viernes, 30 de noviembre de 2012

PROTOTIPOS HUMANOS, EN LA REALIDAD DEL VACÍO.


Son personajes dignos de estudio, ciertamente admirables. Podrían ostentar, entre los galones invisibles de sus uniformes, un distintivo cromado que marcara la habilidad y prestigio a que se han hecho acreedores. Siempre, por su rentable y artística, envidiada y temida al tiempo, versatilidad. Pero ¿a qué prototipo, entre los numerosos roles humanos, nos estamos refiriendo? Pues a uno que sabe medrar, con suculentos beneficios (no siempre de naturaleza material) en el marco variopinto de la “selva” social.

Seguro que te has cruzado, en más de muchas ocasiones, con él. Probablemente lo has padecido, detestado, sufrido, aguantado y compadecido, en tu microcosmos social, laboral o familiar. Ya, ya es momento de ir concretando, quitándole algunos de los ropajes que envuelven teatralmente su imagen, a estos personajes que pueblan la farándula existencial. Su artística creatividad cotidiana consiste en saber y querer decir, en cada momento y a cada uno de nosotros, esto o aquello de lo que necesitamos y queremos escuchar. Es decir, sonrisas para unos. Chascarrillos, para otros. La palabra justa para aquél. El gesto, más que oportuno, para éste. Y si hay que hablar de fútbol, tecnología, filosofía o religión, allá estará él para mantener, y preciadamente habilitar, ese diálogo. Aunque sus fundamentos conceptuales sean más que precarios o estén primorosamente bordados entre alfileres y tramoyas vacías. Hoy aparento seguir a la izquierda. Y, mañana, me identificarán con la derecha, ultra o light. Simplemente es…. la conveniencia o posibilismo del interés. Y tienen su público. Necesitan de su público ¡cómo no! Sí, casi siempre recibimos de su protagonismo aquello que, entre la rutina y el sopor,  se percibe como un goce para sosegar nuestros oídos. Su palabrería, verdadera ingeniería gramatical,  adquiere una categoría deslumbrante, sin necesidad de estar avalada por certificación claustral o académica alguna. Nos embriagan con una metodología acomodaticia, camino del reino de la convicción. La habilidad de que suelen hacer gala es bien sencilla. Ofrecer a cada uno, un poco de su necesidad. La incredulidad que acaban, finalmente, generando hacia ellos mismos (todo es cuestión de tiempo) saben hábilmente compensarla con otros réditos, prebendas y honores que bien, muy bien, saben aprovechar. Actúansociales an aa justa para aquocutores para la convivencia. atismo a la opoprtunidad  para otros. La palabra justa para aqu como esos camaleones de la naturaleza que adaptan su cromatismo periférico a la oportunidad de cada uno de los tiempos, la geografía y demás circunstancias, vinculadas a sus inmediatos interlocutores sociales para la convivencia.

Un día de jornada cualquiera, en la actividad laboral de la empresa. La planta segunda, del macrocentro, está dedicada para la ropa juvenil e infantil, más una sección habilitada a las actividades deportivas y el tiempo libre. Este amplio espacio mercantil se halla bajo la responsabilidad directiva de Cleo (Cleofás, en la pila bautismal, por responsabilidad de padre y madre). Dieciocho años de antigüedad en la empresa en la que entró, siendo muy joven, con titulación de empresariales y el aval decisivo de una convincente carta de presentación. Ha ido, paso a paso, avanzando en la estructura organizativa del Centro Comercial, con una hoja de servicios intachable y modélica. Bien es verdad que, a su formalidad laboral, ha sabido añadir unas dotes comunicativas perfectamente adaptables a la oportunidad y conveniencia de cada momento y persona. Cuando estaba en los “escalafones inferiores”, aplicaba su estrategia abriendo caminos, entre sonrisas y servilismos, con sus jefes inmediatos. Y ahora ya, en los grados superiores de la jefatura, sabiendo tratar la heterogeneidad de los que fueron compañeros de nivel y que, en este momento, se encuentran bajo su autoridad directiva. 

