Los seres
humanos, a lo largo de nuestra inconcreta andadura en el tiempo, nos
relacionamos con un gran número de personas: familiares, compañeros de trabajo,
vecinos, conocidos, profesionales diversos y también hacemos, lógicamente,
muchos amigos. La controvertida y difícil
interpretación de la amistad. Entre éstos últimos, la suerte, el azar, nuestro
recíproco comportamiento, facilita que distingamos a uno de ellos de una forma
especial, con relación a los demás, tanto por su valiosa forma de ser, como por
una serie de circunstancias que nos impulsan a priorizar e intercambiar con él
muchas facetas de nuestra intimidad o privacidad. Ciertamente, esa “idílica”
amistad tiene sus “cimas” y “valles” relacionales, pero sin embargo solemos
esforzarnos para que esa persona elegida siga siendo nuestro mejor y confidente
amigo, por delante de todos los demás. En este contexto temático se inserta
nuestra historia.
AMARA, al igual
que tantas y numerosas personas, se sentía feliz, al haber elegido a ELIANA, una antigua compañera de colegio en la
infancia, como su amiga íntima, sentimiento que no dudaba se mantenía de manera
recíproca entre ambas mujeres. Echando la vista atrás, tanto en los juegos, en
los paseos, en las horas de estudio, en las dificultades y proyectos, en las
fiestas y celebraciones, una y otra contaban con la complicidad, cercanía y
connivencia de “su amiga” de siempre.
Ambas
chicas pertenecían, lógicamente, a las mismas fechas generacionales. Habían
nacido a la vida en el emblemático, por las circunstancias históricas, año
1975. Eran vecinas del mismo barrio malacitano, se conocieron en el mismo
centro escolar, asistieron al mismo instituto público de educación secundaria.
También compartieron el campus universitario, pero ya en distintas facultades
académicas: mientras Eliana era de “letras”, Amara siempre estuvo más
capacitada para el estudio de las materias técnicas. Aquélla cursó el grado de
Derecho, mientras que ésta optó por la graduación en Física y Química.
También
coincidían en ser hijas únicas en sus respectivas familias, con lo que éstas
gozaban de esa peculiar ventaja de tener “prácticamente” dos hijas. No eran
pocas las tardes/noches en que ambas adolescentes se quedaban a estudiar, cenar
y dormir en casa de su amiga, disfrutando esas noches de simpáticas “batallas
de almohadas” o intercambiando complicidades, confidencias, travesuras y esos
“grandes proyectos” para el siguiente “finde” o futuros periodos vacacionales.
Era
evidente que tanto en el aspecto físico, pero más importante todavía, en el
carácter personal, no eran “dos gotas de agua”. Amara, desde su adolescencia,
mantenía una lucha constante por su tendencia a la acumulación de gramos en el
cuerpo. Morena de largo cabello. Con esa misma tonalidad en sus ojos, sufría
por ese pícaro metabolismo que potenciaba su sobrepeso. Era inteligente,
voluntariosa y tenaz en el esfuerzo aplicado a las horas de estudio, Sin
embargo, tenía la obsesión o percepción de que con frecuencia las cosas le
salían mal, a pesar del empeño aplicado a sus proyectos e ilusiones.
Especialmente esto le ocurría en el terreno afectivo, pues los “fracasos” se
iban acumulando en las relaciones frustradas de pareja. Pero al menos
encontraba su “paño de lágrimas” en la comprensión y ayuda de su íntima Eliana,
que aliviaba en lo posible, con mano diestra, las desventuras que golpeaban el
equilibrio anímico de la muchas veces insegura Amara.
Eliana era
una mujer de cabello castaño claro, ojos de color gris/celeste, gozando de un
esbelto cuerpo que le gustaba con frecuencia presumir. Su generoso metabolismo
le permitía comer sin demasiado control, con la ventaja que no desarrollar
grasas o gramos innecesarios para la buena salud y forma corporal. Sabía
optimizar su natural tendencia a no necesitar estar muchas horas delante del
flexo y las páginas de los libros, ya que su prodigiosa memoria le permitía
salir con éxito en las pruebas y exámenes escolares. Disfrutaba también de ese
don de gentes que sabe abrir la cerrazón de muchas puertas que en principio
permanecían cerradas. Su fluidez verbal era manifiesta, siguiendo la senda o
pauta profesional de su padre, integrado en un bufete de abogados con distintas
especialidades jurídicas. ¿Sus defectos más notorios? Su carácter penosamente
integraba el ser un tanto manipuladora, quisquillosa y “liante” con las
personas de su entorno, teniendo una desafortunada tendencia a la práctica de
la envidia, por los motivos más nimios y variados.
El avance
innegociable del tiempo siguió cambiando las hojas del almanaque, para éstas y
las demás vidas. El buen expediente académico de Amara le hizo encontrar pronto
acomodo laboral en el laboratorio de análisis clínico de un hospital privado de
la capital, prestigioso por los servicios que prestaba a los numerosos
asegurados que concertaban pólizas con esa entidad. Los caprichos del destino,
aliado con la voluntad de los humanos, quiso que Eliana también comenzara a
trabajar en el mismo centro hospitalario. Lo hacía en el departamento de
marketing y asesoría jurídica, en base a su preparación académica. Además del
concurso de méritos y entrevistas especializadas, Amara hizo lo que pudo para
facilitar la entrada en la entidad a la que consideraba su mejor amigan desde
la infancia.
