Un año más, fiel a su cita en el calendario, llegan las fiestas más emblemáticas y universales de nuestra fraternidad. La NAVIDAD o el CHRISTMAS TIME, con la significación para todos del cambio de anualidad. Esta gran “luminosa” tradición es respetada y seguida por una gran parte de la humanidad. Efectivamente, las calles de nuestras ciudades son iluminadas con asombrosos juegos de luces. En el mundo cristiano occidental se repiten los cantos navideños, con esos villancicos que hablan de paz, amor y fraternidad, En muchos hogares y en espacios privados y públicos se montan los nacimientos o belenes, además de los árboles adornados para la Navidad. Los comercios se abastecen de objetos de todas las categorías para regalar, Ese comercio para la ilusión, más que para la necesidad, también sale a la calle, con esas decenas de puestos ambulantes, en el que múltiples artesanías son ofertadas para tener “ese detalle” para el regalo en Reyes o Navidad. Son fechas también “simpáticamente peligrosas” para todos aquellos que pretenden adelgazar. Las suculentas y copiosas comidas de hermandad organizadas en los centros de trabajo se unen a las tradicionales comidas y cenas de Nochebuena, Navidad, Fin de Año y el 1er. Día del Nuevo Año. Se ingiere y bebe demasiado pero, como algunos justifican, una vez al año los regímenes alimenticios pueden esperar.
No todo es luz, comida e intercambio comercial. Se programa una muestra cultural grandiosa, específicamente musical, con bellos conciertos dedicados a la magia de la Navidad. En ocasiones, hasta la crueldad de las guerras saben esperar, respetándose algunos días fraternos, impropios para la violencia en el matar.
Nuestro relato de esta semana está dedicado, como no podría ser de otra forma, a la magia de la Navidad. La historia, presta para narrar, se va a centrar en ese lúdico y alegre espacio, universalmente dedicado a esa esperada imagen ilusionada y amable de los MERCADILLOS o PUESTOS NAVIDEÑOS, en los que se generan escenas e imágenes llenas de cromatismo y curiosidad, en todo aquello que se ofrece y que los numerosos paseantes desean, con imaginación y generosidad, comprar.
Érase un mercadillo navideño, como el de Málaga, instalado en el marco incomparable del gran Parque, en un terreno ganado, hace casi siglo y medio, a las aguas del mar. Alegran el ambiente decenas de puestos bellamente adornados con mil y un objetos para comprar y regalar. Una de estas pequeñas tiendas, la número 47, estaba regida por NATALIO Recarte, natural de una provincia norteña, quien a sus 58 años lleva en este negocio del comercio ambulante más de tres décadas. Gran parte de ese extenso tiempo comercial lo ha desarrollado unido a su preciada, anhelada y añorada esposa CARMELA. El destino, la suerte o los caprichos de la genética les impidió esa gozosa descendencia, que tanto deseaban para enriquecer y sustentar su sencilla vida familiar.
Tal vez sea por ese razonable motivo o también por esos corazones tan “grandes” que contemplaban a los dos cariñosos cónyuges, por lo que decidieron que en sus pequeños pero densos estantes, además de en esa gran furgoneta en donde transportaban el material, además de las chucherías de siempre (los dulces de carbón, los variados chocolates de la tradición regional, o esas frutas caramelizadas, etc.) priorizaran entre la oferta comercial, una modesta pero ingeniosa juguetería, que hacía felices , con sus sonrisas llenas de asombro y anhelos desbordados, a los cientos de pequeños de aquellos lugares en donde instalaban su itinerante tenderete, en las fiestas y mercadillos festivos del calendario anual. Eran juguetes a ser posible tradicionales, con los que han jugado los niños de muchas generaciones y que estaban hechos optimizando el uso de la madera, el algodón, el cartón y la goma, productos esencialmente naturales, aunque la fuerza industrial forzara el uso del plástico y las aleaciones metálicas.
Lustrando su mostrados y estanterías, aparecían los denominados “juguetes de siempre”: la armónica, el trompo, el tirachinas, el visor o caleidoscopio, la bolsita de canicas, los juegos reunidos, el Parchís, la Oca, la muñeca de trapo, la cajita de acuarela, el Puzzle y rompecabezas de madera, la cuerda de saltar, las caretas de cartón, el juego de don Patata, los recortables de vestiditos o de soldados, el tambor, la zambomba, la pandereta, la trompeta , la flauta, la carraca, los vestiditos de pastores y pastoras etc.
