jueves, 16 de mayo de 2024

SUCEDIÓ EN UNA ESTACIÓN DE AUTOBUSES.

En la evolución de los días, gozamos a veces la suerte de conocer e incluso vivir experiencias o anécdotas curiosas, enriquecedoras en valores o insólitas en su inesperado protagonismo. Hay veces que estas realidades adquieren incluso una mayor relevancia, tanto en su contenido, como en el magisterio significativo para nuestras vidas. Veamos una de estas historias, que puede facilitar la eficaz terapéutica de la lúcida y racional reflexión.

ARSENIO Perales trabaja como expendedor de billetes o tickets, en una de las ventanillas de la estación central de autobuses de la capital malagueña. Este gestor o vendedor de viajes, básicamente suburbanos, se halla en una cronología de plena madurez, para su sosegada y tranquila existencia. 46 años bien llevados, doce de los cuales vinculado a la importante empresa de transporte de viajeros ALSA. Casado con HERMINIA Henares, “mujer de su casa”, no han tenido descendencia en su matrimonio, carencia que han sabido suplir con la entrega generosa a cinco sobrinos, vinculados a sus tres hermanos. En su horario de trabajo, desde las 8 de la mañana hasta las tres de la tarde (con esos minutos restauradores para el desayuno o aperitivo) este responsable empleado trata o “conoce” breve y diariamente a decenas de viajeros, tratando de atender, con amabilidad y diligencia las consultas o peticiones que recibe desde el otro lado de la ventanilla. La compra de billetes, las consultas horarias, o incluso esas aclaraciones acerca del punto de venta más adecuado para ese destino que pretende la clientela, son las gestiones más usuales que el eficaz y paciente Arsenio realiza. Se siente especialmente feliz cuando puede ayudar a los abrumados o nerviosos viajeros, que llegan tarde y temen perder el bus que tanto necesitan. Sus consejos, basados en la experiencia, solventan muchos problemas, para todos aquellos que viajan por necesidad o placer.

En su memoria reposan decenas y decenas de anécdotas, de la más variada naturaleza. Algunos ejemplos: la pérdida u olvido, de los más variados objetos en la aglomeración de las colas de espera, son episodios más que frecuentes: monederos, billeteras. Llaves de la casa y del automóvil, billetes ya abonados, mochilas o bolsas … también, esos pequeños que en el fragor de las horas punta, han perdido el control de su papá o de su mamá. Cada día, cuando llega a su domicilio en la zona del antiguo Perchel, relativamente cerca de su puesto de trabajo, durante el almuerzo o la cena gusta narrar a su mujer las anécdotas o chascarrillos novedosos del día, bajando el sonido del televisor, para ser mejor escuchado.

Por las tardes, después de descansar un ratito de siesta, suele reunirse con su amigo de la infancia PAULINO, que trabaja como auxiliar de enfermería en el Hospital Clínico Universitario, Ntra. Sra. de la Victoria en Málaga. Se distraen “echando” esas partiditas de dominó, mezcladas con algún aperitivo o merienda. Cuando el tiempo meteorológico acompaña, disfrutan dando largos paseos, casi siempre cerca de las aguas del mar. Arsenio también suele sacar tiempo libre para la lectura, una de sus tradicionales aficiones, utilizando el préstamo de libros de la biblioteca pública Municipal Jorge Guillén.

Pero entre todas las anécdotas que atesora en su memoria, una muy especial acaeció de manera sorprendente, pero con especial trascendencia por su significación social y sobre todo humana. Una mañana de dulce tiempo primaveral, en abril, sobre las 9:30 (era viernes) la taquilla expendedora estaba inusualmente tranquila. Vio acercarse a un hombre delgado, modestamente vestido, quien portaba, cosa natural, una mochila moruna en uno de sus hombros. Lo atendió de inmediato, tras percibirlo como un tanto nervioso y desorientado. Hay que matizar que la ventanilla que controlaba Arsenio ese día era “polivalente” es decir, a través de la programación informática, podía “vender” tickets para un número variado de destinos. Esta versatilidad ahorraba costes a las distintas compañías de viajes, que operaban en el centro nuclear del transporte andaluz por carretera.  Para sorpresa de Arsenio, el cliente, llamado BONIFACIO Aranda (al paso del tiempo llegaría a conocer muchos datos de este “extraño” personaje) le hace la siguiente e insólita petición:

“Por favor, deme un billete de ida y vuelta, para el destino que mejor le parezca. El que Vd. quiera”. El asombrado expendedor le respondió, un tanto molesto, pensando en principio que su interlocutor estaba de broma. Ante la insistencia que esta persona (superaba obviamente los sesenta años) Arsenio se vio obligado a explicarle, con la mayor serenidad y tratando de ser lo más didáctico posible.

“Le explico, con la mayor claridad, que mi función es venderle el viaje para el destino que mejor prefiera. Comprenda que su postura o petición es un tanto inusual o insólita. Yo no puedo saber a dónde Vd. desea dirigirse”.

El extraño cliente, sin inmutarse por la respuesta que había recibido, reiteró su primera y ya conocida petición. Entonces la atmósfera entre ambos hombres se tornó un tanto “cargada o crispada”. Arsenio, ante la tozudez que tenía por delante, se mostraba dispuesto a requerir la presencia del servicio de seguridad de la gran estación. Realmente pensaba que el cliente que tenía ante la ventanilla no estaba muy cuerdo. Sin embargo, la reacción de Bonifacio fue más explicativa y “rogativa”.

No se me enfade, por favor. Mi nombre es Bonifacio. Quiero explicarle que hace un mes y medio que accedí a la jubilación. La verdad es que ahora me aburro “como una ostra”. Me siento solo, entristecido ante la soledad que tanto me abruma. Añoro mi trabajo, que realizaba en una tienda de telas al corte, que también estaba habilitada como mercería, en Puerta Nueva. Allí he permanecido largas décadas de mi vida. Mi trabajo detrás del mostrador me hacía sentirme feliz. Me sentía útil y distraído. Pero ahora, al levantarme por las mañanas, me pregunto ¿qué voy a hacer hoy? Y los días son muy largos para mí. Una vecina, Catalina (ahora yo vivo solo, pues mi mujer ESMERALDA se me fue a los cielos, para mi desesperación) me aconsejó que viajara, al menos una vez a la semana y que fuera conociendo los bonitos pueblos de que goza esta preciosa provincia. Incluso también otros municipios andaluces, afamados por su riqueza monumental. Por eso hoy viernes he querido seguir su consejo, iniciando alguno de esos viajes que tanto bien pienso me harán. Es lo que me he dispuesto a hacer también las próximas semanas. Simplemente Vd. que entiende bien de los viajes, me da un destino y yo le pago el importe del autobús.”

El atento expendedor de billetes para los viajes sintió, tras escuchar las sinceras palabras de su interlocutor, verdadera lástima de este cliente que, obviamente, le estaba pidiendo ayuda. Pensó, de inmediato, lo difícil que resulta para muchas personas afrontar ese cambio importante en la vida, cual es la jubilación y la viudez. En coherencia con esta percepción, cambió rápidamente su postura, buscando el lado positivo en sus respuestas.

“Bien, Sr. Bonifacio. Dentro de pocos minutos, a las 10, parte un autobús, con un destino precioso, para disfrutar bien el día. Es la bella localidad de RONDA. Puede volver esta misma tarde, pues el bus de vuelta lo hará a las 20 h. Aunque haya estado en este precioso y romántico lugar, no es una idea desacertada volver. Visite la zona impresionante del Tajo, recorra y comparta la alegría de sus calles, hable con sus gentes y disfrute de un buen almuerzo o un suculento tapeo. Le aseguro que pasará un día muy agradable en esta sin par localidad”.

Boni, más convencido que nunca, pagó el 50 % del importe viajero, por ser poseedor de la tarje de la Junta Andaluza, para mayores de 65 años. El ida y vuelta le resultó muy económico. Con las gracias subsiguientes y un fuerte estrechón de manos, finalizó ese insólito diálogo, mantenido ante la ventanilla de una estación de buses. Arsenio pensaba no olvidar esta anécdota que hablaba de humanidad, soledad y necesidad. También, por supuesto, de ayuda hacia los demás.

