Sería una muy interesante y significativa encuesta, si los centros sociológicos y estadísticos se animaran a realizarla, para su posterior estudio y análisis de los resultados. El objetivo de esta investigación sociológica consistiría en conocer, porcentualmente, el nivel de aceptación que cada ciudadano tiene acerca del trabajo que en la actualidad realiza. Lógicamente, si tiene la suerte de poder desarrollar un trabajo remunerado. La pregunta que se platearía sería, más o menos, como “Indique de 1 a 10 su grado de satisfacción con respecto a la tarea laboral que desempeña”. Obviamente, si la respuesta fuese 10, la satisfacción sería plena o máxima. Por el contrario, a medida que la cifra elegida decreciese, la insatisfacción anímica iría aumentando. Los profesionales de la sociología estructurarían sus estudios por grupos de edad, sexo, actividades profesionales e incluso por áreas rurales, urbanas, provinciales o de comunidades autónomas.
La percepción o suposición que muchos podemos tener, en base a nuestra observación y experiencia, es que muchos o una cifra substancial de ciudadanos, actualmente en activo y trabajando, están regular o “poco felices” con la profesión que han elegido, para la que se han preparado y continúan desempeñando. Pero cada persona es “un mundo”, con circunstancias o determinantes, para sentirse más o menos feliz en su puesto de trabajo. De hecho, muchos de estos ciudadanos son valientes o tienen la suerte de poder cambiar de oficio, en función de variables sumamente diversas. Otros también lo quisieran, pero no tienen el valor, la capacidad, la fortaleza de poder hacerlo, a pesar de desearlo en su más profunda intimidad. En este curioso contexto, se inserta nuestra historia de esta semana.
FELICIANO Aranda Capitán, hijo de Leopoldo, ordenanza de la Diputación Provincial de Málaga, y de Hortensia, sus labores del hogar, cuando finalizó, con no brillantes resultados, su bachillerato elemental, a esa edad nuclear en la adolescencia de los 14 años, no tenía muy claro qué ruta seguir, a qué se iba a dedicar profesionalmente en el futuro. En 1964, Málaga carecía de universidad, pero la ciudad disponía de institutos de Enseñanza Media y otros muchos centros privados, en donde poder cursar el bachillerato superior u optar por un instituto de formación profesional. En esos años del tardofranquismo, la ciudad también ofrecía la posibilidad de matricularse en los estudios de Magisterio o en la Escuela Oficial de Peritos Industriales.
“Feli” que no era buen estudiante, pero que tampoco quería seguir o continuar la senda laboral de su padre, como auxiliar de centro oficial, hizo lo que algunos de sus amigos del barrio y del instituto. Siempre a regañadientes, porque la vocación para el oficio en que se matriculó, la Escuela Normal de Magisterio, era básicamente nula. A “trancas y barrancas” fue sacando los tres cursos de estos estudios de grado medio. Ciertamente, en aquellos años 60, el nivel de exigencia en los estudios para maestro no era elevado. Para diligenciar la matrícula, tuvo que presentar un certificado de buena conducta y firmar su aceptación de los principios fundamentales del Movimiento Nacional. El franquismo gobernante así lo exigía. Eran los últimos años en los que se podía iniciar estos estudios para la enseñanza con una edad de 14 o 15. Sólo se exigía tener aprobado el bachillerato elemental, con la reválida correspondiente.
Con 18 años, Feliciano ya era Maestro Nacional, para el gran y legítimo orgullo de sus padres. Había que iniciar la “carrera” como maestro interino o contratado. De esta manera, fue recorriendo diversos colegios públicos de la provincia, con la esperanza de irse acercando a destinos cada vez más cerca de Málaga capital, su localidad natal y familiar. Al tener un nivel vocacional tan bajo o escaso, sus clases adolecían de la rutina, el aburrimiento o de falta absoluta de motivación para unos escolares con exceso de vitalidad y ganas de diversión lejos de los libros, las libretas y los pupitres. Iba “sobrellevando” el oficio, con más o menos pericia, paciencia y resignación.
Por la inercia que veía en los compañeros y por la “machaconería” de don Leopoldo, se presentaba a oposiciones, en las que nunca pasaba del primer ejercicio. Tal era su precaria preparación para estas pruebas anuales. Ya en la quinta oportunidad, pudo al fin obtener plaza, con un número muy avanzado en el escalafón a la hora de solicitar destino definitivo. Después de un largo noviazgo, también contrajo matrimonio con 35 años. La “afortunada” cónyuge era también maestra nacional, llamada FINA Esparza. Del matrimonio vinieron al mundo dos hijos varones. Y así fueron pasando los años.
