viernes, 19 de octubre de 2012

LA DINÁMICA Y MÁGICA OPERATIVIDAD DE LO ESCÉNICO.


Estaba recordando aquella simpática conversación que mantenía un cualificado profesional de la banca, ante un grupo de amigos y compañeros, tras una densa reunión de trabajo en la tarde. En la familiaridad de ese necesario tiempo, quinta o sexta hora, para tomar un café o  té, hermanado a ese par de pastas “que, por supuesto, no engordan”, nuestro elegante y comunicativo director regional se lamentaba, con una convincente sinceridad y paciencia, de la maniática actitud que llevaba a cabo su joven esposa, con respecto a la decoración del amplio piso donde residían. Venía a contarnos, este buen hombre que, dado el generoso tiempo libre de que disponía su señora, sin hijos a los que cuidar y educar, junto a la carencia de un trabajo regular que desarrollar, pues que centraba su distracción y esfuerzo no sólo en el cambio frecuente de mobiliario (por más que éste estuviera en buen uso) sino que también se entretenía en modificar la estructura organizativa de las habitaciones que constituían aquella bien situada vivienda, en la planimetría noble de la ciudad.

Efectivamente, a Lucy se le había despertado la ilusión, desde casi recién casada, por renovar, cambiar y redecorar cada uno de los rincones que constituían su preciosa vivienda. Espacio dotado de muchos metros cuadrados para el disfrute de tan escasos inquilinos. Tal era el tiempo libre de que disponía (junto a una suculenta tarjeta bancaria) que, con una frecuencia exagerada, lindando en lo convulsivo o patológico, se iba a las tiendas de muebles, electrodomésticos y objetos decorativos para el hogar, encargando la sustitución del mobiliario de las diferentes y amplias habitaciones con que contaba su piso. Los elementos modulares, su ubicación y los colores de las habitaciones eran  renovados con tan exagerada frecuencia que, no pocas veces, su marido padecía la sensación o suplicio de estar permanentemente trasladándose de vivienda, aunque la dirección postal de su domicilio no lo hacía. Los datos de identificación siempre eran los mismos, para los dos únicos propietarios que la habitaban: sólo él y su mujer. Comentaba, entre la exageración de la broma, que una noche, sintiéndose mal por una glotona digestión, trató de llegar con presteza a uno de sus cuartos de baño, perdiéndose por entre la oscuridad blanqueada de los rayos de luna. Llegó a dudar, con ese entresueño de las primeras horas,  si estaba en su casa o en uno de esos hoteles de diseño donde puedes darte el tropezón si no tienes la precaución de pulsar a tiempo el interruptor de la luz. Juan Fernando tuvo la delicadeza de obviar si alcanzó, a tiempo necesario, el inodoro correspondiente para su más que perentoria o urgente necesidad fisiológica. 
 
Pero no arrojemos a la “infantil” Lucy (francamente, una escultural mujer, parece que salida de una máquina de diseño para la belleza) a la pira inmisericorde del criticismo. En realidad, lo que ella deseaba, era evitar la monótona visión de ver y compartir, un día tras otro, el mismo panorama, desde los traviesos iris que centraban sus lindos ojos color turquesa. No sabemos, con certeza, si también incluía entre esas visiones rutinarias e insoportables, la impactante realidad corporal e intelectual del que era su cónyuge. Sencillamente, le aburría o hastiaba ver todos los días la plástica de ese cuadro hogareño, idéntico al de ayer y también al que amanecerá mañana. Cuando cambiaba los muebles o las tapicerías de los mullidos tresillos en el salón, sentía y agradecía la renovación visual de su casa. Y así ocurría con la cocina, los dormitorios (tenían dos preparados, para familiares o amistades a las que atender) e incluso ese espacio habilitado para lavar y secar la ropa, cuyos artilugios mecánicos ella nunca había intentado manejar. Para esa dura e “ingrata” labor, en lo literal de sus palabras, estaba encargada una de las dos asistentas o empleadas de hogar, contratadas a tiempo parcial por su solícito esposo. Por cierto, el actualizado muestrario de Porcerlanosa era bibliografía de consulta preferente para el atrezo acogedor de los cambiantes cuartos de baño y solerías. Era una edición de lujo, para clientes V.I.P. que ocupaba lugar preferente, en el mueble biblioteca por elementos del salón (en este momento, decorado con una tenue o suave tonalidad fucsia) junto a las obras completas de Dostoyevsky, Fyodor. Del prolífico y gran escritor ruso eran los seis tomos, guarnecidos y encuadernados en piel labrada con letras doradas, que los dueños de la casa nunca habían tenido la valiente intención u osadía de abrir (y menos de leer). Había sido el regalo de boda de un primo de Juan, profesor titular de literatura, ya por su segundo divorcio, caracterizado por no disimular sus comportamientos histriónicos para el desequilibrio. 

