Álvaro no tiene por costumbre consumir palomitas de
maíz, cuando acude a una sala de cine. De hecho, carece de interés hacia ese
maíz transformado, por efecto del calor, en esas caprichosas formas del cereal
blanqueado. Sin embargo, durante esta tarde del martes, se dirige hacia el ambigú
de la sala de cine y le pide, a la única persona encargada de la sección, una
bolsa de palomitas. Se trata de una empresa cinematográfica cuyas dos únicas
salas de proyección no suelen tener demasiados espectadores, aunque los viernes
y sábados va más público a ver las películas, Nela,
la única encargada de ese puesto de venta, no tiene excesivo trabajo al que
atender. Se pasa las horas, desde las cuatro y media hasta más allá de las diez,
sentada y aburrida tras su mostrador. Salvo cuando ha de preparar el maíz y el
resto de chucherías que se expenden desde su sección, ubicada en un edificio
antiguo y destartalado por el antiguo laberinto urbano de la ciudad. Es decir,
un cine tradicional. De aquéllos que van resistiendo, a duras penas. Las
contabilidades imposibles, en el corazón de nuestras viejas urbes y localidades
para la memoria.
Este
joven podía haber pedido algún otro producto, de entre los ofertados a los
espectadores que acceden a las salas. Caramelos, chocolate, agua o almendras….
Pero, en su afán por intercambiar unas palabras con esa chica, también muy
joven, probablemente no haya cumplido las dos décadas en su vida, decide comprar
esa bolsa cuyo producto tanto identifica al espectador de una sala
cinematográfica. Palomitas, de las que sólo consumirá apenas unas cuantas,
Pero, al menos, ha conseguido unos minutos de conversación con una jovencita de
ojos azulados, cabello castaño claro, sonrisa permanente y un cuerpo muy
delgado y agradable para su corta estatura. Se le ha ocurrido preguntarle si
tiene buena referencia de la película que se proyecta en la sala uno, para la
que ha sacado la entrada correspondiente. Es la sesión de las ocho y Nela, que
lleva ya más de tres horas sin apenas haber entablado conversación, agradece la oportunidad para intercambiar algunas palabras
con este simpático muchacho, al que ya ha reconocido como frecuente
espectador del cine donde se encuentra empleada.
Esta
chica dedica sus mañanas a estudiar en la Facultad de Ciencias de la Educación.
Ha terminado el segundo año para el grado de Maestra infantil. Hace unos meses
que encontró este empleo, con el que ayuda económicamente a las necesidades de
casa. Vive con su madre, a la que quedó una modesta pensión de su marido,
trabajador de la construcción, que no pudo superar su dependencia a esos
cigarrillos, silenciosos, embriagadores, pero letales. Es la única hija de este
matrimonio que cambió su plácida residencia rural por el estrés de lo urbano,
en los no lejanos años del ladrillo enloquecedor, con las muy duras
consecuencias que ahora padecemos a causa del descontrol político y la
desenfrenada ambición bancaria. Tiene un carácter alegre y abierto a la
ensoñación para lo imaginativo, aunque hay momentos en que le vence una
prudencia revestida de timidez. Le gusta vestir de una forma deportiva y
desenfadada, con la tolerancia que encuentra por parte del propietario del
cine. Son muchas las horas en que ha de permanecer “enclaustrada” atendiendo la
venta de esas golosinas y palomitas, así una tarde tras otra, tras ese
mostrador pleno de colores e incentivos
suculentos. Suele combatir su aburrimiento con alguna lectura, los apuntes de
clase y la observación de los clientes, más o menos asiduos para las películas.
Nela
sufre, con paciencia, la monotonía de las horas, soledad que sólo se ve
alterada cuando hay algo más de publico, los fines de semana. Mientras,
mantiene ese sordo diálogo con los botellines de agua, los caramelos de limón
para la garganta, los envoltorios rojos de las chocolatinas y ese olor, que
familiariza la frialdad del vestíbulo, que dibuja de aceite caliente el
estallido en flor del maíz secado para su disfrute gestual ante la pantalla. En
esas horas, en que las chicas de su edad se acicalan y cuidan el qué ponerse,
para lucir con orgullo la tersura de sus cuerpos, sea en plazas, parques,
playas o lugares de copas, ella sigue allí,
laboralmente encerrada, esperando la llegada de ese cliente que apenas se
fijará en su persona y sonrisa generosa.
Pero, hoy martes, todo ha sido
diferente ¿verdad? Este joven, estudiante también, de un módulo superior de
enfermería, ha forzado el intercambio de algunas palabras sobre la cinta que se
proyecta en esa destartalada, y necesitada de reforma, sala uno. Parece
simpático, y no está nada mal. Un poco larguilucho y con aire de intelectual
despistado. Piensa que le debe gustar bastante el cine, como para asistir a una
sesión a media tarde, un martes entre semana. Y va siempre solo. Recuerda que
lo ha visto otras tardes, también, sin compañero o compañera para la amistad. Y
ya, cuando termina la proyección, nueve y media pasadas, permanece atenta a la
puerta de la sala. Salen dos parejas de personas mayores. Y algo más tarde,
este chico de vaqueros y camiseta rotulada con un texto en inglés, que ella se
esfuerza en traducir. Lleva playeras azules, bastante gastadas. Debe hacer
mucho calor en la calle, es un julio de terral. La refrigeración del edificio
está puesta a una elevada potencia. Incluso hace algo de frío, dentro y fuera
de la sala de butacas.
