viernes, 29 de diciembre de 2023

EL ÚLTIMO BILLETE DE TREN

En la vida que, con diversa suerte, vamos recorriendo, somos protagonistas de hechos insólitos, sorprendentes, incluso reñidos con la lógica, que acaecen en momentos o situaciones verdaderamente inesperadas y en modo alguno determinadas por nuestra intencionalidad. Ese tiempo o momento sorpresivo y nuestras propias respuestas en modo alguno se reviste con los atuendos normativos de la racionalidad. Realmente son los caprichos “divertidos” del destino, además del propio azar, quien dirige la evolución de esos acontecimientos que se desarrollan y escenifican en el teatro más o menos gratuito de nuestra existencia.

Aquella tarde del 31 de diciembre, día de San Silvestre, en el “acomodado” domicilio de los Tierrafranca-Castañeda predominaba esa divertida y alegre tensión nerviosa, necesaria para que “todo saliera bien”. Se estaban dando los últimos retoques a la cena de Nochevieja. Don SABINO y su mujer doña ÁGUEDA se multiplicaban en el quehacer, atendiendo a todos los numerosos detalles que permiten ofrecer una buena imagen, sustentadora del reconocimiento social. El veterano matrimonio preparaba una fraternal cena, a la que iban a asistir no sólo las parejas de sus dos hijos, ELADIO y NATIVIDAD, sino también los padres respectivos.

Efectivamente, estaban invitados y habían confirmado su asistencia los padres de GUADALUPE, don BERNARDO (un agente de aduanas que tenía su puesto de trabajo en el puerto de Málaga) con CÁNDIDA, su mujer. A esta familia, ya fraternal, se iban unir también el novio de Natividad, llamado TRINO, con sus padres don SIMEÓN (propietario de un pequeño establecimiento de joyería y relojería, en la popular y densificada zona de la Carretera de Cádiz) y su mujer PITITA (Esperanza). En total serían diez los comensales, para esa entrañable cena de Fin de Año.

El asado de pavo, relleno de trufas y hierbas aromáticas mediterráneas, doraba en el horno su muy generoso volumen, bien regado con vino dulce de Cómpeta. Las bandejas de surtidos entremeses ibéricos reposaban bien cubiertas y ordenadas, en los estantes de la cocina. En cuanto al variado y selecto marisco, encargado directamente a una tienda especializadas en productos gallegos, “atestaba” don grandes bandejas de plata, en el gran frigorífico de esta bien conocida familia, residente en el universitario barrio de Teatinos. El gran tronco para el postre, elaborado de nata, frutas, mazapanes y mezclas de chocolates de la Trapa, lo había traído Águeda de la tradicional confitería Aparicio, primoroso encargo realizado con bastante antelación, dada la abundante demanda que este popular establecimiento tiene en fechas tan señaladas. El servicio de bebidas lo controlada, con mano especializada, Sabino, tras encargo realizado en la bodega gourmet del supermercado El Corte Inglés.

Era tal la alteración nerviosa de esta familia, que Águeda ya se había cambiado el vestuario en dos ocasiones, pues al fin prefería los tonos oscuros, pensando que estos fríos cromatismos ayudarían a disimular mejor los kilos y grasas de sobrepeso que soportaba en su cada vez más fusiforme anatomía.

Aun no habían llegado las parejas de Eladio y Nati, con sus respectivos padres, cuando Águeda echó en falta algo que iba a ser muy útil en esa gran cena familiar para las Campanadas, especialmente pensando en el marisco: las servilletas de papel. Cuando fue a buscarlas, el lugar que ocupaban en la alacena estaba vacío, pues parece que su hijo había utilizado las pocas que quedaban, para una de sus frecuentes salidas senderistas de fin de semana y no las había sustituido. Por algo tan nimio, pero necesario, doña Águeda puso el grito en el cielo. Entonces su marido, con tal de no “escucharla” se colocó de inmediato la gabardina (la noche se había presentado bien fría) y con presteza se dispuso a salir del piso. Pensaba dirigirse a uno de los escasos comercios chinos que había en la barriada y que por experiencia conocía no cerraba hasta las 11 de la noche.