Como, año tras año, se iba convirtiendo en un maestro veterano, el director de su Colegio Nacional en el que estaba asignado casi siempre le iba adjudicando los cursos más avanzados de la Educación Primaria (con la aparición de la LOGSE, lo ubicaba en cursos de 5º y 6º de Primaria).
Aunque en Málaga ya funcionaba la Universidad, Feliciano nunca se sintió animado para estudiar alguna licenciatura, opción que podía cursar (en determinadas facultades) presentando simplemente su título de magisterio. Ello le podría haber abierto las puertas para ejercer como profesor de la ESO y Bachillerato, en los institutos correspondientes, con alumnos mayores de los 12 años. El gran problema o drama de este maestro era su falta o carencia profunda de motivación vocacional para la docencia. Este condicionante actitudinal le hacía estar, casi de manera permanente, bastante desanimado, cada vez que entraba en el aula de su grupo tutorial. El momento más ansiado y esperado, entre lunes y viernes, era el sonido del timbre que indicaba que las clases de ese día ya habían ¡por fin! finalizado. Abandonaba el colegio público (situado en una zona malagueña, sociológicamente muy deprimida y conflictiva) a la mayor velocidad posible.
Lo que verdaderamente a Feliciano le gustaba era seguir los partidos de fútbol (deporte que había practicado bastante en sus años de adolescencia, por las calles peatonales, en la gran parcela arbolada del Paseo de Martiricos o incluso en el mítico campo de tierra del barrio de Segalerva). También el paso de los años había incrementado el aumento de gramos en su anatomía, por lo que el futbol ya no lo practicaba, sino que lo veía asistiendo al estadio de la Rosaleda y siguiendo los partidos de la liga de fútbol por la radio y la televisión, además de adquirir casi a diario algunos de los periódicos deportivos, como el AS y el MARCA. A este poco vocacional maestro, también le gustaba sobremanera el coleccionismo de llaves, de toda naturaleza, forma, tamaño y material. Se ufanaba de tener un gran baúl con más de mil modelos, muchas de las cuales las obtenía a través de sus familiares, amigo o a través de las visitas que hacía periódicamente por los anticuarios de la ciudad y provincia, quienes se las vendían a muy buen precio. Una de sus mayores satisfacciones fue la organización de una gran exposición de llaves antiguas, en el salón de actos de su colegio.
En la privacidad de su vida, Feliciano era de comportamiento un tanto austero. Aunque muy golosos de los dulces, especialmente los de nata (con el perjuicio subsiguiente para el diámetro de su cintura) nunca se “aficionó” al tabaco ni a beber nada de alcohol. Sólo en algunas celebraciones, especialmente en fechas navideñas, aceptaba algún vasito de sidra El Gaitero o de cerveza, a ser posible 00, pero nada más. Era lo que se dice, un perfecto abstemio para la bebida.
En el curso 2004-2005, con más de 35 años dedicado a la docencia, con un nivel vocacional muy bajo, el director de su grupo escolar, don ABILIO Fonseca le había asignado un grupo tutorial de 6º curso, el colectivo escolar más avanzado en la educación primaria. Hay que matizar o añadir que su colegio estaba ubicado, como antes de ha comentado, en una zona urbana, especialmente “conflictiva” (paro, venta de estupefacientes, clanes familiares enfrentados, etc.) y con un nivel de renta per cápita de las más bajas a nivel provincial. Los alumnos de este colegio no eran “malos” de naturaleza, aunque se veían condicionados por la situación familiar y el entorno social en el que convivían. Eran chicos excesivamente traviesos y bromistas, actitud muy propia también de su edad. Cualquier oportunidad que se les presentaba la aprovechaban para desahogar sus afanes infantiles de divertimento y “cachondeo” en el argot popular. Su profesor tutor “capeaba” como bien podía, las más que frecuentes salidas de tono de estos chavales, que ya soportaban en su entorno familiar esas imágenes y realidades extremadamente carenciales, no solo en lo material, sino también en los valores de comportamiento y respuesta. También, lo que era más grave, de la ilegalidad. Feliciano no se ocultaba o privaba de comentar con sus compañeros de claustro, la precaria base vocacional que poseía, para encauzar a estos díscolos escolares.