En realidad no le incomoda que le llamen Cleo. Todo lo contrario. Esa familiaridad la considera  como un recurso más en su llaneza comunicativa. Sólo los recién llegados, junto a los más jóvenes (él alcanza las cuatro décadas y media en su cronología) utilizan el Vd e, incluso, Don Cleofás, Para los demás empleados, de venta y servicios, fomenta ese tuteo asequible a la proximidad. Desde muy temprano cada día, ejerce sus funciones con escrupulosa puntualidad y firmeza en las ideas. Los que, más o menos justificadamente, se pudieran retrasar algún minuto en su horario de entrada, reciben la reprimenda correspondiente, light e inundada de sonrisas, con algún que otro punzante sarcasmo que el destinatario sabe leer y captar entre líneas. Al final de la suavizada filípica, la palmadita en la espalda, interesándose por ese crío que acaba de nacer o esa madre que sufre los achaques de la edad. Su fichero cerebral es de privilegio. Conoce y conserva datos múltiples, de los que son sus compañeros de trabajo, información que sabe utilizar y rentabilizar en el lugar y tiempo adecuado. Un verdadero artista en ese equilibrio funambulista  que ejerce  entre la jefatura, la dependencia y la familiaridad.

También es un apasionado de las aventuras. Además de la propia, Merche, maestra de primaria en su colegio de monjas de toda la vida, con la que tiene un par de críos que cursan la secundaria obligatoria, va acumulando en el fuselaje de su conciencia diversas experiencias afectivas, a fin de saciar su dinámica y potente vitalidad. Especialmente las jovencitas de buen ver, casi siempre vinculadas a la amplia nómina que puebla la empresa. Suele intercambiar favores de ubicación y dedicación, a cambio de traviesas experiencias que sosiegan su ego y virilidad. Y aquí aparece Flora, todo dinamismo y juventud, con unos ojos preciosos color ámbar, cabello castaño, liso y muy bien cuidado, con un cuerpo en el que no sobra medio gramo de esa grasa que incomoda. Universitaria, en económicas, luce y embriaga con una sonrisa que impresiona y atrae por lo enigmático de su trasfondo. Nadie sabe mucho de su origen aunque su ubicación en la sección librería viene avalada por alguien de ”los de arriba” en la jerarquía piramidal correspondiente.

Cleo pone sus ojos y deseos en esta “suculenta” y atrayente posibilidad para su historial de conquistas. Estudia, diseña y emprende un plan de acercamiento que le permita conocer, intimar, cercar y vincular a esta nueva pieza de su colección para el ego. Y ella se deja adular y querer. Merche, que bien conoce el carácter y temperamento de su marido, no se incomoda ya por esas horas tardías, de su llegada en la noche, en las que siempre aparece el comentario o excusa acerca de la reunión u obligaciones para la empresa. A su amiga Esmeralda le suele confiar su postura de mujer engañada. “Es como es y así hay que aceptarlo. Yo también vivo mi vida…. Y además están los hijos. Cuando sean algo más mayores, previsiblemente cada uno de nosotros irá por su lado. Sé que no me entiendes pero yo, en este momento, no estoy con la mente preparada para montar un número de ruptura, abogados, separaciones de bienes y empezar de nuevo. Tal vez más adelante. Además, nuestros padres respectivos son gente muy conservadora y tradicional. Por supuesto que las familias también condicionan. Él tiene su aventura y, cuando aquello se aburre, vuelve muy necesitado a mí. Cleo es, en realidad, un niño caprichoso y mal criado,  quien, detrás de su continua y avasalladora teatralización, encierra una personalidad insegura y necesitada ¡Cómo no voy yo a conocerle!”

