viernes, 10 de diciembre de 2021

UN AFORTUNADO REGALO DE NAVIDAD.

Entre los numerosos factores que aportan emocionantes y nobles sentimientos, luces multicolores y páginas de alegría a las fiestas de Navidad, Fin de Año y Reyes, entre el último y el primer mes del calendario anual, hay un importante elemento que facilita la ilusión y el divertimento de niños y mayores. Ese gesto que dinamiza la economía y motiva el despertar de las sonrisas, es la ilusión de recibir y entregar regalos, consubstancial y fundamental en tan entrañables y bondadosas efemérides.

Más que por la importancia, el valor, el divertimento o la necesidad de aquello que se entrega o recibe, lo que más se valora es ese gesto, detalle, atención y oportunidad que conlleva la acción de regalar a la persona querida, amada o necesitada. Difícilmente alguien manifestaría su enfado al recibir ese presente lleno de ilusión y significado. De igual modo, son pocos los que reconocerían su disgusto por tener que regalar. La generosidad y el agradecimiento van de la mano en una simbiosis mágica, cuyo “protagonista” es ese presente, que motiva las sonrisas.

Son muchas las personas que manifiestan el que cada vez resulta más difícil regalar, porque en esta sociedad de gran consumo se tiene posesión de muchos objetos, más o menos necesarios, en ese culto peculiar a la materialidad. Pero se olvida que la verdadera significación del regalo no se encuentra en el valor intrínseco del coste, sino en la oportunidad, la generosidad y el recuerdo de entregar “algo” a ese familiar, amigo, conocido o compañero que a buen seguro lo valorará y agradecerá. Un presente de alto coste puede tener un efecto limitado, según quien lo entregue o quien lo reciba. Por el contrario, un regalo sencillo, modesto, incluso de elaboración propia, puede significar mucho para el afortunado receptor. También, por supuesto, para el dadivoso benefactor.

¿Existe una edad más apropiada que otra para recibir esos objetos, que tanto se aprecian? En absoluto. Tanto el niño, como el mayor, se sentirán felices y complacidos cuando reciben, en todo momento, esa entrega generosa, al margen de la oportunidad o la naturaleza material o simbólica del mismo. En este lúdico y atractivo contexto, insertamos a los personajes que protagonizan nuestra historia.

Un joven matrimonio estaba atravesando, al igual que millones de personas, una etapa de intensa dificultad material, que repercutía también en su estado anímico. JULIÁN era carpintero de profesión. Trabajaba, desde hacía unos tres años, en una pequeña empresa que fabricaba puertas, armarios, sillas y mesas y otros elementos o mobiliario para el hogar. Utilizaban para esta útil función, como materia prima básica, los distintos tipos de maderas. Esa estabilidad laboral le animó a proponer a su novia CARINA para que dieran ese paso tan importante en la vida como es el matrimonio, a pesar de la juventud de ambos: 23 años él y sólo 20 años ella. Su patrimonio económico era en sumo limitado, ya que pertenecían a familias de modestos trabajadores (pescadores y vendedores ambulantes en mercadillos, respectivamente). Pero la ilusionada pareja se sentía “poderosamente rica” de esa valiosa posesión que supone el amor y el cariño recíproco. Ese su maravilloso vínculo afectivo había nacido, como en tantas otras parejas, durante una afortunada tarde en el que se conocieron participando de una fiesta dominguera entre amigos, en la que había abundante música, baile, merienda y bebida barata de “garrafa” pero que en esos años ilusionados sabe “milagrosamente” a gloria. Habían formalizado un noviazgo que duraba casi cuatro años, cuando decidieron dar ese valiente e ilusionado paso de irse a vivir juntos.

