viernes, 17 de diciembre de 2021

SEIS COMENSALES EN LA MESA DE NOCHEBUENA.

La fuerza de la tradición, el fundamento ideológico de la educación recibida, junto a la poderosa influencia de las costumbres religiosas, hacen que determinadas fechas del calendario vayan aparejadas a comportamientos sociales que se repiten en cada anualidad. Uno de los días más entrañables del año es el día 24 de diciembre, en el que las familias se reúnen en torno a la mesa para celebrar la CENA DE NOCHEBUENA, víspera del día de Navidad. En ese cálido y afectivo reencuentro, numerosos miembros de unos apellidos comunes, pertenecientes a distintas generaciones, comparten una copiosa y bien dispuesta cena, celebrada en el domicilio de algún familiar. En ocasiones y debido a distintas motivaciones y circunstancias, hay miembros de esas familias que sólo se reencuentran en la Nochebuena, aunque durante el resto del año mantienen alguna vinculación a través de las felicitaciones intercambiadas en las onomásticas y en los cumpleaños.

Para la cena de Nochebuena siempre hay un miembro de la numerosa familia que ejerce de organizador, nucleando al mayor número de parientes en ese punto de encuentro al que se acude con algún presente o regalo, a fin de darle mayor brillantez al fraternal evento. Todo comienza con el intercambio de cariñosos saludos, con las muestras de afecto de besos y abrazos, más los consabidos comentarios acerca de la salud y esas palabras generosas en las que todos se conservan muy bien físicamente. La organización de la magna reunión nunca debe ser improvisada, siguiendo las reglas de ese protocolo no escrito pero que casi todos aplican: suenan los primeros villancicos, comentarios elogiosos sobre el árbol de Navidad, bien adornado e iluminado, continúa con la distribución de los asistentes en torno a una gran mesa, ingeniosamente articulada en un espacio “imposible” según las leyes de la física, sobre cuyo mantel van llegando los primeros platos de entremeses, junto esas bebidas variadas que alegran el espíritu. La grata atmósfera se ve repleta de sonrisas, parabienes, elogios con patente generosidad, palabras amables hasta la exageración y anécdotas encadenadas a las que hay que reír con largueza, sin importar el contenido de lo que se ha narrado y escuchado. Siguen llegando suculentos platos desde esa abarrotada cocina que se ha ido preparando desde las primeras horas de la mañana, con espléndidos y decorados manjares verdaderamente imposibles de consumir en su totalidad (serán hábilmente reutilizados en el almuerzo del día 25) a pesar de que hay parientes y amigos íntimos que hacen alarde de su asombrosa capacidad para echar al estómago todo aquello que el ama de casa ha preparado con esmero y sabiduría desde casi el amanecer.

Resulta inevitable que los mayores a la cita recuerden con nostalgia, profundos suspiros y algunas lágrimas contenidas, a los que ya no pueden estar presentes, pero de inmediato los más jóvenes “imponen” su vitalidad y dinamismo, alegrando esa atmósfera fraternal y cordial para que la fiesta en modo alguno decaiga. Los móviles de unos y otros siempre están prestos para ir tomando instantáneas de los asistentes, con esa frase repetida de “te las envío por el Whatsapp”. Continúan llegando platos y bandejas a la mesa, con frases y adjetivos “sublimes” que repiten el estribillo de “¡pero como vamos a comernos todo esto tan apetitoso!”. Hay diestros mantenedores de la velada, quienes se ven ayudados en los breves e incómodos tiempos de silencio por la ayuda siempre útil del monitor de televisión, a quien nadie parece hacer caso. Otro eficaz colaborador para el mantenimiento es el iPad, con toda la navideña carga de villancicos, los de “siempre” y esas nuevas versiones grabadas por los famosos de la canción. Apenas se está empezando a consumir los postres, cuando los más jóvenes recuerdan la cita que tienen con los amigos de la “panda” anunciando su pronta marcha, con la anuencia comprensiva y benevolente de padres y abuelos. Efectivamente, los mayores se van quedando solos, frente a ese televisor que no para de regalar sonrisas, música y ese humor enlatado que incluso, en ocasiones, genera el divertimento y la comicidad, al igual que ocurre tras las doce campanadas del 31.

