viernes, 4 de enero de 2013

¿OTRO AÑO MÁS, PARA LO IGUAL?


Atrás han ido quedando parabienes y nobles deseos, villancicos y confetis, ingestas más o menos copiosas y compras para los regalos hasta lo posible. Es un interpretado ritual que siempre acompaña al tránsito de anualidad, todo ello en pleno recorrido invernal, durante la fría estacionalidad temporal para nuestras vidas. A pocas horas, tras el surrealista espectáculo de las cabalgatas (sólo justificadas, para las sonrisas, espontáneas e inocentes, de los más pequeños) retomaremos la cruda e inevitable conciencia de la realidad. Es como si visionáramos una cinta continua de despropósitos (en la que todos somos actores) que vincula al depresivo año que finaliza con la no menos inquietante anualidad que ahora comienza, para nuestra desasosegada intranquilidad. Y los sufridos (nunca como ahora, puede tener más verosimilitud este adjetivo) ciudadanos, que no ejercen de políticos o economistas, ahí sumidos en las torpes manos de quienes sí detentan ambas profesiones, para nuestro triste o indignado desconcierto.
 
Han sido doce, doce meses de muy duras medidas. Para casi todos, pero de manera intensamente especial para “los de siempre”, que han llenado las calles y plazas de nuestra geografía de centenares de miles de personas. Ciudadanos que clamaban contra la agresión y el sufrimiento, anímico, económico y laboral, de que estaban siendo objeto. Voces, pancartas, argumentos, palabras y súplicas, incluso con el drama terrible de algunos suicidios, que no logran mover el alma de esos dirigentes que, sin temblarles un músculo de sus rostros, responden con la cruel “esperanza” de su incapacidad. Dicen que, como mínimo, aún nos queda un año más de recesión…. Es decir, otra anualidad, para lo mismo. De impuestos alocados que atenazan el consumo; con la inhumanidad social de los despidos laborales; la entrega programada e interesada del Estado al capital privado; servilismo a las entidades financieras y a las ideologías más conservadoras de una trasnochada derecha; y ese “falderismo” tanto a los dictados de Alemania, como a esos crípticos organismos que hablan de “primas” “rescates” “déficits” y sacrificios, para el dolor de aquéllos que “no han estudiado” para ser, precisamente, políticos o economistas.

¿Pueden estar equivocados tantos cientos de miles de ciudadanos que poblaban las calles, clamando contra semejante iniquidad (maldad, injusticia grande. Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española)? Es evidente que no. Probablemente, muchos de esos indignados contribuyentes han colaborado en sumar los once millones de votos que detentan, de manera absoluta, quienes nos gobiernan. Aparte fanáticos, que abundan en ambos lados del espectro, seguro que lo hicieron con su mejor voluntad y creencia. Sin duda, en el ejercicio admirable de su inalienable libertad. Pero, tras un año, de decisiones, imposiciones, normas y leyes, que no han dejado “títere con cabeza”, los resultados del Ejecutivo gubernamental no están siendo precisamente “positivos”. Todo lo contrario. Aún para aquellos que no somos economistas profesionales ¿existe algún indicador (perdonen la redundancia) económico, macro o micro, que refleje una patente mejoría para la mayoría social? Analicen.  El IVA, 21 % (es, nuestro bolsillo); el paro laboral (es, nuestra familia); las desinversiones (es, nuestro crecimiento); los derechos del trabajador (es, nuestra historia reivindicativa); la sanidad (es, nuestra salud), la educación y la investigación (es, nuestro futuro)…….

Patéticamente, esos “recortes” universales contraen, empobrecen, bloquean, alejan el crecimiento y sumen a la colectividad (especialmente a “los de siempre”, los más débiles) en una insoportable pobreza, material pero también psicológica. Un solo ejemplo. ¿Puede dinamizar el comercio, la inversión, el trabajo, el crecimiento, el progreso, una medida como la que se ha perpetrado, con la impasible frialdad de la arrogancia ministerial, arrebatando miles y miles de pagas navideñas a los funcionarios (y no funcionarios) de este país? La respuesta es tozudamente negativa, para una mínima racionalidad. Pero así es el gobierno de la derecha, con su mayoría absoluta en el Parlamento de España. Cuando se habla “con desenfado” de “reestructurar”, eufemismo que encierra el significado cruel para el despido de siete mil o más trabajadores ¿se han parado a pensar que están jugando con la desgraciada suerte de siete mil o más familias? Esto es el gobierno de la derecha, la de toda la vida, ahora con su mayoría absoluta parlamentaria.

