Puede
ocurrir, en el devenir de los días, que una persona se encuentre en el lugar y
tiempo no programado, a fin de que esa situación le reporte consecuencias,
inesperadas y trascendentes, para su vida. Es algo de lo más usual, tanto en lo
gozosamente positivo como también para aquellas otras cosas que tendremos, por
sus consecuencias, que lamentar. Y siempre esas dos preguntas en las que el
sentido de la respuesta es más que obvia para la racionalidad. ¿Por qué no habría estado yo en alguna otra parte? ¡Qué
suerte habría tenido, si la casualidad me hubiera hecho estar allí! ……
Pero, precisamente, ese reino de lo casual delimita resultados contrastados
para los párrafos existenciales de nuestras vidas. Y así sucedió, aquel sábado
de febrero, en un Palacio de Congresos y Exposiciones, ubicado en el mosaico
cromático de nuestra geografía urbana.
Isaac Cortés hace tres años que ha conseguido
finalizar, tras un buen expediente académico, la carrera de Ciencias de la Comunicación, en
periodismo. Sus inicios profesionales, como tantos y tantos otros compañeros,
no han sido fáciles. Con su grado o licenciatura, para el ejercicio de una
actividad apasionante pero a la vez muy competitiva, fue recorriendo
redacciones y empresas del mundo de la comunicación. En todas ellas fue
recibiendo muy buenas y cordiales palabras que se unieron a esa evidencia de
que “por ahora, nuestra plantilla está más que cubierta”. Primero lo intentó en
su ciudad natal, aquí en las orillas meridionales que bañan las aguas del
Mediterráneo. Pronto viajó a otras provincias, más allá de la Penibética. Pero
en todas ellas se repetía el mismo ritual que finalizaba con un “no” como
respuesta. Aunque él estudió en una buena universidad de provincias, consideró
la necesidad de afincarse en la capital del Estado, con el apoyo subsiguiente
de sus padres, los cuales atienden a una
empresa de alimentación en ultramarinos aquí en Málaga, de la que son
propietarios hace muchos años. Se trata de un pequeño comercio, en la zona
antigua de la ciudad, herencia que su padre recibió, tras la jubilación por
edad, de un abuelo con admirables cualidades, tanto en lo laboral como (aún más
importante) en la nobleza personal de su carácter. Pero Isaac pensó que Madrid, como todas las capitales y grandes urbes
europeas, ofrece un amplio panel de posibilidades profesionales difícil de
igualar con cualquier otra localidad española, a no ser ese otro gran emporio
cosmopolita como es Barcelona.
Durante
un par de años, y de manera intermitente, ejerció
diversos trabajos en los ámbitos más contrastados y curiosos, en
relación a su preparación académica. Seguros, reparto de publicidad, limpieza
de edificios, clases particulares de inglés, taquillero de cine, figurante en
obras importantes de la cartelera teatral, camarero en los servicios de
restauración, etc. Hay que aclarar ya que Isaac es un joven afable, trabajador,
responsable y simpático, que posee ese look like que los ingleses establecen para significar a las personas gratamente
atractivas, también en lo físico. Precisamente el encargado de personal del
último teatro donde prestó sus servicios, conociendo su preparación y la
seriedad laboral de su comportamiento, le facilitó una entrevista profesional
con el departamento de recursos humanos de un importante
grupo de comunicación, señero en el mundo de la prensa, la radio y la
televisión. Después de muchas idas y venidas, aceptaron concederle una prueba
temporal en el buque insignia periodístico del grupo, eso sí, con una
retribución puramente testimonial y un número de horas de trabajo elevadamente
disuasorio. Sin embargo, Isaac no lo dudó ni por un instante entregándose de
lleno, con sus mejores cualidades, para labrarse una buena imagen que le
abriera caminos de esperanza con la perspectiva de su futuro vocacional. Era una oportunidad que no la podía dejar pasar ni
desaprovechar.
