viernes, 8 de enero de 2021

DIRINALANDIA. LA ILUSION DEL JUGUETE.

Es de universal creencia que la terciarización de las sociedades es un importante factor indicativo para medir el avance económico de las mismas. Hay que explicar que en este sector terciario se incluyen todos los servicios prestados a los demás sectores económicos y el grueso de las actividades comerciales. Es obvio matizar que la trascendencia socioeconómica de este sector terciario no reduce la importancia que poseen otros sectores de la economía, como el primario (agricultura, ganadería, pesca y la construcción) o el secundario (el amplio espectro de las actividades industriales). Concretando los servicios que funcionan en el sector terciario de la economía, encontramos aquellos que poseen la categoría o consideración de imprescindibles, como son los sanitarios, el transporte, la educación y la cultura, las finanzas, los farmacéuticos, la ropa y el calzado, las peluquerías, las librerías, las ópticas, la restauración, la administración, la comunicación informativa y, cada día más, los soportes electrónicos e informáticos. Parece indudable que todos estos servicios son fundamentales o insustituibles para el normal desarrollo de la colectividad social.

Centrándonos ya en el amplio panorama de la actividad comercial, encontramos (según los gustos, por supuesto) aquellas tiendas o comercios a las que aplicamos la etiqueta de “con encanto”, pues aportan a las personas que los utilizan numerosos estímulos anímicos que resultan muy positivos para el conjunto de nuestra salud. Entre esos comercios con encanto podríamos destacar cuatro importantes modalidades: las floristerías, las librerías, las tiendas específicas de regalos y, muy destacadas por su significación, las tiendas de juguetes. En este último contexto se nuclea la historia de nuestro relato.

Hay jóvenes que, en contra de la evidente y preocupante realidad socioeconómica, persisten sin embargo en mantener sus ideales y proyectos, a la hora de elegir el siempre complicado futuro académico y profesional. Desde luego merecen el aplauso general por la constancia que aplican en respetar sus objetivos, a pesar de las opiniones o evidencias en contrario. Este era el caso de Diana, hija única de un padre relojero y una madre que trabajaba también fuera del hogar, en un taller para arreglos de ropa. La hija de ambos, tras superar las pruebas de acceso a la universidad, optó por matricularse en una facultad básicamente humanística a fin de cursar la carrera que desde el bachillerato había proyectado para sus ilusiones: estudiar filosofía pura. Las opiniones de sus padres acerca de las limitadas salidas profesionales que tendría con dicha titulación no hicieron mella en la tenaz voluntad de esta joven, cuando rellenó los impresos universitarios, a los 18 años de edad.   

Después de realizar un muy digno recorrido académico, esta joven de admirable mentalidad idealista hubo de enfrentarse a la realidad socioeconómica de sus días: tendría que dedicar todo su tiempo y esfuerzo para preparar esas oposiciones docentes, no convocadas por la Administración y con unas expectativas de plazas ofertadas muy reducidas. En la docencia de titularidad privada había todavía menos que hacer. Durante unos meses se entregó a trabajar y preparar el amplio temario establecido para el desarrollo de esas futuras pruebas, pero llegó el momento en el que tuvo que bajarse del pedestal idealista y atender a los consejos de sus padres que le recomendaban que buscara una alternativa, aunque fuese temporal, a la titulación académica que colgaba en su dormitorio. Comenzó entonces a dar vueltas al asunto, dialogando en numerosas ocasiones con una amiga de confianza, Irina, licenciada en químicas y que se ganaba la vida desde hacía un par de años trabajando en una peluquería de numerosa clientela, propiedad de un familiar indirecto, quien se mostró generoso en ofrecer trabajo a la chica. 

En una noche de sábado Diana volvió  a casa bastante tarde, tras haber estado pasando la tarde con su amiga. Sus padres estaban viendo tranquilamente una película que emitían por la segunda cadena de televisión, así que esperó a que finalizase la trama argumental para exponer a sus progenitores la idea que venía barruntando por su cabeza desde hacía días.

“Quiero comentaros algo que lo estoy pensando desde hace tiempo. El asunto de la oposiciones lo veo cada día más lejano, pues no hay certeza de que salga una convocatoria a corto plazo. Difícilmente mi carácter tiene la paciencia necesaria para que papá me hiciera un hueco en su taller de relojería. Entonces he estado hablando con Irina, mi amiga íntima de hace muchos años. Ella tiene unos ahorros, porque lleva tiempo trabajando en la peluquería de un tío político. Pero me confiesa que le gustaría hacer otras cosas para con su vida. Es una persona bastante idealista, como yo, así que nos entendemos muy bien. Nos haría mucha ilusión centrarnos en organizar una tienda de juguetes, dándole a esta actividad comercial un enfoque un tanto distinto al de un espacio dedicado a sólo la venta de juguetes”.

