Como es natural en nuestras vidas, mantenemos posturas contrastadas antes realidades cotidianas, ya sean éstas importantes o simplemente nimias. Entre los hechos o posicionamientos de especial trascendencia, se escuchan a jóvenes que manifiestan su criterio o deseo de no procrear hijos. La postura opuesta o contraria a este criterio es lógica e intencionalmente mayoritaria. Este contraste de pareceres puede tener, sin duda, importantes derivaciones en el futuro de esos niños que vienen al mundo. Es una triste realidad, hay que reconocerlo y lamentarlo, que el nacimiento de muchos niños se produce cuando aquellos que los han gestado, por mil y una circunstancias, no querían que esos hijos irrumpieran en sus vidas. Son los “hijos no deseados” muchos de los cuales han de sufrir esa penosa desafección por parte de sus padres. En este duro contexto se inserta nuestro relato de esta semana.
SUSANA (Susi) nació a comienzos de los años 70, en la España tardo franquista, cuando ADELA, una chica de servicio en casa de una “familia bien” los Sres. de CAMPO ALTO, muy religiosos en su mentalidad, se tuvo que casar con BERNARDO, que trabajaba como jardinero en los jardines de la mansión señorial, además de cuidar de la piscina y ejercer algunas otras funciones. La joven había embarazada de este compañero en el servicio familiar. El “desliz” de estos criados provocó que los Señores “obligaran” a estos dos miembros de su servicio a contraer el santo matrimonio, si querían continuar trabajando para ellos. En modo alguno iban a consentir “manchar” la honradez de esta muy acomodada familia. La boda se celebró casi en secreto y a los meses necesarios nació esta pequeña criatura “no deseada” por sus padres. Adela, una chica de pueblo venida a la ciudad y Bernardo un humildes y tenaz trabajador, se ubicaron en un pequeño cobertizo de la propiedad, reconvertido en modesta vivienda, pero digna para su habitabilidad. El trabajo de Adela se centraba en la compra, cocina, lavado y planchado de ropa, mientras que su ahora marido atendía todo lo relacionado con el gran jardín y como un gran “manitas” sabía aportar su esfuerzo a cuestiones como la electricidad, la carpintería y también la albañilería. La joven pareja tenía el alimento resuelto, no tenían que pagar casa, consumo eléctrico ni otro tipo de impuestos.
Don SIMEON y doña CLARA vivían muy bien, económicamente hablando, del negocio del aceite, con extensas tierras de olivares por tierras de Jaén. Tenían en su matrimonio tres hijos, dos de ellos ya emancipados, ayudados muy generosamente con el dinero de los papás. En casa permanecía JIMENA, la hija menor, una joven “malcriada y que sólo se distraía con las obligaciones de la vida social y las modas para vestir, sin apenas estudios, pero con disponibilidad económica para casi todo lo que quisiese.
Al paso del tiempo la pequeña Susi comenzó a ir al colegio y cuando volvía del centro escolar a VILLA CLARASOL jugaba “sin molestar a los Señores” en ese gran jardín, en el que sus mejores amigos eran los pájaros, con sus vuelos y trinos para la alegría. La pequeña también amaba mucho las flores, que abundaban en ese inmenso jardín que bien cuidaba su padre. Adela y Bernardo, siempre de “cara a la galería” mantenían las formas conyugales, aunque su relación se caracterizaba por su consolidada frialdad afectiva, con discusiones frecuentes por temáticas nimias o banales. Y todo ello sin levantar en demasía la voz, no fuera que don Simeón o doña Clara se pudiesen molestar. Susi se entretenía con su muñeca Titi y su peluche Mimo, un regordete osito blanco, ya que carecía de hermanos para el juego. Esos muñecos eran sus grandes amiguitos, en ese mundo onírico e incluso mágico que su tierna y poderosa imaginación conformaba.
