viernes, 1 de abril de 2022

LA ORLA ACADÉMICA DE LAS REALIDADES.

Apenas estaban finalizado el almuerzo, cuando la reunión familiar en el domicilio de los QUINTANA – ROMERALES se disgregó, con las prisas propias de las obligaciones a cumplir por parte de algunos de sus miembros. Las dos hijas del matrimonio fueron las primeras en levantarse de la mesa, pues los relojes les recordaban que tenían que apresurarse para atender a sus obligaciones. Paula tenía clase a las 16:30 en la facultad de Turismo, teniéndose que tomar el bus 11 para desplazarse al Campus universitario. Por su parte, Coral había quedado para pasar la tarde estudiando en casa de su amiga Jennifer, ya que ambas tenían exámenes próximos en el Instituto donde cursan 2º de Bachillerato. La madre de las dos hermanas, Celia, iniciaba esa tarde de jueves, a las 17 horas, una larga jornada de guardia nocturna en el Hospital Clínico Universitario, donde trabaja como enfermera, para no volver a casa hasta la mañana siguiente.

De esta forma, esa tarde de abril se presentaba libre para ARMENIO, pues al ser jueves no tenía que acudir a las dos horas del gimnasio donde se encuentra inscrito, ni tampoco a la clase práctica de inglés avanzado, que recibe en la acogedora biblioteca municipal de su distrito domiciliario. Tras despedirse de su mujer, cuando ésta se desplazaba a su trabajo en el Hospital, tomó conciencia de la promesa que le había hecho, hacía una semana, de poner un poco de orden en el cuarto trastero que les corresponde en su bloque. Su mujer quería renovar los altillos de los armarios, a fin de ir guardando alguna ropa y enseres de invierno, previo traslado de diversos materiales a ese cuarto de los trastos en el que apenas se podía pasar, por hallarse completamente atestado de todas esas cosas que se van guardando “por si alguna vez pueden necesitarse” aunque normalmente ese momento casi nunca llega a producirse.

Entonces este licenciado en derecho, que trabaja en las oficinas del Registro de la Propiedad, se “armó de valor” y bajó al garaje de su domicilio en el que están ubicados esos cuartos trasteros, correspondientes a las diversas viviendas que constituyen el bloque. Llevaba consigo unas grandes bolsas de plástico, a fin de poner en ellas aquellos objetos y materiales que pensaba podrían eliminarse o regalarse. Nada más abrir la puerta del trastero 5º C, comprendió el fundamento de las protestas de Celia. De manera infructuosa, intentó penetrar en el interior del atestado y no muy grande espacio de “desahogo”. La imagen que tenía ante su vista era espléndidamente agobiante. La densificación de objetos inservibles que estaban allí apiñados planteaba el complicado problema de por dónde empezar “para abrir paso” en esa selva de cosas guardadas.

Repasó pacientemente con la vista algunas de las mismas, allí depositadas por el sentimiento de los recuerdos. Las bicicletas infantiles de sus hijas, con los "ruedines" correspondientes, viejos ordenadores portátiles con años de obsolescencia, el antiguo televisor que hubo de sustituirse, porque fallaba el sintonizador y en el taller lo tenían como descatalogado, la antigua cubertería que le regalaron sus suegros para la boda, que Celia era remisa en eliminar por el sentimiento de unos padres que ya no estaban, abundantes libros y carpetas de apuntes de unos y otros miembros de la familia, bolsas repletas de ropa y zapatos usados para regalar, pero no encontrándose nunca el tiempo oportuno para llevarlas a las Hermanitas de los Pobres o al local de la ONG de la zona centro, las muñecas y peluches de Paula y Coral, la enorme tartera regalo de la tía Engracia o el “peculiar” cuadro pintado por el cuñado Braulio, una “voluntariosa” marina que sólo suben al piso para colgarla cuando celebran con los familiares la comida de Navidad, y así un largo etc.