“Os confieso que, si llevo tantos años metido en “esto” de la enseñanza, es porque de algo tengo que vivir y llevar un sueldo a casa. Pero yo no soy vocacional para la entrega diaria al oficio, Tenía que haber buscado, como muchos de mis compañeros de promoción, un banco o una caja de ahorros, para trabajar como administrativo o incluso dependiente de tienda. Estas horas, en las que tengo que estar “encerrado” con estos chicos tan traviesos, se me antojan insufribles y no paro de mirar el reloj para ver cuando finaliza ese “suplicio” diario”. Y un día, acaeció, en todo este contexto, una divertida y significativa anécdota.
NEMESIO Cebrián era un compañero de claustro, que había sido padre por primera vez, a pesar de que ya sumaba los 42 años. Se había casado a una edad avanzada y este primer descendiente había sido “procreado” gracias a la ayuda de una clínica especializada. Deseaba celebrar su paternidad y feliz natalicio con sus compañeros. No encontró o arbitró mejor oportunidad, que llevar unas botellas de vino dulce de Cómpeta (municipio natal de su mujer Mariblanca), para montar un pequeño refrigerio en el recreo del último día de la semana. Añadió, ese viernes, unas tapas de jamón de pata negra con daditos de queso manchego añejo en curación, con los “piquitos “correspondientes, para hacer un buen desayuno o aperitivo de media mañana.
En ese infausto viernes de mayo, el abstemio maestro Aranda se sintió “obligado” socialmente a compartir ese refrigerio con su compañero Nemesio. Se armó de fuerza y arrojo y tras coger un trocito de queso, los compañeros, en plan alboroto y simpatía (conociendo su especial relación con el alcohol) le animaron y casi “obligaron” para que tomara una copa de vino de Cómpeta, que llenaron casi hasta el borde. El buen dulzor de este vino hizo más agradable el trance que para Feliciano suponía beber alcohol. Hacía décadas que el vino no entraba en su boca. El celebrante era hijo de un tabernero de Málaga que regentaba un “quitapenas” en el centro antiguo y turístico de la bella ciudad. El generoso néctar de la uva pasa había sido traído por Nemesio con la garantía de su padre de que era el mejor vino dulce que tenía en la bodega.
Feliciano (55) se sentía cada vez más “alegre”, en ese viernes celebrante “para olvidar”. La generosa copa de vino dulce de Cómpeta que había tomado se le subió rápidamente a la cabeza. Ya fuera del necesario autocontrol, aceptó repetir con otra copa hasta el borde, contenido que rápidamente sus compañeros le sirvieron entre risas y cómplices miradas. El dulce néctar del dios Baco lo había traicionado. Un tanto medio sonámbulo, escuchó el sonido del timbre, tocado por el conserje Cleofás, anunciando el final del recreo. Con pasos inseguros emprendió la marcha hacia el aula nº 7 que ocupaban sus alumnos de 6º A quienes, al verlo llegar, en un estado de manifiesto desequilibrio orgánico, comenzaron a realizar sus cábalas acerca de lo que le pasaba al maestro. Pudo llegar a su estrado, aunque en alguno momento su balanceo corporal amenazaba con una caída. Sacando fuerzas de su gran “flaqueza”, comenzó a explicar nociones acerca del Siglo de Oro en la literatura española. Pero las ideas y contenidos no fluían en su mente, totalmente abigarrada por el efecto etílico. La vocalización se le trababa y los ojos, algo “saltones” se le medio cerraban. Semejante y deprimente espectáculo provocó el divertimento de la joven muchachada, cuyos comentarios y risas corrían de boca en boca. Esas dos copas, bien llenas de vino moscatel, habían desarbolado y descompuesto el tradicional equilibrio del maestro Aranda. Feliciano, siendo consciente de la situación tan embarazosa y ridícula que estaba protagonizando, hizo una señal al delegado de grupo, Toño Heredia, para que guardara el orden de la clase, mientras él, con paso cada vez más inseguro abandoba el aula, camino del despacho del director Fonseca, a fin de pedirle ayuda.