Un mal día y de improviso, cosas del corazón, Carmela emprendió ese último viaje, sin destino explícito y que los humanos imaginamos hacia el cielo de las estrellas, los luceros o a ese misterioso “Paraíso” donde “dicen” todo es felicidad y armonía. Natalio tuvo que “sacar fuerzas de flaqueza” para superar la intensa tristeza que lo embargaba y continuar haciendo lo que su amada siempre había deseado: seguir con su comercio ambulante por las ciudades, pueblos y pequeñas localidades repartidas por el mosaico multicolor de nuestra geografía. La vida seguía y este buen comerciante comprendió que el destino, sin mayor explicación, así lo había querido.
A partir de estos duros momentos, con más afán e ilusión incluso, se esforzó en buscar ese calor humano en todos esos niños que acudían con sus padres, para mirar y remirar sus lindos y pequeños juguetes de siempre. Después de unos divertidos minutos, entre las dudas por la elección, ese pequeño, aquel niño y aquel otro ¡también! se decidían por un determinado juguete, sin duda el que más alegría, ilusión e interés le proporcionaban.
Y aquí aparece el tercer gran protagonista de esta bella historia. Fue en unas Navidades malacitanas, que quedaron fijadas para el buen recuerdo en los corazones de dos personas, separadas por muchos años generacionales.
Este buen comerciante se fijó en un niño, que no superaría los siete años. Este chiquillo se acercaba por las tardes a su puesto instalado en el Parque, junto al restos de los otros 70 autorizados por el ayuntamiento de la ciudad. Todos ellos, ofertando una lúdica mercancía con sabor navideño. El niño, que repetía casi todas las tardes, se paraba en el 47, sin duda motivado porque era el que más juguetes de “estilo tradicional” ofertaba en el mostrador y en las estanterías laterales y traseras. A preguntas de Natalio, el chico respondió que se llamaba ABEL, quien se quedaba largos e interesados minutos observando detenidamente los pequeños juguetes. Lo hacía de una forma sorprendentemente educada para un niño de tan corta edad. En absoluto molestaba al propietario. Con toda su inocencia, se iba deteniendo en unos más que en otros, con esa expresión “golosa” parecida a cuando pasamos por delante de un escaparate o mostrados de confitería y nos relamemos de gusto al ver los apetitosos pasteles que tenemos por delante, tras el cristal correspondiente para proteger la limpieza del dulce producto.
Como la escena se repetía un día tras otro, Natalio disfrutaba intercambiando sencillas, ingenuas y simpáticas palabras con el pequeño (también con otros niños que se acercaban al stand). DE esta forma fue conociendo datos acerca de la vida del muy joven cliente, que miraba las lúdicas mercancías, pero que no compraba, sin duda por carencia de ese dinero que su familia no podía darle.
Efectivamente Abel sumaba ya los siete años. Por los datos que le daba y la presencia de su modesta vestimenta, debía de pertenecer a una familia sin grandes recursos. Explicó al feriante que vivía en una barriada no muy lejos del lugar en donde se encontraban, llamada El Perchel norte, en la vertiente derecha del cauce del río Guadalmedina. Esto dato resaltaba que el niño se tenía que dar un buen paseo, hasta llegar al lateral norte del Parque, en donde estaba instalado el mercadillo de los juguetes, las figuritas de los belenes, los puestos de los artilugios para las bromas y, por supuesto, los tenderetes para la venta de los interesantes productos de artesanía.
El pequeño Abel había sido criado, prácticamente desde sus primeros años, por su abuela ANDREA, con la que siempre había vivido. Esta buena señora se ganaba honradamente la vida limpiando portales y escaleras, de los bloques que iban poblando la Avda. de Andalucía. La madre de Abel, LORETO, se caracterizaba por ser u a persona muy desenfadada, amante de la “vida libre” no importándole tener relaciones con aquella persona que se le acercaba y que motivara su atracción y divertimento. El papá de Abel podría haber sido cualquier hombre que le gustara la variedad relacional. Cuando Abel había cumplido su segundo año de vida, Loreto se fue con un representante artístico de poca monta, pero de muy hábil y zalamera palabrería, un “fulano” que había prometido buscar escenarios a la joven, que gozaba de cualidades como cantante de música popular española.
Esa mamá “inconsciente” o poco formada, de tarde en tarde llamaba a su madre, la señora Andrea, preguntando por su hijo, quien ilusionado y espontáneo se ponía al teléfono, diciéndole a su mamá cuándo iba a volver. Le pedía que le trajera algún juguete de esos que tanto divierten a los niños para jugar con su inocente imaginación. Loreto, en fechas señaladas enviaba algún giro postal a su madre. La joven bien sabía que Andrea nunca pararía en conseguir esos euros con los que siempre alimentaria y criaría a su nieto, al que tanto quería y cuidaba.