Ciertamente Julián no tenía un sueldo elevado en el taller de la madera donde trabajaba, más de las horas legales establecidas. Aun así, consiguieron el buen alquiler de un pequeño y “muy veterano” apartamento compuesto de un dormitorio, un saloncito de pocos metros cuadrados, con su cocina y baño correspondiente, situado en un antiguo edificio del Camino de Antequera, muy próximo a la barriada del Puerto de la Torre. El alquiler mensual del inmueble, que los dos jóvenes pintaron y repararon, en sus deficiencias, les suponía casi la mitad del salario que el carpintero recibía por su abnegado trabajo con la madera, incluso contando con las numerosas horas extraordinarias (no todas se las pagaban) que con esfuerzo y entrega “echaba” cada semana. Por su parte Carina, a pesar de haber cursado sólo la enseñanza obligatoria, tenía una especial habilidad y dulzura para el trato con los niños pequeños. De esta forma le iban llegando horas de “canguro” para el cuidado de hijos de familias “bien” cuando éstas tenían que salir por las tardes o las noches, dejándole los críos a su cuidado, consiguiendo unos euros que le sabían “a gloria”, a fin de ayudar a los gastos limitados que se podían permitir, en su pequeño pero entrañable hogar.

Solían pasar muchos sábados o domingos con sus respectivas familias, quienes los invitaban para tratar de aliviarles en los gastos. Como sus padres comentaban “de un cocido o un potaje, siempre se pueden sacar dos platos más”. Además de ofrecerles el alimento, sus familias apreciaban el tenerlos más cerca, a fin de poder disfrutar con su presencia y el cariño de la proximidad. A pesar del gusto y aptitud de Carina por el mundo infantil, la joven pareja había decidido, con prudencia y sensatez, esperar algún tiempo (en realidad estaban en el primer año de convivencia) para recibir a esa “feliz cigüeña” que incrementa los miembros de la unidad familiar.

Apenas habían cumplido el primer año de casados, 2008, cuando la globalización mundial se vio sumida en una profunda y grave crisis económica que repercutió en tantos y tantos millones de familias, sin distinción de razas, geografías o mentalidades ideológicas. La contracción en el comercio repercutió gravemente en el proceso fabril, con esos dramáticos despidos laborales, que a su vez limitaban el poder de compra de la población, todo ello en un círculo vicioso que agudizaba aún más la deflación mundial que el mundo penosamente soportaba. La fábrica taller donde Julián tan arduamente trabajaba, se vio obligada, ante la escasez de pedidos, a reducir a sus operarios, despido laboral al que también el joven Julián se tuvo que someter. La ayuda administrativa del paro solo duró unos pocos meses y la búsqueda de algún empleo u horas de cualquier trabajo no tenían una eficaz respuesta. A pesar de llamar en numerosísimas puertas, estas no se abrían, pues por doquier las empresas cerraban, ya que los circuitos económicos estaban colapsados por una lacerante depresión que azotaba a escala mundial.  

En el seno de esta “asfixiante” situación económica, al menos encontraron una “brisa” esperanzadoramente oxigenante en el gesto generoso de la señora Florencia, una anciana acomodada en sus pertenecías recibidas por herencia, propietaria del viejo apartamento que la pareja habitaba. Al estar viuda y con parientes lejanos, su avanzada edad hacía que sus limitadas fuerzas fueran reduciéndose. A cambio de reducirles el precio que pagaban por el alquiler del pequeño inmueble, ofreció contrato a Carina para que le asistiera cinco días a la semana, para limpiar, guisar, lavar, planchar y de paso le hiciera algo de compañía. Los 300 euros mensuales que tenían que abonar a la propietaria del apartamento fueron reducidos a 75 (una cuarta parte) en base al trabajo que la joven aportaba sirviendo en casa de doña Florencia. Por su parte Julián iba haciendo algunas “chapuzas” aceptando todo lo que salía, aunque fueran horas espaciadas de trabajo (albañilería, reparaciones, recogida de residuos…). Aún así, se vieron obligados a reducir con sacrificio los gastos estrictamente innecesarios. Pues, además de esos 75 euros, estaba el pago del agua, la electricidad, la manutención (Carina podía conseguir algo de comida con los sobrantes que la señora le autorizaba). Para el desplazamiento, sólo se utilizaba el bus para momentos muy puntuales, mientras que Julián disponía de una bicicleta de segunda o tercera mano que había encontrado y arreglado en un “cementerio” de coches, motos y bicicletas, comprada a un precio verdaderamente testimonial.  Por fortuna, el domicilio de la casera no se encontraba lejos (a unos 15 minutos caminando) del apartaban que compartían.

