sábado, 11 de mayo de 2024

EN EL ILUSIONADO JARDÍN DE JULIETA.


La magia narrativa nos conduce a un matrimonio gris y aburrido, como tantos otros en tiempos avanzados de la madurez. El cansancio convivencial y las rutinas sin brillo, en el quehacer de cada día, hacía cansinas la sucesión de todas esas fechas marcadas por el rígido calendario. Tal vez lo más preocupante de esta situación no era sólo la “pereza” relacional entre ambos cónyuges, sino también las ocres expectativas que se cernían sobre el futuro de un matrimonio “modélico”, estable y ejemplar y de acendrado catolicismo, siempre de cara a la galería. Habían tenido tres hijos, ya independizados, Elisa, Nando y Marcelo, que sumaban 5 nietos, hasta el momento, todos de corta edad, a los que atendía en distintos momentos y oportunidades la abuela Clementina.

OLEGARIO Pascual Vicente, (54) diplomado en Ciencias empresariales, trabajaba como cajero en una prestigiosa entidad bancaria, del grupo Santander, desde hacía ya 26 años. Era una persona de extremada rectitud y seriedad, que cubría sus ratos de ocio como un aburrido coleccionista de sellos de franqueo ordinario. Aficionado a presencial los partidos de fútbol, asistía al estadio de la Rosaleda los domingos, cuando jugaba el Málaga F.C. Los días de fiesta de guardar nunca faltaba a misa de doce en la Catedral malacitana, acompañado de su mujer, oficio religioso que presidía en ese día y hora el Rvdo. Sr. Prelado de la diócesis, acompañado del cuerpo de diáconos. Aunque este ejemplar padre de familia no acostumbraba a beber, ni tenía dependencia del tabaco, a la salida del magno templo catedralicio, compraba el diario deportivo Marca e iba caminando ju8nto a su señora esposa hasta el establecimiento de La Cueva, en calle Martínez, a dos pasos de Larios, con el objeto de tomar el aperitivo dominguero: refrescos y alguna tapa de butifarra, chorizo o queso.

Por su parte, CLEMENTINA Navas Portal, (52) sus labores en el hogar, era una mujer apasionada de las rebajas y de la ropa de “buen poner”. Un par de veces en la semana asistía, con sus amigas Cloti, experta en informática y Bibita, restauradora de muebles antiguos, a la Peña La Palangana, sociedad recreativa ubicada en la zona del antiguo Perchel norte, en donde gustaban tomar chocolate caliente con churros, hablar de sus cosas y hacer proyectos que, en la mayoría de los casos, nunca eran llevados a efecto. Clemen (como se la llamaba familiarmente, manifestaba un notable sobrepeso en el trasero que hacía difícil disimular su más que generoso volumen. Esta mujer “dominaba” o controlaba su vivo y muy aletargado fulgor sexual, con los frecuentes minutos de confesionario, previa a la frecuente y fraternal comunión. Pero Olegario, que se veía ya “muy mayor” no estaba “por la labor” y siempre aducía su cansancio o esa desalentadora frase de “mujer, que ya no somos unos tórtolos”. Ciertamente, la comunicación entre los dos esposos era harto silenciosa. Cada vez hablaban menos, con la fortuna de ser ayudados por esa pantalla parlante de las múltiples cadenas televisivas. El aburrimiento relacional era patente entre estos “modélicos esposos, para la acomodada vecindad del bloque que habitaban, en el núcleo intermodal de la Explanada de la estación.

Así andaban las cosas, como ocurre en tantos matrimonios desvitalizados, con los hijos ya integrados en sus respectivas familias, que mantenían ese fervor filial, un tanto interesado, por el servicio que recibían al tener a sus hijos bien cuidados por sus abuelos, en el respiro de sus frecuentes ratos de asueto y esparcimiento para el divertimento. Olegario y Clementina tenían plena confianza en la fidelidad recíproca ¡a su edad, no podía ser de otra forma! 

