Hoy,
a muy pocas horas de ese sábado cruel, te escribo estas líneas, profundamente
afectado, como todos los que hemos conocido la trágica, la muy terrible
información. Te has ido de tus familiares, de tus compañeros y amigos, de todos
los que te conocían y compartían la fuerza de tu vitalidad. También de todos
nosotros, aquéllos que sin haberte visto nunca, sólo sabemos tu nombre y algún
escaso dato más sobre tu persona. Y es que te has marchado muy pronto de la
vida. Apenas, seis años. ¡Qué injusto es el destino, el azar, el dios de todas
las creencias, la propia naturaleza, la sinrazón! ¿Y
dónde estaba ese Ángel de la Guarda, que dicen todos tenemos? En la
noche mágica de los juguetes, en la mañana de ese día seis de Enero, para la
ilusión y el asombro en el semblante de todos los niños, tú ya no estarás.
Porque
en la tarde del día anterior, víspera de Reyes, como tantos cientos de miles de
niños en el mundo, jugabas a coger esos caramelos multicolores, llovidos para
el dulzor desde las carrozas. Carretas que caminan y cabalgan, en sones
rítmicos de fiesta, por entre la enfervorizada multitud. Espectáculo de luces,
atuendos, sonidos y desfiles que adornan o disfrazan otras realidades, al menos
por un día, para reír, soñar y disfrutar. Pero eran poco más de las cinco, en
una tarde de plácida temperatura invernal, cuando una
rueda maldita del todo terreno, o tal vez del remolque, segó la vida inocente
de un niño que se afanaba por recoger, en el suelo, unos caramelos, en
ese maravilloso afán por creer, sentir y jugar. Parece que otros dos niños
tuvieron mejor suerte que la tuya, pudiendo ser liberados a tiempo de las nefastas
consecuencias de su peligrosa espontaneidad. Tu padre, médico forense, se afanó
por prestarte los primeros auxilios. Otros doctores también lo hicieron ¡Cómo
lucharon… por devolverte a la vida! Pero el inmenso daño en tu frágil cuerpo,
dejó ese rastro de sangre para el adiós, hasta toda la eternidad.
Pudo
suceder en cualquier otra calle y plaza de nuestra entrañable Málaga. O en
cualquier otra ciudad. Pero aquí, en las puertas del Parque, entre la Alcazaba
y el mar, ha tenido lugar este doloroso suceso que tantas lágrimas y
sentimientos ha suscitado, entre mayores y chicos, que se preguntan cabizbajos por qué tienen que ocurrir estas desgracias y si se pueden
evitar. Nos hablan de quince personas por carreta, para vigilar. Doce
voluntarios, dos más de Protección Civil y un Policía Local. Pero no hay vallas
protectoras, que frenen la temeridad infantil de todas las edades. Y el ímpetu
animoso de vuestra fuerza, esos años abiertos a la alocada decisión de la
imprudencia, hace difícil el control entre una multitud enfervorizada, que
busca ilusión y distracción, en el erial de tantos valores ausentes que padece
la sociedad.
Dedos
acusadores señalan a no pocas responsabilidades. Todas ellas las tenemos en
mente. Pero sería cruel hacerlas explícitas en esta mañana de domingo donde,
por ese hogar del Limonar, unos padres y una hermana no van a poder seguir
compartiendo la alegría de tus juegos, de tus voces y sonrisas. Ya, nunca más.
Que ha sido un accidente lamentable e inevitable. Que esa “cabalgada”,
sin camellos o dromedarios, no se puede, no se debe parar. Todo lo más, se
suprime la ofrenda a los RR.MM, en las marmóreas escaleras de la Catedral. Pero
que el “espectáculo” …. ha de continuar. Que, en caso contrario, puede haber
problemas de orden público, esa obsesión que tanto nos abruma, pues han venido
¡hasta autocares de los pueblos! Y que hay mucha gentío en las calles. Paradojas
de la vida, con tanto orden y cuidado, ha quedado sangre derramada sobre el
asfalto infortunado de nuestro pesar. Banderas a media asta y dos días de luto,
para los banales valores de esta colectividad. Y ahora, informes y propuestas
pero ….. tú ya no estás.
Querido
Miguel, desde el cielo, la montaña o el mar, dondequiera que estés para
nuestras creencias o angustias, podrás
seguir jugando entre ángeles y estrellas, noches y amaneceres, besos y sonrisas
para esa ilusión desesperada en nuestra voluntad. Tus compañeros de colegio
preguntarán, una y otra vez, a dónde has viajado,
con esas prisas del destino que no atiende a razones, ni a la lógica humana de
una muy corta edad. Pero esa palabra terrible, contraria a la vida, ellos no la
querrán, no la podrán aún asimilar. Tampoco una familia destrozada, en un día
de paz. Día que habla de bicis y muñecas, de patines y scalextrics, de balones
y portátiles, de puzles y peluches, de libros y ropas, de películas y juegos,
de historias y esperanzas, todo ello para disfrutar. Tu familia sufre
intensamente la ausencia de tu vida, dolor que difícilmente van a poder superar.
Si
tienes la suerte, también la inmensa oportunidad, de encontrarte a esos ángeles
que dicen habitan por el cielo, a los Reyes Magos, a Papá Noel o a tantos otros
misterios que has leído en los cuentos y páginas de la imaginación, de esas muchas
tardes junto a tu hermana, los amigos y vecinos, pregúntales
por qué suceden estos accidentes. Son situaciones absurdas y dolorosas, que
nublan nuestras sonrisas y hacen imposible aceptar la lógica, la fe en la
racionalidad Tal vez a ti sepan explicar esos errores de la naturaleza, cuando
no hay lluvia para la sed, cuando no existe sombra para el calor ni, tampoco,
consuelo para el dolor.
Desde
este mundo tan sabio y no menos absurdo, que todos nos empeñamos en complicar,
te recordaremos en cada cara de un niño que, en su inmaculada inocencia, sólo
quiere vivir, sonreír y jugar.-
José L. Casado Toro (viernes 11 Enero, 2013)
Profesor
Magnífica y triste carta. Te confieso que el día de la cabalgata estaba envolviendo regalos y en ese momento me enteré; varios lagrimones se me escaparon. Y tuve que cortar otro trozo de papel.
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