Llega un
nuevo mes de octubre a nuestras vidas. El verano, hace unas semanas, ha dado
paso al equinoccio de otoño, aunque en una ciudad mediterránea como es Málaga la
agradable templanza meteorológica se mantenga durante la mayor parte de las
horas del día. Cierto es que por las noches y durante los amaneceres, debido
fundamentalmente a la humedad reinante en la atmósfera, hay que recurrir a esas
prendas de entretiempo de uso muy limitado en esta bella y muy turística
ciudad. A pesar de la aludida templanza térmica y a la ausencia de lluvias, van
apareciendo entrañables imágenes emblemáticas, por distintos rincones de la
ciudad, que nos recuerdan ese cambio estacional que paulatinamente nos va
acompañando en nuestros distintos y particulares quehaceres.
Entre esas gratas estampas del octubre otoñal, destacamos la
belleza plástica, aromática y suculenta de los puestos callejeros para la venta
de castañas asadas. Son tenderetes de madera, de construcción bastante modesta,
en los que sobre un pequeño expositor o mostrador se amontonan decenas de
castañas, prestas a ser asadas en una cacerola agujereada en su fondo, que
descansa sobre una hornilla encendida llena de carbón mineral. El sabroso
manjar vegetal se irá asando con lentitud, a través de la energía proporcionada
por el foco incandescente, cuyo proceso irá evaporando la humedad del fruto,
despidiendo al tiempo un abundante y aromático humo, que se tornará de color
blanco debido a la sal que hábilmente el castañero esparce sobre los carbones
encendidos con el color rojo anaranjado del fuego.
El suculento
producto suele ser vendido al precio de seis castañas calientes por un euro,
las cuales serán entregadas en un cartucho o envase cónico de papel de estraza
o incluso recortado de periódicos o revistas ya leídas. Curiosamente, los
vendedores no pregonan su térmico y sabroso producto, como se hace en los
mercadillos con los puestos de fruta, ropa u otros objetos o incluso el pescado.
El mayor y mejor reclamo para la venta de las castañas asadas es el aroma que
impregna toda la plaza o rincón callejero en donde esté instalado el singular
puestecillo y, de manera especial, ese humo blanco que a modo de “fumata papal”
visualiza la feliz noticia de la existencia de un
puesto asador de castañas para disfrute de la ciudadanía que pasea por
ese entorno urbano. En este contexto temático se inserta nuestra sencilla historia,
presidida de una gran humanidad.
Era un
valorado redactor de prensa “todo terreno” que, al igual que escribía artículos
de ensayo conceptual, componía con maestría crónicas deportivas,
cinematográficas o de la Sinfónica en el Cervantes, aunque su gran especialidad
y profunda afición era la elaboración de grandes reportajes, sobre los temas
más variados y sugerentes. Lucca Aliaga
asistía, en la noche de un viernes de templanza otoñal, al concierto programado
para la segunda semana octubre, en el histórico teatro malacitano. La orquesta
comenzó a tocar el numeroso instrumental pasadas las 21 horas y la
interpretación de las piezas clásicas, con el intermedio correspondiente, no
finalizó hasta faltando muy escasos minutos para las 11 de la noche.
A esa
avanzada hora del día, el laborioso “plumilla” aún pudo encontrar una gran
variedad de restaurantes abiertos, ya que la noche era de una gran bonanza
térmica que invitaba salir a cenar y pasear a fin de iniciar con alegría y buen
apetito el fin de semana. Es lo que hacía, especialmente, la gran “colonia
turística” que para gozo de los hosteleros inundaba la zona céntrica de la
ciudad. La magia de un cielo estrellado y la agradable temperatura frenaba esa
intensa humedad que las ciudades marítimas soportan tras la prolongada
insolación diurna. El sagaz y dinámico periodista optó esa noche por la cocina
italiana, solicitando una pizza “napolitana” de masa fina, acompañada de una
pequeña ensalada de rúcula acompañada de “tejas” de queso parmesano y una copa
de tinto Rioja. Decidió no tomar postre, pues evitaba estar muy pesado de
estómago ya que tenía que redactar la crónica del concierto y completar un
artículo pendiente, cuando llegase a su ático residencial en el Camino de los
Montes. En todo caso pensó, de camino a casa, en tomar un café con leche bien
cargado o si se terciaba un chocolate caliente, en caso de encontrar alguna
tetería abierta a esa avanzada hora de la noche.
