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viernes, 27 de diciembre de 2024

UN JUGUETE INOLVIDABLE

En la memoria de las personas siempre permanecen, aun con el paso inexorable del tiempo, determinadas personas, vivencias, elementos materiales o relaciones sociales, que han sembrado honda huella en nuestros mejores recuerdos. Esas imágenes que toman vida en nuestra añoranza resurgen de tiempo en vez, nos gratifican y al tiempo desalientan, pues el pasado es pretérito y vivimos en un presente que se hace inexistente al paso hacia el futuro de los minutos y sus latidos de vida.

CLAUDIO Alhama es uno de esos centenares de miles de personas jubiladas, que “llenan” su amplio tiempo libre poblando las plazas, los jardines y los espacios culturales de nuestras densificadas ciudades, pueblos y localidades residenciales. Casado con AURELIA Arenas, tuvieron una descendencia de dos hijas, Mariblanca (vive con su familia agricultora en tierras bajo el plástico en Almería) y Mariflor, que reside con su pareja, actor, en la capital de España. Ha ejercido como mecánico de profesión, en un taller privado para la reparación de vehículos. Hace unos tres años accedió al “grado” de jubilación anticipada o pensionista, debido a una lesión que le provocaba continuos problemas de espalda, derivados de su trabajo con los vehículos que a diario reparaba. Ahora, con 63, se gana diariamente la vida con sus paseos, su asistencia a los cines y a los conciertos, “pegando la hebra” donde puede y encuentra acomodo. Sociológicamente pertenece a una clase media/baja, en la modestia de sus disponibilidades económicas, pudiendo vivir con dignidad, pero sin embarcarse en grandes gastos.

Esta historia se nuclea temporalmente en esos “festivos” días de diciembre y enero, tensionados por el fenómeno sociológico que nos determina e ilusiona, como es la NAVIDAD. La alegre y larga celebración suponía para él (como para otros muchos) un plus para la distracción, ya que le permitía gozar de los lúdicos incentivos de la cromática iluminación callejera, de los cantos que conformaban las corales musicales y otros conciertos de mayor envergadura, que tenían lugar en los templos y lugares de su Málaga natal. Por encima de turrones, mazapanes y panderetas, le hacía especial, ilusión rememorar aquellos lejanos y felices años de su infancia e incluso adolescencia, cuando el proyecto navideño suponía vacaciones, juegos, dulces y ese color que iluminaba las calles, edificios e incluso los pisos de la vecindad y el suyo propio. Pero, por encima de todos estos eventos lúdicos para la festividad, sobresalía la llegada mágica y majestuosa de SS.MM los REYES MAGOS de Oriente, en esa inolvidable noche del 5 de enero, tras la ruidosa y alegre cabalgata, emoción que se acrecentaba en el amanecer del 6º día del enero, con el milagro de los juguetes (no todos los que había escrito, con la firme fe de un niño creyente en sus deseos) en el que siempre había algún regalo especialmente significativo para jugar y disfrutar.

Muchos de esos juguetes, que con más o menos esfuerzo económico llegaban a las zapatillas deportivas que el niño Claudio ponía junto al árbol adornado para la Navidad, tenían relación con su proverbial capacidad para los mecanismos, la construcción de objetos y variados artilugios, por complicados que fuesen. El niño Claudio era lo que hoy se denomina “un manitas” para el montaje y el desmontaje de todos los aparatos lúdicos que caían en su “dominio”, basándose en la buena memoria que poseía para el control de sus diversas piezas componentes. Ahora, ya de muy mayor, recordaba las arquitecturas de madera pintadas de vistosos colores, los puzles que iban incrementando su dificultad en el número y las formas de las piezas geométricas. También le encantaban los cochecitos de autopropulsión, con las correspondientes cuerdas que, de tanto tensarlas, solían atascarse. Sólo con manos habilidosas como las suyas lograba desatascar esa cinta metálica o “cuerda continua” que se enrrollaba y desenrollaba, permitiendo la ingenua o sencilla fuerza motriz para que las ruedas delanteras moviesen el pequeño vehículo. Ya se daba cuenta de que los cochecitos de lata pintada, asemejando taxis, ambulancias, coches de bomberos o bólidos de carrera, podían tener también propulsión delantera o trasera. Cuando llegó el “milagro” de las pilas, la llave de cuerda perdió su protagonismo motriz. Se abrió el camino de la electricidad, para generar la energía necesaria a fin de mover coches y trenes (para los padres que pudieran afrontar el costo de esa compra). 

Otros juegos también motivaban su ilusión infantil, como la de todos los niños de la época: las pelotas de goma, los balones de reglamento, los patines, las patinetas, las siempre añoradas bicicletas, los juegos reunidos, los trenes eléctricos o movidos por la fuerza de sus manos. Sin embargo, había un juego muy instructivo que, a pesar del paso de los muchos años, nunca había olvidado entre su principal preferencia. Lo tenía en el mejor de los recuerdos, ya que era el juguete que mejor le permitía desarrollar sus habilidades, empleado tiempo, ingenio y paciencia, cuando jugaba solo en casa. Claudio era hijo único de unos tenderos de ultramarinos, en una tiendecita ubicada en el antiguo y ya casi desaparecido barrio del Perchel malacitano.

Ese gran juguete que SS.MM, en un afortunado enero (había cumplido los nueve años), tuvieron a bien regalarle (lo había visto en el gran escaparate de los Juguetes Carrión, Pasaje de los Mártires hacia la calle Compañía) era el denominado MECCANO. Dadas las características del instructivo juguete, era vendido en cajas de cartón con diferentes niveles de complejidad y piezas. Estos elementos constructivos se podían ampliar, comprándolos aparte, aunque era preferible (si los Reyes tenían medios económicos para hacerlo) adquirir la caja correspondiente al siguiente nivel. Esas piezas de distintos tamaños y formas geométricas eran todas ellas de metal pintado, generalmente de color verde oscuro, y todas ellas estaban agujereadas, a fin de permitir el ensamblaje, unas con otras, mediante los correspondientes tornillos y tuercas. Cada caja del instructivo juguete traía en su interior un pequeño destornillador de cabezal plano y una llave inglesa, para mejor manejar y fijar los tornillos y tuercas. Obviamente, a más nivel en las cajas (su primere Mecano tenía el nivel 0) se incrementaba el número de piezas y las formas geométricas de las mismas. También, por supuesto, la dificultad.

Sus amiguitos más pudientes podían ir teniendo (en esa Meca de los juguetes, como era el gran Almacén Carrión, proveedor exclusivo de SS MM) cajas avanzadas, para formar figuras más complejas y vistosas. ¿Dónde estaban las dos claves del interés que motivaba este instructivo juguete en los niños?

Cada caja aportaba en su interior un cuaderno o librito de instrucciones en el que se enseñaba, para su fácil construcción, como formar casitas, molinos de viento, coches, carritos, mesas, sillas, grúas, barcos, escaleras etc. todo ello con una muy fácil explicación y con un aporte fotográfico que hacía más fácil el ensamblaje de las piezas alargadas, cortas, en triángulo, esféricas, cuadrangulares… Era un librito fundamental para facilitar el mejor camino para la formación de esas habilidosas figuras, a través de dibujos, fotos, con sus números correspondientes para la más correcta identificación.

Había otra lúcida posibilidad para el juego constructivo, basada en el ingenio imaginativo, que a esas edades infantiles, ayudados por la experiencia de papá y mamá, tanto desarrollan los niños, consiguiendo, para el asombro de familiares y amigos, conformar piezas verdaderamente admirables. Lógicamente el propio juego tenía su propio dinamismo: si se deseaba incrementar la complejidad de las piezas elaboradas, los papás tenían que negociar con SSMM, a fin de avanzar en una caja de superior numeración y contenido.

