Entre los
numerosos factores que aportan emocionantes y nobles sentimientos, luces
multicolores y páginas de alegría a las fiestas de
Navidad, Fin de Año y Reyes, entre el último y el primer mes del
calendario anual, hay un importante elemento que facilita la ilusión y el
divertimento de niños y mayores. Ese gesto que dinamiza la economía y motiva el
despertar de las sonrisas, es la ilusión de recibir
y entregar regalos, consubstancial y fundamental en tan entrañables y
bondadosas efemérides.
Más que por
la importancia, el valor, el divertimento o la necesidad de aquello que se
entrega o recibe, lo que más se valora es
ese gesto, detalle, atención y oportunidad que conlleva la acción de regalar a
la persona querida, amada o necesitada. Difícilmente alguien manifestaría su
enfado al recibir ese presente lleno de ilusión y significado. De igual modo,
son pocos los que reconocerían su disgusto por tener que regalar. La
generosidad y el agradecimiento van de la mano en una simbiosis mágica, cuyo
“protagonista” es ese presente, que motiva las sonrisas.
Son muchas
las personas que manifiestan el que cada vez resulta más difícil regalar,
porque en esta sociedad de gran consumo se tiene posesión de muchos objetos,
más o menos necesarios, en ese culto peculiar a la materialidad. Pero se olvida
que la verdadera significación del regalo no se encuentra en el valor
intrínseco del coste, sino en la oportunidad, la generosidad y el recuerdo de
entregar “algo” a ese familiar, amigo, conocido o compañero que a buen seguro
lo valorará y agradecerá. Un presente de alto coste puede tener un efecto
limitado, según quien lo entregue o quien lo reciba. Por el contrario, un
regalo sencillo, modesto, incluso de elaboración propia, puede significar mucho
para el afortunado receptor. También, por supuesto, para el dadivoso
benefactor.
¿Existe una edad más apropiada que otra para
recibir esos objetos, que tanto se aprecian? En absoluto. Tanto el niño, como
el mayor, se sentirán felices y complacidos cuando reciben, en todo momento,
esa entrega generosa, al margen de la oportunidad o la naturaleza material o
simbólica del mismo. En este lúdico y atractivo contexto, insertamos a los
personajes que protagonizan nuestra historia.
Un joven
matrimonio estaba atravesando, al igual que millones de personas, una etapa de
intensa dificultad material, que repercutía también en su estado anímico. JULIÁN era carpintero de profesión. Trabajaba,
desde hacía unos tres años, en una pequeña empresa que fabricaba puertas,
armarios, sillas y mesas y otros elementos o mobiliario para el hogar. Utilizaban
para esta útil función, como materia prima básica, los distintos tipos de
maderas. Esa estabilidad laboral le animó a proponer a su novia CARINA para que dieran ese paso tan importante
en la vida como es el matrimonio, a pesar de la juventud de ambos: 23 años él y
sólo 20 años ella. Su patrimonio económico era en sumo limitado, ya que
pertenecían a familias de modestos trabajadores (pescadores y vendedores
ambulantes en mercadillos, respectivamente). Pero la ilusionada pareja se
sentía “poderosamente rica” de esa valiosa posesión que supone el amor y el
cariño recíproco. Ese su maravilloso vínculo afectivo había nacido, como en
tantas otras parejas, durante una afortunada tarde en el que se conocieron
participando de una fiesta dominguera entre amigos, en la que había abundante
música, baile, merienda y bebida barata de “garrafa” pero que en esos años
ilusionados sabe “milagrosamente” a gloria. Habían formalizado un noviazgo que
duraba casi cuatro años, cuando decidieron dar ese valiente e ilusionado paso
de irse a vivir juntos.
Ciertamente
Julián no tenía un sueldo elevado en el taller de la madera donde trabajaba,
más de las horas legales establecidas. Aun así, consiguieron el buen alquiler
de un pequeño y “muy veterano” apartamento compuesto de un dormitorio, un
saloncito de pocos metros cuadrados, con su cocina y baño correspondiente,
situado en un antiguo edificio del Camino de Antequera, muy próximo a la
barriada del Puerto de la Torre. El alquiler mensual del inmueble, que los dos
jóvenes pintaron y repararon, en sus deficiencias, les suponía casi la mitad
del salario que el carpintero recibía por su abnegado trabajo con la madera,
incluso contando con las numerosas horas extraordinarias (no todas se las
pagaban) que con esfuerzo y entrega “echaba” cada semana. Por su parte Carina,
a pesar de haber cursado sólo la enseñanza obligatoria, tenía una especial
habilidad y dulzura para el trato con los niños pequeños. De esta forma le iban
llegando horas de “canguro” para el cuidado de hijos de familias “bien” cuando éstas
tenían que salir por las tardes o las noches, dejándole los críos a su cuidado,
consiguiendo unos euros que le sabían “a gloria”, a fin de ayudar a los gastos
limitados que se podían permitir, en su pequeño pero entrañable hogar.