Entrando en
la plaza de la Merced, camino de la Victoria, la gran arteria viaria para ir a
su domicilio, dando ese saludable paseo que ayudara a digerir la cena, le
extrañó gratamente percibir el aroma de ese humo blanco que sobrevolaba por la
atmósfera urbana ¡Aún están asando castañas! se
dijo divertido. En realidad, la joven que atendía el tenderete ambulante estaba
apagando el fuego del aún incandescente hornillo. Al usualmente glotón
periodista se le despertó el deseo de consumir unas sabrosas castañas, pensando
que aún no había tomado ni la taza caliente de chocolate, ni postre alguno en
el restaurante. Para su suerte, aun quedaban diez piezas sin vender, resto de
la última hornada del día. Estaban guardadas en una gran cacerola roja, a fin
de mantener mejor el calor, ya que su base se ponía a ratos sobre las ascuas
ardientes de la hornilla para que el metal acumulase el calor necesario. Tras solicitar
el apetitoso producto, observó discretamente a la
joven castañera.
Se trataba de
una bella y muy delgada joven que lucía un largo cabello negro, recogido
juvenilmente en una prolongada y esbelta cola que descansaba sobre la parte
trasera de su cabeza y espalda. Pensó que su edad apenas llegaría a la
treintena. Ojos azules. Rasgo romboidal en su fino rostro y unas manos
infantilmente ennegrecidas por esa artesana labor del corte en las castañas,
dando con mazo de madera sobre una cuchilla encastrada en un soporte fijado al
mostrador, además de tener que enriquecer la hornilla con el carbón mineral,
avivar el fuego con el soplillo de esparto, mover las castañas para su mejor
asado, sacarlas de la cacerola y meterlas en la otra cacerola térmica y, por
supuesto, ponerlas en los cartuchos para atender la compra de la frecuente y
admirada clientela. Vestía una camiseta celeste que cubría con una rebeca
morada oscura, prenda que le ayudaba a soportar la usual y fresca humedad
nocturna. También llevaba unos vaqueros muy ajados y desteñidos por el uso,
calzando unas deportivas azules, tan extremadamente limpias que parecían recién
adquiridas en la zapatería.
El rostro
cansado de la chica se tornó en una sonrisa, cuando ese último cliente del día
le preguntó cuántas piezas le podía ofrecer. “Me quedan 10. Doy seis por un
euro, pero al ser las últimas que aún restan por vender se las doy todas por
ese precio. Están muy calentitas y seguro que le van a gustar”.
Cuando se las
estaba echando en el cartucho de papel, Lucca observó que en un rincón, anejo
al puestecillo, había un carrito de niño, sobre el que plácidamente dormía una
niña pequeña, bien acomodada y abrigada con un jersey rosa, falda blanca y unas
largas calcetas del mismo color sobre sus piernas. La niña podría tener no más
de tres años. Al pagar, le entregó generosamente tres euros por las castañas,
gesto que agradeció la joven con una intensa y angelical sonrisa. Al tiempo
brotó espontáneamente su habitual vena expresiva:
“Mi nombre es
Lucca y trabajo como periodista. Precisamente ahora me dirijo a mi domicilio,
para escribir sobre un concierto que esta noche he escuchado en el teatro y que
ha de salir publicado en la edición de mañana o tal vez pasado. Aunque esta
noche ya es muy tarde y su cría debe descansar en la cama, le pediría que me
concediera mañana, a ser posible, unos minutos, para hacerle unas sencillas
preguntas y así poder elaborar un reportaje sobre el trabajo que realiza,
además de los detalles que me quiera y pueda facilitar sobre su vida”. La
respuesta fue inmediata, por parte de su interlocutora.
“¡Qué
divertido! Nunca me han hecho entrevistas. Resulta que ahora voy a salir en los
periódicos y las revistas, como hacen las artistas del cine ¡con fotos y todo!
Mi nombre es Irania y he nacido en Rumania. Y
aquí, dormidita, está mi hija Celia. Si le viene
bien, mañana sábado, abriré el puesto al mediodía. A esas horas no hay
demasiada venta, por lo que podremos hablar con más tranquilidad. Me arreglaré
un poquito, para salir bien en las fotos”.