¿Qué futuro aguarda a los jóvenes, a los que se ha cercenado la durísima vía de la oposiciones de las administraciones públicas, a esos obreros puestos de patitas en la calle, con las negras expectativas para encontrar trabajo en el otoño de sus edades, a esos pensionistas amenazados con el copago por los servicios sanitarios? ¿Protestan los empresarios? ¿Protesta la Iglesia Católica? ¿Protestan los dueños de los bancos y las cajas financieras? ¿Protesta la sanidad privada? ¿Protesta la educación privada? ¿Protesta la Sra. Merkel? Entonces ¿quiénes son los que protestan en las calles, en la plazas o en la difícil intimidad de sus hogares? No se engañen. Así es el gobierno de la derecha, con su mayoría absoluta parlamentaria.

No. La izquierda política, tampoco se puede ir de rositas en este desalentador panorama. No han sido unos buenos o eficaces gestores de la “cosa pública”. Es evidente. Si hoy el Gobierno, la mayoría de las comunidades autónomas y los ayuntamientos, están en manos de esa insensible derecha, gran parte de esa responsabilidad corresponde a la ineficacia gestora de la izquierda. Y que cada uno mire al espejo de su conciencia. Y, ahora, su labor de oposición a tan desmedidos zarpazos gubernamentales resulta desacertada. Profundamente desacertada. Una cosa es el sectarismo demoledor, sin ninguna conciencia de Estado, que tuvieron enfrente durante sus recientes ocho años de poder, y otra realidad esa “oposición de ballet” que están llevando a cabo frente a unas decisiones que sólo hacen abrir aún más las heridas sociales para el fracaso. Obviamente, el problema de la izquierda en este país es ya claramente generacional. Y no me refiero sólo a la edad que marcan los DNI. Esta sociedad necesita, como el maná para la ilusión,  progresismo. Mucha ética. Y, por supuesto, grandes toneladas de honradez y eficacia. Estados. Estadistas. ¡Y mira que se lo están poniendo fácil! Pero “El lago de los cisnes” está muy bien escenificarlo en los teatros, pero no en el sublime escenario de la representación ciudadana. Esa izquierda tiene que renovar, drástica  y de manera urgente, sus cuadros dirigentes. Los actuales están ya muy “pasados de tuerca”. La caducidad de esos rostros es para la historia. Pero desde luego. nunca, nunca se habrían atrevido adoptar medidas tan lacerantes para la ciudadanía, como las que hemos estado sufriendo a lo largo de estos últimos doce meses.

¿Este país puede resistir otro año, similar al que acabamos de sufrir? Probablemente, y lo digo con pesadumbre, sí. Ya hemos visto como, en recientes consultas electorales, el voto ha seguido yendo hacia las alforjas de aquéllos que precisamente te están maltratando. ¿Recuerdan, en la Historia, lo de “Vivan las cadenas”?. Pero es que el masoquismo es una categoría humana, bien incardinada, real o subliminal, en nosotros. Así vemos, también con asombro, como una ciudad se moviliza ante una decisión, ciertamente discriminatoria, de la UEFA (Unión Europa Futbol Asociación), para defender algo que está muy alejado de la pureza deportiva. Cuando otras decisiones, más cercanas a tus verdaderos intereses, te están, literalmente, maltratando (iba a escribir “machacando”).

Pero es que somos… así. De todas formas, este tipo de Navidad, sin Navidad, que hemos pasado, no sería agradable tener que experimentarla otro año más. Se ha percibido en las caras, en los gestos aburridos, en las actitudes sonámbulas y en unas sonrisas desvitalizadas, sólo aparentadas para seguir la teatralidad de la inercia. Y pueden estar muy bien las absurdas ingestas (para quienes se las puedan permitir) aun a riesgo de la salud de cada irresponsable de turno. Pero ese alimento, material, sólo debe servir para nutrir, racionalmente, nuestro cuerpo. Sin embargo, el alimento espiritual, en valores es, debe ser, aún más importante y trascendente. Ha de servir para darle un sentido más humanista, ilusionadamente esperanzador y progresista, a nuestra presencia en la vida.-

José L. Casado Toro (viernes 4 Enero, 2013)
Profesor

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