Analizando el comportamiento de esas otras muchas personas, con las que nos cruzamos por las calles y plazas de nuestras ciudades, ya sean familiares, amigos, compañeros, vecinos o conocidos de vista, también haciendo una autorreflexión acerca de nuestra actitud ante la vida, tenemos la convicción o percepción acerca de la gran cantidad de población que se siente “sola” y aburrida a lo largo de los días. Y este último sentimiento es sufrido o soportado, a pesar de las inmensas o numerosas posibilidades hoy existentes, que permiten acceder a situaciones de una más o menos cómoda distracción.
¿Ejemplos
para esta "terapéutica"? Resulta fácil constatar la existencia de abundantes bibliotecas públicas, con una amplísima oferta de
libros, revistas, periódicos y material video gráfico. La televisión en la actualidad no es como la que se
emitía en los años de nuestra infancia, cuando sólo había una o dos cadenas
para distraernos e informarnos. Por el contrario, las empresas mediáticas que
hoy podemos sintonizar en nuestros televisores rebasan con generosidad el
centenar. A poco que busquemos información, nos encontramos, casi todas las
semanas, con la oferta de numerosos conciertos,
salas de exposiciones y museos, gratuitos o con días y horas de entrada
sin coste. La abundancia de parques y jardines públicos
es una realidad en nuestras ciudades. El transporte
público municipal para las personas mayores, con limitados ingresos, resulta
también prácticamente gratuito o con un precio bastante reducido con respecto a
la tarifa general. En casi todos los municipios, los ayuntamientos ofertan cursos muy variados para el aprendizaje de las más
interesantes materias. En no escasos barrios siguen funcionando las tradicionales
y amistosas peñas y asociaciones, vinculadas
a las más diversas artes, ciencias y costumbres. Internet es
una sugestiva y “milagrosa puerta o ventana abierta al mundo, a través de la
cual podemos encontrar información para casi todo, visitando miles de páginas
web y por supuesto con la ayuda inestimable del buscador Google, que nos lleva
a viajar por las redes on-line de la cultura, la literatura, el arte y la
ciencia. La naturaleza está siempre abierta
y receptiva, sólo hay que “andarla”.
Sin embargo,
a pesar de todas estas lúcidas posibilidades e incentivos, fácilmente
disponibles, cuando observamos a las personas que nos rodean, especialmente
“mayores”, seguimos percibiendo ese rictus de aburrimiento
y soledad que dan, con vileza y desazón, los años acumulados en el
cuerpo y en el espíritu. En este global contexto, enmarcamos una interesante
historia de una persona que “sufría” la contrastada realidad de un “excesivo”
tiempo libre.
Luminosa
mañana de invierno, en una dinámica ciudad de suave clima mediterráneo. Hacía
algo de frío, más bien elevada humedad relativa del aire, pero la generosidad
solar compensaba y gratificaba los cuerpos, permitiendo gozar con esos rayos
templados o “aterciopelados” que te hacen sentir bien, sin tener que llevar
excesiva ropa sobre el organismo. El protagonista central de nuestro relato es
un hombre casado, de mediana edad (54) con dos hijos (varón y hembra) que
cursan estudios universitarios. Heliodoro
comenzó a trabajar en una entidad bancaria a los veintisiete años, después de
algunos empleos ocasionales, con su título de bachillerato y habiendo realizado
unos cursos de formación profesional, en la modalidad de administración y
contabilidad. Toda su vida laboral la ha ido desarrollando en la misma entidad
financiera, ubicada en una barriada en donde también tiene su residencia
familiar. Ha ocupado diversos puestos en la sucursal, de la que no se ha
querido “mover” pues siempre ha mantenido la convicción de que el conocimiento
directo de la vecindad es un factor muy importante para mantener e incrementar la
fidelidad clientelar.