Toda esta información que Natalio iba recabando, lógicamente, no procedía únicamente de un niño de siete años que se acercaba cada tarde a mirar y a comentar sobre los juguetes. En una de estas ocasiones, Abel vino acompañado de su abuela Andrea. La señora quería conocer a dónde acudía su nieto cada tarde y con quien se relacionaba. De esta forma pudo conocer al este amable y servicial comerciante, con el que pudo intercambiar muchos minutos de amable conversación, oportunidades que se repitieron algunas tardes más.
En esos paseos hasta el Parque, Abel disfrutaba compartiendo la alegría que producían. Los centenares y miles de bombillas de colores que, a partir de las siete de la tarde inundaba ese populoso centro de la ciudad. Se asombraba, de manera especial, con ese gran salón de palacio, convertido en elevada catedral, en el que la calle Larios se transforma, cuando llega la Navidad. Y sobre todo, cuando se daba el primer pase del espectáculo de juegos de luces, mezclados y sincronizados con esas canciones y villancicos, con sabor a Navidad. Y así cada tarde, en el que Natalio le preguntaba cómo había llevado el día, si se había portado bien, obedeciendo a su abuela y dejando ordenado su cuarto. Cuando Abel se despedía diciendo “hasta la tarde siguiente, Natalio” este “paternal” comerciante siempre ponía en la mano del pequeño alguna chuchería, fuera unas peladillas, caramelos o ese Chupachups con su palito para la seguridad, que tanto gustaba a un niño bien educado, motivado por esa gran amistad que había logrado crear.
¿Y cuáles eran los juguetes, en el “inmenso” reino de los juegos en el que se transformaba el mostrador 47, que más motivaban la curiosidad y la ilusión observadora del niño Abel? A preguntas de Natalio, el pequeño explicaba el porqué de esas sencillas elecciones.
“Me gusta mucho esa armónica. Un día, era domingo por la mañana, mi tata me llevó al circo y había un payaso que la sabía tocar muy bien. Era muy divertido. Yo nunca la he tocado, pero me gustan mucho sus bonitos sonidos. Los Reyes Magos nunca me han traído esa armónica, pero algún año sí se acordarán. Debe ser muy cara ¿verdad?”.
“También me atrae mucho la forma de ese extraño trompo de madera, pintado con círculos verdes y dorados. Tiene un “aparato” encima que no sé para lo que sirve. Yo he jugado con algunos. Alrededor del trompo ataba el cordel, entonces Tiraba fuerte y lo arrojaba al suelo, en donde “bailaba” y giraba, durante mucho tiempo, siempre que las losetas estuvieran bien puestas porque si no se atascaba y se caía, dejando de bailar. Pero éste, con ese mango tan raro, no sé cómo funcionará”. Entonces Natalio, divertido, como “buen padre” se salía del puesto con el “moderno” trompo, trababa la cuerda con el “cabestrante”, tiraba con fuerza del cordón, el trompo se desprendía y giraba durante unos emocionantes minutos, manteniendo su inercia, hasta que, por alguna inflexión del suelo, se caía de su verticalidad. En ese momento, el niño y el hombre “niño” reían a plena carcajada. Esa admirable e infantil escena se interrumpía, porque de momento llegaba un nuevo cliente a preguntar y/a comprar y había que atenderlo, como siempre hacía, con amable y servicial cordialidad.
Finalmente, Abel se había fijado en dos tipos de caleidoscopios de juguete, que Natalio tenía en el expositor. El paciente comerciante dejaba al pequeño que mirase por ambos visores, el cual se quedaba maravillado acerca de cómo los cristalitos de colores formaban preciosas figuras geométricas, que se iban modificando cuando iba girando el sorprendente instrumento para la visión. Todo ello en medio de un oohhhh emocionante y divertido al tiempo. L otro caleidoscopio carecía de cristalitos de colores en la pantalla. Ésta era un grueso cristal cuya conformación multiplicaba 18 voces aquellos dibujos o formas geométricas que se le acercaban o ponían por delante. Las constantes exclamaciones de Abel divertían mucho al buen comerciante que, en aquellos ratos por la tarde en que el niño aparecía, se sentía ejerciendo de ese padre que no pudo llegar a ser. Y todo por el destino caprichoso que determina la vida de los seres humanos.
Y llegó la NOCHE MÁGICA DE REYES. Con la cabalgata en las calles, aún ese alegre día apareció el niño Abel por el puesto 47, para alegría de Natalio que se había habituado a compartir esos minutos gratos con un niño que bien podía ser su nieto por la edad, aunque el comerciante veía más en él a ese niño que el destino o la suerte no le quiso dar.
