Los
irracionales o caprichosos designios del destino habían trastornado gravemente el
alegre caminar de una joven familia. BORJA Vidal,
mecánico de profesión, había enviudado después de cuatro años de matrimonio con
Amelia. Un luctuoso accidente de
tráfico se había llevado una joven vida, madre de una niña llamada igual que su
madre, MELI, que en el momento de la
orfandad tenía tan sólo dos años. Borja trabaja en el taller de una importante
concesionaria de automóviles y cuida con esmero de su hijita, aunque tiene la
ayuda generosa y eficaz de su hermana Eliana,
casada y con dos hijos. Siempre ha querido que su hija viva mayoritariamente
con él, aunque la tía de Meli tiene siempre su casa abierta para todo lo que
necesite su hermano y de manera especial su sobrina, que en la actualidad
alcanza los seis años de vida.
Borja es un
experto mecánico, afición a los motores que cultiva desde sus años de
adolescencia. Comienza su horario laboral a las 8 de la mañana. Antes de esa
hora, deja a Meli en el domicilio de su hermana, para que la lleve al colegio
junto a sus primos que estudian en el mismo centro escolar. Tiene un descanso
desde las 13 a las 15 horas, para el almuerzo, volviendo a su labor con los
motores hasta las seis de la tarde. Recoge a su hija, que ya ha vuelto del
colegio, en casa de su hermana y el resto del día lo dedica a ejercer con
cariño y dedicación del mayor tesoro que tiene en su vida. Por fortuna, Borja
ha sido siempre un artesano habilidoso con la cocina, aunque Meli, a pesar de
su corta edad, le gusta ayudar a su padre en las tareas de la casa. Los fines
de semana tiene un mayor tiempo para estar con la pequeña, acompañándola a los
juegos y paseos propios de su edad.
La pérdida de
su esposa ha sido una prueba muy difícil para todos, pero muy especialmente
para una niña que en ese trágico momento estaba apenas comenzando a vivir. Sin
embargo, Borja se ha esforzado en aplicar mucha dedicación y cariño en la
educación de Meli, entrega positiva no exenta de la necesaria autoridad para
corregir las normales travesuras que generan su potente vitalidad. Los días y
las noches de soledad los va sobrellevando, aplicando para ello su responsable
actividad laboral, la afición a una modesta jardinería que tiene en la terraza
de su vivienda y sobre todo esa alegría constante que genera una niña de seis
años, que sabe dinamizar todo lo que le rodea.
Familiares,
amigos y compañeros le han comentado y aconsejado, en numerosas ocasiones,
acerca de la necesidad de que recomponga sentimentalmente su existencia,
buscando una nueva compañera que se muestre dispuesta a compartir las vidas
solitarias de un padre y una hija, siendo una buena esposa y sobre todo una
cariñosa madre para una niña que se halla en una fase fundamental de su
desarrollo. Pero el mecánico cambia de inmediato de conversación. No tiene
claro el perfil de la persona que quisiera y pudiera cumplir las no fáciles
premisas de una esposa y sobre de una madre, en las actuales circunstancias.
Como en todas
las familias, también en la suya había parientes “casamenteros” quienes con la
mejor voluntad le iban presentando a variadas personas que no descartarían
compartir su vida con el amigo viudo. Pero Borja se esforzaba en “huir” de
estas “encerronas”, a pesar de reconocer la mejor intencionalidad de todos esos
gestos que, por repetitivos, se iban haciendo cansinamente molestos. En
ocasiones eran señoras que superaban, en no escasos años, la edad de
sorprendido mecánico, quien en el momento de enviudar alcanzaba los 34 años
(ahora estaba a punto de cumplir los 39). Otras veces le presentaban a mujeres
que soportaban fracasos previos en sus matrimonios o emparejamientos. Pero el
motivo básico de estos rechazos estaba en la niña Meli. Ahí estaba el fondo del
problema. Consideraba razonable que debía rehacer su vida, aunque el amor no se
puede “construir” artificialmente, pues ha de surgir del alma y del corazón.
Sustituir a un primer amor es harto difícil, porque esa primera atracción y
feliz convivencia difícilmente se llega a olvidar. Era inevitable “comparar” a
la nueva compañera con aquella que se ha perdido por los azares del destino. La
fórmula química de estos nuevos enlaces matrimoniales puede ser, las más de las
veces, complicadamente desalentadora. Pero, a pesar de estos inconvenientes
para su persona, estaba su hija. Hacer de madre (o madrastra) supone también
una ardua tarea, tanto para la nueva esposa como también para esa hija no
genética, aunque Meli solo hubiera vivido con su madre apenas dos años de su
corta existencia.