De esta
simpática y sencilla forma quedó concertada una cita, de la que el avezado
periodista pensaba obtener un buen material. Con la información recibida
pretendía exponer la situación humana y social de estas personas extranjeras
que buscan residencia y trabajo en nuestro país.
Al día
siguiente, cuando habían pasado pocos minutos desde las 12 horas y el sol
desarrollaba una muy agradable labor térmica, pues el día se había presentado
bastante húmedo, Lucca se acercó a la coqueta plaza malacitana, dispuesto a
entablar un rato de conversación con la agradable Irania. Curiosa y felizmente
para su economía, ésta permanecía muy ocupada, pues tenía delante del puesto
numerosos clientes deseosos de saborear, a modo de aperitivo, el contenido
caliente de esas bien asadas castañas, por el módico precio de 1 euro. Entre
los paseantes que se detenían ante el humeante tenderete, había numerosos
turistas, nacionales y extranjeros quienes esperaban con visible interés su
turno para la adquisición de tan sabroso y barato producto, recién salido del
fuego. Pronto llegaron las nubes y el frescor subsiguiente, ante la desaparición
de la intensidad solar. Todo ello favorecía y hacía apetecible el consumo de
tan apetitoso manjar.
Al verlo
llegar, con su cámara Nikon al hombro, le sonrió, haciendo una señal de saludo.
Tras corresponder a tan educado gesto, el periodista comenzó a tomar fotos de
la plaza y de los “detalles” de tan modesta instalación comercial: las dos
ollas que servían de horno, la rústica hornilla con los carbones humeantes, la
“colina” de castañas, amontonadas para el inminente asado, el humo blando que
inundaba la atmósfera próxima y que, además de su significativa imagen
plástica, posibilitaba el atrayente aroma que publicitaba la venta del
producto. En el interior de la gran plaza cuadrangular, numerosos turistas
formaban corrillo alrededor de los guías turísticos, que con amenidad y memoria
sintetizaban información y anécdotas de la zona, nucleada en torno a la figura
del genial Pablo Ruiz Picasso, que nació y jugó durante su infancia en una casa
próxima del lugar. Explicación gratuita, en la que al final de la más o menos
explícita atención recibida, el entendido guía turístico solicitaban sólo “la
generosa voluntad”.
La pequeña Celia
jugueteaba con un pequeño y manoseado peluche, juguete que había perdido su
color original (podría haber sido de un color beige crema) ajena completamente
al ajetreo comercial que su mamá tan bien llevaba, para satisfacer la necesidad
de los interesados compradores. En algunos intervalos, Lucca pudo entablar
cortos diálogos con Irania, quien respondía divertida al reportero con
espontáneas y nerviosas risas. La venta de esa mañana había sido bastante
interesante, por lo que la castañera decidió frenar las nuevas hornadas. En ese
momento Lucca le dijo a la pequeña: “¿Te gustaría que los tres fuéramos a un Mc
Donald, para almorzar un buen menú?” La niña dio un salto de alegría,
prolongando ese monosílabo afirmativo con tan acústica intensidad que algunos viandantes
volvieron la cabeza para observar el origen infantil de la palabra.
Fue un
sencillo, jovial y divertido almuerzo, en ese franquiciado “fat food” (comida
rápida) tan apetecible para los más jóvenes, menú que el periodista e Irania
consumieron también con agrado. Tras los pequeños regalos de la marca, para la
niña, los mayores pidieron sendos cafés y la niña tuvo su batido de chocolate
caliente. Lucca no cesaba de anotar todo aquello que podía ser interesante para
la construcción del reportaje, información transmitida por una confiada y
“halagada” joven que se sinceraba acerca de las luces y sombras de su no
extensa pero compleja vivencia.