A pesar de todas estas carencias y dificultades materiales, la joven y unida pareja tenían un valioso patrimonio para la vinculación y la resistencia: el intenso y recíproco amor que ambos se profesaban. Era ese cariño en estado puro que resiste, con la magia infinita de la idealización, todo tipo de tempestades y contratiempos sobrevenidos, para la modesta sencillez de su caminar por la vida. Y así, a final del año, llegaron, puntuales al calendario, las fiestas de Navidad.

Era su primera Navidad como recién casados. Esta pareja de jóvenes idealistas, cariñosos e imaginativos, no querían dejar pasar, a pesar de sus profundas carencias económicas, un ritual muy importante, vinculado a estas fechas tan señaladas en el almanaque: ¿Qué podría regalar a mi amada Carina? ¿Qué se me ocurriría regalar a la persona que más quiero, mi compañero y marido Julián?

En Navidad, este esposo enamorado no quería que la persona que “sostenía” su existencia, careciera de ese detalle dadivoso que testimoniara o simbolizara el profundo amor que le profesaba. Pero él no podía ir a comprarlo a El Corte Inglés, ni a Mediamark, ni a las joyerías especializadas, ni a las agencias de viajes, ni a las tiendas o franquicias lujosas de perfumería o ropa. Sus bolsillos estaban literalmente vacíos. Lo poco que en estos difíciles momentos podía ganar había que dedicarlo necesaria e imprescindiblemente a pagar el alquiler, el alimento de cada día y los gastos extraordinarios que surgen cuando menos se esperan.

Ya, en el día 22, casi en vísperas de la Nochebuena y la Navidad, después del almuerzo, Julián decidió dar una vuelta por el centro de la ciudad, pues Carina tenía que volver a la casa de doña Florencia, para completar su trabajo diario. Caminando sin un rumbo fijo, llegó al Paseo del Parque, en donde se habían instalado, como cada año, los modestos puestos de regalos, con juguetes, chucherías, artículos de broma y curiosas y elaboradas artesanías. Fue ojeando la mercancía ofrecida en sus expositores, con la ilusión de si podía encontrar algo original e interesante, que no tuviera un elevado precio (cuando miró el contenido de su monedero, tomó dura conciencia de lo poco que podía comprar, con los cuatro euros y algunos sentimos que llevaba) para ofrecérselo a su mujer el día 25 de ese diciembre navideño. Recorrió un par de veces la larga fila de puestecillos pero, a poco que preguntaba, cualquier adorno o detalle superaba la módica cifra del capital que llevaba en su monedero.

Cansado de pasear (había venido ese día caminando desde su domicilio, en la barriada del Puerto de la Torre, para hacer ejercicio y de paso evitar el gasto del autobús) tomó asiento en uno de los bancos de piedra del Parque, ubicado en una glorieta nucleada en torno a un coqueto estanque rectangular, con una preciosa fuente en su interior. Desde allí observaba a las personas que por allí paseaban, algunos con las prisas del tiempo y otros parándose en los puestos para mirar los artículos expuestos y preguntar acerca de los precios correspondientes. En un banco vecino estaba sentado un hombre mayor, que parecía de nacionalidad marroquí. Se cubría la cabeza con un gorro troncocónico de fieltro rojo, vestía con una larga túnica, estampada con figuras de diversas geometrías muy coloreadas y calzaba unas babuchas de color anaranjado, probablemente de cuero de camello. Su cansada y arrugada piel ofrecía un color bastante tostado por el sol, luciendo en su rostro un grueso bigote que, al igual que su barba de 5 -6 cm, estaba profundamente encanecido. Este apacible personaje era también un vendedor, pues ofrecía, en un amplio paño extendido sobre las losetas del suelo, diversos productos, como perfumes, esencias aromáticas, diversas cajitas de madera tallada y policromada y algunas forradas de piel, probablemente para guardar regalos u otras pertenencias valiosas. Era un apacible vendedor de artesanías árabes, que no tendría capacidad económica para alquilar algunos de los puestos instalados a lo largo del Paseo. Tahir (ese era su nombre) después de centrar sus ojos en Julián, durante unos minutos, se dirigió espontáneamente al joven con las siguientes palabras, expresadas de manera bien pausada.