Ella veía a su marido entregado a su trabajo bancario o en ese mirar “embelesado” a la colección de los sellos, esforzadamente organizada, tras largos años de búsqueda y compra en filatelias. O también, con ese divertimento del fútbol del fin de semana, que le distraía de su estrés cotidiano ante la ventanilla del banco, tal vez desplazándose a la Rosaleda o estando pegado a la radio, saboreando los goles de su equipo favorito, el “colchonero” Atlético de Madrid.

Olegario “pasaba” ampliamente de Clemen, conociendo que ella estaría ocupada en sus asuntos: la cocina, las compras de ropa, con esas rebajas que francamente la enloquecían, tendiendo además el desahogo salvador de esas amigas colegiales, con las que pasaba sus ratos de ocio en la ruidosa Palangana (peña que él se excusaba, una y otra vez, de visitar) merendando el habitual descafeinado con leche o chocolate caliente y ese pastel de hojaldre con cabello de ángel (pastelería Aparicio) que tanto le deleitaba.

Pero los deseos sexuales estaban ahí, latentes, adormecidos, controlados, pero no desaparecidos. Pero en ocasiones ocurren hechos curiosos, inesperados, incluso inexplicables, pero que revitalizan y despiertan del sopor agreste del aburrimiento,

Era fin de semana, un sábado tarde. Olegario se distraía trasteando y remirando su colección de sellos, primorosamente pegados y rotulados en esas páginas acartonadas y amarillentas, por el paso del tiempo. En un momento de sopor, cerró los dos grandes álbumes, y se dispuso a “navegar” con su portátil MAC. El día seguía nublado y ventoso. La tarde prometía ser “larga” en la monótona rutina. Fue recorriendo diversas páginas web, dando sorbos intermitentes a esa taza de té moruno que se había preparado. Una cardiaca motivación le sobrevino, cuando se topó con una página de CITA A CIEGAS PARA EL AMOR. Se animó a entrar en ese juego de aquellos solitarios que buscan una pareja con la que compartir sus realidades vitales. Se le pedía que, con un seudónimo, hiciera una breve descripción personal, aportando datos básicos sobre su edad, actividad, aficiones y datos físicos y de carácter de la pareja con la que agradaría “congeniar”. Pensaba en esa compañera “ideal” con la que le gustaría hacer amistad y generar esa ilusión que tanto faltaba en su vida. Una vez completados los datos y después de pensarlo durante unos segundos, se atrevió a pulsar el botón de “enviar”.

Ahora “tocaba” esperar a ver si llegaba alguna respuesta a medio plazo. La realidad es que, como tantos otros, “incautos o listos” había falseado algunos de sus datos (edad, caracteres físicos y ocupación laboral básica). Había enviado la opción de una persona que, obviamente, sólo existía en su imaginación. Lo cierto era que sólo pensaba en distraerse o divertirse, tratando de pasar ese sábado tristón otoñal que tan escasos incentivos le reportaba. El programa garantizaba una respuesta en menos de una hora, dada la amplia oferta de que disponía en su copiosa base de datos. No se equivocaba el aburrido cajero de banco, pues transcurridos unos 30 minutos, OCTAVIO (nombre supuesto) recibió una comunicación de una tal IRINA, mensaje henchido de amor, cariño y sensuales palabras. Durante el resto del sábado recibió no menos que cinco “incitaciones” para proseguir ese proceso de acercamiento para el amor. Olegario se sentía abrumado y nervioso emocionalmente.

Al fin se decidió a enviar respuesta, en la que “matizaba” algunos de los datos que previamente había escrito, en la línea de acercarse a su verdadera personalidad. Lejos de encontrar una respuesta desabrida, Irina, también recondujo los suyos, en un intento de acercamiento y de recíproca confianza.

