Cuando asistimos a una sesión cinematográfica, la
gran mayoría de aficionados tenemos como primera motivación la búsqueda de
distracción. Pero muchos espectadores se sienten también incentivados por la
fama y trayectoria de los actores que interpretan la trama argumental. Hay
directores cuyo solo nombre atrae a los aficionados al cine, a fin de
deleitarse con su última creatividad. En algún caso también puede ejercer cierto
reclamo el compositor de la banda musical. Pero rara vez nos preocupamos por
conocer al profesional de las letras que ha elaborado el guión del film.
Pensándolo bien, ese “libreto” es el esqueleto temático que articula toda la
historia que se nos narra a través de las diversas y sucesivas escenas. Sin un
buen guión no hay película o buena película.
“Por
favor, sabe Vd. quién es el guionista
de la famosa película …?
Pues la verdad, me tendrá que disculpar.
Lo cierto es que no tengo ni la menor idea
acerca de quien ha podido escribir el argumento”. Esta respuesta es la realidad que tenemos, en estos
tiempos de las prisas y el estrés vivencial. A la mayoría sólo les interesa
distraerse y disfrutar con los noventa o más minutos de proyección.
Antiguamente los títulos de crédito quedaban grabados
en los inicios del metraje en celuloide. Pero en las últimas décadas, dichos
títulos y nombres intervinientes son colocados al final de la película,
apareciendo en pantalla cuando los espectadores que han asistido a la
proyección van caminando casi a ciegas, pues las luces de la sala aún no se han
encendido, hacia la puerta de salida. Alguno de ellos incluso tropezando con la
señora que delante suya se detiene de inmediato en la lenta procesión, a causa
de ponerle el sonido al móvil o ese señor que se para en su caminar para ir
buscando las llaves del coche o para ponerse la chaqueta que se ha quitado, a
tenor de la templanza térmica de la sala. Sin embargo, justo es reconocerlo,
hay algunos espectadores que muestran su “heroicidad” permaneciendo en sus
asientos, tratando de enterarse acerca de aquellos datos que pueden ser de su
interés: actores, director, localización de exteriores, autor de la música y,
por supuesto, el nombre del guionista que ha escrito el desarrollo de la
estructura argumental. Desde luego que esa saludable afición a estar bien
informado no es fácil de llevar a cabo, pues los asistentes que se han
levantado tapan con sus cuerpos y movimientos el correcto visionado de la gran pantalla
escénica.
La mayoría de las cadenas de televisión “resuelven”
con brusca agilidad el asunto de estas informaciones. Cuando la película ha
finalizado y van a aparecen los títulos de crédito, cortan de inmediato la
emisión de la película para poner esa publicidad que tantos dividendos les
reportan. Así que el espectador se queda
privado de poder enterarse de los nombres que han hecho e interpretado el film
que acaban de visionar. Y entre esos nombres, por supuesto, el autor del guión
que sustenta la historia narrada.
Hay que repetirlo una vez más. Sin un buen guión
difícilmente puede “rodarse” una buena película. Muchos profesionales, especialistas
en la crítica cinematográfica, escriben
en sus crónicas mediáticas que tal director o los actores intervinientes
intentaron sacar fruto de un débil o mal guión que adolecía de numerosas
carencias. A pesar de sus esfuerzos, dicha realidad lastró inevitablemente los
buenos objetivos marcados en el rodaje. Al escritor le ocurre también parte de
lo mismo. En su artículo, ensayo, relato, novela o guión, tendrá que partir y
organizar un buen argumento que posteriormente desarrollará y redactará en los
sucesivos capítulos de su obra. Aplicando ese triple esquema de la
introducción, nudo o trama fundamental y esa parte final, tantas veces
complicada en su acierto, del desenlace, en la exposición que ofrece a sus
lectores.
Asier Lama fue desde su infancia un gran aficionado a la lectura y escritura de
textos. De niño gustaba emplear abundantes minutos del día a distraerse leyendo
tebeos, además de los juegos propios de su edad. Ya en los años de su
adolescencia, visitaba semanalmente la biblioteca pública del barrio del Zaidín
granadino donde vivía, para sacar en préstamo lecturas de variada naturaleza,
libros avalados por el buen asesoramiento que le hacía doña
Leonor, una agradable y servicial funcionaria municipal encargada de la
bien organizada biblioteca. La buena señora disfrutaba intercambiando
comentarios con los asiduos a ese culto espacio que ella dirigía. Asier
“devoraba” en el tiempo, con proverbial rapidez lectora, numerosos relatos y novelas, bien animado
también por su profesora de Lenguaje doña Evangelina.