Comenzó por la sección de sucesos, desde la que
recorrió, en las noches y los días, casi sin horas administradas para el
descanso, hospitales, comisarías, sedes judiciales, prisiones, arrabales y
zonas conflictivas en el submundo ocre y cenagoso de la delincuencia. A pesar
del ímprobo esfuerzo que asumió, desde el primer día en la empresa, la voluntad
y seguridad en su destino le hicieron aguantar con entereza la “basura” laboral
que, al menos, le permitía una menos dependencia económica en la generosidad de
sus padres. Fue conociendo y practicando por otras secciones de ese gran diario
nacional, acumulando experiencia y destreza para su trabajo. En este contexto le llegó su inesperada gran oportunidad, a los veintiséis
años de vida. El destino le iba a colocar en un punto privilegiado parea otear
y rentabilizar esas coincidencia de tiempo y lugar.
Había
estado, desde las primeras horas de la mañana, atendiendo la celebración de un importante congreso anual que celebraba el principal
partido de la oposición parlamentaria. En realidad no había ido a esa magna
conferencia como periodista titular de la información, sino como simple ayudante de dos consolidados profesionales de la
pluma, que cubrían las páginas de la política nacional en su periódico.
El “sí, señor” y “lo que Vd. desee” estuvieron todas esas horas matinales en la
boca de un joven periodista que luchaba por abrirse camino, aprendiendo de dos
“santones” de la columna diaria de opinión. Firmaban en esa tercera página tan
codiciada por todos los que empiezan e incluso por muchos que casi nunca logran
cohabitar en tan preclaro santuario del olimpo informativo. Por fin, era ya más
de las 3,40, le autorizaron a que fuese a tomar algo. A las 4,30 debía estar de
nuevo disponible para lo que terciaran sus dos jefes de sección, en ese día de
inolvidable recuerdo. Fue a “echarle algo de alimento al cuerpo, dirigiéndose a
un ventorrillo cercano al Palacio de Exposiciones, donde había visto un cartel
que ofrecía menús a 6,95, con postres y bebida. Tomó ese tazón de fabada, algo
pasada de rodadura, un pescado (en la pizarra a tiza ponía mero) a la plancha,
con intenso sabor a pez mal congelado, tinto de verano y unas natillas, por
supuesto “caseras”.
De
vuelta al Congreso, cuatro y veinticinco de la tarde, continuó con su
servilismo educado y elegante, a disposición de lo que hubiera que hacer.
Estaba repasando la carga de las baterías suplentes, para la cámara de vídeo y
el portátil, cuando comenzó a sentirse mal. Pesadez de estómago, un poco de
ansia y malestar general y muchos gases en el vientre que luchaban por alcanzar
su eólica libertad. “Perdonen, no me encuentro
bien. Algo en el menú me ha tenido que sentar mal. Voy a ir a los lavabos, pero
volveré aquí con toda la presteza que pueda”. Dejó a sus compañeros, que
sonreían y hacían los chascarrillos correspondientes, dirigiéndose, a toda
velocidad, al servicio de caballeros más próximo. Ya sentado en la tacita del
wáter, el espacio a su alrededor le daba vueltas. Fue eliminando lo que pudo,
pero su boca era todo acidez. Se sentía francamente mal. Cerró un poco los
ojos, tratando de calmarse y esperando poder recuperar algo de energía para
disimular ante sus arrogantes colegas.
Estaba
como aturdido cuando percibió que dos personas entraron en ese servicio. Comenzaron a
hablar en voz baja aunque, minuto a minuto, la voz de uno de esos hombres fue
subiendo de tono, con ademanes acústicos amenazantes. Isaac extremó, desde su
desahogado aposento, el silencio con la atención a la temática que enfrentaba a
sus compañeros de lavabos. Obviamente no eran
conscientes de que había, en ese reservado de la esquina, alguien que les
estaba escuchando. Tratando de no
hacer ruido alguno, Isaac pronto entendió el motivo básico de la discusión. Un desagradable tema de
corrupción urbanística, en la persona de un cualificado dirigente
político, que podía ser “enfriado” con la concesión de un importante puesto en
la dirección nacional del partido, al que ambos pertenecían. La evidente
presión o chantaje sobrevoló entre la dialéctica de ataque, que uno de ellos
esgrimía, y las promesas de su interlocutor para mover los hilos a fin de ubicarlo
en un preferente y envidiado puesto, dentro de la Ejecutiva nacional del grupo
en cuestión.