Ya superada la medianoche y acercándonos a la primera hora del nuevo día, llega la fase de las rituales despedidas, con nuevos besos, abrazos y las firmes e incumplidas promesas de no esperar la llegada de otra Navidad, para ese placentero reencuentro con los allegados de sangre y parentesco. Los anfitriones se afanarán en “quitar la mesa” y buscar ese acomodo ingenioso, en los recovecos imposibles del frigorífico, para los abundantes sobrantes, que ofrecerán su versatilidad para la sopa y complementos de los siguientes menús. Por su parte, los invitados tendrán que recorrer ese largo trecho callejero, hasta donde han podido dejar el vehículo, inevitablemente “mal aparcado”, todos bien abrigados porque la humedad nocturna en las ciudades marítimas cala hasta las profundidades de la estructura corporal. Unos y otros repetirán esa frase socorrida de “pues ha salido bien la noche…” para autososiego de las conciencias y los afectos. Sí, por supuesto, muchos llevarán en la agenda de los propósitos ese saludable e ilusionado paseo que piensan recorrer en la mañana siguiente, a fin de respirar y disfrutar el ambiente soleado del siempre alegre Día de Navidad.

Había comenzado su séptima década vital. Se llamaba Amando Ruisilva y había nacido en el seno de una muy acomodada familia, tanto en lo económico y en lo social, cuya muy desahogada estabilidad financiera estaba sustentada en la posesión, por herencias generacionales, de importantes parcelas territoriales dedicadas al cultivo y explotación industrial del olivo. Su padre, don Viriato, diestro y hábil comerciante, tuvo el acierto de invertir muchas de las ganancias agrarias en la compra de inmuebles para el alquiler. Pisos, apartamentos, garajes y locales comerciales, fueron sustentando una inteligente “almohada” económica para cuando el destino no se mostrara receptivo para la suerte.

El personaje nuclear de esta historia era el hijo único de esta acaudalada familia, teniendo una infancia y juventud erróneamente consentida, que generó en un comportamiento parasitario siempre abierto al despreocupado goce vital, evitando por todos los medios el esfuerzo laboral, ya que centraba todo su amplio tiempo libre en ir dilapidando el rico patrimonio parental. Tras un par de décadas matrimoniales con Tristina (Tristana María) mujer de “conocido” apellido en la élite social y que gozaba de una serena belleza, se vio en la cincuentena abandonado por su desesperada cónyuge, cansada de soportar las humillaciones, lujurias e infidelidades de su inestable y egoísta esposo. Las hectáreas olivareras y las industrias vinculadas fueron perdiéndose, por su relajada gestión y gastos incontrolados dedicados a sus goces. En la actualidad puede seguir subsistiendo, de una manera básica, gracias a las rentas que aún recibe por esos inmuebles y locales alquilados que su padre, previsoramente, supo y pudo acumular. Reside en una decadente y señorial mansión, ubicada en una zona noble de la ciudad, a la que viejos y golosos amigos han dejado de acudir, tras constatar que la fortuna tradicional de Amando se ha ido “esfumando” impidiendo en consecuencia que el siempre dadivoso amigo pueda seguir sufragando las sonadas juergas y “bacanales” colectivas a las que tan aficionados eran los componentes de la decadente y parasitaria “panda señorial”.

Malgastando el tiempo en deambular sin destino o visitando cafeterías, bares de copas o tascas de tapeo, para calmar el ánimo o el estómago, Amando sufre cada vez más el pathos anímico de la soledad. Ve acercarse las tradicionales y sentimentales fiestas navideñas, con el ropaje de ese acendrado y estresado consumismo, signo de los tiempos de abundancia o desidia para ahorrar pensando en el mañana. Recuerda que al menos las navidades pasadas pudo tener algún amigo en casa, pero esas “interesadas amistades” hace ya meses que le han dado completamente la espalda. Sobre todo, recuerda aquellas lejanas y divertidas cenas de Nochebuena, cuando los familiares de Tristina acudían a su entonces elegante mansión ajardinada, denominada Villa Elena, nombre que hace mención a su antigua propietaria quien, siendo ya muy mayor, accedió venderla a don Viriato, el patriarca familiar, que deseaba ostentar y gozar residencia en una zona noble de la ciudad.