En esa disyuntiva filosófica se encontraba, entre lo sentimental y lo racional, cuando reparó en algo que mucho le afectaba. Sobre una descolorida y arañada mesita de noche descansaba un marco de cristal que contenía la orla universitaria de graduación, con las fotos de los compañeros de promoción en la facultad de Derecho. Le quitó con una bayeta el polvo acumulado y se puso a observar los nombres y rostros de los sesenta y seis compañeros que se animaron a fotografiarse, entre los cuales, lógicamente, él se encontraba. Tras repasarla, pensó en que faltaban determinados alumnos, quienes por alguna razón no quisieron o pudieron integrar el animoso y solemne grupo estudiantil. De inmediato, el sentimiento le embargó. Habían pasado casi 25 años de esa fecha feliz en que se graduaron, 1997. Fijándose en su propio rostro, tomó conciencia en que todos habrían cambiado en su físico con respecto a esos años de juventud, comenzando a hacerse las lógicas preguntas acerca de ¿cómo les habrá ido en sus vidas? ¿cómo será su actual imagen, corporal y anímica? Decidió, al fin, sacar del trastero las abundantes bolsas de ropa y zapatos usados, introduciéndolas en el maletero de su coche. Al día siguiente prometía llevarlas a alguno de los centros benéficos que conocía, confiando en que parte de su contenido les podría ser de alguna utilidad. Tras lo cual subió a su domicilio, llevando bajo el brazo la testimonial orla académica, abandonada por años en el trastero, que tanto le había impresionado por los recuerdos sentimentales que albergaba.

Ya sentado en el salón de su piso, con indisimulada emoción, pero con tenaz paciencia, se puso a recordar las numerosas imágenes que venían a su mente de esa juvenil e irrecuperable etapa de su existencia. A sus 49 años, habían pasado casi cinco lustros por esa gran fotografía grupal. Tomaba conciencia de que la relación posterior con los antiguos compañeros había sido prácticamente nula. Algún encuentro ocasional, de naturaleza individual, con rituales, breves y educados saludos, pero nada más. No se le ocultaba que, debido a la proximidad del aniversario, correspondiente a los veinticinco años en que finalizaron sus carreras, tal vez a alguien se le podría ocurrir el contactar con los que se pudiera, para celebrar alguna comida de hermandad. De todas formas, comprendía que ello conllevaría una ardua y difícil labor de localización, ya que unos y otros estarían por esos mundos de dios, repartidos y protagonizando sus respectivas vivencias, sus actividades laborales, sus relaciones familiares, con sus aventuras y desventuras propias de cada vida.

Al tener toda la tarde para él solo, fue repasando y seleccionando a un pequeño grupo de cinco o seis compañeros, con los que recordaba haber tenido, en la fragilidad visual de la memoria, una mayor afinidad, connivencia o algo parecido a la amistad ¿Por qué no intentar contactar con algunos de ellos, a fin de intercambiar el afecto de las palabras y el sentimiento emocional de los buenos recuerdos?

Serían las 18:30 cuando Coral puso un WhatsApp a su padre, diciéndole que esa noche  iba a quedarse a cenar y dormir en casa de su amiga Jennifer, pues estaban trabajando bien esas inminentes pruebas académicas que estaban “a la vuelta de la esquina”. Como Paula terminaba sus clases en la facultad a las 20:30 y siempre solía dar una “larga” vuelta con su actual pareja, tenía toda la tarde para él solo. Se prepararía algo de cena o en todo caso cuando su hija volviera a casa, encargaría un par de pizzas, menú que a Paula le encantaba. Armenio se dispuso a iniciar un laborioso proceso de investigación, vía Google y Facebook, sentándose ante su ordenador Mac, a ver si podía averiguar algo de ese pequeño grupo de compañeros seleccionados, en esa recuperada orla académica que de nuevo estaba en su cuarto de trabajo, reposando por ahora encima de una de las sillas de esta también abigarrada habitación.

