Quiero referirme a un desagradable tema que siempre me preocupó, durante el ejercicio de mi profesión como docente. Inquietud que aún mantengo. Debo matizar que, a lo largo de tantos años en las aulas (tres décadas y media, de forma mayoritaria en mi querido IES. Ntra. Sra. de la Victoria) no tuve que afrontar hechos de especial gravedad, con relación a este escabroso terreno del acoso escolar. Sólo recuerdo un caso, debidamente atendido. Y sin embargo, mantuve una sospecha permanente sobre la probable existencia de situaciones que podían escapar a mi conocimiento concreto. Porque, tras el supuesto escaparate de las miradas y los gestos, hay vivencias (tengo la completa seguridad) que no se hacen explícitas. Duras vivencias que, lamentablemente, provocan un elevado sufrimiento en aquellos que, sin ninguna razón, han de padecerlas. Es del todo inadmisible el drama del acoso y la agresión escolar, con todas sus modalidades y niveles para la inmundicia. Hay una palabra, de origen inglés, que identifica estas indeseables e impúdicas acciones. Exactamente es el término bullying. Procede del infinitivo bully, que, entre sus escabrosos contenidos, significa acosar o intimidar. También hay un sustantivo, con la misma forma gramatical, que se refiere a matón o acosador. Este término o concepto, anglosajón, ha pasado a nuestra terminología escolar para indicar aquellas acciones violentas que determinados alumnos ejercen sobre algunos de sus compañeros de aula o centro. Intimidaciones que, en el orden físico, psicológico o relacional, se llevan a cabo, generalmente, en la “trastienda” de la percepción cotidiana. De ahí, la dificultad para su pronta localización, control y superación. Viven, estas detestables acciones, en las líneas subliminares o conceptualmente secundarias de la literatura activa, utilizando una metáfora visual vinculada al mundo de la narración. Actúan, desde las cloacas de la maldad, con moldes oportunistas y sibilinos, para evitar, por parte de sus desequilibrados autores, el riesgo de ser denunciados y sancionados. Pero hacen mucho, mucho daño. Y provocan, por consiguiente, no menos dolor en quien ha de soportarlas, injusta e irracionalmente, en contra (resulta obvio) de su voluntad.
¿Cómo suele ser la personalidad del alumno acosado? Normalmente, es un chico o chica de carácter débil. Al margen de sus circunstancias personales específicas, tiene una notable dificultad para ubicarse en el contexto social del aula. Carece de los elementos temperamentales necesarios para establecer o crear su espacio. Para “negociar” sus reglas de sociabilidad con el resto de los compañeros. Muestra sus debilidades, con indisimulada nitidez, a esa agresiva competitividad que le rodea, dentro del ámbito grupal. Tiene miedo o inseguridad para solicitar ayuda, tanto a sus Profesores como su propia familia. Temor basado en la respuesta que supone como amenaza, real o sugerida, desde el agresor. Sobre todo, carece de apoyos internos en el grupo, para que le ayuden o acepten en su peculiar personalidad. Sufre, un día tras otro, la broma, la burla, el mote, la agresión psicológica que, en la mayoría de los casos, le hiere más que aquella otra que pudiera recibir en el orden físico. Acumula rencor y miedo. Limitaciones que repercutirán, de una u otra forma, en el resultado académico de sus calificaciones. A veces, él mismo sonríe y ríe ante las burlas que recibe, tratando de rebajar la tensión o el miedo que le invade ante el compañero agresor. Su autoestima navega a la deriva por un mar de soledades, angustias y temores. Carece de la fuerza o confianza necesaria para hablar con sus padres o con sus Profesores, a los que percibe muy lejanos o desinteresados ante lo que es su gran problema. Convive a diario con esa angustia íntima, que sufre en lo más hondo de su ser, de su degradada imagen ante los demás. (Utilizo el masculino genérico. Obviamente, me refiero a ambos géneros).
No menos complicada resulta dibujar la personalidad de quien ejerce o practica el bulling. Necesita, con el más abyecto egoísmo, imponer su liderazgo e intimidación con aquél o aquellos a los que ha focalizado como presas fáciles, por su debilitado carácter. Y hablo de necesidad porque existen, en su joven trayectoria vital, determinadas carencias, afectivas, familiares, sociales o psicológicas, que degradan profundamente su autoestima. Trata de compensar esas limitaciones, que encierra u oculta en su privacidad, con su dominio anímico o físico sobre aquél o aquéllos que tienen incapacidad para frenar su agresividad y su rencor. En el orden académico no suele ser buen alumno. Con frecuencia, ha de afrontar problemas y sanciones disciplinarias. Por lo que respecta a su rendimiento en el aprendizaje, el número de repeticiones e insuficientes marca con nitidez el contenido de su libro o expediente escolar. Crea su propio equipo de amistades, donde ejerce un liderazgo indiscutido, sustentado en la fuerza, en sus habilidades deportivas o en su carácter imperativo y simpático. Acumula su frustración, familiar o académica, en una psicología controvertida e inestable. Desprecio y soberbia que trata de aliviar con la humillación, más o menos permanente, realizada sobre aquellos compañeros débiles o limitados que le rodean. Ese desprecio, que ejerce sobre aquéllos, es el rechazo que siente, en realidad, ante sí mismo y el contexto, familiar y social, que le determina y vincula. Sabe muy bien medir los tiempos y las oportunidades, para degradar a ese u otro compañero, evitando que su matonismo o acoso sea evidente, ante el conocimiento de sus Profesores, como para ser sancionado.
