viernes, 11 de enero de 2013

DONDEQUIERA QUE ESTÉS, PEQUEÑO MIGUEL.


Hoy, a muy pocas horas de ese sábado cruel, te escribo estas líneas, profundamente afectado, como todos los que hemos conocido la trágica, la muy terrible información. Te has ido de tus familiares, de tus compañeros y amigos, de todos los que te conocían y compartían la fuerza de tu vitalidad. También de todos nosotros, aquéllos que sin haberte visto nunca, sólo sabemos tu nombre y algún escaso dato más sobre tu persona. Y es que te has marchado muy pronto de la vida. Apenas, seis años. ¡Qué injusto es el destino, el azar, el dios de todas las creencias, la propia naturaleza, la sinrazón! ¿Y dónde estaba ese Ángel de la Guarda, que dicen todos tenemos? En la noche mágica de los juguetes, en la mañana de ese día seis de Enero, para la ilusión y el asombro en el semblante de todos los niños, tú ya no estarás.

Porque en la tarde del día anterior, víspera de Reyes, como tantos cientos de miles de niños en el mundo, jugabas a coger esos caramelos multicolores, llovidos para el dulzor desde las carrozas. Carretas que caminan y cabalgan, en sones rítmicos de fiesta, por entre la enfervorizada multitud. Espectáculo de luces, atuendos, sonidos y desfiles que adornan o disfrazan otras realidades, al menos por un día, para reír, soñar y disfrutar. Pero eran poco más de las cinco, en una tarde de plácida temperatura invernal, cuando una rueda maldita del todo terreno, o tal vez del remolque, segó la vida inocente de un niño que se afanaba por recoger, en el suelo, unos caramelos, en ese maravilloso afán por creer, sentir y jugar. Parece que otros dos niños tuvieron mejor suerte que la tuya, pudiendo ser liberados a tiempo de las nefastas consecuencias de su peligrosa espontaneidad. Tu padre, médico forense, se afanó por prestarte los primeros auxilios. Otros doctores también lo hicieron ¡Cómo lucharon… por devolverte a la vida! Pero el inmenso daño en tu frágil cuerpo, dejó ese rastro de sangre para el adiós, hasta toda la eternidad.

Pudo suceder en cualquier otra calle y plaza de nuestra entrañable Málaga. O en cualquier otra ciudad. Pero aquí, en las puertas del Parque, entre la Alcazaba y el mar, ha tenido lugar este doloroso suceso que tantas lágrimas y sentimientos ha suscitado, entre mayores y chicos, que se preguntan cabizbajos por qué tienen que ocurrir estas desgracias y si se pueden evitar. Nos hablan de quince personas por carreta, para vigilar. Doce voluntarios, dos más de Protección Civil y un Policía Local. Pero no hay vallas protectoras, que frenen la temeridad infantil de todas las edades. Y el ímpetu animoso de vuestra fuerza, esos años abiertos a la alocada decisión de la imprudencia, hace difícil el control entre una multitud enfervorizada, que busca ilusión y distracción, en el erial de tantos valores ausentes que padece la sociedad. 

Dedos acusadores señalan a no pocas responsabilidades. Todas ellas las tenemos en mente. Pero sería cruel hacerlas explícitas en esta mañana de domingo donde, por ese hogar del Limonar, unos padres y una hermana no van a poder seguir compartiendo la alegría de tus juegos, de tus voces y sonrisas. Ya, nunca más.  Que ha sido un accidente lamentable e inevitable. Que esa “cabalgada”, sin camellos o dromedarios, no se puede, no se debe parar. Todo lo más, se suprime la ofrenda a los RR.MM, en las marmóreas escaleras de la Catedral. Pero que el “espectáculo” …. ha de continuar. Que, en caso contrario, puede haber problemas de orden público, esa obsesión que tanto nos abruma, pues han venido ¡hasta autocares de los pueblos! Y que hay mucha gentío en las calles. Paradojas de la vida, con tanto orden y cuidado, ha quedado sangre derramada sobre el asfalto infortunado de nuestro pesar. Banderas a media asta y dos días de luto, para los banales valores de esta colectividad. Y ahora, informes y propuestas pero ….. tú ya no estás.

Querido Miguel, desde el cielo, la montaña o el mar, dondequiera que estés para nuestras creencias o angustias,  podrás seguir jugando entre ángeles y estrellas, noches y amaneceres, besos y sonrisas para esa ilusión desesperada en nuestra voluntad. Tus compañeros de colegio preguntarán, una y otra vez, a dónde has viajado, con esas prisas del destino que no atiende a razones, ni a la lógica humana de una muy corta edad. Pero esa palabra terrible, contraria a la vida, ellos no la querrán, no la podrán aún asimilar. Tampoco una familia destrozada, en un día de paz. Día que habla de bicis y muñecas, de patines y scalextrics, de balones y portátiles, de puzles y peluches, de libros y ropas, de películas y juegos, de historias y esperanzas, todo ello para disfrutar. Tu familia sufre intensamente la ausencia de tu vida, dolor que difícilmente van a poder  superar.

Si tienes la suerte, también la inmensa oportunidad, de encontrarte a esos ángeles que dicen habitan por el cielo, a los Reyes Magos, a Papá Noel o a tantos otros misterios que has leído en los cuentos y páginas de la imaginación, de esas muchas tardes junto a tu hermana, los amigos y vecinos, pregúntales por qué suceden estos accidentes. Son situaciones absurdas y dolorosas, que nublan nuestras sonrisas y hacen imposible aceptar la lógica, la fe en la racionalidad Tal vez a ti sepan explicar esos errores de la naturaleza, cuando no hay lluvia para la sed, cuando no existe sombra para el calor ni, tampoco, consuelo para el dolor.

Desde este mundo tan sabio y no menos absurdo, que todos nos empeñamos en complicar, te recordaremos en cada cara de un niño que, en su inmaculada inocencia, sólo quiere vivir, sonreír y jugar.-

José L. Casado Toro (viernes 11 Enero, 2013)
Profesor

1 comentario:

  1. Magnífica y triste carta. Te confieso que el día de la cabalgata estaba envolviendo regalos y en ese momento me enteré; varios lagrimones se me escaparon. Y tuve que cortar otro trozo de papel.

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