En aquella tarde otoñal, dos llamadas telefónicas
efectuadas desde Madrid por una madre angustiada y entre sollozos, había puesto
en urgente alerta a sus dos hijos. De manera repentina e imprevista, acababa de
fallecer su marido y padre de ambos hermanos, posiblemente por un letal fallo
cardiaco. Juan de Dios, el hijo mayor, que
acababa de cumplir el medio siglo de vida, ejercía como médico especialista en
el departamento de urología del Hospital Clínico de Granada. Su hermana Leonor, tres años menor, también estaba afincada con
su familia lejos de la ciudad en donde ambos hermanos habían nacido, pues
ocupaba plaza de profesora titular de Inglés en la Escuela de Idiomas de la
capital burgalesa. Uno y otro, con sus
respectivos cónyuges, organizaron de inmediato el desplazamiento a Madrid, a
fin de estar junto a su madre, doña Flora, en
estos momentos tan amargos que toda la familia afrontaba.
El “patriarca” familiar que había perdido la vida, don Matías Darvira, había sido un afamado jurista, durante más de dos décadas
magistrado juez de la sala de lo penal en la Audiencia Nacional. Se había
jubilado al cumplir los setenta y cinco años, aunque seguía vinculado a la
profesión colaborando de manera altruista, junto a otros compañeros y amigos,
en un despacho profesional de la abogacía que atendía a personas con precarios
recursos económicos. Su repentino fallecimiento, a los ochenta años de edad,
provocó en muy pocas horas un auténtico revuelo mediático y social, a causa de
la “inmaculada” imagen que el finado se había labrado como persona y juez, en la que destacaba su intachable
rectitud y ejemplaridad, además de su muy acendrada religiosidad. Tanto él como
su esposa Flora eran asistentes y practicantes asiduos (comunión diaria) a las
celebraciones litúrgicas desarrolladas por la iglesia católica. El matrimonio
había sabido aplicar una estricta y responsable educación a sus dos hijos,
quienes desde pequeños habían profesado una intensa admiración a un padre y a
una madre modélicos quienes, ciertamente muy rígidos en la educación impartida,
les habían encauzado por la senda del bien y el respeto hacia sus progenitores,
el constante esfuerzo en el estudio y la responsabilidad como valor prioritario
en el comportamiento, hasta convertirles en dos ciudadanos ejemplares, tanto en
su moralidad de conciencia, como en el honrado ejercicio de sus respectivas
profesiones.
A la
emocionante ceremonia fúnebre para la despedida del juez, esposo y padre
don Matías, asistieron no sólo sus compañeros de magistratura, sino que también
sus familiares fueron acompañados por diversas autoridades vinculadas a los
distintos estamentos del organigrama social de la capital. Tanto Juande como
Leonor decidieron quedarse unos días en Madrid junto a su madre, a la que de
inmediato buscaron una persona que complementara las horas que “echaba” por las
mañanas una asistenta que ayudaba a “la señora” en las tareas del hogar. A
pesar de sus achaques, propios de los 77 años que ya alcanzaba, doña Flora
mantenía una salud bastante aceptable, aunque sus hijos temían que el golpe emocional y sentimental que
había sufrido, por la pérdida de su amado esposo, provocara en ella esos
traumas generados por la soledad que siempre acaban pasando factura. Las
lágrimas, difícilmente contenidas, afloraban sin embargo por sus ojos en
algunos momentos en que los recuerdos desestabilizaban su ánimo, perjudicando
su equilibrio emocional. Los dos hermanos le ofrecieron que periódicamente
fuera a visitarles y que pasara con ellos y sus nietos unos días de descanso y
distracción en las ciudades donde ambos residían, viajes y compañías que bien
le vendrían. Pero doña Flora no era muy dada a los desplazamientos y menos a
convivir con la intimidad de unas familias que, por muy bien que se llevara con
ellos, tendrían su propia y natural forma de ser.
