La suerte del joven Axier se había torcido penosamente durante los
últimos meses. Hacía ya un año y medio en que había decidido irse a vivir con Enia (Eugenia) su novia desde los tiempos de la adolescencia en el instituto.
Ambos jóvenes, ella con 21 y él con 23 años) tomaron esta valiente postura,
tras el trabajo que Axier había conseguido como ayudante de cocina en un hotel
de la costa onubense, provincia en la que ambos habían nacido y vivido junto a
sus familias respectivas. Ese apreciado y valioso puesto laboral tenía su
fundamento en el módulo de grado medio que el chico había cursado tras
finalizar la Enseñanza Secundaria obligatoria, titulación conseguida con un
buen expediente para su currículo. De todas formas, sus padres coincidían en
que debían de esperar más tiempo para unir sus vidas en pareja estable para la
convivencia, aunque los dos animosos jóvenes se echaron los problemas a sus
espaldas y encontraron un vetusto piso amueblado, en una zona modesta de la
localidad de Ayamonte.
El alquiler del inmueble era básicamente asumible para sus débiles
economías. Axier trabajaba en las cocinas de un complejo hotelero ubicado en
Isla Canela, costa de la luz, mientras que Enia había encontrado hueco laboral
como cuidadora por horas, para algunas señoras mayores del lugar. Parecía que
su proyecto de convivencia en común iba razonablemente bien, cuando los
“nubarrones” de los ciclos económicos comenzaron a torcer sus legítimas expectativas.
Una cadena de crisis y contracciones económicas derivaron para que la cadena
hotelera a la que estaba vinculado el joven cocinero tuviera que adoptar la temible
reducción de la plantilla, correspondiéndole a él y a otros compañeros el
amargo trance del despido. Eran los últimos operarios que habían entrado a
formar parte del staff en el poderoso grupo hotelero.
Por fortuna, su compañera Enia mantenía esa social labor de cuidadora y
compañía para señoras mayores, por lo que la pareja podía seguir “tirando”
hasta que Axier encontrara otra oportunidad para trabajar en lo que le gustaba
y se había preparado con el módulo formativo. Pero los sentimientos y el ánimo
del joven se fueron degradando y reduciendo, al ver que las puertas en las que
llamaba no se le abrían a pesar de todos sus reiterados intentos. Las familias
de uno y otro ayudaban en lo que podían (eran personas modestas) pero las
estrecheces y agobios con los pagos mensuales no tardaron en presentarse.
Así marchaban las cosas, cuando una tarde Axier decidió hacer un poco de
ejercicio, para sosegar su natural vitalidad. El mes de abril se había
presentado grato en los niveles térmicos y no se lo pensó dos veces: se puso el
pantalón deportivo, calzándose las zapatillas propias para emprender una larga
caminata por la zona de las marismas de Ayamonte, concretamente en Punta del
Moral, Playa Canela. Así templaba sus nervios y mantenía despierto un cuerpo juvenil,
un tanto amodorrado por la falta de ejercicio continuo. Había recorrido casi un
par de kilómetros por ese bello paisaje natural que forman las marismas
fluviales, caminando a paso ligero, cuando de manera inesperada se topó con un
objeto valioso. Entre unos matorrales y zarzales bien crecidos, por la
constante humedad del agua estancada, observó que estaba tirada en el suelo una gran cartera de piel beige oscura. Parecía que no estaba cerrada. Lo
primero que pensó fue que podía ser producto de algún robo y que el delincuente
había decidido arrojarla allí, a fin de evitarse más problemas, tras haber
extraído de la misma aquello que le podía interesar.
Tomó la cartera entre sus manos, limpiándola un poco el barro salino de
la marisma, en ese momento con la marea bien baja. Tras abrirla, observó que en
su interior había varias carpetas y dossiers repletos de documentos timbrados.
