Tarde de
viernes, en ese otoño con aún sabor veraniego que la Providencia, la suerte o
el azar geográfico ha regalado al mediterráneo enclave malagueño. Incluso
soplaba una suave brisa “aterralada” que sin embargo se hacía grata porque en
modo alguno era cálida o tórrida, sino templada e hidratada por la influencia
del mar. Eran muchas las personas que paseaban por los jardines del Parque, practicando
y disfrutando ese sensato deporte que ayuda a mover las articulaciones y a
estimular las válvulas cardiacas, descartando el uso del coche, bus, bicicleta o
patineta eléctrica. Simplemente gozando del saludable placer de caminar.
Dos parejas
adultas caminaban en sentido contrario por el lateral norte del Parque, junto a
los coquetos parajes vegetales e hídricos de los Jardines de Pedro Luis Alonso
(fue el primer alcalde de la ciudad, tras la guerra civil de 1936-39). En
dirección este, iban Ferrán y Aria, mientras que hacia el centro de Málaga
se desplazaban Mateo e Irma. Esos cuatro ciudadanos ya habían
sobrepasado su medio siglo de vida, pero aún se encontraban en edad laboral,
pues les faltaban años para cumplir su sexta década vital. A medida que se
producía su aproximación, los dos hombres intercambiaron sus miradas con
patente fijeza, mientras que sus respectivas cónyuges iban pensando en sus
cosas, guardando ese silencio de aquellos que parece no tienen mucho que
decirse.
Al cruzarse
los dos matrimonios, las cabezas de los esposos se fueron girando a fin de no
perder entre ellos el contacto visual, buscando al tiempo una respuesta en sus
respectivas memorias que les confirmara su antiguo e importante conocimiento.
Siguieron avanzando unos metros y en un preciso momento Ferrán y Mateo se
vuelven completamente, se observan y se acercan entre sí, de manera harto
efusiva y con expresivas sonrisas, iniciando el intercambio de amables y
exageradas palabras, entre exclamaciones y risas, bastantes similares en ambos
casos.
“¡No me lo
puedo creer! Tu eres Mateo. Y tu eres… Ferrán. Parece que fue ayer, pero
llevamos casi tres décadas sin vernos. Teníamos entonces veinti… pocos años y
ahora ya andamos por los 53-54. Te he reconocido desde el principio.
Verdaderamente no has cambiado nada, incluso te veo hasta más joven. Tu estás
igual, de cuando hacíamos nuestras divertidas andanzas. Qué tiempos aquellos.
Bueno, el “fuselaje” ha ido cambiando un poco, bastante … el almanaque no
perdona. Ya ves, el pelo se lo ha ido llevando el viento. La talla de la
cintura nos delata y todo por culpa de la cerveza. Son los kilos de la buena
vida, no lo dudes. Ya no estamos tan estirados como entonces, que parecíamos
dos jirafas. Ahora las dorsales, las lumbares y las cervicales imponen su ley.
No hay por qué preocuparse, pues como dicen que las arrugas son siempre bellas…
Pero bueno hombre, vamos a dejar de contemplarnos, que hay que presentar a
estas dos bellas señoras”.
Sería
innecesario continuar narrando el dulce protocolo, cívico y cordial, de dos
antiguos compañeros y amigos íntimos de estudios y correrías, en muchas
jornadas y noches de asueto en su añorada y ya muy lejana adolescencia
avanzada. Tras la efusiva y emocionante tanda de abrazos, besos, parabienes y sonrisas
torrenciales, decidieron ir a pasar los cuatro un rato juntos en una cafetería
cercana en el Puerto, moderna instalación con espectacular decoración
“americana” y con objetos emblemáticos de artistas y cantantes famosos. Se
trataba de una sentimental y romántica merienda, en la que iban a contarse lo
más relevante que habían protagonizado durante más de dos décadas de
alejamiento mutuo.
Como ya se
estaba levantando ese frescor húmedo de la tarde otoñal, cargado del aroma a
marisma, que gozan las ciudades portuarias, ¿los dos antiguos amigos pidieron
sendas tazas de chocolate caliente “Recuerdas aquellas chocolatadas que nos
tomábamos en Casa Aranda, después de los exámenes?” Las dos señoras, un tanto
asombradas, pero divertidas por la inesperada situación, optaron por dos cafés
moka con canela, mientras se iban escrutando recíprocamente las epidermis respectivas
y las ropas que las cubrían, con el recato debido, pero sin perder detalle
alguno, todo ello en un agradable y teatral mar de sonrisas. Añadieron a la
consumición una bandeja de hojaldres rellenos de cabello de ángel, aunque las
dos esposas manifestaban, entre risas, su firme propósito (desde luego pronto
frustrado) de no probarlas, pues confesaban estar bajo el “severo” control
dietético de afamados y recomendados galenos endocrinos.
Las dos
parejas se iban cruzando palabras amables y comentarios divertidos, siempre
agradables al oído, como cuatro “jovencitos” ya disfrazados por la edad que
quieren acabar bien la tarde. Pronto llegó la hora de las “auto loas”
profesionales y familiares, endulzadas por la exagerada teatralización que los
dos padres de familia no se recataron en aportar. Escuchemos a Ferrán.