Y llegó el viernes siguiente. De nuevo el Sr. Bonifacio se presentó delante de la taquilla de Arsenio. Se lo veía bien sonriente. Tras el saludo subsiguiente, entregó al vendedor de los tickets un paquetito confitero: eran las “afamadas” y sabrosas Yemas rondeñas del Tajo, como muestra de agradecimiento al comprensivo y bondadoso expendedor, quien agradeció complacido el buen gesto de este proverbial cliente. Boni comentó brevemente lo bien que lo había pasado la semana anterior, pues Ronda era ciudad con innumerables atractivos. “Seguro que, para este viernes, me vas a recomendar otro destino que me hará disfrutar de sus atractivos, pasando un buen día para el inicio del fin de semana.

Arsenio, con el regalo de las yemas en su mano, sonrió con benevolencia, recomendándole un billete para visitar el atractivo municipio de FRIGILIANA, en la Axarquía.

“Te aseguro, amigo Bonifacio, que es uno de los pueblos más bonitos del este malacitano. Sus atrevidas calles empinadas, sus viviendas adornadas con centenares de macetas con flores, sus espléndidas vistas, la gratitud fraternal que comparten sus vecinos… Es una excelente opción.  Son las 8;45. Hay un autobús, para ese precioso destino, que parte a las 9 en punto. No pierdas el bus y disfruta del viaje. Lo recordarás con agrado después de muchos años”.

Se estrecharon de nuevo las manos, con un indisimulable y recíproco afecto. “Gracias, buen amigo. Seguro que me envías a un estupendo paraje de la Axarquía, precisamente un pueblo o localidad que no conozco. Me acordaré de ti cuando pasee y disfrute las delicias de ese lugar”.

Al terminar su jornada de trabajo, Arsenio iba ilusionado a casa, para narrar a su mujer el nuevo encuentro con el extraño cliente, quien de nuevo le había pedido consejo para buscar un destino atrayente a donde dirigirse. Le entregó a Herminia las yemas rondeñas que Boni le había regalado: “deben estar buenísimas”

“Pienso que me estoy convirtiendo en “hermano espiritual” de esta persona que se siente profundamente solo, sufriendo esa frecuente inadaptación de muchas personas a la jubilación. Desde luego, debe ser bastante duro no tener a personas, amigos o familiares cercanos, en los que apoyarse.”

Cuando esa misma tarde de viernes se reunió con su amigo Paulino, éste le sugirió una idea que parecía a todas luces llena de sensatez. “¿Y por qué no lo invitamos a que nos acompañe por las tardes, cuando damos nuestros paseos y tomamos alguna cosa? Parece, según me cuentas, que se trata de una buena persona y que se ve necesitada del imprescindible calor humano. Probablemente es viudo y carezca de hijos o familia cercana en la que apoyarse”. Arsenio acogió bien la idea que le transmitía su buen amigo. “Veremos si el próximo viernes, lo tengo de nuevo delante de la taquilla”.

No se equivocaba el diligente taquillero de la estación central de buses malacitana. Ese tercer viernes resultó decisivo para fomentar esa solidaridad de la que tan necesitados estamos muchos de los humanos. No más tarde de las 8:30 a.m. vio acercarse a Bonifacio, siempre madrugador y con su mochila colgada en uno de sus hombros. Portaba en su mano una pequeña bolsa. ¿Podría ser un nuevo presente para el diligente taquillero?

“Buenos día, amigo del alma. Son unas uvas pasas que te he traído de mi encantador paseo ese bello pueblo que tan acertadamente me recomendaste visitar: Frigiliana. Me agradó mucho el encanto de sus casitas todas pintadas de blanco, la profusión de flores por todos los rincones y esas calles empinadas tan gratas de bajar pero que te exigen notable esfuerzo para subirlas. Desde luego es uno de los lugares más asombrosos que he conocido. La franqueza y sencillez de sus habitantes me ayudó mucho a olvidar esa ingrata soledad”.