Lógicamente, lo que más dolía a esta niña era la falta de amor y cariño que sus padres le aportaban, muy al contrario del que ella, con infantil generosidad, ofrecía sus dos peluches. A pesar de estas duras carencias, sobrellevaba bien esta “fría” situación familiar. Se había habituado a la misma desde el momento en que vino a la vida. Pero, por las noches, recostada en su pequeña cama, le costaba conciliar ese sueño que se vuelve “travieso” con muchos niños, cuando llega la temida oscuridad. Sentía tal miedo que se tapaba su cabecita con la sábana y la colcha. Le apenaba mucho que ni su padre o su mamá vinieran a “acurrucarla” y le contaran algún cuento que le ayudara a sosegarse, para combatir ese miedo ante la oscuridad nocturna y el silbar del viento en los cristales de su dormitorio. Susi, con los ojitos cerrados, inventaba entonces alguna historia, en la que intervenían los más audaces personajes que la ficción hiciera posible. Esos cuentos o “aventuras” casi siempre solían acabar bien, para el gusto ilusionado de la niña, ya más tranquila, gracias a su infantil pero limpia imaginación. Para no olvidar estas aventuras, cuando se levantaba por la mañana o en las tardes después del colegio las escribía, resumiéndolas “a su manera”, en una libreta que iba rellenando y que guardaba con gran esmero, como si fuera su gran tesoro de los cuentos. Susi también se asustaba cuando escuchaba las sirenas de los buques cargueros, a modo de aullidos de lobos, navíos que entraban o salían del puerto, con ese tráfico de mercancías que daban de comer a decenas de familias. Por supuesto que Titi y Mimo dormían junto a ella, compartiendo el descanso, los miedos y la creatividad de los cuentos que su ama con ternura imaginaba.
Algunas tardes, Jimena, la hija “mimada” y caprichosa del matrimonio Campo Alto, comentaba a Adela, entre los saltos de alborozo dados por Susi, que iba a dedicar la tarde para hacer unas compras y que la niña podría acompañarla. Con la “prima” de los señores, Susi disfrutaba mucho cuando iba con ella a los grandes almacenes e importantes tiendas de modas, pues podía subir por esas escaleras mecánicas que parecían carricoches de feria y sin tener que pagar por subir y bajar por los repetidos “viajes” que disfrutaba. En estas ocasiones, Adela preparaba bien a su hija, para que estuviera “presentable” ya que iba a acompañar a la Srta. Jimena, a quien no le gustaba ir de compras sola. Llevándola de la mano, como si fuera su hermana menor, Susi siempre “conseguía” un buen helado o una apetitosa taza de chocolate caliente, con algún pastel para la merienda, Esas experiencias con la Srta. hacía pasar una tarde deliciosa a la hija de Adela y Bernardo. En esos paseos para las compras, Jimena también solía comprarle algún cuaderno para dibujar o colorear. En ocasiones el regalo era algún tebeo o cuento que Susi guardaba como un gran tesoro, junto a las libretas donde escribía sus historias. Para una niña solitaria, esas tardes de compras eran siempre novedosas, con las cuales iba descubriendo ese mundo de los mayores, gran enseñanza para una niña que se estaba asomando a la vorágine acústica, comercial y social, fuera de su microentorno habitual en la gran mansión de Villa Clarasol.
Cuando Susi completaba alguna de sus libretas, con los cuentos que su mente infantil imaginaba, ayudándose de dibujos y pegatinas de colores, las iba guardando en un antiguo y destartalado joyero de madera, muy usado, que la Sra. Clara le había regalado a su madre y que ésta no le gustaba porque estaba viejo, ennegrecido, rayado y gastado por las esquinas y con el barniz prácticamente ausente. Además, tenía el broche de la cerradura estropeado, por lo que no cerraba bien. Pero ese viejo joyero, que su madre lo tenía sin uso, ella lo iba a convertir en el COFRE DE LOS TESOROS. La pequeña comenzó a guardar en su interior sus libretas con los cuentos, piedrecitas de colores que iba recogiendo en el gran jardín de la mansión señorial, y algún vestido de juguete que Jimena le había hecho para Mimo y Titi. Tampoco faltaban las muy apreciadas estampas que algunas chocolatinas traían en su interior, tras la cubierta de papel. Ese cofre, con sus apreciados y valiosos tesoros, Susi lo guardaba debajo de su cama, como lo mejor y más querido que poseía, además de sus peluches.