“Hermano, que Alah o tu Dios te guarde. Te he estado observando con respeto y te veo cansado y con un rictus de tristeza en el rostro, pero sin embargo con esa fuerza interior que nos da la ilusión de la edad. A pesar de mi cansada vista, los largos años de vida que mi cuerpo soporta me hacen conocer bien a mis semejantes. No creo equivocarme en lo que, paternalmente, te voy a manifestar. No acabas de encontrar un regalo apropiado y que puedas pagar, para llevarlo a tu joven amada ¿Verdad? Te extrañará que te hable así, pero mi larga experiencia me ayuda a entender el comportamiento y los sentimientos de los demás, especialmente si son jóvenes como tu. Y no es que te doble la edad, sino que probablemente casi la triplico.

Mi mejor maestro ha sido, como te decía, observar y observar, una y otra vez, a todos esos hermanos que me rodean y comparten la existencia, ya sea allá en el Atlas, en el desierto, o junto a las aguas calmadas o embravecidas del mar. En esta sociedad que nos ha tocado vivir, todos están locos por gastar y gastar, para frenar inútilmente su profunda insatisfacción. No saben apreciar las pequeñas y sencillas cosas que les rodean y que nada cuestan.

Yo te puedo ofrecer ese regalo para tu amada, que tan ansiosamente buscas y no lo puedes comprar. No has de preocuparte por el precio porque, te aseguro, poco te has de gastar”.

Y de inmediato, pero con movimiento pausados, el veterano mercader se agachó y extrajo de un ajado zurrón de piel de carnero, una cajita cuadrada, de unos 8/10 cm de lado, en las tres dimensiones.  Preciosamente tallada con tracería árabe y barnizada con brillantez y acaramelado cromatismo. “Esta es LA CAJITA MÁGICA DE LAS BUENAS ACCIONES”. 

“Como podrás comprobar está construida utilizando básicamente una materia preciosa. Ébano, madera negra de gran calidad y muy codiciada para su uso en instrumentos musicales. Por ejemplo, las teclas negras de los pianos, algunas preciadas esculturas o también utilizada para mangos en diversos utensilios. Aquí, en la parte superior tiene una estrecha hendidura horizontal, a modo de boca o buzón. Cada vez que su propietario haga algo bueno y sacrificado para los demás, lo escribirá en un pequeño trozo de papel y lo introducirá por esta alargada ranura. Si, efectivamente como ves, la cajita de las buenas acciones carece de cerradura. En principio, no se puede abrir. Pero cada vez que eches en su interior ese papel, explicando una buena acción, su propietario se sentirá feliz y contento. Si llegara el caso de que ya no se puede introducir más trocitos de papel con las buenas acciones, entonces, pero no antes, podrás abrir la cajita. Te explico el procedimiento. Para ello, en dos esquinas opuestas hay dos orificios muy pequeños, como dicen los científicos, microscópicos, por los que puedes introducir sendos alambres, muy finos pero fuertes, presionando al unísono. Entonces escucharás un chasquido en su interior: la cajita se abrirá. Pero recuerda. Sólo se realizará la apertura si la presión interior, ejercida por las hojitas de papel, se suma a la acción ejercida desde el exterior por los dos alambres. Ha de estar completamente llena, repleta de las buenas acciones realizadas”.

