Atrás
han ido quedando parabienes y nobles deseos, villancicos y confetis, ingestas
más o menos copiosas y compras para los regalos hasta lo posible. Es un
interpretado ritual que siempre acompaña al tránsito de anualidad, todo ello en
pleno recorrido invernal, durante la fría estacionalidad temporal para nuestras
vidas. A pocas horas, tras el surrealista espectáculo de las cabalgatas (sólo
justificadas, para las sonrisas, espontáneas e inocentes, de los más pequeños) retomaremos la cruda e inevitable conciencia de la realidad.
Es como si visionáramos una cinta continua de despropósitos (en la que todos
somos actores) que vincula al depresivo año que finaliza con la no menos
inquietante anualidad que ahora comienza, para nuestra desasosegada
intranquilidad. Y los sufridos (nunca como ahora, puede tener más verosimilitud
este adjetivo) ciudadanos, que no ejercen de políticos o economistas, ahí sumidos
en las torpes manos de quienes sí detentan ambas profesiones, para nuestro
triste o indignado desconcierto.
Han
sido doce, doce meses de muy duras medidas. Para casi todos, pero de manera intensamente
especial para “los de siempre”, que han llenado las calles y plazas de nuestra
geografía de centenares de miles de personas. Ciudadanos que clamaban contra la
agresión y el sufrimiento, anímico, económico y laboral, de que estaban siendo
objeto. Voces, pancartas, argumentos, palabras y súplicas, incluso con el drama
terrible de algunos suicidios, que no logran mover el alma de esos dirigentes
que, sin temblarles un músculo de sus rostros, responden con la cruel
“esperanza” de su incapacidad. Dicen que, como mínimo,
aún nos queda un año más de recesión…. Es decir, otra anualidad, para lo
mismo. De impuestos alocados que atenazan el consumo; con la inhumanidad social
de los despidos laborales; la entrega programada e interesada del Estado al
capital privado; servilismo a las entidades financieras y a las ideologías más
conservadoras de una trasnochada derecha; y ese “falderismo” tanto a los
dictados de Alemania, como a esos crípticos organismos que hablan de “primas”
“rescates” “déficits” y sacrificios, para el dolor de aquéllos que “no han
estudiado” para ser, precisamente, políticos o economistas.
¿Pueden estar equivocados tantos cientos de miles de
ciudadanos que poblaban las calles, clamando contra semejante iniquidad (maldad, injusticia grande. Diccionario
de la Real Academia de la Lengua Española)? Es evidente que no. Probablemente,
muchos de esos indignados contribuyentes han colaborado en sumar los once
millones de votos que detentan, de manera absoluta, quienes nos gobiernan. Aparte
fanáticos, que abundan en ambos lados del espectro, seguro que lo hicieron con
su mejor voluntad y creencia. Sin duda, en el ejercicio admirable de su
inalienable libertad. Pero, tras un año, de decisiones, imposiciones, normas y
leyes, que no han dejado “títere con cabeza”, los resultados del Ejecutivo
gubernamental no están siendo precisamente “positivos”. Todo lo contrario. Aún
para aquellos que no somos economistas profesionales ¿existe
algún indicador (perdonen la redundancia) económico, macro o micro, que refleje
una patente mejoría para la mayoría social? Analicen. El IVA, 21 % (es, nuestro bolsillo); el paro
laboral (es, nuestra familia); las desinversiones (es, nuestro crecimiento);
los derechos del trabajador (es, nuestra historia reivindicativa); la sanidad
(es, nuestra salud), la educación y la investigación (es, nuestro futuro)…….
Patéticamente,
esos “recortes” universales contraen, empobrecen,
bloquean, alejan el crecimiento y sumen a la colectividad (especialmente a “los
de siempre”, los más débiles) en una insoportable pobreza, material pero
también psicológica. Un solo ejemplo. ¿Puede dinamizar el comercio, la
inversión, el trabajo, el crecimiento, el progreso, una medida como la que se
ha perpetrado, con la impasible frialdad de la arrogancia ministerial,
arrebatando miles y miles de pagas navideñas a los funcionarios (y no
funcionarios) de este país? La respuesta es tozudamente negativa, para una
mínima racionalidad. Pero así es el gobierno de la derecha, con su mayoría
absoluta en el Parlamento de España. Cuando se habla “con desenfado” de
“reestructurar”, eufemismo que encierra el significado cruel para el despido de
siete mil o más trabajadores ¿se han parado a pensar que están jugando con la desgraciada
suerte de siete mil o más familias? Esto es el
gobierno de la derecha, la de toda la vida, ahora con su mayoría absoluta
parlamentaria.