Hay que matizar que en la década de los 50 y los 60, el Mecano era un juguete esencialmente masculino, sin descartar que alguna hermana o prima también les apeteciera participar con su ingenio imaginativo en la conformación de piezas. Otra cualidad que tenía este juguete es que sus elementos eran prácticamente irrompibles, pues el metal tiene la suficiente dureza de la que carece las formas plásticas.

Efectivamente, con el paso del tiempo, el mundo del juguete se vio invadido por la versatilidad de los materiales plástico. Pero un Mecano de plástico no “soportaba” demasiadas presiones de tornillos y tuercas (que también eran de plástico). Si se forzaba la presión, las piezas se fracturaban. El plástico abarató el producto, e incluso amplió las formas de los elementos constructivos, a cambio de perder el encanto de las antiguas piezas de metal. Por supuesto, la aplicación de la electrónica amplió las posibilidades, pero redujo el misterio y eficacia de la creatividad.

El mecánico jubilado Claudio se sintió animado para buscar para estos Reyes de 2025 un Mecano de aquéllos que tanto “iluminaron” su ya muy lejana infancia. Era todo un capricho, más que infantil, un sentimental intento de recuperar esos años que ya no pueden volver.   Pero su intento de localizar un juego de una época tan pretérita era una tarea complicada y, como después fue comprobando en su búsqueda, casi imposible o muy difícil de conseguir. Las materias plásticas, los aportes electrónicos e incluso los chips informáticos, hoy aplicados a la juguetería, hacen que aquellos juguetes de los cincuenta y sesenta hoy ya no tengan razón de ser ni de fabricar. Pero era un lindo capricho, por ese afán de recuperar referentes de su infancia. En consecuencia, las dificultades derivadas del lógico avance de los tiempos no le desalentaron.

Fue recorriendo las tiendas tradicionales dedicadas a la venta de juguetes. Carrión, Lego, los departamentos de juguetería de los centros comerciales, encontrando un repetido razonamiento en todos estos comercios: era un juguete específico que se dejó de fabricar hacía muchas décadas. Consultaban en los catálogos de los más conocidos fabricantes, y en ninguno de ellos aparecía lo que Claudio tenía fijado en sus recuerdos. “Podemos sugerirle que acuda a una tienda de antigüedades, en donde suelen disponer de juegos de “otras épocas”. Aunque es bueno que sepa que también los juguetes antiguos adquieren un elevado coste en estas tiendas especializadas en objetos de años muy pretéritos. También puede consultar a través de Internet, pues siempre hay personas que conservan objetos de sus familiares fallecidos y al paso de los años tratan de sacar rédito económico a los interesados (generalmente coleccionistas) en su adquisición. Muchos son los que buscan aquellas entrañables muñecas de trapo, trompos de madera, trenes eléctricos, cines NiK, con películas de papel encerado, etc. no dudando en pagar cantidades ciertamente notables, por estos juguetes del siglo pasado”

Tras estos certeros consejos, que le facilitó un comercial de una juguetería, Claudio dedicó algunas noches de insomnio a “navegar” por Internet, preguntando en los buscadores de manera específica por los viejos mecanos. Efectivamente, fue comprobando que era un juguete totalmente descatalogado, entre los fabricantes del sector. Sin embargo, también entró en páginas de especializados coleccionistas que tenían cajas de este producto que, con tanto afán, él estaba buscando. Algunas de esas cajas estaban incompletas con respecto a las piezas constituyentes, en otros casos faltaba el librito explicativo, etc. Pero lo más significativo eran los elevados precios que estas personas solicitaban por vender esas “piezas de museo” como ellos las denominaban. Otro gravamen que había que afrontar por estos juguetes usados, era el coste de los envíos, a través de empresas de paquetería urgente. Era una bonita ilusión, pero las dificultades eran importantes, por lo que fue asumiendo que SS MM no le iban a dejar el juguete deseado junto al árbol navideño que cada año se encargaba de montar su mujer Aurelia. Se tendría que conformar con esa corbata, que cada vez menos se ponía al cuello, pues con el paso de los años le molestaba soportar ese “colgajo” como él las denominaba o esa camisa de franela gris que, en su opinión, envejecía su ya bastante arrugada epidermis facial. Su ilusión por un juguete llamado Mecano sólo la magia de “los Magos” podría solucionar.

Un sábado tarde, inminente a la celebración de la Navidad, Claudio decidió dar un paseo por el Parque, con tres incentivos que ofrecía este espacio de Málaga ganado al mar. Había una Feria de productos malagueños, SABOR A MÁLAGA. Unos sesenta puestos en los que se vendían productos típicos de los 103 municipios de la provincia de Málaga, generalmente chacinas, dulces, panadería “cateta”, vinos, mermeladas, frutas, aceites y muchos tipos de quesos. Verdaderamente, todo muy apetitoso, con degustaciones gratuitas. Las casetas con esos productos se ubicaban en el lateral sur del parque malacitano. En el lateral norte, estaban instalados los tradicionales puestecillos con el mercadillo de productos artesanales de toda naturaleza: objetos de metal, cristal, cuero, madera, prendas de vestir, bisutería, discos antiguos, libros de ocasión, juguetes (especialmente muñecas de trapo) objetos de regalo, muy bien elaborados y a precios interesantes para el bolsillo no muy pudiente. Sobre todo, lo más importante, es que estos productos estaban elaborados fuera de los circuitos industriales, por manos artesanales y expertas en el trabajo de la piel, la madera o los metales. Y en tercer lugar tampoco faltaban los típicos puestos con miles de figuritas de cerámica, con motivos propios para adornar los belenes, las panderetas y zambombas, junto a la tradicional caseta con los artículos de bromas (bombas fétidas, caretas, imitaciones de excrementos, polvos picapica, pelucas y las simpáticas cajas de la suerte) para celebrar con la mayor alegría la gran y ruidosa Nochevieja de fin de año.  

Caminaba lentamente entre una gran densidad de visitantes a este espacio ciudadano, lujosamente vestido con los colores y luces de la Navidad. Se detenía algunos minutos en algunos puestos que ofrecían suculentas o curiosas y bien elaboradas artesanías. Le hizo especial ilusión uno de los puestos que estaba completamente lleno de lindas y sonrientes muñecas de trapo. Esa oferta de juguetes le recordaba los juguetes de su infancia, cuando no existía la informática y se utilizaban mayoritariamente materiales como las telas de algodón, la madera, la goma … para hacer esos juguetes que tanto ilusionaban a los pequeños y a los mayores. Pero la sorpresa fue “mayúscula” cuando en uno de los estantes traseros de ese puesto, en una esquina del pequeño espacio, junto a las muñecas sonrientes, había una “maravillosa” figura construida con las piezas de los antiguos mecanos: era un sorprendente tractor, habilidosamente ensamblado en sus componentes metálicos, con sus ruedas y todos los detalles correspondientes de un vehículo fundamental para el trabajo agrario. No pudo por menos que preguntar al vendedor de ese puesto si ese objeto, verdaderamente de museo para exposición, estaba a la venta.  Entonces su interlocutor, CARMELO, un veterano comerciante, mirando con un triste semblante esa bien construida figura, se mostró dispuesto a contarle el porqué de su ubicación en un puesto dedicado totalmente a la venta de preciosas muñecas de trapo.

