viernes, 27 de mayo de 2022

EL VUELO DE LOS PÁJAROS DE PAPEL.

Existe una evidencia que, de manera tozuda y pueril, nos empeñamos en desatender, siendo fácil y aconsejable recordarla y por supuesto aplicarla. Básicamente, nos dice que la solución más sencilla e inteligente para muchos de los problemas que nos afectan la tenemos muy cerca. Las más de las veces se halla dentro de nosotros mismos, siempre que apliquemos sensatez e imaginación a nuestras decisiones. Es lo que manifestamos, coloquialmente, con esa frase de que no hay que buscar lejos lo que tenemos fácilmente a nuestro lado o proximidad. Seamos espectadores de la historia protagonizada por una chica, en la espléndida etapa vital de su veintena.

DALIA, a sus 24 primaveras, trataba de abrirse acomodo en el mundo laboral. Tras los estudios de la secundaria obligatoria, en un instituto de titularidad pública ubicada en el barrio donde residía, dada su intensa afición por los viajes y los paisajes de las distintas localidades y regiones, decidió matricularse en un módulo de formación profesional, grado medio, para prepararse como recepcionista de hotel. Al finalizar este ciclo, lo amplió con otro de grado superior para ejercer con eficacia la labor profesional que pretendía desarrollar. Tuvo que implicarse con intensidad en el estudio de diferentes idiomas, asistiendo a la Escuela Oficial correspondiente, “defendiéndose” en alemán e italiano y dominando el inglés y el francés, además de, por pura lógica e historia personal, el español. En el módulo hubo que cursar también materias administrativas y destrezas contables.

Cuando finalizó sus estudios, inició la dinámica de enviar currículos y solicitudes para entrevistarse con una gran cantidad de cadenas hoteleras, a fin de encontrar hueco laboral en donde aplicar su completa formación en actividades turísticas. Una de las primeras empresas hoteleras que respondió a su llamada, fue la cadena Illunion, precisamente el hotel en donde había desarrollado una fase de sus prácticas. La buena imagen que había dejado en la empresa le sirvió para hacer una sustitución temporal en la plantilla por espacio de dos meses. Tal fue su esfuerzo y dedicación aplicado al ejercicio de su labor como recepcionista, que se le brindó la ansiada continuidad. Quince días antes de finalizar su contrato, el gerente Mr. Jordán le dio esa grata noticia, que la colmó de alegría: le prorrogaban su contrato por un año, renovable.  “We are very happy with your work, dear Ms Dalia Nevot” (estamos muy felices con su trabajo, querida Srta. Dalia).

Fue destinada a un hotel de la cadena, ubicado en el municipio de Ayamonte, concretamente en Isla Canela, cambio de residencia desde su Málaga natal que ella aceptó con gusto, por las buenas perspectivas que se le abrían para su futuro profesional. Con su flamante nuevo uniforme, tenía un horario de trabajo rotatorio, según los días y las semanas. El director de este hotel, Oliver Gracia, persona muy comprensiva y receptiva con sus empleados, le autorizó a que utilizara una de las pequeñas habitaciones de “cortesía” que el edificio hotelero disponía en la planta baja de la instalación, en un angular de la zona de piscinas.