Tuvo suerte, consiguiendo el número telefónico del segundo nombre que había elegido. Recordaba con mucho agrado a ROSO (Generoso) con el que había compartido numerosas aventuras de salidas nocturnas durante los años de universidad. En su memoria lo dibujaba como una persona muy vital, dicharachera, tal vez algo alocado o impulsivo, también fantasioso, pero con una naturaleza emprendedora verdaderamente admirable. Por su capacidad de iniciativa, solía ser elegido por los compañeros para cualquier proyecto o negociación con los profesores. Conocía someramente que se había casado y que se había dedicado al negocio inmobiliario. Pero la cercana relación de amistad que los vinculaba se había eclipsado, tras el abandono de los claustros universitarios. Y habían pasado ya cinco lustros.

“Hola, buenas tardes. Trato de contactar con Generoso. Soy Armenio, un antiguo compañero y amigo de la facultad de derecho. Hace ya muchos años que no sé nada de él y me gustaría saludarle. ¿Podría ponerse al teléfono?”  

Al otro lado de la línea telefónica respondía una mujer que se identificó como Prudencia, la esposa de Roso. Percibió en la voz de su interlocutora cierto nerviosismo. Tras unos incómodos segundos de silencio y con la voz entrecortada, respondió a la petición que se le efectuaba:

“Verá, él no puede ponerse al teléfono. No se encuentra aquí. Según me comenta, veo que tenían bastante amistad. Mi marido está pasando por una situación muy difícil, que no le puedo ampliar en este momento. Si lo estima oportuno, dado su interés, podríamos vernos personalmente, a fin de explicarle la dificultad que va a tener, por ahora, para reencontrarse con Generoso. Para su tranquilidad le diré que no es un problema de salud. Vd. me indica el momento para cuándo podemos vernos. Tengo disponibilidad horaria por las tardes”.

Un tanto extrañado y preocupado, Armenio le dijo que si lo estimaba oportuno podrían verse al día siguiente. Quedaron citados para ese viernes, a las cinco de la tarde, en una cafetería de la Plaza de la Merced. Se despidió con cortesía de la mujer de Roso a quien percibía un tanto emocionada por el tono de su voz. En los instantes finales de la breve conversación notaba que Prudencia estaba a punto de echarse a llorar. Desde luego, la primera experiencia de contacto con los integrantes de la un tanto amarillenta orla universitaria había resultado un tanto misteriosa y llena de intriga. Como si fuera un thriller cinematográfico. Pero en modo alguno quiso desanimarse, en este proceso de búsqueda y reconstrucción de un pasado ya muy lejano. Por ello pulsó un nuevo número, entre aquellos que había logrado localizar.

El siguiente elegido se llamaba PAULINO del Valle. Lo recordaba como el perfecto showman del polifacético grupo universitario. Era un verdadero artista, por las imitaciones, bromas y “payasadas” que improvisada, en los momentos más inesperados. En aquellos tiempos de la juventud consideraba que este alegre compañero debía haber elegido el oficio de actor. Incluso en alguna ocasión le preguntó acerca de su presencia en los estudios de leyes, materia para la que no lo veía especialmente indicado. La respuesta del también amigo era concluyente “Son cosas de la influencia paterna, que es la que paga y pone los cuartos. Ya conoces que muchos padres no renuncian a que sus vástagos continúen su trayectoria profesional. Es mi caso, amigo Armenio”.

Tras efectuar varias llamadas, pues la línea comunicaba, una joven voz masculina atendió la llamada. “Buenas tardes, soy Armenio Villalba. Pregunto por Paulino del Valle, con quien me gustaría hablar, antiguo compañero de estudio en la universidad. ¿Podría él ponerse, por favor??