Flora sabe rentabilizar bien la aventura, con el jefe de la sección dos. Regalos, y de marca, muy bien elegidos para el coste de la tarjeta. Atenciones y privilegios profesionales (en pocas semanas consigue un contrato laboral indefinido, condicionado por tantos compañeros que viven en la provisionalidad, ventajas de las  que casi todos saben el porqué, promesas de un idílico futuro juntos, tras el incómodo y complicado paso de una ruptura familiar, etc. Mientras, Cleo se siente poderoso y victorioso, una vez más, aunque piensa que esta puede ser la ocasión definitiva. Está locamente enamorado de esta joven, por la que siente una pasión irrefrenable. Su cuenta corriente, era previsible, se va debilitando, pues gusta hacer a su amante regalos de impacto que alimenten su poderío y fuerza ante la aventura. Pero todo sea por bien gastado por la compensación de un goce para él incontrolable. Se siente rejuvenecido y con proyectos múltiples para su ambición.

Pasaron algunas semanas, desde que inició su apasionada aventura con la nueva chica de la librería. Pero aquella semana de octubre nunca la va a poder olvidar. Flora deja de asistir a su puesto de trabajo. Nadie sabe el porqué. Trata de contactar con ella, pero el número de móvil ha debido de cambiar. No sabe con quién contactar, pues nada conoce de su familia. Sólo que vivía sola, en un apartamento del cinturón dormitorio que rodea a la capital. Se siente confuso y desbordado por unos acontecimientos que están fuera de su control. Cuatro días más tarde, recibe en su ordenador personal un correo de Flora. Con una gélida frialdad, la chica le confiesa su firme decisión de poner fin a la relación que han mantenido, unión que apenas ha durado tres semanas en sus vidas. No hay más explicación, en esas dos líneas que siembran la desesperación en su destinatario. Deprimido y descontrolado al tiempo, le envía e-mails en cadena, con preguntas, ruegos, lisonjas y servidumbres. Se siente como un pelele ante las dudas, el desconocimiento y el primer gran fracaso en la soberbia de su persona. Ninguno de ellos encuentran respuestas. Desbordado y vacío, ante su pobre realidad, ha de entregarse a la química psiquiátrica, especialmente cuando su mujer, al fin, da ese paso de sinceridad personal consigo misma, tantas veces postergado.

Cleo, el director general le llama a su despacho. Que haga el favor de subir. Parece que es urgente”.
¿Quería hablar conmigo, Sr. Jurado?

Sí, siéntese, tenga la bondad. Sé que está atravesando un momento muy duro en su vida privada que, inevitablemente, está repercutiendo en sus responsabilidades y obligaciones profesionales. Entenderá que esta importante empresa no puede soportar, de manera indefinida, que un anclaje de su maquinaria comience a fallar. Pues ese mecanismo puede repercutir, peligrosamente, en el deterioro de otras estructuras que, en modo alguno, pueden ni deben debilitarse. Voy a ser muy franco con Vd. porque lleva ya años en la empresa y su expediente ha sido positivo y eficaz para los objetivos de nuestro grupo. Si no sabe o puede superar la crisis que tan profundamente le está afectando, nuestra marca no va soportar por más tiempo los riesgos de su desequilibrio. Y le aseguro que yo firmaré, sin que me tiemble la mano, la dureza de esta decisión que puede ser, se lo aseguro, inmediata. Por consideración personal, y por los méritos contraídos, le concedo una semana de plazo para que ponga un poco de orden en su vida. Si no hay respuesta, positiva, por su parte, el lunes próximo firmaré el despido. Y antes de que vuelva a su puesto de trabajo, debo añadirle algo más.

Segundos interminables, en los que el director general guarda silencio, centrando sus ojos en los de su subordinado.

“Mire, Cleo, Flora, mi actual compañera, ha querido pedirme que le transmita su pesar. Pero quiere que la olvide. Definitivamente. Vd. ya no está en su vida. En la que es…. nuestra vida. Así son las cosas. Tiene que aceptarlo y superarlo”.


José L. Casado Toro (viernes 30 Noviembre, 2012)
Profesor


viernes, 23 de noviembre de 2012

TRASTEROS INOPORTUNOS, PARA LA SINCERIDAD.