“Esas buenas acciones las llevas a cabo aplicando el sentido común y, sobre todo, la generosidad de corazón hacia los demás. Por ejemplo, ayudando a cruzar la calle a una persona necesitada. Consolando a esa otra que está triste en el problema que le afecta. Enseñando a leer a un analfabeto. Dando alimento a un hambriento por la desgracia. Sonriendo, para que los demás estén más alegres. Respetando la naturaleza, para que la vida sea más saludable para todos. No ensuciando aquellos lugares por donde pases. No mintiendo o haciendo daño a los demás. No apropiándote de lo que no te pertenece. Echando fuera de ti la envidia y la soberbia, defectos que siembran discordia y pobreza en nuestra existencia…. Son tantas las buenas acciones que se pueden hacer a diario para los demás y… para ti mismo…”

¿Y cuanto te he de pagar, por esta preciosa joya “de las buenas acciones”? “Dame la mitad de lo que lleves en el bolsillo”. “Sólo llevo … apenas cuatro euros” “Es suficiente, la nobleza que muestras en tu rostro es más que suficiente para mi”.

Tras darle, repetidamente, las gracias al sabio y bondadoso mercader, se encaminó hacia su domicilio, con el sugestivo presente que dos días más tarde entregaría a su amada, como muestra del cariño que sentía hacia su persona. Carina también tenía preparado un confortable jersey de lana, color azul, con algunas pequeñas franjas blancas y granates, prenda que había ido tejiendo en las semanas previas, cuando su marido no se encontraba en el domicilio. Las sorpresas respectivas ante la entrega de regalos, que mostraron los dos amantes, en la mañana del día de Navidad fue sentimental, alegre y divertida. El agradecimiento reciproco sustentó una estupenda jornada, cuyo almuerzo y cena lo realizaron en casa de sus respectivas familias.

El almanaque ha hecho correr muchas de las hojas del calendario. Estamos ante un nuevo otoño y han sobrevenido novedades en la vida de esta joven pareja. Carina está esperando un bebé, con la ilusión manifiesta del padre de la futura criatura, quien ha encontrado un nuevo puesto de trabajo, como “mozo paquetero” en el mercado de mayoristas, aunque por las tardes sigue haciendo sus “chapuzas” y algunos encargos para el arreglo de enseres de madera. Pero no podemos olvidarnos de la cajita/cofre de las buenas acciones.  

Cierto “mágico” día, la feliz pareja pretendió introducir una nueva hoja de papel en el ya densificado contenido de la cajita de ébano e incrustaciones. Al no ser posible el intento, comprendieron que ya estaba llena de esos pequeños escritos, que recordaban acciones generosas realizadas para con los demás. Recordando los consejos del comerciante Tahir, procedieron a su apertura, aplicando dos fines alambres por los también reducidos orificios de las dos esquinas, sonó un pequeño chasquido y la tapa superior de abrió. Extrajeron todos los pequeños trozos de papel y en el fondo comprobaron que había una foto del mercader. Era una imagen en la que Tahir mostraba una amplia sonrisa. De una forma misteriosa y sorprendente, la habitación del apartamento se oscureció y solo se veía iluminado el fondo de la cajita. Escucharon una “celestial y profunda” voz, la del propio mercader, que les decía “Sois una pareja feliz. Compensáis vuestras carencias materiales con la bondad, el cariño y los valores que atesoráis, pensando en hacer el bien a los demás hermanos que tanto lo necesitan. Ese es el camino. Esa es la mejor forma de trazar vuestro caminar por la vida. Alah o vuestro Dios os guarde”. ¿Magia, realidad, fantasía? Carina y Julián continúan llenando de buenas acciones esa hermosa cajita, regalo de Navidad, que tanto bien está haciendo en sus vidas. -

 

UN AFORTUNADO REGALO

DE NAVIDAD

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

10 diciembre 2021

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