En ese preciso instante sonó el timbre de la puerta. Era Guadalupe, que venía acompañada por sus padres Bernardo y Cándida. Tras los “muy teatrales” saludos, con besos, apretón de manos y abrazos por doquier, ambiente embargado por un fuerte aroma a perfume de las señoras, Sabino se excusó indicando que bajaba por un pequeño detalle de última hora, pero que en no más de 10 minutos estaría de vuelta.

Sabino Tierrafranca, 52 años, ejerce como jefe de planta de confección de señoras, en unos grandes almacenes, de gran prestigio, no sólo en el ámbito comercial malagueño, sino también en el marco territorial nacional. Lleva casado con Águeda veintiséis años. La relación entre estos esposos es cordial, aunque hace mucho tiempo que dejó de ser “efusiva” en las muestras afectivas por ambas partes, dado el “cansancio” del vínculo conyugal. Cumplidor en su trabajo y fiel en su matrimonio, centra sus aficiones en el coleccionismo de sellos, la lectura de artículos económicos (es titulado en Ciencias Empresariales) y es un apasionado del juego de billar, actividad que practica algunos fines de semana con algunos compañeros de tienda.

Tras abandonar el ascensor y bien abrigado por la humedad de la noche, se dirigió al SOL NACIENTE, un espacioso comercio regido por una muy numerosa familia de orientales y en la que se podía encontrar casi de todo, con precios verdaderamente atrayentes, en las numerosas horas del día (también domingos y festivos) en que el establecimiento permanecía abierto al público. Le llamó la atención la cantidad de clientes que había a esas horas, en una noche tan señalada, en las estrechas naves atestadas de artículos para la venta. Probablemente toda esa gente deseaba comprar (como él) algunos artículos y alimentos de “última hora” que habían echado en falta en sus domicilios, para tener una mesa bien dispuesta. Una vez que ya tenía en sus manos los dos paquetes de servilletas de papel, se dispuso a guardar cola ante la caja de pago, en la que el “amigo” Ling cobraba con gran destreza y rapidez, aplicando esa su siempre sonrisa en el rostro, con la inclinación amable, mecánica y servicial de su cabeza ante el cliente que pagaba.

La persona que le antecedía era una mujer de mediana edad, que iba sola y que había comprado (según las dos bolsas que llevaba en el cesto) algunas verduras y frutas. Algo le decía a Sabino que la figura de aquella mujer le recordaba algo en su memoria. Ya al verla de espaldas tuvo esa sensación de conocerla por algún motivo. Esperó unos segundos y cuando la señora puso su cabeza de perfil los recuerdos se le “amontonaron” con ímpetu no sólo en su mente, sino también su corazón. Sin duda ¡era ALEXIA! Una mujer que nunca había podido borrar de su memoria.

En este momento, tenemos que hacer “un flash back” para retrotraernos unas tres décadas atrás en el tiempo, cuando Sabino cursaba el grado de Empresariales, en la facultad de Ciencias Económicas de El Ejido, en Málaga. Los dos jóvenes, Sabino y Alexia eran compañeros de promoción. Desde el primer instante en que se conocieron, intimaron y se atrajeron, en sus afectos. Pronto “ennoviaron”. Fueron tres años de intenso y desenfadado amor. Días y …muchas noches. Dos seres que se amaban, querían y necesitaban con inhibida ansiedad. Eran como “uña y carne” y no desaprovechaban las horas de los días para estar juntos. Cada una de las mañanas Sabino iba a recogerla a la casa en donde ella vivía con su madre, viuda. Era hija única.

El nombre de Alexia provenía de la decisión de su padre, un marino mercante de origen ruso y bastante aventurero. Le pusieron ese bello nombre al nacer, pues a su progenitor le recordaba el antiguo mundo de los zares. Un infausto día, el navío en que navegaba el padre de Alexia tuvo un desgraciado accidente en una noche de impetuosa tempestad, en las frías aguas del Báltico. En ese terrible naufragio, perdió la vida Yaroslav y otros doce miembros, compañeros de la tripulación. Esta durísima circunstancia unió aún más a la joven Alexia con su madre.