Entristecido por tener que afrontar estas entrañables e inminentes fiestas del calendario, de manera especial la “familiar” cena de Nochebuena, con un caserón tan grande y destartalado, sumido en una inaguantable y dolorosa soledad, decidió visitar al único miembro de su familia que aún se presta a recibirlo: un primo fraile carmelita, a quien no había visitado desde hacía casi un lustro. El Padre Ismael lo recibió en principio con una cierta frialdad. Más o menos paralelos en la edad, el clérigo incluso había sido objeto en tiempos pasados de alguna “trastada” económica por parte de Amando, por lo que aplicó una especial cautela al atender al inconsciente y trilero pariente. Sin embargo, tras escuchar las argumentaciones “casi sollozantes” del compungido primo, consideró oportuno modificar su desconfiada actitud y se dispuso, una vez más, a prestar consejo a esta alma descarriada del rebaño celestial terrenal.

“Si, Amando. Esa soledad que te has ido labrando desde la juventud, aplicando tu “mala cabeza”, ahora te está pasando factura. La alocada y disoluta vida que has desarrollado no lleva a ningún buen destino. Ahora sufres por sentirte solo, precisamente en estas fechas fraternales en las que se conmemora la Natividad de Jesús. Te voy a dar un sabio consejo, para que al menos en la noche del 24 no te veas solo en casa y puedas compartir la alegría del Nacimiento con otras personas, a las que el destino les ha deparado esa terrible lacra de la soledad, lo mismo que te ocurre a ti. Hoy es día 22. Pues mañana, víspera de la Nochebuena, sales a la calle, con humildad y generosidad. Ve eligiendo algunas de estas almas que viven en las calles, por carecer de techo y cobijo. Invítales a pasar contigo esa Noche del 24, compartiendo con ellos esos alimentos que a ti te sobran. Con esta noble acción estarás en el camino para la reconciliación con tu desordenada conciencia. Elige 3 o 4 indigentes, esos hermanos que nada poseen y promételes recogerlos en la tarde del 24 para esa cena, modesta pero confortable, que tendrás preparada en el caserón señorial, en el que te sientes tan solo. Comparte aquello que bien te sobra con esos hermanos que sufren el frío y la carencia material de cada día. Así te sentirás mejor y más feliz, con ese calor humano que tanto necesitas y del que careces por tu desordenada cabeza”.

Reflexionaba Amando, camino de casa, acerca de los sensatos y generosos consejos que había recibido de su primo Ismael, el venerable fraile del Carmelo. Ya en su domicilio, mientras consumía algo de la cena que le había dejado preparada Mariana, seguía dándole vueltas a las sensatas y duras palabras que como lección había recibido esa tarde, tomando la decisión de aplicar tan sabios consejos, pues la perspectiva de no tener a nadie con quien compartir la cena de esa noche era demasiado dura para su corazón entristecido. Pero ¿quién era Mariana? Esta joven de 24 años acude tres veces en semana a Villa Elena para hacer algo de limpieza y de camino a preparar comidas que después se calienta “el señorito”. Es madre soltera de una niña, a quien puso por nombre Alma, que ahora alcanza los cuatro años en su edad. Cuando aún no había cumplido los veinte años, esta chica conoció a un joven pandillero, en un domingo de fiesta donde se bebió más de la cuenta. Quedó embarazada y Adán no quiso saber nada de ella ni de su responsabilidad paternal, “desapareciendo” de la ciudad. Mariana, que pertenecía a una familia “bien” pero de ideología muy retrógrada, se vio obligada a salir de casa, pues sus innobles padres no querían tener esa “mancha” en su genealogía, ya que sus tres hijos varones mantenían noviazgos formales con jóvenes vinculadas a la “alta sociedad” malacitana. Así que se tuvo que poner a trabajar “en lo que fuera”, abandonando sus estudios de Magisterio, ante la intransigencia de una familia egoísta y cruel. En la actualidad se encuentra viviendo en una residencia dirigida por Hermanas Reparadoras, en la que especialmente tienen acogidas a madres solteras sin hogar.

