Como
tantas veces, en las horas del día, suelo estar atento
a la pantalla de mi ordenador. Fundamentalmente, porque recibo numerosos
correos electrónicos y, desde siempre, he querido atender, de la forma más
rápida posible, al remitente que envía la misiva electrónica. Me decía un
antiguo y respetado Profesor, en la Facultad de Filosofía y Letras, que las
cartas debían ser contestadas lo antes que se pudiera pues, al dilatar la
respuesta, cabía el peligro de olvidar la necesaria atención a esos párrafos
que nos llegan, desde estaciones más o
menos alejadas para nuestro ser. Tanto en la materialidad física, como en su contenido
afectivo. En la actualidad, un número importante de correos que, vía on-line, recibo
en el ordenador tienen una procedencia de naturaleza comercial. Sin embargo no
todos poseen, afortunadamente, ese carácter. No son pocos los que traslucen el
brillo agradable de la amistad y el sentido nutriente de la comunicación.
Una anécdota, en este contexto. Fue en la tarde del
pasado…. ¡qué más da el día! cuando observo en mi servidor electrónico un
remitente, cuyo nombre sólo reflejaba el del santoral. Sin apellidos o más
pistas para la concreción. El título del dicho correo me resultaba especialmente
familiar. Era un reenvío. Toda persona, poseedora de conocimientos informáticos
entenderá perfectamente a qué me estoy refiriendo. Son esos textos, más o menos
simpáticos o interesantes, que se van reenviando de dirección en dirección.
Aparecen precedidos por las típicas letras FW
de los e-mails en cadena. Al abrirlo, observo que hay otro nombre en su
interior, posiblemente origen de toda esa malla de comunicaciones. Todavía
desconozco el origen exacto, en su identificación, de esas dos amables personas
que me reenvían el archivo pdf. Por el contrario, conozco perfectamente el
contenido y la firma del aludido correo. Yo mismo lo había escrito, semanas
atrás. Acababa de recibir, por esa multiplicación de
los reenvíos, mi propio texto en pdf. Se trataba de una “travesura”
simpática, motivada por no repasarse bien el listado de direcciones a quien se
envían los materiales on-line. Vayamos a otra historia.
No
sabría explicar el por qué. No tengo la menor idea acerca de por qué me llegó
este e-mail. Sin embargo ocupó un puesto preferente en ese listado de correos,
insertos en el escritorio de mi ordenador. El hecho que voy a narrar ocurrió en
una estación climática dibujada con esos colores, siempre esperanzadores, que hablan
Primaveras. Cuando la luz de las flores nos hace sonreír. Cuando la visión de
un atardecer, nos impulsa a soñar. Cuando el sentimiento del amor, desborda las
cuatro letras que limitan su inmensidad. En realidad no es la primera vez que este
hecho ocurre. Un correo que envía una persona a otra,
también lo recibe un tercero que no tiene nada, absolutamente nada, que ver en
esa comunicación. Parece inexplicable. Pero sucede. Son los genios de la
informática. O esos listados de direcciones (entre ellos, su e-mail) que van
viajando de puerto en puerto, utilizados no siempre de la manera más correcta o
respetuosa en manos, para ti, desconocidas. Sí, a pesar de la precaución que
aconseja estos casos, abrí el correo. Su título era bastante atrayente. No lo
he olvidado: “Por favor, recapacita”. Conocí su
vibrante contenido que, con la prudencia necesaria para la concreción de los
datos, voy a contar.
Se trataba de una larga, sentimental y cruda misiva que
una adolescente, llamémosla Neila (…. pero es un nombre muy bello, como todos
los que identifican a una mujer) enviaba a su padre. Calculo que esta chica se
encontraría entre los dieciséis y dieciocho años de edad. Era una estudiante de
Secundaria, posiblemente cursando ya el bachillerato. A pesar de esos cortos
años, en el inicio de la juventud, su redacción destacaba por la fluidez
expresiva, la franqueza y la racionalidad conceptual. Valiente y directa, en
sus expresiones. Dulce y afectiva, para el corazón. En alguna ocasión alude a
su hermano, unos años menor que ella, pues alude a sus notas o calificaciones
en la ESO. A partir del contenido del correo, se deduce sin dificultad que el
destinatario, trabajador en una entidad bancaria, hace unos meses que ha
abandonado el hogar familiar. Una relación afectiva con una compañera de
empresa, llevada en secreto desde un año o más, ha sido planteada abiertamente
por el marido a su mujer. Quiere vivir con esa otra chica, con la que se siente
plenamente identificado y enamorado. Obviamente, la madre de Neila no era
totalmente ajena a un comportamiento cada vez más distante de su marido, con
respuestas y actitudes que evidenciaban un alejamiento conyugal manifiesto y
doloroso. En la tensa misiva, se hace alusión a esa durísima noche en que Nando
reúne a sus dos hijos en el salón de su piso. Abiertamente les confiesa que su
relación con Ceci ha dejado de tener sentido. Que no puede seguir manteniendo
una ficción de algo que es irreal. Que ya no siente. De forma, algo descarnada,
les indica que hay otra mujer que posee el afecto de su corazón. Y que piensa
actuar, de inmediato, con la coherencia que le dictan sus sentimientos. Se va a
vivir al piso de la que ha sido y es su amante, aunque les asegura que va a
actuar con toda responsabilidad ante ellos. Contribuirá económicamente para que
nada les falte en lo material y que sabrá atender a sus obligaciones de padre
para con ellos. Finaliza, con la mayor frialdad, que en el aspecto legal,
cumplirá escrupulosamente con la sentencia que dicte el juez correspondiente,
en ese proceso de divorcio que lleva ya su abogado. Neila recuerda aquella
terrible noche, la más dura de todas las noches en su vida. Ni ella, ni su
hermano Iván, la podrán jamás olvidar ni borrar en su memoria, por ser la más
oscura y cruel de sus existencias.