Algunas viviendas poseen ese, casi siempre insuficiente, espacio donde guardar todo aquello que, usualmente, no se utiliza pero se desea conservar. Efectivamente los inquilinos, que tienen la suerte de tenerlo en sus domicilios, necesitarían siempre más y más espacio del que disponen, a fin de almacenar mucho de lo que estorba en la casa. Desde luego, si echamos un vistazo por el interior de esos trasteros, podemos encontrarnos (siempre que podamos “entrar” al interior del aposento, expedición a veces harto complicada) con los más variados y peculiares objetos. Ropa, juguetes, herramientas, bebidas, muebles, libros o aquel “horrible” cuadro o cubertería que te regalaron y que, para tu paciencia, ya no sabes dónde poner. La verdad es que cuesta trabajo entender qué hace allí ese inodoro blanco, aún de buen ver, desde cuando tuviste la osada decisión de cambiar el cuarto de baño, hace ya un par de almanaques. Un buen amigo, hablando de este “artístico” tema, me confió una definición bastante inteligente acerca de estos “muy funcionales” aposentos: se trata de lugares donde vas guardando todo aquello que, previsiblemente, nunca vas a volver a utilizar. Algo radical la frase, aunque con una gran dosis de realismo ¿verdad? Y no deseo entrar en simbologías más complicadas o trascendentes, donde los “objetos” sean personas o valores. Su desarrollo exigiría, sin duda, las páginas generosas de otro artículo. Vayamos, pues, a un relato que se sustenta (es su alimento conceptual y material) en la proximidad de la vida.

Como cada viernes, en la semana, Laura viaja en el bus, camino de Málaga, observando a través del cristal de su ventana la fina llovizna que humedece la pronta oscuridad de la tarde. Es Profesora de Educación infantil y, en la actualidad, ha conseguido una sustitución de larga duración, por natalidad, en un centro público ubicado en Armilla, muy próximo a la bella ciudad de Granada. Se siente feliz por este puesto de trabajo, tan difícil hoy de tener en estos tiempos de duros recortes y penalidades, para tantos miles y miles de ciudadanos. Hace tres años que terminó sus estudios de Maestra, con un expediente académico bastante bueno. Ha sabido siempre priorizar el esfuerzo y la responsabilidad frente a otros incentivos que, dada su edad, son lógicamente apetecibles en la generalidad de los jóvenes. Su noble y dinámico carácter alegra la madurez de una madre, Soledad, que tiene en ésta única hija el patrimonio más preciado de su existencia. Enviudó hace ya unos años, quedándole una pensión de su marido, funcionario auxiliar de administración civil, bastante modesta, por lo que ha de ayudarse haciendo trabajos de arreglos y costura para una importante firma de ropa, con sucursales repartidas por la ciudad. Sole espera siempre, con nerviosa ilusión, la vuelta a casa de su hija, aunque sólo sea para ese, siempre corto, fin de semana, ya que el lunes, muy de mañana, tendrá que volver a tomar el autobús de línea, camino de su actual puesto de trabajo.

Este sábado, Laura ha quedado citada con su amiga de siempre, Silvia, para pasar la tarde. Tienen una buena película, en el Albéniz, y después piensan irse a cenar. Necesitan hablar y compartir esas confidencias que ambas llevan en sus vidas. Sobre todo porque Silvia está pasando un mal momento afectivo, pues no hace una semana desde que ha roto con su actual pareja, un chico atractivo pero no menos alocado e inconstante. Pero, en esta mañana del sábado, madre e hija van a tratar de poner un poco de orden en ese maremágnum de cosas inútiles que tienen en el trastero de casa, situado, junto al de los demás vecinos, en uno de los ángulos de la planta baja del bloque. Silvia se arma de toda la paciencia del mundo, pues sabe que, para el lunes, tendrá que corregir muchos ejercicios y trabajos que “sus niños” le han entregado. Además, debe continuar estudiando los temidos temas de oposiciones e ir preparando algo para la fiesta de la próxima Navidad en su cole (el martes habrá una reunión al efecto con todos los compañeros). Y es que sabe que, al final, será sólo ella la que lleve el peso de limpiar ese cuartillo lleno de cosas y con un rancio olor a tiempos antiguos. Tras un desayuno ligero (quiere reducir peso) se pone manos a la tarea.