Como a tantos
y tantos ciudadanos, los ciclos y vaivenes de las crípticas leyes económicas
afectaron a su estabilidad profesional y vivencial. Las sucesivas crisis del
sistema capitalista indujeron a los grupos financieros a buscar la
concentración bancaria, reestructurando sus organizaciones con la supresión de
numerosas sedes y sucursales, hecho favorecido por el auge y desarrollo de la
banca on-line o digital. Las plantillas laborales sufrieron también, con penosa
lógica, estas modificaciones organizativas, desarrollándose una severa política
de despidos y bajas incentivadas o negociadas, de manera especial para con los
trabajadores que superaban el medio siglo de vida. Este laborioso interventor
de una importante sucursal bancaria, sita en la zona del barrio de la Victoria
malacitana, también se vio afectado, pues se encontraba incluido por su edad en
el grupo de los señalados para abandonar el puesto de trabajo que ocupaba.
Obviamente ese despido, tras casi tres décadas vinculado a la misma entidad fue
acompañado de unas condiciones económicas hasta cierto punto ventajosas, pero
al tiempo con el riesgo sumado de llegar a la “jubilación” con “excesivo” tiempo libre durante la sucesión de los
días. La posibilidad de buscar un nuevo acomodo laboral la puso en práctica
desde el primer momento, pero tras los sucesivos “fracasos” cuando llamaba a la
puerta de las distintas empresas, más o menos relacionadas con la actividad que
había desarrollado hasta el momento, le hizo tomar conciencia de que en época
de contracción económica el perfil de edad era un impedimento o hándicap “insalvable”
para volver a encontrar un nuevo puesto de trabajo.
Su mujer, Leonor, además de llevar personalmente las tareas
del hogar familiar, ocupa las tardes en un comercio de mercería, lanas y
tejidos, propiedad de una prima hermana. Este esfuerzo laboral le reporta también
el incentivo de salir de casa y poder ayudar (con su pequeño sueldo) a las
necesidades de una familia en la que ambos hijos se encuentran estudiando en el
campus universitario: Lalo hace traducción e
interpretación, mientras su hermana Margara cursa
2º curso de medicina.
En este
contexto familiar y personal, Heliodoro, sufre cada día más el anímico padecimiento
del aburrimiento. El “inesperado” despido, que
tuvo dolorosamente que afrontar hace ya casi un año, no lo ha sabido integrar muy
bien en la nueva estructura vital en la que transcurre el paso de los días.
Durante muchos años había estado cumpliendo un rutinario horario de trabajo,
entre lunes y viernes, con la llegada puntual a su oficina antes de las 8 y
permaneciendo en la misma hasta las 15 horas. Incluso dos tardes a la semana
también trabajaba en su oficina desde las 17 hasta las 19 horas, con el
incentivo económico subsiguiente. De esa forma se sentía responsablemente ocupado,
dejando para los fines de semana esos comportamientos lúdicos para salir al
campo, asistir al cine o al fútbol o estar sentado en casa leyendo o mirando la
televisión. Pero ahora todo es diferente. Cada mañana se ve obligado a “construir”
un nuevo día, con todas las horas disponibles, a fin de evitar esa aburrida
rutina de no tener nada obligatorio que hacer a diferencia de antes, cuando tenía
que cumplir un integrado y “saludable” horario laboral.
El antiguo
interventor bancario todavía se siente joven, a pesar de haber superado la
cincuentena. Aunque mantiene algo de sobrepeso, su salud es razonablemente aceptable.
Ahora que tiene tanto tiempo libre le gusta de practicar los paseos, como
saludable y diaria afición. Después del desayuno, abandona su domicilio a fin
de recorrer, sin rumbo premeditado, distintas zonas de la ciudad. La opción
portuaria es una de las que más utiliza. También gusta acudir a las zonas
ajardinadas, entorno vegetal que aprovecha para leer plácidamente el periódico
de difusión nacional que adquiere cada mañana. Los entornos que con más
frecuencia suele visitar son la Plaza de la Merced, los jardines, tanto los del
Parque Central como el del Norte y el de Picasso. También los dos largos Paseos
Marítimos, llegando en su caminar por el este hasta los Baños del Carmen o la zona
de la Térmica, en el área occidental de la ciudad.