El
texto nos revela que han pasado ya tres meses y medio, desde aquella efectiva
ruptura. La chica, con una admirable
madurez impropia de su edad, razona y suplica ante su padre, por si éste aún
puede poner remedio a una situación que tanto está afectando a la vida de
muchas personas. Su hermano Iván, hundido en los estudios, está desequilibrando
su carácter con una rebeldía integral y, cada vez, más preocupante. Tanto
consigo mismo, como con sus familiares, compañeros y amigos. Ve a su madre Ceci
como a una persona abandonada y degradada, no ya en la evidencia de lo
sentimental, sino también en lo anímico, en lo laboral e, incluso, en lo
puramente formal para la apariencia estética. Sin ánimo para luchar, vivir y
crear, en la aventura de cada uno de los días. La escucha derramar lágrimas, en
esa ocre soledad de la alcoba. Ambas se abrazan. No pronuncian palabra alguna
que rompa el silencio de la necesidad. Se sienten juntas, en plena y cruel soledad.
“Yo tengo compañeras y amigos. Incluso un chico,
con el que me llevo muy bien. Pero, mamá ¿a quién tiene? Sólo a mi y a Iván.
Los tíos y la abuela, se están portando asquerosamente. Prácticamente, la
culpan de tu traición e infidelidad. Tú siempre has sido el niño bonito de la
familia. Los tienes metido en el bolsillo, con tus hábiles recursos para la
imagen. Te veo como un excelente manipulador. Pero tú eres el culpable de que
una familia, nuestra familia, esté rota. A mi no me puedes engañar”. Son
palabras trazadas en plena adolescencia, abatida y sumida en el desconsuelo
A
pesar de su dureza, esta joven trata, confía y suplica a su padre, de que
salve, en la medida de lo posible, a una familia que sufre una situación que
hace aguas por todos los lados. Ella integra la situación un poquito mejor, pero a su madre y hermano
los ve cada día hundirse más en ese mar cenagoso del desconcierto y el
abandono. Es el texto de una chica valiente y responsable que pide ayuda a su
padre. A ese ser que, en tiempos felices, supo crear o generar su propia
existencia a la vida. Una hija reclama, en la
desesperación, responsabilidad a su padre.
Te
estarás planteando, una y otra vez, cómo llegó este texto a mi buzón de correo,
en el ordenador. Incluso, si es real su contenido, o supone un simple ejercicio
de divertimentos on-line, de los que tanto abundan en la red. El autor de estas
líneas ¿narra toda la realidad o sólo una parte del contenido que,
efectivamente, accedió a su conocimiento? Son preguntas y preguntas. Respuestas
para lo verosímil, o la realidad también de la pura ficción creativa, en la
reflexión dinamizadora de las letras y las palabras. Lo que nadie puede dudar,
a estas alturas de la tecnología, es que el mundo de
la comunicación electrónica resulta, cada día más, imprevisible, complejo e
inexplicable, en su versatilidad y potencialidad. No son escasas las
ocasiones en que esa malla tejida por los bytes, megas y gigas, nos sumerge en
el temor, atrayente y mágico al tiempo, de aquellos que, con su innoble
proceder, escapan de nuestro control para la racionalidad. Con ello alcanzan
niveles en que la certeza deja de ser un parámetro asumible para la percepción
en lo humano.
Seguro.
Estoy completamente seguro de que por esos mundos de Dios y la Naturaleza, habrá
otros muchos Nandos y Cecis. También, hermanos ante la cruda realidad, como
Iván y Neila. Y algunas cartas que se pierden o confunden su trayectoria direccional. Hay correos que llegan a un destino equivocado o compartido,
sin que sus autores así lo hayan o hubieren pretendido. Son anécdotas,
errores o ¿aciertos? de la hiperglobalización mediática. Pero esos traviesos errores
conllevan un evidente peligro. Como manifestaba, líneas atrás, esto puede
romper nuestra más inalienable privacidad.
No
me cabe duda alguna. Te lo estás preguntando desde hace no pocos minutos.
Efectivamente, envié unas letras a esa dirección del remitente. Cuidé, con
esmero y prudencia, todas y cada una de las palabras que conformaban el
contenido de mi respuesta. Aún continúo en la espera de que, un simple acuse de
recibo, confirme de que esta decisión haya sido o no afortunada. Ahora toca comprobar y dialogar, una noche más, nuestro
correo electrónico. Esa ágil y sugerente ventana abierta para la comunicación
en la vida.-
José L. Casado Toro (viernes 27 de Abril,
2012)
Profesor
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