El trabajo en la recepción de un hotel parece fácil y cómodo en principio. Pero, analizando el día a día, de la labor que es preciso desarrollar, van apareciendo una serie de circunstancias e imprevistos que exigen en el profesional una adecuada cualificación para su eficaz desempeño. A lo largo de la jornada se ha de tratar con numerosos y variados clientes, cada uno de los cuales plantean peticiones, exigencias y problemas, realizadas con la mayor o menor educación y cortesía. Las quejas por el deterioro y fallos en las habitaciones son numerosas, teniéndose que resolver todas las dificultades de la manera más rápida posible, siempre con la ayuda del equipo de multiservicios afincado en el staff, operarios que tendrán que multiplicar sus esfuerzos para atender a los diferentes “frentes” en cualquiera de las horas del día. Por supuesto, el control a los huéspedes de la documentación legalmente exigida, así como el pago y adjudicación de las diferentes habitaciones disponibles será una labor en la que no debe haber fallos de gestión. Una tarea muy agradecida por la clientela es la ayuda que se les debe prestar, para la información de las zonas más interesantes para visitar, así como todo lo relativo a las comunicaciones para llegar desde el hotel a los destinos apetecidos por los residentes. La tipología humana de los clientes es en sumo variada: agradables, exigentes, irrespetuosos, soberbios, pesados, reiterativos, híper conversadores, caprichosos, ineducados, comprensivos, desorientados, dubitativos, amables, cleptómanos, aburridos, quisquillosos, estúpidos, generosos, infantiles, teatreros, ególatras, tacaños, imaginativos, mentirosos, polémicos, bondadosos, etc. A todos ellos hay que tratarlos con profesionalidad, cortesía y eficacia, aplicando las normas del prestigioso establecimiento

Era un cliente habitual, según Dalia pudo comprobar en el fichero de la base de datos informática, que acudía con periodicidad para hospedarse en el hotel. Se llamaba Uriel Coslada y parece que sus numerosas idas y venidas, hospedándose en este complejo turístico, se debían a que profesionalmente llevaba el control de representación, para toda la Andalucía occidental, de una empresa fabricante de productos de menaje y limpieza, precisamente para establecimientos de hostelería y restauración.

En lo personal, era un verdadero charlatán cautivador, de manera especial para las mujeres. Especialmente, las más jóvenes. De todas formas, “pegaba la hebra” con el primero que se le ponía por delante, por su capacidad extrovertida y “parlanchina”. Una característica que no le pasó desapercibida a la joven y asombrada recepcionista, con respecto a este jovial cliente, eran los aromas que emanaban de su cuerpo cuando se estaba cerca de él, pues era evidente que “abusaba” del tarro de colonia y otras esencias, sin duda de elevado coste.  Su juventud también era atrayente y proverbial, pues en poco superaría su tercera década vital. Físicamente estaba dotado de una gran fortaleza (se vanagloriaba, siempre que podía, de su afición y práctica con la raqueta en las canchas de tenis). Cabello negro, un bronceado especial, intensamente cromático, en el rostro, ojos castaños, sonrisa casi permanente, fornidamente musculoso y una forma de caminar que traslucía su potencialidad atlética. Otra de sus peculiaridades era la siguiente: cada día que se acercaba al mostrador de la recepción iba vestido de una forma diferente. Sin duda, gozaba de un completo y variado armario para la elegancia de su vestimenta. Y todo lo que usaba era de una costosa calidad. Rolex en su muñeca, alpaca y fino algodón en sus trajes, calzados de marca y siempre con la tarjeta Visa dispuesta en su cartera para atender y conseguir todo lo que se terciara en su camino y en sus deseos. En sus ratos de copas, desarrollados en la cafetería bar del hotel, narraba sus experiencias en la vida a pesar de la juventud que mostraban sus datos de identidad. Entre esas aventuras manifestaba haber actuado como figurante en algunas películas, mostrando algunas fotos al respecto, aunque reconocía que fueron pequeños papeles, más que por nada para satisfacer algunas peticiones de sus amigos directores del séptimo arte.

Desde que vio a la joven, frágil y sonriente recepcionista, el popular representante centró su mirada y los afectos del corazón en su apetecible figura. Y comenzó, con experiencia atesorada, a cortejar a Dalia que se sentía dulce y sensualmente halagada. Como Uriel pasaba al menos dos noches a la semana en el hotel, siempre buscaba y encontraba alguna oportunidad para entablar conversación con la ingenua recepcionista. Y comenzaron a lloverle los elegantes gestos del apuesto residente, siempre en relación con la disponibilidad horaria de la deslumbrada profesional, detalles enriquecidos con variados regalos, ya fueran bombones, invitación a una romántica cena nocturna, algún fraternal paseo por las rías y marismas de la zona, una inolvidable noche de baile en el casino de Ayamonte, un bolso de marca elaborado en piel, alguna bisutería o abalorio que podía simular su origen en cuidada joyería … La chica estaba “colada” por el dadivoso o rumboso huésped de las representaciones.