El feriante de las artesanías tenía un hijo, llamado ALONSO, que por “una mala gripe” se le fue, cuando sólo tenía 15 años. Recordaba con inmenso cariño y dolor a ese hijo que pensaba estaría construyendo habilidosas figuras de mecano en los reinos celestiales. “Desde que unos Reyes Magos le trajeron una caja de Mecano, numero 0, fue avanzando en su ingenio y paciencia, y cada vez hacía figuras mejor construidas, que causaban la sorpresa entre aquellos que aplaudían el increíble ingenio de un niño con 10 primaveras en su vida. Cada Navidad o cumpleaños, incrementaba su colección de piezas metálicas, con una caja de superior nivel. Esta figura del tractor (somos gente de campo) la conservo como una preciada joya, llevándola conmigo, pues es como si estuviera conmigo ese hijo que tan joven se me fue”.

En justa correspondencia, Claudio también narró al buen comerciante su gran afición al instructivo juego de la mecánica, profesión que bien había ejercido durante su vida laboral. También le confió sus esfuerzos baldíos, durante semanas, por encontrar alguna de aquellas cajas del “mágico y educativo” juego infantil, entre los comercios especializados. De esta sencilla y espontánea forma, fue naciendo una grata amistad entre dos personas que encontraron una vinculación confortable gracias a los mecanos. De hecho, Claudio pasaba muchas tardes por el puesto de Carmelo y echaban “un ratito” de muy amistosa conversación. El comerciante de las muñecas de trapo invitó (para cuando pasase la Navidad) a su nuevo amigo a que disfrutara un fin de semana en su casa de CASARABONELA, un bello pueblo encastrado en la montaña, zona del Parque Nacional de Sierra de las Nieves, que también goza de un importante Jardín/Museo de cactus, que aparece citado en todas las guías turísticas. Allí pensaba mostrarle su taller, en donde hacía las muñecas de trapo, que después vendía en las ferias artesanas que recorren diversas localidades de la provincia malagueña y otras muchas localidades de Andalucía.

Lo más sorprendente en esta sencilla y enriquecedora amistad fue cuando, en la mañana del lunes 6 de enero, bien temprano, Claudio se levantó de la cama y como hacia cada año se dirigió con presteza, junto a su mujer Aurelia, al árbol de Navidad. Ambos con esa ilusión infantil que nunca se ha de perder, a fin de comprobar si SS MM Los Magos de Oriente habían dejado regalos junto al bien decorado símbolo navideño. El antiguo mecánico encontró una caja grande, envuelta en colorido papel de regalo, junto a unos zapatos que había dejado la noche anterior. Abrió el paquete y la emoción le impidió pronunciar palabra alguna. Se le saltaron las lágrimas cuando vio su contenido. ¡Era un juego de Mecano, del número 2! Una nota adjunta decía. Querido y muy apreciado amigo Claudio. He conservado este juego, de mi añorado hijo Alonso, durante muchos años. Pero desde el Cielo él me ha dicho que debo regalártelo, pues te hará muy feliz y que te guiará en tu imaginación y destreza, para que hagas figuras muy bonitas, al igual que cuando eras un niño y jugabas y disfrutabas montando las piezas de la ilusión. La vida en no pocas ocasiones ofrece saludables y buenas respuestas para las mejores voluntades. -

 

 

UN JUGUETE

INOLVIDABLE

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 27 diciembre 2024

                                                                                                                                                                                    

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jueves, 22 de diciembre de 2022

CUATRO VIDAS, EN EL DIA DE NAVIDAD

La convivencia entre personas no resulta fácil, especialmente en uniones prolongadas. Para demostrar lo contrario, hay que aprender y practicar, durante cada uno de los días, la generosidad de compartir, de comprender, de escuchar, de ceder, de soportar. Seguro que otros añadirán a estos importantes valores, querer y amar.  Los personalismos, los egos, la aburrida rutina y esa forma familiar de intolerancia, son lesivos e inadecuados elementos para esa complicada aventura de vivir en pareja. Esta muy breve introducción a nuestro relato nos apremia a desarrollar la narración de una común historia desarrollada en el marco relacional.

DARIO y MARA (Maruja) llevan conviviendo matrimonialmente durante diez años consecutivos. En parte por decisión propia, aunque también por alguna razón médica u orgánica (que nunca han querido afrontar) no tienen descendencia en su unión. Ambos han entrado ya en la cuarta década existencial. Darío, 43 años, tiene un puesto fijo de trabajo como comercial en unos afamados grandes almacenes, estando en los últimos años adscrito al departamento o sección de electrodomésticos, gama blanca. Por su parte Mara, dos años menor que su compañero, también goza de estabilidad laboral, trabajando como auxiliar de enfermería en un centro hospitalario de titularidad privada. Esa normalizada vida en común que va sumando años, con las repetitivas rutinas que han impuesto a sus vidas, les ha ido provocado un “enfriamiento afectivo” progresivo en su relación cotidiana, en la que cada vez encuentran menos incentivos, aunque siguen permaneciendo juntos sin preguntarse con valentía el por qué. El carácter de uno y otro tampoco ayuda mucho para superar ese aburrimiento, más o menos disimulado, que su relación de pareja de manera preocupante ha alcanzado.

Darío es hijo único y desde siempre, aunque lo niegue cuando el tema surge en las discusiones o roces, en el fondo de su ser prima el ego personal. Posee una elevada autoestima. Es bien parecido (alto, cabello moreno, ojos celestes, elegante delgadez en un cuerpo sin grasas) extrema el cuidado con el aseo y la vestimenta, siendo bastante presumido, simpático y vanidoso, haciendo alarde de “congeniar” y “ligar” con las compañeras más jóvenes del centro comercial por las que se siente intensamente atraído. En cuanto a su pareja familiar, Mara, es una mujer de naturaleza ambiciosa, pues en lo más hondo de su ser mantiene el objetivo de poder alcanzar algún día un “mejor partido” conyugal. Echa de menos, con sufrimiento, ese lujo que no posee. Le encantaría viajar, actividad que con pesadumbre no lleva a la práctica. Realmente le gustaría ser pareja de una persona importante, situación con la que halagaría sus deseos y proyectos materiales, dando así un mayor color a la vulgaridad con la que percibe su vida. No destaca físicamente en sus valores estéticos, ofreciendo su figura corporal una imagen dentro de la normalidad. Sólo que tiene una “penosa” tendencia a la acumulación de gramos en su peso, para los que de continuo aplica diversas estrategias que, en general, no le ofrecen la solución definitiva. Integra demasiado bien todo lo que ingiere, abusando en ocasiones del “picoteo” debido a la insatisfacción que su subconsciente soporta.

Con una diferencia de escasos meses y cada uno por su cuenta, pura coincidencia del azar o los caprichos del destino, han centrado sus ilusiones frustradas en dos personas cercanas, con las que comparten la actividad en el ámbito laboral. Cada uno ha focalizado sus deseos en esos dos compañeros, manteniendo familiarmente su “infiel comportamiento” en el más celoso secreto, traviesa actitud que les enriquece psicológicamente.

En el caso de Darío, su mirada, imaginación y mente caprichosa se ha centrado en una joven y bella compañera de trabajo, adscrita al departamento de perfumería, que se llama CARLA, a la que supera en doce años. Ve en esta chica la juventud que él va aceleradamente abandonando, esa belleza corporal que él va perdiendo y esa novedad sexual que su instinto cambiante va necesitando, para vitalizar su diaria y aburrida rutina. Carla es zalamera, agradable, simpática, ocurrente y, tal vez, deliciosamente impulsiva. Justo lo que él, todo un “cuarentón” cronológico y mental, anhela o necesita como sutil o milagrosa terapia existencial.