Pero el motivo por el que ese muy intenso amor entre los dos universitarios se “fue a pique” se generó en una “noche de juerga”, cuando Sabino y otros compañeros celebraban el final del tercer curso de carrera. Organizaron una “salida alocada” que, después de abundante bebida finalizó en un cutre “salón de señoras” trabajadoras del sexo. Esa desafortunada noche precisamente coincidió con un agravamiento del asma que sufría, desde hacía tiempo, la madre de Alexia, Amara.  Aunque pidió ayuda a su pareja, llamándolo en repetidas ocasiones, su teléfono no fue atendido, pues Sabino estaba de alegre “juerga” con sus amigos y las señoras de “compañía”. La señora estuvo a punto de perder la vida y Alexia no tuvo a su lado a la persona que necesitaba como ayuda en esos críticos momentos. La situación se agravó cuando la chica, tras una noche de dolor y tensión, volvía a su domicilio. Quiso la “mala suerte” que se encontrara a Sabino con su pandilla, que estaba en un estado lamentable de “borrachera” de alto nivel. Ese fue el punto de inflexión de un intenso y recíproco amor que, en una noche infortunada quedó roto. Ni ella ni él pudieron recuperar esa complicidad que los había unido durante los tres años de carrera.

Sabino desapareció paulatinamente de la vida de Alexia y ésta de la vida de su compañero y pareja afectiva. Sin embargo, al paso de los meses y los años, al caminar por sus respectivas existencias, ni Sabino ni Alexia pudieron borrar de su mente y corazón el intenso amor que recíprocamente habían protagonizado.

Unos treinta años después, ambos personajes se encontraron en una noche de fin de año, en un establecimiento regentado por chinos, a escasas horas de que dieran las 12 campanadas. A pesar de los cambios físicos, por el paso del tiempo, se reconocieron sin la menor dificultad. Se miraron una y otra vez. Y la sorpresa inicial se fue tornando para el intercambio de cálidas sonrisas, mientras por sus mentes iba rodando una película de alta velocidad que sintetizaba lo que habían perdido en sus vidas, en las tres décadas pasadas.

Sabino, con un patente y alegre trastorno, no cesaba de repetir una frase que sonaba “a gloria” en los oídos de una mujer que no había sabido o querido rehacer su vida con ningún otro hombre:

“No te puedo perder, mi querida Alexia, en esta segunda y tal vez la última oportunidad que el destino ha querido regalarme” “No te puedo perder, no te puedo volver a perder, mi bien querido y sublime amor. No lo dudes, sigues siendo la razón de mi vida”.

Los cinco/10 minutos revistos para la compra de las servilletas de papel se fueron convirtiendo en 15, 20, 30… Mientras tanto ya habían llegado al Domicio de los Tierrafranca-Castañeda Trino, con sus padres don Simeón y Pitita. Nueve miembros para la cena de Fin de Año, pero faltaba el “señor” de la casa, don Sabino, que se sentía inmensamente feliz, por una vez, al haber encontrado y recuperado, en una tienda de chinos, a la razón de su vida. Águeda estaba profundamente inquieta ante la tardanza de su marido, aunque trataba de disimular, ayudada por la habilidad social de sus hijos Eladio y Natividad, quienes pusieron unos villancicos mientras los padres de sus parejas aportaban temas intrascendentes para evitar esos silencios que además de incómodos crispan aún más un ambiente virado y tensionado “por el qué está pasando”.

Pasaban diez minutos sobre las 22 horas, cuando Águeda recibió en su móvil un mensaje de voz. Lo remitía Sergio y presurosa e incluso temblorosa se fue al dormitorio para escucharlo. Su contenido la dejó inmóvil y profundamente trastornada, sentada en el borde del lecho conyugal.