Era necesario y urgente revisar la amplia
documentación bancaria y administrativa que llenaban carpetas diversas en el
despacho que había pertenecido a su difunto padre, ardua tarea que iba ocupar
muchas horas de dedicación a los dos hijos de don Matías. Fue Leonor, quien
revisando la ropa guardada en un amplio armario de construcción que sus padres
tenían en el dormitorio descubrió que, detrás de unas cajas de zapatos,
aparecía el frontal de una caja fuerte no muy
grande. La tapa frontal permanecía cerrada, pero la llave para abrirla no
estaba puesta en la cerradura. Además el blindaje de la misma estaba asegurado
con una rueda liberadora que contenía números y letras. Fue a preguntarle a su
madre si sabía la combinación para abrirla y donde podría estar la llave de ese
pequeño habitáculo metálico.
“Leo, eran caprichos o cosas de tu
padre. Un día, hace años, se le ocurrió instalar ese armatoste dentro del
armario. Decía que era necesario para guardar en casa, con seguridad, algún
dinero y documentos importantes, pues no había que fiarse mucho de la eficacia
de los bancos. Yo nunca me he preocupado en saber lo que hay dentro de esa caja
fuerte. Para decirte, no sé donde puede estar la llave, ni cuantas vueltas hay
que darle a esa ruedecita que suena como un juguete de carraca”.
Juande, que era muy habilidoso para manipular los
artilugios, aseguró que él sería capaz de abrir la puerta de la caja fuerte,
aplicando imaginación y paciencia. Primero estuvieron buscando, por todos los
cajones de la mesa de despacho, la llave que abriera la puerta, ya que pensaron
sería necesaria y complementaria al giro de la clave. Pero la dichosa llave no
aparecía por parte alguna. Entonces aplicaron distintos procedimientos con la
rueda de la combinación, pero por más vueltas que le daban, el mecanismo no se
desbloqueaba. Probaron con distintas combinaciones, como las fechas de
nacimiento de todos ellos, fecha del matrimonio de sus padres, nombres de
personas allegadas, pero la combinación para la apertura no era ni mucho menos
fácil de encontrar. Estaban ante una caja fuerte, instrumento que no suele dar
facilidades para su apertura. Lo contrario estaría en contra de su propia naturaleza.
Transcurrían las horas y la puerta permanecía bien cerrada. Doña Flora pasaba
de todos esos esfuerzos, por lo que se fue a su mecedora a fin de seguir
tricotando sus bien logradas calcetas de lana.
A pesar de los repetidos esfuerzos, ninguno efectivo,
los minutos pasaban y la caja se mostraba terca en su negativa hacia la
apertura. Entonces trataron de localizar y comunicar con REDAX, fabricante del
artículo, a fin de que enviaran algún profesional especialista que tuviera la
habilidad necesaria para resolver el problema. “Seguro que utilizan una llave
maestra, para realizar eficazmente su labor”, comentaba Juande. Pero para su
frustración, esta empresa había cerrado por quiebra hacía ya más de tres años.
Entonces contactaron con otros fabricantes del sector pero, uno tras otro, iban
dando largas a la solicitud. Querían vender e instalar cajas fuertes, pero no
les interesaba abrir las de otro fabricante. Incluso hubo alguna que establecía
un precio abusivo o exagerado (el coste, mas o menos exacto, de una caja fuerte
nueva, con las mismas características en el mercado) por realizar la gestión.
El asunto de la caja fuerte de papá había picado el
amor propio de Leonor y Juande. Se preguntaban ¿qué documentos u otros valores
estarían guardados en su interior, para estar tan bien blindados ante la acción
exterior? Por cierto, tras el análisis de las cuentas bancarias, reconocían que
el tema económico estaba en orden, después de contactar para mayor seguridad,
con las dos entidades financieras que gestionaban los asuntos de don Matías.
Esa tarde, cuando Juande volvía a casa de su madre,
vio como se le acercaba el jardinero. Era un hombre bastante mayor, llamado Epifanio, que llevaba décadas arreglando y cuidando
la amplia zona ajardinada del bloque residencial.
