viernes, 22 de abril de 2022

EL MÁGICO SONIDO DE UNA VOZ

Los irracionales o caprichosos designios del destino habían trastornado gravemente el alegre caminar de una joven familia. BORJA Vidal, mecánico de profesión, había enviudado después de cuatro años de matrimonio con Amelia. Un luctuoso accidente de tráfico se había llevado una joven vida, madre de una niña llamada igual que su madre, MELI, que en el momento de la orfandad tenía tan sólo dos años. Borja trabaja en el taller de una importante concesionaria de automóviles y cuida con esmero de su hijita, aunque tiene la ayuda generosa y eficaz de su hermana Eliana, casada y con dos hijos. Siempre ha querido que su hija viva mayoritariamente con él, aunque la tía de Meli tiene siempre su casa abierta para todo lo que necesite su hermano y de manera especial su sobrina, que en la actualidad alcanza los seis años de vida.

Borja es un experto mecánico, afición a los motores que cultiva desde sus años de adolescencia. Comienza su horario laboral a las 8 de la mañana. Antes de esa hora, deja a Meli en el domicilio de su hermana, para que la lleve al colegio junto a sus primos que estudian en el mismo centro escolar. Tiene un descanso desde las 13 a las 15 horas, para el almuerzo, volviendo a su labor con los motores hasta las seis de la tarde. Recoge a su hija, que ya ha vuelto del colegio, en casa de su hermana y el resto del día lo dedica a ejercer con cariño y dedicación del mayor tesoro que tiene en su vida. Por fortuna, Borja ha sido siempre un artesano habilidoso con la cocina, aunque Meli, a pesar de su corta edad, le gusta ayudar a su padre en las tareas de la casa. Los fines de semana tiene un mayor tiempo para estar con la pequeña, acompañándola a los juegos y paseos propios de su edad.

La pérdida de su esposa ha sido una prueba muy difícil para todos, pero muy especialmente para una niña que en ese trágico momento estaba apenas comenzando a vivir. Sin embargo, Borja se ha esforzado en aplicar mucha dedicación y cariño en la educación de Meli, entrega positiva no exenta de la necesaria autoridad para corregir las normales travesuras que generan su potente vitalidad. Los días y las noches de soledad los va sobrellevando, aplicando para ello su responsable actividad laboral, la afición a una modesta jardinería que tiene en la terraza de su vivienda y sobre todo esa alegría constante que genera una niña de seis años, que sabe dinamizar todo lo que le rodea.

Familiares, amigos y compañeros le han comentado y aconsejado, en numerosas ocasiones, acerca de la necesidad de que recomponga sentimentalmente su existencia, buscando una nueva compañera que se muestre dispuesta a compartir las vidas solitarias de un padre y una hija, siendo una buena esposa y sobre todo una cariñosa madre para una niña que se halla en una fase fundamental de su desarrollo. Pero el mecánico cambia de inmediato de conversación. No tiene claro el perfil de la persona que quisiera y pudiera cumplir las no fáciles premisas de una esposa y sobre de una madre, en las actuales circunstancias.

Como en todas las familias, también en la suya había parientes “casamenteros” quienes con la mejor voluntad le iban presentando a variadas personas que no descartarían compartir su vida con el amigo viudo. Pero Borja se esforzaba en “huir” de estas “encerronas”, a pesar de reconocer la mejor intencionalidad de todos esos gestos que, por repetitivos, se iban haciendo cansinamente molestos. En ocasiones eran señoras que superaban, en no escasos años, la edad de sorprendido mecánico, quien en el momento de enviudar alcanzaba los 34 años (ahora estaba a punto de cumplir los 39). Otras veces le presentaban a mujeres que soportaban fracasos previos en sus matrimonios o emparejamientos. Pero el motivo básico de estos rechazos estaba en la niña Meli. Ahí estaba el fondo del problema. Consideraba razonable que debía rehacer su vida, aunque el amor no se puede “construir” artificialmente, pues ha de surgir del alma y del corazón. Sustituir a un primer amor es harto difícil, porque esa primera atracción y feliz convivencia difícilmente se llega a olvidar. Era inevitable “comparar” a la nueva compañera con aquella que se ha perdido por los azares del destino. La fórmula química de estos nuevos enlaces matrimoniales puede ser, las más de las veces, complicadamente desalentadora. Pero, a pesar de estos inconvenientes para su persona, estaba su hija. Hacer de madre (o madrastra) supone también una ardua tarea, tanto para la nueva esposa como también para esa hija no genética, aunque Meli solo hubiera vivido con su madre apenas dos años de su corta existencia.  