En este contexto había una tercera persona. Se trataba de Inder, un buen compañero de recepción, quien era de la misma generación que Dalia. El chico estaba profundamente enamorado de su compañera. Pero era algo tímido de carácter, por lo que sufría al ver como la persona que tanto le atraía estaba cayendo en “las garras” de un profesional de los amoríos tempraneros que le rejuvenecían en sus afanes sentimentales. Un día, tras pasar una noche de amor, Dalia llegó tarde a su puesto de trabajo. Inder, que terminaba su jornada nocturna a las 8 horas, permaneció tras el mostrador de recepción esperando que apareciera su “descontrolada” en el amor compañera de trabajo, que debía sustituirle. Lo hizo para evitar que penalizaran a la mujer de la que estaba intensamente enamorado, por el retraso manifiesto en su incorporación a su puesto laboral. Cuando Dalia llegó al hotel, alrededor de las 8:50, expresó su agradecimiento al generoso compañero que la había sustituido. Entonces, el joven se armó de valor y le pidió a la chica que necesitaba hablar con ella, aplicando el necesario sosiego, para lo que debían buscar un hueco coincidente en sus respectivos horarios.

Unos días después ambos compañeros compartían las palabras, en un desayuno que realizaban próximos a las aguas del mar. Inder se armó de fuerzas y sentido de la responsabilidad, para darle su opinión y buenos consejos a la confusa recepcionista.

“Lo que te voy a decir, Dalia, lo he contrastado con personas que llevan más tiempo que tu trabajando en el hotel. Ten especial cuidado con el huésped Uriel. Este Sr. tiene una cierta fama de ser un profesional de las conquistas amorosas. Parece ser que, cuando sacia sus instintos y artimañas, busca nuevas fuentes en las que beber. Extrema la prudencia, pues no me gustaría que te hiciera daño. Te aseguro que sufriría al verte sufrir.

Dalia escuchaba y callaba. Estaba como viviendo en una nube artificial, sin reparar en los límites de la necesaria prudencia, parámetros que estaba peligrosamente superando. Y la realidad fue dando la razón, de manera paulatina al sensato compañero que, en su interior, mantenía una intensa atracción por la persona a la que trataba de aconsejar. Y sucedió lo previsible. El interés de Uriel por la joven parecía enfriarse una vez superada la novedad del “capricho”. Además, espaciaba sus estancias en el hotel, poniendo alguna que otra excusa a la chica con la que había mantenido un ardiente idilio. Esos desaires entristecían a Dalia que fue cayendo en un estado depresivo cada vez más difícil de disimular. El impacto más doloroso para ella fue cuando una tarde Uriel se presentó ante el mostrador de recepción, acompañado por una señora y una niña de corta edad. Dirigiéndose a Dalia con manifiesta frialdad, indicó que tenía reservada una habitación triple, para su mujer y su hija. Sólo en la mente de la infeliz recepcionista estaban las palabras, promesas y actos recibidos de ese huésped que ahora se comportaba ante ella como si no la conociera. La dura imagen de aquella tarde degradó aún más el equilibrio emocional que mantenía una persona que se sentía engañada, utilizada y confundida, por su inexperiencia para el trato con estos aviesos, dudosos y expertos personajes.