¿Cómo podemos prestar ayuda al alumno que sufre la intimidación del compañero si, por las razones ya expuestas, no colabora con su Maestro o Profesor, denunciando la anómala situación que, tan profundamente, le afecta? No, no resulta fácil iniciar la intervención educativa. Fundamentalmente porque tanto agresor y agredido, por distintas razones, evitan que lleguemos, con facilidad, al conocimiento de esta detestable acción de bulling. Desde luego, cualquiera de los Profesores que trabajan con el grupo pueden detectar y observar datos que permitan el seguimiento y actuación del Equipo Docente. Pero es el tutor grupal quien posee más medios a fin de conocer y corregir, hasta donde él pueda, esa atmósfera viciada que se ha creado entre dos o más de sus alumnos, en el grupo del que es responsable.
Efectivamente, el Profesor tutor debe dialogar, de forma periódica, sistemática u ocasional, con todos los alumnos que conforman su tutoría. Diálogo colectivo pero, en este preciso caso, resultan más decisivas las entrevistas individuales. Cuando hablamos con un alumno, aprovechando unos minutos del recreo (o en alguna otra circunstancia propicia), entre las preguntas objeto de nuestra conversación deben estar precisamente todas aquellas que se relacionen con estas acciones intimidatorias. Que tengan por objeto al alumno con el que realizamos la tutoría, u otro compañero que también pueda estar sufriendo estas acciones. Evidentemente los alumnos no son dados a hacernos partícipes, de una forma directa u espontánea, sobre la información que necesitamos. Pero, con habilidad y generando atmósferas de confianza, podemos captar algún detalle o alusión que nos ponga en la pista de aquello que necesitamos conocer para nuestra urgente, pero prudente, intervención.
La atenta observación en las horas de clase también resulta muy útil. Imprescindible. ¿Cómo llevarla a cabo? Analizando gestos y actitudes, de unos y otros, cuando los compañeros intervienen o participan en el trabajo escolar. Captando esos comportamientos que se llevan a cabo cuando realizamos una visita o salida educativa (quién se sienta con quién en el autobús; quién comparte sus golosinas y chucherías y con quién; quién se siente feliz con la actividad y quién permanece aislado o triste durante la misma; esos motes que sobrevuelan y las bromas que se llevan a cabo ….).
No podemos dejar de referirnos a la importancia que posee nuestro diálogo, cuando el conocimiento procede de las familias que visitan el Centro escolar. De manera voluntaria o tras nuestra llamada telefónica. Parece lógico que padres y madres sean los primeros en captar las respuestas o actitudes de miedo, temor, angustia o preocupación, que afectan a sus hijos. Si, de manera espontánea no se nos informa de estos detalles, haremos alguna observación o interrogante que nos pueda poner en pista de estas indeseables situaciones de acoso. Tanto en el sujeto activo como en el alumno pasivo.
Suelen resultar muy útiles las encuestas y redacciones que, a nivel tutorial, llevemos a cabo de forma periódica. El contenido de las mismas debe ser analizado, tanto en lo explicito como en los detalles subliminares o secundarios. A veces, la espontaneidad u originalidad de un dibujo, de una narración o historia, puede desvelarnos algún trasfondo que, como la punta de un iceberg, nos va a permitir ir descubriendo aquello que permanece oculto en la nublada angustia del agredido. Hay que saber o intentar “leer” los mensajes ocultos entre la explícitas letras y palabras.
Sería necesario e interesante dedicar uno de los días de Acción tutorial colectiva para tratar el tema del bulling en las aulas. Tras la exposición que haremos de este grave problema, los alumnos intervendrían aportando sus respectivos puntos de vista acerca de la cuestión. El tutor del grupo debe tomar nota de las actitudes, comentarios, argumentos y soluciones que se van a intercambiar en lo que será, a no dudar, un muy rentable y formativo debate. Hay que explicar al grupo, con la mayor claridad y serenidad de que seamos capaces, sobre los riesgos y daños, inmediatos o lejanos, que estas conductas provocan en nuestro equilibrio y personalidad.
Y, una vez que comenzamos a ir hilando el críptico tejido de ese indeseable ropaje, hablar con las partes implicadas, solicitando la ayuda necesaria. De los correspondientes gabinetes psicológicos y de la Comisión de Convivencia, que todos los centros, de titularidad pública o privada, deben poseer. Será inevitable, en justicia, llegar al capítulo de la sanción, para el agresor, pero, aún más importante, avanzar por el terreno de su propia reeducación, a fin de hacerle comprender el grave daño que ha provocado, o sigue ejerciendo, a un compañero. Éste último tendrá un organizado y técnico apoyo psicológico, ayuda que también habrá de recibir su propia familia.
Las comunidades educativas, en general, y los colectivos grupales, en particular, deben ser ámbitos, alegres y responsables, de formación para la vida. El proceso de aprendizaje, que en ellos sus integrantes reciben, no debe estar lastrado por conductas indignas que hagan o generen el sufrimiento. La vejación, la amenaza, el aislamiento, la intimidación, la agresión física y anímica que tanto erosiona a la persona, hay que detectarla, investigarla y erradicarla. Y paliar, con todo el apoyo, la preparación y el cariño necesario, el deterioro personal de todos aquellos que han sido objeto de tan execrables comportamientos. Las secuelas que pueden quedarle a estos jóvenes para el futuro debe hacernos tomar a todos (Profesores, familias, Administración) profunda conciencia de su gravedad y trascendencia. El mirar hacia otro lado, o el utilizar agua inerte ante el fuego, no es solución. Los ojos no deben estar entornados, para sestear ante la rutina de la comodidad, sino bien abiertos, a fin de generar el admirable y activo valor de la reparación y la esperanza.-
José L. Casado Toro (viernes 6 de Abril, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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