Paralelamente a sus horas diarias de lectura, disfrutaba plasmando en libretas,
cuartillas y blocs esa innata capacidad para la creatividad y expresividad
literaria.
Tras cursar el bachillerato, en el prestigioso
Instituto Isabel la Católica, su itinerario universitario lo tenía bien
definido. La Facultad de Filosofía y Letras, en la céntrica calle Puentezuelas
de la ciudad de la Alhambra, fue el destino elegido, matriculándose en la especialidad
de Filología Hispánica. Esta decisión no fue aplaudida especialmente por don Olegario, su padre, quien deseaba ver a su único
descendiente cursando estudios administrativos, a fin de que siguiera sus pasos
profesionales en la gestoría de la que era copropietario con un íntimo amigo de
juventud. Además de los estudios en la facultad, Asier realizó cursos paralelos
de narrativa y expresión literaria, pues quería mejorar su estilo creativo en
los textos, cada vez más amplios, que elaboraba. Finalizó sus estudios en 1974,
en pleno ocaso del franquismo gubernamental, con un buen expediente académico.
Ese notable currículo le habría permitido vincularse a algún departamento
universitario, a fin de iniciar su tesina y posteriormente la tesis doctoral.
Pero Asier no estaba por la labor de seguir por la
senda docente o investigativa. No se veía preparando oposiciones para la
enseñanza, ni explicando Literatura en un aula. Por el contrario, él deseaba
probar suerte en el complicado, apasionante y difícil campo de la profesión de
escritor. Su novia Ariana le animaba en esta
actitud vocacional para la que sin duda estaba muy bien dotado. Esta chica,
compañera de facultad, era muy hábil con los idiomas. La influencia familiar
estaba en la base de esta cualificada capacidad, ya que sus padres siendo ella
muy pequeña habían decidido emigrar a Manchester, en donde toda la familia
permaneció hasta tres largos lustros (su padre era un cualificado mecánico de
la automoción). Al terminar los estudios de Filología Inglesa, la joven no tuvo especial dificultad para encontrar
acomodo laboral como profesora en academias de inglés, preparándose para
opositar a una plaza de funcionaria docente en las Escuelas de Idiomas
Una tarde, en un inicio de otoño que ya enfriaba,
especialmente por las tardes/noches, Asier y Ariana fueron a merendar a los Jardines del Salón, sentándose en la terraza de un
restaurante/cafetería instalado junto al cauce del Genil, río que recoge las
limpias y cristalinas aguas de Sierra Nevada y que atraviesa la capital nazarí
camino del Guadalquivir. La intención de Asier era exponer a su compañera esos
proyectos que bullían en su cabeza, un tanto valientes y aventurados para su
proyección vocacional.
“Es una decisión difícil, querida Ari, pero es que debo
probar fortuna en una de las dos ciudades donde están ubicadas las principales
editoriales del país, si quiero ganarme la vida haciendo aquello que
verdaderamente me vitaliza. En este sentido, parece lógico que me traslade a la
capital de España. En Madrid buscaré algún trabajo temporal, que me facilite el
mantenimiento durante algún tiempo. No quiero seguir dependiendo materialmente
del bolsillo de mi padre. No me cabe la menor duda de que tú sacarás plaza en
las oposiciones, pues dominas perfectamente el English. Con los traslados te
puedes ir acercando, poco a poco, a Madrid, en donde podríamos fijar nuestra
futura residencia”.
Al escuchar todas esas sorprendentes argumentaciones
y propuestas de su pareja, Ariana estaba hecha un mar de dudas. Tras unos días
de reflexión y diálogo, consideró generosamente la conveniencia de animarle,
para que viviera la experiencia madrileña. Desde luego no sabía si con esta
separación para la aventura, que su pareja estaba dispuesto a correr, la
relación que ambos mantenían podría tener mucho futuro. Aun así, no se sentía
con fuerzas para “cortar las alas” a una persona de su cariño y aprecio, que
quería probar suerte con la profesión de escritor.