“Buenas tardes, don Juan de Dios. Esta
mañana he estado hablando con su señora madre, gran persona a quien admiro y
respeto por lo generosa que siempre ha sido con mi familia, cuando he tenido
algún problema. En un arranque de confianza, me ha comentado que necesitan a
alguien que pueda abrirles la caja blindada que poseía don Matías, otra gran
persona que en gloria esté. Me permito decirle que yo conozco a un
“profesional” al que no se le resiste caja fuerte o puerta alguna. Con el
aprecio que les tengo he de añadirle que esta persona, cuyo nombre es Zacarías, suele estar metido, casi de continuo, en asuntos no muy
legales, En ese ambiente ha aprendido bastante bien la destreza para su
complicado oficio. En caso de necesidad, puedo ponerles en contacto con este
individuo, teniendo en cuenta de que me debe algún que otro favor y les va a
tratar con la debida consideración”.
El preocupado galeno habló con su hermana y ambos
decidieron contactar con el profesional de las cerraduras, a través de Epifanio.
No habían pasado ni treinta minutos cuando tenían al “habilidoso cerrajero” al
otro lado de la línea telefónica. “Cobro, por trabajo resuelto, quinientos
euros y nada de facturas. Si no les abro la caja fuerte, no tienen que pagarme
euro alguno. Vds. se lo piensan y me llaman”. Con esa seguridad que algunas
personas generan a través de sus palabras, la actitud de cerrajero convenció a
la los dos hermanos. Doña Flora, seguía pasando del asunto, centrada en su
labor de tricotar, con sus lamentos y rezos.
Veinticuatro horas más tarde, este individuo
procedente de los bajos fondos y la brumosa delincuencia se presentó en el
apartamento residencial de los Darvira, acompañado del jardinero Epifanio.
Ofrecía una imagen verdaderamente “cinematográfica” que a los dos hermanos
inquietó. De mediana edad, cabello y ojos morenos y pícara mirada, cuidado
bigote y movimientos expresivos que rebozaban una profunda autoestima. Vestía
pelliza de cuero negro, pantalones ajustados súper skinny también del mismo
material y calzaba unas botas de piel picudas en la delantera, con un amplio
tacón para realzar su inquietante figura. Portaba un voluminoso maletín, con
las “herramientas” para su trabajo. Desde luego demostró ser un cualificado
profesional: en no más de quince minutos tenía abierta la puerta de la caja
blindada. Juande le puso en la mano “religiosamente” los quinientos euros,
según habían acordado. “Como obsequio, les dejo esta llave, que les ayudará en
cualquier contratiempo con la caja. Por cierto, la clave de apertura es 25agosto1984. Ha sido un placer. Siempre a su
disposición para lo que necesiten”. Y así Zacarías desapareció de la casa en un
santiamén, para sosiego de todos los presentes. Doña Flora, después de tomar
unas sales tranquilizadoras para reponerse del susto, se arregló para ir a
visitar a unas amigas. No quería saber nada de la caja y pedía al Santísimo que
el ínclito Zacarías no volviera a aparecer nunca más por su apacible domicilio.
“¿A ti te dice algo esa fecha, Leo? La verdad es que no, Juande. Papá tendría entonces
46 años. Yo era una niña, algo “pavita”, con esos once años inolvidables para
los recuerdos infantiles. Tu ya habías cumplido los 14 y estabas en plena
pubertad, de la que saliste airoso, pues eras un adolescente conflictivo y lleno
de caprichos. Creo recordar que en aquel verano Papá tuvo un Congreso en los
Estados Unidos, al que finalmente mamá no pudo acompañarlo porque la abuela se
puso enferma, con aquellas fiebres que le daban y que ella potenciaba para dar
ese espectáculo que tanto le agradaba: que todo el mundo estuviera pendiente de
ella. Recuerdo ese viaje de Papá porque a su vuelta me trajo una preciosa
trenca beige, que tan bien me quedaba y que la estuve luciendo durante unos
años. Aunque no te lo creas, aún la conservo. Son esos recuerdos especiales de
la infancia que siempre nos acompañan y nos preguntamos por qué influyeron
tanto en nuestras vidas. Papá parecía tan feliz aquel verano, tras su vuelta de
América…”
Esperaron a que su madre saliera de casa para visitar
a sus amigas. Ambos hermanos presentían que en el interior de la caja abierta
podrían hallar algo demasiado relevante y querían evitar, en lo posible, que
dicho contenido pudiera afectar al estado anímico de Flora, quien llevaba unos
días, desde el óbito familiar, bastante alterada. Al acceder al contenido del
no espacioso habitáculo, encontraron en su interior un
notable bloque de cartas, remitidas a Don Matías por una persona llamada
Elvira C.S. Junto a las mismas, había también
un sobre con abundantes fotografías, la mayoría de las tomas con el color ya
desvaído, debido al paso del tiempo que afecta a los cromatismos fotográficos.