Ocurrió un
viernes de primavera. Borja estaba reparando aquella mañana un problema puntual
en el elevalunas de un vehículo de la marca. La urgencia del cliente, que tenía
que emprender a la mayor premura un viaje a Granada para firmar unos contratos
inmobiliarios, hizo que el mecánico subiera desde el sótano de talleres para
resolver el problema en la misma zona de recepción de vehículos. Trabajaba con
destreza para reparar la avería en la ventanilla delantera del conductor,
mientras que el cliente esperaba a unos metros realizando repetidos paseos de
un lugar a otro. En un preciso momento, Borja escuchó la voz de una persona que
hablaba con Casio (Casiano), el compañero
recepcionista. La acústica de aquella voz le dejó “maravillado”. La voz del
operario era más bien ruda, con un tono grave y con un “deje” andaluz bien
marcado. Por el contrario, su interlocutora pronunciaba con una fina,
melodiosa, atrayente y “cautivadora” voz.
Quien tan
bellamente se expresaba, era una joven cuya dinámica y atlética figura
aparentaba unos “veintitantos” años, resaltando su largo y liso cabello castaño
que se recogía en una simpática cola. Delgada de cuerpo, vestía una camisa
vaquera de color celeste, pantalones azules del mismo estilo, calzando unas
deportivas sandalias de piel beige. El color de sus ojos parecía a lo lejos de
una tonalidad gris clara. Pero sobre todo destacaba su maravillosa modulación
de voz que sonaba con encanto, cuidando con esmero una perfecta pronunciación
que motivaba sosiego y alegría. Obviamente, nada sabía o conocía de esa persona
que tanto le había impactado. Así que una vez que la chica se había marchado,
habiendo él también finalizado su reparación del elevalunas, se acercó al
mostrador de atención al cliente y ojeó la página de los últimos vehículos
ingresados. Así pudo conocer el nombre que buscaba: MARIAN.
Al paso de
las horas y los días, no podía dejar de pensar en esa linda joven que entonaba
una pronunciación tan vital y motivadora. Se decía así mismo ¿puede una persona enamorarse de una voz? Quiso el destino, o tal vez la casualidad, que el
compañero Casio llamara una tarde al taller pidiendo que el mecánico Borja
subiera a recepción. Resultaba que esa misma mañana de viernes, Marian había
retirado su vehículo, cuando se dirigía a su trabajo como educadora en un
colegio infantil. Cuando volvía a su domicilio, el motor de su vehículo
reparado volvió a fallar, dejándola a medio camino del trayecto previsto. Tuvo
que llamar a la grúa y de nuevo el coche al taller. La reparación no había sido
bien realizada.
“Borja, la propietaria de un Peugeot 206 gris perla está
aquí razonablemente enfadada. Parece que no se ha reparado bien y ha vuelto a
fallar. Tu eres mi mejor mecánico, no es coba, así que por favor sube y échale
una mirada a ver qué se puede hacer”.
Cuando Borja
subió desde el sótano de talleres, se encontró a la chica que tantas veces
había dibujado en su mente, desde ese otro viernes pasado, cuando por primera
vez la vio y escuchó su bella voz. Marian mostraba un semblante visiblemente
enojado. Palpitándole fuertemente el corazón, el mecánico saludó con una
cordial sonrisa. Hizo unas breves preguntas acerca de las circunstancias en que
de nuevo se le había parado el motor. Las respuestas de la propietaria le
devolvieron esa dicción maravillosa que tanto le había cautivado. Preparó un
hábil contacto eléctrico, a fin de provocar el arranque y condujo el coche
hasta el taller, dispuesto a trabajar de inmediato sobre ese caprichoso motor.
Casio, con un noble gesto, invitó a Marian a tomar un café en el bar, confiando
que su primer mecánico hiciera ese “milagro” de localizar la avería. El reloj
marcaba las cinco y veinte de la tarde.
Cuando Borja
abrió el capó del vehículo, tras una primera ojeada, percibió el origen de la
avería. Había que desmontar piezas… Por este motivo llamó a Eliana,
explicándole la situación y pidiéndole que Meli se quedara con ella jugando con
sus primos, pues él tardaría en poder ir a recogerla. El horario de trabajo
finalizaba a las 18 horas, pero la responsabilidad del buen mecánico le hizo
estar trabajando hasta las 19:15, a causa de la laboriosidad y complejidad de
la reparación. Cuando finalizó su esfuerzo, subió el vehículo a recepción, en
donde esperaban Casio y la propietaria.
“Bueno, Srta. Marian. Ya tiene su coche OK.
Lamentablemente era una avería que sólo la experiencia nos permite detectar en
tan breve espacio de tiempo. Le puedo asegurar que no le va a dar más problemas
por ese motivo técnico. Entiendo que no ha de pagar nada por esta nueva
reparación ¿verdad Casio? La reparación primera no fue correcta”. El
veterano recepcionista asintió con una placentera sonrisa.