En la mañana del 23 Amando salió de su residencia, tomando el bus municipal hasta la parada de la Alameda. Comenzó a pasear llegando a la zona del Mercado Central de Atarazanas. Observó que, en una de las puertas de este importante centro comercial, muy bien ornamentado en sus puestos de frutas y verduras para estas fechas festivas que multiplican las ventas, estaba una señora visiblemente mayor, excesivamente repintada y vistiendo un atuendo modesto. Esta mujer se le acercó, pidiéndole “algo” para poder tomarse un café. Tenía unos bellos ojos azules claros, aunque algo marchitos por las visibles arrugas en los párpados, señales de la edad que también mostraba en la piel de sus manos y rostro. En un insólito arranque de bondad, Amando respondió a la petición recibida: “Señora, a mi también se me apetece tomar algo caliente. Compartamos un café con leche, bien caliente y si tiene apetito algún bollo de leche para acompañar. La señora, algo sorprendida por la generosidad del caballero, aceptó sin dudarlo la amable invitación. “Verá, caballero, es que desde ayer noche no he tomado nada y he llegado tarde al centro asistencial, donde ya no quedaban bolsitas para repartir”.

El desayuno compartido se prolongó hasta cerca de las 12 horas, pues Irania le confió a su benefactor y nuevo amigo algunas importantes fases de su “agitada” vida. Era de nacionalidad argentina y había sido una mujer de especial belleza en sus años jóvenes (ahora alcanzaba los 69). Perteneciente a una muy humilde familia, tomó la decisión de salir de la pobreza en la que se veía sumida, “vendiendo” la frondosidad de su cuerpo. Ya en el seno de una muy cutre prostitución, cayó en manos de mafias delictivas, que la explotaron miserablemente. Al paso del tiempo, comenzó a dar tumbos por diversas geografías, hasta que el destino quiso que recalara en Málaga, atraída, ya en su madurez y perdida su belleza y oferta carnal, por la bondad y templanza climática. Se unió a un pequeño grupo de personas sin hogar que, en muchas de las noches, dormían bajo el techo de las estrellas. Comían de las bolsas recogidas en centros de beneficencia y cuando podían compartían alguna habitación, en hacinamiento, pagando algunos euros por la noche. Limosnas, recogida de objetos en los contenedores de residuos, alguna venta ambulante … así era la existencia actual de una señora indigente, por las calles de esta populosa y desarrollada ciudad.

“Pues mañana tarde, amiga Irania, pasaré por el mismo punto donde nos hemos encontrado, a eso de las cinco de la tarde. Te invito a compartir la cena de Nochebuena, en mi domicilio, en unión de otras personas a las que también hoy buscaré. En casa no pasaremos frío y tomaremos una comida digna y sana para el cuerpo. Estoy muy solo en la vida, pero ahora ya seremos dos, cifra que a lo largo de este día pienso aumentar, para que formemos, siquiera esa noche tan especial, una pequeña y gran familia”.

Iranía, bastante emocionada prometió estar a las cinco de la tarde en esa puerta del Mercado Central. “Gracias, don Amando, por su gran bondad. Es Vd. todo un señor. Yo sabré cantar villancicos argentinos, para alegrarle esa noche, en que la compañía es muy necesaria, para compensar la malvada soledad. Si tiene en casa huevos, leche y azúcar, le prepararé unas muy sabrosas natillas, siguiendo las enseñanzas de mi abuela Victoriana, que en buena gloria esté”.

Tras despedirse con “ceremonial” afecto, Amando continuó buscando un nuevo invitado para la noche siguiente. Recordaba, con hondo pesar, como hacía unos días había llamado a varios antiguos amigos de juergas, con resultado desalentador. Conociendo que el dadivoso amigo estaba en horas bajas económicas, o no contestaron a las llamadas o se excusaban con frías e inamistosas palabras, aludiendo a compromisos previos. Ninguno de ellos tuvo el noble gesto de decirle “vente a casa”, cuando él se había vaciado varias veces los bolsillos para ofrecerles todo tipo de diversiones, comidas y bebidas, con el mayor desenfreno de comportamientos, sin que tuviesen que pagar “peseta” alguna.