Al paso de
los meses, ha constatado y soportado la actitud de otros muchos jubilados o
personas sin trabajo como él, que utilizan diversos métodos para acercarse a su
asiento, en donde descansa o practica la lectura, Estos paseantes “anónimos” ansían poder entablar conversación a
partir de los más variadas temáticas o motivaciones. Suelen ser personas
solitarias, normalmente de edad avanzada, que buscan compartir un rato de
charla, que obviamente agradecen, para sosegar su imperiosa necesidad de hablar
y ser escuchados. Aunque Heliodoro prefiere centrarse en la lectura de su
periódico, acaba aceptando esta muy humana realidad, pensando que la necesidad
que aturde a esos desconocidos transeúntes también puede llegar a tenerla él
mismo en el futuro, en una sencilla reflexión del “hoy por ti, mañana por mi”.
Entiende que hay mucha gente que sufre la anemia psicológica y material de la
soledad en sus vidas, sin poseer los mecanismos de ayuda necesarios para
alcanzar la auto distracción. Aplicando el dicho popular, considera que estas
personas “se aburren como ostras”. En realidad, aparte de la lectura de la
prensa diaria, a él le ocurre también parte de lo mismo.
Durante estas
experiencias “amistosas” constata que hay compañeros, en ese populoso y rutinario
ejército del tiempo libre, excesivamente persuasivos,
pesados y reiterativos, aplicando esa actitud de “pegarse” a su persona,
impidiéndole poder estar tranquilo para pensar, leer o simplemente pasear.
Cierta mañana de febrero, cuando apenas había llegado a los jardines anexos al
edificio del Ayuntamiento malacitano, llamados de Pedro Luis Alonso, llevando
su fiel diario El País debajo del brazo y había elegido un buen asiento, a fin
de evitar la frontalidad solar que le deslumbraba, vio
acercarse a un hombre de una edad similar a la suya. Vestía con una
chaqueta de pana ancha color marrón, bastante ajada por el continuo uso,
pantalones de franela con el mismo color de su chaqueta, calzando unos zapatos
negros de pronunciada puntera, con los talones muy desgastados en los laterales
diestros, a causa de la peculiar forma en el caminar del individuo. También le
resultó chocante observar la boina negra (de esas antiguas) con la que cubría
la abundante cabellera gris/canosa de su cabeza, manifiestamente ovalada. Además
de un par de orejas muy destacadas en “soplillo”, mostraba un tono de piel
bastante curtido y agrietado, tal vez por el paso de los años o por el
desempeño de alguna profesión ejercida al aire libre. En su hombro izquierdo
portaba una mochila marroquí de color oscuro, muy “descarnada” en su
superficie.
El
desconocido transeúnte se le acercó sonriente, echando mano de inmediato al “manual temático de protocolo”, a fin de romper el
hielo inicial para la amistad (el tiempo atmosférico, la abundancia de turistas
en la ciudad, la clasificación de la liga futbolera, el comportamiento de la
clase política…). Pero siempre hay un recurso que suele dar óptimos resultados:
“yo le conozco a Vd. de algo, pero ahora mismo no lo puedo concretar…”
Como el dicharachero transeúnte o paseante no se iba, Helio decidió al fin
cerrar las páginas de su periódico. A poco de entablar conversación supo que se
llamaba Herminio y que había
trabajado como maestro de obras. Manifestaba que desde hacía tres años se
encontraba jubilado, por un molesto problema de vértebras.
