Asistir
al visionado de una película, sabiendo que está rodada en blanco y negro, con
unos medios económicos muy modestos, utilizando el idioma francés en los
diálogos (subtitulados en castellano) de los protagonistas, narrada con un ritmo
intencionalmente lento, desprovista de banda musical (salvo en un plano final)
y con una base argumental, en principio, bastante simple, podría parecer una
decisión dudosamente afortunada. Sin embargo, el buen aficionado al cine necesita, de manera periódica, asistir a ese
tipo de proyecciones que le ponen en contacto con lo más puro y apetecible de
esta peculiar y atrayente forma de crear una sugerente
modalidad del arte. En medio de la cruel vorágine en que el mundo está
hoy día inmerso, los 104 minutos de su metraje suponen una inteligente terapia
anímica que nos fortalece para enfrentarnos, como respuesta, a ese estrés
desosegado que con frecuencia padecemos, en un entorno que aturde y desvitaliza.
EL ARTISTA Y LA MODELO. La acción transcurre durante el
estío veraniego de 1943. En una localidad rural del sur francés, ocupada en
aquel momento por las tropas alemanas, vive un anciano escultor, Marc (Jean Rochefort. París 1930) junto a su
esposa Lea (Claudia Cardinale. La Goleta,
Túnez. 1938) y un familiar, María (Chus
lampreave. Madrid 1930), Aparece en sus vidas una joven española, Mercé (Aida Folch. Reus, Tarragona, 1986) que ha
huido de un campo de refugiados. Recibe ayuda de esta familia y a cambio se
presta a posar como modelo para la realización de esa última o postrera gran
escultura, sublime objetivo que pretende realizar el veterano artista, ante de
morir. Aunque aparecen en la trama otros personajes secundarios (el oficial
nazi, un joven maquis, unos escolares, un clérigo, además de los amigos de
Marc) la participación de todos ellos en la historia es temporalmente limitada.
La cámara se centra, de forma, obsesiva en los dos protagonistas que llevan el
peso de la historia. El escultor y su musa.
CONTRASTES DE NATURALEZAS. La historia nos expone y
analiza la contraposición humana entre dos personas. La juventud ante la vejez.
La ilusión frente al hastío. La vitalidad juvenil, con la decrepitud de la madurez.
A pesar de esos contrastes entre Mercé y Mark, ambos se necesitan
imperativamente. Aquélla, busca el cobijo, la protección, el calor de un hogar,
en tiempos de guerra y desolación. El escultor ve en ella ese modelo o musa en
el que se va a inspirar para culminar, al fin, la creatividad de toda una vida,
con una obra que se inspira en la cultura clásica griega. Cuando la trabajada
escultura, que recoge toda la belleza plástica de la juventud, ha terminado de
esculpirse, esas dos naturalezas comprenden que han de separarse. La joven,
recorriendo en su bicicleta los caminos de su memoria. Mark, diciendo adiós a
esta vida que ya nada más puede ofrecerle.
EL LENGUAJE PLÁSTICO DE DOS MIRADAS. La
interpretación de los actores nos ofrece otra forma de entender la narrativa
argumental, más allá de los sonidos que revisten las palabras. La expresividad
de Rochefort es excepcional. Tras esa rostro cansado y vapuleado por los
sinsabores del tiempo, aparece esa mirada, a la vez serena pero exigente, que
reclama y ofrece atención, serenidad e inspiración. Vemos en Marck unos ojos
enturbiados, por la pesadumbre de los años, en los que no hay lugar para
creencias. Aisa Folch nos transmite esa frescura, atractivo, transparencia y
credibilidad expresiva que sus veinticinco años en la vida aún no han
degradado. A pesar de los sinsabores, maldad y dolor que toda guerra provoca en
todos aquellos que han de padecerla. Él y ella buscan algo de paz, a través de
la belleza y la creatividad.
COLOR Y SONIDO PARA LA IMAGINACIÓN. La película nos
ofrece sólo una escala de grises para la naturalidad conceptual de la
fotografía. Al igual que en The Artist, ese sabor a un cine de épocas pasadas
sobrevuela por los sencillos parajes rurales que sustentan la vida de estas
personas. Seres que comparten la sencillez y naturalidad de unas vidas, en
tiempos de ocupación, enfrentamiento y dolor. Sí, hay sonido. El que provocan
las hojas de los árboles, cimbreadas por la brisa del aire. El de las palabras,
que comunican y acercan unas vidas que el destino ha querido emparejar. El de
los instrumentos que el artista necesita manejar para su modelado. Incluso el
del simple carboncillo que dibuja los bocetos que servirán de base para
conformar la escultura deseada. Esos sonidos forman también parte de la música,
pero ésta no aparece hasta el plano final, cuando las despedidas se han
consumado, a través de los caminos, las hojas de los árboles o el vuelo de los
pájaros. Sonido y color que no debe eclipsar esa divina o angelical belleza, en
Mercé, que el viejo Mark se esfuerza en representar.