Irania era
una inmigrante de origen rumano. Había entrado de una forma ilegal en España,
hacía ya unos ocho meses. “Lo hice pagando una cantidad de dinero y algún
servicio a alguien” que ella no quiso concretar. Parece ser que, en estos
movimientos ilegales de personas, destacaba una organización mafiosa,
denominada El Alacrán. La joven poseía un conocimiento muy básico del idioma
español, lengua aprendida en su relación con unos vecinos de barrio, de etnia
gitana que, en sus frecuentes desplazamientos, de aquí para allá,
“chapurreaban” varios idiomas, con un nivel mínimo para facilitar la relación
cotidiana. De muy modesta familia (hábiles chatarreros) se había unido siendo
muy joven a Razvan, un mozo de cuadra bien
parecido que, desde su adolescencia, tenía problemas con el alcohol. Sus
desvaríos psicológicos derivados del consumo etílico y su inestable naturaleza
enfermiza con los celos, derivaban en duras e inesperadas violencias físicas y
psicológicas sobre la joven, que dos años más tarde de la unión quedó
embarazada. Al nacer Clara parece que la actitud de su compañero en algo
mejoró, aunque pronto volvió a las andadas, pues tenía una naturaleza
mentalmente enfermiza. La atmósfera tensionada de su relación con Razvan llegó
a tal nivel que incluso le hizo temer tanto por su vida como por su propia
hija, por lo que decidió huir al extranjero, llegando ambas a España, ayudadas
por la citada organización criminal, quien también le buscó acomodo en una
lúgubre habitación de un barrio norte de la capital malacitana, cuyo alquiler
lo tenía que ir pagando con la prestación de diversos trabajos que le daban
apenas para vivir con profunda modestia. La dueña del caserón aceptaba cuidar
de la niña, a cambio de pagos complementarios, cuando Irania limpiaba locales
comerciales, despachos y oficinas y los servicios comunes de algunas viviendas.
Los sábados y las tardes de la semana, echaba horas en este puesto de castañas
asadas, cedido a comisión por una persona mayor que había conseguido la
licencia y que atravesaba una etapa de salud deficiente. Esta voluntariosa
madre rumana aún mantenía ese miedo subyacente y psicológico, de ver aparecer
cualquier día y en cualquier esquina la imagen violenta, carcomida por los
celos y condicionada por el alcohol del padre de la niña Celia, ese error de
juventud que cometió engañada por la ilusión. Ahora suspiraba cada mañana,
cuando veía y disfrutaba el amanecer, confiando que la horrible pesadilla nunca
más turbara esa vida pacífica, en una ciudad alegre y convivencial, de la que
ahora disfrutaba, a pesar de las estrecheces y limitaciones económicas que había
de afrontar derivadas de una existencia singular e infortunada.
El reportaje,
muy bien elaborado y maquetado con fotos, por la destreza y habilidad
profesional de Lucca, salió publicado una semana después, en el suplemento
dominical del diario local. El artículo era un compendio/resumen de las
difíciles situaciones en que viven estas personas, lejos del espacio patrio en el
que han nacido, sumidos la mayoría de estos seres en la ilegalidad, disimulada
o “tolerada” por las diferentes administraciones. Todos ellos, con la mayor o
menor suerte, tratando de buscar acomodo vivencial y laboral en los
supuestamente países avanzados o desarrollados, con relación al atraso y
penuria de aquellos sus países de origen que han abandonado. Buscando con
ahínco y permanente esfuerzo esa mejor vida que ellos tanto hipervaloran y que
muchos occidentales menosprecian, porque su enfermizo consumismo y materialismo
les aboca a una permanente y enfermiza insatisfacción.
Con el título
de EL SUCULENTO AROMA OTOÑAL DE LA ESPERANZA
(es obvio que en el reportaje también se hablaba de las castañas) el artículo, al
paso de los meses, mereció un premio periodístico, en una convocatoria
promovida por la Unión de Periodistas, titulada “Seres en la orfandad de aquí y
de allá”.
¿Y qué ha sido de los protagonistas participantes
en esta muy humana y entrañable historia?
Por cierto, en
el otoño siguiente, el emblemático puesto castañero de la Plaza de la Merced ya
lo ocupa otro diestro artesano en el arte de asar y vender ese singular y
suculento producto, que anuncia la llegada de un tiempo estacional más fresco y
lluvioso, inserto en la última etapa de cada anualidad. -
EL OTOÑAL AROMA
DE UN PUESTO DE CASTAÑAS
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra.
de la Victoria. Málaga
15 octubre 2021
Dirección
electrónica:jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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