Es hora temprana, en una limpia mañana de Abril. El reloj digital, que preside la entrada en la Estación de Autobuses, marca quince minutos sobre las ocho. Málaga alcanza ya, a esa hora de los desayunos, la media térmica de 19°. Templanza que sabe endulzar los semblantes y miradas de todos nosotros, ante el discurrir de un nuevo día de trabajo. Tenemos un sábado de cielo azulado, sin la sombra u opacidad de nubes que pudieran enturbiar lo anticiclónico en la zona, cuando he iniciado mi trabajo en ventanilla. Hoy me corresponde turno de mañana, hasta las tres de la tarde. En realidad no hay mucho movimiento, todavía, en este núcleo que rige el transporte de viajeros por carretera en nuestra ciudad. Se conoce que por ser sábado, en una semana intermedia del mes, la gente no ha priorizado el gesto de madrugar. ¡Vaya! que se han quedado un poquito más en la cama. Digo esto en cuanto a las salidas de viajeros. Para las llegadas, desde esa tupida malla en los orígenes, aún es pronto para que el tránsito se estrese. A partir de las diez es cuanto más se intensifica la llegada de autobuses, procedentes desde Andalucía y otros punto de España. Total, que ahora mi ventanilla se encuentra bastante relajada, lo que me permite distraer un poco el tiempo ojeando un periódico del día, que acabo de comprar. Es de los deportes, afición que me distrae durante esos largos intervalos para la atención al público. Hay muchos minutos aburridos que, de alguna forma, tenemos que rellenar. Después llegarán los momentos de la tensión y el agobio. Es cuando se te agolpan los viajeros con prisas, para sacar su billete. Con los nervios y los egoísmos propios, sin pensar que no eres una máquina para atender correctamente al ordenador y cobrar el importe del viaje. Pero bueno, ese es mi trabajo, del que debo estar contento. Porque, en estos tiempos para la austeridad, el gran valor de la estabilidad laboral es más que una suerte. Veamos cómo se me presenta hoy el día, hasta esa hora en que el reloj me liberará para volver a casa. Tendré toda la tarde libre a mi disposición.
Quien así nos habla, se llama Mariano. Trabaja, desde hace dos lustros, en una consolidada empresa dedicada al transporte de viajeros. Hizo un módulo profesional, tras los estudios de Secundaria, en el campo de la administración. La ayuda de un amigo paterno le abrió las puertas de este trabajo que, aun resultándole un tanto rutinario y aburrido, le permite una seguridad económica, modesta pero suficiente, pues aún vive con sus progenitores. Alcanza ya los veintinueve años de calendario, pero aún no ha conseguido una relación afectiva estable. Suele comentar que no tiene prisa para el importante paso de formar una familia. Así goza de mucha libertad y comodidad. Sólo tiene un hermano, ya independizado, por lo que, para sus padres, sigue siendo el niño pequeño de la familia, con todas las ventajas y comodidades que ello le reporta. Organiza sus turnos laborales, dedicándole al gimnasio muchas horas para su mantenimiento y afición. Un grupo de amigos, las salidas nocturnas en los fines de semana, priorizando también, entre sus aficiones, ese senderismo por los vericuetos naturales de la provincia, aun cuando el tiempo se muestre escasamente tolerante. Haga frío o calor, charcos o polvareda, disfruta caminando y respirando aire limpio, con olor a vegetales sublimes. Pero esta mañana de sábado va a ser un tanto especial, en el muestrario de anécdotas que le sobrevienen durante esa relación que ha de mantener, atendiendo al público viajero.
Lleva unos veinte minutos en taquilla, cuando un hombre de mediana edad, probablemente cercano a los cincuenta, reclama su atención. Sin prisas, porque es el único demandante de billetes, para ese momento. Se queda observando, en silencio, los variados destinos que la conocida empresa atiende con regularidad matemática. Transcurren unos cuantos minutos y esta persona sigue repasando con parsimonia el listado o directorio de los destinos posibles. Finalmente, centra sus ojos en nuestro expendedor de billetes, manteniendo, ante un asombrado Mariano, el siguiente extraño diálogo.