En el lateral sur del Parque vio a un hombre calvo y obeso, quien descansaba su oronda cabeza entre sus manos, apoyando sus brazos en ambas rodillas. Pensó que “daba el tipo” de persona triste y solitaria. Se aproximó al banco de madera que ocupaba ofreciéndole sin más explicación, tras el saludo y el intercambio de nombres, su morada para pasar la Nochebuena. Telesforo, superando el asombro inicial, le respondió sintetizando en pocos minutos su aciaga vida.

“Amigo Amando, es Vd. persona de notable agudeza. Efectivamente, mi situación es harto desgraciada. Yo era un prometedor contable, que trabajaba en una solvente empresa que fabricaba y distribuía material sanitario para los cuartos de baño. Ganaba un buen sueldo y mi mujer e hijos estaban perfectamente atendidos, sin grandes lujos, pero con un cómodo desahogo para los gastos. Los azares de la vida quisieron que me aficionara al juego, en una mala hora de debilidad. Primero fue la Primitiva, después llegaron los incentivos del bingo, de ahí pase a los casinos, dejándome el dinero (que cada vez más me faltaba) a “espuertas”. Era una “maligna ludopatía” que no sabía ni quería parar. Obviamente, llegaron las carencias en casa, las discusiones continuas y ese ambiente agrio que nos degrada de la necesaria racionalidad y el imprescindible cariño. Tuve la mala hora de recurrir al hurto en las cuentas de la empresa. Era un camino sin retorno hacia la catástrofe. El defalco en la contabilidad, con la denuncia correspondiente, hizo intervenir a la policía. Me cayeron cuatro años y medio de prisión, de los que he cumplido tres y dos meses. Ahora estoy con la provisional. A nivel familiar, Eloisa, mi mujer, se ha vinculado con otra persona y no quiere saber nada de mí. Los dos hijos, ya adolescentes, hacen sus vidas. La influencia de su madre es poderosa, para sus mentes interesadas. Diciéndolo coloquialmente, estoy “más sólo que la una”. Algunos días de la semana tengo que ir a dormir a un centro de rehabilitación, vinculado a la prisión provincial. Con trabajos esporádicos que me salen, como mozo de carga en el Mayorista o algunos almacenes, pago una habitación de 225 euros, para evitar estar en la calle. Pensaba que ahora en Navidad no me iba a faltar el trabajo, pero la competencia es dura, en tiempos de carencias. Y aquí esperando a que me llamen… Y mañana una nueva Nochebuena, de la que poco podía esperar, cuando llegas y me invitas. Sin conocerme de nada… parece un hecho milagroso”.

“No te preocupes, Telesforo. Mañana, a las 17:15, pasaré por este mismo lugar, acompañado de otra persona, a fin de que te vengas con nosotros para disfrutar de una noche sencilla, pero agradable en lo básico, en la que podremos gozar de una cálida compañía personal, evitando el vacío de la acre soledad”.

Continuó Amando su camino, hasta llegar a la dársena portuaria. La zona se encontraba en ese momento bien concurrida de paseantes, agradecidos a los rayos solares que templaban sus organismos con generosidad y al salino aroma marítimo que allí se respiraba. Disfrutaban igualmente de las espléndidas vistas de las aguas mediterráneas, con las embarcaciones allí atracadas y el entorno monumental de la colina de Gibralfaro. En una de las esquinas del muelle uno observó que, sentado en las escalinatas que se hunden en el mar, había un hombre de avanzada pero bien conservada edad, que mostraba una imagen muy atractiva por la pulcritud corporal y el cuidado de su deportiva vestimenta. Tomaba el sol plácidamente, ocultando sus ojos tras unas gafas oscuras que potenciaban su personalidad. En un momento concreto, se despojó de las lentes y centró su mirada en la figura de Amando, sonriéndole “con ternura”. Al “buscador de comensales” le hizo gracia el gesto de esa persona que no le quitaba la mirada de encima. Sin más explicación y con `patente diligencia le expuso la ya consabida cantinela:

“Buenas tardes, ciudadano de Málaga ¿Le apetecería pasar la Nochebuena en mi domicilio, junto a otros amigos?