Con sus escritos e ilusiones Asier hizo las maletas,
soportando la indignación y enfado de don Olegario ante esa “locura” que su
hijo iba a emprender, además de las lágrimas de doña
Fuensanta, su madre, que sentía con dolor la separación del único hijo
que tenía. Tomó el tren en la Estación de Andaluces, un catorce de octubre de
1974, camino de Madrid. Ariana le arropó en la emotiva despedida. Aunque en su
interior veía que la relación que ambos mantenían podía irse a pique, era una
chica inteligente y comprensiva que en modo alguno quería atar a su pareja en
la ciudad donde había nacido y vivía, cortándole el camino de su valentía creativa
para con las letras en la capital de España.
La primera semana, acomodado en la “lúgubre” pensión
Los Candiles, fue especialmente dura, pero tuvo la suerte de hacer amistad con
unos jóvenes que hacían el almuerzo en una casa de comidas muy popular, en una
zona cercana a la Plaza de Jacinto Benavente. Le organizaron hueco en el piso
que compartían, en pleno centro antiguo del más rancio Madrid: calle del Barco, en un vetusto ático, muy bien
iluminado. Allí compartían el gravoso alquiler hasta seis compañeros, cuatro
varones y dos chicas, con variadas preparaciones y distintas metas. Las
vivencias, ocurrencias y experiencias en aquel batiburrillo cosmopolita, con
sus noches de juergas, las comidas “comunitarias”, las obligaciones de limpieza
asumidas, la compañía de gente vitalista y positiva, le hicieron ir
sobrellevando, con el mejor ánimo, esos tiempos difíciles para buscar el
acomodo laboral o profesional deseado. Ejerció diversos trabajos, como
camarero, profesor de clase particulares e incluso cuidador de mascotas (dos
canes propiedad de un vicedirector bancario que viajaba mucho con su señora
esposa, por repetidas obligaciones financieras). Entre hueco y hueco de sus
obligaciones laborales para la manutención diaria, se pasaba por las
editoriales, llevando en su mochila algunos manuscritos y breves publicaciones,
encontrando en las diversas sedes muy escasa receptividad. Estas empresas sólo
querían escuchar y atender a gente algo más consagrada. Se lo “quitaban de en
medio” con las palabras de cortesía al uso. Las llamadas telefónicas y esas
cartas semanales a Ariana le compensaban en su ánimo, dándole la natural y
lógica fortaleza.
Un actor de teatro, cine y televisión, de
nacionalidad argentina, Flavio pero al que sus
amigos llamaban Sócrates, que visitaba
con frecuencia a dos compañeros de Asier en el piso, conociendo la habilidad de
éste con el manejo de las letras y los esfuerzos que estaba realizando a fin de
encontrar receptividad en alguna editorial, le facilitó la dirección de una
nueva y peculiar productora de cine, televisión y publicidad, denominada SEVENTH ART. Puesto en contacto con la misma, conoció
que esta empresa, que sólo llevaba unos meses en el mercado, elaboraba cortos
cinematográficos por encargo; anuncios para ser emitidos por las cadenas de
televisión; proyectos para el rodaje de películas de cine de vanguardia y
experimental e impartía clases de interpretación, además de elaborar guiones o
libretos de cine para ser dirigidos e interpretados, con los correspondientes
rodajes. Esta última modalidad de trabajo entraba de lleno en el interés del
joven literato granadino, pues éste se veía cualificado para escribir historias
que fácilmente podían ser adaptadas a buenos guiones cinematográficos.
Tras personarse en la empresa, ubicada en una vieja
nave industrial de reparaciones ferroviarias, reconvertida con extraordinaria
funcionalidad en numerosas y modernas oficinas, aulas y platós, fue recibido
por Albert Lavieja, un veterano actor
secundario, ya retirado de los escenarios y que en esta organización se
encargaba de descubrir y negociar con los nuevos valores emergentes de las
artes escénicas. Tras mantener una larga entrevista con Asier, se comprometió a
estudiar la selección de trabajos narrativos que el escritor le había llevado.