“Bueno, pues
resulta que ninguno de los dos estamos ejerciendo aquello para lo que
estudiamos y que nos unió tan amistosamente durante aquellos inolvidables años.
Así es la vida, pero por mi parte no me puedo quejar. Querido Mateo, recuerda
que siempre me gustaron “las letras”, pero no pude hacer la licenciatura de
derecho. Las circunstancias familiares no me permitían desplazarme a Granada y
aquí en Málaga aún no funcionaba esa facultad. Así que inicié como tú el
Magisterio, en aquellos míticos años de la Escuela Normal. Pronto me di cuenta de
que la vida del aula, rodeado de chavales, no era para mí. Aún así, acabamos la
carrera y de inmediato descarté la opción de las oposiciones. Después de
algunos trabajos menores, me hablaron de una academia, por la zona del Hospital
Civil, donde preparaban para distintas especialidades profesionales y en mi
caso elegí la administración y un poquito de contabilidad.
Tuve suerte,
pues ingresé al poco tiempo en la delegación de una editorial de prestigio, con
sede central en Barcelona y ahí sigo. Con esfuerzo y una cierta capacidad para
la gestión y distribución de volúmenes, además de nuevos proyectos editoriales,
dirijo actualmente las oficinas de la entidad, como delegado jefe. Controlo
toda la zona de Andalucía, también las ventas en Melilla y Ceuta. A pesar de
Internet (somos innovadores en las ediciones on-line) mantenemos las ventas en
soporte papel (el insustituible papel en los libros) y tenemos una economía muy
saneada y prometedora, con la digitalización bibliográfica”.
Aria, tras
escuchar el insólito contenido de la narración que estaba haciendo su marido,
en un momento de “impacto” ante los detalles de la exposición, se le atragantó
el sorbo de café y el pastel que degustaba, teniendo el camarero que traerle un
vaso de agua, a fin de ayudarle a recuperar la normalidad. Para ella, esa tarde
estaba descubriendo la inmensa y descarada capacidad de fabulación de su
esposo, habilidad que le produjo esa carcajada interna, tan difícil de
disimular y que le produjo el cómico bloqueo de su garganta.
“Tenemos un hijo,
bien casado, que trabaja en el prometedor sector de la publicidad, ganando
dinero a raudales. Esta juventud de hoy se lo monta muy bien. Si los jóvenes de
hoy hubieran vivido nuestros tiempos… En cuanto a nuestra hija, aún está conviviendo
con nosotros. Es especialista en restauración de la alta cocina, trabajando en
una cadena de restaurantes de la milla de oro, en Marbella.” Con el más difícil
disimulo, Aria hincaba sus largas y bien cuidadas uñas en las palmas de sus
manos, tratando de controlar los ataques de risa interna, que “clamaban” por
salir a liberarse del interior de su cuerpo, como invitados preferentes a tan
grata velada. Miraba y remiraba a Ferrán y se decía “desde luego estoy casada
con un gran actor. Su capacidad de fabulación es inmensa ¿cómo no me he dado
cuenta hasta hoy?”
El argumento
exigía la pronta entrada en escena del otro gran intérprete de la tarde, el
antiguo amigo Mateo.
“Valoro y me
alegra enormemente vuestra envidiable y justa situación en la vida. He de
confesarte que no me extraña, pues siempre vi y admiré en ti, querido Ferrán, a
una persona, plena de cualidades y virtudes, que el destino ha sabido hacer
justicia. Tienes que sentirte muy orgullosa, Aria, de tener un marido digno de
la mayor admiración. Por mi parte, entré en Magisterio influenciado por un
familiar, un hermano de mi madre todo vocacional, que trabajaba de maestro de
escuela. Este peculiar personaje pedía cada dos o tres años un nuevo destino,
pues siendo soltero practicaba esa gran afición de ir conociendo otras
provincias y regiones de nuestra rica y contrastada geografía. A él le
vitalizaba el trato con los niños, ya que lógicamente no tenía ninguno. Tampoco
a mi la enseñanza me hacía el necesario “tilín”. Nunca tuve esa necesaria paciencia
y entrega a la docencia que adornaba la figura de mi tío. Tu lo sabes bien,
Ferrán, siempre me gustó y fui un gran aficionado a la acción de esas películas
policíacas, en la que “los buenos” se enfrentaban y controlaban a “los malos”. Por
supuesto, también pasé por esas academias donde te preparar para “casi todo”.
No te miento, pues con gran esfuerzo y sacrificio pude ingresar en el Cuerpo
Nacional de Policía. Era mi verdadera vocación y desde luego capacidad. Ser
policía era y es la gran ilusión que siempre he tenido desde niño. Ahí he ido
escalando cargos en la carrera y hoy puedo decir, con ese orgullo controlado
por la necesaria modestia, que sirvo a la sociedad desde una plataforma de
jefatura, con alta responsabilidad. Dirijo un equipo de muy buenos
profesionales, que han participado (bueno, también yo, lógicamente) en
importantes operaciones contra el narcotráfico e incluso contra la “trata de
blancas”. Poseo varias medallas y condecoraciones, concedidas por los
superiores, como premio a la prestación de importantes servicios a la
comunidad”.