Sin
embargo, al paso de los meses, un delicado asunto afectivo enfrió y enturbió la
aparencial buena relación entre ambas mujeres.
Estaban recorriendo la década de su veintena avanzada y el sentimiento
del amor provocó que surgiera entre ellas la competitividad por un joven y
apuesto médico especialista en urología, quien por su edad, 33 años, también
buscaba un vínculo con proyecto matrimonial entre las compañeras y amigas con
las que se relacionaba. Los contactos profesionales facilitaron que entre Amara
y el dr. Darío Sellés se generara una profunda
amistad, más allá de los simples afectos, para sorpresa y celos de la cada vez
más inestable Eliana. Las relaciones entre las dos antiguas amigas se iban
nublando en el complicado terreno de lo sentimental. La mente egocéntrica de
Eliana comenzó a urdir una arriesgada y peligrosa trama, a fin de no perder la
apetecible presa de ese profesional que había puesto sus ojos en las virtudes
de la responsable analista.
Cierto
aciago día, Darío, un tanto compungido y atribulado, expuso a Amara la
complicada situación en la que se veía inmerso, por supuesto aceptando todas
sus culpas y errores. “Lo nuestro no puede seguir, pues alguna “debilidad”
que tuve con Eliana ha provocado su embarazo, según ella me asegura. Así que,
lamentando el daño que te he hecho, debo afrontar con valentía y
responsabilidad esta nueva situación en mi vida”. La infeliz analista
sufrió un durísimo golpe, que hundió su proverbial y positivo ánimo. Se
repetía, una y mil veces acerca de cómo era posible que su amiga íntima de
siempre le hubiese hecho tan reprobable “fechoría”. Esa muy desleal faena no la
había podido sospechar en esa persona a la que consideraba como la hermana de
sangre que nunca tuvo. No acertaba a comprender como Eliana, que se había
labrado una contrastada fama de “correr” y “disfrutar” con unos y con otros,
había tenido que romper su confiado y recíproco vínculo de amistad con el
apuesto y prestigioso facultativo, pero hombre débil ante los hechizos de la
manipuladora y aviesa jurista, provocando en definitiva esa amarga frustración
de ilusión afectiva, tan dura y desalentadora para sobrellevar.
Después
resultó que el supuesto embarazo de Eliana no era real. Esta descontrolada
mujer había labrado una hábil arquitectura de apariencias y falacias, que
pronto quedaron descubiertas a la nítida luz de la realidad. Sin embargo, el
mal ya estaba hecho, por lo que el apuesto facultativo tuvo que “viajar a otra
islas e ilusiones portuarias, para el amarre naval de sus afectos”. Aun así
Amara no quiso romper drásticamente con su compañera de trabajo, aunque era
consciente de que la amistad entre ambas había estallado como un frágil jarrón
de cristal que se fractura en mil pedazos. Por su parte Eliana en modo alguno
se conformó con el daño provocado a su infeliz amiga. En ella se despertó
incluso una sed insaciable para hacerle la vida imposible en lo laboral. Urdió
una trama maquiavélica, simulando el grave equívoco en los resultados de unas
pruebas analíticas. Amara, como responsable del servicio en esos días,
necesitaba el apoyo de la que había sido su amiga íntima en momentos más
afortunados del pasado. Y a ella precisamente fue a pedirle ayuda, en unos
críticos momentos profesionales, pues veía peligrar su puesto de trabajo. Con
aviesa y malvada frialdad, la ahora también encargada del departamento jurídico
del hospital, le habló con una puntual claridad:
“Amara, el
consejo ya tiene decidido tu inmediato despido. Yo no puedo hacer nada al
efecto. Hay familias perjudicadas por el gravísimo equívoco de las pruebas.
Estos clientes exigen muy fuertes y gravosas compensaciones. Lo mejor para ti
es que motu proprio plantees un despido negociado, con una justa y legal
indemnización. Yo intentaría que te hicieran un informa “soportable” para que
no te perjudique en futuras opciones laborales. Y te aclaro que yo me atengo a
la evidencia de los errores. No me pidas que crea en tu inocencia o deje de
creerte. Ante la gravedad y repercusión, social y económica, de los cambios en
las pruebas para la entidad en la que trabajo, tengo que someterme a la
relevancia incontestable de los hechos. La inocencia o no de la irresponsabilidad
cometida queda para tu conciencia”.
Así era la
cruel hipocresía de Eliana. Aunque Amara se sentía profundamente inocente, en
el turbio asunto de los informes equivocados, siguió los interesados consejos
de su amiga de siempre aunque, en lo más profundo de su ser, la credibilidad
que aplicaba a la que iba a ser su ex compañera de trabajo se encontraba bajo
mínimos. Luchaba con denuedo y sensatez, a fin de no irse del trabajo con un
informe desfavorable, que hipotecara futuras opciones laborales. La realidad es
que, tras el abandono del centro hospitalario, tuvo que esperar casi un año
para encontrar acomodo profesional en los laboratorios de una afamada e
histórica empresa cervecera local.