¿Le has escrito ya la carta a los RR MM. de Oriente? Aunque no lo hayas hecho, es suficiente con que antes de dormir se lo pidas con esa ilusión que te caracteriza y ya veremos si mañana te han dejado algo en casa, de aquello que te gustaría tener para jugar y disfrutar. No olvides que los Reyes son unos “sabios” y pueden conocer incluso aquello que no le hayas pedido. Lo importante es desearlo, ofreciendo a cambio tu buen comportamiento con tu tata Andrea y con este amigo, muy mayor quien, te aseguro, nunca te va a olvidar”.
Cuando en la mañana del 6 de enero, Abel se levantó de su cama, fue caminando, con pasos sigilosos (era muy temprano y la Tata aún dormía, hacia un pequeño árbol que a comienzos de las fiestas navideñas habían decorado, con bolitas de colores y unos racimos de luces que pestañeaban una y otra vez. Junto a sus dos gastadas zapatillas quechua, que su abuela le había regalado en día de su cumpleaños, había ¡un precioso balón de badana! de color blanco, como los que utilizan los futbolistas en los campos verdes de césped. Ya Andrea también se había levantado y sonreía satisfecha al ver la cara de alegría que mostraba su querido nieto. Pero a pocos cm del árbol reposaba sobre la alfombra una pequeña caja de cartón que estaba envuelta en vistosos y brillantes colores de un plástico especial para regalos. Con infantil intriga Abel la fue abriendo, con esa emoción propia de no saber qué puede contener.
Al abrirla definitivamente, ese oohhh ya característico en un niño de siete abriles ¡una armónica, un trompo y un caleidoscopio! ¡Qué sabios son SS MM! Los saltos de felicidad de Abel eran de lo más divertido.
Y como en la pantalla de los cines, un flash back que nos lleva a unos días atrás. Una mañana Andrea se llegó hasta el puesto 47 con la intención de saludar a Natalio y agradecerle esos ratitos que tan bien hacía pasar a su nieto. Como regalo, le llevaba en su bolsa una fiambrera, llena de apetitosos rosquitos fritos de miel y unos borrachuelos rellenos de cabello de ángel. Ese presente llenó de emoción a Natalio, que explicó su “paternal comportamiento con Abel.
“Me hace pasar muy gratos momentos, en mi soledad existencial, a pesar de que siempre esté atendiendo al público que se acerca a mi stand. Es un niño muy bueno y que razona de una manera asombrosa con las conversaciones que mantenemos. Me alegra muchas de las tardes en que no hay demasiada venta. Lo considero como ese hijo que nunca tuve y al que me gusta enseñarle comportamientos buenos para que sea feliz en la vida que tiene por delante para recorrer”.
Ante la insistencia de Andrea, Natalio estuvo almorzando en casa de esta pequeña pero cariñosa familia durante los dos últimos días de estancia en Málaga. En la hora de la despedida, los dos grandes amigos se prometieron que al menos una vez al mes intercambiarían esa carta postal, en la que se contarían “cosas bonitas de sus vidas”. Y así sucedió. Cada mes, sin faltar, dos cartas viajaban entre Burgos y Málaga, misivas que contenían cálidas palabras de afecto y cariño, con la promesa de que de nuevo se verían y jugarían, cuando el comerciante castellano viniera de nuevo a la provincia malacitana, por feria o festividad.
¿Y qué ocurrió, al paso de los años, en esta bella historia de Navidad?
Abel Lozano, a sus 22 años, es un joven e imaginativo comerciante propietario de una bien montada tienda de juguetes, en una emblemática y comercial calle de la capital malagueña, Nueva. En este popular comercio, EL PARAÍSO DE LOS JUGUETES, además de vender tan lúdica y alegre mercancía, ha habilitado una zona para juegos y talleres de cuentos, dedicado a los clientes infantiles que la quieran visitar. Natalio, antes de despedirse con humildad de esta vida, legó ante notario todas sus pertenencias a este amigo, ahijado, ese hijo no de sangre sino de corazón, que conoció en una lejana Navidad, en el Paseo del Parque malacitano. Allí tuvo la suerte de sembrar y creer en la verdadera amistad. En un marco precioso de madera y cristal, que preside la tienda, se muestran tres valiosos y pequeños juguetes: una armónica, un caleidoscopio de cristalitos de colores y un curioso trompo, con un mango en la parte superior, que una y otra vez Abel tiene que explicar cómo funciona a todos esos niños, mayores y pequeños, con ganas de saber y aprender. -
EL MERCADILLO
DE LA ILUSIÓN
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 22 diciembre 202
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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