¿Qué
futuro aguarda a los jóvenes, a los que se ha cercenado la durísima vía de la
oposiciones de las administraciones públicas, a esos obreros puestos de patitas
en la calle, con las negras expectativas para encontrar trabajo en el otoño de
sus edades, a esos pensionistas amenazados con el copago por los servicios
sanitarios? ¿Protestan los empresarios? ¿Protesta la Iglesia Católica?
¿Protestan los dueños de los bancos y las cajas financieras? ¿Protesta la
sanidad privada? ¿Protesta la educación privada? ¿Protesta la Sra. Merkel?
Entonces ¿quiénes son los que protestan en las calles,
en la plazas o en la difícil intimidad de sus hogares? No se engañen. Así
es el gobierno de la derecha, con su mayoría absoluta parlamentaria.
No. La izquierda política, tampoco se puede ir de rositas en
este desalentador panorama. No han sido unos buenos o eficaces gestores
de la “cosa pública”. Es evidente. Si hoy el Gobierno, la mayoría de las
comunidades autónomas y los ayuntamientos, están en manos de esa insensible
derecha, gran parte de esa responsabilidad corresponde a la ineficacia gestora
de la izquierda. Y que cada uno mire al espejo de su conciencia. Y, ahora, su
labor de oposición a tan desmedidos zarpazos gubernamentales resulta
desacertada. Profundamente desacertada. Una cosa es el sectarismo demoledor,
sin ninguna conciencia de Estado, que tuvieron enfrente durante sus recientes ocho
años de poder, y otra realidad esa “oposición de
ballet” que están llevando a cabo frente a unas decisiones que sólo
hacen abrir aún más las heridas sociales para el fracaso. Obviamente, el
problema de la izquierda en este país es ya claramente generacional. Y no me
refiero sólo a la edad que marcan los DNI. Esta sociedad necesita, como el maná
para la ilusión, progresismo. Mucha ética.
Y, por supuesto, grandes toneladas de honradez y eficacia. Estados. Estadistas.
¡Y mira que se lo están poniendo fácil! Pero “El lago de los cisnes” está muy
bien escenificarlo en los teatros, pero no en el sublime escenario de la
representación ciudadana. Esa izquierda tiene que renovar, drástica y de manera urgente, sus cuadros dirigentes. Los
actuales están ya muy “pasados de tuerca”. La caducidad de esos rostros es para
la historia. Pero desde luego. nunca, nunca se habrían atrevido adoptar medidas
tan lacerantes para la ciudadanía, como las que hemos estado sufriendo a lo
largo de estos últimos doce meses.
¿Este país puede resistir otro año, similar al que acabamos
de sufrir? Probablemente, y lo digo con pesadumbre, sí. Ya hemos visto
como, en recientes consultas electorales, el voto ha seguido yendo hacia las
alforjas de aquéllos que precisamente te están maltratando. ¿Recuerdan, en la
Historia, lo de “Vivan las cadenas”?. Pero es que el masoquismo es una
categoría humana, bien incardinada, real o subliminal, en nosotros. Así vemos,
también con asombro, como una ciudad se moviliza ante una decisión, ciertamente
discriminatoria, de la UEFA (Unión Europa Futbol Asociación), para defender
algo que está muy alejado de la pureza deportiva. Cuando otras decisiones, más
cercanas a tus verdaderos intereses, te están, literalmente, maltratando (iba a
escribir “machacando”).
Pero
es que somos… así. De todas formas, este tipo de Navidad,
sin Navidad, que hemos pasado, no sería agradable tener que
experimentarla otro año más. Se ha percibido en las caras, en los gestos
aburridos, en las actitudes sonámbulas y en unas sonrisas desvitalizadas, sólo
aparentadas para seguir la teatralidad de la inercia. Y pueden estar muy bien
las absurdas ingestas (para quienes se las puedan permitir) aun a riesgo de la salud
de cada irresponsable de turno. Pero ese alimento,
material, sólo debe servir para nutrir, racionalmente, nuestro cuerpo. Sin
embargo, el alimento espiritual, en valores es,
debe ser, aún más importante y trascendente. Ha de servir para darle un sentido
más humanista, ilusionadamente esperanzador y progresista, a nuestra presencia
en la vida.-
José L. Casado Toro (viernes 4 Enero, 2013)
Profesor
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