El vacío anímico que sufre Mara trata de llenarlo poniendo sus esfuerzos ilusionados en la persona de un apuesto y prestigioso doctor en cirugía, llamado ARNO, al que supera en nueve años, como también le ocurre a su marido con la joven Carla. Ser la compañera sentimental de un doctor en medicina es para ella una difícil pero muy anhelada ilusión. Se imagina acompañándole a congresos de su especialidad, ya fuesen en territorio nacional o extranjero, disponiendo de una mayor disponibilidad económica para sus caprichos y ostentaciones, gozando de la aureola social de ser la compañera de un médico especialista. Este apetecible objetivo no lo ve fácil, pero aplica a la consecución del mismo todos sus esfuerzos y habilidades. En realidad, tras la aparencial y exitosa vida de este cirujano, su vida ha sido todo lo contrario de un “camino de rosas”. Sumido en la orfandad (padre y madre) desde su más tierna infancia, fue criado y educado por unos tíos que precisamente formaban una familia numerosa y con los que nunca supo entroncar afectivamente. Muy voluntarioso en el estudio y en el cumplimiento de sus obligaciones, fue consiguiendo un notable éxito profesional en el ejercicio de la medicina. Pero tras una brillante apariencia, se esconde una persona solitaria, sentimentalmente insegura, mentalmente taciturno, que se siente feliz con las ocurrencias y disponibilidad permanente de la auxiliar Mara, que con sus aviesas habilidades sabe arrancar al pensativo y “entristecido” doctor esas sonrisas que compensan las carencias afectivas de un gran especialista en lo profesional, pero con una débil humanidad lastrada por una profunda historia de soledad. Arno siempre ha necesitado a una madre, a la que echa en falta desde que tenía ocho años, cuando desgraciadamente la perdió.

Tanto Dario como Mara tenían sus motivaciones e incentivos para cambiar, drásticamente, su vida relacional. Por ello, en una lúcida y muy templada noche de junio, de una manera espontánea y al unísono, se miraron a los ojos y coincidieron en el pronóstico y terapéutica para sus limitaciones y carencias anímicas. Supieron poner las cartas boca arriba, de una manera serena, racional y civilizada, en donde no hubo rencores ni disputas: “Hasta aquí hemos llegado. Es la hora de que cada uno de nosotros recorra su propio camino”.

Tras esta sensata y amistosa ruptura, uno y otro centraron sus esfuerzos en las nuevas experiencias que se les presentaban. La novedad, casi siempre, suele ser ilusionada. Darío no tuvo especial dificultad en vincularse con Carla, que sabía muy bien aplicar sus encantos físicos y la delicadeza de trato con un “rejuvenecido” compañero, que se esforzaba en disimular los doce años que le separaban por edad de su nueva compañera afectiva. Y en el caso de Mara con el cirujano, la ilusión era recíproca. Arno, sin suerte en el amor, tenía al fin una “madura” compañera en la que apoyar sus carencias sentimentales desde la infancia. Profesional y económicamente sabía complacer los numerosos caprichos de la auxiliar de enfermería que, gracias a su influencia, fue situada en un nuevo puesto de mayor responsabilidad y superior retribución: supervisora de los suministros médicos para el hospital. Mara se enorgullecía de ser la compañera afectiva del joven Dr. Arno. Ese plano social al que ahora llegaba, le halagaba y complacía para sus caprichos de ostentación ante los demás. Renovó por completo su vestuario y añadió un interesante cambio residencial, trasladándose a la vivienda que poseía el joven doctor en una prestigiosa y cara urbanización de la costa. Mara daba un salto placentero en la escala social aunque, dada su edad, carecía del tiempo orgánico suficiente para gestar esa descendencia genética que ansiaba su nuevo e ilusionado compañero.

Al paso de los meses, los verdaderos caracteres de unos y otros comenzaron a mostrarse explícitos. La nebulosa de la ilusión se había ido volatizando. La brillantez de la novedad se había ido tornando en el mate desalentador de la rutina. Para Darío, la novedad sexual con Carla se había ido saciando y agotando. Dado su especial carácter no cesaba en la aventura de buscar nuevos caprichos para su ansiedad física e imaginativa. Carla era una joven con mucho ímpetu vital, que comenzaba también a darse cuenta de lo que realmente deseaba su compañero de trabajo y de convivencia. Por supuesto que éste no era favorable a pasar por la normalidad del Registro Civil, a fin de legalizar su unión. Los doce años que les separaban pesaban o condicionaban su muy activa vitalidad proyectada para los fines de semana, objetivos que Darío trataba de eludir. Lo que realmente él necesitaba era la tranquilidad del hogar, con el sexo diario correspondiente.

En la otra nueva pareja, Arno buscaba, más que una esposa, esa madre que apenas pudo llegar a gozar, con los problemas y traumas sentimentales subsiguientes desde la infancia. Paulatinamente se iba dando cuenta de que la pretensión básica de Mara es la de convertirse en una gran señora, la esposa del Dr. Los gastos de su compañera aumentaban paulatinamente, sustentándose en la tarjeta Visa de su marido. Ese ritmo de gasto material también compensaba la realidad humana y psicológica que veía en su pareja: un excelente profesional, algo “tarado” por sus concionantes infantiles no superados. Al igual que en la pareja de Dario y Carla, Arno y Mara iban sobrellevando la situación, disimulando como podían ese íntimo sentimiento de sentirse defraudados y cada vez más cansados y aburridos con los cambios drásticos en sus vidas que asumieron meses atrás.

Y llegaron, fiel a la aritmética del calendario, las efemérides entrañables de las FIESTAS NAVIDEÑAS. Para los cuatro personajes de esta historia, el tiempo había ido reduciendo el excitante fulgor inicial de la convivencia con la nueva pareja. Les estaba ocurriendo algo parecido a esa emoción que nos hace vibrar cuando al fin conseguimos ese cambio o ese regalo largamente ansiado. Una vez que se posee, va desapareciendo el ardor tensional que nos emocionaba y aceleraba los latidos cardiacos. Especialmente y en este caso, la emoción de la novedad relacional. Esta modificación sentimental afectaba, de manera especial a Darío y a Mara. El primero, una vez saciada sus ilusiones tardías hacia esa juventud irremediablemente perdida, con la joven Carla, apetecía nuevas emociones y experiencias. Mara a pesar de haber satisfecho sus ambiciones materiales y sociales, comprobaba en el día a día, que su joven compañero de vida, Arno, era una persona sobresaliente en lo profesional, pero intensamente inmadura, por unos duros antecedentes infantiles, extrañamente no superados. La rutina, previa al aburrimiento iba llegando a sus vidas, que en lo íntimo comprobaban que la mecánica sexual cada vez les satisfacía menos, alejándose de los ambiciosos límites o destinos que habían diseñado en sus comienzos relacionales.

Lo más curioso del caso es que tanto Darío como Mara tenían conciencia de que los antiguos sentimientos que ambos se habían profesado no habían desaparecido, en absoluto, de sus corazones. Fue el comercial de los grandes almacenes quien primero telefoneó a su antigua pareja, ahora con puesto importante en el organigrama hospitalario, para felicitarle la Navidad. Estuvieron conversando durante casi treinta minutos, tiempo del que no eran conscientes, pues con esa vuelta al pasado, para su asombro, se sentían de nuevo insólitamente vitalizados. En cuarenta y ocho horas, Mara devolvió la llamada a su antiguo ex. El sentido de esa comunicación consistía en la audaz propuesta que Darío le había hecho, consistente en reunirse en el antiguo piso que ambos habían compartido (y que seguía ocupando Dario con Carla) para celebrar juntos la comida de Navidad. Cada uno con su actual pareja Por extraño que parezca las palabras pronunciadas por su antiguo cónyuge llenaron de emoción a la calculadora Mara:  

“Puede ser emocionante, simpático y gozosamente travieso, inolvidable Mara, que para ese almuerzo celebrado el día de Navidad estemos los cuatro juntos. Yo convenzo a Carla y tú lo haces con tu médico… al que siempre confundo u olvido su nombre, ¡Eso es, Arno! ahora al fin me he acordado. Puede ser de lo más divertido y sugerente vernos los cuatro sentados a la mesa. Va a ser una “entrañable” y excepcional experiencia, que difícilmente la vamos a olvidad con el tiempo”.