Los padres de Diana, Blas y Gracia, entendieron las razones de su hija y se mostraron receptivos para prestarle la ayuda necesaria. En los días sucesivos, las dos amigas estuvieron buscando locales adecuados, en el que pudiera ir el establecimiento que proyectaban. Después habría que buscar la correspondiente financiación, en forma de préstamo bancario. Tras mucho recorrer la ciudad, visitando algunas inmobiliarias, además de consultar por Internet, localizaron un antiguo taller para reparaciones de vehículos, en la actualidad cerrado, debido a que su propietario había fallecido hacía varios meses. Los herederos de este veterano mecánico deseaban vender el local de su padre, espacio que contaba con tres habitaciones, dos de las cuales daban a la calle, en un lugar bien situado por su centralidad. Además el amplio local miraba a una calle semipeatonalizada, lo que favorecía el paso de la ciudadanía.

Los ahorros que las dos compañeras pudieron reunir, con las respectivas ayudas familiares, resultaban claramente insuficientes para la compra del local, por lo que había que acudir a una entidad financiera que se mostrara receptiva en conceder un préstamo hipotecario. A este fin, Blas contactó con un amigo del gimnasio, centro deportivo al que ambos acudían los fines de semana, que trabajaba en una sucursal bancaria como subdirector de la misma. Las dos jóvenes interesadas, acompañadas por sus padres respectivos, mantuvieron un par de entrevistas con don Eleuterio Mendrila, encargado de la entidad bancaria, quien estudió el caso detenidamente, decidiendo finalmente proponer la concesión de un préstamo hipotecario, a partir de una entrada económica que ambas jóvenes efectuaron, con un plazo de devolución de 10 años y a un interés especialmente favorable, por los avales de ambos progenitores.

En la familia de Irina había un profesional de la albañilería que trabajaba en una empresa de multiservicios, a la que encargaron la adecuación del vetusto local, que se hallaba en principio muy deteriorado para la específica función comercial que iba a desempeñar en el futuro. El precio de la obra, que el primo de Irina consiguió establecer por parte de su empresa, no fue excesivamente gravoso, ya que también aceptaron establecer unos plazos de pago diferidos con un interés “testimonial”. Casi tres semanas tardaron aproximadamente las obras realizadas para la adecuación del local. En ese corto período, ambas copropietarias entablaron contactos con algunas empresas fabricantes de juguetes, a las que expusieron sus proyectos e ideas, siendo muy bien atendidas por partes de dichas entidades.

Han pasado ya unos meses y DIRINALANDIA. (recordando el nombre de las dos amigas) La ilusión del juguete, está funcionando bastante bien. Nada más llegar al establecimiento, los clientes pueden ver los dos amplios escaparates repletos de cientos de juguetes, pertenecientes a todas las  todas las épocas y tamaños. Dada la amplitud del espacio interior, hay una zona preparada para utilizar y probar muchos juguetes, antes de la decisión última de la compra. Las dos propietarias y amigas se turnan para asesorar tanto a los niños como a sus padres. Han habilitado igualmente otro espacio para la creatividad de los niños, una gran mesa en la que siempre abunda el cartón, los pegamentos, las latitas de pinturas con sus pinceles, e incluso trocitos de madera y chapón, con muy diversos tamaños, a fin de que los pequeños y “los grandes” puedan mostrar sus habilidades y creatividad. Una norma de esta pequeña pero alegre empresa es que el material de fabricación de los juguetes expuestos priorice materiales naturales, como la madera, el corcho, el textil, la goma, el cartón, la pasta de papel, la piel, etc. aunque  comprenden que resulta sumamente difícil eliminar  en los días que vivimos la utilización de los materiales sintéticos y plásticos.

Se cuida también el medio ambiente interno del espacio comercial, no sólo en cuanto al olor (que copia en lo posible el de la naturaleza) sino también los sonidos, para lo que utilizan música instrumental con temas de películas infantiles y juveniles muy conocidas. No podían tampoco faltar entre los cientos y miles de juguetes, los macetones de flores, dispuestos en los ángulos más estratégicos, aplicando también esas ramas y hojas naturales que “caen desde el cielo”, creando un ambiente vegetal en sumo agradable. Llevan un fichero de clientes y para su amplia satisfacción comprueban que aquel interesado (sea grande o chico en edad) que entra por las puertas de Dirinalandia por primera vez, siempre le agrada volver.