En casi todas las fotos aparecía una mujer joven, siempre muy bien arreglada y
vistiendo distintas prendas con exquisita elegancia. Y junto a ella cogidos de
la mano aparecía su padre, al que se veía henchido de gozo y felicidad. También
había algunas cartas dirigidas por Matías a la tal Elvira, pero que por alguna
razón no habían sido enviadas. La sorpresa y asombro de ambos hermanos
alcanzaba por momentos niveles de alto calibre.
Uno y otro fueron repasando en su lectura algunas de
las misivas firmadas por Elvira y las que no habían sido enviadas por su
enamorado compañero. A través de sus contenidos, pudieron ir reconstruyendo el
perfil de esa persona que, sin duda, mantuvo durante largo tiempo una secreta relación sentimental con su
padre. Difícilmente podían aceptar que aquella modélica, rígida y ejemplar
imagen familiar, profesional y social que su progenitor se había labrado
“conviviera” con la de ese hombre que busca más amor o un cariño diferente
fuera de su mujer y de sus hijos. El pedestal sobre el que se erigía la figura
del ciudadano Matías Darvira se iba resquebrajando cada vez con mayor
brusquedad, con estas revelaciones expuestas en todos esos textos y fotos,
plenos de amor, sensualidad y necesidad. Todo ello era la “doble vida” de un
hombre singular. Muy peculiar en su dúplice personalidad.
¿Pero quien era Elvira C.S.? Dedicaron el resto de la tarde a investigar a través
de Internet. Visitaron muchas páginas web, de manera especial aquellas que
tenían relación con la judicatura (la mujer de las fotos y firmante de las
epístolas afectivas aparecía, en numerosas ocasiones, con la toga judicial
sobre su cuerpo). En el listado del colegio de abogados encontraron al fin el
nombre de una colegiada, llamada Elvira Cruces Saltierra, prestigiosa abogada
penalista, nacida en 1953, que en la actualidad se encontraba ya jubilada.
Contrastando diversas fuentes e informaciones, conocieron que esa señora estaba
casada con un importante ejecutivo de una cadena de centros comerciales de
ámbito nacional y que de ese matrimonio habían nacido dos hijos, varón y
hembra, como ellos. Elvira era 15 años menor que su padre.
A través de los textos, que una y otra vez repasaban,
percibían que la relación de ambos amantes había sido efusivamente apasionada,
en la intimidad, muy discreta, en lo social e intensamente romántica, en la
naturaleza de un bello amor imposible, pero mantenido durante décadas por los
dos protagonistas del vínculo. Les seguía costando asumir la imagen de un
hombre extraordinariamente serio, formal, austero, de espíritu cuasi militar,
admirado y temido al tiempo por su rectitud y rigidez de principios, expresando
de su propia mano esas expresiones de tan cálida y descarnada sensualidad.
Cuando su madre volvió a casa y preguntó por el contenido de la caja fuerte, le
respondieron, poniendo los dos hermanos expresiones aburridas en sus rostros,
aquello de “no has de preocuparte, mamá, sólo había documentos jurídicos e
impresos bancarios de inversiones en letras del tesoro. Yo me encargaré de
mantener su control y recuperar su dinero para cuando tengas necesidad” le
respondió Juan de Dios, con una cómplice
sonrisa de su hermana Leonor.
Aquella misma noche los dos hermanos estuvieron
sopesando la conveniencia o no de conocer personalmente a la amante de su
padre, gestión a la que dedicaron la mañana siguiente. Sus respectivos cónyuges
habían marchado hacia sus ciudades de origen después del sepelio. No tuvieron
especial dificultad en localizar el correo electrónico y el teléfono del
despacho (que aún mantenía) de Elvira. Le enviaron un breve e-mail,
solicitándole una entrevista, en el que se presentaban como los hijos de Matías
Darvira. Para su sorpresa, obtuvieron una rápida respuesta. Los citaba para el
día siguiente. El encuentro no fue en el
domicilio o despacho de la también prestigiosa profesional de la abogacía, sino
en la 1ª planta de una elegante cafetería denominada BLUE SONG, cercana a la
Plaza de Callao.
