viernes, 25 de enero de 2013

SILENCIOS Y OPORTUNIDADES, EN LA ÁRIDA SELVA MEDIÁTICA.

Puede ocurrir, en el devenir de los días, que una persona se encuentre en el lugar y tiempo no programado, a fin de que esa situación le reporte consecuencias, inesperadas y trascendentes, para su vida. Es algo de lo más usual, tanto en lo gozosamente positivo como también para aquellas otras cosas que tendremos, por sus consecuencias, que lamentar. Y siempre esas dos preguntas en las que el sentido de la respuesta es más que obvia para la racionalidad. ¿Por qué no habría estado yo en alguna otra parte? ¡Qué suerte habría tenido, si la casualidad me hubiera hecho estar allí! …… Pero, precisamente, ese reino de lo casual delimita resultados contrastados para los párrafos existenciales de nuestras vidas. Y así sucedió, aquel sábado de febrero, en un Palacio de Congresos y Exposiciones, ubicado en el mosaico cromático de nuestra geografía urbana.

Isaac Cortés hace tres años que ha conseguido finalizar, tras un buen expediente académico,  la carrera de Ciencias de la Comunicación, en periodismo. Sus inicios profesionales, como tantos y tantos otros compañeros, no han sido fáciles. Con su grado o licenciatura, para el ejercicio de una actividad apasionante pero a la vez muy competitiva, fue recorriendo redacciones y empresas del mundo de la comunicación. En todas ellas fue recibiendo muy buenas y cordiales palabras que se unieron a esa evidencia de que “por ahora, nuestra plantilla está más que cubierta”. Primero lo intentó en su ciudad natal, aquí en las orillas meridionales que bañan las aguas del Mediterráneo. Pronto viajó a otras provincias, más allá de la Penibética. Pero en todas ellas se repetía el mismo ritual que finalizaba con un “no” como respuesta. Aunque él estudió en una buena universidad de provincias, consideró la necesidad de afincarse en la capital del Estado, con el apoyo subsiguiente de sus padres, los cuales atienden a una empresa de alimentación en ultramarinos aquí en Málaga, de la que son propietarios hace muchos años. Se trata de un pequeño comercio, en la zona antigua de la ciudad, herencia que su padre recibió, tras la jubilación por edad, de un abuelo con admirables cualidades, tanto en lo laboral como (aún más importante) en la nobleza personal de su carácter. Pero Isaac pensó que Madrid, como todas las capitales y grandes urbes europeas, ofrece un amplio panel de posibilidades profesionales difícil de igualar con cualquier otra localidad española, a no ser ese otro gran emporio cosmopolita como es Barcelona.

Durante un par de años, y de manera intermitente, ejerció diversos trabajos en los ámbitos más contrastados y curiosos, en relación a su preparación académica. Seguros, reparto de publicidad, limpieza de edificios, clases particulares de inglés, taquillero de cine, figurante en obras importantes de la cartelera teatral, camarero en los servicios de restauración, etc. Hay que aclarar ya que Isaac es un joven afable, trabajador, responsable y simpático, que posee ese look like que los ingleses establecen  para significar a las personas gratamente atractivas, también en lo físico. Precisamente el encargado de personal del último teatro donde prestó sus servicios, conociendo su preparación y la seriedad laboral de su comportamiento, le facilitó una entrevista profesional con el departamento de recursos humanos de un importante grupo de comunicación, señero en el mundo de la prensa, la radio y la televisión. Después de muchas idas y venidas, aceptaron concederle una prueba temporal en el buque insignia periodístico del grupo, eso sí, con una retribución puramente testimonial y un número de horas de trabajo elevadamente disuasorio. Sin embargo, Isaac no lo dudó ni por un instante entregándose de lleno, con sus mejores cualidades, para labrarse una buena imagen que le abriera caminos de esperanza con la perspectiva de su futuro vocacional. Era una oportunidad que no la podía dejar pasar ni desaprovechar.