En realidad todos tenemos un poco de esa psicología abierta hacia el cambio que, en Lucy, alcanzaba niveles extremos para la inconsciencia. Como el mobiliario de nuestras viviendas suele poseer la magnitud de la permanencia en el tiempo, solemos buscar otros acomodos para llevar a cabo funciones, intelectuales o lúdicas que, con los cambios escénicos, adquieren nuevas dimensiones para incentivar nuestro espíritu. No, no piensen en actividades que siembren de ilusión el panorama, idealizado o material, de la privacidad onírica o sensual. Simplemente me estoy refiriendo a sencillas actividades que, con el cambio de marco, pueden resultar más confortables, sugerentes o agradables para su realización, por la motivación ambiental que añade la nueva decoración a nuestro estado ánimico. Veamos algunos ejemplos, para la mejor clarificación de este planteamiento.

Estudiar o leer siempre en el mismo lugar, a pesar de las cualificadas y sesudas opiniones procedentes del ámbito de la psicología, puede resultar atrozmente monótono para muchas personas. Repetir, una y otra vez, la hermandad de ese microespacio que acompaña la concentración al estudio, desincentiva y aburre. Es interesante cambiar de ubicación en la biblioteca pública. O en otro lugar adaptado para ese fin, dentro de tu propio domicilio. Y ¿por qué no hacerlo, cuando el tiempo meteorológico acompaña, en un entorno agradable, sea un parque, una plaza, o cobijado bajo un árbol en plena naturaleza? Sea el estudio de un tema escolar, la lectura del último libro que tenemos la ilusión de leer o ese informe que debemos analizar para nuestro trabajo. En la necesaria rutina de corregir cientos de folios de exámenes, en las evaluaciones trimestrales o parciales, fui modificando, periódicamente, el lugar donde hacerlo, llevando conmigo los folios escritos, una buena carpeta como soporte y unos bolígrafos de diferentes colores). Los resultados, para la eficacia correctora, fueron muy positivos. Esas horas tranquilas, por el andén semivacío de una estación de ferrocarril, las recuerdo con simpatía, debido a su eficacia en ayudarme a leer, una y otra vez, cientos de folios cargados de conceptos e ideas. Por supuesto, con crípticas caligrafías diferentes, en cada uno de sus jóvenes autores. Cuando viajo a la capital del Estado, observo como muchos viajeros se trasladan en el metro con un libro en la mano. Aprovechan, los más o menos minutos del trayecto, para ir leyendo ese capítulo o historia que enriquece su imaginación y memoria. Se les ve perfectamente concentrados, entre los vaivenes inevitables de las ruedas deslizándose por las férreos y brillantes raíles. El tiempo de espera, en las aburridas consultas de atención médica, también puede aprovecharse para repasar ese capítulo o tema del que te vas a examinar la semana próxima. Esas dos horas y media del viaje desde Málaga a Madrid, en el AVE, te están pidiendo que hagas algo más que dormir o mirar la fugacidad de los paisajes. Leer, estudiar e incluso “dibujar” creativamente párrafos e ideras, en tu ordenador o modesta libreta cuadriculada. Reitero que el marco y la forma es muy importante a fin de no desincentivarse para la concentración necesaria. Cuando una escenografía se halla demasiado trabajada e integrada, habrá que buscar, imperativamente, otra, que dinamice nuestro ánimo. Y todas ellas podemos intercambiarlas, cíclicamente, jugando con la oportunidad de los tiempos. Sin llegar a posicionamientos extremos, por supuesto.

Recuerdo la imagen, jocosamente escénica, de un peculiar compañero de colegio mayor universitario. Tras haber probado diferentes estrategias escénicas, para la necesaria concentración en el estudio, preparaba sus exámenes (eran de…. procesal o, tal vez, derecho administrativo) sentado en una tosca silla con asiento de anea, la cual estaba colocada encima de una mesa redonda, hecha también de madera clara de pino. En la pequeñez de su “celda” o habitación residencial, era todo un monumento a la voluntad verle allá arriba, encaramado junto al libro con los apuntes y cercano a la bombilla del techo. Se guarnecía del frío invernal con una capa de las usadas por los tunos universitarios, con la cabeza cubierta con una toalla a modo de turbante. Nada más entrar en su cuarto, te topabas en la pared con un pequeño monumento que el simpático compa había levantado en honor de una caja de “centramina”. Pero ésta es otra sugerente historia, de aquellos inolvidables años setenta, ornados de sentimientos y vivencias por tierras nazaríes.

Los comportamientos y actitudes repetitivas llegan a cansar o, al menos, debilitan el interés y la concentración acerca de lo que se está realizando. También, ver siempre las mismas formas, colores y organización estructural, produce ese efecto de la desmotivación hasta provocar la nebulosa del aburrimiento. Sin llegar a respuestas, calificadas en el diagnóstico de la patología, como las que nos ofrecía Lucy en la inestabilidad de su domicilio, es bien cierto que los cambios y las modificaciones poseen ese valor, psicológico o visual, que nos incentiva para sentirnos más a gusto y mejorar, en lo posible, nuestro rendimiento ante las horas y los días. Sea como fuere, hoy me pide el cuerpo cambiar mi ubicación en la biblioteca, por otro espacio para el estudio. Mi lectura o trabajo intelectual para hoy no va a estar rodeada de estanterías repletas de libros y silencios. Sino en un ambiente diferente, de árboles y flores, con la acústica del tráfico rodado y peatonal. Puede que algo nublado, o con el brillo confortable de la luz solar.-

José L. Casado Toro (viernes 19 octubre, 2012)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es

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