En pocos minutos, esas bolsas grandes de plástico, que se utilizan para los cubos de la basura, van llenándose de ropa con destino a los contenedores de organizaciones solidarias. Otras bolsas permanecen a la espera, repletas de objetos superfluos (a sus padres siempre les ha gustado guardarlos, para ese mañana siempre sin fecha) que también recorrerán el camino hacia los contenedores municipales, anclados en el subsuelo dos puertas más arriba de su vivienda. Se enternece un tanto cuando tiene en sus manos juguetes que fueron importantes en su infancia. Esa vieja muñeca de trapo, un tanto “descoyuntada” por las aventuras que con ella ha querido protagonizar, le hace revivir aquellos años en que, con otras vecinas y amigas del bloque, reía y disfrutaba después de la merienda o en las horas libres de colegio. La adormece entre sus brazos, tiernamente, junto a ese otro peluche beige con cara sonriente de oso. Se esfuerza en hacer funcionar una cajita de música que le llegó como regalo el día de su primera comunión. ¡Aún se conserva! Pero los artilugios mecánicos deben haberse oxidados con tantas lluvias y amaneceres, que han teñido de color y continuidad el discurrir de los días.

Sube a casa a limpiarse sus manos ennegrecidas, pintadas con ese gris plata que habla de un tiempo aletargado para el abandono de la memoria. “No mamá, no te preocupes, voy a dedicar al trastero gran parte de la mañana. Te llegas al Mercadona, pero no te olvides del carrito de la compra, que después te quejas de la espalda. Yo me estoy tomando un poco de zumo y ahora vuelvo a bajar, para continuar la tarea. ¡Vaya mañana se me ha presentado!” Pasan unos veinte minutos sobre las once (acaba de echar un vistazo a su móvil, ya que le ha llegado un  aviso de mensaje) cuando abre un cajón inferior de una antigua mesita de noche. Hace años, cuando sus padres cambiaron el dormitorio, la empresa que realizó el transporte del mobiliario olvidó retirar esta mesita. Sole quiso conservarla, pues era la que ella utilizaba en el lateral de la cama de matrimonio. Percibe que ese cajoncito no está vacío, sino que contiene, junto a un viejo joyero que utilizaba su madre, una pequeña cajita de madera barnizada, que está cerrada con llave. Intrigada y curiosa al tiempo, toma un destornillados de la caja de herramientas y trata de forzar la cerradura. Ésta se abre sin la menor dificultad.

Una cuerdecita ata o liga ese manojo de cartas que hay en su interior. Son un conjunto de sobres amarillentos, todos dirigidos a Sole. En todas ellas solo aparece, como remite, el nombre de Carlos y una dirección de apartado de correos en los sobres. ¿Quién sería ese hombre que había escrito estas diecisiete cartas a su madre? Nunca, en sus veinticinco años de vida, había oído mencionar el nombre de esta persona en casa. ¿Carlos? Contra la lógica de la prudencia, no consulta a la propietaria de esos correos, pudiendo más en ella la curiosidad y la intriga. Elige al azar uno de los sobres,  sentándose para su lectura en su acogedora sillita de anea, al igual que hacía cuando imaginaba todas aquellas historias de princesas que esperaban la llegada de ese príncipe que colmaría su felicidad juvenil. Los primeros párrafos, de esa y otra de las cartas, confirma lo que sospechó desde el principio. Eran tiernas, delicadas y, en ocasiones, sensuales misivas de amor entre dos personas que intercambiaban sus sentimientos en la distancia. Laura sonreía, y se emocionaba al tiempo, con esa “travesura” que le había hecho descubrir un antiguo amor, ardiente y apasionado, que había protagonizado su madre con una persona totalmente desconocida para ella.