Elvira acudió sola a esa interesante reunión. A pesar
de su edad, 65 años, mantenía esa belleza que se veía potenciada en las fotos
de sus más jóvenes años. Vestía con deslumbrante elegancia y durante toda la
reunión aplicó modales exquisitamente educados y cariñosos.
“De modo que sois los hijos de Matías. A través de
las fotos, yo tenía una imagen vuestra, aunque todos éramos mucho más jóvenes.
Él siempre me hablaba con gran cariño de vosotros. Conocí con profunda tristeza
el fallecimiento repentino de vuestro padre, un gran profesional de la
magistratura y por supuesto una persona excepcional. Aunque en los últimos años
nuestro contacto afectivo fue más espaciado, os confieso que nuestro cariño,
nuestro amor, fue intenso y desde luego presidido por un sentimiento de
necesidad que recíprocamente nos vitalizaba. Nos conocimos e intimamos en aquel
congreso de juristas, celebrado en Virginia, en el verano de 1984. Pero ni él
ni yo misma se nos pasó por la cabeza romper nuestras respectivas familias. El
ardor y atracción de aquellos primeros años se fue reduciendo en esta última
década, aunque como os decía, siempre permaneció entre nosotros esa unión
afectiva y esa confianza íntima que podríamos definir como un amor imposible.
Fue un gran hombre. El hombre de mi vida”.
Mi ex marido, en la actualidad, vive con otra
persona. Pero entre nosotros se mantiene el respeto y algo de amistad. Aunque
no desde un principio, el sabía de mi relación con vuestro padre. Aceptó, por fidelidad
familiar, esa para él incómoda situación. Pero nuestros hijos crecieron, como
vosotros, y poco a poco cada uno de nosotros fue poniendo nuevos rumbos a esos
destinos que labramos a partir de cada amanecer. Me satisface que me hayáis
localizado. Sería para mí un verdadero placer que lográramos compartir una
buena amistad”.
Juan de Dios y Leonor estuvieron a la altura del
trato delicado y cariñoso que les deparaba la amante de su padre. Le resumieron
brevemente la situación de sus vidas, en lo profesional y en lo familiar. Antes
de dar por finalizada la educada entrevista, entregaron a Elvira esas siete
cartas cerradas que, por alguna razón, su padre no le envió después de
escribirlas. Era la destinaria de esos textos quien lógicamente debía conocer
sus contenidos. En la despedida, Juande besó a Elvira, mientras que Leonor le
estrechó la mano. Quedaron en mantener algún contacto periódico entre ellos.
Cuando volvían de la amable, romántica y nostálgica
entrevista, los dos hermanos comentaban acerca de la conveniencia o no de
informar a Flora. Juan de Dios era de la opinión de no decir nada a su madre.
Era preferible que nada deteriorara la imagen que ella mantendría de su amado y
respetado esposo. Tener conocimiento de los hechos sólo provocaría en ella
disgusto, decepción y frustración. Por su parte Leonor no lo tenía tan claro.
Consideraba que una esposa engañada debe conocer en lo posible el
comportamiento desleal de su marido. La verdad debe primar sobre cualquier otra
consideración. Aun así aceptó no tomar posicionamiento alguno definitivo, antes
de concordar con su hermano.
En la cena de aquella noche, víspera de la marcha de
sus hijos hacia sus respectivas provincias de residencia, ninguno de los
hermanos hizo mención alguna a la entrevista que habían mantenido con Elvira,
tal y como en principio habían acordado. Cuando tomaban los postres y unos
descafeinados, en esa entrañable reunión para la despedida, la sorpresa de lo
inesperado hizo aparición entre madre e hijos. Doña Flora se quedó mirándolos
con el rostro sereno y con una media sonrisa les hizo una pregunta que ninguno
de los dos esperaban o podía imaginar.
“Juande, Leonor … ¿habéis contactado ya con Elvira?”
EN LA INTIMIDAD DE UNA
VIDA EJEMPLAR
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
09 Octubre 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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