Ocurrió un viernes de primavera. Borja estaba reparando aquella mañana un problema puntual en el elevalunas de un vehículo de la marca. La urgencia del cliente, que tenía que emprender a la mayor premura un viaje a Granada para firmar unos contratos inmobiliarios, hizo que el mecánico subiera desde el sótano de talleres para resolver el problema en la misma zona de recepción de vehículos. Trabajaba con destreza para reparar la avería en la ventanilla delantera del conductor, mientras que el cliente esperaba a unos metros realizando repetidos paseos de un lugar a otro. En un preciso momento, Borja escuchó la voz de una persona que hablaba con Casio (Casiano), el compañero recepcionista. La acústica de aquella voz le dejó “maravillado”. La voz del operario era más bien ruda, con un tono grave y con un “deje” andaluz bien marcado. Por el contrario, su interlocutora pronunciaba con una fina, melodiosa, atrayente y “cautivadora” voz.  

Quien tan bellamente se expresaba, era una joven cuya dinámica y atlética figura aparentaba unos “veintitantos” años, resaltando su largo y liso cabello castaño que se recogía en una simpática cola. Delgada de cuerpo, vestía una camisa vaquera de color celeste, pantalones azules del mismo estilo, calzando unas deportivas sandalias de piel beige. El color de sus ojos parecía a lo lejos de una tonalidad gris clara. Pero sobre todo destacaba su maravillosa modulación de voz que sonaba con encanto, cuidando con esmero una perfecta pronunciación que motivaba sosiego y alegría. Obviamente, nada sabía o conocía de esa persona que tanto le había impactado. Así que una vez que la chica se había marchado, habiendo él también finalizado su reparación del elevalunas, se acercó al mostrador de atención al cliente y ojeó la página de los últimos vehículos ingresados. Así pudo conocer el nombre que buscaba: MARIAN.

Al paso de las horas y los días, no podía dejar de pensar en esa linda joven que entonaba una pronunciación tan vital y motivadora. Se decía así mismo ¿puede una persona enamorarse de una voz? Quiso el destino, o tal vez la casualidad, que el compañero Casio llamara una tarde al taller pidiendo que el mecánico Borja subiera a recepción. Resultaba que esa misma mañana de viernes, Marian había retirado su vehículo, cuando se dirigía a su trabajo como educadora en un colegio infantil. Cuando volvía a su domicilio, el motor de su vehículo reparado volvió a fallar, dejándola a medio camino del trayecto previsto. Tuvo que llamar a la grúa y de nuevo el coche al taller. La reparación no había sido bien realizada.

“Borja, la propietaria de un Peugeot 206 gris perla está aquí razonablemente enfadada. Parece que no se ha reparado bien y ha vuelto a fallar. Tu eres mi mejor mecánico, no es coba, así que por favor sube y échale una mirada a ver qué se puede hacer”.  

Cuando Borja subió desde el sótano de talleres, se encontró a la chica que tantas veces había dibujado en su mente, desde ese otro viernes pasado, cuando por primera vez la vio y escuchó su bella voz. Marian mostraba un semblante visiblemente enojado. Palpitándole fuertemente el corazón, el mecánico saludó con una cordial sonrisa. Hizo unas breves preguntas acerca de las circunstancias en que de nuevo se le había parado el motor. Las respuestas de la propietaria le devolvieron esa dicción maravillosa que tanto le había cautivado. Preparó un hábil contacto eléctrico, a fin de provocar el arranque y condujo el coche hasta el taller, dispuesto a trabajar de inmediato sobre ese caprichoso motor. Casio, con un noble gesto, invitó a Marian a tomar un café en el bar, confiando que su primer mecánico hiciera ese “milagro” de localizar la avería. El reloj marcaba las cinco y veinte de la tarde.

Cuando Borja abrió el capó del vehículo, tras una primera ojeada, percibió el origen de la avería. Había que desmontar piezas… Por este motivo llamó a Eliana, explicándole la situación y pidiéndole que Meli se quedara con ella jugando con sus primos, pues él tardaría en poder ir a recogerla. El horario de trabajo finalizaba a las 18 horas, pero la responsabilidad del buen mecánico le hizo estar trabajando hasta las 19:15, a causa de la laboriosidad y complejidad de la reparación. Cuando finalizó su esfuerzo, subió el vehículo a recepción, en donde esperaban Casio y la propietaria.

“Bueno, Srta. Marian. Ya tiene su coche OK. Lamentablemente era una avería que sólo la experiencia nos permite detectar en tan breve espacio de tiempo. Le puedo asegurar que no le va a dar más problemas por ese motivo técnico. Entiendo que no ha de pagar nada por esta nueva reparación ¿verdad Casio? La reparación primera no fue correcta”. El veterano recepcionista asintió con una placentera sonrisa.

“Muchísimas gracias, Borja. Además de ser un excelente mecánico, demuestra tener una generosidad y responsabilidad admirable, no fácil de encontrar hoy en día. Le estoy muy reconocida. Es una verdadera suerte tener a profesionales tan responsables como Vd. en el mundo. Me dice el Sr. Casio que finalizaba su horario de trabajo a las seis y son más de las siete y media. Me siento en deuda con Vd. Es que tengo una salida senderista este fin de semana…” “Pues no vas a tener el menor problema. Que tengas un fin de semana feliz, Marian”.