Después de leer tres de las cartas, pensó que lo mejor era no incomodar la memoria de Sole. Guardaba en su sobre la última que había leído cuando reparó en algo que habría sido obvio desde el principio de su descubrimiento. La fecha de estas cartas. Día, mes y año, en que fueron amorosamente redactadas. El mazazo de la sorpresa cayó como una losa en la ingenuidad de Laura. Una tras otras, denunciaban una cronología en la que sus padres llevaban ya unos cinco años casados. Se repitió a sí misma que las infidelidades son comunes entre los matrimonios. No tenía que levantar una montaña de esa aventura que en determinado momento pudo hacer vibrar el corazón de su madre. Lo mejor era dejarlo todo tal como estaba. En el anónimo silencio de la privacidad  y la intimidad personal. Tras la convicción de esas fechas que evidenciaban el engaño de una mujer a su marido, se animó a leer una nueva carta, antes de volver a cerrar aquella cajita tan incómoda para la verdad en su vida. Eligió aquélla sobre la que reposaban el resto de los sobres. Su contenido era conceptualmente desgarrador, pues en ella se hacía explícita la despedida y ruptura de lo que, sin duda había sido una bellísima, y secreta, historia de amor entre dos personas. Pero aquel párrafo revelador, acerca del nacimiento de un nuevo ser, la dejó sin aliento. El temblor en todo su cuerpo se conjugó con unos desordenados latidos cardíacos que aceleraron, acústica y rítmicamente, la necesaria estabilidad corporal. Comprobó de nuevo la fecha de su redacción y no daba crédito a una terrible evidencia cronológica. Rompió a llorar amargamente. Ese ser, que llegaba a la vida, provocaba la ruptura entre dos personas que se habían amado, apasionadamente, en el secreto de tantas oportunidades ocultas. 
 
Desde la puerta entreabierta del trastero 5. A, una mujer, también temblorosa, contemplaba el patetismo de la escena. Dejó caer su carrito de compra al suelo con todo su contenido y tuvo que agarrarse al quicio de la puerta pues sintió que la fuerza le abandonaba en sus piernas.

Esa noche, fue muy larga. Ausente el control de las horas, hija y madre trataron de comprender, de suplicar y, lo más difícil, perdonar. Laura, una joven ornada de valores e inteligencia, supo priorizar el cariño a su madre frente al engaño a que había sido sometida en los años que contemplaban su vida. Entendió, con la dureza de la racionalidad, a una mujer que tuvo corazón y entrega para dos hombres. “Dime, mamá ¿vive mi padre aún?”


José L. Casado Toro (viernes 23 Noviembre, 2012)
Profesor

viernes, 16 de noviembre de 2012

EQUÍVOCOS Y RELATOS DESDE "LA CONCEPCIÓN".


Desde casi siempre, los grandes actores de la pantalla han gozado de ese otro duplicado personal, más o menos parecido o caracterizado, para rodar determinadas escenas de riesgo o de contenidos muy secundarios, en la realización escénica de una película. Se trata de personas anónimas que, físicamente o preparadas por manos expertas, se parecen al actor principal. Evitando los primeros planos y aplicando un hábil vestuario, peinado y maquillaje, intervienen en algunas fases del argumento para las que la nítida identificación del protagonista no es imprescindible. Pero, sobre todo, participan cuando hay escenas complicadas o puntualmente incómodas para la integridad física o equilibrio anímico del actor principal. Suelen ser actores secundarios, especialmente muy bien adiestrados y cualificados para representar acciones peligrosas que podrían dañar la seguridad personal de aquéllos que las llevan a efecto. Los nombres de estos actores “dobles” no llegan, en la mayoría de las ocasiones, al conocimiento del espectador. Permanecen bajo el anonimato injusto de la cartelera cuando, no pocas veces, su intervención en la trama ha sido más que necesaria. Fundamental, en suma. Han salvado ese inoportuno día de constipado, inseguridad o incapacidad del actor titular, para éstas u otras escenas, o fases de la misma, que conformarán el articulado conjunto narrativo del film.