El apuesto tomador de sol no se amilanó, ante la espontaneidad de esa persona que le invitaba, aceptando cordialmente el envite. Parecía feliz y contento con la propuesta, pues, ya sin las gafas, sus ojos azules claros le brillaban. Desde un principio se mostró “exageradamente” locuaz:

“Mi buen y generoso amigo. Le comento que soy de origen brasileño. Mi nombre es Reinaldo. Durante largos años he sido mayordomo, amigo, compañero, amante … de un afamado actor de teatro. Pero mis 69 “añitos” muy bien llevados, como puede percibir, ya no le cuadran al ingrato actor (un lustro más joven que yo). Necesita “carne” menos vapuleada por el viento y los azares de la vida. Se ha encaprichado con un gigolo veinteañero, llamado Acrisio quien, aparte de su apolínea figura, no sabe guisar, lavar, planchar y en modo alguno amar, como un servidor ha hecho durante décadas. Le aseguro que este joven, siempre sonriente, tampoco sabe cuidar a un protector que podría ser su abuelo. La deslealtad de actor hacia mi persona responde a las flaquezas de una edad mal llevada y desconsiderada. Ahora vivo, “repudiado” en soledad, en un pequeño apartamento que el actor (no quiero mencionar ni su nombre) en los gratos momentos de recíproca felicidad tuvo a bien regalarme, por el intenso amor hacia la vida que yo le motivaba. Por supuesto que acepto su dadivosa oferta. Es todo un honor”.

El asombro de Amando, ante esa densa síntesis vital de la persona en quien se había fijado, como nuevo compañero de mesa, era absoluto. Realmente no sabía si “reír o llorar” ante esas profundas confidencias expresadas sin pregunta previa. Aun así, mantuvo su primera intención “Gracias, Reinaldo. Mañana vendré a este mismo lugar, sobre las 17:30, acompañado de otros dos invitados. Todos disfrutaremos de una grata y cálida noche en el seno de un hogar confortable y abierto para la amistad”. Se despidieron de una forma singular. Le ofreció la mano a su interlocutor, pero éste respondió con un afectivo y gran beso en la mejilla del abrumado anfitrión para la inminente cena.

Amando puso también un poco de alegría en Mariana, pidiéndole que además de organizar un agradable menú para él y sus invitados, también se sentara en la mesa con ellos, a fin de compartir una noche fraternal de profunda sencillez y amistad. Las palabras del carmelita Ismael habían tenido un positivo efecto en la senda descarriada de una persona que al fin reconocía sus errores y arbitraba un generoso camino para comenzar a repararlos. Fue una Nochebuena feliz. Los divertidos villancicos entonados por la garganta cansada de Irania, la peculiar habilidad de Reinaldo con el juego de naipes y los trucos de magia, la simpatía y sencillez de Telesforo, narrando mil y una divertidas anécdotas, la espontaneidad de Alma, escenificando historias con sus dos peluches preferidos, motivaba la honda satisfacción de Amando de sentirse hermanado y acompañado por estos fraternales “espontáneos” amigos, a los que la vida no se lo había puesto fácil, ni mucho menos. Las jóvenes pero diestras manos de Mariana supieron optimizar las viandas que tenía en la despensa, con alguna compra especial encargada por su señorito. Unos bien elaborados canapés como entrantes, una ardiente taza de caldo de cocido con hierbabuena, tres pollos asados con amplia guarnición de verduritas cocidas y aliñadas llevaban a un postre consistente en unas apetitosas natillas con canela, elaboradas por las expertas manos de Irania. Este fue el sencillo pero suculento y grato menú compartido por cinco personas que rechazaban el pathos de la soledad, junto a una pequeña y alegre niña de cuatro años que no paraba de reír, jugar y alegrar. Pero todos estos gozosos invitados aún no conocían el mayor y sorprendente regalo que, en el café y dulces navideños de sobremesa y para su inmenso gozo, iban a recibir de su dadivoso y mejor anfitrión, en esa Nochebuena en la que se comparte humanidad, sencillez, fraternidad y la más limpia amistad. –

 

 

SEIS COMENSALES,

EN LA MESA DE NOCHEBUENA

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

17 diciembre 2021

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