Solían pasar
muchos sábados o domingos con sus respectivas familias, quienes los invitaban
para tratar de aliviarles en los gastos. Como sus padres comentaban “de un
cocido o un potaje, siempre se pueden sacar dos platos más”. Además de
ofrecerles el alimento, sus familias apreciaban el tenerlos más cerca, a fin de
poder disfrutar con su presencia y el cariño de la proximidad. A pesar del
gusto y aptitud de Carina por el mundo infantil, la joven pareja había
decidido, con prudencia y sensatez, esperar algún tiempo (en realidad estaban en
el primer año de convivencia) para recibir a esa “feliz cigüeña” que incrementa
los miembros de la unidad familiar.
Apenas habían
cumplido el primer año de casados, 2008, cuando la globalización mundial se vio
sumida en una profunda y grave crisis económica que repercutió en tantos y
tantos millones de familias, sin distinción de razas, geografías o mentalidades
ideológicas. La contracción en el comercio repercutió gravemente en el proceso
fabril, con esos dramáticos despidos laborales, que a su vez limitaban el poder
de compra de la población, todo ello en un círculo vicioso que agudizaba aún
más la deflación mundial que el mundo penosamente soportaba. La fábrica taller
donde Julián tan arduamente trabajaba, se vio obligada, ante la escasez de
pedidos, a reducir a sus operarios, despido laboral al que también el joven Julián
se tuvo que someter. La ayuda administrativa del paro solo duró unos pocos
meses y la búsqueda de algún empleo u horas de cualquier trabajo no tenían una
eficaz respuesta. A pesar de llamar en numerosísimas puertas, estas no se
abrían, pues por doquier las empresas cerraban, ya que los circuitos económicos
estaban colapsados por una lacerante depresión que azotaba a escala mundial.
En el seno de
esta “asfixiante” situación económica, al menos encontraron una “brisa”
esperanzadoramente oxigenante en el gesto generoso de la señora Florencia, una anciana acomodada en sus
pertenecías recibidas por herencia, propietaria del viejo apartamento que la
pareja habitaba. Al estar viuda y con parientes lejanos, su avanzada edad hacía
que sus limitadas fuerzas fueran reduciéndose. A cambio de reducirles el precio
que pagaban por el alquiler del pequeño inmueble, ofreció contrato a Carina
para que le asistiera cinco días a la semana, para limpiar, guisar, lavar,
planchar y de paso le hiciera algo de compañía. Los 300 euros mensuales que
tenían que abonar a la propietaria del apartamento fueron reducidos a 75 (una
cuarta parte) en base al trabajo que la joven aportaba sirviendo en casa de
doña Florencia. Por su parte Julián iba haciendo algunas “chapuzas” aceptando
todo lo que salía, aunque fueran horas espaciadas de trabajo (albañilería,
reparaciones, recogida de residuos…). Aún así, se vieron obligados a reducir
con sacrificio los gastos estrictamente innecesarios. Pues, además de esos 75
euros, estaba el pago del agua, la electricidad, la manutención (Carina podía
conseguir algo de comida con los sobrantes que la señora le autorizaba). Para
el desplazamiento, sólo se utilizaba el bus para momentos muy puntuales,
mientras que Julián disponía de una bicicleta de segunda o tercera mano que
había encontrado y arreglado en un “cementerio” de coches, motos y bicicletas,
comprada a un precio verdaderamente testimonial. Por fortuna, el domicilio de la casera no se encontraba
lejos (a unos 15 minutos caminando) del apartaban que compartían.
A pesar de
todas estas carencias y dificultades materiales, la joven y unida pareja tenían
un valioso patrimonio para la vinculación y la resistencia: el intenso y
recíproco amor que ambos se profesaban. Era ese cariño en estado puro que
resiste, con la magia infinita de la idealización, todo tipo de tempestades y
contratiempos sobrevenidos, para la modesta sencillez de su caminar por la
vida. Y así, a final del año, llegaron, puntuales al calendario, las fiestas de Navidad.
Era su
primera Navidad como recién casados. Esta pareja de jóvenes idealistas,
cariñosos e imaginativos, no querían dejar pasar, a pesar de sus profundas
carencias económicas, un ritual muy importante, vinculado a estas fechas tan
señaladas en el almanaque: ¿Qué podría regalar a mi
amada Carina? ¿Qué se me ocurriría regalar a la persona que más quiero,
mi compañero y marido Julián?