LAS ESTACIONES DEL CALENDARIO FUERON PASANDO, para todos los protagonistas de esta historia. Bernardo y Adela fueron ya peinando las sienes plateadas de sus cabellos. Pero seguían trabajando, de manera fiel y respetuosa para sus señores, cuyas avanzadas edades iba limitando sus potencialidades físicas y también anímicas. Jimena, ya en la avanzada cuarentena, encontró un buen y “lucrativo” partido matrimonial. El “afortunado” de la elección era un tradicional y conocido “cabeza loca” primogénito de una “noble” familia: los Apalategui, industriales de vinos, licores y vinagres y que, en su decadencia social, ahora eran propietarios de una cadena de quitapenas, buen negocio para la proliferación de turistas, nacionales y extranjeros, en la bahía malacitana.
La evolución de Susana, aquella niña “no deseada, fue del todo ejemplar. Tras acabar con brillantez sus estudios de bachillerato, en el Instituto Mayorazgo, optó por matricularse en la Facultad de Ciencias de la Educación, pues deseaba cumplir su ilusión de estudiar para maestra de niños pequeños. Voluntariosa y responsable ante su futuro, a sus 19 años también buscó trabajo, para poder pagarse los estudios de licenciada en educación primaria.
Un día, también afortunado, encontró la proximidad afectiva de un buen compañero laboral, en el hipermercado donde ejercía en una de las cajas de pago. Se llamaba SAUL y ocupaba en el mismo hipermercado el puesto de reponedor de mercancías y productos. Se enamoraron y tras meses de noviazgo decidieron unir sus vidas, siendo ambos muy jóvenes. Ella sólo tenía 21 y él 23. De este matrimonio vino al mundo una preciosa niña, vivo espejo de su madre, con bellos ojos celestes, a la que pusieron el nombre de ESTRELLA, pues sus padres consideraban que era como una bella luz que alegraba e iluminaba el alegre y cariñoso caminar de sus días.
Susi en modo alguno iba a permitir que su hija pasara ese miedo antes de quedarse dormida, en la oscuridad de las noches, que ella tuvo que sufrir en su infancia. Así que una tarde tomó su antiguo Cofre de los Tesoros, de los que no había querido separarse. Dentro del vetusto joyero, encontró la gruesa carpeta, en cuyo interior estaban guardadas hasta 5 libretas de cuentos que ella había redactado “a su manera” y que adornaban su memoria de bellos recuerdos y limpia nostalgia.
Cada noche, antes de que Estrella cerrase sus ojitos para el sueño, su mamá le leía o narraba uno de los cuentos que ella había elaborado en sus noches de “miedo”, ante la mirada feliz y tranquila de una niña querida. Quería devolverle al destino, aquellas noches en las que se acurrucaba debajo de la almohada y la colcha de su cama, ante los silbidos agudos del viento golpeando o percutiendo en los cristales de su ventana, adustos sonidos mezclados con la desazón que le producía las discusiones mantenidas entre sus padres y esos “juegos” de sombras que tanto miedo y temor le producían. Con firmeza Susi manifestaba que la infancia de su niña sería muy diferente a la que ella había tenido que sufrir.
En la evolución de los años, ejerciendo Susi como maestra de maternales en un centro público, esos cuentos, producto de su despierta imaginación para la creatividad, fueron publicados por una editorial local, denominada La Casita de Papel, empresa dedicada fundamentalmente a publicaciones para la infancia. El título de ese su primer libro de cuentos, que tuvo un notable éxito de ventas en la aceptación popular, fue EL COFRE DE LOS 300 CUENTOS. Estaba dedicado a su hija Estrella. Resultaban emocionantes algunas de las palabras que su laboriosa autora había escrito en la introducción de esta muy adecuada literatura para niños: “estos cuentos, a modo de luceros que adornan e iluminan la oscuridad de la noche, van dedicados a todos esos niños que necesitan iniciar el descanso nocturno con una sonrisa en sus lindas expresiones. Sin interesantes y divertidas aventuras, con las que estos niños ya no tendrán que pasar miedos, inseguridades y temores, para conciliar ese sueño tan necesario para su feliz desarrollo. Con su poderosa y “valiente” imaginación, ellos también serán protagonistas de interesantes historias que, con atención y asombro, dibujarán en sus mentes y limpios corazones”. -
EL COFRE DE
LOS 300 CUENTOS
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 31 mayo 2024
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