“Efectivamente yo me llamo Paulino del Valle. Pero me parece que Vd pregunta por mi padre. Me temo que no ha tenido contacto con él en los últimos años ¿verdad? Observo que ha carecido de información acerca de lo que le ocurrió. Entiendo que eran amigos. Por ese motivo quiero explicarle de manera resumida y concluyente la situación. Mi padre no ejerció la titulación que había estudiado. Decidió, con valentía y profesionalidad, seguir la senda escénica, su verdadera vocación, a la par que formaba una familia. Trabajó fundamentalmente en los teatros madrileños, de manera muy digna y reconocida, aunque no era estrella de cartel. Fue un actor muy laborioso, representando con eficacia cualquier papel que se le encomendaba. Pero hace unos nueve años sufrió un terrible accidente de tráfico. Conducía su vehículo por la carretera de Cercedilla, para incorporarse a un grupo de teatro que preparaba una gira por diversas ciudades española. Desgraciadamente no pudo superar las secuelas del terrible choque con un tráiler de mercancías. Lamento tener que darle, como compañero y amigo de mi difunto padre, esta triste noticia que ocurrió hace muchos años, casi una década, como le he comentado. Yo soy su único hijo y ya ve, me llamo igual que él. Cuando Vd. venga a Madrid no dude en contactar conmigo, pues me agradará conocerle y saludarle personalmente”.

Tras disculparse y expresar la profunda impresión que le embargaba al conocer la pérdida de ese compañero y buen amigo, se despidió cortésmente del Paulino, ofreciéndose para todo lo que fuese necesario, pensando en la memoria del antiguo y apreciado compañero de facultad.

Verdaderamente, recorrido por los compañeros fotografiados en orla académica no estaba siendo positivo para su ilusión. Con respecto a los dos primeros que había elegido, uno había fallecido y el otro debía estar inmerso en algún grave problema, cuyo contenido probablemente conocería al día siguiente, al entrevistarse con su mujer. Sin embargo, el oficial del Registro se mostró dispuesto a realizar un tercer intento, aunque su ánimo estaba bajo mínimos.

En este caso había elegido a una mujer, llamada CLAMIA, una apreciada y bien parecida compañera de promoción, a quien recordaba como muy agradable, cariñosa, siempre generosa con los demás y muy estudiosa. Incluso tuvieron algún que otro acercamiento afectivo que a punto estuvo de llegar al noviazgo formal, pues estuvieron saliendo juntos algunos fines de semana. Pero el conocimiento de Celia, en una fiesta veraniega, tras finalizar el cuarto año de carrera, hizo que frenara los indudables deseos de esta compañera de curso, con la que hasta entonces tan bien se llevaba. Después de veinticinco años no había vuelto a saber nada de ella. Rebuscó en las páginas de Internet y lo curioso del caso es que el nombre de Clamia Álvarez aparecía ubicado en una Congregación de religiosas Adoratrices, en la localidad de Tudela. Consiguió el número de esta congregación religiosa, al que llamó con un especial interés.

Cuando se descolgó el teléfono, al otro lado de la línea, apareció la voz “venerable” de una señora, que se identificó como la hermana Dorotea encargada de la portería.

“Disculpe, hermana. Mi nombre es Armenio Quintana. Intento localizar a doña  Clamia Álvarez, quien fue compañera de estudios hace ya muchos años. En las redes sociales me aparece una localización de esta persona en su convento o congregación. ¿Me podría ofrecer, por favor, alguna información o dato acerca de la misma?”

“Creo que Vd. pregunta por la Hermana Purificación. Veré si se puede poner al teléfono, porque estamos en las Completas, horas de rezo diario. Espere, por favor”.

Al cabo de unos 10 minutos de espera, la hermana Purificación estaba en línea.