Isaac
Cortés estaba siendo testigo anónimo e involuntario de
una importante trama de compra-venta de favores, en el lodazal inmundo
de la corrupción política. Una vez liberado su vientre, dejó la tacita
blanqueada, en la que había descansado y escuchado una apasionante escena para
el relato del día. Se dirigió hacia su Jefe de Sección,
indicándole que tenía en sus manos una “bomba” nacional para sus oídos. Fueron
a tomar café (él prefirió una infusión de manzanilla) y, desde el primer
momento, su jefe pareció quitar hierro al asunto. Las pruebas aportadas sólo
estaban basadas en la habilidad de Isaac, desde su tronado inodoro para el necesario
equilibrio, orgánico y espiritual. Además era un
asunto muy delicado, dada la significación social de los personajes
implicados en la trama. La identificación de los mismos no ofreció especial
dificultad, pues en el transcurso de la discusión mencionaron, en alguna
ocasión, sus nombres respectivos. Tras recibir unas breves palabras de
agradecimiento por la confidencia, por parte de Mario
Calatrava, su jefe, dejaron el tema aparcado y continuaron su trabajo en
el seguimiento del Congreso, hasta poco más de las siete. A esa hora volvieron
a la sede del periódico para elaborar la crónica correspondiente del día.
Camino
de casa, fue repasando mentalmente la aventura de la que había sido
protagonista. Tenía la firme convicción de que, a pesar de lo incómodo de su
digestión, los detalles sonoros de los que había sido anónimo e impertinente
partícipe eran correctos, en su verosimilitud. Pero también contaba con la evidencia de la incredulidad de Mario.
Este consolidado as de la pluma, era una persona muy autosuficiente y engreída.
Pensaría que estaba al frente de una aventura alocada e irreal, montada por un ambicioso
novicio en las estructuras acomodadas y jerarquizadas del entorno mediático. Se
sentía incómodamente embargado por una sensación de prudencia y tensión,
paciencia y valor, miedo y responsabilidad.
2.46
de la madrugada. Ya en la cama, meditaba sobre las últimas palabras que su
jefe le había recomendado. “Olvídate ya de esa historia. Mañana te encontrarás mejor
y tendrás otros muchos temas sobre los que investigar”. Pero no le
resultaba fácil borrar de su mente la escenificación sonora de la que había
sido testigo involuntario. Un diálogo, verdaderamente importante entre dos
pesos cualificados del partido, teñido de una grave significación
sociopolítica. Se lamentaba de no haber sido más valiente y arrojado, para escribir ese gran reportaje soñado por
todos los que ejercen el periodismo. La publicación del mismo, en el alba del
amanecer, habría hecho impacto en el
cieno pestilente de la corrupción descontrolada que anida por el entorno de lo
social. Pero esa gran oportunidad, para su
“despegue” medi ático, había quedado bloqueada por la dócil y fiel obediencia a
la jerarquía de sus jefes.
Desayunó
con menos prisas de lo habitual. Como no tenía que volver a la redacción, hasta
las doce del mediodía, disponía de un cierto tiempo para ir al centro comercial
que tenía dos manzanas de edificios, más arriba. Haría la compra semanal, a fin
de equilibrar la “anemia” de su frigorífico. Pasó por delante de un puesto de
prensa, libros y revistas, hermanado al hipermercado del gran complejo
lúdico-comercial. En el expositor exterior vio su periódico, con un gran
titular en primera. “TAMBORES DE CORRUPCIÓN, EN EL
CONGRESO DEL ….” Sintiendo grandes pálpitos en el ritmo cardiaco, no
pudo esperar y compró un ejemplar del diario. Allí de pie, en medio del pasillo
central, leyó con avidez el contenido de la noticia. Estaba hábilmente retocada
y maquillada en sus personajes y detalles. Pero, en esencia, se basaba en los
datos que él había conocido y compartido con su jefe. Firmaba las dos impactantes
columnas, primorosamente redactadas, el prestigioso nombre de Mario Calatrava.-
José L. Casado Toro (viernes 25 enero, 2013)
Profesor