Pero el
asunto de los análisis cambiados o falseados siguió provocando el movimiento
social de los afectados, que recurrieron a la vía judicial, al no aceptar el
consejo hospitalario sus elevadas reclamaciones de indemnización. En este
sentido, la propia empresa puso el caso en manos de un grupo especializado, que
realizó una profunda investigación interna, desarrollada por expertos
profesionales que, en un informe demoledor, se pronunciaban en el sentido de
que una mano “diabólica” había alterado aquellos análisis. Repetidas
entrevistas e investigaciones llevadas a efecto por los detectives evidenciaron
que los “hilos responsables” conducían al mismo protagonista: la implicación de
Eliana en el macabro asunto quedó demostrada. No sólo por el deseo de eliminar
a su compañera y amiga de su puesto laboral, sino también porque la asesora en
temas jurídicos estaba en connivencia con otro grupo empresarial que se quería
hacer con el control accionista del prestigioso hospital. Se trató, por todos
los medios, de “tapar” y frenar este escándalo que, en último extremo afectaba
a la salud de los pacientes. Eliana fue despedida ipso facto de su importante
puesto laboral, sin recibir indemnización alguna y fue obligada a firmar una
renuncia a vincularse en el futuro en entidades sanitarias. En su caso, tardó
más de dos años en encontrar trabajo en un grupo de abogados laboralistas y
ello gracias a su unión afectiva con Abraham P. un personaje con mucho dinero,
posiblemente derivado a turbias operaciones en el mercado internacional de
fondos y valores interbancarios.
El
tiempo continuó avanzando sin pausa, por la vida de estos dos personajes
que protagonizan nuestra historia. Una tarde de sábado, ya en la estación
otoñal, Amara paseaba tranquilamente junto a su marido Abril, técnico
publicitario, llevando de la mano a su pequeña hija Clara. Una preciosa niña,
casi siempre sonriente, que disfrutaba jugando con las palomas que se le
acercaban, cuando esparcía por el suelo esos granitos de cereal, bolsa que su
madre previamente le había comprado en un humilde manisero instalado a la entrada
de una zona infantil instalada en el Parque. El azar de la casualidad produjo
un inesperado encuentro: vio acercarse,
caminando en sentido contrario, a su antigua íntima Eliana.
Hacía unos cinco años que ambas mujeres no se habían visto y tampoco cruzado palabra alguna. Por alguna amiga en común, conocía que Eliana ya no estaba unida sentimentalmente al agente laboral Abraham y que había abandonado el despacho que este turbio personaje dirigía. Ahora se dedicaba a la compra/venta de pisos con problemas de insolvencia en el pago de las hipotecas, extendiendo también su acción comercial en el mercado inmobiliario de la costa occidental provincial. Ambas mujeres se cruzaron en una zona muy próxima al Auditorio Eduardo Ocón, en el lateral sur de ese pulmón arbóreo que goza la ciudad. Tras intercambiar sus puntuales y serias miradas, nada se dijeron. Ni un hola, adiós, o mímica educada para la sonrisa. En Amara ya había desaparecido el rencor o desprecio hacia su innoble proceder tanto con Darío, como en el grave problema de los informes clínicos (tuvo conocimiento de la cruel implicación de Eliana en su despido hospitalario). Sólo mantenía ante su imagen y recuerdos un triste pesar y conmiseración hacia esa desleal persona, carente de valores, en la que durante tantos años había puesto su total confianza.
A su
marido Abril no le pasó desapercibido el intercambio y fijeza de las
respectivas miradas y comentó con su mujer: “Esa persona se te ha quedado
mirando como si te conociera de siempre y tu no has quitado los ojos de su
“estirada” figura. Me pregunto si os conocéis o habéis tenido alguna previa
relación, que desde luego me parece no ha debido ser especialmente amistosa”.
En ese
momento Amara deparó a su marido una tierna sonrisa y tomando su mano cambió el
rígido semblante que le había provocado la visión de Eliana, respondiéndole: “Es cierto, querido. Esa persona a la que te refieres se
llama Eliana. Su vida y la mía han estado, durante largos años, muy vinculadas.
Y lo digo con tristeza. Pero ahora, a mis 39 años te puedo confesar que sólo es
esa amiga íntima que nunca existió. Todo fue producto de la imaginación. El
olvido, en estos casos, es la mejor y más saludable medicina”.
Mientras
tanto, su hija Clara corría divertida detrás de una paloma, asiendo en sus
pequeñas manos un ya casi vacío paquete de “gusanitos”. Sus padres contemplaban
los ágiles movimientos de la niña, sintiéndose ambos felices y gozosos de su
sosegada y esperanzadora realidad. -
LA MEJOR AMIGA QUE NUNCA EXISTIÓ
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra.
de la Victoria. Málaga
08 octubre 2021
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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