Wenceslao, veterano gerente del complejo hotelero y persona de gran corazón, percibiendo el preocupante estado anímico de Dalia, le dijo una mañana que lo acompañara, pues iban a visitar a un amigo psicólogo, concertado con la empresa, profesional al que había puesto en antecedentes sobre la situación depresiva de la recepcionista. Tras atenderla y prescribirle unos fármacos, le indicó que volviera a la consulta una vez a la semana. Estas visitas y el seguimiento psicológico hicieron un gran bien en el ánimo de la voluntariosa chica. Para sorpresa de Inder, su compañera de recepción le pidió que esta vez era ella quien necesitaba hablar privadamente con él. Buscaron el hueco temporal correspondiente y ese sábado hicieron una merienda/cena en un chiringuito instalado sobre el suelo arenoso de la marisma, no lejos de la propia instalación hotelera en donde ambos trabajaban.

“Inder, has sido muy bueno conmigo, me has demostrado tu gran nobleza de corazón. Me avisaste y no te quise escuchar, pues estaba viviendo como en una nube equivocada, que no me hacía bien alguno. Me has ayudado, como se hace con una hermana descarriada. Y lo que más lamento es que teniendo a mi lado a una gran y responsable persona, que me aprecia de verdad, me dejé cegar por los oscuros y falsos cortinajes de un vividor del sexo. Te quiero pedir perdón y decirte, con valentía y humildad que me gustaría intimar contigo, el mejor compañero que la vida me ha puesto en el camino. Pero en modo alguno deseo presionarte. Sólo quiero decirte que las puertas de mi corazón estarán siempre abiertas para tu persona. Eres una ejemplar y admirable persona”.

Su interlocutor la miró con respeto, cariño y no menos asombro. Era perfectamente consciente de lo que su amiga le estaba ofreciendo y al tiempo pidiendo. Para la forma de ser de Inder, fue uno de los momentos más difíciles y complicados de su vida. Tanto había luchado por acercarse sentimentalmente a Dalia que el limpio ofrecimiento que ella le planteaba era como un “milagro” inesperado que la vida, a veces, tiene a bien concedernos, por increíble e imposible que nos parezca.

En la actualidad Dalia continua con su bien realizado trabajo en la localidad de Isla Canela. Inder, por el contrario, ha sido trasladado a un nuevo hotel de la cadena, ubicado en la localidad de Punta Umbría. En realidad, la distancia entre ambas localidades turísticas es poco más de 63 km. (unos 50 minutos de conducción). Aunque esa distancia es recorrida por el joven recepcionista siempre que puede, ambos ilusionados enamorados utilizan los móviles, el iPad y la fuerza siempre poderosa de la imaginación para intercambiar sus sentimientos y novedades de cada jornada.  Es el gozoso camino, para uno y otro, que marca la fructífera esperanza de la juventud.

Una mañana de junio, cuando Dalia se iba a incorporar a su puesto de trabajo, escuchó en la gran sala de recepción un incómodo revuelo de voces y personas. Allí, junto a Wenceslao, el gerente, Lina, la recepcionista de noche, e Isidro, el guardia de seguridad, estaba una mujer joven que gesticulaba y gritaba, acompañado de un niño que no tendría más de cuatro años. Además de estas personas, junto a la muy enfadada señora había un señor de pelo cano, elegantemente trajeado que llevaba en su mano diestra una cartera ejecutiva de piel. La mujer, a grito limpio, manifestaba su deseo de entrar en la habitación 300, para que el notario, que ella había contratado y le acompañaba, levantara acta de la presencia en ella de su marido, junto a otra mujer con su hija. La habitación 300 era la que siempre pedía ocupar Uriel. Precisamente, en la noche anterior, el dinámico representante de menaje y productos para hostelería se había registrado para ocuparla con quien decía era su familia. Wenceslao, ante la complejidad del asunto, decidió llamar a la policía para que fuera testigo de un posible caso de bigamia, avalado por la presencia notarial. –

 

 

EL VUELO DE

LOS PÁJAROS DE PAPEL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

27 mayo 2022

                                                                Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/





 

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