Se despertó en varias ocasiones durante la noche, pensando, una y otra vez en Irina. Gran parte del domingo la pasó sumido en la inquietud, cerca del ordenador, por si encontraba algún correo o mensaje de ese “amor” que iba tomando cuerpo en la estructura de su solitario corazón. Le dio un nuevo “vuelco” la pulsación cardiaca, cuando el domingo atardecía, al sonar un pitido indicándole que un correo o e-mail había llegado a su buzón. Para su inmensa suerte era Irina. Se disculpaba de la tardanza en la comunicación. Pero ahora, lisa y llanamente, le comentaba que había llegado la hora de intercambiar algunas imágenes de sus respectivas personas. Era previsible: ambos “tortolitos” intercambiaron fotos que no eran reales o actuales. Olegario envió una foto suya, de cuando tenía unos quince años menos.

Y así fueron pasando los días. Un hombre más animado y vitalizado en su existencia que prácticamente a diario enviaba palabras cálidas, henchidas de carriño y necesidad hacia esa Irina que el destino le había regalado para “endulzar” esa complicada media vida a los cincuenta avanzados. Su trastorno era más que evidente. Había perdido el apetito (lo cual bien le venía, para “limar” algunas de esas grasas sobrantes que se repartían alocadas por su epidermis corporal. El despertarse, durante esas madrugadas para el descanso, era un hábito que se repetía cada vez con más frecuencia. Entonces pensaba en ella, nada más que ella.

Prácticamente, desde los primeros momentos, Clementina se había dado cuenta de que a su marido le pasaba algo. Observaba divertida la situación, y de inmediato tuvo una larga charla con su amiga Cloti, para que la asesorada en el terreno informático. Aducía que quería conocer toda la información  posible de las “andanzas” de Olegario con el portátil y con su móvil telefónico. “Es que está como un chiquillo adolescente que ha descubierto el amor a los 12 años”. Cloti la asesoró convenientemente y ella se dispuso a actuar.

Y como ocurre en todas estas páginas del juego del amor, llegó el día ansiadamente esperado por ambos (según sus comunicaciones, cada vez más cálidas uy sensuales) del encuentro: LA CITA A “CIEGAS” que se hacía realidad al estar presentes el uno frente al otro. Fijaron de mutuo acuerdo un lugar y una hora del fin de semana, para darse a conocer. La emoción era inenarrable, para este veterano personaje que hacía años, décadas, que había perdido el fulgor del amor, el ritmo cardiaco de la atracción y materialización sexual. “Mi amorcito Irina, Iré vestido de una manera juvenil, pues percibo que eres un tanto menor que yo. Tu juventud es como una fresca fuente vitalizante que mana alegría, actividad, ilusión y encantos de continuo (habían dado datos “pulidos” de su cronología vital). Suéter de cuello alto azul. Chaqueta vaquera celeste. Blue jeans. Con deportivas blancas Nike” En sus conversaciones con la enigmática y “melosa” jovencita le había comentado su quehacer deportivo, siempre que podía, tras sus obligaciones laborales en la entidad bancaria.

También Irina le había descrito su vestimenta para ese trascendental encuentro. Camisa tonalidad rosada, con una rebeca beige. Pantalones vaqueros y deportivas treking, marca Quechua. El punto de encuentro había también quedado fijado en la romántica cafetería LA BELLA JULIETA, en la zona céntrica de Puerta del Mar, a dos pasos de la Alameda Principal. La hora puntual sería las 7 de la tarde, del sábado.

Olegario tenía un cierto miedo a la actitud de Irina cuando lo viese, muy diferente de esa fotografía que le había enviado y en la que aparecía con treinta y tantos años. En la noche del viernes le había enviado un nuevo e-mal, tratando de prepararla y minimizar el impacto visual que iba a ofrecerle.

“Mi lucecita querida, me tendrás que perdonar porque algunos datos no son del todo exactos- Lo hice por temor a perder ese milagro que el destino y la divinidad ha puesto en mi vida, en nuestra vida. Te vas a encontrar a un buen hombre, con esa madurez que con fortuna va a equilibrar esa juventud que rebosas a través de tus sensuales palabras. Mi corazón “arde de ilusión y esperanza, y los segundos se me hacen horas, hasta que pueda estar junto a ti, un mágico santuario que me hará renacer. Entonces los latidos del alma resonarán como campanas al viento que llaman a la ilusión celestial desbordante. Eres mi Paraíso, mi razón de ser y existir”.