Una primera ojeada de los mismos parece que agradaron al veterano actor
convertido en director técnico de la empresa. Para sorpresa de Asier, en
cuarenta y ocho horas ya le fueron llegando, por correo urgente, diversos
encargos de relatos breves, sobre temas y argumentos puntuales o historias de
contenidos prefijados. Era evidente que trataban de conocer, con una mayor
verosimilitud y profundidad, las posibilidades del literato, a fin de que que
comenzara a trabajar con ellos. Nada de sueldo o contratos fijos. Por cada uno
de los trabajos elaborados, le ingresaban en cuenta bancaria unas modestas
cantidades que, sin embargo, sustentaban las ilusiones de Asier de poder ir
ganando, con su esfuerzo literario, ese sustento tan necesario, haciendo lo que
realmente le gustaba. Al paso de los días y semanas, le encargaron la
corrección de guiones que otros redactaban y montaban para su posterior interpretación.
El sistema de compensación económica por su labor era por horas de trabajo
desarrolladas en las instalaciones de la productora y también por los folios y
palabras escritas o corregidas. Lo realmente importante, pensaba, es que iba
acumulando experiencia para más adelante emprender otros proyectos más
importantes de naturaleza editorial.
Un jueves de Noviembre fue llamado urgentemente por
la productora. Le informaron que tenían un importante encargo, a fin de
organizar el rodaje de una película para la que había una interesante o
sustanciosa financiación. Habían sopesado algunos guiones al efecto, pero a los
ejecutivos del grupo que había solicitado sus servicios no les convencían
ninguno de los mismos. Habían aportado una idea inicial para que fuera
desarrollada por el departamento de creatividad. El tema nuclear consistía en
construir la vida de una persona, a través de tres fases o etapas de su vida.
Infancia y juventud, madurez y ancianidad. A partir de ese esquema inicial,
tendría que ponerse a trabajar, aplicando un horario maratoniano, pues
necesitaban un buen material en un plazo limitado por la urgencia, ya que en
caso contrario la empresa contratante iría a llamar a otras puertas de la
competencia. Tenía un tiempo máximo de diez días, para trabajar ese guión
inicial que articulara la correspondiente historia.
Asier se puso de inmediato manos a la obra, pero no
siempre la creatividad o la imaginación se muestran solícitas con las prisas.
En su “vapuleada” pero efectiva vieja máquina de
escribir Olivetti Lettera 35, tecleaba y tecleaba decenas de líneas iniciales
de posibles historias, pero una y otra vez las iba desechando pues, tras
releerlas, no veía en las mismas “futuro” para el importante trabajo que con
tanta premura le habían encargado. Le iba quitando horas al sueño, intentándolo
una y otra vez, ante la paciencia y comprensión de sus “compas” del piso, que
soportaban estoicamente el sonido de las teclas durante las horas más
insospechadas de la noche y el día.
El domingo por la mañana, un tanto abrumado y confuso,
decidió darse un largo paseo por los jardines del
Retiro madrileño, provisto eso sí con un bloc y varios bolígrafos, por
si en algún momento la imaginación le daba alguna buena respuesta para trazar
líneas de texto y esquemas, material que después desarrollaría en la máquina de
escribir. Se encontraba física y mentalmente cansado, pues había dormido poco
durante esa noche. Por un impulso un tanto infantil, compró una bolsita de “maní”
y otra de alpiste a una señora mayor que los vendía, además de barquillos y
otras chuches para que los niños y sus padres disfrutaran. El día se había
presentado un tanto frío, con una gélida brisa procedente de la sierra, pero
intensamente luminoso por un cielo sin nubes que permitía fácilmente la llegada
de los rayos solares. Después de esparcir un poco de alpiste por el albero se
vio de inmediato rodeado por un ejército de palomas, que se mostraban
agradecidas, hambrientas y competitivas entre ellas ante el suculento alimento
que el joven les iba pacientemente arrojando. Con esa plástica y bella imagen
de las pequeñas aves acompañándolo, junto a la saludable y serrana brisa
mezclada con la tersura templada del generoso sol, su organismo reaccionó para
la necesidad, entrado en un profundo sopor. El sueño le dominó profundamente.
Cuando al fin se despertó, no sabía a ciencia cierta los minutos en
que había permanecido dormido. Vio a su
lado, sentado en el banco de madera que ocupaba cercano al gran estaque de las
barquitas, a un anciano bien aseado en su cuerpo, aunque vestía y calzaba ropa
muy trillada por el prolongado uso. Su veterano compañero de asiento lo miraba
con una pícara sonrisa, no exenta de placidez. También, y para su sorpresa,
comprobó que, en el cuaderno que había resbalado de sus manos al quedarse
dormido, alguien había dibujado un rostro que él bien conocía, pues era el suyo
propio. El anciano, de inmediato, se presentó como Amiel.