- Hola, buenos días. Quiero comprar un billete para…… bueno, la verdad es que no tengo una preferencia concreta para dónde ir. Me lo da Vd. por favor, para una línea que no tarde demasiado tiempo en el horario de salida. Uno cualquiera. El que a Vd. le parezca bien.
- No creo haber entendido bien lo que desea. ¿Para dónde quiere el billete por favor?
- Ya le he dicho que no tengo una preferencia concreta. El primero que Vd. vea en la pantalla de su ordenador. Me parecerá bien el que me venda. Porque seguro que, en pocos minutos, iniciará viaje alguno de sus autobuses.
Mariano duda, no sabe qué responder a este extraño cliente. Ha tenido diversas anécdotas, en el aún corto discurrir de su vida laboral, pero ninguna como la que está viviendo en ese momento. Piensa que puede estar ante una persona desequilibrada pero, a poco que se fija en la misma, observa que no da los parámetros propios para esos criterios de calificación. Tiene ante él a un hombre que parece sereno, educado, vistiendo de una forma correcta, con el atuendo propio del verano. Lleva una bolsa de cuero marrón, colgada en el hombro. Capta una cierta nobleza en su mirada, mientras que la dicción de sus palabras contiene la firmeza propia de una persona corriente, dentro de un contexto inusual por lo que le está solicitando. Piensa también en que pueda tratarse de una broma, pero se fija en que su interlocutor extrae un billete de cincuenta euros de su cartera, dispuesto al abono del ticket correspondiente para el indefinido trayecto.
- Mire, no sé exactamente lo que necesita. Esta empresa, como verá en el cuadro que tiene delante, atiende trayectos para Córdoba, Sevilla, Granada, Almería…. bueno, toda Andalucía, y muchísimos pueblos, claro está. Los horarios están ahí expuestos. Pero yo no puedo saber a dónde quiere Vd. desplazarse o viajar. Dentro de unos ocho minutos sale un autobús para Granada. Y en…….. quince, otro, con destino a Jaén. Vd. me dirá.
Esa noche, compartiendo unas cervezas con su amigo Ramón, le comenta lo sucedido durante la mañana. El curioso y peculiar viajero aceptó, con amabilidad, un billete para tomar el bus que le llevaría a Granada. Le vio alejarse de la ventanilla, ante su sorpresa con paso cansino, agradeciéndole, con parquedad en las palabras, la atención que había recibido. Continúa el contaminado ruido en la cervecería, pero los dos amigos se sienten a gusto ante el cubo de los botellines, sin quitarles la vista a un trío de chavalas jóvenes que, próximo a ellos, ríen y lucen muy bien.
Ya, casi al final del verano, Mariano reconoció a un señor que guardaba cola ante su ventanilla. No tuvo duda, era el del viaje a Granada. Esperó, con interés, que le llegara el turno para atenderle. Cuando lo tuvo a su frente, este hombre esbozó una amable sonrisa. Le miró a los ojos, solicitándole, con palabras bajadas de tono, casi lo mismo que la otra vez.
- Entienda. No quisiera ser desagradable. Pero comprenderá que su actitud, pidiéndome que sea yo quien elija su destino para viajar, no es de lo más normal. Si me permite, es Vd. una persona un tanto extraña. Lo comprobé ya en la otra ocasión cuando le atendí. Yo bastante hago, cumpliendo con mi obligación, expendiendo los billetes que me solicitan. Esto no es una agencia de viajes, como comprenderá. Los pasajeros deben saber…. es obvio…. a dónde quieren ir. Yo le entrego el primer viaje que se me ocurra, pero esta situación me parece un tanto anormal. Pero, realmente ¿qué le ocurre a Vd?