“Ahora, quien lleva la pequeña empresa es mi hijo
Adalberto. Por cierto “amigo”, si tiene alguna chapuza que hacer en casa, como
fregaderos, terraza, lavadero, cisterna, chimenea, solería, pintura, techos,
tabiques … nosotros le metemos mano incluso a la electricidad y a la
fontanería. Dada la hora que es, presumo que está Vd. amigo Heliodoro, jubilado
o en paro. He de confesarte que me has caído bien, por lo que te (ahí comenzó
el tuteo campechano) voy a ofrecer algo que solo planteo o descubro a personas
muy amigas. Especialmente si son gente inteligente, como desde el primer
momento he visto en tu persona. Te ofrezco la posibilidad de invertir, a cambio
de una rentabilidad no menor del 15 %. Te extraña ¿verdad? Pero esto te lo
explico más despacio, con un café caliente de por medio. Tengo el gusto de
invitarte. El tenderete del Parque está abierto ya a esta hora. En dos zancadas
estamos sentados en la mesa, donde te descubro la “albañilería” de esta
sorprendente rentabilidad”.
Desde luego
la “labia” de Herminio no tenía parangón. Mezclaba la afilada mirada de sus penetrantes
ojos, con hábiles movimientos de las manos y cabeza, en circuitos pendulares
bastantes imperativos por su enérgica plasticidad. Era un tipo de
comportamiento curioso, un trilero de la palabra, teatrero, amable, simpático,
persuasivo, también enérgico en ocasiones … globalmente encantador. Una de esas
típicas personas a la que no es fácil decirle “no” o lo que realmente sientes.
A los pocos minutos, Heliodoro y Herminio ya se encontraban acomodados en el pequeño
bar del Parque, consumiendo sendas y deliciosas, por su aroma y sabor, tazas de
soja moka. La verborrea de Armenio carecía de límites expresivos, ante el
asombro aturdido de un Heliodoro, claramente superado por la intensidad léxica
de su hábil interlocutor.
“Amigo Helio. Te explico. Me entregas 500 euros. A
comienzos del mes próximo recibes de mi mano el 15% de rentabilidad: 75 euro. Te
cuesta trabajo admitirlo. Lo acepto. En medio año has ganado el mismo dinero
invertido y en cualquier momento puedes recuperar el capital original. Esa
inversión nunca la pierdes, sino que la mantienes reportándote opíparas
ganancias. Pero ¡qué te voy a contar, que no conozcas, si eres un especialista
bancario, como generosamente me has comentado! Sin embargo tengo que ser
sincero contigo. Como bien comprenderás, este dinero es movido por gente de la
“sombra”, la mafia del dinero. Lo más interesante y seguro es que no hay
“papel” alguno de por medio. Y te olvidas de pagar el odioso 21 % de IVA: nada
de impuestos. No te preocupes por la “bofia”. Piensa que yo a ti “no te conozco”.
Tu a mi tampoco. Nuestra garantía queda en el honor, en nuestra inmaculada
palabra. Te estoy ofreciendo esta posibilidad, porque desde que te vi me caíste
bien. No le des más vueltas: una suculenta inversión para personas ambiciosas y
emprendedoras, hastiadas de tributar para que otros vivan muy bien. En
confianza, puedes probar un par de meses a ver como lo llevas. Sé valiente y
arriésgate con 500 euros, al menos. Después, te aseguro, querrás invertir más y
más” Lo veo en tus ojos”.
Dulcemente “embriagado,
aturdido, deslumbrado”, por las apetecibles ofertas que le hacía Herminio, se sintió atrapado por una tentación lúdica que había
superado la racionalidad de su débil voluntad. Sólo acertó a decir o musitar lo
siguiente:
“Heminio, la
oferta que me haces es muy suculenta y quiero probar, aunque sólo sea durante un
par de meses. No voy a firmar ningún papel o documento, pues esto es dinero negro
y nos podemos meter en un buen lío. Pero en mi vida he pagado y sigo pagando
muchos tributos y ahora mismo me veo en la calle, con una compensación de paro
que es realmente una miseria. Y cuando se me acabe, pues a esperar la
jubilación definitiva, hasta que me llegue la edad. Quiero probar. Yo sé que movéis
ese dinero negro en bolsas del Este europeo o en negocios o acciones que no
quiero pensar. Pero estoy decidido, después de que me hayan puesto en la calle,
tras tres décadas de responsables sacrificios. Ahora mismo sólo llevo 240 euros en la
cartera. Pero si me acompañas al cajero, lo completo hasta sumar los 500 euros que
me decías, para probar como “funcionan”. Según vea los resultados de esta
primera entrega, en los meses siguientes puedo incrementar el monto de la
inversión. Tienes unas maravillosas dotes para la convicción”.