Aunque en principio Arno y Carla no se creían la propuesta que les hacía sus respectivas parejas, mostrando severas discrepancias acerca de formar parte de ese insólito cuarteto que no llegaban a comprender, poco a poco fueron entrando en razones, considerándolo como una muy traviesa ocurrencia que se les había ocurrido a sus respectivos cónyuges. En definitiva, era una opción más, a fin de estimular unas relaciones que estaban cayendo, en el día a día, en el peligroso océano sin fondo de la monotonía y la vulgaridad.

Darío y Mara se encargaron, en los días previos al almuerzo navideño, de comprar lo necesario (básicamente, comida preparada, que sólo había que calentar al microondas) para que nada faltara en tan singular ágape. Fijaron la hora de la reunión “familiar” para las dos de la tarde. Cuando sonó el timbre de la puerta, anunciando la llegada de la antigua residente en el domicilio, acompañada de su apuesto y un tanto confuso cirujano, que seguía sin ver claro el sainete que había organizado su bien dispuesta compañera, para todo lo que fuera buscar diversión y “pimienta” en su complicada cabeza organizativa, Darío puso en marcha los tradicionales villancicos (comenzando por el Jingle bells, al que siguió el inconfundible Ya vienen los Reyes Magos…) que tenía cargados en su móvil, que comenzaron a sonar a toda potencia por el potente bluetooth, que se había traído el día anterior del gran comercio, en el que él y Carla trabajaban, como un regalo adecuado para ese día del peculiar reencuentro con una golosa reunión culinaria.  

Tras darse los besos y los apretones de manos, aplicando la más exquisita y educada cordialidad, abrieron de inmediato una botella de sidra bien fría (tenía que ser El Gaitero) pues Mara había advertido a su ex que al médico no le agradaba el Cava ni el Champán. La tensión y el nerviosismo estaba especialmente marcado en los rostros de Arno y Carla, mientras que Dario y Mara dominaban con habilidad y delicadeza este encuentro de Navidad entre cuatro personas vinculadas en los sentimientos. La comida se desarrolló en un ambiente cordial. Precisamente fueron Arno y Carla quienes más hablaron, aportando esos datos amables para identificar a sus personas, con lo cual la armonía y el afecto coloquial fue entrando en un ambiente gratamente cálido, animado por esos villancicos que no cesaban de sonar. En realidad, todos se sentían entretenidos y confortados ante un encuentro no usual entre una pareja rota y sus nuevos compañeros sentimentales.

A medida que avanzaba esa tarde del 25 de diciembre, la atmósfera anímica entre los cuatro participantes se fue relajando de las iniciales “tiranteces” y fueron surgiendo propuestas de divertimento para intensificar el buen ambiente que se respiraba y sentía. En la sobremesa, confortada por esa botella de anís “El Mono” que Darío puso sobre la mesa, junto a los dulces de Navidad, la actividad no cesaba, sino que se incrementaba por nuevas propuestas que distraían y recordaba sus respectivas infancias. El juego de parchís y de naipes rellenó unos muy divertidos minutos, entre cuatro adultos transformados para la oportunidad en almas infantiles para la diversión. El anís también los animó a entonar villancicos, acompañando a los que sonaban por el potente bluetooth situado en la balda de la estantería que también sostenía decenas de DVD cinematográficos, afición que siempre había motivado los intereses del propietario de la casa. Las dos mujeres acordaron preparar unas torrijas de miel y canela para acompañar al chocolate caliente de la merienda. Y ya para la noche y como mejor solución acordaron solicitar un par de pizzas, con diferentes ingredientes, completando la cena con el trozo pastelero de tronco navideño que había sobrado en el postre del almuerzo.

Al fin Dario tuvo el buen acierto de cambiar las grabaciones que sonaban por el altavoz, poniendo una música relajante que les vino muy bien para acomodarse en el mullido tresillo del salón, mirando de forma mecánica lo que emitían por la pantalla televisiva. En silencio y pasando de la emisión televisiva, los pensamientos de unos y otros eran variados, pero coincidentes en una idea que sobrevolaba por esa atmósfera de rencuentro e intercambio afectivo que tanto necesitaban: ¿Por qué no podemos seguir siendo amigos, si nos necesitamos para afrontar juntos las rutinas, los aburrimientos y las ocres soledades, generadas en nuestras sencillas y modestas vidas?

Una vez finalizada la cena, Carla sugirió que los cuatro salieran a fin de dar un paseo bajo el entorchado cromático de las luces navideñas en la ciudad. El cielo mostraba una noche limpia de nubes y la atmósfera, aunque húmeda por la proximidad marítima, no era demasiado incómoda en lo térmico, pues la temperatura oscilaba entre los 14 y 15 grados. Las dos parejas caminaban separadas por esos centímetros de distancia educada para la privacidad. Cerca ya de las doce, en la medianoche, entraron en una cafetería del puerto, aun abierta para la clientela noctámbula, a fin de tomar una última infusión relajante que acomodara los cuerpos, bien abrigados, para el inminente descanso en los sueños.

Aquel 25 de diciembre había sido un día especial para estas cuatro vidas, vinculadas racionalmente a esa amistad compartida que tan bien ennoblece y gratifica. La próxima gran cita acordada sería en el domicilio “señorial” del Dr. Arno y su compañera Mara, en la última noche del año, una Nochevieja que sería Nueva para todos ellos. Escucharían las doce campanadas, hermanados y “mutuamente” dispuestos para combatir el hastío de la soledad en las acciones repetitivas de cada día. Aquel lúcido y fraternal día de Navidad se despidieron con apretones de manos y besos en la Plaza de la Marina, bajo el artificio de unas luces con sueño, que alumbraban de colores las risas y ocurrencias de grupos de jóvenes que “desbordaban” vitalidad. La alegría sobreactuada de estos chicos era observada y envidiada con añoranza por cuatro vidas que en ese magno día del año habían sabido aceptar con inteligencia su cansina e inevitable realidad. -

 

 

CUATRO VIDAS,

EN EL DÍA DE NAVIDAD

 

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

23 diciembre 2022

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

                 Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/



 

viernes, 17 de diciembre de 2021

SEIS COMENSALES EN LA MESA DE NOCHEBUENA.

La fuerza de la tradición, el fundamento ideológico de la educación recibida, junto a la poderosa influencia de las costumbres religiosas, hacen que determinadas fechas del calendario vayan aparejadas a comportamientos sociales que se repiten en cada anualidad. Uno de los días más entrañables del año es el día 24 de diciembre, en el que las familias se reúnen en torno a la mesa para celebrar la CENA DE NOCHEBUENA, víspera del día de Navidad. En ese cálido y afectivo reencuentro, numerosos miembros de unos apellidos comunes, pertenecientes a distintas generaciones, comparten una copiosa y bien dispuesta cena, celebrada en el domicilio de algún familiar. En ocasiones y debido a distintas motivaciones y circunstancias, hay miembros de esas familias que sólo se reencuentran en la Nochebuena, aunque durante el resto del año mantienen alguna vinculación a través de las felicitaciones intercambiadas en las onomásticas y en los cumpleaños.