“Muchísimas gracias, Borja. Además de ser un excelente
mecánico, demuestra tener una generosidad y responsabilidad admirable, no fácil
de encontrar hoy en día. Le estoy muy reconocida. Es una verdadera suerte tener
a profesionales tan responsables como Vd. en el mundo. Me dice el Sr. Casio que
finalizaba su horario de trabajo a las seis y son más de las siete y media. Me
siento en deuda con Vd. Es que tengo una salida senderista este fin de semana…”
“Pues no vas a tener el menor problema. Que tengas un fin de semana feliz,
Marian”.
El mecánico
saludó con afecto a la joven clienta, ofreciéndose para ayudarla con su Peugeot
siempre que lo necesitase. La tarde de ese viernes había sido para él harto laboriosa
pero inmensamente feliz. Había podido contactar con esa chica que tanto le
había impresionado la primera vez que la escuchó.
Casio y
Marian estuvieron hablando unos minutos, después que se retirara el eficaz y
responsable operario. El recepcionista, buena y veterana persona, también se
extendió en elogios hacia su compañero:
“Es nuestro mejor mecánico. Si él hubiera cogido tu coche
desde el primer momento, no hubieras tenido problema alguno, Marian. Estoy
seguro de ello. Además de sus cualidades técnicas, es una muy buena persona por
la que tengo especial predilección. Me admira lo bien que lleva a su muy
querida familia, después de la desgracia de perder a su mujer, a los tres años
de casado, cuando su hijita tenía solo dos años. A esta pequeña dedica todo su
esfuerzo y cariño. Ha centrado toda su vida en sacar a su niña adelante. No se
ha vuelto a casar, aunque muchos se lo hemos recomendado”.
Esa
entrañable información hizo mella en el sentimiento de la profesora infantil
quien, desde aquel preciso instante, se prometió en hacer algo positivo por ese
buen profesional de la mecánica y, de manera especial, por una niña sin madre.
Se repetía, una y otra vez, que podía y necesitaba ayudarla. En realidad, ella
era, a pesar de su juventud, una experta en cuidar y educar a niños pequeños. Y,
al paso de las horas y los días, comenzaba a sentir una poderosa atracción
hacia esa buena persona, a la que había conocido un viernes tarde con las manos
engrasadas por la dura labor que realizaba en talleres. De alguna forma habían
llegado a su vida dos seres que sufrían de la soledad, por los azares crueles del
destino… ¿por qué no ayudarles? Le hacía una enorme ilusión siquiera
intentarlo.
Tenía en su
agenda el teléfono de Casio, a quien llamó un jueves por la mañana. Le
transmitió, de manera valiente y directa, su intención de hacer algo bueno a un
padre sin esposa y a una niña sin madre. El recepcionista de vehículos no dudó
un solo instante en facilitarle los datos necesarios, a fin de que se pudiera
poner en contacto con Borja. Al día siguiente, marcó un número de teléfono: era el móvil del mecánico:
“Buenos días, Borja. Disculpa si esta llamada es
inoportuna o sorpresiva. Te llamo no por causa del motor de mi Peugeot que, gracias
a tus expertas manos, marcha perfectamente. Ya sabes que tu compañero Casio es
muy extrovertido y me comentó que eres padre de una niña pequeña… Te cuento, en
mi guardería vamos a hacer mañana sábado por la tarde una fiesta de primavera,
con piñata, mimos, polichinelas, karaokes, concurso de dibujos y recortables…
merienda y dulces incluidos. Si te animas, me haría ilusión que trajeras a esa
linda niña, tu hijita, que creo se llama Meli. Disfrutaría con una alegre, sana
y divertida fiesta. Y si tú te puedes quedar, habrá bocadillos y refrescos para
todos. Podremos hablar, mientras ella juega con los demás niños que van a
asistir a la fiesta ¡Anímate!”.
En este punto, surge una reconfortante pregunta ¿Había querido Amelia, desde el cielo de las estrellas y luceros, buscar una cariñosa madre y una buena esposa, para esa su familia, rota por el azar de la desgracia? A buen seguro que, desde algún lugar ignoto, ya sea desde el Olimpo, el Paraíso celestial o el críptico y misterioso destino, la madre de Meli había sabido negociar con los ángeles para que uno de ellos llegara a poner luz y sonrisas en la realidad de dos seres, bueno tres, que necesitaban creer y gozar en ese gran valor de la esperanza. La magia acústica de una voz había sido un excelente principio, para una gozosa realidad posterior. –
EL MÁGICO SONIDO
DE UNA VOZ
José
L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
22 abril
2022
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog
personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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