“Me enorgullece tu confianza y admiro la inteligencia que
muestras, amigo Helio. No dudes que el dinero que se ganan, a manos llenas, las
corporaciones, es la rentabilidad o capital que reciben nuestros clientes y
sólo por confiar en nosotros. Para los inversores VIP, como es tu caso, siempre
llevo algún modesto detalle en la mochila, como prueba de nuestro
reconocimiento por la confianza que recibimos.
Es un especial regalo que te entrego, pero que debes abrir en tu
domicilio pues, a partir de ahora, debemos extremar nuestros movimientos y
actitudes. Recuerda que yo no te conozco de nada y tú a mi tampoco. Nos vemos
aquí mismo dentro de un mes. Te entrego un sobre con los 75 euros y, si lo estimas
procedente, me entregas otro con la nueva cantidad que desees para incrementar
el capital. El lugar de encuentro lo iremos cambiando, para no levantar
sospechas. Dame tu número de móvil y recibirás un sims con un lugar y una hora
para las próximas citas. Eres un buen tío. Me enorgullezco de haberte elegido.
No suelo equivocarme. Llevo en el negocio ya un tiempo y la experiencia me
ayuda para elegir a los inversores inteligentes. Comprenderás que el nombre que
uso, de Armenio, es simulado. Aunque gran parte de la historia que te he
contado sobre mi vida es absolutamente verídica”.
Tras gestionar
un reintegro en el cajero automático, se despidió de Armenio (o como se
llamara), quien también le entregó un paquetito rectangular, como detalle
prometido, primorosamente envuelto en papel de regalo y bien sellado por cinta transparente
para pegar. Su peso era notable, por lo que Heliodoro, con gozo, pensó que
podría ser algún objeto electrónico. Se repetía asimismo esa sosegada frase
“mejor no pensar en su origen”. Llegó a casa “jadeante” tomando conciencia de
que a pesar de haber en el ambiente una fresca temperatura, su camisa estaba
húmeda por el sudor. Los nervios de haberse implicado en una operación ilegal,
la primera vez en su vida, juntado a su sobrepeso, provocaban ese “alegre”
sofoco anímico y físico que le embargaba. En principio se había prometido no
comentar nada del caso a Leonor, quien estaba poniendo la mesa para el
almuerzo. No pudo aguantar más la intriga y se fue al dormitorio, para conocer
el obsequio que le había entregado su peculiar nuevo amigo del Parque. Abrió
tembloroso el bien presentado paquete, observando que había sido envuelto con esmero,
pues tras el papel del envoltorio (“estampado” con pequeñas estrellitas
blancas, sobre un fondo rojo) venía un protector de plástico con burbujas de
aire, sin duda para evitar los daños de una posible caída. Tras el plástico de
burbujas, nuevo papel blanco “acartonado”, para potenciar la protección. Las
gotas de sudor nuevamente fluían a su frente, en un estado de catarsis nerviosa
un tanto infantil pero naturalmente comprensible. El temblor manual era
incontrolable. Y al fin, tras eliminar el grueso papel blanco, apareció el dadivoso presente: una vieja loseta o rasilla
de cerámica andaluza, con restos de cemento pegados en su reverso, recogida
probablemente en algún vertedero o basurero con escombros de obra. La sorpresa
o el impacto anímico en Heliodoro fue de tal calibre, que la loseta se le cayó
de las manos, rompiéndose en varios trozos que dañaron superficialmente el reciente
terrazo pulimentado del dormitorio.
EL PERSUASIVO AMIGO
DEL PARQUE
José
L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
07 enero 2022
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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