De una forma
similar a la Aria, Irma también quedaba absorta acerca del relato que iba
exponiendo su marido, que le provocaba asombro y sorpresa. En este caso, en
modo alguno tenía ganas o necesidad de controlar risa u otra manifestación
acerca de lo insólito de la narrativa que exponía, con la mayor naturaleza, la
persona con la que convivía desde hacía más de dos décadas. Lo que
verdaderamente sentía en ese momento era una sensación de pudor, porque la
historia que ella bien conocía en modo alguno reflejaba la realidad de los
hechos. Se dijo a sí misma algo así como “después hablaremos, Mateo, porque no
me esperaba algo así en tu persona ¡Cuánto cuesta conocer bien a la persona con
la que convives!”. De todas formas, podía entender, que no compartir, la
exposición que hacía Mateo, ante aquel ostentoso amigo de juventud.
“Nuestra
única hija, llamada Laura, está casada con un experto en mercados, a los que
les va muy bien. Tienen ya dos hijos y gozan incluso de un cómodo apartamento
en las playas de Altea, para descansar en los veranos vacacionales (su marido
tiene familia en el levante peninsular). La verdad es que no nos podemos quejar
en cómo nos ha ido la vida. El destino ha sigo muy generoso con nosotros”.
La feliz
merienda finalizó con un sentimental recuerdo a sus profesores de la antigua
Escuela de Magisterio, don Rafael, don Salvador, don Florencio, doña Juanita,
doña Manuela, Dña. Angustias, doña Elvira, doña Mercedes, don Pedro, don
Francisco, don Pio, don Manuel … nombres recordados con afecto y cariño, añadiendo
esa pícara sonrisa de mencionar, como chiquillos traviesos, algunos apelativos
con los que eran nombrados entre la muchachada tan ilustres profesores. Nuevos
abrazos y besos en la despedida, con esas promesas de manual o “protocolo” de
llamarse a la mayor premura, a fin de compartir otra alegre tarde de
reencuentro, recuerdos y amistad.
Ya camino de
casa, Ferrán y Aria tomaron el bus para
Puerta Blanca, vivienda que poseían en la Carretera de Cádiz. La esposa de
Ferrán no quiso esperar a llegar al domicilio para liberar la tensión acumulada
y enlazar una cadena de risas nerviosas, ante la mirada complaciente de su
marido.
“¡Vaya teatro que te has montado! Con que eres director
de zona en la editorial, controlando Andalucía y las ciudades de Ceuta y
Melilla… No sabía que hubieras tenido tan espectacular ascenso. Desde auxiliar
administrativo has pasado en minutos a director jefe regional. Mentías con tan
convincente facilidad, que hasta yo me lo estaba creyendo. Menos mal que no has
concretado la profesión de nuestro hijo LIsardo, cuyo vínculo con la publicidad
es pegar o colgar carteles en las farolas. Y en cuanto Adela, decir que es
especialista en restauración para la alta cocina, ha sido el colmo de la
fabulación. Bastante hace la pobre sirviendo camperos y patatas fritas, en el
Burger de Nico, “el legionario” tugurio que no está precisamente en la Milla de
Oro. No puedo parar aún de reírme, al ver como se puede engañar e inventar con
tanto arte. Y lo más curioso es que tu amigo parecía creerse todo lo que
estabas fabulando”.
“Mujer, no
seas dura, por una vez es lo que me gustaría que fuese mi vida, no me quites la
ilusión de esos divertidos minutos, que me alejaban de la cruda y rutinaria
realidad. Ante los demás son muy importantes las apariencias y al encontrarme a
un antiguo compañero y amigo, de hace más de dos décadas, he tenido que inflar
un poco o un mucho el globo de los deseos. Igual ya no volvemos a coincidir en
mucho tiempo”.
En otro punto
de la ciudad, barrio de Carlinda. Eran las 22:30 y ya habían terminado de
cenar. Consomé, unos boquerones fritos con verdura cocida y de postre uvas
negras sin semillas. Irma no había querido
sacar el tema de esa tarde hasta la sobremesa, pues temía ser muy crítica con Mateo, a quien no le veía muy feliz con el
reencuentro amistoso de esa tarde en el paseo del Parque. Y fue precisamente
éste, quien sacó el tema, tras apagar el televisor, pues deseaba “justificarse”
ante su mujer ante las historias que había montado durante la tarde, en la
merienda con el antiguo amigo y su mujer.
Irma tomó las
manos de su marido y regalándole una tierna sonrisa le dijo con toda serenidad:
“No tienes que decirme ya nada más. Estoy orgullosa de ti y feliz con la vida
que el destino nos ha querido deparar”.
DOS MATRIMONIOS SE CRUZAN EN
LOS JARDINES DEL PARQUE
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra.
de la Victoria. Málaga
29 octubre 2021
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