El mecánico saludó con afecto a la joven clienta, ofreciéndose para ayudarla con su Peugeot siempre que lo necesitase. La tarde de ese viernes había sido para él harto laboriosa pero inmensamente feliz. Había podido contactar con esa chica que tanto le había impresionado la primera vez que la escuchó.

Casio y Marian estuvieron hablando unos minutos, después que se retirara el eficaz y responsable operario. El recepcionista, buena y veterana persona, también se extendió en elogios hacia su compañero:

“Es nuestro mejor mecánico. Si él hubiera cogido tu coche desde el primer momento, no hubieras tenido problema alguno, Marian. Estoy seguro de ello. Además de sus cualidades técnicas, es una muy buena persona por la que tengo especial predilección. Me admira lo bien que lleva a su muy querida familia, después de la desgracia de perder a su mujer, a los tres años de casado, cuando su hijita tenía solo dos años. A esta pequeña dedica todo su esfuerzo y cariño. Ha centrado toda su vida en sacar a su niña adelante. No se ha vuelto a casar, aunque muchos se lo hemos recomendado”.

Esa entrañable información hizo mella en el sentimiento de la profesora infantil quien, desde aquel preciso instante, se prometió en hacer algo positivo por ese buen profesional de la mecánica y, de manera especial, por una niña sin madre. Se repetía, una y otra vez, que podía y necesitaba ayudarla. En realidad, ella era, a pesar de su juventud, una experta en cuidar y educar a niños pequeños. Y, al paso de las horas y los días, comenzaba a sentir una poderosa atracción hacia esa buena persona, a la que había conocido un viernes tarde con las manos engrasadas por la dura labor que realizaba en talleres. De alguna forma habían llegado a su vida dos seres que sufrían de la soledad, por los azares crueles del destino… ¿por qué no ayudarles? Le hacía una enorme ilusión siquiera intentarlo.

Tenía en su agenda el teléfono de Casio, a quien llamó un jueves por la mañana. Le transmitió, de manera valiente y directa, su intención de hacer algo bueno a un padre sin esposa y a una niña sin madre. El recepcionista de vehículos no dudó un solo instante en facilitarle los datos necesarios, a fin de que se pudiera poner en contacto con Borja. Al día siguiente, marcó un número de teléfono:  era el móvil del mecánico:

“Buenos días, Borja. Disculpa si esta llamada es inoportuna o sorpresiva. Te llamo no por causa del motor de mi Peugeot que, gracias a tus expertas manos, marcha perfectamente. Ya sabes que tu compañero Casio es muy extrovertido y me comentó que eres padre de una niña pequeña… Te cuento, en mi guardería vamos a hacer mañana sábado por la tarde una fiesta de primavera, con piñata, mimos, polichinelas, karaokes, concurso de dibujos y recortables… merienda y dulces incluidos. Si te animas, me haría ilusión que trajeras a esa linda niña, tu hijita, que creo se llama Meli. Disfrutaría con una alegre, sana y divertida fiesta. Y si tú te puedes quedar, habrá bocadillos y refrescos para todos. Podremos hablar, mientras ella juega con los demás niños que van a asistir a la fiesta ¡Anímate!”.

De esta sencilla, generosa y hermosa forma, nació una amistad trascendente para la vida de tres personas: Borja, Marian y Meli. Se había generado la magia de un admirable cruce de amores, necesidades y afectos entre los tres. El cariño y cuidado que una niña de seis años recibió en el futuro de la “maestra Marian” fue enriquecedor para todos y de manera especial para la propia Meli, quien pronto comenzó a llamarla “mamá”. Borja se sentía inmensamente feliz de este ángel terrenal que había llegado a su vida, todo un tesoro que los hados a veces se avienen a conceder. En cuanto a Marian, a sus veintisiete años, sentía cada vez más aprecio y atracción física por la persona de un buen hombre que el destino había cruzado en su vida.

En este punto, surge una reconfortante pregunta ¿Había querido Amelia, desde el cielo de las estrellas y luceros, buscar una cariñosa madre y una buena esposa, para esa su familia, rota por el azar de la desgracia? A buen seguro que, desde algún lugar ignoto, ya sea desde el Olimpo, el Paraíso celestial o el críptico y misterioso destino, la madre de Meli había sabido negociar con los ángeles para que uno de ellos llegara a poner luz y sonrisas en la realidad de dos seres, bueno tres, que necesitaban creer y gozar en ese gran valor de la esperanza. La magia acústica de una voz había sido un excelente principio, para una gozosa realidad posterior. – 



EL MÁGICO SONIDO

DE UNA VOZ

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

22 abril 2022

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