OTRAS HISTORIAS COLATERALES. La amistad del escultor,
con el oficial nazi, Werner ¿es estratégica, dada la situación de ocupación que
sufre ese trozo de suelo francés, o está basa en la afinidad que ambos sienten
hacia la cultura, en todas sus diversas manifestaciones que enriquecen el
acervo intelectual? También hay que fijarse en esa otra amistad que mantiene
Mercé, con el joven maquis, que lucha contra el nazismo, y al que ayuda a escapar
camino de un destino mejor. Refleja, asimismo, la bondad y solidaria actitud que
florece en el carácter de la chica. Percibimos la fría relación de Mark y Lea,
dos personas curtidas por la experiencia de los años y a los que sólo queda ya
esa unión que genera lealtad y respeto recíproco. Más frío y distante en el
hombre, más cálido y sensible en la mujer.
LOS DESNUDOS DE AIDA FOLCH. Esta joven actriz goza de
un cuerpo esculturalmente precioso. Muy atrayente. Posee un rostro
admirablemente infantil, con unas formas corporales adecuadas para posar como
modelo a esculpir o modelar. Verla completamente desnuda, en varias secuencias
de la película, frente al profesional del arte que trata, con mimo y delicadeza,
de copiar la pureza de su figura, no condiciona el prima sentimental y óptico
de la sensualidad. En un plano profesional de colaboración estética, ayuda al
artista a conformar lo que éste tiene en mente, mimetizando los contornos
juveniles de una figura divinizada que sostiene su rostro con la fragilidad de
su mano, en serena actitud pensativa. Frente a la frialdad profesional del escultor,
contrasta la actitud de unos niños que se quedan prendados en la figura de
Mercé, tanto cuando la observan vestida como en una ocasión en que a través de
los cristales se divierten contemplando a esa chica que no lleva nada de ropa
sobre el cuerpo.
PREMIO Y DEDICATORIA. Esta película ha recibido la
Concha de plata, como premio al mejor director, Fernando (Rodríguez) Trueba (Madrid,
1955) en el reciente Festival de Cine Internacional de San Sebastián. Trueba le
dedica este film a su hermano Máximo que falleció, en 1996 con cuarenta y dos
años de edad, en un accidente de tráfico en Villanueva de la Cañada, Madrid.
Precisamente. el hermano mayor de Fernando y David, ambos afamados directores
de cine, era escultor de profesión.
VALORACIÓN. Viendo esta primorosa cinta, rodada con
el cariño y esmero de un profesional que lleva el cine en la sangre, me he
vuelto a reencontrar con esas películas que, con bajísimo costo, son pequeños
tesoros para la imaginación y la estética. Realismo y belleza, en los cuerpos
de dos personas separadas por cincuenta y seis años de edad. Respeto y afecto entre
dos vidas, sabiendo cada una de ellas el papel relacional que deben adoptar
ante lo que es una simple y grandiosa creatividad artística. Una bella y
sensible historia, con una cuidada fotografía y un mejor sonido, el de la
naturaleza. Todo ello ayuda al espectador para asumir y participar con empatía sobre
aquello que le están contando. Con el protagonismo de la imaginación y la
sensibilidad, tu también puedes formar parte de ese trozo de historia que estás
compartiendo, a partir de lo generado en pantalla. A muchos puede cansar el
ritmo pausado, intensamente lento, de la narración fílmica. Pero es que, entre
estos dos personajes, la vida carecía, en aquellos momentos, de la premura
acelerada del tiempo. Creo que la persona que ama el cine no debe dejar de ver
esta joya de película.
IMAGINEMOS QUE LA HISTORIA CONTINÚA. Puede ocurrir
que …… cuando Mercé conoce la triste noticia de que sus padres han perdido la
vida, en la dureza trágica de la guerra, se traslada a París. Allí encuentra un
sosegado trabajo como asistenta de una rica condesa polaca, exiliada y, ahora,
impedida, en una silla de ruedas. Tras su experiencia artística con Marck, se
inscribe en una escuela de arte, donde estudia, por las mañanas, diversas
técnicas escultóricas. Una vez finalizado el terrible conflicto bélico, en
1945, durante unas semanas de vacaciones, viaja al hogar que le acogió en
aquellos duros momentos del verano del 43. La vieja casa rural sigue
prácticamente igual que cuando ella la abandonó. Lea y María le piden que se
quede con ellas. La consideran como una hija. Mark, antes de morir, ha dejado
escrita una carta en la que lega a Mercé todo el material artístico y técnico
que tenía en su estudio y que ella tan bien ha sabido compartir. Un día,
mientras trabaja en el modelado de una escultura, ve aproximarse a través del
sendero una figura masculina, caminando hacia la casa. La neblina de la mañana
no permite definir bien los rasgos de ese hombre que pronto atravesará el
cobertizo. Mercé corre ilusionada hacia la puerta pues, al fin, ha reconocido a
Emil, aquel joven luchador contra el nazismo al que ella ayudó a huir a través
de las montañas. Ese romántico reencuentro conforma el plano final de la
historia, mientras suena una sentimental melodía de Mahler. Tal vez, así
sucedió.-
José L. Casado Toro (viernes 5 octubre, 2012)
Profesor
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