En Navidad,
este esposo enamorado no quería que la persona que “sostenía” su existencia,
careciera de ese detalle dadivoso que testimoniara o simbolizara el profundo
amor que le profesaba. Pero él no podía ir a comprarlo a El Corte Inglés, ni a
Mediamark, ni a las joyerías especializadas, ni a las agencias de viajes, ni a
las tiendas o franquicias lujosas de perfumería o ropa. Sus bolsillos estaban literalmente
vacíos. Lo poco que en estos difíciles momentos podía ganar había que dedicarlo
necesaria e imprescindiblemente a pagar el alquiler, el alimento de cada día y
los gastos extraordinarios que surgen cuando menos se esperan.
Ya, en el día
22, casi en vísperas de la Nochebuena y la Navidad, después del almuerzo, Julián
decidió dar una vuelta por el centro de la ciudad, pues Carina tenía que volver
a la casa de doña Florencia, para completar su trabajo diario. Caminando sin un
rumbo fijo, llegó al Paseo del Parque, en donde se habían instalado, como cada
año, los modestos puestos de regalos, con juguetes, chucherías, artículos de
broma y curiosas y elaboradas artesanías. Fue ojeando la mercancía ofrecida en
sus expositores, con la ilusión de si podía encontrar algo original e
interesante, que no tuviera un elevado precio (cuando miró el contenido de su
monedero, tomó dura conciencia de lo poco que podía comprar, con los cuatro
euros y algunos sentimos que llevaba) para ofrecérselo a su mujer el día 25 de
ese diciembre navideño. Recorrió un par de veces la larga fila de puestecillos
pero, a poco que preguntaba, cualquier adorno o detalle superaba la módica
cifra del capital que llevaba en su monedero.
Cansado de
pasear (había venido ese día caminando desde su domicilio, en la barriada del
Puerto de la Torre, para hacer ejercicio y de paso evitar el gasto del autobús)
tomó asiento en uno de los bancos de piedra del Parque, ubicado en una glorieta
nucleada en torno a un coqueto estanque rectangular, con una preciosa fuente en
su interior. Desde allí observaba a las personas que por allí paseaban, algunos
con las prisas del tiempo y otros parándose en los puestos para mirar los
artículos expuestos y preguntar acerca de los precios correspondientes. En un
banco vecino estaba sentado un hombre mayor, que parecía de nacionalidad
marroquí. Se cubría la cabeza con un gorro troncocónico de fieltro rojo, vestía
con una larga túnica, estampada con figuras de diversas geometrías muy
coloreadas y calzaba unas babuchas de color anaranjado, probablemente de cuero
de camello. Su cansada y arrugada piel ofrecía un color bastante tostado por el
sol, luciendo en su rostro un grueso bigote que, al igual que su barba de 5 -6
cm, estaba profundamente encanecido. Este apacible personaje era también un
vendedor, pues ofrecía, en un amplio paño extendido sobre las losetas del suelo,
diversos productos, como perfumes, esencias aromáticas, diversas cajitas de
madera tallada y policromada y algunas forradas de piel, probablemente para
guardar regalos u otras pertenencias valiosas. Era un apacible vendedor de
artesanías árabes, que no tendría capacidad económica para alquilar algunos de
los puestos instalados a lo largo del Paseo. Tahir
(ese era su nombre) después de centrar sus ojos en Julián, durante unos
minutos, se dirigió espontáneamente al joven con las siguientes palabras,
expresadas de manera bien pausada.
“Hermano, que
Alah o tu Dios te guarde. Te he estado observando con respeto y te veo cansado
y con un rictus de tristeza en el rostro, pero sin embargo con esa fuerza
interior que nos da la ilusión de la edad. A pesar de mi cansada vista, los
largos años de vida que mi cuerpo soporta me hacen conocer bien a mis
semejantes. No creo equivocarme en lo que, paternalmente, te voy a manifestar.
No acabas de encontrar un regalo apropiado y que puedas pagar, para llevarlo a
tu joven amada ¿Verdad? Te extrañará que te hable así, pero mi larga
experiencia me ayuda a entender el comportamiento y los sentimientos de los
demás, especialmente si son jóvenes como tu. Y no es que te doble la edad, sino
que probablemente casi la triplico.
Mi mejor
maestro ha sido, como te decía, observar y observar, una y otra vez, a todos
esos hermanos que me rodean y comparten la existencia, ya sea allá en el Atlas,
en el desierto, o junto a las aguas calmadas o embravecidas del mar. En esta
sociedad que nos ha tocado vivir, todos están locos por gastar y gastar, para
frenar inútilmente su profunda insatisfacción. No saben apreciar las pequeñas y
sencillas cosas que les rodean y que nada cuestan.