Continuó rebuscando y en la zona basal tocó lo que le parecía un sobre de
cierto grosor. En su anverso sólo aparecían las señas impresas relativas a una
muy conocida e importante entidad bancaria. Aunque dudó en un principio,
decidió también abrir el denso sobre: para su sorpresa estaba lleno de billetes
de color verde, correspondiendo a los de 100 euros por unidad. Sopesó que debía
sumar una elevada cantidad de euros ¿Tal vez, miles? Pasaron unos tensos
segundos, mientras Axier se preguntaba acerca de cómo se le había podido pasar
al supuesto ladrón ese valioso sobre, que reposaba horizontal en el fondo de la
lujosa cartera. Y tras estas dudas, otras preguntas fluían inquietas a su
mente: ¿qué hacer con la cartera y los documentos? y ¿qué postura adoptar con
esa gran cantidad de dinero que se había encontrado inesperadamente durante su
deportivo paso?
Le asaltaron a tropel una serie de conceptos y valores que generaban
dudas de conciencia, interés, necesidad, honradez, delito…acerca del mejor
camino a tomar con el sorprendente hallazgo. Se veía inmerso en un paraje
natural de lagunas, dunas de arena, arenales, marismas, muy de mañana, en el
que no había prácticamente nadie por la zona. En su medio recorrido solo se
había encontrado a un hombre mayor que había sacado su perro a pasear. Al fin
decidió introducir la cartera en una gran bolsa de plástico que solía llevar en
su mochila, encaminándose a su domicilio con el preciado cargamento. La
disyuntiva que trastornaba su mente era acerca de la necesidad que tenía de ese
gran “regalo económico” para compensar los efectos del paro laboral que
soportaba, pero también comprendía que la obligación de todo ciudadano era
entregar el valor encontrado a la autoridad competente.
Cuando Enia llegó a casa, le narró el sorprendente hallazgo en los
arenales de la zona marismeña. Encontró en su compañera una postura claramente
interesada, en la que privaba el ego de la necesidad que los acuciaba. “Puedes devolver la cartera al lugar donde la encontraste,
sin que nadie te vea, pero el sobre con el dinero nos lo quedamos. Puede
suponer casi un año de sueldo, dándonos la tranquilidad necesaria para seguir
buscando una estabilidad económica y laboral que bien necesitamos”. La discusión fue subiendo de tono,
pues él hacía hincapié en que no estaba cumpliendo con su obligación cívica, a
lo que ella argumentaba que la sociedad tampoco estaba ayudando a un joven
matrimonio que lo necesitaba para formar una familia. Aquel almuerzo y el resto
de la tarde estuvo mezclado con silencios, miradas, monosílabos y problemas de
conciencia.
Tras pasar una noche prácticamente en vela, Axier tomó el desayuno muy
de mañana, encaminándose a continuación hacia la comandancia de la Guardia
Civil que estaba ubicada en una zona portuaria de la localidad. Allí pidió
hablar con el teniente de puesto. Un miembro de la Guardia Civil escuchó la
narración con todo lo sucedido, a quien entregó la maleta de piel con todo su
contenido. Desde el primer momento de la declaración, el atribulado joven
percibió una patente desconfianza por parte del miembro de la seguridad que le escuchaba
y que planteaba una serie de preguntas cruzadas para llegar al fondo de la
verdad. Pasaban los minutos y Axier se sentía como un sospechoso más de haber
perpetrado el supuesto delito que estaba denunciando. A todo ello se unía la
muy incómoda respuesta que iba a recibir cuando volviera a casa por parte de
Enia.
Le hicieron esperar en la comandancia toda la mañana, indicándole que
tenían que realizar unas averiguaciones relativas a su persona y a su relación
con el caso. La extrema desconfianza que encontraba era en sumo desagradable,
cuando lo que estaba ahora haciendo era precisamente cumplir con su obligación.
Siguió esperando en la antesala del despacho y así fueron pasando los minutos,
hasta que miró en su reloj y vio que marcaba las 13:30. Se sentía cada vez peor
en su ánimo.
Sin embargo, alrededor de esa hora, otro miembro de la benemérita le
indicó que le siguiera hasta un despacho, pues el teniente Efraín Parral quería hacerle unas preguntas. Al
entrar en la dependencia vio a dos personas sentadas. Una de ellas vestía el
uniforma reglamentario del Cuerpo de seguridad y encima de la mesa sobriamente
adornada sólo tenía un marco con la foto de una mujer y una hija pequeña,
además de diversos dossiers y carpetas. En una esquina de esa mesa estaba
puesta de pie la cartera de piel beige oscura que él había encontrado y
entregado. Delante de la mesa estaba también sentado un señor de mediana edad,
con avanzada calvicie y vestido con elegancia. Parecía un ejecutivo
empresarial. Destacaba en su frente y parte derecha de la cara unos
esparadrapos protectores. Miraba con atención el rostro del joven, mientras el
teniente hablaba.