Comenzó por la sección de sucesos, desde la que recorrió, en las noches y los días, casi sin horas administradas para el descanso, hospitales, comisarías, sedes judiciales, prisiones, arrabales y zonas conflictivas en el submundo ocre y cenagoso de la delincuencia. A pesar del ímprobo esfuerzo que asumió, desde el primer día en la empresa, la voluntad y seguridad en su destino le hicieron aguantar con entereza la “basura” laboral que, al menos, le permitía una menos dependencia económica en la generosidad de sus padres. Fue conociendo y practicando por otras secciones de ese gran diario nacional, acumulando experiencia y destreza para su trabajo. En este contexto le llegó su inesperada gran oportunidad, a los veintiséis años de vida. El destino le iba a colocar en un punto privilegiado parea otear y rentabilizar esas coincidencia de tiempo y lugar.

Había estado, desde las primeras horas de la mañana, atendiendo la celebración de un importante congreso anual que celebraba el principal partido de la oposición parlamentaria. En realidad no había ido a esa magna conferencia como periodista titular de la información, sino como simple ayudante de dos consolidados profesionales de la pluma, que cubrían las páginas de la política nacional en su periódico. El “sí, señor” y “lo que Vd. desee” estuvieron todas esas horas matinales en la boca de un joven periodista que luchaba por abrirse camino, aprendiendo de dos “santones” de la columna diaria de opinión. Firmaban en esa tercera página tan codiciada por todos los que empiezan e incluso por muchos que casi nunca logran cohabitar en tan preclaro santuario del olimpo informativo. Por fin, era ya más de las 3,40, le autorizaron a que fuese a tomar algo. A las 4,30 debía estar de nuevo disponible para lo que terciaran sus dos jefes de sección, en ese día de inolvidable recuerdo. Fue a “echarle algo de alimento al cuerpo, dirigiéndose a un ventorrillo cercano al Palacio de Exposiciones, donde había visto un cartel que ofrecía menús a 6,95, con postres y bebida. Tomó ese tazón de fabada, algo pasada de rodadura, un pescado (en la pizarra a tiza ponía mero) a la plancha, con intenso sabor a pez mal congelado, tinto de verano y unas natillas, por supuesto “caseras”.

De vuelta al Congreso, cuatro y veinticinco de la tarde, continuó con su servilismo educado y elegante, a disposición de lo que hubiera que hacer. Estaba repasando la carga de las baterías suplentes, para la cámara de vídeo y el portátil, cuando comenzó a sentirse mal. Pesadez de estómago, un poco de ansia y malestar general y muchos gases en el vientre que luchaban por alcanzar su eólica libertad. “Perdonen, no me encuentro bien. Algo en el menú me ha tenido que sentar mal. Voy a ir a los lavabos, pero volveré aquí con toda la presteza que pueda”. Dejó a sus compañeros, que sonreían y hacían los chascarrillos correspondientes, dirigiéndose, a toda velocidad, al servicio de caballeros más próximo. Ya sentado en la tacita del wáter, el espacio a su alrededor le daba vueltas. Fue eliminando lo que pudo, pero su boca era todo acidez. Se sentía francamente mal. Cerró un poco los ojos, tratando de calmarse y esperando poder recuperar algo de energía para disimular ante sus arrogantes colegas.

Estaba como aturdido cuando percibió que dos personas entraron en ese servicio. Comenzaron a hablar en voz baja aunque, minuto a minuto, la voz de uno de esos hombres fue subiendo de tono, con ademanes acústicos amenazantes. Isaac extremó, desde su desahogado aposento, el silencio con la atención a la temática que enfrentaba a sus compañeros de lavabos. Obviamente no eran conscientes de que había, en ese reservado de la esquina, alguien que les estaba escuchando.  Tratando de no hacer ruido alguno, Isaac pronto entendió el motivo básico de la discusión. Un desagradable tema de corrupción urbanística, en la persona de un cualificado dirigente político, que podía ser “enfriado” con la concesión de un importante puesto en la dirección nacional del partido, al que ambos pertenecían. La evidente presión o chantaje sobrevoló entre la dialéctica de ataque, que uno de ellos esgrimía, y las promesas de su interlocutor para mover los hilos a fin de ubicarlo en un preferente y envidiado puesto, dentro de la Ejecutiva nacional del grupo en cuestión.