“Sí, he sido yo quien sin ánimo de molestarte, he dibujado tu rostro, mientras
disfrutabas de una prolongado sueño”.
A partir de aquel inesperado encuentro, el joven y el
mayor iniciaron un extenso y grato diálogo, en el que cada uno de ellos fueron
intercambiando datos interesantes de sus respectivas personas. Amiel, en su
juventud había sido un prometedor artista de los pinceles en Mar de la Plata,
la ciudad argentina en la que había nacido. Premios, estudios, exposiciones,
conferencias, etc. avalaban un futuro prometedor en las artes plásticas para el
joven artista de la pintura. Pero en su vida entró una bellísima mujer, algo
mayor que él, generándose entre ellos un exuberante amor, pleno de sensualidad
física y platonismo romántico. Ello cercenó, de algún modo, la fulgurante
carrera del enamorado pintor. El afamado y prometedor artista de los pinceles, se
había entregado a Leria, con una fogosidad extrema
y descontrolada, que también era correspondida por la necesidad sexual y
afectiva de una enigmática mujer que dominaba los días y las noches del
impetuoso astro de la pintura. Pero a las pocas semanas y sin saber el por qué,
de manera absolutamente inesperada, la musa erótica de Amiel había desaparecido
de su existencia material, sumiéndole en el desamparo en el abandono personal y
hundimiento vital, aunque la imagen de las bella Leria permaneció y permanece
aún hoy, transcurridas muchas décadas, en el onírico plasma de su idealización anímica.
El destino, la suerte, la oportunidad, el no se qué,
habían querido ser generosos con el atribulado escritor. Tenía ante él la mejor
materia prima, en este caso con la grandeza y humanidad personal, para generar
ese encargo tan difícil que en Seventh Art le habían encomendado.
“Amigo Amiel, estoy luchando por convertirme
en un buen escritor. Eso es lo que realmente me vitaliza y me permite caminar
con ilusión y valentía en el día a día. Me han encargado un trabajo muy difícil y precisamente la
historia que he de narrar la tengo en ti. Cuando he despertado de mi afortunado
sueño, has querido darme esa historia que tanto necesitaba. Te agradecería en
el alma que me permitieras poder contarla. Antes de publicar una sola palabra,
tu conocerías el contenido de lo que he escrito. Me hablas de que malvives en
la indigencia. Yo lucharía para que esa palabra desapareciera de tu difícil
existencia. No sólo en lo económico, pues te cedería una parte importante de
los fondos que me correspondieran por el guión cinematográfico, basado en tu
vida. Sino que además podríamos buscar, tengo amigos cualificados para esta
labor, una institución residencial donde llevarías una vida más placentera y
estable, para tu avanzada edad, años que me dices con cierta sorna que ni tu
mismo sabes los que ya suman en tu “apasionante” y denso calendario”.
Aquel domingo de otoño, Amiel Ventura puedo comer
caliente, en unión de un joven amigo a quien no le podía negar lo que, con
humildad y franqueza, le estaba pidiendo: poder contar al mundo, aunque fuese
con nombres y datos cambiados, su azarosa existencia, entre el arte y el amor
apasionado. Los compañeros de Asier, buena gente, habilitaron un antiguo
camastro que estaba en el trastero del edificio, para que el anciano Amiel no
tuviera que seguir descansando por las noches entre cartones de
electrodomésticos y bajo los soportales abiertos de los grandes edificios.
Claudio, un mocetón valenciano, el “Perry Mason” de las leyes, quien preparaba unas difíciles oposiciones a notaría,
puso manos a la obra para gestionar en las administraciones, municipal y
autonómica, un lugar digno para que ese amigo mayor, que ya lo era de todos,
pudiera pasar la última fase de su vida en un régimen de normalizada dignidad.
Mientras, durante día y la noche, el voluntarioso escritor granadino, escribía
y escribía, sobre la azarosa trayectoria vital de un artista de los pinceles,
entregado a los “cantos” irresistibles de una bella, misteriosa e inolvidable mujer. La esperanza quería
ejercer protagonismo, en todas estas almas necesitadas de providencia en su
cansino caminar.-
EL AFORTUNADO SUEÑO DE
ASIER
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
23 Octubre 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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