“Buenas noches, nos de Dios. La hermana Dorotea me ha explicado los datos de su llamada. Reflexionando, he de decirle que antes de entrar al servicio de Dios, mi nombre era ese por el que Vd. pregunta. Tuve un compañero de estudios que se llamaba efectivamente Armenio, no he olvidado ese nombre. Una gran persona. Me asombraría que Vd fuera este compañero …”

El intercambio de palabras con la religiosa facilitó la identificación recíproca de ambos interlocutores. La actual superiora de la Congregación de Adoratrices de la monumental ciudad navarra había sido, veinticinco años atrás Clamia Álvarez, quien unos años después de alcanzar la graduación en derecho, dio un giro trascendental en su caminar por la vida. Hizo el noviciado y profesó en la congregación religiosa a la que hoy sigue perteneciendo, como Hermana Superiora. Ese amor frustrado que la joven sentía en el pasado por Armenio, lo recondujo para afrontar con ilusión y convicción un amor más excelso y divino: el camino de la religiosidad, como proyecto de vida. El dialogo con su antigua amiga Clamia fue en todo momento respetuoso, cordial y fraternal. No exento de simpatía, afecto y cariñosa emoción. En la despedida, la hermana Purificación aseguró que pediría en sus oraciones por el bienestar de su antiguo compañero, mientras que Armenio prometió viajar algún día para visitarla, acompañado de Celia y sus hijas.

Poco antes de que el reloj marcase las 22 horas, su hija Paula llegó a casa. Además de su raída mochila, con las carpetas de apuntes, traía en sus manos una pizza familiar de seis ingredientes, apetecible menú para compartir con su padre. Ya no habría que llamar a Telepizza para encargar la cena aunque Armenio, conociendo a su hija, había preparado una muy apetecible ensalada de verduras variadas, que acompañaría a la comida italiana que ambos tanto apreciaban. Mientras cenaban, Paula le hizo la usual pregunta de casi tantas noches: “Ya sé que mamá no viene hoy, pues tiene guardia esta noche en el Clínico. Y a ti ¿cómo te ha ido la tarde?  ¿Te has aburrido mucho? Por cierto, he visto sobre el tresillo tu vieja orla universitaria. Se os ve a todos los compas muy jovencitos. Hoy ya sois unos simpáticos carrocillas, bastante talluditos, por mucho que os arregléis. Como cumplís los 25 años, desde el final de carrera, igual estaréis pensando en organizar alguna buena “quedada” para recordar mejores tiempos ¿lo vais a hacer?”

En la tarde del viernes. Prudencia y Armenio se encontraron en la cafetería Samoa. Tras los saludos y la compañía de sendas tazas de café, la mujer de Roso fue directamente al motivo de su explicación, contenido que supuso un nuevo y desalentador impacto anímico para Armenio, tras las dos que había recibido en la tarde precedente. Resultó que, al jovial y dinámico compañero de estudios, le había ido bastante bien, durante años, como director regional de una importante agencia constructora, con oficinas inmobiliarias en numerosas provincias. Pero unas oscuras y mal pensadas operaciones contables, con repercusiones de efecto dominó, originaron unos agujeros negros de gran importancia que, tras las denuncias y procesamientos correspondientes, le habían llevado a ser condenado a tres años y medio de prisión, de la que en ese momento había cumplido una tercera parte. “Creo que erais amigos, por eso te lo he querido explicar de forma directa esta dramática experiencia. Te pediría que fueras a verlo, pues me preocupa su imagen, en las visitas que el reglamento me permite, cada vez más deprimido y desanimado. Si le puedes echar una mano, no sólo yo te lo agradecería de corazón, sino que harías una buena acción a una persona que mucho lo necesita”.

Armenio le prometió a Prudencia que, a la mayor premura, actuaría en consecuencia, ofreciéndose además para cualquier otra ayuda material o anímica que la familia de su antiguo compañero pudiera tener. Al volver a su domicilio, y antes de sentarse en la mesa para cenar, que ya tenía preparada Celia, lo primero que hizo fue trasladar de nuevo la orla universitaria al cuarto trastero. Con la mayor firmeza estaba decidido a no investigar más en las vidas de todas aquellas fotos de ilusionados jóvenes universitarios, en la lejana fecha de su gozosa graduación. -

 

LA ORLA ACADÉMICA

DE LAS REALIDADES

  

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

01 abril 2022

                                                                               Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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