Isaac Cortés estaba siendo testigo anónimo e involuntario de una importante trama de compra-venta de favores, en el lodazal inmundo de la corrupción política. Una vez liberado su vientre, dejó la tacita blanqueada, en la que había descansado y escuchado una apasionante escena para el relato del día. Se dirigió hacia su Jefe de Sección, indicándole que tenía en sus manos una “bomba” nacional para sus oídos. Fueron a tomar café (él prefirió una infusión de manzanilla) y, desde el primer momento, su jefe pareció quitar hierro al asunto. Las pruebas aportadas sólo estaban basadas en la habilidad de Isaac, desde su tronado inodoro para el necesario equilibrio, orgánico y espiritual. Además era un asunto muy delicado, dada la significación social de los personajes implicados en la trama. La identificación de los mismos no ofreció especial dificultad, pues en el transcurso de la discusión mencionaron, en alguna ocasión, sus nombres respectivos. Tras recibir unas breves palabras de agradecimiento por la confidencia, por parte de Mario Calatrava, su jefe, dejaron el tema aparcado y continuaron su trabajo en el seguimiento del Congreso, hasta poco más de las siete. A esa hora volvieron a la sede del periódico para elaborar la crónica correspondiente del día.

Camino de casa, fue repasando mentalmente la aventura de la que había sido protagonista. Tenía la firme convicción de que, a pesar de lo incómodo de su digestión, los detalles sonoros de los que había sido anónimo e impertinente partícipe eran correctos, en su verosimilitud. Pero también contaba con la evidencia de la incredulidad de Mario. Este consolidado as de la pluma, era una persona muy autosuficiente y engreída. Pensaría que estaba al frente de una aventura alocada e irreal, montada por un ambicioso novicio en las estructuras acomodadas y jerarquizadas del entorno mediático. Se sentía incómodamente embargado por una sensación de prudencia y tensión, paciencia y valor, miedo y responsabilidad.

2.46 de la madrugada. Ya en la cama, meditaba sobre las últimas palabras que su jefe le había recomendado. “Olvídate ya de esa historia. Mañana te encontrarás mejor y tendrás otros muchos temas sobre los que investigar”. Pero no le resultaba fácil borrar de su mente la escenificación sonora de la que había sido testigo involuntario. Un diálogo, verdaderamente importante entre dos pesos cualificados del partido, teñido de una grave significación sociopolítica. Se lamentaba de no haber sido más valiente y arrojado,  para escribir ese gran reportaje soñado por todos los que ejercen el periodismo. La publicación del mismo, en el alba del amanecer,  habría hecho impacto en el cieno pestilente de la corrupción descontrolada que anida por el entorno de lo social. Pero esa gran oportunidad, para su “despegue” medila ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽bajo. su " to privilegiado parea otear y rentabilizar cia y destreza para su trabajo. ático, había quedado bloqueada por la dócil y fiel obediencia a la jerarquía de sus jefes.

Desayunó con menos prisas de lo habitual. Como no tenía que volver a la redacción, hasta las doce del mediodía, disponía de un cierto tiempo para ir al centro comercial que tenía dos manzanas de edificios, más arriba. Haría la compra semanal, a fin de equilibrar la “anemia” de su frigorífico. Pasó por delante de un puesto de prensa, libros y revistas, hermanado al hipermercado del gran complejo lúdico-comercial. En el expositor exterior vio su periódico, con un gran titular en primera. “TAMBORES DE CORRUPCIÓN, EN EL CONGRESO DEL ….” Sintiendo grandes pálpitos en el ritmo cardiaco, no pudo esperar y compró un ejemplar del diario. Allí de pie, en medio del pasillo central, leyó con avidez el contenido de la noticia. Estaba hábilmente retocada y maquillada en sus personajes y detalles. Pero, en esencia, se basaba en los datos que él había conocido y compartido con su jefe. Firmaba las dos impactantes columnas, primorosamente redactadas, el prestigioso nombre de Mario Calatrava.-

José L. Casado Toro (viernes  25 enero, 2013)
Profesor

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