domingo, en el reinado
solemne de la Media Noche. Suelo dejar el ordenador en estado de letargo
durante el día. Pero, antes de irme a descansar, reviso los correos que
hayan podido enviarme a lo largo de las
horas del día. Y allí me encontré una larga y singular carta de Neila.
“Hola, mi recuperado compañero y amigo. Lisa está
descansando en este momento. Un calmante le ha ayudado a conciliar el sueño. La
conocí en una despedida de soltera que hacía una amiga común. Para mi sorpresa,
fue un flechazo que nos ha mantenido unidas ya para tres años. Te aseguro que nunca podía
imaginarme esta inesperada realidad entre mis sentimientos. Pero así suceden y
aparecen nuestras respuestas. Para ello tuve que sacrificar una relación de
convivencia con Mark (abogado que trabaja en una aseguradora) estable y cada
vez más rutinaria, que había durado casi cinco años. Con Lisa recuperé la
alegría, la fuerza para darle significado a cada uno de los amaneceres, en
definitiva…. el placer de la sonrisa. Para mi, creo que también para este ángel
de mujer, ha sido una experiencia inesperada, única y maravillosa. La
incomprensión familiar ha sido durísima. Para ambas. Pero juntas formábamos ese
tándem mágico que te hace descubrir realidades insospechadas que en ti
permanecen en un aburrido letargo. Pero, y aquí aparece el gran problema del
absurdo, hace un par de semanas, coincidí con mi antigua pareja en una feria
comercial textil (me dedico a la distribución de prendas de ropa, en el ámbito
del pequeño comercio). Para nuestra sorpresa, fueron dos noches que me
revelaron que mis sentimientos y atracción son claramente ambivalentes. Y ahora
hay una parte, muy importante en mi persona, que quiere volver con Mark. Aunque
conoce perfectamente mi opción (bastante ha tenido el pobre que sufrir) desea
tenderme una mano generosa para esta recuperación de la convivencia, ahora
junto a él. Precisamente, este sábado, en una tarde fría y lluviosa que nunca
olvidaré, he sido sincera con Lisa. Ella percibía cambios y reacciones
inusuales en mi conducta. Pero el mazazo que le he propinado, con mi decisión
de volver junto a este hombre, ha tenido que ser durísimo. Y el destino de esta
tarde ha querido que tú aparezcas, para confiarte a estas horas de la madrugada
la tesitura complicada en la que me encuentro. Tengo decidido pedir cita a una
psicóloga, recomendada por Mark, a ver si me puede echar una mano en todo este
laberinto en el que me encuentro. Ya te dejo. Discúlpame por todo este
culebrón. Cuando necesites comunicar, ya conoces mi dirección. Tenemos que
vernos. Tenemos que hablar. Besos. Neila”.
La
vida es “un pañuelo” para las más curiosas coincidencias. Ahora el sorprendido
soy yo. Sabía que mi buen compañero en la aseguradora, Mark
González, había tenido una relación afectiva que fracasó hace unos años.
Algunas confidencias me había hecho, entre copa o café, sobre sus conquistas,
más o menos temporales, con diversas chicas. Hoy he conocido quién fue el gran
amor de su vida y cuyo recuerdo siempre le hacía entristecer. Ese nombre de
Neila, siempre lo ha mantenido grabado en el torso de su muñeca. El lunes,
cuando me lo encuentre en la oficina, será todo bien diferente. Este sí que ha sido un sábado…. de película.-
José L. Casado Toro (viernes, 1 noviembre, 2013)
Profesor
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