Agradeciéndole el buen gesto, Arsenio le encareció que no se viera obligado a gastar su dinero, pues él lo hacía de corazón, además que profesionalmente pensaba que era parte de su obligación. “Y a donde me recomiendas que me desplace hoy viernes?” 

“A las 9:15, Boni, sale un autobús de línea camino de ANTEQUERA. Seguro que habrás pasado más de una vez por esta buena tierra de iglesias, conventos, palacios, con una proyección industrial y comercial floreciente. Pues nada, a pasear por sus calles, sus monumentos religiosos y civiles. Y eliges un buen restaurante, para gozar del buen día que tenemos, ahora en la primavera.

De todas formas, quiero explicarte y proponerte algo que te puede interesar, para algunos días de la semana.  Bonifacio, tengo un buen amigo de la infancia, que se llama Paulino. Muchas tardes, los dos vamos a dar largos paseos por la ciudad. Recorreros el Parque, el puerto, la zona turística de la Plaza de la Merced y Alcazabilla …Cuando estamos un poco cansados, nos sentamos en alguna cafetería o chiringuito del paseo marítimo, para tomar un café o cuando aprieta el calor pues bien cae una cerveza. Pregunto ¿te gustaría unirte a nosotros y compartir unos ratitos de charla, que siempre vienen bien para la amistad y la distracción”.

La respuesta de Boni fue positivamente contundente. Un SÍ rotundo y emocionado. A duras penas podía disimulas unas traviesas lágrimas que comenzaban a recorrer parte de su ya gastado rostro. De inmediato se intercambiaron los números telefónicos, quedando citados para el día siguiente, sábado por la tarde, en la entrada principal del Puerto.

Ese luminoso sábado primaveral, tres amigos caminaban por los rincones jardineros y portuarios de la sin par bahía malacitana. Pronto, el nuevo amigo incorporado al dúo fue tomando la necesaria confianza, para contar muchos retazos nostálgicos de su vida. Tomaron asiento, tras muchos minutos de caminar urbano, en una cafetería de Alcazabilla, con la monumentalidad propia de la zona como fondo. Ese té con canela que pidieron les supo “a gloria”, momento en que Boni sacó de su mochila una cajita con dulces conventuales, presente que había adquirido en el torno de unas monjas clarisas de clausura, en su visita antequerana del día anterior.

Resultaba obvio que esa primera tarde de amistad, Boni resultara el protagonista de la grata tertulia o reunión, pues al fin se decidió a contar parte de su vida, junto a una compañera que ya no estaba a su lado, ESMERALDA, una cariñosa y fiel esposa que llenaba la vida de un servicial y responsable dependiente de una tienda de telas al corte. Al igual que el caso de Arsenio, tampoco Bonifacio había tenidos hijos, que podrían hoy, más que nunca, endulzar la vida de este solitario ciudadano jubilado. Perder a “mi mujercita”, como él la llamaba había sido un durísimo golpe que, casualidades y contratiempos de la vida, se unió prácticamente a su acceso al estado de jubilación.

Este pequeño trío de la amistad se ven 2/3 veces en la semana, llenando las horas de palabras, chascarrillos, recuerdos y esas añoranzas de juventud que siempre oportunamente afloran. Boni también se ha unido a las sencillas `pero distraídas partidas de dominó, juego en el que demuestra una hábil destreza (aprendió a realizar buenos movimientos con las fichas del seis doble y demás, cuando era pequeño u jugaba con su abuelo Julián. Otra lúcida y divertida decisión que han adoptado es que un par de sábados al mes, los tres van a recorrer rincones, con encanto y belleza, de nuestra contrastada geografía andaluza.

Y aquí finaliza esta reconfortante historia de un cliente, muy desorientado de bus, que pidió a un amable taquillero consejo de a dónde ir para poder disfrutar y ocultar, en lo posible, ese acre o árido estado de soledad. Estas sencillas y mágicas realidades acaecen en nuestras vidas y enaltecen el preciado valor y calor de la bondad y la amistad. -

  

SUCEDIÓ EN

UNA ESTACIÓN DE AUTOBUSES

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 17 mayo 2024

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