Lo
previsible se lleva a efecto. Álvaro repite sus visitas a este cine, incluso repitiendo
alguna cinta ya visionada. Uno de esos días, la conversación que ambos
mantienen hace que el chico se olvide que ha pagado una entrada con derecho a
cine. La protagonista de su película, y quiere que sea también de su vida, es
una joven humilde, alegre y cariñosa, a la que brillan los ojos cuando ve
aparecer a su amorcito, por el que está profundamente “colada”. Son muchas las
madrugadas, tras el cierre de taquilla, en las que él la espera pacientemente
en la puerta, a fin de acompañarla a una calle lateral donde aguarda una moto
de escasa cilindrada. Será un ratito más de tiempo para el diálogo, antes de
que ella se monte en su ciclomotor para dirigirse a un barrio en el norte de la
ciudad, donde tiene su casa. Hay palabras, miradas, sonrisas y alguna puntual
discusión….. cosas de enamorados. Esas manos entrelazadas, esos besos que se
tornan tiernos y dulces bajo la protección de las estrellas, esas anécdotas de
las rutinas en el día, ese dibujar juntos los minutos y segundos, en los que
Nela descansa de su trabajo, para aprovechar mejor la cercanía del afecto y la
atracción del amor…… son muestras de algo tan antiguo y tan nuevo, en
la vida, como el que dos jóvenes personas se conozcan, se necesiten y se quieran.
Aquel
jueves, de un septiembre aún en verano, paseaban de la mano por entre los
jardines del Parque, camino del Paseo Marítimo y la zona comercial del remozado
Puerto de Málaga. Sin razón alguna que lo justificase,
nota de pronto a su compañero algo nervioso y con las señas propias de una
repentina inquietud. Tras preguntarle el motivo de ese cambio drástico
en el ánimo, Álvaro le explica, con torpeza, algunas improvisadas excusas, carentes
de fuerza para la convicción. Descansan en uno de los bares del Puerto pero,
aunque el joven se esfuerza, no sabe ni logra recuperar el equilibrio de su
sosiego. Nela entiende que un mal momento lo tiene cualquiera y trata, por
ello, de disimular, con su sonrisa de ángel y la tibieza térmica con la que
adorna el afecto de sus palabras. Pero percibe, con esa mágica intuición de una
mujer, que la mirada de su amor está divisando otro paisaje más alejado o
diferente del que dibujan los veleros que bailan compases ondulados en el
atraque del muelle. Al fin, ella también calla. Los silencios se hacen dueños
de esa limitada atmósfera, psicológica y física, que media entre sus personas.
Son
varios los días en que Álvaro no acude a esperarla. Tampoco responde a las
llamadas de su móvil. Cae en la cuenta de que siempre ha eludido indicarle el
lugar exacto en donde él vive (sólo en una ocasión le comentó que su casa está
por una barriada tradicional y muy densamente poblada, en el oeste urbano malagueño). Pero ¿qué es lo que
ha pasado? ¿Qué hacer? ¿Por quién preguntar? ¿A dónde acudir….? Y así
pasan las horas y los días, entre una marejada
de nervios, desánimos e inquietud.
Finales
de septiembre. Aquella noche del veinticuatro, en un sábado nublado para la
entrada otoñal, Álvaro la espera, junto a la puerta del cine. El reloj marca ya
las once. Cuando Nela lo ve, rompe a llorar, profundamente desconsolada.
Ninguno de los dos saben lo que decir. Y allá, en un banco solitario de un
jardincillo cercano, bajo el manto de humedad que riegan esas nubes bajas,
Álvaro comienza a hablarle, muy despacio y con
una dulzura premeditada a fin de no ahondar más en las heridas y
sufrimientos de una buena mujer, de una chica estupenda que tantas esperanzas
abrió para su vida.
“Nela, mi
querida y admirada Nela. No te he respetado con la sinceridad y cariño que tu
gran corazón merece. Pero te juro…. que he luchado con toda la fuerza que una
persona es capaz de dar, ante el cariño inmenso que tu has sabido transmitirme.
Lo he intentado, hasta la extenuación, con esa fuerza que tu sabes generar en
mí. Pero….. aquél sábado, cuando paseábamos por entre el arbolado del Parque,
la crueldad del destino, frustró y echó a pique la voluntad de mi esperanza. Me
hizo volver a la realidad de mi naturaleza. Ese destino se cruzó, una vez más, por
los senderos de mi existencia. He de aceptarlo. Pero lo lamento, profundamente,
por ti. (…)”.
Fue,
tal vez, una hora o algo más ¡Qué importa la dimensión del tiempo, cuando éste
se fuga de las pautas de lo temporal! en que las palabras de Álvaro sembraron, de lógica y desesperanza,
las lágrimas que ambos compartían ante sus futuros imposibles para la unión.
Durante gran parte de esas confidencias, Nela tomó fuerte, pero cariñosamente,
entre en sus manos las de esa persona que tanta luz le había aportado, durante
los dos últimos meses, en su vida. Quería darle
fuerza, espiritual y física, para ayudarle en ese trance valiente o heroico en
el que nos disponemos a desvelar nuestra íntima verdad. Y para que no
faltara nada, en esa terrible noche para la cruel grandeza de la sinceridad,
comenzó a caer una fina lluvia que estos dos chicos jóvenes apenas percibieron.
¿Dónde encontrar la esperanza, cuando la
naturaleza se torna inflexible con la fría crudeza de la realidad?
José L. Casado Toro (viernes 12 octubre, 2012)
Profesor
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