Para la cena de Nochebuena siempre hay un miembro de la numerosa familia que ejerce de organizador, nucleando al mayor número de parientes en ese punto de encuentro al que se acude con algún presente o regalo, a fin de darle mayor brillantez al fraternal evento. Todo comienza con el intercambio de cariñosos saludos, con las muestras de afecto de besos y abrazos, más los consabidos comentarios acerca de la salud y esas palabras generosas en las que todos se conservan muy bien físicamente. La organización de la magna reunión nunca debe ser improvisada, siguiendo las reglas de ese protocolo no escrito pero que casi todos aplican: suenan los primeros villancicos, comentarios elogiosos sobre el árbol de Navidad, bien adornado e iluminado, continúa con la distribución de los asistentes en torno a una gran mesa, ingeniosamente articulada en un espacio “imposible” según las leyes de la física, sobre cuyo mantel van llegando los primeros platos de entremeses, junto esas bebidas variadas que alegran el espíritu. La grata atmósfera se ve repleta de sonrisas, parabienes, elogios con patente generosidad, palabras amables hasta la exageración y anécdotas encadenadas a las que hay que reír con largueza, sin importar el contenido de lo que se ha narrado y escuchado. Siguen llegando suculentos platos desde esa abarrotada cocina que se ha ido preparando desde las primeras horas de la mañana, con espléndidos y decorados manjares verdaderamente imposibles de consumir en su totalidad (serán hábilmente reutilizados en el almuerzo del día 25) a pesar de que hay parientes y amigos íntimos que hacen alarde de su asombrosa capacidad para echar al estómago todo aquello que el ama de casa ha preparado con esmero y sabiduría desde casi el amanecer.

Resulta inevitable que los mayores a la cita recuerden con nostalgia, profundos suspiros y algunas lágrimas contenidas, a los que ya no pueden estar presentes, pero de inmediato los más jóvenes “imponen” su vitalidad y dinamismo, alegrando esa atmósfera fraternal y cordial para que la fiesta en modo alguno decaiga. Los móviles de unos y otros siempre están prestos para ir tomando instantáneas de los asistentes, con esa frase repetida de “te las envío por el Whatsapp”. Continúan llegando platos y bandejas a la mesa, con frases y adjetivos “sublimes” que repiten el estribillo de “¡pero como vamos a comernos todo esto tan apetitoso!”. Hay diestros mantenedores de la velada, quienes se ven ayudados en los breves e incómodos tiempos de silencio por la ayuda siempre útil del monitor de televisión, a quien nadie parece hacer caso. Otro eficaz colaborador para el mantenimiento es el iPad, con toda la navideña carga de villancicos, los de “siempre” y esas nuevas versiones grabadas por los famosos de la canción. Apenas se está empezando a consumir los postres, cuando los más jóvenes recuerdan la cita que tienen con los amigos de la “panda” anunciando su pronta marcha, con la anuencia comprensiva y benevolente de padres y abuelos. Efectivamente, los mayores se van quedando solos, frente a ese televisor que no para de regalar sonrisas, música y ese humor enlatado que incluso, en ocasiones, genera el divertimento y la comicidad, al igual que ocurre tras las doce campanadas del 31.

Ya superada la medianoche y acercándonos a la primera hora del nuevo día, llega la fase de las rituales despedidas, con nuevos besos, abrazos y las firmes e incumplidas promesas de no esperar la llegada de otra Navidad, para ese placentero reencuentro con los allegados de sangre y parentesco. Los anfitriones se afanarán en “quitar la mesa” y buscar ese acomodo ingenioso, en los recovecos imposibles del frigorífico, para los abundantes sobrantes, que ofrecerán su versatilidad para la sopa y complementos de los siguientes menús. Por su parte, los invitados tendrán que recorrer ese largo trecho callejero, hasta donde han podido dejar el vehículo, inevitablemente “mal aparcado”, todos bien abrigados porque la humedad nocturna en las ciudades marítimas cala hasta las profundidades de la estructura corporal. Unos y otros repetirán esa frase socorrida de “pues ha salido bien la noche…” para autososiego de las conciencias y los afectos. Sí, por supuesto, muchos llevarán en la agenda de los propósitos ese saludable e ilusionado paseo que piensan recorrer en la mañana siguiente, a fin de respirar y disfrutar el ambiente soleado del siempre alegre Día de Navidad.

Había comenzado su séptima década vital. Se llamaba Amando Ruisilva y había nacido en el seno de una muy acomodada familia, tanto en lo económico y en lo social, cuya muy desahogada estabilidad financiera estaba sustentada en la posesión, por herencias generacionales, de importantes parcelas territoriales dedicadas al cultivo y explotación industrial del olivo. Su padre, don Viriato, diestro y hábil comerciante, tuvo el acierto de invertir muchas de las ganancias agrarias en la compra de inmuebles para el alquiler. Pisos, apartamentos, garajes y locales comerciales, fueron sustentando una inteligente “almohada” económica para cuando el destino no se mostrara receptivo para la suerte.

El personaje nuclear de esta historia era el hijo único de esta acaudalada familia, teniendo una infancia y juventud erróneamente consentida, que generó en un comportamiento parasitario siempre abierto al despreocupado goce vital, evitando por todos los medios el esfuerzo laboral, ya que centraba todo su amplio tiempo libre en ir dilapidando el rico patrimonio parental. Tras un par de décadas matrimoniales con Tristina (Tristana María) mujer de “conocido” apellido en la élite social y que gozaba de una serena belleza, se vio en la cincuentena abandonado por su desesperada cónyuge, cansada de soportar las humillaciones, lujurias e infidelidades de su inestable y egoísta esposo. Las hectáreas olivareras y las industrias vinculadas fueron perdiéndose, por su relajada gestión y gastos incontrolados dedicados a sus goces. En la actualidad puede seguir subsistiendo, de una manera básica, gracias a las rentas que aún recibe por esos inmuebles y locales alquilados que su padre, previsoramente, supo y pudo acumular. Reside en una decadente y señorial mansión, ubicada en una zona noble de la ciudad, a la que viejos y golosos amigos han dejado de acudir, tras constatar que la fortuna tradicional de Amando se ha ido “esfumando” impidiendo en consecuencia que el siempre dadivoso amigo pueda seguir sufragando las sonadas juergas y “bacanales” colectivas a las que tan aficionados eran los componentes de la decadente y parasitaria “panda señorial”.

Malgastando el tiempo en deambular sin destino o visitando cafeterías, bares de copas o tascas de tapeo, para calmar el ánimo o el estómago, Amando sufre cada vez más el pathos anímico de la soledad. Ve acercarse las tradicionales y sentimentales fiestas navideñas, con el ropaje de ese acendrado y estresado consumismo, signo de los tiempos de abundancia o desidia para ahorrar pensando en el mañana. Recuerda que al menos las navidades pasadas pudo tener algún amigo en casa, pero esas “interesadas amistades” hace ya meses que le han dado completamente la espalda. Sobre todo, recuerda aquellas lejanas y divertidas cenas de Nochebuena, cuando los familiares de Tristina acudían a su entonces elegante mansión ajardinada, denominada Villa Elena, nombre que hace mención a su antigua propietaria quien, siendo ya muy mayor, accedió venderla a don Viriato, el patriarca familiar, que deseaba ostentar y gozar residencia en una zona noble de la ciudad.

Entristecido por tener que afrontar estas entrañables e inminentes fiestas del calendario, de manera especial la “familiar” cena de Nochebuena, con un caserón tan grande y destartalado, sumido en una inaguantable y dolorosa soledad, decidió visitar al único miembro de su familia que aún se presta a recibirlo: un primo fraile carmelita, a quien no había visitado desde hacía casi un lustro. El Padre Ismael lo recibió en principio con una cierta frialdad. Más o menos paralelos en la edad, el clérigo incluso había sido objeto en tiempos pasados de alguna “trastada” económica por parte de Amando, por lo que aplicó una especial cautela al atender al inconsciente y trilero pariente. Sin embargo, tras escuchar las argumentaciones “casi sollozantes” del compungido primo, consideró oportuno modificar su desconfiada actitud y se dispuso, una vez más, a prestar consejo a esta alma descarriada del rebaño celestial terrenal.