En la vida cotidiana, también repleta de referentes cinematográficos, no faltan esos anónimos (para nuestro conocimiento) “dobles”. Seguro que en más de una ocasión hemos sido partícipes de la misma escena. Se te acerca un hombre o mujer, para ti totalmente desconocido, hablándote con la familiaridad del conocimiento hasta que, analizando tu mímica expresión dubitativa, caen en la cuenta de que te han confundido con otra persona. De inmediato reaccionan con la consabida pregunta. Pero ¿tú no eres…..? con las disculpas subsiguiente, entre nervios y sonrisas. Amablemente le quitas hierro al asunto, respondiéndoles “No, no te preocupes, me ha/has debido de confundir con otra persona”. Con el tuteo o el usted, dependiendo del contexto y las características en el trato aplicado por tu equivocado interlocutor. En otras ocasiones, juegan al acertijo con respecto a tu profesión. “Vd. es policía ¿verdad?” “Vd. es sacerdote ¿no es cierto?” Y así un panel multicolor de actividades con las que se te vincula influyendo, previsiblemente, la forma de comportarte  o algún que otro detalle, inesperado o casual, desde tu proceder. Y esto fue lo que ocurrió en aquella ocasión, bajo el prisma de la simple anécdota o la hábil intencionalidad.

Fue en una tarde iluminada, con esa alegría que usualmente sabe generar la Primavera. Pensé que el día animaba a dar un grato paseo por esa joya vegetal que tenemos en el Botánico de la Concepción. Un inmenso jardín, pleno vitalmente de naturaleza e historia, situado entre el embalse del Limonero (o limosnero) y esas Pedrizas que nos motiva a la comunicación con las provincias hermanas. Se trata éste, sin duda, de un inteligente destino para dialogar con los silencios plásticos que aprecian nuestros sentidos, la brisa que balancea la serenidad de las hojas y un sol paternal que se asoma entre la malla arbórea que genera la tierra. Bolsa al hombro, con el necesario botellín del agua, un librito para soñar e imaginar y no faltaban unos apuntes, ya que siempre hay algo importante para ese repaso o estudio pendiente. Por la zona más elevada, denominada ruta forestal, me cruzo con una señora que caminaba lentamente con un libro en la mano. Edad intermedia y apariencia inequívoca de trabajar en las aulas. Ese carisma docente lo reconocemos, al aire, aquellos que también hemos participado, gozosamente, de la profesión. Se me queda observando y, tras el saludo correspondiente, me hace educadamente una pregunta.

“Perdone, Vd. es crítico literario ¿verdad? Le he reconocido, ya que estuvo en la presentación de mi libro que se hizo, el mes pasado, en la sección cultural de los Grandes Almacenes. Me quedé con su rostro, pues le vi tomando continuamente notas sobre la intervención que realicé y en el posterior debate que se llevó a cabo. Se han publicado algunas crónicas sobre este libro de relatos, ambientadas en este marco incomparable, afortunadamente muy elogiosas. Posiblemente  Vd. sea el autor de una de estas reseñas publicadas en la prensa, hecho que profundamente agradezco y valoro”.

Como no es la primera vez en que se me confunde con otra persona, y dado lo apacible de la tarde, cambié la consabida explicación acerca del error que está sufriendo mi interlocutor. Según esta señora, un analista literario de la prensa malagueña debe poseer unos rasgos físicos parecidos a los que me identifican como ciudadano. Si ella me ubicó en la profesión de periodista, quise seguir un poco el juego del equívoco y por unos minutos “suplanté” a ese desconocido, para mí, profesional de la prensa. Me quedé observándola, con una amplia sonrisa. Tras unos segundos de silencio, comencé a hablarle con gran delicadeza, sin sacarla, de momento, de su error.

“Encantado de saludarla, Señora. Es evidente que el libro al que hace alusión es el que lleva, ahora, en su mano. Estoy recordando su título. Relatos en el Jardín Botánico, o algo así “verdad?. Hay una pregunta que me agradaría plantearle. Las historias o relatos que Vd. ambienta en estos jardines ¿pertenecen, en su totalidad, al género de la ficción o, por el contrario, hay en todas o algunas de las mismos un fundamento de verosimilitud? Es decir, esos personajes y esas historias ¿tuvieron realmente protagonismo en estos bellos parajes?