Yo te puedo
ofrecer ese regalo para tu amada, que tan ansiosamente buscas y no lo puedes
comprar. No has de preocuparte por el precio porque, te aseguro, poco te has de
gastar”.
Y de
inmediato, pero con movimiento pausados, el veterano mercader se agachó y
extrajo de un ajado zurrón de piel de carnero, una cajita cuadrada, de unos
8/10 cm de lado, en las tres dimensiones. Preciosamente tallada con tracería árabe y
barnizada con brillantez y acaramelado cromatismo. “Esta es LA CAJITA MÁGICA DE LAS BUENAS ACCIONES”.
“Como podrás comprobar está construida
utilizando básicamente una materia preciosa. Ébano, madera negra de gran
calidad y muy codiciada para su uso en instrumentos musicales. Por ejemplo, las
teclas negras de los pianos, algunas preciadas esculturas o también utilizada
para mangos en diversos utensilios. Aquí, en la parte superior tiene una estrecha
hendidura horizontal, a modo de boca o buzón. Cada vez que su propietario haga
algo bueno y sacrificado para los demás, lo escribirá en un pequeño trozo de
papel y lo introducirá por esta alargada ranura. Si, efectivamente como ves, la
cajita de las buenas acciones carece de cerradura. En principio, no se puede
abrir. Pero cada vez que eches en su interior ese papel, explicando una buena
acción, su propietario se sentirá feliz y contento. Si llegara el caso de que
ya no se puede introducir más trocitos de papel con las buenas acciones,
entonces, pero no antes, podrás abrir la cajita. Te explico el procedimiento. Para
ello, en dos esquinas opuestas hay dos orificios muy pequeños, como dicen los
científicos, microscópicos, por los que puedes introducir sendos alambres, muy
finos pero fuertes, presionando al unísono. Entonces escucharás un chasquido en
su interior: la cajita se abrirá. Pero recuerda. Sólo se realizará la apertura
si la presión interior, ejercida por las hojitas de papel, se suma a la acción
ejercida desde el exterior por los dos alambres. Ha de estar completamente
llena, repleta de las buenas acciones realizadas”.
“Esas buenas acciones las llevas a
cabo aplicando el sentido común y, sobre todo, la generosidad de corazón hacia
los demás. Por ejemplo, ayudando a cruzar la calle a una persona necesitada.
Consolando a esa otra que está triste en el problema que le afecta. Enseñando a
leer a un analfabeto. Dando alimento a un hambriento por la desgracia.
Sonriendo, para que los demás estén más alegres. Respetando la naturaleza, para
que la vida sea más saludable para todos. No ensuciando aquellos lugares por
donde pases. No mintiendo o haciendo daño a los demás. No apropiándote de lo
que no te pertenece. Echando fuera de ti la envidia y la soberbia, defectos que
siembran discordia y pobreza en nuestra existencia…. Son tantas las buenas
acciones que se pueden hacer a diario para los demás y… para ti mismo…”
¿Y cuanto te he de pagar, por esta
preciosa joya “de las buenas acciones”? “Dame la mitad de lo que lleves en el
bolsillo”. “Sólo llevo … apenas cuatro euros” “Es suficiente, la nobleza que
muestras en tu rostro es más que suficiente para mi”.
Tras darle, repetidamente, las gracias
al sabio y bondadoso mercader, se encaminó hacia su domicilio, con el sugestivo
presente que dos días más tarde entregaría a su amada, como muestra del cariño
que sentía hacia su persona. Carina también tenía preparado un confortable jersey
de lana, color azul, con algunas pequeñas franjas blancas y granates, prenda
que había ido tejiendo en las semanas previas, cuando su marido no se
encontraba en el domicilio. Las sorpresas respectivas ante la entrega de
regalos, que mostraron los dos amantes, en la mañana del día de Navidad fue
sentimental, alegre y divertida. El agradecimiento reciproco sustentó una
estupenda jornada, cuyo almuerzo y cena lo realizaron en casa de sus
respectivas familias.
El almanaque ha hecho correr muchas de
las hojas del calendario. Estamos ante un nuevo otoño y han sobrevenido novedades en la vida de esta joven pareja. Carina está esperando un bebé, con
la ilusión manifiesta del padre de la futura criatura, quien ha encontrado un
nuevo puesto de trabajo, como “mozo paquetero” en el mercado de mayoristas,
aunque por las tardes sigue haciendo sus “chapuzas” y algunos encargos para el
arreglo de enseres de madera. Pero no podemos olvidarnos de la cajita/cofre de
las buenas acciones.
UN AFORTUNADO REGALO
DE NAVIDAD
José
L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
10 diciembre 2021
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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