“Si, Amando. Esa soledad que te has ido labrando desde la juventud, aplicando tu “mala cabeza”, ahora te está pasando factura. La alocada y disoluta vida que has desarrollado no lleva a ningún buen destino. Ahora sufres por sentirte solo, precisamente en estas fechas fraternales en las que se conmemora la Natividad de Jesús. Te voy a dar un sabio consejo, para que al menos en la noche del 24 no te veas solo en casa y puedas compartir la alegría del Nacimiento con otras personas, a las que el destino les ha deparado esa terrible lacra de la soledad, lo mismo que te ocurre a ti. Hoy es día 22. Pues mañana, víspera de la Nochebuena, sales a la calle, con humildad y generosidad. Ve eligiendo algunas de estas almas que viven en las calles, por carecer de techo y cobijo. Invítales a pasar contigo esa Noche del 24, compartiendo con ellos esos alimentos que a ti te sobran. Con esta noble acción estarás en el camino para la reconciliación con tu desordenada conciencia. Elige 3 o 4 indigentes, esos hermanos que nada poseen y promételes recogerlos en la tarde del 24 para esa cena, modesta pero confortable, que tendrás preparada en el caserón señorial, en el que te sientes tan solo. Comparte aquello que bien te sobra con esos hermanos que sufren el frío y la carencia material de cada día. Así te sentirás mejor y más feliz, con ese calor humano que tanto necesitas y del que careces por tu desordenada cabeza”.

Reflexionaba Amando, camino de casa, acerca de los sensatos y generosos consejos que había recibido de su primo Ismael, el venerable fraile del Carmelo. Ya en su domicilio, mientras consumía algo de la cena que le había dejado preparada Mariana, seguía dándole vueltas a las sensatas y duras palabras que como lección había recibido esa tarde, tomando la decisión de aplicar tan sabios consejos, pues la perspectiva de no tener a nadie con quien compartir la cena de esa noche era demasiado dura para su corazón entristecido. Pero ¿quién era Mariana? Esta joven de 24 años acude tres veces en semana a Villa Elena para hacer algo de limpieza y de camino a preparar comidas que después se calienta “el señorito”. Es madre soltera de una niña, a quien puso por nombre Alma, que ahora alcanza los cuatro años en su edad. Cuando aún no había cumplido los veinte años, esta chica conoció a un joven pandillero, en un domingo de fiesta donde se bebió más de la cuenta. Quedó embarazada y Adán no quiso saber nada de ella ni de su responsabilidad paternal, “desapareciendo” de la ciudad. Mariana, que pertenecía a una familia “bien” pero de ideología muy retrógrada, se vio obligada a salir de casa, pues sus innobles padres no querían tener esa “mancha” en su genealogía, ya que sus tres hijos varones mantenían noviazgos formales con jóvenes vinculadas a la “alta sociedad” malacitana. Así que se tuvo que poner a trabajar “en lo que fuera”, abandonando sus estudios de Magisterio, ante la intransigencia de una familia egoísta y cruel. En la actualidad se encuentra viviendo en una residencia dirigida por Hermanas Reparadoras, en la que especialmente tienen acogidas a madres solteras sin hogar.

En la mañana del 23 Amando salió de su residencia, tomando el bus municipal hasta la parada de la Alameda. Comenzó a pasear llegando a la zona del Mercado Central de Atarazanas. Observó que, en una de las puertas de este importante centro comercial, muy bien ornamentado en sus puestos de frutas y verduras para estas fechas festivas que multiplican las ventas, estaba una señora visiblemente mayor, excesivamente repintada y vistiendo un atuendo modesto. Esta mujer se le acercó, pidiéndole “algo” para poder tomarse un café. Tenía unos bellos ojos azules claros, aunque algo marchitos por las visibles arrugas en los párpados, señales de la edad que también mostraba en la piel de sus manos y rostro. En un insólito arranque de bondad, Amando respondió a la petición recibida: “Señora, a mi también se me apetece tomar algo caliente. Compartamos un café con leche, bien caliente y si tiene apetito algún bollo de leche para acompañar. La señora, algo sorprendida por la generosidad del caballero, aceptó sin dudarlo la amable invitación. “Verá, caballero, es que desde ayer noche no he tomado nada y he llegado tarde al centro asistencial, donde ya no quedaban bolsitas para repartir”.

El desayuno compartido se prolongó hasta cerca de las 12 horas, pues Irania le confió a su benefactor y nuevo amigo algunas importantes fases de su “agitada” vida. Era de nacionalidad argentina y había sido una mujer de especial belleza en sus años jóvenes (ahora alcanzaba los 69). Perteneciente a una muy humilde familia, tomó la decisión de salir de la pobreza en la que se veía sumida, “vendiendo” la frondosidad de su cuerpo. Ya en el seno de una muy cutre prostitución, cayó en manos de mafias delictivas, que la explotaron miserablemente. Al paso del tiempo, comenzó a dar tumbos por diversas geografías, hasta que el destino quiso que recalara en Málaga, atraída, ya en su madurez y perdida su belleza y oferta carnal, por la bondad y templanza climática. Se unió a un pequeño grupo de personas sin hogar que, en muchas de las noches, dormían bajo el techo de las estrellas. Comían de las bolsas recogidas en centros de beneficencia y cuando podían compartían alguna habitación, en hacinamiento, pagando algunos euros por la noche. Limosnas, recogida de objetos en los contenedores de residuos, alguna venta ambulante … así era la existencia actual de una señora indigente, por las calles de esta populosa y desarrollada ciudad.

“Pues mañana tarde, amiga Irania, pasaré por el mismo punto donde nos hemos encontrado, a eso de las cinco de la tarde. Te invito a compartir la cena de Nochebuena, en mi domicilio, en unión de otras personas a las que también hoy buscaré. En casa no pasaremos frío y tomaremos una comida digna y sana para el cuerpo. Estoy muy solo en la vida, pero ahora ya seremos dos, cifra que a lo largo de este día pienso aumentar, para que formemos, siquiera esa noche tan especial, una pequeña y gran familia”.

Iranía, bastante emocionada prometió estar a las cinco de la tarde en esa puerta del Mercado Central. “Gracias, don Amando, por su gran bondad. Es Vd. todo un señor. Yo sabré cantar villancicos argentinos, para alegrarle esa noche, en que la compañía es muy necesaria, para compensar la malvada soledad. Si tiene en casa huevos, leche y azúcar, le prepararé unas muy sabrosas natillas, siguiendo las enseñanzas de mi abuela Victoriana, que en buena gloria esté”.

Tras despedirse con “ceremonial” afecto, Amando continuó buscando un nuevo invitado para la noche siguiente. Recordaba, con hondo pesar, como hacía unos días había llamado a varios antiguos amigos de juergas, con resultado desalentador. Conociendo que el dadivoso amigo estaba en horas bajas económicas, o no contestaron a las llamadas o se excusaban con frías e inamistosas palabras, aludiendo a compromisos previos. Ninguno de ellos tuvo el noble gesto de decirle “vente a casa”, cuando él se había vaciado varias veces los bolsillos para ofrecerles todo tipo de diversiones, comidas y bebidas, con el mayor desenfreno de comportamientos, sin que tuviesen que pagar “peseta” alguna.

En el lateral sur del Parque vio a un hombre calvo y obeso, quien descansaba su oronda cabeza entre sus manos, apoyando sus brazos en ambas rodillas. Pensó que “daba el tipo” de persona triste y solitaria. Se aproximó al banco de madera que ocupaba ofreciéndole sin más explicación, tras el saludo y el intercambio de nombres, su morada para pasar la Nochebuena. Telesforo, superando el asombro inicial, le respondió sintetizando en pocos minutos su aciaga vida.