“Lo siento, Águeda. El destino ha querido que recupere al que fue y es el gran amor de mi vida. Intenta disculparme ante todos los presentes. Mi corazón manda más, que mi racionalidad. Te resultará muy difícil entenderlo y comprenderlo, pero es así. Os deseo tengáis una feliz salida y entrada de año”.

De ese ambiente crispado y nervioso, todos, absolutamente todos, intentaron pasar a la serena escenificación del disimulo. Se consideraban “gente bien” y querían evitar, a toda costa, romper una noche de tan emblemáticos significados. Eladio y Nati, trajeron sus guitarras y acompañaron el canto de villancicos que seguían sonando “sin que nadie los escuchara”. En un momento de gran entereza y madurez interpretativa, Águeda, la mujer, y esposa abandonada, pronunció una elegante, imperativa y responsable frase, que todos escucharon, mudos de admiración y respeto: “Bueno, ya es hora de que todos vayamos a la mesa. Una buena cena nos espera”.

En ese trasiego hacia el ágape fraternal, Bernardo y Simeón se acercaron con discreción a Águeda, para preguntarle, con la mayor delicadeza qué es lo que ocurría. La señora de la casa, con un gran autocontrol personal y forzando una difícil sonrisa, en medio del dolor que le albergaba, respondió:

“Queridos amigos, ese chiquillo inmaduro, llamado Sabino, piensa que ha recuperado al que fue el gran amor de su vida. Dejémosle hacer esa “locura de cincuentón” que tanto le afecta”. Y la noche de las 12 campanadas continuó su “mecánico y escénico” recorrido.

Sabino y Alexia (que vivía sola, en un lindo piso ubicado en la barriada del Puerto de la Torre) celebraron una cena íntima que ella supo organizar con sencilles y camaradería en muy escasos minutos, mirándose repetidamente uno al otro con cálido y ferviente amor. Ya no eran aquellos dos jóvenes vitales en su veintena añorada, sino dos personas “maduras” con los deterioros físicos producidos por el paso inexorable del tiempo. Pero ellos se veían como en aquellos años universitarios en lo que todo era posible, pues la juventud “casi todo lo puede”. Fue una noche de amor, sexo y recuerdos, en la que valoraban y agradecían al destino que al fin los hubiera vuelto a unir, para ser más felices. Eso era lo único y más importante. Los latidos del alma y la unión corporal vitalizaban una existencia lastrada por tres décadas de insoportables y absurdas ausencias. Tomaron las doce uvas de la suerte, mientras encima de la mesa del salón permanecían los dos paquetes de servilletas, que Sabino Tierrafranca había ido presuroso a comprar.

Un nuevo año, con sus semanas, meses y días. La vida de Sabino y Águeda marcha por senderos diferentes. Abogados especializados en rupturas matrimoniales realizan un ágil y eficaz gestión, a fin de resolver “satisfactoriamente” todos los detalles. Alexia, por su parte, es propietaria de una pequeña gestoría, en la que se gestionan multitud de asuntos administrativos. Junto a Sabino, se muestra muy ilusionada, ya que ella sí que ha sabido esperar. Piensan pasar por el Registro Civil a comienzos del verano, pues ambos curiosamente nacieron en ese mes que inicia el estío térmico. Él con 52 y ella con dos años menos. En esa altura de sus respectivas existencias, el amor ha vuelto a sus vidas.

Los hechos aquí narrados sólo pueden acaecer en esa noche alocada, divertida y trascendente, con la despedida y la bienvenida a una nueva anualidad. La sabia magia, en la noche de campanadas, hizo posible una gran “travesura” inesperada, insólita, inexplicable, pero grandiosa para el triunfo del amor. Ese sentimiento reciproco entre dos personas “mayores” que, como en el caso de la energía, nunca se pierde, sino que al fin se hace posible, aunque para ello haya tenido que recorrer la rutina opaca de tres largas décadas en el calendario. –

 

 

EL ÚLTIMO BILLETE DE TREN

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 29 diciembre 2023

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