Sus festivos y traviesos alumnos hicieron poco caso, como en ellos era habitual, del compañero Toño. Los comentarios, risas y “chascarrillos” corrían de boca en boca, magnificando y exagerando los hechos. “Habrá ido al servicio, porque se le ha descompuesto el vientre. Se está haciendo “caca”. No podrá aguantar el pi-pi. Se estará “meando”. Lo que tiene es una “cogorza de campeonato”. A estas imaginativas conclusiones, siguieron algunas canciones jocosas alusivas al estado del pobre maestro. “Aranda, temblón, le has dado mucho al porrón”. Don Feliciano, el pi-pi te ha traicionado. Aranda, copero, trabaja de sereno” Y otros por el estilo que, por respeto al lector, todas de muy mal gusto, no se explicitan.
Al pobre, desarbolado y mareado, maestro Feliciano Aranda, lo tuvieron que llevar a su domicilio. Nada más verlo llegar, su mujer, FINA Esparza le soltó una “espectacular bronca” por el espectáculo que esta dando. El profesor de guardia y compañero de Feliciano, Santos Laguardia, sentía vergüenza ajena al ver como la esposa de su compañero le gritaba y zarandeaba, de manera zafia e indecorosa, no cesando de repetirle “Señora, sosiéguese, contrólese, tranquilícese, que ha sido un accidente lamentable y totalmente imprevisto, pero ahora no es el momento de tratar así a su marido”. “¡Qué habrán dicho los vecinos, cuando te hayan visto llegar en este estado, viejo vicioso! Buenos palos te mereces, truhan”.
Estas situaciones insólitas y enojosas pueden suceder ¡qué duda cabe! Incluso el abrumado Nemesio Cebrián se culpaba, por haber provocado sin querer ese sofocón humillante en un apreciado compañero, quien “rezaba” cada noche porque llegase pronto esa jubilación que lo librara de una vocación no arraigada en su persona.
Su amigo, compañero y director del C.P. Maria Auxiliadora, mantuvo con Feliciano una larga conversación en su domicilio, proponiéndole que continuara de baja por depresión, ya que el final de curso estaba a un par de semanas. Lo más conveniente para Feliciano, le aconsejó, era el cambio de centro, hasta cubrir esos cuatro o cinco años que le quedaba, para poder acceder a la jubilación con el sueldo máximo legal establecido. Habló con el inspector de zona, explicándole detenidamente los hechos y la buena conducta que este maestro había mantenido en todo su expediente académico, verdaderamente impoluto de cualquier falta o comportamiento inadecuado. Andrés Palanca, el inspector le buscó una comisión de servicio en un colegio “más tranquilo” sociológicamente hablando.
Así que el curso siguiente 2005-2006, Feliciano lo inició en el Colegio Cártama, a unos 17 km. de la capital malacitana. Acordó con otro compañero que tenía vehículo (tras no superar por tres veces el examen de conducir, había desistido la opción de tomar un volante para el resto de su vida) desplazarse con él, pagando la gasolina a medias. Cada mañana recorrían la carretera del parque Tecnológico camino de la bella localidad cartameña, famosa por su espléndida riqueza cítrica. Feliciano sólo estuvo curso y medio en este destino rural, pues pudo conseguir la jubilación anticipada por sus frecuentes depresiones, certificadas por los facultativos correspondientes.
HAN CAÍDO NUMEROSAS HOJAS DEL CALENDARIO. Feliciano Aranda, profesor jubilado, dedica, en la actualidad, dos tardes a la semana para dar clase a personas mayores analfabetas, precisamente en el barrio marginal donde tuvo ese infortunado episodio de comportamiento ebrio no voluntario ante sus alumnos de sexto curso de educación primaria. Es persona apreciada y respetada, no sólo en la concejalía de acción social del distrito, sino entre el común de los vecinos, que valoran su buen hacer, su sencillez y su proverbial verdad. Este maestro nacional, sin vocación para la docencia, eligió una profesión inadecuada. Fue un lamentable error, pero así ocurre no pocas veces en la vida. Esta serena etapa de su “tercera vida” la desarrolla alejado de una compañera con la que ya carece de vínculos afectivos o pasionales. El hijo de Nemesio Cebrián, su amigo y compañero, que ejerce la abogacía, le ayudó judicialmente en este proceso de ruptura (aunque él manifiesta “proceso hacía la libertad y la paz espiritual”. -
LA ERRÓNEA DESUBICACIÓN PROFESIONAL
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 24 mayo 2024
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