“Amigo Amando, es Vd. persona de notable agudeza. Efectivamente, mi situación es harto desgraciada. Yo era un prometedor contable, que trabajaba en una solvente empresa que fabricaba y distribuía material sanitario para los cuartos de baño. Ganaba un buen sueldo y mi mujer e hijos estaban perfectamente atendidos, sin grandes lujos, pero con un cómodo desahogo para los gastos. Los azares de la vida quisieron que me aficionara al juego, en una mala hora de debilidad. Primero fue la Primitiva, después llegaron los incentivos del bingo, de ahí pase a los casinos, dejándome el dinero (que cada vez más me faltaba) a “espuertas”. Era una “maligna ludopatía” que no sabía ni quería parar. Obviamente, llegaron las carencias en casa, las discusiones continuas y ese ambiente agrio que nos degrada de la necesaria racionalidad y el imprescindible cariño. Tuve la mala hora de recurrir al hurto en las cuentas de la empresa. Era un camino sin retorno hacia la catástrofe. El defalco en la contabilidad, con la denuncia correspondiente, hizo intervenir a la policía. Me cayeron cuatro años y medio de prisión, de los que he cumplido tres y dos meses. Ahora estoy con la provisional. A nivel familiar, Eloisa, mi mujer, se ha vinculado con otra persona y no quiere saber nada de mí. Los dos hijos, ya adolescentes, hacen sus vidas. La influencia de su madre es poderosa, para sus mentes interesadas. Diciéndolo coloquialmente, estoy “más sólo que la una”. Algunos días de la semana tengo que ir a dormir a un centro de rehabilitación, vinculado a la prisión provincial. Con trabajos esporádicos que me salen, como mozo de carga en el Mayorista o algunos almacenes, pago una habitación de 225 euros, para evitar estar en la calle. Pensaba que ahora en Navidad no me iba a faltar el trabajo, pero la competencia es dura, en tiempos de carencias. Y aquí esperando a que me llamen… Y mañana una nueva Nochebuena, de la que poco podía esperar, cuando llegas y me invitas. Sin conocerme de nada… parece un hecho milagroso”.

“No te preocupes, Telesforo. Mañana, a las 17:15, pasaré por este mismo lugar, acompañado de otra persona, a fin de que te vengas con nosotros para disfrutar de una noche sencilla, pero agradable en lo básico, en la que podremos gozar de una cálida compañía personal, evitando el vacío de la acre soledad”.

Continuó Amando su camino, hasta llegar a la dársena portuaria. La zona se encontraba en ese momento bien concurrida de paseantes, agradecidos a los rayos solares que templaban sus organismos con generosidad y al salino aroma marítimo que allí se respiraba. Disfrutaban igualmente de las espléndidas vistas de las aguas mediterráneas, con las embarcaciones allí atracadas y el entorno monumental de la colina de Gibralfaro. En una de las esquinas del muelle uno observó que, sentado en las escalinatas que se hunden en el mar, había un hombre de avanzada pero bien conservada edad, que mostraba una imagen muy atractiva por la pulcritud corporal y el cuidado de su deportiva vestimenta. Tomaba el sol plácidamente, ocultando sus ojos tras unas gafas oscuras que potenciaban su personalidad. En un momento concreto, se despojó de las lentes y centró su mirada en la figura de Amando, sonriéndole “con ternura”. Al “buscador de comensales” le hizo gracia el gesto de esa persona que no le quitaba la mirada de encima. Sin más explicación y con `patente diligencia le expuso la ya consabida cantinela:

“Buenas tardes, ciudadano de Málaga ¿Le apetecería pasar la Nochebuena en mi domicilio, junto a otros amigos?

El apuesto tomador de sol no se amilanó, ante la espontaneidad de esa persona que le invitaba, aceptando cordialmente el envite. Parecía feliz y contento con la propuesta, pues, ya sin las gafas, sus ojos azules claros le brillaban. Desde un principio se mostró “exageradamente” locuaz:

“Mi buen y generoso amigo. Le comento que soy de origen brasileño. Mi nombre es Reinaldo. Durante largos años he sido mayordomo, amigo, compañero, amante … de un afamado actor de teatro. Pero mis 69 “añitos” muy bien llevados, como puede percibir, ya no le cuadran al ingrato actor (un lustro más joven que yo). Necesita “carne” menos vapuleada por el viento y los azares de la vida. Se ha encaprichado con un gigolo veinteañero, llamado Acrisio quien, aparte de su apolínea figura, no sabe guisar, lavar, planchar y en modo alguno amar, como un servidor ha hecho durante décadas. Le aseguro que este joven, siempre sonriente, tampoco sabe cuidar a un protector que podría ser su abuelo. La deslealtad de actor hacia mi persona responde a las flaquezas de una edad mal llevada y desconsiderada. Ahora vivo, “repudiado” en soledad, en un pequeño apartamento que el actor (no quiero mencionar ni su nombre) en los gratos momentos de recíproca felicidad tuvo a bien regalarme, por el intenso amor hacia la vida que yo le motivaba. Por supuesto que acepto su dadivosa oferta. Es todo un honor”.

El asombro de Amando, ante esa densa síntesis vital de la persona en quien se había fijado, como nuevo compañero de mesa, era absoluto. Realmente no sabía si “reír o llorar” ante esas profundas confidencias expresadas sin pregunta previa. Aun así, mantuvo su primera intención “Gracias, Reinaldo. Mañana vendré a este mismo lugar, sobre las 17:30, acompañado de otros dos invitados. Todos disfrutaremos de una grata y cálida noche en el seno de un hogar confortable y abierto para la amistad”. Se despidieron de una forma singular. Le ofreció la mano a su interlocutor, pero éste respondió con un afectivo y gran beso en la mejilla del abrumado anfitrión para la inminente cena.

Amando puso también un poco de alegría en Mariana, pidiéndole que además de organizar un agradable menú para él y sus invitados, también se sentara en la mesa con ellos, a fin de compartir una noche fraternal de profunda sencillez y amistad. Las palabras del carmelita Ismael habían tenido un positivo efecto en la senda descarriada de una persona que al fin reconocía sus errores y arbitraba un generoso camino para comenzar a repararlos. Fue una Nochebuena feliz. Los divertidos villancicos entonados por la garganta cansada de Irania, la peculiar habilidad de Reinaldo con el juego de naipes y los trucos de magia, la simpatía y sencillez de Telesforo, narrando mil y una divertidas anécdotas, la espontaneidad de Alma, escenificando historias con sus dos peluches preferidos, motivaba la honda satisfacción de Amando de sentirse hermanado y acompañado por estos fraternales “espontáneos” amigos, a los que la vida no se lo había puesto fácil, ni mucho menos. Las jóvenes pero diestras manos de Mariana supieron optimizar las viandas que tenía en la despensa, con alguna compra especial encargada por su señorito. Unos bien elaborados canapés como entrantes, una ardiente taza de caldo de cocido con hierbabuena, tres pollos asados con amplia guarnición de verduritas cocidas y aliñadas llevaban a un postre consistente en unas apetitosas natillas con canela, elaboradas por las expertas manos de Irania. Este fue el sencillo pero suculento y grato menú compartido por cinco personas que rechazaban el pathos de la soledad, junto a una pequeña y alegre niña de cuatro años que no paraba de reír, jugar y alegrar. Pero todos estos gozosos invitados aún no conocían el mayor y sorprendente regalo que, en el café y dulces navideños de sobremesa y para su inmenso gozo, iban a recibir de su dadivoso y mejor anfitrión, en esa Nochebuena en la que se comparte humanidad, sencillez, fraternidad y la más limpia amistad. –

 

 

SEIS COMENSALES,

EN LA MESA DE NOCHEBUENA

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

17 diciembre 2021

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