El extraño pasajero se retiró lentamente de la atención de su interlocutor. Sin pronunciar una sola palabra. Más tarde, cuando Mariano finalizó su horario laboral, hoy en jornada de tarde, observó que el curioso personaje le estaba esperando, sentado en uno de los bancos cercanos a la oficina de venta. Se disculpó, rogándole si podía atenderle durante unos minutos. Deseaba explicarle, sin más, su comportamiento. Ya se había hecho de noche. Como Mariano no tenía nada especial que hacer, aceptó, con un indisimulado interés, lo que el viajero le quisiera manifestar. Sentados en una bar cercano, dos copas de Rioja les separaban. Las palabras sirvieron para aliviar las dudas, las actitudes y el misterio. Fue un largo monólogo, protagonizado por este curioso hombre, llamado Tomás.
- Le voy a explicar, básicamente, la razón de mi comportamiento, rogándole de antemano la generosidad de su comprensión. Tengo unos hijos muy ocupados, que ya centran sus vidas en las familias que han ido formando. Abundante tiempo libre…. En realidad todo el tiempo del mundo, ya que me prejubilaron hace dos años por una dolencia o problema de corazón. Pero lo más duro y terrible, en mi soledad, ha sido la pérdida de mi compañera. La que era mi amiga, mi mujer, mi amor …. Hace ya casi un año que se fue. Esto de la vida y la muerte es un misterio. Un enigma que aquellos que tienen el don de la fe lo sobrellevan mejor que otros (póngale el nombre o calificativo que desee) como yo. De verdad, son enormemente largas las horas del día. Málaga la tengo ya muy pateada. Con mi pensión, a los cincuenta y seis, vivo bien. No me puedo quejar en mis necesidades materiales. Que son pocas. Por eso, hace unos meses, busqué y encontré la aventura y el interés de viajar. Trayectos cortos, pero que me permiten ir conociendo en el día (a veces hago una noche en mi destino) pueblos, localidades, calles, plazas y jardines, monumentos, costumbres, restauración…. Todo ello me ayuda a enfrentarme mejor con el inmenso daño de la soledad. Por eso acudo a la ventanilla de los billetes y me da igual el destino que me concedan. Me sitúo en manos del azar o la voluntad del operario que me atiende. No lo he hecho sólo con Vd. bueno, contigo. Agradezco tu deferencia para el tuteo. En ocasiones, el empleado es muy amable y me recomienda que elija un determinado pueblo para pasar el día. Si, desde luego, otras veces la reacción que recibo del expendedor de los billetes es menos amable. Eso es todo. Pensarán que no estoy bien de la cabeza. Pero no les culpo de su crítica percepción hacia mi persona. No es normal comportarse así. Lo entiendo. Pero este simple juego se me hace divertido, para algo de distracción en la aventura.
Aquella noche tuve dificultad para conciliar el sueño. La franqueza y sencillez de Tomás, con su peculiar lógica para el comportamiento, había calado muy hondo en mi conciencia. Me había dejado su número de móvil, por si necesitaba algo de su persona. Se mostraba muy agradecido hacia la comprensión y atención que le mostré. En la inmensidad del insomnio, supe repetirme estas palabras: “Estoy decidido a llamarle. Mañana lo haré. Le voy a pedir, si quiere, que este sábado por la mañana quedemos para vernos durante unas horas. Tomaremos unas cervezas y le acompañaré. Sabré, aprenderé, a escucharle. Creo que tiene mucho que enseñarme sobre la vida. Le ayudaré y me ayudará. Contra su depresiva soledad. Contra mi cómoda y monótona rutina”. Con el paso del tiempo, dos generaciones, en las personas de Tomás y Mariano, supieron aproximarse, para compartir y profundizar en el dulce placer de la amistad.-
José L. Casado Toro (viernes 13 de Abril, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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