La respuesta de Irina también fue sincera. Reconoció que la foto que le había enviado no era la de ella, sino la de una amiga con un cierto parecido físico a su persona. Pero que ella era también una mujer buena y cariñosa, dispuesta a darle todo ese amor que carencialmente tanto le abrumaba y desalentaba. “El mejor valor que poseo es el cariño que transmito a las personas queridas. Y te aseguro que tu potencialidad sexual la vas a recuperar, con lo que te vas a sentir el hombre más feliz y satisfecho del mundo. Vamos, en lo posible, a compartir ese mundo que anhelas y que ahora lo sufres vacío, con esa aridez que genera la carencia de amor y sexualidad”.

Al llegar la hora del tan esperado encuentro, a esa hora mágica de las siete, cuando el sol comenzaba ya su retirada, dejando el paso a las estrellas y luceros, Octavio / Olegario se presentó con proverbial puntualidad en el Julieta Coffy o El Jardín de Julieta. A los pocos minutos llegó la tal Irina, que venía vestida tal y como le había descrito en el último mensaje identificador. Previamente Olegario había comprado un bello ramo de flores, en uno de los puestos jardineros de la Alameda principal. Ese ramo de flores cayó de bruces al suelo, cuando el cajero bancario, vio a la persona que vestía esas prendas bien señaladas. Estuvo a punto de darle “un flato”, como antiguamente se decía. ¡Maldición!

TENÍA DELANTE A IRINA ¡EN LA PERSONA DE CLEMENTINA!

El sorprendente impacto psicológico fue tan fuerte que incluso sufrió un desvanecimiento, teniendo que ser auxiliado por el solícito camarero Rodolfo, que de inmediato ordenó a la barra que preparase una tila. Clementina sonreía y gozaba de haberle dado una buena lección al “pavilucio” (expresión muy malagueña) de su marido.  

¿Pero qué había ocurrido?

Clementina había seguido toda la trama desde la primera noche, cuando vio que su marido se había dejado encendido el portátil. Con la ayuda técnica de su amiga Cloti, fue suplantando a la tal Irina, enviándoles los mensajes que tanto ilusionaban a su “necesitado” marido. Quería darle una buena lección y en el mundo de la cibernética, los buenos especialistas, como su amiga, pueden conseguir unas simulaciones, que dejarían asombrado al más crédulo de los internautas. Obviamente la “pobre” relación de estos rutinarios cónyuges acabó de romperse sin posible solución.

Han pasado unos meses desde este impactante episodio. Ambos veteranos esposos hacen vida separada, aunque siguen compartiendo el mismo piso, por dos fundamentales motivos: tratan de evitar el disgusto que podrían provocar a sus hijos y nietos y, sobre todo, por “el qué dirán” sus amistades de ese elitista microcosmos social en el que se hallan inmersos.

En el árido caminar de muchos hombres, siempre hay una ilusión con el nombre de Irina, a modo de sirena providencial, en la que centran todas esas sus esperanzas perdidas o degradadas por la prolongada convivencia conyugal. Es la ocre realidad, tensionada por la sucesión innegociable de las hojas del almanaque, que degrada las epidermis, nubla los sentimientos y el sentido o necesidad de las propias palabras. Lógicamente esta situación se repite, como no podía ser de otra forma, en el caso de las mujeres, quienes a modo de Penélopes pacientes, esperan la llegada a sus vidas de Ulises, Aquiles o Apolo, en esa huida paralela o insatisfacción continua con la edad. Es la eterna paradoja. Los niños quieren, anhelan, llegar a ser mayores. Los mayores añoran los frutos e incentivos de la juventud. La serena vivencia de cada día, la lúcida integración imaginativa del ser, no es entendida, no es aceptada por muchos, como sencilla solución, inteligente y eficaz. -

 

 

EN EL ILUSIONADO

JARDÍN DE JULIETA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 10 mayo 202

 

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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