“Toma esa silla y siéntate, Axier. Este señor es don Fermín Playzola. Es un interventor contable y pertenece a una entidad bancaria
muy importante de nuestro país. Ayer mañana, mientras salía de su hotel para
tomar su vehículo con dirección a Sevilla, fue agredido con violencia y saña
por una pareja de delincuentes. Le arrebataron este maletín que llevaba
consigo. Don Fermín tuvo que ser curado de las heridas físicas que le
perpetraron y ahora se encuentra en tratamiento médico debido al shock que ha
soportado. En la cartera, además de una muy diversa documentación bancaria,
llevaba dos bolsas con dinero. Hemos recuperado una de ella, con una elevada
cantidad de dinero. El otro sobre con dinero ha desaparecido. No está en la
cartera.
Un tiempo después de esta agresión, encontraste la cartera tirada por la
zona marismeña. Aunque parece que has dudado en lo que debías hacer, esta
mañana has dado el paso correcto y la has traído a la comandancia. Hemos tenido
que realizar diversas averiguaciones y conocemos ya una serie de datos sobre tu
persona. Parece que las cosas no te van bien, en lo económico. Quedaste en paro
y tu mujer trabaja de cuidadora de personas mayores. Estamos pasando una racha
de bloqueo en la maquinaria económica, que perjudica a muchas personas”.
En ese momento, el ejecutivo bancario intervino, afirmando con
rotundidad que “Este chico no es ninguno de los dos que me agredieron, mi
teniente. No he olvidado sus caras”.
“Don Fermín y yo mismo queremos darte las gracias porque en el fondo
eres una persona honesta y responsable. Has cumplido finalmente con tu
obligación. Y ahora D Fermín quiere decirte algo”.
“Amigo Axier. Te estoy muy agradecido. Eres y serás un ciudadano honrado
y ejemplar. Me dicen que trabajabas de cocinero y que te has visto en la calle,
de la noche a la mañana. Te voy a dejar mi tarjeta personal y el lunes de la
semana próxima volveré de nuevo a Huelva. Ven a verme a la sede del banco, bien
temprano. Sobre las nueve de la mañana. Voy a tratar de que tengas una
oportunidad laboral en uno de los hoteles con cuyo propietario tengo buenas
relaciones. El propio teniente Parral ya me ha indicado que careces de mancha
penal alguna. Además, te voy a entregar este sobre, a fin de que tu mujer y tu
podáis tener un pequeño respiro para vuestras dificultades materiales de cada
día”.
Cuando Axier llegó a casa y le contó a Enia el desarrollo de la mañana,
ésta lo abrazó y le pidió perdón por su ambición con respecto al sobre de la
maleta. “Estoy bien orgullosa de tu
comportamiento. Te has comportado como un buen hombre y ahora tienes la
conciencia bien tranquila”.
Abrieron el sobre recibido de don Fermin y contaron la cantidad de
dinero como compensación o regalo recibido. Había en el interior del sobre
1.000 euros. Las buenas acciones siempre resultan premiadas, de una u otra
forma.
En la actualidad, Axier mantiene un puesto de trabajo, como ayudante de
cocina, en uno de los hoteles de la cadena Ilunion. Se siente feliz y realizado
porque cumple con su horario laboral en aquello que le gusta y para lo que está
preparado. Enia, su fiel compañera, sigue con su colaboración social como
cuidadora de personas mayores. Su felicidad no sólo proviene de su estabilidad
familiar, sino también porque está esperando la llegada de un bebé. En cuanto
al teniente Efraín Parral, sigue con sus investigaciones, a fin de llegar a los
autores de la acción delictiva. Aunque no ha podido detener aún a los autores,
sigue con un par de pistas que pueden resultar positivas.
EL CONFLICTO DE CONCIENCIA
EN AXIER
José
L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
29 abril
2022
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