Entre las muchas personas que a diario visitan la tienda, atraídos por todo el atrezo que sustenta ese espacio comercial, una tarde de junio recibieron la visita de un hombre relativamente joven, que estaría más o menos en la tercera década de su vida, quien estuvo unos minutos recorriendo los lúdicos espacios del interior, observando aquí y allí los numerosos incentivos que tenía ante su vista. La mímica facial de este potencial cliente no podía disimular el sentimiento de felicidad que le embargaba. Después de esos minutos que siempre solían respetar para la intimidad del visitante, fue Diana quien se acercó a este caballero y con la mayor discreción y sonrisa le pregunto si se sentía a gusto en todo el divertido espacio.

“Por supuesto Srta. A partir de ese maravilloso doble escaparate que tienen y la riqueza lúdica de tantos y tantos juguetes me siento feliz y rejuvenecido. Cuando veo esos trompos de madera pintados de colores, los distintos diseños de trenes, que utilizan el latón y la madera como materia prima, las inolvidables caretas de Disney, los tirachinas, los balones y pelotas de goma, las cocinitas con sus cacharros de aluminio y vajillas de porcelana, aquellos juegos reunidos de toda la vida y la gran fauna viviente de peluches, además de esos muñecos que parecen estar hablando…. Toda esta riqueza para la imaginación y el juego me recuerda mi infancia, ya lejana, pero le aseguro que fue la única época en la que verdaderamente me sentí y fui feliz.”

En ese momento, el rostro y semblante del hombre se tornó a una expresión más bien triste y preocupante. Pero de inmediato supo reaccionar y, forzando un poco la sonrisa, que pronto fue natural, añadió

“Discúlpeme, he entrado en un espacio alegre y debo mostrar mi alegría, que le aseguro es verdadera. Le rogaría que por favor me aconsejara la elección de dos juguetes. Uno, para regalar a un niño de seis años. Y un segundo juguete, para otro niño… ya mucho más grande (se señaló a si mismo, con su dedo índice).

Diana se sentía feliz, ayudando a este hombre en el que adivinaba una honda problemática vital. “Para el niño pequeño, del que espero después me indique su precioso nombre, yo le llevaría esta divertida y cromática arquitectura, formada por muchas piezas geométricas de madera. El juguete viene con un pequeño catálogo adjunto, para que el niño tenga una pequeña ayuda, a la hora de “construir” sus formas, aplicando los diversos trozos. En principio aconsejo que no le enseñen el catálogo al niño, para que sea éste el que aplique su libre y divertida imaginación. Y ahora vamos a por el “niño grande”. Yo elegiría esta caja que tiene hasta diez puzles, con muchas piezas de “cartón piedra”. Le aseguro que los motivos a conformar son muy atractivos y estimulantes. Quiero añadirle algo. Cuando se sienta un tanto infeliz, le invitamos a que venga a la tienda, trayéndose su puzle. Aquí se sentirá mucho mejor. Sin duda.”

En las semanas siguientes, cada viernes, alrededor de las cinco de la tarde, aparecía por la puerta de Dirinalandia Adrián, llevando en uno de sus manos una pequeña cartera de piel beige, donde guardaba uno de los puzles, para entretenerse allí en su composición durante un par de horas. En la otra mano nunca faltaba un detalle o presente, para Diana, que recibía los bombones, la cajita de pañuelos bordados o el pequeño ramillete de flores, con una especial sonrisa y palabras de agradecimiento. Al paso de las semanas, Diana fue conociendo detalles de ese niño de seis años llamado Javi, que vivía con su madre que estaba unida a otra pareja. A esos datos se fueron uniendo otros muchos, explicativos de una vida que sufría una inmensa y cruel soledad.

En ese tercer viernes, cuando el reloj marcaba las ocho y cuarto de la tarde, Adrián comenzó a reunir la piezas dispersas de su “juguete”. Sabía que Dirinalandia cerraba a las 20:30 y comprendía que las dos propietarias tenían que ordenar un poco antes de marcharse. Sin embargo ese día, el protagonismo de la despedida no lo tuvo el lúdico cliente sino que, aleccionada por Irina, Diana se le acercó diciéndole con una tierna sonrisa: “Bueno, Adrián, celebro que hayas pasado un buen rato, disfrutando de este ambiente que sé lo mucho que te agrada. Como esta noche de julio está muy agradable de temperatura, me pregunto si te gustaría seguir contándome anécdotas de ese niño pequeño, llamado Javi. También podrías añadir cosas interesantes del niño grande. A mi me apetecería tomarme una pizza, con una cerveza fresquita ¿Te animas a que la compartamos?”

 


DIRINALANDIA. 

LA ILUSIÓN DEL JUGUETE

 

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

08 enero 2021

 

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/




 

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