Percibo en esta escritora un indisimulable entusiasmo, por la atención protagonista que le estoy deparando. Tal es así, que me invita a sentarnos en uno de esos toscos, pero muy bellos, bancos de madera, hechos con troncos de árboles, que jalonan los bordes de nuestro camino por la zona tropical. Debo reiterar que todavía no me he identificado con mi verdadera profesión. Me limito a escucharla, con toda la atención de que soy capaz. Cuando comienza a explicarme alguna de esas historias, asegurándome que, casi todas ellas, tienen un fundamento histórico, vinculado a los propietarios de este gran jardín desde el siglo XIX, leo en la portada del pequeño volumen el nombre de su autora. Evelyn, ese es su nombre, me va detallando el proceso investigativo que tuvo que afrontar a fin de conseguir una buena documentación informativa que sustentara el contenido de los ocho capítulos que constituyen el volumen. Pasan los minutos y su entusiasmo va “in crescendo”. Alude al modesto apoyo que ha recibido del Patronato Botánico Municipal para la edición e incluso las librerías donde se puede adquirir a un precio bastante razonable. Intercalo algunas breves preguntas, pero es mi creativa escritora la que controla el protagonismo de la conversación. Todo ello en una tarde muy cálida, con esa acústica indefinible de los silencios que saben gozar y escuchar sólo aquellos que aman la naturaleza.

En un momento determinado de su casi monólogo, ralentiza el ritmo de su exposición y, tras unas alusiones intrascendentes, me dice abiertamente lo que tiene en mente. “Vd. no es el periodista al que yo me referí en un principio ¿verdad?” Le respondo, modulando muy bien los compases rítmicos de mi respuesta: “Yo creo, Evelyn, que Vd. desde un principio, sabía que yo no era el periodista con el que ha tratado de identificarme. He querido seguir un poco su juego por dos motivos. Básicamente, porque ya me ha ocurrido algo parecido en otras ocasiones y quería acercarme a uno de esos “dobles” que todos tenemos por la vida. Y, también, porque desde el principio la he visto tan ilusionada, con esa ansiedad o necesidad de comunicación, que me resultaba simpático colaborar en la escenificación.

“Efectivamente, soy la autora del libro. He dedicado mucho tiempo, toda una vida, a su elaboración. Todo ese esfuerzo me ha pasado factura, con fases depresivas un tanto amargas, que aún hoy exigen tratamiento médico. El coste de su publicación ha recaído, mayoritariamente, en mi bolsillo, aunque algo ha colaborado el Patronato Botánico Municipal. Ahora me esfuerzo en darlo a conocer, a intentar que se venda….. por eso algunos días abordo a los visitantes de este Jardín, utilizando los más variados motivos, con la esperanza que se conozca y, por supuesto, se compre y lea”.

Ninguno de los dos habíamos actuado desde el plano de la sinceridad. Decidí invitarla a un refresco, en el pequeño bar del Botánico. En realidad tomamos un té caliente que, a pesar de la templanza de la tarde, nos supo a gloria. Estaba en lo cierto. Evelyn es una Profesora, jubilada anticipadamente por motivos de salud. Sus alternancias anímicas son más que frecuentes. Me confiesa, en el fragor de la conversación, que vive con su madre, ya muy mayor y que, para ella, el oficio de escribir es una verdadera pasión que revitaliza y enriquece lo grisáceo de su existencia. Nos intercambiamos nuestras direcciones electrónicas y nos prometemos continuar la curiosa comunicación que esta tarde hemos iniciado.

Mientras conducía el vehículo, camino de vuelta a casa, iba reflexionando acerca de la soledad, explícita o muy íntima, que no pocas personas sobrellevan. Pero, sobre todo, en todos esos “dobles” que duplican nuestra vida e imagen, en un escenario teatral habilitado para cientos de miles de personajes. Por cierto, la inteligente estratagema de Evelyn había dado resultado. En la tarde siguiente a nuestro encuentro, pasé por una librería, sita en la Alameda principal, y compré su libro. Cuando se lo comenté, me respondió en su correo que me lo quería dedicar. Nos vimos unos días después y escribió la siguiente frase: “Dedicado a mi buen amigo….. que tan bien supo ejercer de periodista, durante aquella cálida tarde en el Jardín Botánico”.-



José L. Casado Toro (viernes 16 Noviembre, 2012)
Profesor